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Cómo disfrutaron de mi madre en la piscina

en No Consentido

Era una mañana muy calurosa de un soleado día de verano.

Mi padre estaba trabajando y mi madre me propuso ir a la piscina del barrio a pasar el día.

Me acababa de levantar y estaba tranquilamente desayunando, deseoso de jugar todo el día con mi playstation, por lo que la dije que no contara conmigo, que se fuera sola.

No había pasado ni media hora cuando mi madre me dio un beso en la mejilla y me dijo que se iba a la piscina y que vendría en torno a las tres o tres y pico, ya que teníamos para comer una ensalada y se hacía en el momento.

La escuché sin levantar la cabeza de la play y solamente recuerdo el ruido que hacía la puerta de la calle al cerrarse. ¡Qué pesada, mejor que se fuera para no molestarme!

Ya llevaba más de una hora y media jugando, cuando me puse con el PC a jugar a strip-poker. Entre que desnudo a una tía despampanante y que me deja en cueros una chorba de tetas exuberantes, tenía ya un buen calentón.

En ese momento pensé que en lugar de ver tías desnudas en el ordenador, podía verlas en vivo y en directo. Me acordé de la piscina donde había ido mi madre y me dije:

  • ¿Por qué no me acercó por allí, con la excusa de que está mi madre y echo una ojeada a las tetas y culos de titis estupendas?

Dicho y hecho, en menos de media hora ya estaba yo cruzando la entrada al parque sindical y acercándome a la piscina, pasando antes por los vestuarios para dejar mis cosas en una taquilla.

Solamente con chanclas, bañador y toalla me acerqué a una terracita con barandilla situada a más de dos metros del suelo, desde la que se podía ver a mis pies toda la piscina y la gente que estaba tumbada o pululando próxima a ella.

Había bastante gente, de casi todas las edades, razas y colores, pero poca niña mona en bikini y sin rastro de mi madre. Quizá ni había venido, ya que no me fijé ni cómo salió de casa.

En más de un par de tetas me fijé, unas grandes como melones, otras con forma de pera, algunas algo caídas, pero otras violando las leyes de la gravedad se mantenían erguidas, flotando casi como globos, y me las imaginé entre mis manos, sobándolas, chupándolas, con mi polla en medio haciéndome una buena cubana y noté como mi polla crecía y crecía.

También más de un culo centró mi atención, y desee amasarlo, azotarlo y finalmente perforarlo. Los había de todas las formas y colores, unos gordos y sabrosos, otros pequeños y prietos, todos apetecibles, follables.

Sobre todo había uno del que no pude despegar mi vista durante varios minutos, en el que la braga del bikini había desaparecido entre los dos cachetes, mostrando una redondez casi perfecta, sin una pizca de flacidez ni de celulitis, brillante, reluciente por el efecto del sol sobre la piel mojada y dorada, y me vi mordiéndolo, devorándolo, follándomelo.

Mientras giraba mi cabeza buscando alguna beldad a la que ver las tetas o el culo, no me percaté, en mi concentración, de la charla que mantenían al lado de mí dos tíos mayores que yo, de unos diecinueve o veinte años, con otro que se acababa de incorporar.

No sé si fue la palabra “tetas” o la palabra “culo” la que alertó a mi subconsciente para que me pusiera de forma automática a escuchar la conversación, pero desde luego hablaban de tías, concretamente de una.

Uno decía entusiasmado, dirigiéndose al que acababa de llegar:

  • ¡Joder, tío, que cacho cabrón eres! ¡Cómo te estás poniendo! Ya solo te falta follártela.

Otro lo apoyaba en el mismo tono:

  • ¡Está pero qué muy buena! ¡Vaya culo y vaya par de melones que tiene la tía! ¡Está para hacerla un buen favor!

El primero seguía:

  • ¿De la boca que me dices? Tiene unos labios que han nacido para comer pollas, para mamarlas y sacar todo su jugo.

El segundo remataba:

  • ¡Te las vas a pasar por la piedra, cabrón!

El que acababa de llegar, comentaba pavoneándose:

  • Ya os dije que esa caía, así que iros preparando la guita que os habéis apostado.

Continuaba muy pagado de sí mismo:

  • Se veía a distancia que estaba buscando polla. Es la típica mujercita insatisfecha a la que su marido deja sola todo el día para ir a trabajar, y ella, aburrida, quiere divertirse, pasarlo bien.
  • Y ahí estás tú, cabrón, para que se divierta, ¿no?
  • Por supuesto, pero el cabrón no soy yo, sino su marido, que estará chupando pollas en el curro sin darse cuenta del enorme peso que lleva en la cabeza, unos buenos cuernos de alce que le está poniendo su dulce mujercita.

