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La luna de miel de mamá

en Hetero: Infidelidad

Aunque todavía no había nacido, os voy a relatar la luna de miel que tuvo mi madre ya que mi padre, por voluntad suya, no estuvo con ella. El relato lo he ido construyendo escuchando a unos y a otros, hilando comentarios e imaginándome el resto.

Acababan Marga y Manolo de llegar a una isla aislada en mitad del océano para disfrutar de su luna de miel sin que nadie les moleste.

La joven acababa de cumplir veintiún años y su esposo tenía diez años más, pero se conocían desde hacía menos de un año.

A los pocos minutos de llegar a la habitación del lujoso hotel donde tienen contratada una semana recibió el marido una llamada de teléfono de su empresa. Habían tenido un problema muy grave y necesitaban que Manolo lo solucione urgentemente.

Ante la incrédula mirada de su joven mujer que acababa de salir del baño cubierta solamente con una fina toalla, deseando echar un polvo, el hombre, que desea progresar en su empresa hacia puestos directivos, aunque comenta que está de luna de miel, intenta conocer el problema y cómo se ha presentado. Una vez ha escuchado plantea soluciones y explica qué debe hacerse para solucionarlo. Necesitan ponerlo en práctica al otro lado del teléfono y cuelgan, acordando que en pocos minutos se pondrán nuevamente en contacto.

El incidente enfría el ardor de la pareja que ya se veían follando sin descanso durante la semana que iban a permanecer en la isla. Sentado en la cama espera el marido la llamada, recibiéndola a los pocos minutos, donde le informan que el problema no se soluciona y que el consejero delegado se está poniendo muy nervioso, reclamando su presencia.

Todo el día permanece el marido hablando por teléfono, esperando que el problema se solucione, hasta que, después de varias horas, le reclaman para que vaya a la misma empresa a resolverlo para lo que le reservan el primer vuelo que sale esa misma noche.

Piensa Manolo que son unos inútiles, que el problema no es tan grave y él lo puede resolver en un par de horas como mucho, por lo que piensa que al día siguiente puede estar de vuelta para fornicar desenfrenadamente con su mujercita.

Después de haber mantenido una acalorada discusión con su marido, Marga le acompaña indignada al aeropuerto donde en el mostrador le indican inicialmente que es imposible que tenga plaza en el siguiente vuelo, ya que sale uno al día de la isla y siempre están reservadas las plazas desde hace semanas o incluso meses.

Sin embargo, ante la insistencia de Manolo la mujer del mostrador encuentra sorprendida una plaza reservada a su nombre, pero la reserva no ha sido hecha hace poco más de una hora como le habían indicado al hombre su empresa, sino desde hace más de un mes. Supone Manolo que es un error informático, pero lo importante es que puede salir en poco más de media hora lo que supondrá en su opinión un incremento considerable en su valoración ante sus jefes e incluso hace méritos para una muy buena subida de salario y una importante proyección a puestos directivos.

Una vez que la joven contempla desde tierra cómo despega el avión con su marido, toma un taxi y vuelve llorando amargamente al hotel.

Aquella noche cena sola en una mesa del comedor del hotel y se vuelve sola a su habitación, contemplando con envidia a las parejas que también están en el hotel. La rabia y la indignación no la abandonan, añadiéndose incluso una sensación de abandono, de tristeza, de no sentirse amada. Aunque le llama su marido por teléfono nada más llegar a la ciudad, no logra conciliar el sueño y menos aun cuando, en el silencio de la noche, escucha a una pareja follar en una habitación contigua, a la que se suman los gemidos y chillidos de otra mujer copulando en la otra habitación con la que comparte pared. Están con ganas los vecinos porque no solamente echan un polvo sino que encadenan uno después de otro, chillando cada vez de forma más escandalosa.

Marga, escuchándolo, llora de impotencia y de envidia. Metiéndose una mano bajo la braguita, se masturba frenéticamente sobre la cama, deseando ser ella a la que se están follando, sin importarla si es su marido o cualquier otro, tan indignada está.

Acariciándose reiteradamente con una mano entre sus labios vaginales, dirige la otra a su pecho para estimularlo, pero el ligero camisón lo dificulta, por lo que, iracunda, se levanta de un salto de la cama, chillando, y, arrancándose frenética la prenda así como sus braguitas, las tira con rabia al suelo para, a continuación, subirse a cuatro patas sobre la cama. Coge la larga almohada y se la coloca entre sus piernas, balanceándose rápido adelante y atrás sobre ella, restregando rabiosa su vulva por la almohada, como si copulara con ella.

Pero no es suficiente, necesita algo más fuerte, más estimulante, y recuerda en ese momento el plátano que está en el cuenco de frutas sobre la mesita redonda de la habitación.

Salta nuevamente de la cama y, moviéndose ágil por la habitación, coge la fruta y se la lleva a la cama donde, tumbándose bocarriba, se abre de piernas y se mete el plátano a modo de consolador por la entrada a la vagina, y, metiéndoselo y sacándoselo como si fuera una verga con la que se la estuvieran follando, se va masturbando ayudado por la otra mano al masajearse con movimientos circulares el cada vez más congestionado clítoris. Y mientras lo hace, es ella ahora la que gime, chilla, grita tan fuerte como puede, como si la estuvieran echando un polvo descomunal, monstruoso, para que todos la oigan, para que sepan todos que también a ella se la están follando.

No tarda en tener un fabuloso orgasmo y, con el vendaval de placer, viene la relajación y el descanso. Sacándose del coño el plátano, lo deja, chorreando fluidos vaginales, sobre la cama y, cerrando los ojos, se queda dormida al instante, completamente desnuda sobre su cama.

A la mañana siguiente, nada más despertarse recibe una llamada de su marido. El problema ha sido resuelto. Era una tontería que, en opinión del hombre, los inútiles de su empresa no han sabido escuchar las indicaciones que Manolo le hizo por teléfono. Así que ahora se va al aeropuerto para coger el primer vuelo que salga para reunirse con su mujercita en la isla y disfrutar de una lujuriosa luna de miel.

Desayuna sola en una mesa y, aunque está cansada de no haber podido dormir esa noche, está más animada esperando a su esposo. Recorriendo el comedor con la vista, contempla envidiosa en la cantidad de parejas que están desayunando alegremente y piensa si habrá alguna de estas parejas que no habrá follado la pasada noche. También se fija que en una mesa hay también una persona sola, un hombre de mediana edad, bien parecido, que también la mira y, sonriéndola, la saluda con una elegante inclinación de cabeza. Marga, avergonzada, retira la mirada, no vaya a ser que el hombre interprete mal su mirada y quiera sobrepasarse.

