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La puta y el gilipollas

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “MI MADRE SE VA DE MARCHA”)

Salió por la puerta de la habitación Boris llevando cogida de la mano a mi madre, prácticamente desnuda sino es por el diminuto tanga y los zapatos de tacón que llevaba, así como su antifaz.

Y yo corrí detrás de ellos, agitándose en cada paso mi cipote totalmente empalmado. Cubría mi rostro con una ligera máscara como única vestimenta y llevando en mi mano una túnica que pensaba utilizar como disfraz.

Salimos al pasillo, cubiertas sus paredes de una tela acolchada de color rojo chillón, donde solamente un hombre grande y trajeado situado a nuestras espaldas, nos vigilaba, inmóvil frente a la puerta de donde salíamos.

Caminamos por el largo pasillo, con puertas cada lado, ellos delante y, desde atrás, mis ojos no se apartaban de los glúteos prietos de mi madre, cómo los movía voluptuosa al caminar y cómo resplandecían cegadores a la luz de las lámparas que los iluminaban.

Acababa yo de esparcir por todo su cuerpo grandes cantidades de aceite que resaltaban todas sus curvas, haciéndolas brillar y convirtiendo a mi madre en un objeto sexual todavía más deseable, si era posible.

El tanga microscópico que llevaba se perdía entre sus nalgas, y solamente un finísimo hilo, prácticamente inexistente, delataba su presencia sobre sus glúteos. Solo un milagro mantenía el hilo sin romperse y, aunque así lo hiciera, el tanga no caería al suelo, sino que se mantendría entre sus duros glúteos.

Los zapatos de tacón que llevaba ponían en tensión los músculos de sus torneadas piernas y su caminar, cruzando sensualmente las piernas, resaltaban el balanceo de sus turgentes caderas.

Al fondo del pasillo había una puerta cerrada, compuesta de dos hojas, de casi un metro de ancho cada una.

Nos aproximamos a la puerta y Boris se detuvo frente a ella y susurró al oído de mi madre:

  • Cuanto más puta, mejor.

Y, poniéndose un antifaz que le cubría la parte superior de su rostro, empujó la puerta, abriendo los dos batientes.

Un mar de voces y ruidos me aturdieron, pero, no solo a mí, sino especialmente a mi madre, que, más turbada, hizo amago por detenerse y retroceder pero la mano del joven, tirando de ella, la obligó a entrar.

Se acercó a ella una mujer muy alta, esbelta pero todo fibra y músculo, de piernas kilométricas y pechos semejantes a dos hermosos cocos partidos por la mitad. Iba prácticamente desnuda al llevar puesto solamente un tanga minúsculo, un antifaz y unos zapatos de muy alto tacón, que resaltaban todavía más su altura.

Ocupó el sitio de Boris al lado de mi madre y, cogiendo su mano, la dijo en voz baja:

  • Soy Zora. Ven conmigo.

Y, dejando atrás a Boris y a mí mismo, la condujo hacia los círculos de personas que reunidos de pies en la sala, hablaban entre ellos.

Los círculos se abrieron y las personas, expectantes, se giraron hacia mi madre cuando pasaba, separándose y dejando que ella pasara entre la gente.

Todos iban vestidos muy elegantes con trajes y corbatas, como si vinieran de alguna reunión de negocios, y llevaban un antifaz cubriéndoles parcialmente el rostro.

Las dos mujeres pasaron caminando entre ellos, con paso decididamente sosegado, exhibiendo orgullosas sus hermosos cuerpos desnudos.

Zora media unos dos metros de altura, sin una pizca de grasa ni celulitis. Sus glúteos parecían cincelados en mármol de una dureza extrema. Toda ella tenía un hermoso color dorado.

Según pasaban las mujeres, los círculos se iban cerrando, impidiéndome el paso y dificultando mi visión de las dos mujeres.

Escuché al lado mío a alguien que me susurraba al oído:

  • ¿Cómo se llama tu madre?

Di un bote asustado. No me lo esperaba, pensaba que era Boris el que estaba a mi lado, pero me equivoqué.

Un cálido aliento humedecía desagradablemente mi oreja y un extraño tono de voz raspaba dolorosamente mi oído.

Turbado, con los pelos erizados como si estuvieran magnetizados, me giré aterrado hacia la voz que me interrogaba.

Era un hombre de altura media, muy delgado, cubierta la parte superior de su rostro con una repelente máscara roja de diablo, mientras que la inferior delataba una boca sin labios y unos dientes irregulares y amarillentos, que no pegaban precisamente con el elegante traje oscuro de cuadros y la corbata roja que llevaba.

Su fétido aliento me repelía e intenté alejar mi cabeza, pero su mano, semejante a una garra, clavada sobre mi hombro, me lo impidió, haciéndome daño.

Me repitió la pregunta con un tono más apremiante, más amenazador, por lo que, asustado, respondí sin pensármelo, solo quería quitármelo de encima.

  • Marga.
  • ¿Qué más? Marga, ¿qué más? ¿Cuál es su apellido? ¡Venga, joputa, responde, si no quieres que te rebane los huevos!

Asustado, respondí sin pensarlo.

  • Mazas. Margarita Mazas.
  • ¿Dónde vive?

Solo quería alejarlo, quitármelo de encima, y se lo dije, le dije la verdad, donde vivía, vendí a mi madre en un instante, era peor que Judas, era un auténtico cobarde.

Nada más decírselo, me susurró al oído, amenazador:

  • Iré a visitarla.

Y se perdió a mi espalda entre la multitud.

Volteando la cabeza aterrado para ver si se había marchado, me encontré que alguien me miraba.

Era un poco más alto que yo y con máscara blanca e inexpresiva igual a la que yo llevaba. También llevaba una túnica cubriéndole el cuerpo. Parecía un fantasma, una aparición.

Se dirigió a mí y me dijo:

  • Ya era hora que llegarais. Mi madre ya no podía más.

Y movió la cabeza hacia un lado, señalándome algo, y al girarme para ver a qué se refería, vi a una mujer que … ¡Vaya melones! ¡Increíbles! ¡Eran todavía más grandes que los de mi madre! ¡Y estaban colorados como tomates!

Y al girarse dejé de ver sus melonazos para ver … ¡su culo! ¡Vaya pedazo de culo! ¡Era un rotundo culo, nada fofo, sino todo lo contrario, prieto, nada caído y … ¡también de color rojo!

  • No han parado de darla azotes y de pellizcarla. Mira cómo la han dejado el culo y las tetas.