Se les veía alegres, emocionados y … empalmados.

El chaval que alardeaba de que se iba a tirar a la mujer, les cortó muy suficiente:

  • Os dejo. No vaya a adelantarse alguno y se la tire antes que yo.

Y se marchó bajando la rampa hacia la piscina.

Uno de los amigos le dijo al otro:

  • ¡Qué cabrón, el Boris, no hay día que no se folle a alguna madurita calentorra y ésta está al caer!

Seguí con la vista a Boris, que así se llamaba el gigoló, para ver a la casada a la hoy que se iba a beneficiar.

Caminaba muy erguido, con su pelo negro, corto y ensortijado, y con su pequeño bañador azul oscuro pegado al cuerpo como si fuera una segunda piel.

No debía llegar al metro ochenta, pero se veía que se cuidaba, ya que lucía musculitos e incluso una tableta de chocolate en el abdomen.

Un sueño que cualquier casada insatisfecha desearía llevarse a la cama.

Pasó el chulillo entre varias féminas tumbadas en el suelo sobre sus toallas, comiéndose a todas con los ojos, y alguna le devolvió la mirada.

Cuando parecía que iba a salir del recinto de la piscina, en uno de los rincones más escondidos, pero a pocos metros de donde estábamos, al fin se tumbó sobre una toalla y, dirigiendo una sonrisa cómplice a sus dos colegas que no le perdían de vista, puso suavemente sus manos sobre el culo que estaba más próximo, el que me cautivó hacia escasos minutos, el mejor culo que había en la piscina, el culo que devoraba las bragas del bikini de la misma forma que yo devoraría ese culo.

Se giró leve y perezosamente la dueña del deseado culo para ver quién era el que ahora se lo sobaba.

En su giro me di cuenta que tenía el sostén del bikini desabrochado por detrás y, si no es porque paró a tiempo, hubiera gozado de la visión de su teta izquierda.

Alguna palabra se intercambiaron y ella continuó tumbada bocabajo sobre la tolla, mientras el figurín se tumbaba también bocabajo al lado de ella, sin que sus manos se despegaran del culo de ella.

Mirando a sus colegas de soslayo, sin dejar de sonreír maliciosamente, separó un poco los dos cachetes del culo de la mujer y, apartando la braga del bikini, la dejó sobre una de sus nalgas, mostrando los dos agujeros que escondía, su ano y su vulva, sonrosados y, a primera vista, inmaculados.

Estuvo así casi medio minuto hasta que, dejando que se juntaran nuevamente las dos nalgas, empezó suavemente a acariciarlas, dejando la braga reposando en uno de los glúteos.

Acariciando, acariciando, su mano se deslizó donde se juntaban las piernas de ella, y, sin dejar de acariciarla, sus caricias se hicieron cada vez más insistentes, más que acariciarla intentó masturbarla.

Molesta, posiblemente temiendo acertadamente que alguien pudiera verla, intentó con una de sus manos alejar la de él, pero al ver su insistencia, se volteó perezosamente, descubriéndonos, ahora sí, unas tetas enormes y erguidas, que se cubrió como pudo con el sostén del bikini.

Logró sentarse sobre la toalla, pero Boris también se sentó a su lado y, apoyando su mano izquierda sobre la cadera de ella, la atrajo hacia él, sobándola el culo.

Intentó ella colocarse la parte superior del bikini, pero el muchacho con la otra mano se lo impedía, juguetón, tirando de la prenda hacia abajo y descubriendo sus pezones, abultados y negros como cerezas maduras, que emergían de aureolas también oscuras.

Volviéndose hacia él, intentó ella quejarse, pero la boca de él cubrió la de ella con un beso profundo y apasionado, al mismo tiempo que la abrazaba fuertemente.

La pilló de improviso. La lengua de él recorría la boca de ella, enredándose en su lengua, penetrándola como si la estuviera copulando, como si la forzara.

Las manos de él que la acariciaron los muslos mientras la besaba. De sus muslos las manos de él fueron a su entrepierna, apartando las bragas y dejando expuesto su sexo a los dedos ansiosos del joven.