De camino a su habitación recibe una nueva llamada de su marido que, muy irritado, la dice que lo ha intentado de todas formas, pero no hay plazas en ningún vuelo que salga hacia la isla en las próximas semanas. Enojada, levanta la voz, chilla, llora, discutiendo con su esposo. Manolo la promete que llamara continuamente a la agencia para ver si hay alguna plaza que haya quedado libre en el último momento, pero al final es Marga la que cuelga el teléfono muy disgustada.

Al llegar a su habitación se tumba en la cama, llorando copiosamente durante más de una hora, y, cuando se calma, piensa que no puede estar eternamente recluida sin salir de su habitación y toma la determinación de bajar a la piscina del hotel y, al menos mientras toma un poco el sol, leer una novela.

Lo primero que hace es comprar en la tienda del hotel una novela y, al ir a pagar, choca con un hombre que se cruza en su camino, haciendo que la novela caiga al suelo. El hombre, sin dejar de disculparse, recoge la novela del suelo y se la da sonriéndola tímidamente. ¡Es el mismo que la saludó en el desayuno!

Sin mirarle directamente a la cara, Marga recoge la novela de las manos del hombre y, dándola tímidamente las gracias, se aleja, casi huye de él, avergonzada. ¿Por qué lo hace? ¿Le gusta? ¿Se avergüenza de estar sola y de que se haya dado él cuenta?

En la piscina del hotel encuentra una sombrilla un poco apartada del resto, casi escondida, y, quitándose el vestido y las chanclas, se tumba solamente con el bikini puesto en la tumbona, disponiéndose a leer.

De vez en cuando levanta la vista para ver si alguien la observa, pero nadie parece que lo haga. Tampoco ve al hombre, al hombre del que huyó avergonzada. Solo observa parejas que se besan y se soban con la excusa de esparcirse crema y siente una enorme rabia y pena, pena de sí misma, de sentirse abandonada en la luna de miel por su marido.

No se atreve a meterse al agua de la piscina para intentar pasar desapercibida pero el calor hace mella en ella y al fin se atreve, pero sin mirar a nadie, como si al no mirar no la miraran. Al salir su mirada se cruza con la de un empleado del hotel que la mira lujurioso las tetas. Agachando la mirada, Marga mira por si se le ha movido el bikini y enseña más de lo que quisiera, pero no, no se le ha movido, aunque sus tetas amenazan con reventar la prenda que lleva. Se siente objeto del deseo del hombre y no la molesta, más bien la excita. Se siente que ya no es una planta, una piedra a la que nadie hace ningún caso.

Volviendo a su sombrilla, se tumba en la tumbona y hace como si leyera, pero piensa en la mirada del empleado y, morbosa, se da cuenta que sus pezones se le han hinchado de deseo. Y es que no es normal que en su luna de miel no esté follando continuamente. Siente cómo la observa el empleado y, disimuladamente, levanta la mirada y la cruza por un instante con el hombre, retirándola avergonzada como si fuera una niña mala a la que hubieran pillado en una travesura. Siente que la cara se la enciende como una tea, abochornada. Levanta el libro que está leyendo, cubriéndola el rostro, como si estuviera concentrada leyendo. Sí, siente cómo si la estuviera desnudando con la mirada. Incluso se le humedecen las braguitas de su bikini y se cierra de piernas, apretando fuertemente sus muslos entre ellos, como si impidiera que la violaran allí mismo.

Sin apartar los ojos del libro ni lee ni pasa de hoja durante varios minutos y, al darse cuenta, pasa una hoja rápidamente sin dejar de clavar su mirada en el mismo. La tiemblan los muslos de agotamiento por la tensión de tenerlos tan apretados y juntos, por lo que los relaja algo, no del todo, separándolos un poco y siente como si la penetraran entre los muslos, como si buscaran la entrada a su vagina, como si fueran a follársela en ese preciso momento, por lo que, emitiendo un chillido agudo, baja rápido el libro hasta su propia entrepierna, cubriéndosela, pero … no, no había nadie entre sus muslos, ninguna polla que buscara ansiosa penetrarla, quizá fuera su propio sudor al esforzarse por mantener cerrados los muslos o simplemente su imaginación.

Sin dejar de taparse con el libro, se da cuenta que no escucha ahora ningún ruido, ninguna voz, y levanta poco a poco la mirada para encontrarse varias miradas que convergen en ella, no solamente la del empleado del hotel que la mira con una sonrisa burlona sino la de todos los clientes y empleados del hotel próximos.

Avergonzada se gira, dando la espalda a los que la miran, pero encuentra otros que también la observan sonriendo malévolamente. Mirando al suelo, se levanta de la hamaca, cogiendo sus enseres, y se marcha, más bien huye precipitadamente ante la mirada burlona de todos. Escuchando risas a sus espaldas, no se gira, sino que, al borde del llanto, va todavía más deprisa huyendo, sin ponerse ni el vestido ni las chanclas.

Aunque siente doloridos los músculos de los muslos por haberlos mantenido en tensión, continúa renqueante por el pasillo que conduce a su habitación y, cuando se acerca a su puerta, la da un doloroso calambre en la parte posterior de uno de sus muslos, haciendo que chille escandalosamente y se detenga. Llevándose su mano a la parte trasera del muslo, se lo sujeta, llorando no solo de dolor sino de haber hecho el ridículo ante tanta gente y abandonada por su recién estrenado esposo.

Un hombre se acerca por detrás a ella y la pregunta:

• ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que la ayude?

• ¡No, no, ay, ay, la pierna, un calambre!

Exclama sin dejar de llorar y, pugnando entre esconderse en su habitación o recibir ayuda, hace amago de acercarse a la puerta de su habitación con la tarjeta en la mano.

El hombre, solícito, la intenta tranquilizar.

• ¡No se preocupe! ¡Es solo un calambre! ¿Es esta su habitación? Espere que la ayudo.

Y, cogiendo de la mano de Marga la tarjeta magnética, abre en un momento la puerta de la habitación ante la mirada sorprendida de la joven que reconoce al hombre. ¡Es el empleado del hotel que la miraba de forma lasciva!

Como ella, atenazada por el agudo dolor y por la vergüenza, no se atreve a moverse, el hombre, pasando sus brazos detrás de los muslos y de la espalda de ella, la levanta en brazos, disculpándose.

• Con su permiso.

Ella emite un gritito más sorpresa que de dolor, aunque no se mueve y se sujeta a la cabeza del hombre que la mete en la habitación, cerrándose la puerta a sus espaldas, y la deposita con suavidad bocarriba sobre la cama al tiempo que la dice:

• No se preocupe. Es doloroso pero enseguida se lo quito.

Y levantándola la pierna, colocó la planta del pie de ella sobre el pecho desnudo del hombre, presionando éste levemente con su pecho hacia abajo, estirando el musculo de la joven y reduciéndola al momento el agudo dolor.

• Relájese, por favor. No se mueva. Enseguida se le va el dolor.

La dijo con voz suave, pero, al observar que Marga tenía una posición más bien incómoda, tomó también la otra pierna de la joven y se la colocó también extendido sobre su pecho, comenzando a masajear el muslo de Marga con sus dos manos.