Escuché decir al fantasma sin apartar los ojos de su voluptuosa madre. Efectivamente el color encarnado que lucían tetas y culo eran producto de tanto sobe y pellizco.

Entre los cachetes de su culo debía llevar un diminuto tanga, ya que solamente emergía de entre ellos un pequeño cordel que continuaba transversal encima de sus nalgas para unirse por delante a una diminuta franja de tela que cubría a duras penas su sexo, éste si bien depilado, no como el de mi madre que todavía tenía una corta franja de vello cubriéndolo. No llevaba sostén ni nada que cubriera sus voluptuosas ubres. Esa era la única vestimenta que llegaba, sin contar con su antifaz y con sus zapatos de tacón que hacían totalmente deseables sus muslos y pantorrillas. Toda la vestimenta como la que llevaba mi madre, así que supuse lógicamente que el fantasma que tenía a mi lado era el hijo cabrón y cornudo que había vendido a su madre, como había hecho yo, para disfrutar viendo cómo se la follaban y para follársela también él.

Como a mi madre la habían extendido por todo su cuerpo una gran cantidad de aceite, haciendo que brillara, pero los continuos y reiterados sobes a los que habían sometido en la fiesta a sus tetas y a su culo, lo habían eliminado todo resto de esas zonas.

Llevaba la macizorra una bandeja con canapes que ofrecía a los asistentes, pero éstos más que comerlos, la tocaban y magreaban las tetas y las nalgas sin reparo, como si fuera a ella a la que quisieran realmente devorar.

  • Tu madre también está muy buena.

Y seguí el movimiento de la cabeza de mi compadre para encontrarme ahora mi madre, toda tetas y culo, ofreciendo también canapes, mientas un hombre la sobaba insistentemente el culo mientras pasaba con la bandeja.

  • ¡Tiene un culo y unas tetas impresionantes!

Le escuché decir nuevamente al fantasma.

A pesar del terror que tuve hacia breves instantes, noté que tenía una enorme erección. Bajé mi vista para contemplar cómo mi cipote levantaba ostentosamente mi túnica por delante y, al mover mi vista, vi que también el hijo de la tetona tenía un buen empalme.

  • ¡La tuya tampoco está nada mal! ¡Vaya tetas y culo! ¡Está para echarla un montón de polvos!

Le dije, y, nada más hacerlo, le escuché reírse y yo me incorporé a sus risas durante unos segundos.

Más calmado me dijo:

  • Ya he oído que se llama Marga. La mía se llama Rosa.
  • Rosa la tetona, la culo gordo.

Exclamé risueño y cachondo.

  • Marga la calientapollas, la chocho caliente, la comepollas.

Me replicó el fantasma y echamos unas risas, hasta que se presentó.

  • Por cierto me llamo Pablo pero puedes llamarme el follamadres, porque me voy a follar a la tuya.
  • A mí me puedes llamar el revientaculos porque voy a reventar el de tu madre.

De pronto me fijo que hay en una de las paredes una pantalla gigante de televisión en la que se ve como una pareja están follando. Ella, dotada de unos pechos exuberantes, está tumbada bocarriba sobre la cama, con las piernas levantadas y apoyadas sobre el pecho de un joven que, de pies, se la está follando. Las espectaculares tetas de la mujer se bamboleaban adelante y atrás, adelante y atrás, en cada embestida del joven. Se observa perfectamente cómo la verga se pierde dentro del coño de la mujer para aparecer a continuación, y volver a desaparecer enseguida. ¡Cómo se la está follando! Ella lleva unos zapatos de tacón y … un antifaz. ¡Es mi madre! ¡Es mi madre a la que se están follando y soy yo el que se la folla! ¡Nos han estado grabando mientras follábamos! ¡Dios! Por eso, cuando acabamos vinieron a recogernos, ¡porque nos habían estado espiando y grabando todo el tiempo!

Pablo a mi lado me dice al oído:

  • Hemos estado viendo todo el tiempo cómo te follabas a tu madre. ¡Qué suerte, cabrón, tener una madre tan buena y tan puta!

Se detiene un momento y nos recreamos mirando la pantalla, para decirme a continuación:

  • Mi madre tampoco se queda atrás. Hace como si no quisiera pero disfrutamos follándola.

Se detuvo un momento para formular un deseo:

  • Quiero follarme a tu madre.

Después de otra parada de un segundo, me dijo:

  • Me la quiero follar, me quiero follar a tu madre, pero no solo aquí, sino también fuera, en tu casa, algún día. ¿Me dejaras? Yo a cambio te ayudaré a que te folles a la mía. ¿Aceptas?

Le miré y, afirmando con la cabeza, acepté su propuesta:

  • Por supuesto. Nos follaremos a nuestras madres. Una madre por otra.

En ese momento algo debió decir un tipo trajeado a mi madre, porque ella dejó la bandeja que llevaba sobre una mesita, y se puso de rodillas frente a él, y bajándole la bragueta, le sacó la verga, una verga erecta, gorda y congestionada, y, sujetándola con las dos manos, empezó a lamérsela, a lamérsela cómo si se tratara de un sabroso helado. Su lengua húmeda y sonrosada recorría el miembro en toda su longitud, arriba y abajo, abajo y arriba

El tipo seguía conversando como si no pasara nada con tres tíos que estaban al lado de él, y mi madre venga a lamerle la polla, sin descanso, para metérsela después en la boca, hasta el fondo, hasta que casi desaparecer dentro, y, sacándola de nuevo, se la volvió a meter en la boca, una y otra vez, lentamente, acariciándola en toda su longitud con sus labios carnosos y su lengua sonrosada.

¡Cómo le comía mi madre la polla! ¡Era toda una experta! ¡Cuántas pollas habría comido antes y cuantas comería esa noche!

A pesar de estar tan concentrado disfrutando de lo que hacía mi madre, me fijé que otro hombre, sin dejar de sobar las nalgas de Rosa, la dijo algo y, empujándola levemente por los glúteos, se la llevó a una sofá próximo, donde ella le bajó los pantalones y el calzón hasta los tobillos, mostrando el pollón tieso del sujeto, que se sentó en el sofá, haciendo que Rosa se pusiera de rodillas entre sus piernas.

La mujer tomo con sus manos el congestionado rabo del tipo y se lo metió entre las tetas, aprisionándolo, y, con sus manos juntó sus melones sobre el miembro, empezando a moverse arriba y abajo, masajeándolo con las ubres.

