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Cómo castigué a mi madre por no dejarse follar

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO DISFRUTÉ DE MI MADRE TODA LA NOCHE”)

Había pasado una noche inolvidable, follándome a mi propia madre en su cama de matrimonio aprovechando que mi padre estuvo toda la noche en el hospital con la abuela.

Alguien podría pensar que la violé y no mentiría, pero lo que nadie me negará es que fue ella la que me encendió bien la polla, haciendo un striptease integral, paseándose desnuda y provocativa por la casa, meneando su culo y sus tetas, manteniendo por teléfono totalmente desnuda una conversación calentorra con un salido que anhelaba tirársela y, finalmente, masturbándose con un vibrador en forma de polla negra gigante mientras chillaba como una zorra en celo el nombre de un desconocido.

Hay que decir que ella pensaba que estaba sola en casa y no sabía que yo la observaba detenidamente y en silencio, pero no es una excusa a su forma de ser, a ser tan hipócrita, monja por fuera y puta por dentro, por lo que se podría decir que estaba en mi derecho de castigarla como lo hice. Aunque lo de castigar no está tan claro, ya que ella gozó tanto o más que yo, que bien que me suplicaba al final que me la volviera a tirar a pesar de no quedarme ya esperma dentro y tuve que utilizar su vibrador para darla nuevamente placer.

Finalmente la dejé despatarrada y exhausta sobre la cama antes de que volviera su maridito y nos encontrará follando. Antes de irme la desaté para que no la encontrara así mi padre pero impidiendo que ella me viera y reconociera que su hijo fue el que se la tiró. Pero antes de que la desatara, logré arrancarla un sagrado juramento que debía cumplir, dejarse follar por quién yo quisiera.

Ahora venía lo más difícil, conseguir que mi madre se dejara follar por el que yo quisiera y yo pudiera verlo, para lo que contaba con fotos y vídeos que la tomé mientras me la follaba y que utilizaría para obligarla a obedecerme con la amenaza de difundirlos y que mi padre la abandonara, pobre ama de casa que tendría que venderse como puta para sobrevivir.

Mi imaginación ya volaba. Me la imaginaba como puta, vendiéndose por unos billetes, en hoteles por tíos asquerosos y babosos, y yo como su chulo, que también me la follaría todos los días.

Aunque teniendo en cuenta el cuerpo que tenía había nacido para puta de lujo, aunque su educación religiosa castró una carrera muy prometedora como puta o como actriz porno.

Debía medir un metro sesenta y cinco, y, para sus cuarenta años recién cumplidos, era una auténtica mujer de bandera, delicia de múltiples pajas.

Tenía unas tetas enormes, redondas y erguidas, con aureolas casi negras de las que emergían pezones negros como sabrosas cerezas maduras.

Culo redondo, macizo, levantado, respingón y sin una pizca de celulitis ni de grasa.

Piernas largas y estilizadas de muslos fuertes y torneados

Rostro redondeado y simétrico, de labios carnosos y sensuales, nariz pequeña y respingona, y grandes ojos negros con rasgos ligeramente orientales que reflejaban una gran calidez, tanta que te hacía hervir la polla.

Pero volviendo al momento que nos ocupa, después de dejarla en casa bien follada, estuve el resto del día callejeando, pensando la forma en la que podría hacer realidad mi suelo: Follarla nuevamente y ver cómo se la follaban.

Paseando, encontré una tienda de chinos abierta, donde me compré una tarjeta de prepago para el móvil, de esas que se recargan y llamas a quien quieres sin que nadie sepa quién eres. Era evidente que me podía ser bastante útil para comunicarme con mi víctima: mi madre.

Era ya de noche cuando volví a casa, sin estar seguro de lo que podría encontrarme.

En el portal estaban dos vecinas hablando entre ellas, muy animadas y sonrientes, seguro que hablando mal de alguien.

Ambas estaban en la treintena, casadas y con hijos, pero todavía tenían unos buenos polvos.

No estaban ni mucho menos tan buenas como mi madre, pero no me importaba hacer un trío con ellas, llevármelas a la cama, ver cómo se metían mano y se masturbaban mutuamente, para entrar yo, cuando ya estuviéramos todos calientes, con la polla bien tiesa y dura como una lanza, a penetrarlas hasta el fondo, a follármelas sin descanso hasta agotar todas mis fuerzas.

Hablaban, riéndose, de que toda la calle estaba esa tarde inundada de bragas, que habían llovido de algún piso de nuestra finca como si fueran copos de nieve cayendo en invierno.

Las dije sonriendo:

  • Para encontrar a la dueña, habría que levantar la falda a todas las vecinas. Sería la que no llevara bragas.

Me miraron con asombro, pero yo continúe:

  • Nos llevaríamos más de una sorpresa, tal vez ninguna llevara bragas.

Y en un rápido movimiento tomé sus faldas por atrás y las levanté, antes de que me lo impidieran, viéndolas el culo apenas tapado por tangas de colores.

Chillaron a la vez, con sus vocecitas agudas, brincando como canguros al que les han metido un pepino por el culo, y se bajaron raudas y avergonzadas sus faldas.

Yo, ya en la puerta del ascensor, las dije riéndome:

  • Es una lástima que llevéis tangas. Os hubiera dado un buen repaso y os hubiera encantado.

Mientras subía en ascensor, las oí chillarme envalentonadas porque me iba:

  • ¡Gilipollas, hijo de puta! ¡A tu madre sí que la han dado un buen repaso y se la han follado! ¡Que todos sabemos lo que ocurrió! ¡Provocó para que se la follaran y luego dijo que la habían violado, la muy puta!

Todos sabían que mi madre fue violada hace meses, lo que aumentó mi placer.

Repliqué, sin dejar de reírme:

  • Vosotras sí que me estáis provocando y conozco a más de uno que estaría dispuesto a violaros también a vosotras.

Continué eufórico:

  • Lavaos bien el coño y el culo, y dejad las bragas en casa, que en cualquier momento os vais a encontrar una enorme verga penetrando en vuestro conejo.

Algo más chillaron, pero ya no lo escuché con claridad.

Me habían puesto la polla bien dura, y, de buena gana, hubiera vuelto a bajar y me las hubiera tirado allí mismo, en el portal, pero temía que aparecieran sus maridos o algún vecino y desbaratara mis planes, así que lo dejé pendiente para otra ocasión más propicia, que seguro que se me presentaría.

Llegué a mi casa y, utilizando la llave, abrí la puerta y escuché que la televisión estaba encendida.

Al pasar por la puerta del salón los vi a los dos, a mis padres, sentados tranquilamente en el sofá viendo la televisión.

Mi vista se dirigió a los muslos de mi madre, entre ellos, pero no pude subir más arriba, ya que su falda, bien estirada, me impidió ver su coñito.

¿Llevaría puestas las únicas bragas que tenía y que anoche se quitó? Lo dudó, ya que mi madre era muy pulcra en ese sentido: bragas que se quitaba o que le quitaban, bragas que echaba a lavar o se quedaban con ellas como trofeo.

Como yo la noche anterior tiré por la ventana todas sus bragas a la calle, lo más lógico era pensar que no llevara bragas, y tuviera tod su coñito al aire debajo de la faldita.

Ese pensamiento me puso otra vez la polla como una olla, pero enseguida mi padre me bajó la hinchazón, abroncándome:

  • ¿Dónde cojones has estado todo este tiempo? Tu madre ha pasado toda la noche sola aquí y tú sin aparecer.

La verdad es que mi padre está bastante descaminado, sí que estuve aquí, no pasó mi madre la noche sola y yo me dediqué toda la noche a ella, a follármela.

  • ¡Joder! ¡Preparando un examen, ya os lo dije!, ¿qué crees que estaba haciendo? ¿acostándome con alguna?

Podría haber dicho que estuve acostándome con mi madre, pero quizá se lo hubiera tomado a mal y tampoco quería desmentir a mi madre, dejarla como una puta mentirosa, una calientabraguetas que ha mentido al decir que estuvo sola toda la noche.

  • ¡No nos hables así! ¡No estás con tus amigotes!

Iba a decir que estoy ahora con la zorra de mi madre y con el cornudo de mi padre, pero estaba en plan apaciguador.  

  • Perdona, papá, es que vengo cansado de estar estudiando desde ayer, y necesito acostarme.

Iba a añadir, “con mi madre”, que “necesito acostarme con mi madre”, pero me contuve.

Antes de que mi padre me volviera a abroncar, mi madre le dijo dulcemente:

  • Déjalo, pobrecito, está cansado.

Y se incorporó del sofá, dejando que mi vista fuera de sus muslos al escote de su vestido y se posará en el canalillo de sus turgentes tetas.

Me maldecí por no haberme hecho una cubana la pasada noche con ellas, pero estaba ya bastante seco de tanto follármela, así que lo dejé como pendiente para la próxima vez.

  • No te irás a la cama sin cenar. ¡Anda, da un beso a tu madre!

A punto estuve de agarrarla por los glúteos y darla un morreo con lengua, pero me contuve a tiempo y solo la di un casto beso en la mejilla.

  • Lávate las manos y vente a cenar, así te acostarás antes.

Por un momento me pareció que iba a continuar “con tu madre”, “te acostaras antes con tu madre”, pero lastimosamente terminó la frase sin decirlo.

Pasó de largo hacia la cocina, y la rocé su culo con las yemas de mis dedos.

Con el vestido que llevaba no pude percibir si llevaba o no bragas, así que, con la excusa de ver qué había para cenar, fui detrás de ella.

Mientras caminaba detrás de ella no la quitaba la vista de su culo, del movimiento que imprimía a sus caderas.

Lástima que no fuera desnuda para ver su culo en todo su apogeo, así que tomé nota para la próxima vez: Verla caminando desnuda delante de mí, bamboleando sus glúteos macizos.

Entró en la cocina e iba a entrar detrás de ella, pero me di cuenta que mi padre nos observaba, así que mejor me encaminé al cuarto de baño para lavarme.

Tenía la polla dura y tiesa. De buena gana me hubiera masturbado allí mismo, pero prefería dejar mi esperma para mejores ocasiones. Además no quería que mis padres se dieran cuenta que tenía una erección de caballo.

Cené en la mesa del salón, teniendo a la izquierda la televisión y a la derecha el sofá con mis padres.

Intentando disimular, mis ojos iban siempre hacia mi madre, intentando ver debajo de su falda, entre sus muslos, pero no pude ver dulce coñito.

Tantas miradas la eché que mi padre malhumorado me dijo:

  • ¿Qué te pasa? ¿Quieres contarnos algo? ¿No te gusta la televisión?

Estaba claro que le molestaba. Supuse que se quería follar a mi madre y yo sobraba.

Me levanté con la excusa de que estaba cansado y que me iba a la cama. Llevé los platos a la cocina y, al pasar por delante del salón, vi que mi padre acariciaba la rodilla de mi madre.