A medida que el dolor fue remitiendo un torbellino de pensamientos acudió a la mente de la joven:

• ¡Qué vergüenza! Estoy sola con un desconocido en su habitación.

• Tengo todo mi dinero, mis tarjetas y mis joyas en la caja fuerte de la habitación.

• ¿Querrá aprovecharse de mí? ¿Violarme ahora que estoy sola e indefensa?

• Estoy casi desnuda, solamente llevo puesto el bikini, y no tengo nada a mano con lo que cubrirme.

No le parece precisamente feo o desagradable el hombre sino más bien lo contrario, le parece de una belleza … salvaje, como si fuera una bestia feroz. El pensamiento la turba, la resulta morboso, pero no se atreve a rechazarle, no fuera a agredirla, a agredirla sexualmente, por lo que le deja hacer, no quiere molestarle, incluso la gusta, la gusta sentir el tacto de las manos de un hombre sobre ella.

Como no tiene nada con lo que cubrirse, se queda quieta llevando solo el bikini encima, tumbada bocarriba sobre la cama. Siente cómo la desnudan con la mirada, cómo la dejan completamente desnuda y … entregada. Poco a poco se va tranquilizando y extiende los brazos sobre la cama hacia la cabecera, cerrando los ojos. Se resigna a que hagan con ella lo que quieran, incluso lo desea, lo desea ardientemente.

Mientras el hombre la amasa el muslo permanece con la mirada baja, como si estuviera concentrado en el cuádriceps de la joven, pero su mirada recorre la pierna de principio a final, fijándose especialmente en la entrepierna de la joven y cómo abulta la braguita del bikini el sexo que se encuentra debajo escondido.

Al darse cuenta de que ella mantiene ahora los ojos cerrados, recorre también con su mirada la parte superior del cuerpo de la joven, también su rostro, sus carnosos labios sonrosados, su nariz chata y respingona, su rostro redondeado, pero especialmente sus hermosos senos cuyos puntiagudos pezones amenazan con taladrar la tela del pequeño sujetador.

Fijándose nuevamente en la entrepierna de ella, desciende una mano desde el muslo de la joven a su propio cinturón y se lo desabrocha, así como los botones de su pantalón, sacándose la verga, erecta y congestionada, repleta de abultadas venas azules.

No parece que ella se haya dado cuenta, y, si lo ha hecho no parece darle importancia, así que, mediante un suave movimiento de los dedos, el hombre mueve ligeramente la braguita del bikini de la joven, dejando la jugosa vulva al descubierto.

Una fina franja de vello púbico oscuro apenas cubre la lujuriosa sonrisa vertical que parece estar provocando:

• ¡Venga, atrévete, atrévete a entrar, penétrame, fóllame!

Cogiendo el hombre con su mano el cipote, lo dirigió a la entrada a la vagina de Marga y, al colocarlo en su acceso, provocó que la joven, sorprendida, abriera mucho los ojos y, sin fijarlos en ninguna parte, emitió un suave:

• ¡Ah!

Al no encontrar ningún rechazo, el hombre, moviendo hacia delante sus caderas, la fue penetrando poco a poco, lentamente, hasta casi desaparecer el cipote dentro para, a continuación, ir suavemente sacándolo, hasta casi dejarlo fuera, y volverlo a meter otra vez dentro, una y otra vez, despacio al principio, sujetándola por las caderas y con las piernas de ella extendidas sobre su pecho.

Cerrando los ojos Marga se dejó hacer, se dejó follar, desmadejada, se convirtió en un juguete del macho que fue aumentando poco a poco el ritmo, de forma que, incluso los voluptuosos pechos de la joven saltaron de su pequeño bikini, exhibiéndose desnudos en todo su esplendor, y bamboleándose desordenadas por las embestidas del hombre, incrementaron aún más el grado de excitación de éste, provocando que se corriera abundantemente al cabo de pocos minutos.

Deteniéndose descargó toda su carga de esperma dentro de la joven y, una vez satisfecho, la desmontó, dejándola bocarriba sobre la cama, y salió de la habitación en silencio, cerrando suavemente la puerta a sus espaldas.

No, no se había corrido todavía Marga, así que, metiendo sus dedos entre sus labios genitales, estimuló su clítoris hasta que también alcanzó el orgasmo y una vez hecho, una vez aplacado su lujurioso deseo de ser follada, una sensación extraña la embargó. Había sido infiel a su marido en su propia luna de miel, se la había follado un desconocido, un empleado del hotel, y ella no había puesto trabas, sino todo lo contrario, se había dejado follar e incluso se había masturbado después. Pero le estaba bien empleado a su media naranja, la había abandonado, la había dejado sola, para ir a chupar pollas a su empresa y a que le dieran por culo. ¡Él sí que era un pervertido, un hijoputa pervertido y ahora un auténtico cabrón!

Sonó el móvil estando ella en la ducha y no hizo ningún esfuerzo por cogerlo. Sería el cornudo de su marido. ¡Que sufriera cómo ella sufría!

La siguiente llamada la pilló ya fuera de la ducha y sí, era su cornudo. Cubierta solamente con una toalla salió a la terraza de la habitación, todavía mojada, escuchando lo que la decía y respondiendo con monosílabos, como si no la importara lo que la decía.

Mirando hacia abajo Marga vio a un fornido y sudoroso jardinero que, deteniendo un momento su trabajo, la observaba. Mirando hacia otra parte y actuando como si no le hubiera visto, dejó caer su toalla, descubriendo su hermoso cuerpo desnudo. Y así, completamente desnuda, continuó hablando por teléfono ante los lúbricos ojos del hombre que se la comía con la mirada.

Dándole la espalda, se apoyó en la barandilla de la terraza. Sus prietas y respingonas nalgas se asomaban lujuriosas entre los barrotes de la barandilla y, así estuvo haciendo como si escuchara a su esposo durante varios minutos.

Cansada de escuchar la voz, se inclinó hacia delante para recoger la toalla que había dejado caer, mostrando al jardinero su macizo y redondeado culo y la jugosa vulva que colgaba entre sus torneados muslos. Se entretuvo haciendo que lo recogía para que el hombre disfrutara de lo que estaba viendo.

Incorporándose, arrojó la toalla sobre la hamaca que colgaba en la terraza y se dejó caer sobre ella, bocarriba, y abriéndose de piernas, se acarició lenta y suavemente el húmedo sexo ante los ojos delirantes del hombre que no se creía la suerte que tenía. Mirando disimuladamente al jardinero y sin aminorar en ningún momento el ritmo, se fue poco a poco masturbando sin prestar ninguna atención a la voz de su marido que no dejaba ningún momento de hablar, no daba respiro con sus insignificantes y falaces excusas. Deseando acallar el molesto ronroneo de sus palabras, se metió el móvil entre las piernas y restregándoselo reiteradamente por su coño, se acabó corriendo una vez más en medio de suspiros, resoplidos y chillidos.