Se agitó angustiada y le sujetó la mano con la suya, queriendo que no la masturbara en público, pero la mano de él voló ahora al sostén que, de un tirón, se lo bajó, dejando sus tetazas expuestas a la vista de todos.

Apartando su boca de la de la mujer, se fijó detenidamente en sus tetas, mientras mantenía alejado de las manos de ella su sostén, a pesar de los vanos intentos de la mujer de cogerlo.

En uno de los intentos por cogerlo, el joven la besó una teta, luego la otra, y finalmente atrayéndola hacia él, la beso y lamió los pezones con fruición, mientras la sujetaba por la espalda y las nalgas.

Empalmado, disfrutaba, tanto o más que los compañeros del joven, del espectáculo que estaba presenciando y esperé que fuera pornográfico sin que nadie pudiera impedirlo.

Entonces fue cuando me fijé en el rostro de ella, colorado, sudoroso, avergonzado pero radiante de deseo y lujuria.

¡Era mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre a la que estaba metiendo mano, sobando y morreando!

Mi quedé conmocionado, sin saber qué hacer, ni qué no hacer, y aparté avergonzado mi vista, fijándola en el suelo, en los dos jóvenes que babeaban viendo lo que la hacía a mi madre, en la gente que estaba en la piscina y que no parecía darse cuenta de lo que la ocurría a ella.

Anhelando mirar, por el rabillo del ojo vi cómo la tumbaba bocarriba sobre la toalla y se colocaba sobre ella, besándola la boca y las tetas, sujetándola para que no se levantara.

Ansioso miré, otra vez directamente, como forcejeaban, como la sobaba los muslos, la cadera y la abría de piernas, colocándose entre sus fuertes y torneados muslos.

Escuché decir a uno de sus compañeros:

  • ¡Joder, se la va a follar ahí mismo!

Eso parecía que iba a hacer, cuando una mujer muy delgada y renegrida de unos setenta años que estaba próxima les increpó a voces:

  • ¡Iros a vuestra casa a copular como perros, sinvergüenzas, pero no aquí que hay niños y personas honradas!

Y le propinó a él dos fuertes golpes en la cabeza y espalda con un bolso grande de loneta que llevaba, haciendo que se cubriera la cabeza con las manos y se apartara de mi madre, marchándose la anciana refunfuñando a continuación.

Mi madre al verse libre del joven, se levantó rauda de la toalla, mostrando sus hermosos y erguidos melones ante la mirada atónita y lúbrica de todos.

Nunca había visto los pechos a mi madre, ni me imaginaba que fueran tan grandes y hermosos, al estar siempre ocultos bajo su ropa.

Ella, que nunca había hecho topless y que siempre había mostrado una actitud extremadamente recatada, mojigata más bien, se mostraba a todo el mundo casi desnuda, si no fuera por la pequeña braga del bikini que cubría su sexo por delante y se metía entre sus glúteos por detrás.

Consciente de las miradas ansiosas que la desnudaban y sobaban las tetas, miró avergonzada al suelo, buscando la parte superior de su bikini, pero, al no encontrarlo y ver como el joven se levantaba del suelo, emprendió, huyendo de él, un ligero trote hacia la piscina, con las tetas al aire, botando desvergonzadas en cada saltito, hasta que, desorientada, chocó con sus tetas contra un hombre que venía de frente, hipnotizado por sus melones.

Rebotaron sus tetazas contra el pecho del hombre, que estirando las manos, como si quisiera ayudarla, la sujetó por las tetas.

Un perdón avergonzado salió de la boca de mi madre, suave, en voz baja, como el ronroneo de una gatita en celo rodeada de gatos que deseaban montarla.

Un instante que duró una eternidad, hasta que ella, ciega de vergüenza, con el rostro colorado, le dio la espalda y se encaminó hacia la piscina al trote.

Los ojos del hombre, como los de los demás, se posaron en sus firmes y erguidos glúteos que se bamboleaban en cada saltito.

Iba a meterse en la piscina, pero el salvavidas se puso delante de ella, casi tocándola las tetas con una mano, y, dedicándola una amplia sonrisa sin dejar de mirarla las tetazas, la indico con un dedo que antes tenía que ducharse.

Fue meterse debajo de la ducha y pulsar el interruptor para que un chorro de agua fría se estrellara contra sus tetas desnudas, haciendo que, diera un sensual gritito, acompañado de un saltito hacia atrás, que fue parado por las manos del salvavidas al apoyarse sobre su culo prieto, al que propinó un buen azote.