Alrededor de ellos se formó un círculo, donde pude meterme con Pablo, y tuve una visión increíble desde arriba de cómo la mujer hacía una cubana con sus tetazas al tipo. Los pechos de la mujer parecían enormes globos a punto de estallar, entre los que se perdía el rabo congestionado del tipo.

Escuché a Pablo decirme al oído:

  • Antes las tetas de mi madre no eran tan grandes, pero de tanto que he logrado que se la follen han crecido. Ahora lucen fantásticas. Todos quieren comérselas.

Detrás de ella, un hombre se quitó un zapato, dejando su pie desnudo y se lo metió a Rosa, por detrás, entre las piernas, sobre el pequeño tanga que casi ni cubría el coño de la mujer, y comenzó a moverlo adelante y atrás, una y otra vez, sobándola reiteradamente el sexo.

Eché una ojeada para ver qué hacía mi madre y ya no era una polla la que se estaba comiendo, sino cuatro, las de cuatro tíos que hacían un círculo alrededor de ella, y la boca de mi madre iba de polla en polla, chupándolas, lamiéndolas, mientras sus manos sujetaban y masajeaban las pollas que no tenía dentro de su boca.

La música ambiental cambió y paso mi atención a Rosa a la que el hombre que hace un momento la estaba masturbando con el pie, ahora sujetándola por las tetas, hacía que se levantara del suelo. El hombre se sentó también en el sofá, haciendo que ella se tumbara bocabajo sobre sus piernas, con el asombroso culo en pompa, y el tipo empezó a darla azotes, acompasadamente, al ritmo de la música que se escuchaba, como si estuviera tocando el tambor. Alguien se dirigió a él, y, mientras mantenía una conversación, su mano pasó de darla azotes en el culo a meterse entre las piernas de ella, moviendo el tanga lo suficiente para poder sobarla tranquilamente el coño, mientras charlaba como si fuera de lo más normal.

Volviendo mi atención a mi madre, un hombre calvo y de poca estatura la hizo levantarse del suelo donde estaba de rodillas, chupando y manoseando pollas, y la llevó, del brazo, a una pequeña pista de baile situada a escasos metros, donde quería bailar agarrado a ella. Como era mucho más bajo que mi madre, ella puso sus manos sobre los hombros de él, y el tipo la sujetó por los glúteos, una mano sobre cada glúteo, atrayéndola hacia él, y colocando su rostro sobre las tetazas desnudas de mi madre que, con cara horrorizada, abrazaba ahora el cráneo calvo del tipo sin dejar de mirarle, desde arriba, la calvorota.

En cada paso patético que el tipejo daba, incrustaba más su rostro en las tetas de ella, chupándolas, lamiéndolas y mordisqueándolas, apretando con fuerza las nalgas de mi madre.

Un hombre, al pasar por detrás de ella, la propinó un fuerte azote en una de sus nalgas haciendo que diera un pequeño brinco hacia delante, de forma que la cabeza del calvorota se perdiera entre sus dos tetazas. Por un momento pareció que mi madre no tenía dos tetas, sino tres.

Enseguida cambió la música y se hizo más movida. Era un cancán, de los que se llevaba en los music-hall en el período de entreguerras.

Ante el cambio de ritmo, el calvorota se despegó de los pechos de mi madre y apareció Zora para agarrar la muñeca a mi madre, soltándola del abrazo del calvo, y, acercándose a una zona de suelo acolchado que hacía como de escenario, empezaron a bailar mirando al público, una al lado de otra. Se incorporó Rosa al dúo, colocándose el tanga entre las piernas, ya que lo tenía movido del sobeteo al que había sido sometida, y las tres muy sonrientes levantaron las piernas prácticamente al unísono, arriba-abajo-arriba-abajo, mostrando, en cada subida de muslos, el diminuto tanga que más que cubrir, insinuaba el sexo.

Chillaban como si lo pasaran maravillosamente, como si se divirtieran y, seguramente, eso sentían. Estaban excitadas y cachondas ante las lujuriosas miradas de tantos hombres con ganas de follárselas y, con la seguridad, de que iban a ser folladas aquella noche por muchos de ellos, sino por todos.

Se agitaban las tetas de Marga y de Rosa en cada saltito que daban, mientras que las de Zora parecían de mármol por lo compacta que eran y por el color dorado que tenían.

Sin dejar de chillar, se giraron, dando la espalda al público, y, deteniéndose, se agacharon hacia delante y menearon provocadoramente sus glúteos prietos durante varios segundos. Los tangas microscópicos no molestaban lo más mínimo a nuestras lujuriosas miradas al estar enterrados entre los cachetes de las calientapollas.

Luego volvieron a voltearse hacia el público y fueron los pechos los que menearon enérgicamente durante varios segundos, chillando enloquecidas, para a continuación, volver otra vez a levantar las piernas, una detrás de otra, una y otra vez, arriba y abajo, arriba y abajo.

Se detuvo la música del cancan y, al detenerse Zora, las dos mujeres también lo hicieron, expectantes, pero fue un momento ya que enseguida pusieron heavy metal, que atronó en toda la sala, y Zora las dijo algo al oído, separándose de las dos y dejándolas solas sobre el escenario.

Relucientes de sudor y con los pechos subiendo y bajando para recuperar el aliento después del esfuerzo que habían hecho al bailar tan frenéticamente, las vi titubear por un momento, hasta que de pronto … ¡mi madre se lanzó sobre su compañera! ¡la atacó!, ¡Pasó su brazo detrás del cuello de Rosa, agarrándola e intentándola derribar al suelo! Pero Rosa no se dejó. También la agarró, forcejearon, chocaron tetas con tetas, se restriegan unas contra otras, pezón contra pezón. Los músculos de sus piernas se contraen por el esfuerzo, sus glúteos se tensan. Chocan tanga con tanga, sexo con sexo. Todo cada vez más húmedo, chorreando. Ninguna parece que cede, hasta que de pronto, mi madre es derribada al suelo, cae a cuatro patas, y enseguida Rosa tira del tanga de mi madre, bajándoselo hasta casi las rodillas, dejando su preciosa vulva al descubierto.

Al momento se pone Rosa de rodillas al lado de mi madre, la mete una mano entre las piernas, directamente al sexo, intentando tumbarla bocabajo, pero Marga se resiste, no se deja, se esfuerza pero Rosa parece más fuerte, y está a punto de conseguirlo, por lo que mi madre se tumba bocabajo en el suelo, aprovechando la ocasión Rosa para tirar del tanga de Marga y quitárselo por los pies, pero ésta se revuelve y girándose, coge el tanga de Rosa y tira de él hacia abajo, hasta medio muslo, dejando expuesto también el conejito de Rosa a la vista de todos.