Cuando se lo sacó de entre las piernas, estaba empapado de fluidos vaginales y la comunicación se había cortado, no sabía si había colgado su marido o su coño.

¡Lo aborrecía y que mejor que joderle que haciendo que jodieran a su joven y hermosa esposa!

Era la hora de comer, pero no tenía ningún hambre. Su muslo ya no la dolía pero no quería forzarlo, así que se durmió así, completamente desnuda sobre la hamaca, ante los ojos del jardinero.

La despertaron unas voces próximas y, al abrir los ojos, se dio cuenta que ya estaba anocheciendo y vio a un hombre que, desde la terraza vecina, la observaba con descaro. Sonriendo, movió la cabeza saludándola, al tiempo que respondía a las naderías de su mujer que, dentro de su habitación, seguramente no sabía que su hombre se comía con los ojos a una hermosa mujer totalmente desnuda.

Dándose cuenta de su desnudez y que no tenía nada con lo que cubrirse, en un arranque de vergüenza y de timidez, Marga, con el rostro colorado y ardiendo, se levantó rápido de la hamaca y entró corriendo en su habitación, escondiéndose de las miradas ajenas.

Había dormido durante horas y, como no había almorzado, tenía ya hambre, así que poniéndose unas pequeñas braguitas blancas, un diminuto sostén a juego, un ligero vestido con minifalda y unas sandalias de tacón salió a cenar. Como su marido había contratado pensión completa para no perder el tiempo buscando un sitio para comer y así poder dedicar todo el tiempo a follar, la cena estaba también incluida en el hotel.

Atendió una nueva llamada de su marido que, deshaciéndose en disculpas, repetía una y otra vez lo mucho que la quería y que iría con ella tan pronto como encontrara un billete de avión.

Dejando el móvil apagado en la habitación, hacia el restaurante se encaminó, moviendo sus poderosas caderas al andar, y, como el comedor estaba repleto, no encontraba primera vista una mesa para sentarse, hasta que un hombre elegantemente la dijo que la suya estaba libre.

¡Era el mismo hombre que la saludó en el desayuno y con el que tropezó en la tienda!

Esta vez no le rehuyó sino que se dejó conducir hasta la mesa, una mesa para dos en el rincón más alejado del restaurante.

Se presentó como Pablo y la dijo que había venido solo. Debía tener unos treinta y bastantes años, pero era elegante, guapo y con buen tipo, seguramente también con dinero. Ella, cansada de su situación, se sinceró al momento y se presentó como una recién casada a la que su marido había dejado para ir a trabajar. Se rieron y enseguida congenió Marga con Pablo.

Como era buffet libre, todos los pasos que daba ella en busca de la comida eran seguidos por muchos de los hombres que había en el comedor y por bastantes mujeres. Posiblemente la mayor parte habían presenciado cómo la joven hizo el ridículo en la piscina, gimiendo como una virgen violada, como una loca ansiosa de pollas.

Después de la cena, tomaron unas copas en el bar del hotel, sentados en cómodas butacas, y Marga, entonada por el alcohol que estaba ingiriendo, observaba divertida como la mirada de Pablo se desviaba frecuentemente a sus generosos pechos que asomaban por el amplio escote del vestido, así como entre sus muslos, intentando bucear bajo su corta falda que dejaba poco a la imaginación.

No dejaba de pensar la joven que el hombre lo único que buscaba era follársela, meter entre sus piernas, bajo sus bragas y follársela.

Luego fueron a bailar a la discoteca también del hotel, y, restregándose uno contra otro, la joven, liberada de prejuicios con la bebida, disfrutó excitando a Pablo y se asombró gratamente por lo erecta, dura y grande que tenía su polla, lo que potenció la morbosidad del momento. También él la dio un buen repaso, sobándola nalgas, muslos y tetas sin ningún recato con la excusa del baile y de la oscuridad de la pista.

No solo fue Pablo el que manoseó a la joven, sino que otros hombres aprovechando el gentío de la pista también la sobaron más o menos disimuladamente sus suculentos encantos, y ella, riéndose, se deja hacer, libre de ataduras, sin conocer a nadie y sin nadie que la conociera, castigando a su marido por dejarla abandonada con el fin de escalar a cualquier precio en la empresa.

Ya era de madrugada cuando la nueva pareja se encaminó a las habitaciones. Parecían los dos bastante borrachos, riéndose y haciendo eses mientras caminaban por el pasillo. Ella con los zapatos en la mano, caminaba descalza por la alfombra, y él no apartaba sus manos del culo y de las caderas de la joven, propinándola frecuentemente ligeros azotes en sus voluptuosas nalgas.

Pablo la acompañó a su habitación y, al llegar a la puerta, entre broma y broma, Marga dejó caer su tarjeta por su escote y Pablo, sin dudarlo, metió su mano y, si no encontró la tarjeta, si lo que buscaba, las erguidas y enormes tetas de la joven, que sobó a placer ante las risas escandalosas de ella, desgarrando el vestido en el mismo pasillo y cayendo la prenda rota sobre la alfombra, así como la olvidada tarjeta.

Inclinándose hacia delante las manos del hombre la bajaron el sostén, dejando sus pechos al descubierto, y, asombrado ante tanta hermosura, la agarró las nalgas de Marga para que no se alejara, al tiempo que la chupaba y mordisqueaba ansioso las tetas.

Los grititos desvergonzados de la joven despertaron a los pocos clientes que todavía dormían que, ante tanto jolgorio, se quejaron ruidosamente, haciendo callar a la pareja.

Se agachó Pablo para recoger la tarjeta del suelo y, al incorporarse, cargo sobre sus hombros a la joven que sorprendida todavía chilló más.

¡Era evidente que quería Marga vengarse de sus vecinos que, con tanto follar la noche anterior, no la dejaron dormir!

Utilizó el hombre la tarjeta para abrir la puerta de la habitación de la joven y entro con ella, cerrando la puerta a sus espaldas.

Una vez dentro, se inclinó hacia delante y la depositó bocarriba sobre la cama, aprovechando para tirar de sus braguitas y quitársela por los pies.

En un momento se despojó el hombre la ropa, dejándola caer al suelo junto con la prenda que acababa de quitar a la joven.

Marga, tumbada bocarriba sobre la cama, recuperó un tanto la lucidez al ver cómo su acompañante se desnudaba y, asustada, como queriendo huir para no ser follada, se giró, dándole la espalda, poniéndose a cuatro patas, pero antes de que se alejara, Pablo la sujetó por las caderas, impidiendo su marcha, y, sin darla tiempo a qué reaccionara, se colocó de rodillas entre sus piernas, y, dirigiendo con su mano el cipote, se lo metió en el coño por detrás.