Girándose, vio al salvavidas y, asustada, se tapó con sus manos las tetas y volvió a meterse, conteniendo la respiración, bajo el chorro de agua fría durante un par de segundos para, a continuación, encaminarse deprisa, sin dejar de taparse, a la piscina, donde, nada más llegar al borde, despegó las manos de sus tetas y se tiró de cabeza al agua.

Segundos después de que se zambullera en el agua, otra persona también lo hizo detrás de ella, el joven que la acosaba.

Pero no fue el único, ya que yo, que poco a poco me había ido acercando a la piscina para ver mejor las tetas y el culo de mi madre, también me tiré a la piscina, intentando ocultar la enorme erección que tenía.

Buceó mi madre por debajo del agua y emergió su cabeza a casi dos metros de donde se había sumergido. Siempre había sido una buena nadadora, lo que explicaba las curvas tan sensuales que tenía, de fuertes y torneadas piernas y culo prieto, levantado y respingón.

Todavía no había abierto los ojos cuando, por debajo del agua, el joven agarró con sus dos manos el borde superior de las bragas de ella y, de un tirón, se las bajó, quitándoselas sin que ella pudiera evitarlo.

Un gritito mezcla de sorpresa y de deseo sexual salió de la boca de mi madre al notar que la había arrancado las bragas, dejándola totalmente desnuda dentro del agua, en una piscina llena de gente.

Instintivamente llevó sus manos a la entrepierna, intentando ocultar su sexo, percibiendo que más de un hombre estaba ya buceando alrededor de ella para no perderse detalle de sus encantos.

Con el rosto colorado, sonrió al vacío totalmente abochornada, sin saber qué hacer, como salir del aprieto, como salir de la piscina sin que todos la vieran completamente desnuda.

Sus hermosas piernas se movían compasadamente para no hundirse, mientras sus manos tapaban su vulva.

Una mano de hombre se acercó a su culo por detrás y se introdujo entre sus piernas, dándola un buen repaso a su conejito.

Sorprendida al notar como la metían mano, chilló excitada y, de varias rápidas brazadas, huyó a una zona de la piscina donde pensaba que podía hacer pie.

Estiró sus hermosas y torneadas piernas hacia abajo y con la punta de los dedos de los pies tocó el fondo, pero antes de que pudiera nadar a donde pudiera hacer cómodamente pie, una mano se metió entre sus piernas y la sujetó por el sexo, impidiendo que nadara.

Dio ella un nuevo gritito y se giró, asustada y sorprendida, hacia la persona que la sujetaba, metiendo los dedos por su vagina.

¡Era nuevamente Boris, el incansable que quería follársela!

Las manos de él la agarraron por los glúteos para que no escapara y la colocó de frente a él, sujetándola para que no se hundiera.

Luciendo una amplia sonrisa y sin dejar de mirarla las tetas que se transparentaban bajo el agua, la dijo zalamero:

  • ¿A dónde ibas con tanta prisa, que ni siquiera te has tapado los pechos?

Abochornada, mi madre se tapó con las manos las tetas, bajando la vista, pero él continuo:

  • Estás mejor así, unos pechos como los tuyos no deben esconderse, están para que todos podamos disfrutar de ellos.

Mi madre permaneció en silencio, sin poder mirarle a la cara.

Él, moviendo sus manos bajo el agua sobre el culo de mi madre, entre sus nalgas, bajando a su sexo, sobándoselo, continúo sonriendo todavía más:

  • Y tampoco llevas nada abajo. ¿Quién ha sido el afortunado que te ha quitado las bragas?

Las manos de mi madre bajaron de sus tetas a su vulva, sujetando la mano que se lo sobaba.

Mirándola con detenimiento las tetas, otra vez sin cubrir, al ver que no respondía, se lo volvió a preguntar:

  • Pero dime, ¿quién ha sido?, ¿Quién te ha quitado las bragas? ¿se las has dado tú o te las ha quitado contra tu voluntad?

Mi madre respondió temerosa con una vocecita desconocida para mí:

  • No lo sé. ¿Has sido tú?
  • ¿Yo? ¿por qué piensas que he sido yo? ¿me hubieras dado gustosa tus bragas?

Mi madre, intentando cambiar de tema en busca de una solución, le rogó con una voz suave:

  • Por favor, ayúdame. Necesito salir del agua sin que me vean desnuda. ¿Podrías ir a buscarme mi toalla y me la traes aquí?
  • Si lo hago, ¿qué me darás tú a cambio?