Ésta intenta cubrirse, subirse el tanga, dejando que mi madre se incorpore y, empujando a Rosa, la tumba bocarriba sobre el suelo y, tumbándose sobre ella, tira del tanga de Rosa, quitándoselo también.

Tumbada mi madre sobre la mujer, forcejeando una para levantarse y otra para que no se levantara, empieza mi madre a sobarla la vulva con una mano, mientras que con la otra mano intenta mantener el equilibrio encima de su oponente. Pero Rosa no se queda atrás, también su manos se pierden en el sexo de mi madre, mientras una mano la penetra por la vagina, la otra la acaricia furiosamente el clítoris. ¡Quieren masturbar a su oponente! Qué se corra delante de todos!

Zora se acerca a ellas, y, con las manos abiertas y los brazos extendidos hacia abajo, las expresa que paren, que vayan más lento, que lo hagan más suavemente, y eso hacen las dos, Marga y Rosa, mi madre y la madre de Pablo, se acarician la vulva, meten suavemente sus manos, sus dedos, entre los labios vaginales, sobándolos; metiendo sus dedos en la vagina, metiéndolos y sacándolos, una y otra vez, como si estuvieran follando; manoseando el clítoris, cada vez más congestionado e hinchado, mediante movimientos circulares; chupándola el sexo, la vulva, lamiéndoselo, como si fuera un sabroso dulce.

La música ya no atrona, no es ya heavy metal, es mucho más suave, una balada romántica quizá, y permite escuchar cómo gimen y suspiran los dos, Marga y Rosa, mientras se masturban mutuamente, suave y lentamente.

Las dos intentan no correrse las primeras, quieren aguantar a pesar de que sus cuerpos las dicen que se abandonen, que se dejen llegar, que gocen de un muy trabajado orgasmo.

Y a pesar de sus intentos, las escuchó chillar, chillar de placer. ¡Se corren, una sobre la cara de la otra! ¡Delante de todos se corren a lo bestia! No sé quién fue la primera, pero las dos se corrieron, tuvieron un rico orgasmo delante de un montón de salidos.

Se quedan segundos quietas, sin moverse, una sobre la otra, hasta que mi madre se desliza al suelo, al lado de Rosa, quedándose tumbada bocabajo sobre el suelo acolchado del escenario, mientras que Rosa coloca sus manos, avergonzada, cubriéndose el sexo.

A un gesto de Zora, alguien me pone su mano en mi espalda y me empuje levemente hacia el escenario, y escuchó la voz de Boris en mi oído:

  • Ahora te toca a ti.

Me lleva paternal hacia mi madre que yace en el suelo. Zora la coge por las caderas y se las levanta, colocándola de forma que el culo de mi madre quede en pompa frente a mí.

Vierte Zora aceite sobre los glúteos de mi madre, y los esparce lentamente, sobándola el culo, haciendo que brille, metiendo incluso su mano entre las piernas de ella, abriéndoselas y mostrando el sexo a todos, que también manosea un rato, así como su ano, prieto y virginal, en el que se demora casi un minuto, provocando algún suspiro y gemido a mi madre.

Mientras lo hace, tira Boris de mi túnica y me la saca por la cabeza, dejándome totalmente desnudo frente a un montón de hombres que me miran expectantes.

¡Estoy asustado! ¡Quiero pasar totalmente desapercibido y no ser centro de atención!

Zora deja de sobar el culo de mi madre, y se acerca a mí, agarrando con las dos manos, llenas de aceite, mi cipote y empieza a manosearlo, a untarlo de grasa, haciendo que, a pesar del susto que tengo, mi miembro se entona cada vez más. No me atrevo a moverme, mientras la mujer, sonriente, me lo soba a conciencia con una mano, mientras que con la otra me soba los cojones, haciendo que mi miembro se empine y congestione cada vez más. Cuando temo que voy a eyacular, la mujer se detiene y, dando un paso hacia atrás, me deja solo frente al culo reluciente de mi madre.

Me empuja levemente Boris hacia el culo reluciente de mi madre que reposa sobre la silla, y me anima, susurrándome al oído:

  • ¡Venga, campeón, el primer polvo se lo echas tú! ¡Ya hemos visto todos de lo que eres capaz!

Miro las nalgas prietas de mi madre, ¡están espléndidas!, ¡redondas, relucientes, sin una pizca de celulitis ni manchas, inmaculadas! y luego bajo mi vista a mi miembro que, ante la lujuriosa visión, está erecto y congestionado.

Me acerco a mi madre y pongo mis manos sobre los cachetes de ella, están calientes y hacen que mis manos resbalen inicialmente sobre ellos, pero los sujeto con más firmeza y los abro, y allí está su ano, blanco e inmaculado, brillando también e invitándome a entrar. ¿Será virgen? ¿Alguien lo habrá desvirgado antes?

Sujetándola por las caderas, doblo mis rodillas y coloco mi cipote duro y erecto en el orificio de ella. Empujo levemente para penetrarlo, pero a pesar de que está lleno de aceite, me cuesta, quizá si es virgen, quizá sea yo el primero que lo viola, así que empujo un poco más y voy aumentando poco a poco la presión, haciendo que entre despacio, sin provocar ninguna fisura en el agujero, aunque mi madre por momentos se agita, suspira, gime, mientras mi miembro la penetra lenta y suavemente, hasta que noto que ya no puede más, por lo que, con la misma lentitud que ha entrado mi pene, ahora sale, poco a poco, despacio, hasta casi sacarlo, y ahora otra vez dentro, algo más rápido y hasta el fondo, y así, una y otra vez, mete-saca-mete-saca, cada vez más rápido.

Mi madre ya no guarda silencio, sino que suspira y gime de placer, haciendo que me anime y, mientras me follo su culo, la doy un azote en las nalgas, luego otro y otro, haciendo que sus gemidos se conviertan en cada azote en agudos chillidos, que semejan más bien maullidos de gatita en celo a la que están montando.

A pesar de estar concentrado follándome a mi madre, veo que alguien se acerca a Rosa, que todavía yace bocarriba en el suelo, cubriendo con sus manos su sexo. Es Zora la que se acerca y coloca un cojín bajo las nalgas de ella, levantándola la pelvis, colocándose a continuación en cuclillas entre sus piernas a las que abre, retirando además las manos de Rosa y dejando su sexo totalmente expuesto a las miradas de todos los presentes y de sus manos.