La joven, al sentir como la penetraban, se mantuvo quieta, sin moverse y contuvo por un momento la respiración.

Aunque llevaba toda la noche provocando al hombre, no se podía creer lo que la estaba pasando, que se la estuvieran follando.

¡Era en el fondo una calientapollas, que provocaba a los hombres hasta hacer que se corrieran, alejándose antes de que se la follaran!

Pero esta vez no pudo hacerlo, no pudo impedirlo, como tampoco pudo evitar que se la follara el día anterior el empleado del hotel

¡Se la estaban follando! ¡Se la estaba follando un tipo al que esa misma noche acababa de conocer!

Sujetándola por las caderas Pablo empezó a balancearse rítmicamente adelante y atrás, adelante y atrás, folándosela, metiéndola una y otra vez el cipote por el coño, mete-saca mete-saca.

Suspirando, colocó Marga su cabeza entre los brazos doblados sobre el colchón, suspirando y gimiendo mientras el hombre se la tiraba, restregando reiteradamente su duro miembro por el empapado interior del coño de la joven.

Aumentando poco a poco el ritmo del folleteo, fue tornándose en una frenética cabalgada, que incluso desplazaba la cama a uno y otro lado, chocando una y otra vez contra la pared del dormitorio.

Los gemidos y suspiros dieron paso auténticos chillidos de placer.

¡Quería que todos se enteraran que también a ella se la estaban follando, que la estaban echando un auténtico polvo de campeonato!

Pero no solo ella gritaba, también Pablo no se contuvo lo más mínimo, acompasando sus gritos con las entradas y salidas de su verga de la vulva de la joven.

El alcohol que habían consumido retardaba el orgasmo, aunque no bajaba la erección y la congestión del hombre que insistía una y otra vez, restregando incansable su cipote por el interior de la vulva de Marga.

Fueron casi quince minutos de intenso e infatigable folleteo hasta que, por fin, el hombre se corrió, deteniendo su potente impulso y descargando su lefa dentro de la vagina de la joven.

Al disminuir los gritos de la pareja hasta cesar prácticamente por completo, se escucharon aplausos, sonoros aplausos desde las habitaciones próximas, así como vítores y vivas, por fin podrían dormir.

Como Marga no había alcanzado todavía el orgasmo, al girarse hacia el hombre, le sujetó la cabeza y, empujándola, la acercó a su entrepierna, obligándole a que la comiera el coño.

Y Pablo, a pesar de estar toda la vulva de la joven empapada de esperma, de su propio esperma, no dudó ni un momento en hacerlo, y, tumbado bocabajo sobre el colchón, acercó su boca y empezó a lamerlo, lentamente al principio, pero, apremiado por la joven que le chillaba “¡Más, más, más rápido! Incrementó el ritmo al tiempo que introducía sus dedos dentro de la vagina de la joven, los metía y los sacaba, acariciando y simulando que la estaba echando un nuevo polvo.

La lengua sonrosada del hombre la lamía ansioso entre los turgentes labios vaginales, incidiendo principalmente en su cada vez más hinchado clítoris, y, cuando más se excitaba Marga, más se estremecía y más chillaba, chillando a todo pulmón al alcanzar el tan deseado orgasmo.

Nada más conseguirlo, se quedó dormida, profundamente dormida, y Pablo, limpiándose la boca y la cara con la sábana, se quedó también dormido al lado de ella.

La luz de la mañana despierta al hombre completamente desnudo sobre la cama. A su lado también duerme profundamente la joven, tan desnuda como él y sin ninguna sábana que la cubra. Ella está acostada de lado, con las piernas dobladas hacia delante, dándole la espalda lo que resalta la redondez y dureza de sus nalgas, como así aprecia su amante, que la acaricia suavemente las caderas y los glúteos, sin despertarla.

Se levanta y va al baño a orinar. Cuando vuelve continúa la joven durmiendo en la misma posición. Pablo coge el teléfono y solicita en voz baja que le lleven a la habitación un desayuno americano para dos personas.

Mientras espera que lo traigan se afeita utilizando una cuchilla y los útiles de aseo del marido de Marga.

Cuando llaman con los nudillos a la puerta, Pablo, cubierto solo por una toalla sujeta a la cintura, abre al momento, viendo que es un joven camarero el que trae una bandeja y le indica en voz baja que deposite el desayuno sobre la mesa redonda que hay en la terraza.

Entrando sin hacer ruido al dormitorio, el camarero se detiene asombrado al ver a la joven tumbada completamente desnuda sobre la cama. Como ella está acostada de lado, dándole la espalda, el joven clava sus ojos en el hermoso culo redondo de Marga. Involuntariamente sonríe, dudando qué hacer, y Pablo le susurra al oído que continúe y no la despierte. Caminando cerca de los pies de la cama, el joven no deja de mirarla el culo, y, una vez deja la bandeja en la terraza, al darse la vuelta, contempla entusiasmado los hermosos pechos de Marga.

Aunque camina por el dormitorio para salir por la puerta, no deja de girar la cabeza, observando en todo momento el culo de la joven, tropezando con Pablo que se ha colocado frente a él.

Lejos de irritarse, el hombre, guiñándole un ojo, le susurra al oído:

• ¡Venga, no seas tímido, follátela! Duerme y no se dará cuenta.

Mirando asombrado a Pablo, no se puede creer la oferta que le acaban de hacer, pero cuando el hombre cierra la puerta de la habitación, su deseo vence a la prudencia, y, descalzándose al momento, se baja y quita pantalón y calzón a la vez, descubriendo un gran pene erecto que emerge de una espesa mata de pelo negro rizado.

Acercándose a la cama, Pablo mediante gestos le indica que se tumbe de lado sobre la cama, situándose de espaldas a la joven, y eso hace el camarero, muy obediente, siendo Pablo el que también levanta suavemente la pierna a Marga para que el joven, tomando su pene con la mano izquierda, lo dirija a la entrada a la vagina de ella, penetrándola lentamente para no despertarla.

Moviendo las caderas y el culo hacia delante, poco a poco va entrando el erecto miembro en el coño, sin incomodar ni despertar en ningún momento a su dueña a la que el empleado sujeta por la cadera.

Y una vez dentro la verga, retrayendo las caderas, empieza a salir, friccionando por el conducto que, poco a poco, se va lubricando en cada entrada y salida.

En el más absoluto de los silencios pero abandonando poco a poco su timidez, el camarero, más atrevido, va imprimiendo cada vez una menor lentitud a sus acciones.

Marga sin llegar a despertarse, entre sueños, se va excitando, chupando y mordisqueando sus sonrosados y golosos labios mientras gime de placer.

Los vaivenes cada vez más rápidos y enérgicos del joven desplazan el cuerpo de Marga hacia delante y hacia atrás, escuchándose el sonido rítmico de los cojones chocando con la entrepierna de la joven.