Ella, sabiendo la respuesta, respondió evasiva:

  • Si quieres te invitó a una coca-cola en el bar.
  • ¿Una coca-cola? ¿Solo una coca-cola por cubrirte?

Mirándola sonriente, la volvió a preguntar:

  • Venga, proponme otra cosa.

Nuevamente, ella le rogó:

  • Por favor, ayúdame. Soy una mujer casada y con un hijo, y no puedo permitirme que me vean salir sin ropa del agua. Sería un escándalo.
  • No me interesan nada tus problemas. Si quieres que te ayude tienes que darme algo a cambio. Y no me vengas con chorradas. Tú ya sabes lo que quiero. No te hagas la estrecha que bien me has puesto la polla tiesa. Quiero follarte y lo voy a conseguir con tu consentimiento o sin él.

Tragando saliva, mi madre intentó en voz baja hacerle entrar en razón:

  • Tengo edad para ser tu madre. Seguro que prefieres chicas mucho más jóvenes, que tengan mejor cuerpo y estén más frescas.

Riéndose la contestó:

  • ¿Mejor cuerpo que el tuyo? Aquí en la piscina puedo asegurarte que no, que no hay ninguna que tenga tus tetas, tu culo, tus piernas y tu cara. Además, ¿qué edad tienes?

Podía sonar a cumplido, pero en estas circunstancias mi madre no se sintió halagada.

  • Tengo casi cincuenta años.

Era mentira. Tenía treinta y siete años, ya que me sacaba veintidós a mí, que tenía quince.

  • ¿Cincuenta? No me lo creo. Luego me enseñas tu DNI y, si me mientes, te juro que te follo por el culo. Además me llevo toda tu ropa y tienes que volver desnuda a casa.
  • Tengo alguno menos. Pero estoy enferma.
  • ¿Enferma? ¿Por eso te han crecido tanto las tetas? ¿Cuántos tienes?
  • Dos.

Dijo mi madre confundida.

  • ¿Dos? Te pregunto por tus años, no por tus tetas, que bien te las veo. Sabrosas y deseando ser devoradas. ¿Cuántos años tienes?

Y empujando de sus nalgas hacia arriba, hizo que emergieran sus melonazos del agua, exhibiéndolos ante todos.

Gimiendo de la sorpresa, hizo que, avergonzada, se las tapara nuevamente con las manos y volviera a la realidad.

  • Treinta y siete. Pero ya te he dicho que estoy muy enferma.

Ahora no mentía por la edad, pero si lo de la enfermedad. Estaba muy buena por dentro y por fuera.

  • A partir de hoy vas a tener que operarte de hemorroides, por la cantidad de veces que voy a follarte por el culo, mentirosilla.

Y Boris, con sus manos sobre las nalgas de mi madre, tiró de ellas y las atrajo hacia él, chocando el cuerpo de mi madre contra el de él.

Una expresión de asombro inundó el rostro de ella.

Boris la dijo orgulloso:

  • Ves cómo me la pones. Esto tienes que bajármelo. No puedes dejarme así.

 Se refería a su verga tiesa y enorme que salía por la parte superior de su bañador, bajándolo, y con la que chocó el sexo de mi madre.

Asustada, mi madre bajó otra vez una de sus manos a su sexo para no ser penetrada, e intentó todavía convencerle.

  • Podría ser tu madre.
  • Si fueras mi madre, mi padre dormía siempre en la calle. Me acostaría contigo todos los días y te follaría por todos tus agujeros.

Empujando nuevamente de sus glúteos emergieron sus tetas del agua, y se las restregó contra su cara, lamiéndolas ante la mirada lúbrica de todos los presentes.

Un chillido parecido al maullido de una gatita asustada salió de la boca de mi madre y le sujetó la cabeza con sus manos, intentando alejarlo de sus pechos.

Sujetándola por los glúteos, con los dos cuerpos pegados uno al otro, el cuerpo de ella descendió, restregándose por todo el de él, y, si no la penetró, fue porque no acertó con el agujero.

Empujándola otra vez por las nalgas, la volvió a sacar medio cuerpo del agua y la restregó contra él de nuevo.

Agarrando a Boris por los hombros con sus manos para que no la penetrara, mi madre hizo un último y desesperado intento:

  • ¡Lo que quieras, haré lo que quieras! Pero luego, fuera de la piscina, en donde no puedan vernos.
  • Quiero follarte. Dilo. Di que quieres que te folle, que te la meta y que me corra dentro de ti.