Lleva Zora el mismo frasco de aceite de antes y vierte una buena parte de su contenido en el bajo vientre y entre las piernas de Rosa, manoseándola el sexo de forma reiterada, haciendo que también ella gima de placer, retorciéndose en el suelo. Enseguida se retira, irguiéndose, y dirige al que supongo que es Pablo, al que también han quitado la túnica dejándole desnudo y empalmado, aunque también a él le mantienen la máscara cubriéndole el rostro.

Le manosea durante varios segundos con las dos manos la verga y los cojones del joven, dejándolos erectos y brillantes. Luego se aparta, dejándole frente al sexo de su madre, y, desde atrás, ponen una mano sobre sus hombros, obligándole a ponerse rodillas entre las piernas abiertas de Rosa.

Se tumba Pablo bocabajo sobre su madre, y, cogiendo su miembro erecto con su mano derecha, lo restriega sobre la vulva de ella, buscando la entrada a su vagina y, cuando lo encuentra, se mete dentro, poco a poco, hasta los cojones, haciendo que su madre resople al sentirse penetrada.

Empieza Pablo a mover el culo, tanteando con su rabo dentro de la vagina de ella como si buscara algo precioso que hubiera perdido, pero enseguida sus blancas nalgas comienzan a subir y bajar, despacio, disfrutando de cada movimiento. Se apoya en sus brazos para ver cómo se bambolean los melones de su madre en cada arremetida, incrementando el ritmo y, con ello, los gemidos y suspiros de ella, que abraza con sus piernas la cintura de su hijo.

Un hombre se pone de rodillas al lado de Rosa y vierte aceite en sus tetas, esparciéndola por ellas y por su vientre, sobándola de forma reiterada y haciendo que reluzcan. Otro hombre se une al grupo, amasándola uno de sus pechos con las dos manos.

Yo, que me he detenido un momento para observar cómo Pablo se folla a su madre y otros la magrean a conciencia, empiezo nuevamente a follarme a la mía, intentando acompasar mis movimientos de mete-saca con los de mi amigo.

A pesar de la música, se escucha claramente el sonido rítmico, casi al unísono, que hacen nuestros cojones al chocar contra el perineo de nuestras madres, así como los gemidos de éstas.

Los gemidos pasan a chillidos, y en breve se corren y nosotros con ellas, alcanzando prácticamente el orgasmo las dos parejas. Dudo si el orgasmo de mi madre es fingido, al haber sido penetrada por el culo y no por el chumino.

Pero no somos nosotros los únicos que deseamos follarnos a nuestras madres, y, empujándonos, nos obligan, chorreando esperma, a quitarnos y otros ocupan nuestro lugar entre las piernas de ellas.

El que ocupa el mío, solamente se ha bajado la bragueta del pantalón, y, sacando su verga tiesa y dura, se la mete no por el culo, como hice yo, sino por el coño, empezando a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, a follársela. Detrás de él se coloca otro hombre que, sin perderse ningún detalle del polvo que la están echando, espera su turno para también tirársela.

El que ahora se folla a Rosa ha colocado las piernas de ésta sobre su pecho, y, con cara de vicioso, no deja de mirarla el balanceo de sus melones y cómo entra y sale su verga del coño de ella.

Pero no son solamente nuestras madres a las que se están follando. Un negro enorme, de piel más oscura que el carbón, de más de dos metros y bastante más de cien kilos de puro músculo, se está tirando a Zora, la giganta de la piel dorada. ¡Impresionante! Es todo un espectáculo circense. Lo hacen de pies. Ella está apoyada sobre una única pierna y tiene la otra extendida hacia arriba formando un ángulo de ciento ochenta grados con la otra, de forma que apoya la que apunta al techo sobre el torso desnudo del mandingo, éste la sujeta por los glúteos y la penetra por la vagina con una verga colosal, tan gruesa y larga que semeja una anaconda.

Alucinado, ya no sé dónde mirar, y, al volver a fijar la atención en mi madre, veo que ahora no es una polla la que se la está follando, sino ¡tres! Un hombre se ha colocada bajo ella y, agarrándola las nalgas, se la folla por la vagina, moviendo frenéticamente sus caderas, mientras otro hombre, situado en cuclillas a la espalda de ella, la sujeta por las tetas y la penetra por el ano, desplazándose delante y atrás, una y otra vez, dejando a un tercero que, colocado frente a ella, la sujeta con las dos manos la cabeza y la penetra por la boca a base de golpes de cadera.

Sin poder apartar mis ojos del folleteo al que están sometiendo a mi madre, escuchó a mi lado la voz de Boris que me comenta en voz baja:

  • No te quejaras esta vez, te la has tirado antes que nadie, además dos veces y, en una de ellas, la has desvirgada el culo.

Le miro brevemente y se ríe durante unos segundos para preguntarme más serio:

  • ¿Cómo os habéis retrasado tanto tu madre y tú?
  • Mi padre no se dormía, … además …

Me callo, dudando si decir que mi madre me ha descubierto, que sabe que te ayudo a follártela y que yo también me la he tirado, pero el joven insiste:

  • Además ¿qué? ¿Qué ibas a decirme? ¿Te ha descubierto?

Sentía que no tenía más remedio que confesar y, sin saber las consecuencias, lo hice.

  • Sí, lo sabe. No me echó el somnífero y, cuando estaba echado en la cama haciendo como si durmiera, entró en mi dormitorio y me tiró encima los dos sobres que la diste. Uno vacío, el que echó a mi padre, y otro sin abrir, que fue el que no me echó a mí. Además antes de salir me dijo: “No tardes, que te esperamos. Será nuestro secreto, solo tuyo y mío”.
  • ¡Qué puta! ¡qué gran puta, qué gran hija de puta!

Se detiene, sonriendo, y me pregunta de nuevo:

  • ¿En algún momento abriste los ojos? ¿Te vio que estabas despierto?
  • No, no los abrí. Me hice el dormido. Los abrí cuando escuché que había salido de casa.

Me dice enigmático:

  • En ese caso, no te preocupes que tiene solución. La certeza que tiene ahora contigo se volverá a convertir en duda al final de la velada. Ya sabes que te necesitamos para follárnosla.

Sin poder responder, vuelvo a fijarme en mi madre, e hipnotizado, contemplo cómo se contraen sus hermosos glúteos mientras se la follan por el culo y por el coño.