Quería follársela, estaba claro, pero habría que ver la reacción de mi madre ante la cantidad de polvos que la eché la noche anterior.

Fui a mi dormitorio, cerrando la puerta y me quité tranquilamente la ropa que había traído de la calle, quedándome en calzones. Quería darles tiempo y ver si los avances de mi padre encontraban su recompensa.

Apagué la luz, y me tumbé ruidosamente en la cama para que me escucharan mis padres desde el salón. Pocos minutos después, me levanté sin hacer ruido, cogí una pequeña linterna y salí descalzo a la terraza, sin hacer ruido, aproximándome a la puerta del salón.

La estancia estaba solamente iluminada por la luz que emanaba de la televisión encendida.

Mi madre estaba tumbada bocarriba en el sofá y mi padre la acariciaba y masajeaba los pies.

Me quedé en la oscuridad observándolo y me di cuenta que mi padre la masajeaba los pies como si fuera su propia polla, como si estuviera masturbándose viendo los pies y las piernas de mi madre, y más arriba Su cara delataba un fuerte impulso lascivo, avanzando en su mente cómo iba a disfrutar de su mujer, mi madre.

Sus manos, sin dejar de sobar y de acariciar, subieron por sus gemelos y por sus muslos, metiéndose debajo de su falda, sin encontrar ningún impedimento por parte de mi madre.

La cara de mi padre, encendida por la lujuria, por un instante reflejó asombro con lo que había notado debajo de la falda de mi madre.

Levantó su falda, descubriendo el coño desnudo sin ninguna prenda que lo cubriese. ¿Dónde estaban sus bragas?

La sorpresa de mi padre dejó nuevamente paso al deseo, y fue ahora su boca, la que se incorporó a sus manos para acariciar los pies y las piernas de ella.

La levantó la pierna derecha y comenzó a besar, a mordisquear y a lamer el pie de ella, se metió en su boca cada uno de sus dedos, degustándolos suavemente como si fueran dulces helados que deseara devorar. Luego hizo lo mismo con su otro pie.

Más de quince minutos estuvo lamiendo y besando sus pies, hasta que poco a poco fue ascendiendo por sus piernas, por sus muslos, hasta que, poco a poco, mientras subía lamiendo y besando el interior de sus muslos, llegó a su entrepierna.

Se colocó bocabajo en el sofá entre las piernas abiertas de mi madre, y empezó a lamerla y besarla la vulva con fruición, gozando de cada milímetro. Sus dedos se incorporaron a su boca y se metieron poco a poco en su vagina, entrando y saliendo una vez más, como si copulara con ellos.

Mi madre jadeaba y gemía de placer, agitándose y retorciéndose sobre el sofá, hasta que emitió un chillido agudo que indicaba que había tenido su orgasmo.

Mi padre dejó de masturbarla, y, acercándose a su oído, la susurró:

  • Vamos a la cama.

Se reincorporó del sofá y, metiendo sus brazos bajo el cuerpo de ella, la cogió en brazos, llevándosela hacia su dormitorio.

Caminando de puntillas me aproximé por la terraza a la puerta del dormitorio de mis padres.

Mi padre la colocó de pies sobre la cama, y cerró la puerta del dormitorio por donde había entrado, la que daba al pasillo.

En la penumbra de la habitación observé como mi madre se levantó el vestido y se lo sacó por la cabeza, quedándose completamente desnuda sobre la cama.

Sus fuertes glúteos redondos resplandecían por la luz que entraba por la ventana.

Mi padre se quitó apresuradamente su camisa, arrancándose con las prisas los botones, y se bajó a la vez pantalón y calzoncillos, quedándose también desnudo.

Encendió la lámpara de la mesilla de noche, permitiéndome que disfrutara mejor del espectáculo.

A pesar de sus cuarenta y tantos años, su verga lucía espléndida, tiesa, dura y apuntando hacia el coño de mi madre.

Se acercó a la cama, haciendo que mi madre se tumbara sobre la cama bocarriba, tumbándose él también a continuación sobre ella.

Se besaron profundamente y la mano derecha de mi padre fue a la teta izquierda de ella, sobándosela.

Su boca abandonó la de mi madre y se dirigió a su teta derecha, lamiéndola y besándola insistentemente, para concentrarse en su pezón.

Mi madre empezó nuevamente a gemir y jadear, mientras se mordía los labios.

Volteándose mi padre, hizo que ella se quedara bocabajo sobre él, y, descendiendo sus manos, la agarraron los glúteos con fuerza, desplazándola adelante y atrás, adelante y atrás, sobre la verga tiesa de mi padre, hasta que ésta entró en la vagina de ella.

Un jadeo más profundo de ella indicó que la había penetrado.

Moviéndose mi madre, se puso de rodillas para facilitar la penetración y comenzó a cabalgar sobre la verga de mi padre, primero despacio, luego poco a poco aumentando el ritmo y la intensidad.

Sus manos se apoyaban sobre el pecho de mi madre y las manos de mi padre iban de sus caderas a sus glúteos, amasándolos.

Desde atrás veía como el culo de mi madre subía y bajaba, subía y bajaba, mientras el cipote de mi padre aparecía y desaparecía dentro del coño de ella.

Cuando se inclinaba hacia delante podría ver también como se abrían sus nalgas, permitiendo ver su ano, pero mi padre enseguida metía sus dedos acariciándolo y no dejándome verlo.

Pasaron los minutos pero mi padre no eyaculaba, a pesar de la insistente cabalgada de mi madre, por lo que cogió una almohada que estaba bajo su cabeza y la puso sobre la cama, a la altura de su pelvis.

Volteándose, colocó el culo de mi madre sobre la almohada que acababa de poner, y, sin sacar nunca la polla, comenzó nuevamente a follársela, con energía y rápido.

Les oí jadear e incluso chillar, hasta que mi padre detuvo su furiosa marcha. Había alcanzado también su bien trabajado orgasmo.

Estaba claro que el clásico misionero había hoy ganado la partida a la cabalgada de la amazona.

Disfrutó unos momentos sobre ella, tumbándose a continuación bocarriba sobre la cama, próximo a mi madre.

Estuvieron unos minutos sobre la cama, entrelazados, descansando, luego mi padre se incorporó, apagó la luz de la mesilla y se metió en el baño, cerrando la puerta.

Escuché como levantaba la taza del inodoro y, tirándose ventosidades, descargaba.

Mi madre se giró perezosamente en la cama, quedándose bocabajo, con el culo en pompa sobre la almohada y las piernas bien abiertas.

Escuché como su respiración era cada vez más profunda, se había quedado profundamente dormida. Tantos polvos en el mismo día habían agotado su hermoso cuerpo, no acostumbrado en los últimos tiempos a ser follado.

Desde donde estaba podía vislumbrar la entrada a su vagina, y con la ayuda de mi linterna, podría metérsela sin problemas.

Descargando la cisterna del váter, mi padre abrió la ducha y se metió debajo de ella.

Era el momento preciso y no había que desaprovecharlo.

Sin hacer ruido, me deslicé rápida y sigilosamente dentro del dormitorio de mis padres, colocándome de rodillas sobre la cama entre las piernas de mi madre, y, ayudado por la luz que emitía la linterna, la metí mi duro y tieso cipote en su conejito recién follado.

Sujetándola por las caderas, comencé a follármela con movimientos rápidos y enérgicos para acabar antes de que mi padre me pillara follándome a su mujercita.

Mi madre no reaccionó en el momento, pero cuando lo hizo, intentó girarse sorprendida para ver si era su marido quién volvía nuevamente a follársela.

Colocando una mano sobre su espalda, impedí que lo hiciera y fue entonces ella la que se incorporó a mis movimientos, moviéndose adelante y atrás, adelante y atrás, ayudando a que me la follara.

La escuché nuevamente jadear y chillar de placer, facilitando mi potente orgasmo.

Descargué en el mismo momento que mi padre cerraba el agua. Escuché como salía de la ducha y cogía la toalla y, en el preciso instante que mi padre abría la puerta del baño, yo ya había desmontado a mi madre y estaba de vuelta a la terraza sin ser visto.

Escuché como mi padre, sorprendido, decía a mi madre:

  • No me lo puedo creer. Eres incansable. No tienes suficiente que hasta te masturbas después de follar.

Y se lanzó sobre mi madre que continuaba tumbada bocabajo sobre la cama, metiéndosela otra vez por detrás de un solo y certero golpe.

No sé si el chillido ahora de mi madre era de placer o de dolor, aunque más bien de esto último, pero esto no impidió que mi padre la cabalgara furiosamente una vez más.

A los gritos, chillidos y jadeos también se unieron los ruidos que hacía el somier de la cama que amenazaba con romperse y la misma cama al chocar contra la pared del dormitorio.

Si hubiera estado durmiendo me habrían despertado con total seguridad, pero esto ya no importaba a mi padre que había perdido toda contención, copulando como una loca bestia en celo, reprimida durante meses.

Aunque le costó más que antes lograr su segundo orgasmo, lo consiguió al final, y yació tumbado sobre la cama encima de la pobre de mi madre.

Cansado de tanto polvete me marché a mi dormitorio. Yo también necesitaba descansar.

Fue tumbarme en mi cama y quedarme al instante dormido durante toda la noche, sin saber si continuaban follándose a mi madre.

A la mañana siguiente, me levanté para ir a clase pero mis padres todavía no se habían levantado y eso que era lunes y mi padre trabajaba.

Cuando ya me marchaba, abrí la puerta del dormitorio y vi a mis padres completamente desnudos y tumbados sobre una cama deshecha, con el colchón casi fuera del somier y las sábanas arrugadas en el suelo, junto con las almohadas.

Ambos yacían de espaldas a la puerta con mi padre abrazando a mi madre y, juraría que tenía su pene dentro del culo de mi madre.

Había sido una auténtica batalla, la madre de todas las batallas, la madre de todos los polvos que mi padre echó a mi madre. Anhelaba superarlo.

Contemplándolos, escuché sus ronquidos por lo que no habían fallecido de placer.

Les dejé como estaban sin molestarles lo más mínimo.

Por la tarde, después de clase, me pasé por varias fruterías del barrio, buscando al famoso “César” con el que mi madre pensaba cuando se masturbaba, y uno de los muchos candidatos a follársela.

Después de recorrer infructuosamente varias fruterías, entré en el hipermercado del centro comercial y me encontré con un hombre de poco más de treinta años, de pelo negro ensortijado, caucásico, bastante moreno, de un metro ochenta, de constitución atlética, que coqueteaba con las mujeres que iban a comprar y a las que miraba las tetas y el culo si estabam buenas.

Creía que era él, pero no estaba seguro hasta que una mujer de casi cincuenta años que estaba comprando le llamó por su nombre.

  • César, ¿están buenas las peras? ¿Las cojo?
  • Tienes unas peras buenísimas, palomita mía. ¿Alguna vez te he cogido algo que no esté bueno?

Y la miró las tetas sonriendo descaradamente.

