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Mi madre desnuda tras los cristales

en Voyerismo

Aquel año mis padres se decidieron por fin a hacer obras en el baño.

El año anterior habían hecho obra en toda la casa, cambiando tuberías y la instalación eléctrica, pero, por falta de dinero, dejaron el baño para el año siguiente.

Muy vanguardistas, siguiendo las indicaciones de mi madre que había visto en una revista snob de interiorismo, derribaron una pared del baño, aquella que daba a un pequeño patio de vecinos, y pusieron, en lugar de ladrillos, cristales opacos que, según indicaban los folletos comerciales, permitían que entrara la luz del exterior sin permitir ver el interior de la casa,.

Al principio me resultaba un poco incómodo mear, cagar e incluso ducharme al lado de una pared de cristal, pero poco a poco me fui acostumbrando, incluso más de una vez me masturbé mientras me duchaba o cagaba. En estas ocasiones me parecía oír exclamaciones en el patio pero en ningún momento los asocié conmigo.

Desde que instalaron los cristales, los vecinos, tanto de nuestro mismo piso como los de arriba, al cruzarse con nosotros, nos sonreían extrañamente e incluso cuchicheaban a nuestras espaldas.

Había pasado más de un mes cuando una noche en la que volvía más tarde que de costumbre, el ascensor estaba estropeado, por lo que tuve que subir andando hasta nuestro piso.

Al llegar se apagó la luz de la escalera y, al ir a encenderla, escuché por una ventana medio abiertaque daba al patio, unos comentarios bastante subidos de tono que, aunque dichos en voz baja eran claramente audibles. Eran voces totalmente distintas, de varias personas, incluida la de una mujer.

Sin encender la luz, me detuve escuchando.

• ¡Ostias, qué tetas tiene!

• ¡Están como para hacerse una buena cubana!

• ¡Seguro que están operadas!

• ¡Será puta, mira qué depilarse el coño, seguro que se lo hace algún maromo que luego se la folla!

• ¡Mira, mira, se está masturbando, la muy guarra!

• ¡Ostias, qué fuerte!

• Pues espera a ver cuándo se la follen. ¡Película porno auténtica!

Esa ventana estaba siempre cerrada, pero, al aumentar las temperaturas, esa noche estaba medio entornada, por lo que los comentarios se escuchaban nítidamente.

Extrañado, sin encender la luz de la escalera, me acerqué a la ventana, esperando encontrar alguna escena “especialmente interesante”, y, efectivamente la encontré.

Sin hacer ruido y oculto por la oscuridad de la escalera, logré mirar, sin mover la ventana, a través del hueco que dejaba.

Tanto una ventana de los vecinos de nuestro mismo piso como de los de arriba, estaba abierta, y, asomándose por ella, estaban los vecinos, mirando entusiasmados y sin prácticamente parpadear hacia la otra parte del patio.

Girándome hacia donde miraban, había una luz muy potente que iluminaba el patio y pude ver unas enormes tetas, erguidas y redondas como globos. ¡Era una mujer! ¡Estaba completamente desnuda! ¡Se estaba duchando y el agua resbalaba sobre sus enormes tetas, haciendo que resplandecieran, y, deslizándose por sus redondas y erguidas nalgas, se metía entre ellas, entre sus torneadas piernas, penetrando en su vulva, jugosa y apenas cubierta por un fina franja de vello púbico. Utilizando una esponja rebosante de espuma, se la metió entre las piernas, restregándose el coño, limpiándose, más bien masturbándose por el empeño que ponía.

Solo tenía ojos para sus tetas, para su culo respingón, para su coño empapado y, al mirarla el rostro mientras se masturbaba, me di cuenta del enorme placer que ella sentía, pero… ¡sí era mi madre! ¡Era mi madre a la que todos los vecinos observaban masturbándose desnuda!

El fuerte cristal que era opaco durante el día, mientras la luz exterior fuera más potente que la interior, se volvía totalmente transparente hasta casi dos metros de distancia cuando la situación se invertía, cuando la luz interior era más potente que la exterior.

Por el grito de sorpresa que solté y el brinco que di, todos los vecinos que observaban cómo se duchaba mi madre desnuda, me miraron a mí.

Y al salir corriendo hacia mi casa, escuché las risotadas que emergían burlonas por la ventana.

Abrí la puerta de la calle tan rápido como pude, y, corriendo por el pasillo, llegue a la puerta del baño que todavía estaba cerrada y con mi madre dentro. Iba a golpearla fuertemente para avisarla pero, por vergüenza, me contuve.

¿Qué podría decir a mi madre? ¿Que todos los vecinos la estaban viendo totalmente desnuda mientras se masturbaba bajo la ducha?

Me contuve y me acerqué al salón donde mi padre, sentado tranquilamente viendo las noticias de la tele, no debió darse cuenta de nada y yo no le comenté nada.

Entré avergonzado en mi habitación, esperando a que ella saliera. El rostro me ardía de vergüenza y aguanté con la cabeza entre las piernas, imaginando a mi madre completamente desnuda, haciendo las delicias de los vecinos.

Escuché cómo más de media hora después, salía del baño. Llevaba puesto uno de los vestidos que solía llevar en casa y me saludó muy contenta, dándome un beso en la mejilla, aunque, al darse cuenta de mi estado, me preguntó qué me pasaba.

No sabía cómo comentárselo, no tenía palabras para expresarlo, así que la hice acompañarme, y ella, muy intrigada, me siguió en silencio.

Tomé dos floreros que había en la entrada y, sin encender la luz del cuarto de baño, entré en él. Primero metí una banqueta en la ducha y coloqué un florero encima. Luego puse otro de los floreros encima de la taza del inodoro, y, abandonando el baño, encendí la luz del cuarto. Salimos fuera de la vivienda y, mirando por la ventana de la escalera, observé a través del ahora transparente cristal del baño, los dos floreros nítidamente. Hice mirar a mi madre, que, al darse cuenta, abrió mucho los ojos y la boca, sorprendida. Finalmente señalé a las ventanas de los vecinos y la dije al oído:

• ¡Te han visto todo! ¡y desde hace más de un mes!

Gimió avergonzada y entramos a la carrera en casa.

Dejé que mi madre fuera al salón con mi padre, y me metí en mi habitación, cerrando la puerta.

Les escuché discutir acaloradamente.

Casi un mes después volvieron a hacer obra en el baño, sustituyendo el cristal por un grueso tabique de ladrillo, estando hasta entonces siempre cubierto el cristal por una espesa tela.

Desde aquel día mi madre no hizo caso de las revistas snobs de interiorismo.

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