El tipo que está bajo mi madre, follándosela, se detiene. Ya ha alcanzado su orgasmo, mientras que él que se la está follando por la boca, se corre dentro de ella. En ese momento, alguien aparta al tipo que la está sodomizando y ocupa su lugar entre las piernas abiertas de mi madre. ¡Es Zora! ¡Y tiene una polla descomunal! Pero no, no forma parte de su cuerpo, es una prótesis que lleva en el arnés que tiene atado con cintas a su zona genital.

Se apartan todos y la dejan sola con mi madre, que está ahora a cuatro patas, colocándose todos alrededor para presenciar el espectáculo.

Poniendo una rodilla en tierra, Zora la sujeta por las caderas y la penetra en un instante por la vagina hasta que no puede entrar más y comienza a tirársela enérgicamente al ritmo de una marcha militar que acaban de poner. ¡Uno-dos-uno-dos! ¡Dentro-fuera-dentro-fuera!

La embiste con tal fuerza que los brazos de mi madre no lo soportan y se doblan, pero, antes de que su rostro choque con el suelo, se rehace y aguanta a cuatro patas las fuertes acometidas, emitiendo agudos chillidos en cada una de ellas.

Entre embestida y embestida, una enorme sombra les cubre.

El gigante de ébano se acerca con cara de muy mala leche y, Zora, al verlo, desmonta a mi madre, apartándose y dejando que el negro se posicione frente al rostro agachado de ella.

Mi madre está a cuatro patas, mirando al suelo, pero, cuando Zora deja de follársela, mueve levemente la cabeza y ve los pies monstruosos del negro. Siguiendo con su mirada las piernas del gigante, se va poco a poco incorporando, poniéndose de rodillas frente a él, y se queda anonadada observando el enorme miembro negro que, erecto y surcado de enormes venas azules, apunta al techo.

A un gruñido del coloso, mi madre reacciona, sabe exactamente lo que quiere el gigante, que le coma el cacho pollón que tiene entre las hercúleas piernas, y eso hace, se acerca de rodillas a él, y sujetándole con las dos manos el grueso miembro, comienza a acariciarlo como si se tratara de una peligrosa bestia salvaje, una hambrienta anaconda que desea comérsela, penetrarla. Le acaricia suavemente al principio, y, con mucho cuidado, a besarlo y a lamerlo, pero no solamente el enorme miembro, sino también los oscuros cojones del tamaño de compactas pelotas de tenis. Poco a poco se va mi madre animando e intenta meterse la verga en la boca, pero, al ser tan ancha, consigue que solo entre la punta que chupa y mama como si fuera un sabroso dulce. Pero el negro quiere más, y, agachándose, la sujeta con sus manazas por las caderas y la levanta del suelo, sin ningún esfuerzo, acercándola a su enorme corpachón.

¡Temo que si la penetra, la reviente por dentro, la rompa de parte a parte! ¡Pero no puedo hacer nada por evitarlo!

Escucho a mi madre suplicar aterrada:

  • ¡No, no, por favor, no!

Piensa lo mismo que yo, pero el negro, con cara de muy mala ostia, no está por la labor. ¡Se la quiere follar! ¡Se quiere follar a mi madre!

Sujetándola por las caderas, la acerca a su boca, y, sacando una enorme lengua sonrosada, ancha y larga como un grueso solomillo, comienza a lamerla las tetas, mediante largos y reposados lengüetazos, disfrutando de su sabor a hembra follada.

Mientras lo hace, tantea el gigante con su colosal cipote entre las piernas de mi madre, restregándolo erecto por toda su vulva, entre los labios vaginales, intentando entrar en la vagina de ella, y, cuando lo consigue, se lo va metiendo poco a poco, ante los gemidos, entre asustados y doloridos de mi madre. Lentamente va entrando hasta que llega al tope del coño de mi madre, dejando dentro un enorme pedazo de carne. Y lo mismo que entra, sale, y tirando hacia arriba de las caderas de mi madre, va el gigante lentamente sacando su enorme miembro, pero antes de que lo saque en su totalidad, lo vuelve a hundir despacio en las entrañas de ella. Y así, una y otra vez, lentamente al principio pero cada vez más rápido, haciendo que los gemidos de mi madre se conviertan en chillidos, mezcla de dolor y placer.

Yo, situado a la espalda de mi madre, contemplo cómo la colosal verga del gigante se introduce poco a poco dentro del coño de ella y vuelve a salir, para volver a entrar otra vez, y así una y otra vez, mientras los glúteos de mi madre se encuentra contraídos, en continua tensión, temiendo ser divididos de parte a parte por el ímpetu de las acometidas.

Noto como manosean mi miembro erecto y, extrañado, bajo mi mirada y observo cómo una mano nervuda, cubierto su dorso de gran cantidad pelos oscuros, lo soba a placer. Pero … ¡ostias! ¡Si es un tío el que me lo está amasando! ¡Un tío de unos cuarenta y tantos años que me mira vicioso y sonriente sin dejar de meneármela!

Asustado, amago hacia a atrás para alejarme, pero el tipo me agarra la polla para que no me escape.

  • ¿Dónde vas, nene?

Me dice, sujetándome firmemente la polla.

  • ¡Dios, un maricón que me quiere dar por culo!

Pienso aterrado, sin saber qué hacer, solo sujetando la mano que aprisiona mi polla. Me doy cuenta que llevo bastante tiempo completamente desnudo, sino es por la máscara que cubre mi rostro.

El tipo tira de mi polla, obligándome a caminar tras él. Me lleva hacia el mismo sofá donde metieron mano a Rosa y que ahora está ocupado por un par de tíos sentados, que al ver qué nos acercamos, se levantan, dejándonos sitio.

Tira de mi polla y me empuja por la espalda, haciendo que le dé la espalda, y caiga de rodillas sobre el sofá, pero otro empujón más me obliga a ponerme a cuatro patas. Intento escapar, pero me sujetan varias manos por la espalda, obligándome a permanecer sobre el sofá. Aterrado, noto cómo se colocan a mi espalda, entre mis piernas, y separan mis dos nalgas. Sin atreverme a chillar, gimo, lloriqueando:

  • No, por favor, no.

Noto cómo unos dedos hurgan en mi ano, dilatándomelo y provocándome mucho daño.

  • ¡Me van a violar, me van a violar!

Pienso aterrado, pero solo gemidos lastimeros salen de mi garganta.

Los dedos que se meten en mi culo dejan a paso a algo más grueso, ¡el rabo del tipo! ¡me va a encular!