Fue colocar el empleado su mano sobre el pecho desnudo de Marga y correrse, deteniendo sus embestidas y descargando su lefa dentro de ella.

Lentamente va saliendo la joven de su profundo sueño, provocando que Pablo urja al empleado a que se levante de la cama y salga deprisa dela habitación.

Recogiendo sus ropas el camarero salió escopetado al pasillo, cerrándose la puerta tras él, aunque una pareja que volvía del desayuno le pilló desnudo de cintura para abajo y con el pene morcillón goteando esperma. Un avergonzado “Buenos días” fue respondido al unísono por la pareja con la misma frase pero con un tono más de sorpresa, de una enorme sorpresa, y, entrando rápido en su habitación, cerraron la puerta, temiendo quizá que el camarero continuara prestando sus servicios también con ellos.

En la habitación Marga se despereza, y, todavía media dormida, duda si se la han follado realmente o si lo ha soñado. Girándose, se coloca bocarriba sobre el colchón, colocando sus brazos extendidos hacia la cabecera de la cama, y ve a Pablo, de pies, sonriendo frente a ella.

• Pero ¿qué ocurrió anoche? ¿Me acosté con él?

Duda, sin recordar lo que sucedió la noche pasada, pero, al ver cómo el hombre se despoja de la tolla, mostrándola una verga enorme y erecta, se queda asombrada, sin reaccionar.

Sin dejar en ningún momento de sonreír, Pablo se inclina sobre la joven, colocándose entre sus piernas, abriéndolas sin encontrar resistencia, y, tumbándose sobre ella, coloca su pene en la entrada de la vagina y, empujando poco a poco, la va penetrando despacito hasta que se la mete hasta el fondo.

Apoyándose en sus brazos, empieza a follársela mediante suaves balanceos de cadera, sin dejar de contemplarla tanto los senos cómo el rostro, al que sonríe satisfecho y ella, atolondrada, le devuelve débilmente la sonrisa sin saber muy bien el por qué.

Conforme el impulso del hombre se hace más potente, su mirada se fija solamente en las tetas de la joven y cómo se desplazan caóticas ante las embestidas.

El placer disipa las dudas de Marga y se entrega a él, disfrutando, y abraza con sus piernas la cintura del hombre, facilitando la penetración.

Pronto sus suspiros y gemidos inundan la habitación, ocupando su lugar los chillidos cuando alcanza el orgasmo. Orgasmo que no solo se escucha en toda la planta sino incluso en el jardín, donde el jardinero localiza rápidamente de donde proviene, de la habitación de la putita que se exhibió completamente desnuda frente a él y que incluso se masturbó sin importarle su presencia.

• Ya te daré yo también tu merecido, putita, ya lo creo que te lo daré.

Piensa el jardinero, recordando con deseo el cuerpo de la joven, y se agarra el abultado paquete por encima del pantalón, como si lo retuviera para que no fuera en pos de ella.

Una vez Marga alcanzó su orgasmo, Pablo la desmontó y la dejó que fuera al baño donde fue completamente desnuda, y, cuando estaba dándose una ducha, la mampara se abrió y allí estaba nuevamente su amante, empalmado y listo para entrar otra vez en acción.

Anonadada de la insistencia y potencia del hombre que acababa de follársela, no puso ningún reparo a qué entrara, y se colocara junto a ella bajo el potente chorro de la ducha.

Las grandes manos del hombre se posaron en las erguidas tetas de la joven, sobándolas delicadamente. Ocupando enseguida el lugar su boca que, besuqueándola y lamiéndola los pechos, jugueteó con su lengua y con sus labios sobre los pezones cada vez más hinchados de Marga, mientras la sujetaba fuertemente por sus glúteos.

Sujetándole por la cabeza, tirando de su cabello, la joven se dejó hacer, cada vez más excitada, y, cuando Pablo la levantó y la penetró nuevamente, esta vez de pies, sus piernas se enrollaron una vez más en la cintura del hombre.

Sujetándola por los glúteos bajo el agua de la ducha, la embistió una y otra vez, escuchando cómo la boca de la joven, pegada a su oreja, chillaba de placer. También esta vez se corrió Marga, aunque Pablo otra vez más se contuvo, no quería eyacular. Sabía que hacerlo podía aminorar su deseo y quería administrarlo sabiamente, montarse tantas veces como fuera posible a la yegua encelada pero sin eyacular siempre.

Con apetito desayunaron en la terraza, cubiertos ambos solamente con las toallas del baño, y el jardinero desde abajo, desde el jardín, les observaba y hacía planes para también tirarse a la putita. Ya tendría su oportunidad.

Marga también le vio, pero hizo como si no existiera, como si no hubiera pasado nada, y continuo con su desayuno, mirando a su amante y pensando dónde y cómo se la follarían la próxima vez, pero Pablo lo tenía claro y la propuso ir a la playa, a una muy hermosa y casi sin gente donde podrían ir en coche.

Ella aceptó sin dudarlo y tomaron el coche. El móvil de Marga se quedó en la habitación. No tenía ningunas ganas de escuchar a su marido. Si había elegido su trabajo que se quedará con él, que ya ella se lo pasaría bien por su cuenta.

Él conducía y ella iba de copiloto. Mientras él llevaba bañador, pantalón corto, polo y náuticas, ella vestía un pequeño bikini, vestido corto y ligero, así como sandalias.

No sabía Marga donde estaban las sandalias que se había puesto la noche anterior, así como su vestido. No recordaba que el vestido rasgado de parte a parte por Pablo se quedó la pasada noche tirado en el suelo del pasillo al lado de la puerta de su habitación, así como sus sandalias. Alguien se había encargado de retirarlos, quizá una empleada de la limpieza o quizá no.

Camino de la playa, Marga, a petición de Pablo, ya se había despojado de su vestido, tirándolo sobre los asientos traseros del vehículo y, colocando sus pies sobre el salpicadero del coche, ofrecía una más que sugerente vista tanto para su amante como para los pocos vehículos que se cruzaban con ellos.

Se metió el vehículo por caminos solitarios de tierra y arena, y, siendo imposible, seguir en coche, lo aparcaron y continuaron caminando no más de diez minutos, juntos de la mano como si fueran marido y mujer.

Allí estaba la playa, una hermosa playa de blancas arenas, escondida en una estrecha cala, rodeado de escarpadas montañas.

Se acercaron al mar y caminaron por la orilla, pero, aunque a primera vista parecía que estaban solos, no lo estaban. Había poca gente y muy desperdigada. Sin embargo, como bien pudo darse cuenta Marga no llevaban ninguna ropa encima. Era una playa nudista.

• ¿Dónde me ha traído?

Pensó escandalizada Marga, pero rechazó la idea por ridícula y más aún cuando Pablo la desató en un instante el cordón del sostén y se lo quitó sin darla tiempo a reaccionar y, cuando lo hizo, también la había despojado del tanga, dejándola totalmente desnuda.