Mi madre, asustada, lo repitió en voz baja al oído de él.

  • Quiero que me folles.
  • Así no. Con ganas. Di que quieres que te folle, que te la meta y que me corra dentro de ti.
  • Quiero que me folles, que me la metas y que corras dentro de mí.

Sin dejar de mostrar una sonrisa feroz la dijo:

  • Eso voy a hacer, lo que me pides con tantas ganas. Voy a follarte y correrme dentro de ti. Pero aquí mismo.
  • Por favor, no, por favor, fuera, donde no puedan vernos.
  • Primero aquí y luego fuera cuando salgamos, vendrás conmigo y te follaré hasta que me canse. Pero si te portas bien, si no opones resistencia, si haces todo lo que yo te diga, nadie se enterará.

Se tomó una pausa para que ella asimilara que dejar que se la follara, era el menor de los males que la podría ocurrir.

  • Además tengo tus bragas. De ti depende que salgas de aquí con ellas o sin ellas.

Otra breve pausa para continuar.

  • Venga, ábrete de piernas, que te la voy a meter.

Mi madre dejó de apretar un muslo contra otro, se abrió un poco de piernas, relajó sus brazos, descargando su peso en los brazos de Boris, y dejó que fuera él el que controlara la situación.

Sin dejar de sujetarla con una mano por sus nalgas, con la otra mano cogió su verga inhiesta y dura y, tanteando, se la metió por la vagina, poco a poco.

Mi madre, al sentir que la estaba penetrando, emitió un fuerte suspiro, abriendo mucho los ojos y la boca, y se sujetó nuevamente en los hombros de él para que no continuara penetrándola.

  • Déjate llevar. Si quieres tus bragas déjate llevar, relájate y disfrtuta.

Le susurró él al oído, y ella volvió a relajar sus brazos para que se la metiera hasta el fondo.

  • Despacio, por favor, despacio.

Rogó ella, y él se la metió un poco más, para levantarla a pulso con sus brazos un poco a continuación, sin sacarla, para volver a metérsela un poco más.

  • Sube las piernas, mamita, para que te folle mejor.

La susurró al oído y ella, obediente, las levantó, envolviendo la cintura del joven y cruzando los tobillos detrás de él, cerrando los ojos a continuación.

Pasando Boris sus brazos bajo los muslos de ella, la sujetó por las nalgas y, poco a poco, se la fue metiendo cada vez más profundamente, despacio como rogaba ella.

La escuchaba jadear cada vez que se la metía y sacaba, con sus tetas apoyadas sobre el pecho de él, y las manos de él sobre las nalgas de ella.

Metiendo la cabeza bajo el agua, disfrutaba viendo como la polla de él entraba y salía de su vagina, como se la follaba, como se movían los glúteos ante las embestidas de Boris, y no era yo el único que lo contemplaba. Más de uno, niños y no tan niños, algunos con gafas de bucear, disfrutaban del espectáculo con las pollas bien tiesas. Era como si todos se la estuvieran follando.

El ritmo del folleteo era cada vez más rápido, y el cipote de Boris ya desaparecía en toda su extensión dentro de ella.

Las tetas de mi madre, enormes como melones, se restregaban arriba y abajo, arriba y abajo, por el pecho de él, sin despegarse para que, ridículamente recatada, no se las vieran.

Mantenía los ojos cerrados, intentando estar ajena al espectáculo que estaba dando, como si no fuera real, como si fuera un sueño del que podría despertar en cualquier momento.

Un silbato estalló ruidosamente, sacando a todos de su concentración.

Un salvavidas maduro, envidioso de no poder participar follándosela, hizo sonar con fuerza varias veces el silbato en dirección a la pareja que estaba fornicando.

Mi madre dio un brinco asustada y abrió los ojos aterrada: ¡Me han pillado! ¡Dios mío!

Cabreado, Boris la desmontó y, si no se enfrentó al salvavidas, fue porque podía perder la oportunidad de continuar follándosela y otro podía ocupar su lugar.

Solamente la cabeza de mi madre sobresalía del agua y sus manos fueron a sus tetas y a su vulva, intentando tapar sus encantos, pero más de uno, yo entre ellos, no dejaron ni un momento de mirarlos.

Boris se acercó a ella, y, posando sus manos en sus nalgas, la empujó suavemente hacia la escalerilla más próxima al borde de la piscina, teniendo siempre su verga tiesa pegada al culo de mi madre para aprovechar cualquier ocasión para metérsela de nuevo.