En ese momento, oigo una queja a mi espalda, un forcejeo y la voz de Boris que dice muy serio:

  • ¡Esto no forma parte del espectáculo! ¡El precio solo incluye las dos mujeres!

Las manos que me aprisionan me sueltan, y me aparto rápido, incorporándome y alejándome del sofá, sin mirar a atrás.

Entre la muchedumbre que contempla cómo se follan a las mujeres, miró hacia el sofá y observo a Boris discutiendo con el tipo que quería sodomizarme. Gana él y se aleja, dejando al otro protestando. Se acerca Boris a mí y me dice:

  • ¡Nos vamos, que hay clientes que quieren más de lo que han pagado!

No me lo puedo creer, me protege, aunque no sea precisamente de modo desinteresado. Me protege el joven que nos ha traído aquí para que se follen a mi madre, el que se la ha follado en muchas ocasiones, el que la ha violado. ¡Me siento muy agradecido por el violador en serie de mi madre!

Le sigo tan rápido como puedo, pero sin correr para no llamar la atención.

Por el rabillo del ojo veo cómo a mi madre el negrata, sujetándola a casi un metro del suelo, se la folla por delante mientras Zora lo hace por detrás.

Atormentado, dejo a mi madre a mi espalda y contemplo en el suelo a Rosa, rodeada de tipos que se corren encima de ella, mientras uno se la folla y otros la manosean las tetas.

Sobre un sofá Pablo ha tenido peor suerte que la mía. A él sí que le sujetan para que se mantenga a cuatro patas al tiempo que un viejete rechoncho le está dando por culo, mientras él chilla y se agita histérico.

Sin detenerme salgo detrás de Boris por la puerta del salón donde hemos entrado y, al llegar a su altura, me da mi túnica para que me cubra, así como los zapatos oscuros que traje a la fiesta.

Me siento un perrito faldero, agradecido de la mano que no para de vejarle y de apalearle.

Sin dejar de seguirle, me pongo túnica y zapatos. Bajamos por las escaleras hasta el garaje donde me subo como copiloto al deportivo que nos trajo. Nada más subirse, Boris se quita el antifaz que le cubre parte del rostro, y me indica que yo también me quite mi máscara, lo que hago, guardándola en mi regazo.

Cuando arranca me doy cuenta de lo evidente, ¡que mi madre no viene con nosotros, que se ha quedado en la casa donde no paran de follársela!, y, angustiado, se lo digo al joven:

  • ¡Mi madre! ¡Se ha quedado!
  • No te preocupes. Te dejo a ti en tu casa y vuelvo a por ella, que ya la estaban acabando de follar.

Me siento ahora más identificado que antes con mi madre. Puedo entender mejor lo que es sentirse violada, porque a mí casi me violan.

Mientras conduce, llama por el móvil y se inicia una breve conversación a ambos lados de la línea.

  • ¿Sí?
  • Soy yo. Vamos hacia allí. Espéranos en el portal.
  • OK.

Y cuelgan. Me dejan intrigado, ¿qué se traen entre manos? ¿Qué están tramando?

Llegamos en pocos minutos a la zona donde vivo, pero no paramos en el parque donde nos recogió Boris, sino que para enfrente del mismo portal de mi casa, en doble fila.

Allí nos espera un joven, más o menos de mi misma altura y complexión, que se acerca al coche antes de que el deportivo aparque y, abre la puerta de atrás, entrando en el vehículo.

En ese momento me indica Boris:

  • ¡Quítate toda la ropa y dásela a Nino!

Dudo. No quiero que me vean desnudo en la calle, pero parece que no hay nadie, que la calle está desierta.

Observó cómo el adolescente que acaba de entrar se quita rápidamente la ropa. Entiendo que éste es Nino.

  • ¡Quítate también el calzado y la máscara! ¡Todo! ¡Qué te quedes totalmente en bolas! ¡solamente debes llevar la llave para entrar en tu casa!

Me dice Boris mientras me desnudo y así le obedezco, aunque lo que más me cuesta es quitarme la máscara, descubriendo mi identidad.

Le paso todo a Nino que lo pone encima de los asientos de atrás, pero no me da su ropa, aunque me fijo en el cipote del chaval, que es bastante grueso y larga, bastante más que el mío.

Entonces Boris me da instrucciones:

  • Vete a tu casa, te duchas rápido para quitarte el olor a esperma que llevas y te metes en tu cama como estabas antes de que se hubiera ido tu madre. Cuando ella entre, tiene que pensar que estás dormido y que esta noche no has salido de casa. Queremos que tu madre no crea con certeza que has sido tú el que me ha ayudado a follarla y que además se la ha follado. ¿Has entendido?

Afirmo con la cabeza al tiempo que le digo un “Sí” escueto.

  • ¡Venga!, ¿a qué esperas?, ¡vete!

Me dice y abro la puerta saliendo del coche completamente desnudo a la oscura noche.

Nada más cerrar la puerta del coche, éste arranca y yo, encogido y cubriendo con mis manos mi sexo y mi culo, corro, mirando hacia todas partes, hacia el portal, abriéndolo.

No me atrevo a esperar al ascensor y, sin encender la luz, subo lo más rápido que puedo por las escaleras, pero sin hacer ningún ruido.

Estoy casi llegando a mi piso cuando, por una de las ventanas que dan a la escalera, oigo un ruido inconfundible de jadeaos, gemidos y muelles de una cama.

Me detengo y, escondido en las sombras, miro por la ventana, viendo en una próxima cómo la tenue luz de una lamparita ilumina a una pareja mientras folla. Están sobre una cama, ella encima, cabalgando incansable sobre la polla de un hombre que la sujeta por las caderas, mientras copulan. El culo blanco de ella sube y baja, mientras la verga erecta del tipo se la mete una y otra vez, follándosela sin pausa pero sin prisa. Tienen el resto de la noche para follar sin que nadie les moleste. Sin dejar de observarla, pienso quién es la dueña de tan preciosas nalgas que de forma tan voluptuosa las balancea. ¡Se trata de Elena, la madre de Malena, de la niña calientapollas que no para de provocarme sexualmente siempre que puede! ¡Pues la madre no está tampoco nada mal, está de puta madre y folla como una puta experta!

Me cojo la polla, otra vez totalmente erecta, y comienzo a pajearme sin dejar de contemplar la excitante escena.

Algún ruido he debido de emitir porque, entre bote y bote, la mujer se vuelve hacia donde me encuentro, provocando que rápidamente me esconda entre las sombras para que no me vea.