La mujer le devolvió la sonrisa y exclamó muy coqueta:

  • Cógeme tú lo que quieras, César. Tú sí que sabes.
  • Te voy a meter cosa buena, palomita mía. Verás que placer sientes cuando lo estés saboreando.
  • ¡Ay, César, qué bien sabes tratar a las mujeres!
  • Tú hazme caso. Se te va a deshacer en la boca. No vas a tomar nada igual.
  • ¡Ay César, pero llévamelo a casa, que pesa mucho!
  • ¿A las dos, como siempre?
  • SÍ, mejor, que no está mi marido en casa y así no le molestamos. Ya te pago allí.

Y guiñándole el ojo, se marchó moviendo el culo descaradamente.

¡Joder, se la iba a follar a las dos en su casa como siempre y lo dijo así, en público y sin cortarse lo más mínimo!

¡Estaba frente a uno de los firmes candidatos para follarse a mi madre!

Una de las mujeres que esperaban que las “atendiera” el frutero le dijo:

  • ¡Cómo eres, César! ¡Qué pillín eres!

A lo que respondió él:

  • Estoy solamente para haceros felices, mis palomitas.

 Se rieron todas, y el frutero, mirándolas como si fuera a follárselas a todas a la vez, las dijo:

  • ¿Cuál es la siguiente que quiere que la coja algo?

Una tetona de unos cuarenta años era la siguiente, y el frutero, mirándola con asombro las tetas, silbó de admiración, y la dijo:

  • Para ti tengo unos melonazos de los que va a disfrutar toda la familia. ¿Quieres que te coja un par y los probamos?

Y se puso las manos cerca de sus pectorales como si tuviera las tetas de la mujer.

Las mujeres se rieron y yo, dándome la vuelta, me alejé. Ya había visto bastante. Un perfecto gilipollas que se iba a tirar a mi madre.

Me lo imaginé agarrándola las tetas a mi madre, mientras su plátano gigante la penetraba por el culo y ella chillaba de placer y de dolor.

Era un polvo que no debía perderme.

Luego me acerqué a la oficina donde trabajaba mi padre, y llamé por teléfono preguntando por Luis Jiménez, el compañero de trabajo de mi padre que se quería follar a mi madre.

Le dije que tenía un paquete abajo a su nombre. Muy extrañado, me dijo que enseguida bajaba.

Por supuesto, no me presenté pero vigilé su salida. Ahí estaba el famoso Luis Jiménez, el que calentaba el coño a mi madre por teléfono y que estuvo a punto de violarla en unos baños públicos.

Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, medio calvo y con bigotito, de poco más de un metro setenta y con barriga. Por supuesto, no tan en forma como el frutero rijoso, César, el follador de madres.

Decididamente prefería que mi madre comenzara siendo follada por el frutero lascivo. Sería un placer no solo por ver como se la follaba sino también para mi sentido de la estética. Dejaría a Luis el Bigotes para más adelante.

Aquella tarde-noche cuando llegué a casa encontré a mis dos padres en casa. Ambos tenían pinta de estar muy cansados.

Me dijeron que mi padre no había ido hoy al trabajo ya que estaba exhausto. Decían que era porque había pasado una noche del fin de semana con mi abuela y no había podido descansar. Me querían engañar, pero el aspecto de mi madre también delataba agotamiento, además caminaba con dificultades, manteniendo las piernas muy abiertas, como si tuviera en carne viva su entrepierna.

Aquella noche se fueron pronto a la cama y, por lo que yo sé, durmieron toda la noche, y yo no les molesté. Quería a mi madre fuerte para los siguientes días en los que quería someter a prueba nuevamente a su coño.

Los días siguientes fueron lo más parecido a la normalidad, días aburridos y monótonos, con mi padre en el trabajo, yo en el instituto y mi madre en casa haciendo camas, comidas y demás labores de la casa.

Poco a poco mi madre iba mejorando de sus partes bajas, ante mi analítica mirada que sopesaba el día en el que estuviera nuevamente lista a ser follada.

Una tarde al volver a casa, esperando a que llegara el ascensor, apareció Julio, el vecino de mediana edad que se la había follado hace bastantes años en la cocina y que repitió hace meses en su violación masiva.

Al subir juntos en el ascensor me recordó nuevamente, sin dejar de sonreír hipócritamente:

  • Me alegro que tu madre esté cada vez mejor. Se ve que ya está completamente recuperada de aquel incidente que tuvo hace meses. Ya sabes cuál. Avísame si necesitas algo con …, bueno, con tu madre. Soy totalmente discreto y nadie se va a enterar de nada. Todo quedará entre tú y yo.

Parece una mosquita muerta pero se transformó en un auténtico sádico cuando dejé a mi madre a su merced, no solamente se la folló, sino que además la sodomizó y casi la come el culo a mordiscos, dejando unas buenas dentelladas en sus carnes prietas y sonrosadas.

Le respondí, imitando su tono:

  • No te olvido, vecino, cuento contigo. Cuando se encuentre bien te lo haré saber.

Más desagradable fue mi encuentro en el parque camino de casa con los dos jóvenes que teníamos como vecinos en nuestro mismo piso, y que aquel día de meses atrás se la follaron, torturaron y sodomizaron sin que yo pudiera presenciarlo.

Uno de ellos, mirándome muy serio, me amenazó nada más cruzarse conmigo:

  • Mira, chaval. Voy a ir directamente al grano. Nos vamos a ir de esta casa a finales de este mes y nos queremos volver a follar a tu madre. Nos tienes que facilitar las cosas, como hiciste la otra vez, y no te pasará nada.

El otro puntualizó:

  • Ni a ti ni a tu madre. Bueno, a tu madre solamente nos la follaremos, pero no la haremos ningún daño más y no se enterara que tú nos has ayudado.

Les respondí sin amilanarme:

  • La otra vez la hicisteis mucho daño. La torturasteis y la dejasteis abandonada en el parque a merced de unos mendigos y a saber de quién más.

El primero me respondió:

  • No sé qué te han dicho ni quien te lo ha dicho, pero te juro que no la vamos a hacer ningún daño. Solamente queremos follárnosla.

El segundo completó lo que había dicho el primero:

  • Follárnosla desnuda, por supuesto, y si la metemos la polla por el culo utilizaremos mucha vaselina y la dilataremos el agujero para que no sufra.

Les dije muy serio:

  • Quiero estar presente y controlando la situación. Me haréis caso en todo lo que os diga.

Aliviados por mi respuesta, me respondieron casi al unísono:

  • Sí, sí, claro. No hay problema. Ya te hemos dicho que solamente queremos volver a follárnosla.

Continué:

  • Todavía no está recuperada, pero os aseguro que, si no tiene ninguna recaída importante, antes de que os marchéis os la podréis follar. Os avisaré.

El más serio me dijo:

  • Confiamos en ti y tú puedes confiar en nosotros.

Respondí:

  • De acuerdo. Os avisaré antes de que os marchéis.

Me dieron un número de móvil al que llamarles.

El más serio se llamaba Pedro y el más hablador Felipe.

Cuando ya me iba, el más hablador me dijo como si fuera un camarada de ellos.

  • ¡Joder, tío! Con esas tetas y con ese culo todos queremos follárnosla.

El más serio replicó sonriéndome:

  • Todos queremos follarnos a tu madre.

Les dije alejándome:

  • Todos queremos follarnos a mi madre.

Era como una consigna, como una contraseña, como la palabra mágica que utiliza una sociedad secreta para identificar a sus miembros, a los folladores de mi madre: Todo queremos follarnos a mi/tu madre.

No había mucho margen de tiempo, en poco más de una semana se marchaban.

Ya había pasado más de una semana desde que mi padre se la folló toda la noche y parecía que ya estaba recuperada, al menos caminaba normal.

Una noche, estando en la cama, escuché movimientos en el dormitorio de mis padres.

Me acerqué en silencio por la terraza a su dormitorio, y allí, iluminada por la luz de la lamparita de la mesilla de noche, vi como mi madre cabalgaba sobre la polla de mi padre.

Subía y bajaba despacito, saboreando cada entrada y salida de la verga de su coño, moviéndose adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, dejándome disfrutar de la visión de sus glúteos macizos y hermosamente formados. Así, hasta que mi padre, eyaculó dentro de ella.

Esta vez fue ella la primera en entrar al baño y yo me retiré a mi dormitorio sin que se percatasen de mi presencia. Ya disfrutaría en otra ocasión de mi madre.

Definitivamente estaba ya curada y lista para ser nuevamente follada.

Al día siguiente nos marchamos mi padre y yo casi a la vez de casa, dejando a mi madre sola, lavando las tazas del desayuno.

Acababa de levantarse y se había puesto uno de sus vestidos ligeros para estar por casa, con falda un poco por encima de la rodilla, lo suficiente para taparla el coño cuando se sentaba.

La dimos un casto beso en la mejilla, demasiado poco para mí pero disfrutaría en breve de sus cariños, aunque fuera forzadamente.

Mi padre tomó su auto y yo me fui caminando camino del instituto, cruzando el parque que estaba frente a nuestra casa.

Me detuve en el camino, sin nadie próximo que pudiera oírme y, utilizando mi móvil con la tarjeta cuyo número nadie podía identificarme, llamé al fijo de casa.

No sonó más de tres veces cuando lo cogió mi madre.

Escuché su voz melosa y alegre al otro lado del aparato:

  • ¿Sí?, dígame.

No dije nada, dudando que decirla y esperando su reacción.

Volvió a repetir:

  • ¿Sí?, dígame.

Antes de decir nada, me tomé mi tiempo y dije con un volumen muy bajo y una voz irreconocible.

  • Hola. ¿Estás sola?

Me respondió:

  • ¡Perdón! No le he entendido. ¿Podría repetir, por favor?
  • ¿Estás sola?
  • ¿Quién eres? ¿Eres Carlos? ¿Te escucho muy mal?

Preguntaba por mi padre.

La respondí, hablando siempre en voz baja de forma irreconocible.

  • ¿No sabes quién soy?

Silencio al otro lado del aparato.

  • Dime, ¿quién soy?
  • ¿Carlitos?

Ahora preguntaba si era yo. Caliente, caliente, como mi polla al escucharla.

  • ¿No me reconoces?
  • No.
  • ¿No recuerdas aquella noche en la que tu maridito estuvo en el hospital con su madre toda la noche?

Silencio.

  • ¿Sabes de qué noche te hablo?
  • No.
  • Nos lo pasamos muy bien. Estuve toda la noche contigo, follándote encima de tu cama, de la cama con la que fornicas con tu maridito.

Silencio.

  • ¿No lo recuerdas?

Más silencio.

  • Quizá recuerdes que te tapé los ojos y até tus muñecas para follarte mejor.

Silencio.

  • ¿No lo recuerdas?

Silencio.

  • ¿Recuerdas cómo mantuviste una conversación muy, pero que muy caliente, por teléfono con un compañero de trabajo de tu maridito, mientras te masturbabas desnuda?