Ella se dejó llevar, y, ansiosa, no paraba de decirle:

  • Mis bragas, mis bragas. Por favor, dame mis bragas.

Ya hacía pie cómodamente, y, sin dejar de taparse como podía, llegó a la escalerilla, pero no quería salir totalmente desnuda del agua, así que se giró asustada hacia Boris, apartando la verga que tenía incrustada en uno de sus nalgas, para suplicar que la devolviera sus bragas.

  • Yo te las pongo.

La dijo él y, agachándose, se las puso debajo del agua, levantándola primero una pierna y luego la otra.

Yo, contemplando debajo del agua como se las ponía, me di cuenta que las bragas estaban rotas, que una gran raja en vertical dejaba al descubierto justamente la hinchada vulva de mi madre, apenas cubierta por un vello corto y oscuro.

Nada más ponérselas, Boris, sobándola el culo, la empujó suavemente hacia la escalerilla.

Subió ella la primera y, desde abajo, pude ver cómo las bragas habían vuelto a desaparecer entre sus nalgas, no porque fueran diminutas, eran solamente pequeñas, sino que Boris al ponérselas se las metía siempre entre sus cachetes.

Fuera de la piscina, se tapó con sus brazos, como pudo, sus tetas, y muy dignamente se encaminó por el borde de la piscina hacia donde había dejado su toalla.

Boris, a un metro más o menos detrás de ella, no dejaba, sonriendo abiertamente y con el rabo bien tieso, de mirar el bamboleo de sus nalgas.

Más de uno se fijó extasiado en sus bragas por delante, cuchicheando alguno con el de al lado.

Una chica de unos quince años, muy excitada, le dijo chillando a su amiga que estaba al lado:

  • ¡Se la ve el chichi, se la ve el chichi!

Mi madre, al oírlo, bajo su vista a sus bragas, viendo al instante, que su sexo estaba al descubierto, exhibiéndose ante los ojos de todo el mundo.

Chilló histérica, y una de sus manos dejó de tapar sus tetas y se colocó rápidamente sobre su sexo para intentar ocultarlo, echando de pronto a corretear hacia su toalla.

Pero en el camino se encontró de frente, a menos de dos metros, con dos mujeres de unos cincuenta años que la miraron de arriba a abajo, sonriéndola socarronamente.

¡Eran dos vecinas del edificio donde vivíamos! ¡las dos más cotillas de toda la finca!

Chillando, reculó mi madre, sin dejar de cubrirse, cambiando su trayectoria y saliendo fuera de la plataforma de la piscina.

Correteo por un camino de baldosas poco transitado cubierto de árboles, parándose de golpe al llegar a una esquina.

Boris que iba detrás, la alcanzó, colocando sus manos sobre las nalgas prietas de ella.

Había un bar lleno de gente comiendo a pocos metros de donde estaban.

Angustiada, mi madre no sabía qué hacer, pero el joven, empujándola suavemente por sus glúteos, la condujo por otro camino más apartado, cubierto de vegetación.

  • Ven por aquí, ven.

Se perdieron entre los árboles y, por unos segundos, dejé de verlos.

Tomé rápido el camino y no les vi inicialmente.

  • Los he perdido.

Pensé abatido y empalmado.

Pero unos gemidos y chillidos de mujer me pusieron nuevamente sobre la pista.

Con cuidado, despacio y sin hacer ruido, me escabullí entre unos árboles y allí, sobre un banco de madera del parque estaba tumbada bocarriba mi madre, totalmente desnuda, con una enorme polla que salía y entraba de su vagina, entraba y salía, entraba y salía, mientras sus tetas se bamboleaban desenfrenadas adelante y atrás, adelante y atrás, por las embestidas del joven que, de pie, nuevamente se la estaba follando.

Una de las piernas de Boris se apoyaba sobre el banco, ayudando a follársela mejor.

Mi madre, tumbada despatarrada bocarriba, tenía una de sus piernas apoyada sobre el respaldo del banco, mientras la otra lo hacía sobre el pecho del joven que la sujetaba.

Allí, entre los árboles, fue la primera vez que presencié como mi madre, sin nada que cubriera su hermoso cuerpo, puso los cuernos a su marido, mi padre, pero me encantó y hubiera deseado ocupar el puesto del joven.

No sé si finalmente fue consentido o no, pero mi madre, desde luego, disfrutó sin descanso durante más de cinco minutos.