Chillando avergonzada, intentó la joven recuperar la prenda, pero, riéndose, el hombre lo alejó de ella, diciéndola:

• No seas una puritana. Ir vestida en una playa nudista es escandaloso, es provocar al personal, excitar sus más bajos instintos, y más de una ha salido de aquí sin ropa y sin virginidad. No te das cuenta que la ropa excita más que la desnudez total.

Pero a ella no la convencía, pensaba que una cosa es ir desnuda en su habitación y otra cosa es pasear desnuda por un espacio público lleno de gente, aunque en su propia habitación se paseó desnuda sabiendo que el jardinero la observaba detenidamente.

• ¡Ay, no, no, por favor, devuélvemelo, por favor, dámelo!

Chillaba brincando alrededor de Pablo con los brazos estirados intentando coger el bikini, pero el hombre, riéndose, lo mantenía alejado, echando a correr enseguida alejándose juguetón de ella, pero Marga, terca, arrancó detrás de él, ante la mirada expectante de un par de hombres que, desnudos, se quedaron boquiabiertos al contemplar cómo las erguidas tetas de la joven brincaban en cada zancada que daba así como el bamboleo que imprimía a sus caderas y a sus hermosos glúteos.

Pero el hombre corría más rápido y ella no le alcanzaba, deteniéndose la joven al observar cómo la verga de un hombre próximo a donde Marga corría se irguió majestuoso al verla como si fuera la trompa de un elefante.

Avergonzada se detuvo, cubriéndose el sexo con una mano y los pezones con el otro brazo, y, sin recuperar todavía el aliento, se metió al mar para cubrir su desnudez. Dando la espalda a la arena de la playa, caminó dentro del agua, alejándose de la orilla y, cuando ya casi no hacía pie, se detuvo y, girándose, buscó por la playa a Pablo, sin verlo.

Temiendo que se hubiera ido y la hubiera dejado desnuda y desamparada lejos del hotel y a merced de cualquier sádico que quisiera violarla, recorrió angustiada con su mirada toda la longitud de la playa de una a otra punta, varias veces, sin encontrarlo y, cuando ya estaba a punto de echarse a llorar desconsolada, algo se metió entre sus piernas, rozándola la vulva.

Pegó un brinco asustada, no se lo esperaba, y mirando hacia abajo, bajo las aguas, no vio nada más que su propio cuerpo desnudo, y, girándose, horrorizada miró alrededor, pero no vio nada. Pensó que quizá fuera fruto de su imaginación y se tranquilizó, pero, al momento, algo volvió a meterse entre sus piernas, y se restregó contra su sexo, sobándolo..

• ¡Aaaaahhhhhh!

Chilló la joven aterrada y se echó a nadar enloquecida sin fijarse hacia donde se dirigía.

• ¡Un tiburón, un tiburón, un pulpo, un monstruo que quería devorarla!

Pensó enloquecida sin dejar de bracear con tanta fuerza como tenía, agotándose al poco tiempo, aminorando el ritmo ya sin aliento, pero otro sobe reiterado entre las piernas la dio una fuerza suplementaria para seguir braceando febrilmente.

Y cuando ya estaba exhausta, pensando que era fácil pasto de los monstruos, algo se metió entre sus piernas y, levantándola, la sacó completamente del agua.

Aún sin tener fuerzas, chilló y chilló aterrada, enloquecida.

• ¡Aaaaaaahhhhhhhhh!

Entre sus gritos desgarrados escuchó unas risotadas debajo de ella y, mirando, vio que estaba sobre los hombros de un hombre, de Pablo, del hijo de puta de Pablo.

¡Era él! ¡Él era el monstruo que la metía mano, el que a punto estuvo de provocarla un infarto!

Intentó decir algo, gesticular, pero sin fuerzas, solo pudo balbucear algo como:

• ¡Jo… jo… puta … ca.. cabrón!

No solamente se reía a carcajadas Pablo sino todos los que estaban en la orilla. Se reían de ella, de su miedo, de su vergüenza, de su ridículo!

Caminando dentro del agua, Pablo, se dirigió a la orilla llevando sobre sus hombros a la joven completamente desnuda y extenuada.

Sujetándose a la cabeza del hombre, la joven se dejó llevar hacia la orilla, y, antes de que llegaran, al ver que se dirigían hacia dos hombres desnudos que, comiéndola con la mirada, mostraban un impúdico pene erecto, logró, al tiempo que tiraba hacia arriba del cabello de Pablo, articular:

• ¡No, no, bájame, bájame, por favor, bájame!

Se detuvo el hombre y, sujetándola, la ayudó a desmontar y a bajar por delante de él, pero, antes de que llegara al suelo, Pablo, sujetándola, la acercó a su cuerpo y, tras un breve tanteo con su cipote entre los labios vaginales de ella, la penetró.

• ¡La penetró! ¡Allí, delante de todos, en la playa, completamente desnuda, se la metió por el coño! ¡Qué vergüenza!

Solo ese pensamiento cruzó por la mente de Marga. No se lo podía creer, tanta humillación y vergüenza, pero sin fuerzas para resistirse, dejó que se la follara, sujetándose como pudo con sus brazos, abrazada a la cabeza del hombre, se dejó follar.

Cogiéndola con sus manos, una sobre cada nalga, la levantó con la fuerza de sus brazos una y otra vez, bajándola y subiéndola, se la fue follando. ¡Arriba, abajo, arriba, abajo!

Rodeada de hombres desnudos que contemplaban como se la follaba y no dejaban de sobarla el culo, las tetas, los muslos, todo.

Pero no, tampoco ahora eyaculó Pablo, y después de follársela durante tres o cuatro minutos, cuando ya tenía los brazos agotados de tanto esfuerzo, la depósito de pies en el suelo, pero ella, que no tenía fuerzas suficientes para mantenerse en pie, a punto estuvo de caer al suelo, por lo que Pablo, pasando un brazo detrás de sus muslos y otro detrás de su espalda, la levantó y la llevó en brazos a la orilla, colocando bocarriba sobre la arena.

Cerrando los ojos, Marga descansó. No se quedó dormida pero al menos se fue recuperando, escuchando cómo alrededor de ella, varias voces que hablaban en voz baja, que cuchicheaban para no molestarla.

Pasaron los minutos y al fin la joven abrió los ojos, encontrando sentado a su lado a Pablo, un Pablo totalmente desnudo, que, sonriéndola con sorna, la preguntó:

• ¿Ya te has recuperado, gatita? Era una broma, una simple broma. Aquí no hay tiburones que te puedan comer. Los que hay solo queremos follarte.

• Mi ropa, ¿Dónde está mi ropa? Dámela, por favor.

• En el coche, gatita, te la daré en el coche cuando volvamos. Olvídate de ella. No es bueno estar vestida en una playa nudista porque los provocas, ya te lo he dicho. Hazme caso, gatita.