Silencio.

  • ¿Recuerdas cómo te masturbaste con una enorme polla negra mientras chillabas el nombre de un hombre que no es tu maridito?

No decía nada, pero su respiración se escuchaba. No sé si estaba a punto de llorar o si iba a sufrir un infarto del susto.

  • ¿Recuerdas cuando chillabas que te follara más y más cuando ya te había follado toda la noche?

Silencio, pero su respiración era cada vez más acusada.

  • Yo sí que recuerdo. Recuerdo muy bien todo y todo lo tengo registrado.

Ante el silencio de ella, continúe, escuchando su respiración:

  • Recuerdo tus tetas, su tacto, su sabor, su olor, el color negro de las aureolas, como se te ponían los pezones de duros cuando los lamía.

Continuaba sin decir nada, pero su respiración, cada vez más profunda, me indicaba que continuaba escuchándome.

  • ¿Recuerdas ahora?

Dudando del motivo por el motivo por el que su respiración era cada vez más audible. De pronto se me encendió una bombilla y le pregunté lo que ahora me era más que evidente.

  • ¿Te estás masturbando?

Su respiración dejó paso a jadeos y chillidos. Escuchaba también el ruido de sus dedos al masturbarse compulsivamente.

Asombrado, me quedé sin poder decir nada más mientras la escuchaba absorto, con la boca abierta.

De pronto, me entró la duda de si no habría alguien que se la estuviera follando mientras hablaba conmigo por teléfono.

Un chillido más agudo y fuerte casi me rompe el tímpano. Se había corrido, la muy puta.

Su respiración fue poco a poco normalizándose, y yo, más repuesto, la grité, excitado y furioso a la vez, con la polla bien tiesa.

  • ¡Te quiero follar, zorra calentorra! ¡Te quiero reventar el culo y quiero que todos lo hagan para que yo pueda verlo!

Se cortó la comunicación. Miré el teléfono asombrado que se hubiera cortado. No sabía si había sido yo el que había cortado por accidente o había sido mi madre con sus manos llenas de esperma.

Volví a marcar el teléfono, pero no me contestaba nadie. Lo intenté varias veces pero nada, no me lo cogía.

Dudé qué hacer, si subir por si había alguien follándosela (lo que dudaba) o subir para follármela otra vez.

Esto último me pareció muy arriesgado, pero de todas formas me encaminé hacia el edificio y subí a nuestro piso.

Dudando, escuché por una ventana que daba al patio el ruido que hacía el calentador de nuestra casa cuando alguien abría un grifo.

Eran las doce de la mañana.

Supuse que mi madre se estaría duchando, así que entré en la casa sin hacer ruido.

El único ruido que se escuchaba dentro de casa era el agua que corría en la ducha.

El origen del ruido era el baño común y su puerta permanecía cerrada, por lo que supuse era mi madre, que se estaba duchando.

¿Habría alguien con ella dentro de la ducha? ¿Alguien que se la estuviera follando bajo el agua?

Me descalcé y, sin hacer ruido, fui a la pequeña terraza que estaba junto a la cocina y que se utilizaba como tendedero. Un pequeño ventanuco situado a más de dos metros del suelo conectaba con el baño.

Acerqué una banqueta y me subí.

De puntillas miré por el ventanuco y allí estaba mi madre, desnuda y sola, bajo la ducha.

El agua fluía por su cuerpo, bañándolo, resplandeciente, bordeando sus tetas, sus glúteos, metiéndose entre sus piernas, en su vagina, follándosela también. Y desee ser esa agua que se la follaba.

Sus manos frotaban su cuerpo con una esponja, llenándolo de espuma, por sus tetas, por sus glúteos, por su vientre, por sus muslos, por el interior de ellos y, sobre todo, por su entrepierna, donde insistía una y otra vez.

La esponja pasó a su mano izquierda y con su derecha continúo acariciándose la vulva, más y más, hasta que comenzó a jadear y a resoplar.

¡Se estaba nuevamente masturbando!

Se le cayó la esponja al suelo de la ducha, pero en lugar de agacharse a cogerla, se apoyó en la pared con una mano mientras con la otra se masturbaba cada vez con más intensidad, inclinándose hacia delante hasta que, chillando, acabó de masturbarse, quedando después relajada.

Dudé si entrar dentro y follármela, ya que la puerta del baño no tenía cerrojo, o esperar a que saliera y también follármela.

En ese momento levantó la mirada al ventanuco donde yo estaba, cruzándonos la mirada una fracción de segundo.

Asustado, me agaché rápido, escuchando como chillaba de pánico mi madre, bajé de un salto de la banqueta y huí hacia la puerta de la calle, corriendo.

No estaba seguro si me reconoció ya que solamente la parte superior de mi cabeza era visible cuando miró.

Estaba claro que era una adicta al sexo, pero al sexo en solitario. Yo la curaría, dejaría de ser una egoísta y practicaría el sexo en compañía, de la mía y de quien yo quisiera.

Llegué tarde a clase, pero unas tres horas después, volví a llamarla desde mi número secreto, sin nadie alrededor que pudiera escucharme.

No lo cogía y volví a llamarla varias veces. A la tercera intentona, lo cogió y, quedándose en silencio dos o tres segundos, me preguntó sin la cordialidad que lució en la primera llamada:

  • ¿Sí?, dígame.

La pregunté en voz baja con mi voz falsa:

  • ¿Quieres que vaya ahora a tu casa y te folle, zorra?

Se quedó en silencio, sin decir nada, y yo la pregunté:

  • ¿Me escuchas? ¿Te estás otra vez corriendo, zorra?

Tardó dos segundos en responderme.

  • ¿Qué quiere?
  • Ya lo sabes. Te quiero follar, reventarte el culo y que todos lo hagan para que yo pueda verlo.

Despreciativa me respondió con desdén.

  • ¿Nada más? ¿Solo eso?

Temiendo que cortara la comunicación otra vez, cambié de tema.

  • ¿Recuerdas lo que te dije aquella noche cuando me marchaba después de follarte?

Silencio.

  • ¿Recuerdas lo que me prometiste para que te desatara y para que tu maridito no te encontrara desnuda y follada encima de vuestra cama?

Silencio.

  • Me juraste que te dejarías follar por quien yo te dijera. ¿Lo recuerdas?

Sin respuesta, continué para amedrentarla.

  • Tengo fotos tuyas, imágenes y conversaciones grabadas que utilizaré si no me obedeces.

Silencio.

  • ¿Me escuchas? Presta atención.

Me tomé unos segundos para que asimilara todo, para que se diera cuenta que no podía escapar.

  • Quiero que te folles a …

Todavía no sabía muy bien a quien elegir, si al frutero o a los vecinos que me acosaban.

Pero mi madre esta vez sí que habló, más bien chilló histérica al otro lado de la línea telefónica.

  • ¡NUNCA ENGAÑARÉ A MI MARIDO! ¿ME ESCUCHAS? ¡NUNCA, NUNCA, NUNCA!

Y me colgó ruidosamente.

Un doloroso zumbido lleno mi cabeza, casi revienta mi oído con sus chillidos.

¡Joder!, tampoco era para ponerse así. Solo quería que se la follaran.

Tardé varios minutos en recuperarme.

Mi madre se había rebelado contra la red de folleteo que estaba tejiendo para ella, pero no se saldría con la suya.

Dice que nunca engañará a su marido cuando se hace pajas pensando en el frutero y mantiene conversaciones calientes con un hombre. Se debe referir que nunca dejará que otro hombre que no sea su marido se la follé con su consentimiento. Tendría que hacerlo sin su consentimiento, al menos formal.

La volví a llamar varias veces, pero no lo cogió en toda la mañana.

Por la tarde volví a intentarlo, pero no hubo forma de que lo cogiera.

Tuve miedo de volver a casa por si mi madre me hubiera reconocido en el ventanuco del baño o mi voz a través del teléfono.

Entré en casa cuando estaba anocheciendo. Estaban mis padres viendo aburridos la televisión como el día anterior.

Mi madre me recibió como siempre, con un beso en la mejilla, cariñosa, como si no hubiera ocurrido nada y como si no me hubiera reconocido.

¿Qué es lo que hizo en el tiempo que no la controlé? ¿Se masturbó compulsivamente varias veces? ¿Se la folló alguien?

Los celos me invadían y las ganas de verla follando. Necesitaba verla follando, lo necesitaba.

Aquella noche no tuve constancia de que fornicara con mi padre, pero en sueños la vi copulando con los vecinos, con el frutero, con el compañero de trabajo de mi padre, con mis compañeros del instituto, con los negros que vendían por la calle, con el vendedor de bragas, consigo misma, conmigo, con todos, CON TODOS.

Al día siguiente dejamos a mi madre sola en casa y, como el día anterior, la llamé utilizando la nueva tarjeta en mi móvil, pero continuó sin cogerme la llamada.

Pasado mañana era fin de mes y los vecinos que querían tirársela dejaban la casa. Necesitaba que se follaran a mi madre por lo que tenía que presionarla para que cediera.

Era evidente que los vecinos debían ser los primeros en la lista para follarse a mi madre.

En una impresora del instituto, logré quedarme solo e imprimí a todo color varias fotos que había tomado a mi madre aquella noche en la que me la follé.

Se veía en una de ellas la cara de mi madre y mi polla entrando en su coño. En otra se veía además de su cara en éxtasis como mi lengua la lamía una teta. En una tercera era su culo el protagonista y mi polla se metía dentro de él. Así hasta cinco fotos a todo color y con todo detalle. Meter más fotos en un sobre supondría que no cabrían por debajo de la puerta de mi casa.

Eso hice, las metí en un sobre y, al llegar al piso donde vivíamos, deslice el sobre por debajo de la puerta de la entrada de forma que se pudiera ver desde dentro, y llamé al timbre de la puerta, escondiéndome en la escalera para que no pudiera verme si abría la puerta.

Escuché como se acercaba a la puerta y miraba por la mirilla, pero no abrió la puerta, aunque si tiró del sobre hacia dentro.

Esperé un rato sin hacer ruido y subí al piso superior para bajar desde allí en ascensor a la calle. Todo para que no me viera.

Desde el parque volví a llamarla desde el móvil, pero no obtuve respuesta. Conocía el móvil desde la que la llamaba y no quería responderme.

 A la hora de comer, la llamé desde una cabina. Esta vez sí lo cogió.

  • ¿Sí? Dígame.

Su voz no sonaba tan alegre como la primera vez, estaba con miedo, con precaución.

  • Al fin me coges la llamada, zorra. ¿Te interrumpo? ¿Te estaba follando alguien o solamente te la estabas cascando?

Me escuchó en silencio.

  • ¿Has visto las fotos que te he puesto en la puerta? Te las tomé cuando te follé toda la noche. Tengo muchas más y vídeos que te grabé pidiendo a gritos que te follara más y más.

Me detuve, esperando alguna respuesta y para que asimilara lo que la estaba diciendo.