Finalmente, el joven dejó de embestirla y, parándose, disfrutó del orgasmo que estaba teniendo.

Más de un minuto permaneció con su polla dentro de mi madre.

Cuando la sacó, goteando esperma, se subió el bañador, cubriendo su verga.

Mi madre, todavía tumbada, le suplicó:

  • Por favor, tráeme una toalla para que me envuelva.
  • Ok. Espérame aquí que vengo enseguida.

Y colocándose el bañador, se marchó, dejando que ella se sentara sobre el banco, con sus piernas dobladas encima de él, y se cubriera con sus manos el sexo y las tetas.

No levantó mi madre ni un segundo su vista del suelo, pero no tuvo mucho que esperar ya que no pasó más de un minuto cuando el joven volvió con la toalla y con las demás cosas de mi madre y de él.

Mi madre se cubrió con la toalla y, dando un rodeo para no pasar por la piscina, se encaminaron a los vestuarios.

No recogió la parte inferior de su bikini, dejándolo abandonado entre las plantas que estaban detrás del banco, así que lo cogí yo y me llevé como recuerdo de lo que había vivido.

Boris fue a los vestuarios de hombres y mi madre al de mujeres, donde estaban las taquillas con sus pertenencias.

Fue el joven el que la dijo que se verían fuera, estaba claro que quería volver a follársela. Mi madre, por su parte, movió su cabeza afirmando, no muy convencida, y sin mirarle a los ojos,

Yo, cogiendo rápidamente las mías, sin ducharme, me puse mi ropa fuera, en la entrada al recinto esperando que salieran.

Mientras me estaba vistiendo, vi salir a mi madre, sola, caminando muy deprisa. Era evidente que no se había duchado, solamente se había puesto el vestido y salía a la carrera para no encontrarse al joven.

No había salido todavía a la calle, cuando un deportivo rojo, maniobrando, se puso delante de ella, impidiendo que siguiera caminando.

Se abrió la puerta del copiloto y, desde dentro, la invitaron a que entrara.

¡Era Boris! ¡El muy hijo de puta se había adelantado a todos y quería seguir follándose a mi madre!

Mi madre, reculando, intento escapar, pero como no tenía espacio por delante, corrió hacia el culo del coche, pero Boris, saliendo rápido, la interceptó, y empujándola, no tan suavemente como antes, la introdujo en el coche y, corriendo de nuevo, se metió también en el coche y, acelerando, desapareció, con un ruido infernal, atronando, en un momento de mi vista.

Angustiado, sin saber qué hacer, me fui hacia casa, pensando, inocentemente, que quizá la había llevado allí, pero, por supuesto, allí no había nadie.

Esperé inquieto toda la tarde, horas, imaginándome lo que estaban haciendo a mi madre, cómo se la follaban.

La sensación que tenía era una mezcla de angustia, miedo, excitación sexual e incluso vergüenza por haber visto lo que hacían a mi madre sin intervenir lo más mínimo e incluso disfrutando de ver como se la tiraban.

Cuando ya era de noche, escuché como se abría la puerta de casa.

Quizá fuera mi padre, que normalmente llegaba incluso antes a casa, pero no.

Era mi madre, que venía muy colorada y despeinada, con el vestido arrugado y sucio, incluso con algún rasgón en su vestido que dejaba ver su carne sonrosada debajo, y me di cuenta que se la veían las caderas, que no llevaba bragas, que la habían quitado la ropa interior y no se la habían devuelto.

Muy seria, sin mirarme a la cara, muy avergonzada, me dijo que se iba a la ducha.

Estuvo allí casi una hora y, luego, anunciándome, desde la puerta de su dormitorio solamente que estaba muy cansada y que se iba a la cama, desapareció, cerrando la puerta para que no la molestaran.

No tardó en llegar mi padre. Preocupado, como siempre con sus trabajo, pensando cómo hacer la pelota a los jefes y como joder a los curritos.

Le extrañó que mi madre no estuviera a su servicio, con la cena preparada y sirviéndole como al señor de la casa, pero enseguida sus pensamientos volaron a su trabajo asqueroso y se olvidó del mundo de los vivos para regresar al de los muertos.

No sé exactamente que la hicieron, pero me lo imaginaba. No sé si a ella le gustó, pero supuse que en el fondo así había sido. Y soñé aquella noche que yo también gozaba de mi madre en la piscina, los dos desnudos, los dos follando.

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