Al ver que ya había recuperado la joven el aliento se levantó del suelo y, ofreciéndola una mano, la ayudó a levantarse.

Como tenía la espalda, las piernas y las nalgas cubiertas de arena, se la quitó Pablo con las manos, dándola ligeros azotitos, especialmente en su culo donde los azotes fueron más fuertes y sonoros hasta que Marga, haciendo un quiebro, regateó el último azote.

Cogiéndola de la mano, caminaron por la orilla, completamente desnudos los dos, ante la lasciva mirada de los nudistas que allí había.

Se fue Marga acostumbrando a caminar desnuda ante la mirada de todos que, poco a poco, dejaron de hacerla casos, aunque siempre había alguno que no perdía detalle de sus hermosos y erguidos pechos, así como de sus prietas y redondas nalgas.

• ¡Ven, subamos ahí arriba para ver mejor las vistas!

Le dijo de pronto Pablo, señalando una gigantesca duna de empinada cuesta y abundante vegetación ante el que estaban parados.

• Sube tú primero, yo voy detrás y te ayudo a subir.

La indicó el hombre y ella, obediente, comenzó a subir con Pablo situado inmediatamente detrás.

Las manos de él se colocaban sobre las prietas nalgas de Marga, sujetándola para que no cayera o empujándolas para que no se deslizara hacia abajo. Cuanto más complicada era la subida, más reiterado era el sobe al que Pablo sometía sus glúteos, e incluso alguna mano se deslizaba entre sus piernas, sobándola insistentemente el sexo, haciendo que cada vez más se excitara la joven y se lubricara su vulva.

Ya no era una subida, era más bien una escalada donde las manos de Pablo y el culo y el sexo de Marga eran los verdaderos protagonistas, hasta que, casi llegando a la cima, el culo de la joven se colocó a la altura de la cabeza del hombre que, sin pensárselo dos veces, metió su rostro entre las prietas nalgas de ella, comenzando a lamerlo con fruición, como si de una sabroso dulce se tratara.

Aunque ya se esperaba algo parecido, se estremeció Marga al sentir cómo la cálida lengua de Pablo recorría una y otra vez sus labios vaginales y el espacio situado entre los dos cachetes del culo, incluso su mismo ano.

Sujetándola por las caderas para que no se moviera, la lamió el coño y el culo a placer hasta que, una vez, se corrió la joven en la misma cara del hombre.

Dejándola tiempo para que se recuperara del orgasmo, llegaron arriba y, como si no hubiera sucedido nada, Pablo la explicó durante minutos el panorama que tenía ante sus ojos, y, aunque Marga, hacía como si escuchara atentamente, su mente se deleitaba en el placer que acaba de sentir.

No volvieron por el mismo camino sino que, completamente desnudos, se fueron hacia el coche. Cuando el coche arrancaba Marga, buscando en infructuosamente su vestido en los asientos traseros, le preguntó a pablo como si no tuviera ninguna importancia:

• ¿Y la ropa? ¿Y nuestra ropa?

• No te preocupes por ella. Aquí nadie nos conoce y podemos hacer lo que queramos.

Respondió el hombre despreocupadamente al tiempo que ponía su mano derecha sobre el muslo desnudo de Marga.

Saliendo a la carretera principal, el vehículo aminoró la velocidad en un tramo en línea recta y Pablo, colocando su mano sobre la cabeza de Marga, la dijo:

• ¡Ven, cómemela, cómeme la polla!

La pilló de sorpresa y solo pudo articular el principio de una pregunta que iba a ser ““¿Cómo?” antes de que la hundieran su cabeza entre las piernas del hombre, colocando su boca sobre la verga morcillona del hombre, y, muy obediente, la cogió con una de sus manos y comenzó a lamerla.

La lengua de Marga recorría el cada vez más erecto miembro en toda su longitud, arriba y abajo, abajo y arriba, lamiéndole también el escroto. Se introdujo en la boca el cipote y lo acarició insistentemente con sus labios, masajeando el glande con su lengua y empapándolo de saliva.

Aunque la joven no veía por donde iba el vehículo sabía que habían abandonado la carretera y que circulaban por una localidad repleta de gente. Aun así se concentró en estimular la verga de Pablo y, cuando ya veía que estaba a punto de eyacular, el hombre la dijo que parara y la retiró la cabeza.

Al incorporarse la joven se encontró en medio de una feria repleta de gente y que todavía no se habían percatado de su desnudez.

Cubriéndose con una mano su entrepierna y con el otro brazo sus pezones, no sabía cómo esconderse. Pensaba que Pablo estaba loco, loco de remate, pero éste, sin dejar de sonreír, conducía entre el gentío como si fuera lo más normal conducir desnudo.

Un adolescente se fijó en las tetas desnudas de Marga y, al tiempo que casi saltaban los ojos de sus órbitas, grito señalándola. Fue el pistoletazo de salida para que todos los ojos se volvieran hacia ella, que, a punto de infarto, se agachó, colocando sus pechos sobre sus piernas para que no pudieran verlos.

Escuchó gritos, comentarios soeces e incluso golpes en la ventanilla, en el techo y en la puerta del vehículo, pero, manteniendo la calma, Pablo siguió conduciendo, saliendo de entre el gentío.

Cuando la algarabía no se escuchaba, la joven, temerosa, levantó la vista y se incorporó, viendo que el coche iba ahora por la carretera, observando a pocos metros el hotel donde se alojaban.

Aparcó el hombre en la entrada del hotel y, mirando burlonamente a Marga, la dijo:

• ¡Venga, bájate, ya hemos llegado! ¿A qué esperas?

Tímidamente la joven, mirándole con el rostro encendido de vergüenza, le respondió en voz baja con otra pregunta:

• Pero … ¿y mi ropa?

• Ya te he dicho que no te preocupes por ella. Aquí nadie nos conoce y podemos hacer lo que nos de la real gana.

Le respondió a su vez Pablo, y Marga replicó irritada:

• Ya lo sé, por eso te pido mi ropa, porque me da la real gana de ponérmela. ¿Dónde está?

Y Pablo, riéndose a carcajadas, se agachó y, metiendo una mano bajo su asiento, saco un bulto que, al desplegarlo, era su ropa.

• La tuya está bajo tu asiento, gatita.

Agachándose Marga, también sacó un bulto bajo donde estaba sentada y era, efectivamente su vestido, aunque no su bikini y calzado.

Allí mismo, dentro del vehículo se pusieron la ropa y salieron del vehículo como si no hubiera sucedido nada, entrando al hotel y cada uno se fue a su habitación, quedando Pablo que a las diez de la noche pasaría por la habitación de Marga para salir a cenar.

Camino de su habitación, la joven dudó si seguir con él, pero la parecía extremadamente peligroso llevarle la contraria, aunque realmente, como ella mismo se confesó, se divertía mucho con él y follaba de maravilla.

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