  • Sabes qué puedo hacer que tu marido vea estas imágenes. Nunca creerá lo que le cuentes. Te dejará por puta y tendrás que vivir en la calle como la puta arrastrada que eres.

Hice otra parada y continué.

  • También haré que las vea todo el barrio, todo el mundo y que te señalen por la calle, como si fueras una puta, una mujer marcada. Se reirán y cuchichearán a tu paso. Te tirarán piedras, cigarrillos encendidos, … y te follarán, unos pagando, otros por la fuerza.

La escuché llorar al otro lado de la línea, e hice una pausa para deleitarme de la vergüenza que pasaba mi madre.

  • ¿Qué dirá tu madre cuando vea las fotos? Se morirá de vergüenza de tener una hija tan puta y desvergonzada. ¿Y tus hermanos, tu familia, todos? ¿qué dirán?

No paraba de llorar y yo no paraba de amenazarla.

  • Tienes que cumplir el juramento que me hiciste por Dios aquella noche. Tienes que dejarte follar por quién yo quiera.

Parece que controlaba mejor su llanto, la escuchaba como sorbía las lágrimas.

  • Es lo más sencillo. Si cumples, nadie verá esas imágenes y nadie se enterará de que te has dejado follar. Solamente lo sabrás tú, yo y el que te folle en cada ocasión. ¿Me has entendido?

De pronto se cortó la comunicación. Volví a llamarla y no lo cogió. Repetí la llamada tres veces más y seguía sin cogerlo.

Por un momento se me ocurrió que pudiera suicidarse, pero lo deseché de inmediato. Era demasiado católica para suicidarse. Ganaría el cielo a base de polvos. Además su tendencia a la masturbarse de forma compulsiva indicaba que deseaba desesperadamente ser follada una y otra vez, y, sino lo hacía era por su formación católica que cercenaba sus tendencias naturales.

Hoy era el último día para convencerla que se dejara follar por los vecinos ya que mañana era ya el último día que estaban y si no lo conseguía por las buenas, sería por las malas.

Por la tarde antes de volver a casa, hice la última tentativa desde otro teléfono en la calle.

Lo cogió a la tercera llamada.

  • ¿Sí?
  • ¿Estás sola o te acompaña el cornudo de tu maridito?

Me colgó de golpe sin decir nada más y sin dejar que continuara.

La sentencia era firma: Violarla por la fuerza.

Los ejecutores serían Pedro y Felipe, vecinos nuestros, y, por supuesto, yo mismo, un servidor.

El lugar era evidente, en casa donde ella siempre permanecía por la mañana y donde nadie nos molestaría ni lo impediría.

Era difícil que alguien pudiera escucharnos cuando nos folláramos a mi madre ya que vivíamos en el último piso, debajo nuestro vivía una anciana que llevaba casi un año en una residencia y los únicos vecinos que teníamos eran precisamente los que iban a follársela.

Además las ventanas de nuestra casa tenían las ventanas del edificio más próximo a más de 500 metros ya que había un enorme parque en medio.

Llamé hora al móvil que me habían dado los vecinos. Me lo cogieron casi inmediatamente. Creo que era el serio, Pedro.

Le dije:

  • Hola. Soy Carlos, tu vecino de enfrente. ¿Eres Pedro? ¿Puedes hablar?
  • Sí, soy Pedro y puedo hablar. Dime.
  • Me dijisteis que os ibais a final de mes, pasado mañana. ¿verdad?
  • Sí, así es.
  • Entonces mañana es el día, vuestro día, mi día. ¿Entiendes, verdad?
  • Sí, sí, entiendo.
  • ¿Estáis mañana disponibles?
  • Para eso sí, por supuesto. Siempre lo estamos.
  • No consigo que quiera, así que será por la fuerza, pero quiero que hagamos el menor daño. ¿Entiendes?
  • Sí, no hay problema, es lo que hablamos.
  • Será mañana por la mañana.
  • Ok. ¿Cómo lo haremos?
  • Aproximadamente a las doce llamaré a la puerta de servicio de vuestra casa y me abriréis.
  • OK.
  • Llevaré una máscara para cada uno. Solamente llevaremos puesta la máscara, nada de ropa, cuando entremos en la mía. Dejaremos la ropa en vuestra casa y luego, al acabar, la recogeremos
  • Con mi llave entraremos por la puerta de servicio de mi casa y allí nos la follaremos.
  • OK. Sencillo y práctico.
  • No os olvidéis que yo soy el que manda. Si digo algo me haréis caso de inmediato.
  • OK.
  • Si veo algo extraño, que no es lo pactado, os diré que os retiréis.
  • OK.
  • Debemos tener la misma hora para que no haya esperas innecesarias que puedan poner en peligro la operación. Yo tengo las 8 de la noche. ¿Qué hora tienes tú?
  • Sí, las ocho también.
  • No te olvides que somos tres, yo y vosotros dos. No quiero sorpresas porque se abortará la operación de raíz.
  • OK. Nunca hemos pensado que fuéramos ni más ni menos.
  • ¿Alguna pregunta?
  • No, ninguna.
  • Entonces hasta mañana a las 12 en la puerta de servicio de vuestra casa. Estad preparados para cuando llame con los nudillos a la puerta me abráis.
  • OK. Hasta mañana.

Y colgué.

La suerte estaba echada. Mi madre sería nuevamente violada. Disfrutaríamos sexualmente de ella contra su voluntad, o al menos eso quería hacernos creer.

Me acerqué por una tienda próxima situada en un callejón poco visitado. Solía cerrar a las 8 y media y un hombre casi ciego de edad avanzada me atendió.

Allí compré tres máscaras que había visto hacía tiempo y que una de ellas ya me probé hace tiempo.

Eran fuertes pero muy ligeras, no daban calor y cubrían toda la cara.

Eran las de tres superhéroes: Spiderman, Ironman y Hulk. Estos iban a ser los que se tiraran a mi mamita con sus superpollas.

Llegué a casa. Mi padre estaba en el sofá leyendo el periódico y mi madre preparaba la cena.

Cenamos viendo la televisión, pero yo, sin que se notara, no dejaba de observar a mi madre y me la imaginaba sentada a la mesa desnuda mientras comíamos. Agitando las tetas mientras nos servía y moviendo el culo al recoger los platos y la mesa. De buena gana la hubiera dado un buen azote seguido de un magreo con polvo final, pero esperaría a mañana.

Me fui a la cama el primero y volví a soñar con mi madre.

Como corría desnuda por una ciudad llena de muchedumbres que no paraban de acosarla, de sobarla, de magrearla, de decirla guarradas. Ella intentaba quitarse las manos de encima, de huir pero la acorralaban. Era inminente que la violaran todos.

Una telaraña salió de la nada y se enganchó a su tobillo levantándola del suelo, alejándola de la multitud y llevándola bocabajo, enseñando todo su coño bien abierto, hacia lo alto de un edificio, donde un Spiderman la esperaba ansioso con la parte delantera del pantalón de su disfraz bajado lo suficiente para mostrar una enorme verga en erección.

Cayó mi madre sobre una enorme telaraña donde se quedó bocarriba pegada. Por más que forcejeaba no podía despegarse, y Spiderman bajó lentamente sujetado por una tela de araña hacia ella, sin dejar de mirarla el coño.

Y cuando estaba encima de ella, se la metió entre las piernas. La escuché chillar y Spiderman comenzó a follársela con ganas, con fuerza.

En medio del folleteo, se quitó la máscara y era el vecino que hace años se la folló aprovechando su miedo a las arañas, y la dijo riéndose.

  • Ya te dije que volveríamos a vernos, que volvería a follarte y a devorarte.

Y la dio una dentellada en una teta, y otra y otra. Mi madre chillaba y chillaba de dolor y de terror.

Pero bajó del cielo una figura roja, que apartó a Spiderman con un rayo que salió de su mano, lanzándolo lejos. Era Ironman, el hombre de hierro.

Con su rayo cortó la telaraña que aprisionaba a mi madre, y cogiéndola por la cintura se la llevó volando.

En mitad del cielo, la bragueta del uniforme de Ironman se abrió de forma automática y salió la polla bien tiesa del héroe, metiéndose en el coño de mi madre, y mientras no dejaba de volar, se la folló moviéndola con sus manos sobre los glúteos de mi madre, arriba y abajo, arriba y abajo.

Mi madre chillaba y chillaba de placer, mientras se la follaba.

Cuando el hombre de hierro tuvo su orgasmo, simplemente dejó de sujetar a mi madre que cayó en el vacío ante la pasividad del superhéroe que se alejaba de ella con indiferencia.

Mi madre caía, caía, chillando de espanto. Y cuando iba estrellarse contra la azotea de un edificio, alguien la sujetó con sus enormes y fuertes brazos verdes. Era Hulk el que la había salvado.

Muy cariñosa mi madre se abrazó a su salvador, besándolo agradecida de haberla salvado. Tanto besuqueo debió excitar a Hulk e hizo que su cipote creciera y creciera dentro del pantalón, reventándolo, dejándolo totalmente desnudo y librando al monstruo verde que llevaba entre las piernas.

Los pies desnudos de mi madre se apoyaban en la monstruosa verga verde, que crecía y crecía, poniéndose en vertical, lo que hacía que ella estuviera cada vez más alta y tuviera que agacharse para besar la cara de Hulk, que bramó muy excitado:

  • ¡Hulk follaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaar!

Asustada, mi madre separó su cabeza de la cara de la bestia verdosa, y éste sujetándola, la bajó hasta que su bestial cipote …

¡Ring, ring, ring, ring!

El puto despertador sonando me hace saltar asustado en la cama sin ver como la Verga Verde, la VV, revienta el coño a mi madre.

Un nuevo día, que digo, El Día, el día en el volveré a violar a mi madre y veré como otros la violan, son los vecinos o Los Vengadores, los V.

Aquél día mi madre salió recién levantada a despedirnos a mi padre y a mí, llevando solo un ligero camisón que algo se transparentaba y dejaba entrever los tesoros sonrosados que apenas se ocultaban debajo.

La pregunté muy inocente:

  • ¿Qué vas a hacer esta mañana, mamá? ¿Vas a salir a dar una vuelta?

No totalmente despierta me respondió:

  • Lo que hago casi siempre, hijo. Hacer las camas, limpiar, poner la lavadora y luego una buena ducha y me pondré a ver algún programa en la tele o echaré una ojeada a alguna revista o libro.

Mi padre se metió en la conversación, con su tono serio de predicador loco, dirigiéndose a mi madre.

  • Te he dicho que tienes que salir todos los días, que tienes que recuperar tu vida normal, que aquello que ocurrió ya está resuelto, nunca volverá ocurrir y no debes tener ningún miedo.

Como casi siempre, mi padre estaba totalmente equivocado, pero me parecía una buena idea que mi madre también saliera a la calle, para así poder cambiar de escenario para continuar follándola, abriéndose nuevas y placenteras oportunidades.

Iba camino del instituto por el parque cuando hice una nueva llamada a mi madre con la tarjeta que utilizaba para acosarla. No lo cogió como esperaba pero era la rutina a la que la había acostumbrado y no quería hoy precisamente que saliera de la rutina.

A las doce estaba en la puerta de servicio de nuestra casa, frente a la de los vecinos. En ese momento escuché como el calentador de agua de nuestra casa inundaba de ruido el patio.

Golpee dos veces con los nudillos suavemente a la puerta de los vecinos que abrieron de inmediato. Pasé dentro y nos quitamos la ropa rápidamente.

Eran de constitución normal, ni gordos ni delgados, y sus penes, aunque estaban morcillones colgando hinchados, listos para entrar en erección, listos para entrar a follar, no eran excesivamente grandes. Medirían como el mío, alrededor de unos quince centímetros, suficientes para meterse en el coño de mi madre y hacer maravillas.

Felipe era el más alto, de algo más de un metro ochenta, mientras que Pedro era de una estatura parecida a la mía, de un metro setenta y cinco centímetros.

Cogieron cada uno una máscara. Pedro “el serio” cogió la de Ironman, Felipe “el hablador” la de Hulk y yo me quedé la de Spiderman. Confiaba que la energía de estos superhéroes nos inundara para follarnos a mi madre sin descanso.

Antes de salir nos colocamos las máscaras.

Abrí la puerta mirando por si había “moros en la costa”, bastante improbable, y al no ver a nadie nos dirigimos casi corriendo a la puerta de servicio de nuestra casa.

Metí la llave, la giré y la puerta se abrió sin ningún ruido.

La ducha continuaba corriendo y no había otro ruido en la casa. Mi madre debía estar bajo la ducha, masturbándose posiblemente.

Nos dirigimos hacia el cuarto de aseo, origen del sonido, pero echando una ojeada antes en las demás habitaciones por si había alguna visita inesperada, pero no había nadie.

Nos pusimos los tres delante de la puerta del aseo, yo el primero, y girando el picaporte entramos, conmigo a la cabeza.

Detrás de la mampara transparente de la ducha estaba mi madre, completamente desnuda sino fuera por un gorro también transparente de ducha que llevaba en la cabeza.

Nos daba la espalda, con su culo espléndido apuntando hacia nosotros, mientras el agua se deslizaba por su cuerpo, derrapando en todas sus curvas y metiéndose en todos sus agujeros.

No se había percatado de nuestra presencia y seguía masturbándose con su mano derecha, como la vi hacerlo en la otra ocasión.

Al ver lo que hacía mi madre, Hulk exclamó entre sorprendido y excitado:

  • ¡Coño!

Que escuchó mi madre, girándose perezosamente como si no tuviera importancia, pero al vernos su expresión de ocioso placer se convirtió en espanto, con los ojos y la boca abiertos de par en par, se echó hacia atrás, chocando su culo y espalda contra la pared y resbalando hasta sentarse sobre el borde del plato de ducha.

Abrí la mampara, y cerré el grifo de la ducha, sin dejar de mirarla.

Estaba aterrada mirándonos a punto del infarto, pero sin dejar de taparse los pezones con un brazo y el coño con la otra, manteniendo las piernas tan cerradas cómo podía. Lo que la daba un aspecto entre cómico y grotesco con una pizca pornográfica.

Entre autoritario y condescendiente la ordené:

  • Venga, levántate y sal, zorra.

Pero no se movía del sitio, por lo que ordené a mis acompañantes que la sacaran, dejándoles espacio para que lo hicieran.

Hulk fue el que se acercó, apoyando una pierna dentro del plato de ducha, la agarró por los antebrazos y tiró de ella hasta que la puso de pies y la cargó sobre uno de sus hombros antes de que volviera a sentarse, perdiendo mi madre su gorro de baño en el forcejeo.

Le dije que la llevara al dormitorio, y que yo iría delante.

Antes de salir del cuarto cogí una toalla grande que estaba colgada con el fin de secarla antes de follarla por si, al estar tan mojada, nos dificultaba los polvos que queríamos echarla.

Intentó maniobrar Hulk para salir de frente por la puerta, pero mi madre desesperada se agarró con sus manos a la mampara intentando que no la sacaran del cuarto de aseo.

Un azote en su sexo fue suficiente para que volviera a su estado pasivo. Está comprobado que un azote en el coño a una mujer la deja mansa como un corderito.

Salió Hulk de espaldas por la puerta del cuarto de aseo y, girándose en el pasillo, nos encaminamos hacia el dormitorio de mis padres, yo delante, Hulk en medio e Ironman cerrando la comitiva.

Girándome para ver cómo iba mi madre, pude ver cómo su coño y su culo descansaban sobre el hombre de la máscara verde, relamiéndome con lo que iba a hacerla.

Ordené que la pusiera sobre la cama de matrimonio y eso hizo, tumbándola bocarriba sobre la cama.

Nada más ser depositada sobre la cama, mi madre se alejó a gatas de nosotros, tan rápido como pudo, moviendo desenfrenadamente sus glúteos, y mostrándonos su vulva hinchada, hasta colocarse, apoyando su espalda sobre la cabecera de la cama, y nos miró de frente, después de taparse pezones y sexo con sus manos.

Cada uno de nosotros tres nos colocamos en cada lado de la cama, por si quería huir.

Fui yo el que me dirigí nuevamente a ella, utilizando una voz irreconocible en tono pausado y sereno.

  • ¿Sabes que queremos?

Me miraba, nos miraba aterrada, sin contestar nada.

  • Contéstame ¿sabes que queremos de ti?

Negó asustada moviendo compulsivamente una vez la cabeza a cada lado.

  • ¿Crees que venimos a llevarnos tu dinero, tus joyas, tus televisiones, tu ropa, tus bragas? Dímelo.

Asustada, respondió balbuceando.

  • Llevaos lo que queráis, pero no me hagáis daño.

Bajo mi máscara sonreía por la desesperación y por el miedo que tenía mi madre.

  • Fíjate donde estás. Estás completamente desnuda sobre la cama en la que tu maridito fornica contigo y estamos delante tuyos tres hombres completamente desnudos con las vergas duras y erectas, apuntando hacia tu coñito.

Hice una ligera pausa para que asimilara lo que la estaba diciendo para hacerla una sencilla pregunta.

  • ¿Qué crees que queremos de ti?

Aturdida se puso a llorar a lágrima viva y no hay cosa que me excite más que una mujer desnuda llorando, por lo que mi pene se levantó como si fuera la trompa de un elefante.

Llorando nos balbuceó diciendo algo así como:

  • No me hagáis daño, por favor, haré lo que queráis pero no me hagáis daño.

Me reí a carcajadas y mis compañeros me siguieron, inundando toda la habitación con nuestras risas.

Calmándome me volví a dirigir a mi madre que había parado de llorar pero seguía aterrada.

  • No me has contestado. ¿Qué crees que queremos hacerte?

Más calmada, me contesto balbuceando.

  • ¿Acostarse conmigo?

Volví a reírme, a reírnos y levantando la voz la grité lo siguiente.

  • Acostarse contigo no. Follarte sí. Follarte por todos tus agujeros.
  • Por favor, por favor, no me hagáis daño, no me hagáis daño, haré lo que queráis, todo lo que queráis.

Lloriqueó, suplicando muy deprisa.

  • Entonces, empieza por dejarnos ver tus tetas y tu coño. ¡Venga, vamos!

Lentamente, mirándose las tetas y el coño, empezó a quitar sus manos descubriendo tímidamente sus tesoros, pero la apremié diciéndola:

  • ¡Venga, venga, rápido!

Levantó rápido sus manos dejando al descubierto pezones y vulva ante nuestros ansiosos ojos.

  • Túmbate en la cama, en medio de la cama. ¡Venga, ya!

Movió su trasero al centro de la cama y se tumbó como la dije, bocarriba con los brazos y piernas separados del tronco.

Su piel brillaba al estar todavía mojada y la hacía todavía más apetecible.

  • Ábrete de piernas, bien de piernas, separa los muslos que te veamos bien todo el coño.

Eso hizo y nos quedamos un rato mirándola en silencio la vulva y las tetas, hasta que Hulk exclamó sacándonos de nuestra concentración:

  • ¡Joder, ostias, vaya conejito más sabroso nos vamos a trincar! ¡Está gritándonos que nos lo comamos!

Fui yo el que expresó antes de que alguno se me adelantara.

  • Voy el primero.

Me puse rodillas sobre la cama entre las piernas de mi madre y, sujetándola por los gemelos, la separé más las piernas para tener más expuesto su sexo.

Me tumbé bocabajo entre sus piernas y, descubriendo mi boca, empecé lentamente a lamerla la vulva.

Estaba toda mojada, supuse que la mayoría sería agua de la ducha.

Además tenía un dulce olor algo empalagoso, como a naranja, fruto del gel de ducha que solía utilizar.

Escuché a mis espaldas exclamar a Hulk el parlanchín:

  • ¡Joder, qué culo, macho!

Caí en la cuenta que se refería al mío, ya que el de mi madre ahora estaba oculto a su mirada.

¡Coño, nunca pensé que fueran bisexuales, pero todo era posible!

Así que, por precaución, me detuve un momento de lamerla, y me voltee, mirando a los dos.

  • Lo siento, lo siento. Ha sido espontáneo, pero no te preocupes que no te queremos dar por culo. Solo a tu m..a a ella.

El muy gilipollas del Hulk estuvo a punto de decir “tu madre”.

Mosqueado, me di la vuelta y me tumbé bocarriba sobre la cama, ordenando a mi madre:

  • Túmbate encima de mí, zorra, con tu boca en mis genitales y los tuyos sobre mis labios.

Se quedó un momento aturdida, sin comprender, por lo que tuve que repetírselo de peor genio.

  • ¡Venga, chocho caliente, mueve el coño que te lo quiero comer!

Se movió en la cama, tumbándose como la había dicho sobre mí con su sexo la altura de mi boca.

La simple visión de su culo, tan cerca de mi cara, me ponía a mil, y si además veía su coño y el agujero de su culo, tan expuestos a mi lengua y a mis labios, no era extraño que estuviera a punto de eyacular sobre la cara de ella, pero logré contenerme y la dije:

  • ¡Chúpame la polla, calientapollas, pero cuidadito de no morder. Todo suave, lámelo suave, que te arrancó el coño a mordiscos!

Comenzó a chuparme y a lamerme el rabo que lo tenía bien tieso.

Poco a poco empecé nuevamente a lamerla el chumino, lentamente, disfrutando de cada rincón, de cada momento, primero por fuera, por sus labios mayores, y luego por dentro, sus labios menores, profundizando cada vez más y más, concentrándome en el clítoris, metiendo mis dedos dentro de su vagina, primero uno, luego otro.

La escuchaba suspirar, jadear, agitarse de placer.

Disfrutaba la calentorra tanto o más que yo, así que, antes de que fuera eyacular en su cara, preferí hacerlo dentro de su coño, por lo que la ordené, dándola un azote en sus hermosas nalgas:

  • Siéntate sobre mi polla, gatita, que te la quiero meter ahorita mismo.

Se puso de rodillas sobre mi pecho y quería girarse para poner su cara frente a la mía, pero se lo impedí, al temer que pudiera reconocerme, además no quería dejar de disfrutar de la visión de sus magníficos glúteos, por lo que la obligué a moverse hacia mis pies, colocándose sobre mi pene erecto.

Lo tomó con una de sus manos y se lo metió en su vagina, iniciando su movimiento arriba y abajo, arriba y abajo, despacito, permitiendo que mi polla entrara y saliera en toda su extensión.

Mis manos fueron a sus glúteos notando la suavidad de su piel y la dureza de sus músculos. Luego fueron a sus caderas, sujetándolas, permitiéndome continuar viendo el dulce balanceo de sus carnes.

Inclinó su tronco hacia delante, sin dejar de moverse, ahora adelante y atrás, adelante y atrás, dejándome que tuviera una mejor perspectiva de su ano y de su vulva, viendo como entraba y salía mi verga de su vagina.

Mis manos también fueron a sus piernas, palpé y acaricié sus fuertes y torneados muslos, sus pies suaves y perfectos.

Escuché a Ironman decirme:

  • ¡Venga tío, vete acabando y deja también a tus camaradas, que nos la vamos a cascar esperando que te la trajines!

Cabreado, sujeté a mi madre por sus caderas y aumenté el ritmo del mete-saca, y ella me siguió en mi frenesí.

En poco segundos me corrí como una mala bestia dentro de ella, gritando de placer mientras mares de esperma inundaban sus entrañas, goteando sobre mi pelvis y sobre la sábana de la cama.

Unos pocos segundos estuve quieto sin moverme, disfrutando del momento, pero Ironman tomó a mi madre por un brazo, haciendo que se levantara de la cama.

  • ¡Vamos, nena, que ahora viene el rock and roll!

Pasó por su entrepierna Ironman la toalla de baño que yo había traído y la limpió todo el esperma que pudo, restregándola por su culo y coño varias veces.

Luego tiró la toalla sobre una silla y tomó una botella que contenía aceite. Era el que a veces había visto que mi madre utilizaba para suavizar su piel.

Esta vez lo vertieron sobre sus tetas, juntándolas con las manos para que no cayera mucha cantidad al suelo y se perdiera.

Me puse en pie para contemplar lo que la hacía, como la extendía el aceite por sus melones, fluyendo por sus hombros, por su espalda y por su vientre alcanzando su entrepierna y deslizándose por sus muslos hacia sus pies.

Ahora sí que brillaba su piel, sus tetas, lo que aumentaba el deseo de disfrutarla.

Mirando como el aceite cubría y se esparcía por sus melones, Ironman no dejaba de mirarlos y, subiéndose la parte inferior de su máscara, inclinó la cabeza y besó las tetas de mi madre, un beso detrás de otro, para lamerlas con fruición a continuación, mientras la sujetaba con sus dos manos por las nalgas para que no escapara.

El rostro de mi madre mostraba un gran placer, con los ojos cerrados disfrutaba del sobe al que estaban siendo sometidos sus senos, sus enormes y hermosos pechos.

Sentí una punzada de celos, pero era lo que estaba deseando, lo que estuve buscando durante meses, quizá años, que algún hombre se la beneficiara delante de mis ojos.

Estuvo más de un minuto comiéndola las tetas, para luego hacerla que se girara, dándole la espalda, y se pusiera a cuatro patas sobre la cama.

Vertió más aceite sobre sus nalgas desnudas, y la hizo que se inclinara hacia delante, obligándola que pusiera su cara sobre el colchón y el culo en pompa, lo que hizo que el aceite se extendiera por su espalda, por sus muslos, por todo su cuerpo, poniéndonos a todos a mil.

Todas nuestras miradas se dirigían al enorme culo de mi madre, y todos nos veíamos penetrándolo con nuestras pollas, reventándolo a base de polvos.

Sus nalgas resplandecían, y me recordaron a una manzana caramelizada a la que todos deseaban darla un buen mordisco, comérsela.

Dio Ironman la botella de aceite a Hulk y propinó un buen par de azotes al culo de mi madre, acercando su erguida verga al brillante culo de mi madre.

La separó las nalgas, disfrutando del espectáculo de sus dos agujeros, sonrosados y tentadores, y se quedó absorto mirándolos maravillado, dudando por dónde meterla el rabo, y, entre duda y duda, se agachó, apoyándose en el colchón y metió su cara entre los dos cachetes, lamiendo ávido el año, mezclando lametones largos y profundos con toda la lengua y cortos y penetrantes solo con la punta, y bajando al coño, dándola una pasada tras otra, ante los jadeos y chillidos de placer de mi madre y el crecimiento cada vez mayor de la verga del hombre de hierro.

Estuvo en esa postura, lamiéndola reiterada e insistentemente entre las nalgas, hasta que se incorporó e hizo una señal con su cabeza a Hulk, que puso en marcha el compacto de música de mi madre y Elvis inundó la casa con su canción “Hound Dog”.

Empezaba el rock and roll y mi madre era la chica con la que todos queríamos bailar, con la todos íbamos a follar.

Poniendo una rodilla sobre la cama, Ironman le metió todo el cipote a mi madre por el coño mojado, comenzando a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, a un ritmo frenético, imitando al Rey, a un ritmo en el que no aguantaría mucho sin eyacular.

La propinaba sonoros azotes a mi madre en sus cada vez más rojas nalgas y ella chillaba cada vez, recordándome al maullido de una gatita en celo.

¡Cómo brillaban los glúteos de mi madre, como se agitaban en cada embestida que la propinaba, cómo se contraían sus músculos, qué color rojo tan intenso y excitante iban adquiriendo sus nalgas! ¡Casi tengo otro orgasmo allí mismo mirándola el culo! ¡Y el rabo de Hulk crecía y crecía como en mi sueño, pero no adquiría un color verde, sino rojo sangre que era lo que inundaba su erguida y rígida verga!

Como era de esperar, Ironman eyaculó poco antes de que acabara la canción, no solo dentro del coño de mi madre, sino también sobre sus nalgas y entre ellas.

Un par de segundos permaneció sin moverse, pero enseguida dejó paso al siguiente, a Hulk, La Masa lasciva, que, utilizando la toalla, volvió a limpiarla el culo y el coño de lefa.

Mi madre al sentir que Ironman dejaba de penetrarla, se tumbó de lado sobre la cama. Debía estar dolorida y cansada del baile al que la había sometido, pero enseguida Hulk hizo que se incorporara al tiempo que él se tumbaba bocarriba sobre la cama, obligándola a ponerse en rodillas a cada lado de él, pero esta vez mirándole a la cara.

Ahora era “Satisfaction” de los Rolling lo que llenaba con su música la casa.

Con un gesto automático, mi madre sujetó el cipote tieso de Hulk y se lo introdujo en la vagina, iniciando nuevamente los típicos movimientos de mete-saca, pero esta vez fue el monstruo verde el que, sujetándola por las caderas, impuso el ritmo, moviéndose él arriba y abajo, metiendo y sacando, metiendo y sacando, con energía y ritmo el rabo en el conejo de ella.

El culo de mi madre se balanceaba a un lado y a otro, como si fuera una frágil marioneta impulsada por una polla gigante.

El ruido que provocaban los cojones de la bestia verde al chocar sobre el perineo de la bella colorada parecía que seguían el compás de la canción, como si fuera el tam-tam de un tambor acompañando a sus Satánicas Majestades.

Como si fuera una carrera de velocidad ella se inclinó hacia delante, permitiendo ver una vez más su culo en todo su esplendor, con su ano todavía inmaculado.

Ironman excitado otra vez se acercó a ella por detrás luciendo una erección espectacular, y, empujándola con una mano en la espalda, con la otra mano dirigió su verga inhiesta al ano de mi madre.

Mi madre al notar que querían entrar por su puerta de atrás, quiso evitarlo manoteando ridículamente hacia atrás pero ya era tarde, el cipote de Ironman entró hasta el fondo y comenzó a bombear furiosamente.

Mi madre chilló de dolor, intentando moverse para que se quitara, pero las manos de Hulk en sus caderas y las de Ironman en su espalda lo impidieron al sujetarla fuertemente.

Inclinada hacia delante, jadeando y gimiendo de dolor y placer, era duramente perforada por dos de sus agujeros, solamente faltaba su boca por ser violada y allí fui yo con mi tirachinas juguetona entre las piernas.

Me subí a la cama y me puse de rodillas, colocando una rodilla a cada lado de la cabeza de Hulk, colgando mis cojones a pocos centímetros de su cara.

Llevé mi rabo erecto hacia la cara de mi madre, logrando que se lo metiera en su boca y empezó a mamarla como si fuera un biberón, mientras la sujetaba la cabeza.

Los dos vecinos aminoraron el ritmo del folleteo para que yo pudiera también joderla por la boca y así estuvimos los tres durante casi un minuto follándonos a mi madre por tres de sus agujeros.

Cansados de no eyacular, incrementaron el ritmo para terminarla, pero con tanto empuje al que estaba siendo sometida, ya no lograba concentrarse en la mamada que debía hacerme, saliendo mi pene varias veces de su boca.

Una de las veces, el maricón de Hulk me lamió los cojones por abajo, lo que me produjo una gran sensación de incomodidad, quitándome morbo a la situación.

A la tercera vez que se salió, me retiré para contemplar mejor la escena de cómo desvirgaban el culo de mi madre

El único que se corrió fue Hulk que bramó como si fuera el auténtico al conseguirlo, ya que Ironman todavía no se había recuperado del que acababa de echar y no pudo culminar esta vez.

Desmontaron a mi madre que cayó de lado sobre la cama, colocándose en posición fetal defendiendo sus dos agujeros que acababan de ser violados.

Ironman me preguntó desenfadadamente como si estuviéramos con unos amiguetes jugando a las cartas.

  • ¿Hay alguna cosa que me pueda beber que no sea agua? Tanto follar me da mucha sed

Y se encaminó hacia la cocina, seguido por Hulk que quería mear.

Me quedé en el dormitorio vigilando a mi madre por si quería escapar o hacer algún tipo de locura como tirarse por la ventana, pero estaba tan dolorida y cansada que no se movió ni un milímetro, cerrando los ojos.

Bebiendo una lata de cerveza, Ironman me relevó en la vigilancia de mi madre, comentándome muy tranquilo:

  • Me encanta, con ese cuerpo es imposible dejarla de mirar un instante.

 Le dije que me iba a mear.

  • OK. Si veo que intenta algo que no me guste me la follo otra vez y os aviso.

Mientras meaba se me ocurrió que no vendría mal que mi madre hiciera de criada y nos diera algún aperitivo para tomar.

Entré nuevamente al dormitorio donde los dos superfolladores se tomaban tranquilamente unas cervezas mirando las tetas de mi madre, y me encaminé al armario, cogiendo los zapatos con más tacón de mi madre para acercarme a continuación a ella para darla un sonoro azote en el culo y ordenarla de forma despreciativa:

  • Venga arriba, chochete, sírvenos unos aperitivitos que acompañen estas cervecitas que tenemos todavía mucho que follarte.

Mi madre, abriendo los ojos, se incorporó como pudo de la cama. Estaba dolorida sobre todo al haber sido sodomizada por el hombre de hierro.

Mientras la miraba también las tetas, coloqué mi mano derecha sobre una de sus nalgas, atrayéndola hacia mí y dejé caer sus zapatos al suelo delante de ella, indicándola:

  • Ponte tus zapatos de putita calientacamas que queremos ver cómo mueves tu culo gordo cuando nos sirvas los aperititivitos.

Y la di un fuerte empujón haciendo que cayera de espaldas sobre la cama, enseñándonos una vez más su coñito recién follado.

Nos reímos los tres de la cara de miedo que puso mi madre al verse lanzada hacia la cama.

  • Si no se porta bien podemos tirarla por el bacón a la calle, y luego bajar y follárnosla para ver si se recupera.

Comentó entre risas Hulk.

Mi madre se sentó en la cama, como pudo y nos suplicó, mientras se agachaba para calzarse los zapatos.

  • No me hagáis daño, por favor. Lo habéis prometido.
  • ¿Prometido? Lo único que te hemos prometido es que te vamos a follar por todos tus agujeros hasta que nos cansemos y todavía estamos frescos como rosas.

Bramé yo y noté como mi máscara se llenaba de espumajos que salían por mi boca.

Lloró sin levantar la cabeza y sin dejar de calzarse los zapatos.

Venga, está bien, solamente te violamos varias veces más y nos vamos. Te dejamos que escondas tu virtud ultrajada a todo el mundo.

La comenté de modo condescendiente, como si fuera una niña consentida a la que hay que bajar las braguitas y darla unas buenas nalgadas para que vea que ha hecho mal.

Y nos volvimos todos a reír.

Se levantó mi madre, con la cara anegada en lágrimas, haciendo pucheros para no seguir llorando.

Hulk, con su torpeza habitual, intentó imitar a mi madre de forma patética, haciendo ruidos que, más que lloros parecían los gemidos lastimeros de un gatito que agonizaba al ser atropellado por un coche.

La ordené, sonriendo bajo mi máscara.

  • Mueve el culo gordo a la cocina y tráenos aceitunas y patatas fritas. ¡Ah! Y tres cervecitas más que tenemos que coger fuerzas para seguir follándote. ¡Venga, venga, ese culo, ese culo, moviéndolo!

Se fue caminando torpemente hacia la cocina sobre sus zapatos de aguja, balanceando tanto el culo y las caderas que me lancé impetuoso detrás de ella, colocando mis manos sobre sus glúteos calientes empujándola, sobándola y dándola azotitos. Hacía mucho tiempo que quería hacer esto y ahora era el momento.

A empujones la hice entrar en la cocina y allí hice que se inclinara sobre la pila, y comencé a azotarla las nalgas. Cinco o seis azotes bastaron para que deseara más y la abrí de piernas para tirármela de nuevo.

Suplicó llorando:

  • ¡Por el culo no, por favor, por el culo no!

Estaba de buenas, en plan amiguete, así que se la metí por el coño y comencé a bombearla sujetándola por las caderas.

Escuché a mis dos camaradas, decirme en voz alta:

  • ¡Dale duro, joputa, dale duro!

No estaban desencaminados, si ella era una puta, yo era un hijo de puta, un auténtico hijo de puta.

No podía eyacular, por lo que la desmonté y, girándola hacia mí, la obligué a que se pusiera de rodillas en la cocina, metiéndola mi cipote erguido y duro en su boca, hasta el fondo de su garganta.

Agarrándola por el cabello, moví su cabeza adelante y atrás, copulando también con su tercer coño, con su boca, mientras su manos sujetaban mis glúteos por detrás.

Pero nada, era demasiado seguido en relación al anterior polvo que la había echado y necesitaba recuperarme, recargar de balas y pólvora mi pistola.

Hice que se reincorporara otra vez y cogiera lo que la había solicitado: patatas fritas, aceitunas y cervezas para llevarlo en una bandeja al dormitorio donde nos esperaban los dos gandules.

Hulk me recibió con algo que debía ser una broma:

  • ¿No te habrás corrido sobre las patatas?

Siguiéndole el juego, repliqué.

  • No, fue en la cerveza que te vas a beber, cabrón.

Nos reímos todos, menos mi madre que con la bandeja en los brazos permitía que cogiéramos todo lo que nos había traído, incluido su culo y sus tetas que catábamos con algún que otro pellizco y azote.

  • Ven aquí, culona, siéntate sobre mis rodillas, que luego lo harás sobre mi nabo.

Dijo Ironman, atrayéndola con sus manos sobre su culo. Casi se le cae la bandeja al suelo pero yo, presto, la recogí de los brazos de mi madre y la puse en el suelo.

Sentada sobre sobre las rodillas del hombre de hierro, éste la sujetó con una mano en la cadera y, mirándola detenidamente las tetas, la preguntó:

  • ¿Qué haces para tener unas tetas tan gordas como las que tienes? Me tienes que contar el secreto. ¿Son las cubanas que haces las que te desarrollan tanto los melones? o ¿son los lametones que te dan en los pezones?

Mi madre respondió en voz muy baja un “No” apenas audible.

  • Venga, enséñame como lo haces, no seas tímida, que tú vales mucho, nena.

Y la empujó para que se levantara y se volteara hacia él, colocándola de rodillas entre sus piernas.

Poniendo sus manos sobre las tetas de mi madre y colocando su verga tiesa entre ellas, comenzó a moverse arriba y abajo para masturbarse, pero como el movimiento le resultaba incómodo, hizo que fuera ella la que juntara sus dos ubres y se moviera arriba y abajo, indicándola:

  • Venga, venga, agita esas tetazas que Dios te ha dado, tetona, ¿qué necesitas? ¿música?

Fue Hulk el que al oír la palabra música puso la radio y se escuchó la canción “Eye of the tiger” del grupo Survivor.

Mi madre, ajena a la música que sonaba, se concentró en que Ironman eyaculara de una puta vez y así no la diera más por culo.

Sus melones sacaron brillo a la verga del hombre de hierro, moviéndose rápido, pero no eyaculaba, así que mi madre, hastiada, dejó de sujetar sus senos y cogió con las dos manos el cipote del tío y se lo metió en la boca, comenzando a mamarlo con ganas mientras sus dos manos lo sobaban insistentemente en toda su extensión, logrando finalmente que el capullo saliera de su letargo y eyaculara, empapando el rostro, las manos y las tetas de ella.

No solo eyaculó como una mala bestia sino que rugió como tal, como si fuera el león que salía en las películas de la Metro.

Motivado por lo que había visto, cogí a mi madre por las caderas y la levanté del suelo, colocándola de espaldas sobre la cama de forma que sus piernas no estuvieran sobre ella, sino apoyadas en el suelo.

La abrí de piernas y se la metí esta vez sí, por el culo. Se quejó al metérsela pero luego sufrió en silencio mi furiosa galopada, frenada finalmente por un nuevo orgasmo.

La desmonté y me limpié mi polla en las sábanas de la cama.                                                                                  

Cogí mi cerveza y, sentándome sobre la cama, junto a mi madre, me bebí un largo trago sin dejar de observarla.

Hulk fue ahora el que se acercó a ella, eructando ruidosamente con su cerveza en la mano.

La cogió por el antebrazo y la obligó a levantarse, tirando de ella hacia la puerta que daba a la terraza, murmurando:

  • Demasiada gente y demasiada rutina, vamos fuera a follar.

La arrastró a la terraza y la hizo apoyarse en la barandilla para colocarse detrás de ella y abrirla de piernas.

Sujetándola con una mano en la cadera de ella, con la otra mano cogió su polla y se la metió a mi madre por detrás, otra vez por el culo, agarrándola las tetas para que no se moviera, y empezó con el furioso meneíto del mete-saca.

Me asomé a la terraza sin salir fuera y observé como se la follaba, como se agitaban sus nalgas en cada arremetida que la daban.

No era prácticamente posible que alguien pudiera desde fuera ver lo que ocurría dentro de la casa, pero en la terraza alguien de algún edificio próximo podía vernos, podía ver cómo se tiraban a mi madre, pero ni a ella ni al monstruo verde que se la zumbaba parecía importarles.

Solo a mí, que sacaba solamente la cabeza a la terraza y veía como una viejecita que estaba regando sus plantas se daba cuenta de lo que sucedía en el edifico cercano y se detenía para contemplarlo horrorizada.

Duró poco el folleteo que le sometió al culo de mi madre y, una vez acabado, tirando de su brazo La Masa metió a mi madre en su dormitorio y, ya dentro, la empujó como si fuera un pelele sobre la cama, donde permaneció sin moverse, como muerta.

Mientras nos preparábamos para marcharnos, se me ocurrió que había alguien que, aunque lo deseaba tanto como nosotros, todavía no había disfrutado de los encantos de mi madre, así que se me ocurrió llamarle por si estaba disponible, aunque lo dudaba.

Pero sí, fue él que cogió la llamada y al decirle que si podía venir un momento a casa ya que tenía un trabajo pendiente por hacer, apenas conteniendo su emoción me dijo:

  • Ahora mismo voy, subo corriendo.

Y así debió hacerlo, porque en menos de un minuto estaba alguien golpeando a la puerta principal de entrada.

Se trataba de Julio, el vecino que se la había tirado al menos en un par de ocasiones en el pasado.

Le abrí yo con mi máscara de Spiderman todavía puesta, pero me la quité al verle y, se la tendí, diciéndole:

  • Está en su cama. Haz con ella lo que quieras que te dejo solo.

Rechazó la máscara, diciéndome:

  • No hace falta. Ya me conoce muy bien.

Y se fue directo hacia el dormitorio de mis padres, dejándome atónito, pero aun así le pude decir:

  • No le hagas daño.

Sin responderme, le escuché decir a mi madre, riéndose emocionado, pero con tono indudablemente siniestro y amenazador:

  • Ya te dije que volveríamos a vernos, que volvería a follarte y a devorarte.

Mi madre, a pesar de lo agotada y dolorida que estaba, chilló desesperada:

  • ¡Noooooooooooooooooooooooooo!

Cansado, sin querer escuchar ni ver más, cerré la puerta de servicio a mis espaldas, siguiendo a mis vecinos a su vivienda.

¿Dónde habría escuchado yo antes lo que acababa de decir el vecino?

Una sensación de inquietud me embargó, pero mi madre merecía un castigo ejemplar por no dejar que se la follara el que yo quisiera.

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