Escuchó preguntar en voz baja al hombre:

  • ¿Qué te ocurre? ¡Sigue!
  • Me ha parecido ver en esa ventana a un hombre desnudo que nos espíaba mientras se masturba.

Responde la vecina en voz baja.

  • ¡Déjate de tonterías y sigue follando, que nos va a pillar tu marido!.

La recrimina el tipo y escucho nuevamente el crujir de los muelles de la cama. Han reanudado el polvete.

Recuerdo en ese momento que estoy totalmente desnudo en mitad de las escaleras y que debo ducharme y acostarme antes de que venga mi madre.

Deseó seguir contemplando el polvo que la están echando a la vecina, pero me puede pillar mi madre así que subo corriendo las escaleras y abro la puerta de mi vivienda.

Todo está oscuro y en silencio. Enciendo la luz del pasillo y, camino hasta el salón, y, ¡gracias a Dios!, mi padre todavía duerme profundamente en el sofá del salón. Me doy una ducha rápido y, poniéndome el calzón que llevaba cuando fingía dormir en mi cama, me dispongo a esperar a que venga mi madre, no sin antes recoger los dos sobres que ella me arrojó a la cama antes de irse a la fiesta. Pero estoy inquieto y salgo a la terraza para ver si vienen. No les veo. Estoy excitado y no puedo quedarme quieto, así que me pongo un chaquetón que me cubre hasta los muslos y unas zapatillas y salgo a la escalera. Pienso que cuando venga mi madre, la veré y me dará tiempo a acostarme antes de que suba a casa.

Bajo las escaleras caminando, sin encender la luz y sin hacer ruido. ¡Desgraciadamente, la luz de la ventana de la vecina está apagada y la persiana bajada!

Llego al portal y, abriendo la puerta que da a la calle, escudriño entre las sombras que poco a poco se van levantando, mostrando una calle desierta. No, no la veo venir, no veo a mi madre, así que espero, pero mi espera dura poco tiempo, apenas unos cinco minutos, ya que un coche, el mismo deportivo que me ha traído hasta casa, se ha parado en el mismo lugar que antes, en doble fila delante del portal.

Se abre una puerta delantera del coche y sale Boris que echa una mirada alrededor sin verme, abriendo a continuación una puerta de atrás del coche, y ¡allí dentro, iluminado por la luz interior del vehículo, percibo movimiento, un movimiento al que estoy últimamente más que acostumbrado! ¡están follando frenéticamente! ¡Un hombre cabalga sobre una mujer en la postura del misionero, con sus culos apuntando en mi dirección! ¡La polla del tío se introduce una y otra vez dentro de la vagina de ella! El polvo no dura ni un minuto y el hombre, satisfecho, se levanta, saliendo del coche. Lleva una túnica oscura y una máscara le cubre el rostro. ¡Es el disfraz que yo llevaba! ¡Debe ser Nino el que ahora se la ha tirado!

Y es mi madre la que completamente desnuda, se incorpora, sentándose primero y luego deslizando sus nalgas por el asiento trasero del coche, sale de éste, sujetándose en la puerta y es Boris el que la sujeta para que no se desplome. Se la ve agotada, exhausta. ¡Exhausta de tanto follar!

La acompaña hasta el portal, abriéndola la puerta, mientras yo me alejo y subo por las escaleras, deteniéndome en el primer rellano para observar. Entran dentro y dan la luz, llamando al ascensor.

Ahí está mi madre, totalmente desnuda, ahora sin el antifaz que la cubre el rostro, aunque mantiene sus zapatos de tacón. Está agotada, apenas se mantiene en pie y con los ojos prácticamente cerrados. Al lado Boris, exultante, me ha visto y, guiñándome un ojo, me hace un gesto con la cabeza, indicándome que suba y eso hago, subir deprisa por las escaleras.

Cierro la puerta de mi casa a mis espaldas al mismo tiempo que oigo cómo se abre la puerta del ascensor en mi piso. Tumbándome en mi cama con un simple calzón y con los dos sobres al lado mío, encima de la cama, escucho cómo se abre la puerta de la calle.

Lo primero que hacen es acercarse a mi dormitorio, donde yo hago cómo si durmiera profundamente, y, encendiendo la luz, escuchó decir a Boris, dirigiéndose a mi madre:

  • ¡Mira, gatita, quién está aquí durmiendo! ¡Tu querido hijito, tu nene mimado! ¡El que tú pensabas que no paraba de follarte! Pero no te preocupes, que la próxima vez haré que tu sueño sea realidad, y que tu niño bonito te eche unos buenos polvos.
  • No, no, por favor, no.

Escuchó a mi madre decir con una voz apenas audible.

Apagando la luz de mi cuarto, se dirigen al dormitorio de mis padres. Permanezco en silencio, escuchando hasta que, de pronto, oigo unos ruidos sospechosos. ¿No es posible? ¿Otra vez?

Me levanto de la cama y, sin hacer ruido, me encamino por el pasillo iluminado al dormitorio de mis padres y allí, sobre la misma cama de matrimonio, está Boris dando por culo a mi madre, que tumbada bocabajo sobre la cama tiene el culo en pompa sobre un almohadón, y el joven, sujetándola por las caderas, está nuevamente follándosela.

Mi madre ni se mueve ni emite un solo ruido, solo se escucha al joven tirándosela. Acaba enseguida, un par de culadas y ya está. ¡Polvete! Desmontándola y subiéndose el pantalón, la propina un afectuoso azote en las nalgas y apaga la luz del dormitorio, no sin antes dedicarla un cariñoso:

  • ¡Buenas noches, gatita!

Se cruza conmigo sonriéndome, y me acompaña a mi dormitorio, indicándome con gestos que me acueste y me duerma. Allí me deja, sobre mi cama y, apagando la luz del pasillo, sale a las escaleras, cerrando a sus espaldas la puerta de la calle.

Continúo en la cama, pero no me duermo. Estoy inquieto, pero, al no escuchar ningún ruido, el sueño me va lentamente poseyendo hasta que me quedo dormido.

¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Un ruido muy fuerte me despierta. Estoy sobre mi cama y la luz del día penetra por mi ventana. El potente sonido que emite el claxon de un coche en la calle se repite, haciendo que me despeje. Miro el reloj y son ya las cuatro de la tarde. Me he debido quedar profundamente dormido durante horas. Recuerdo nítidamente lo que ocurrió la pasada noche y a mi madre. Antes de irme a la cama, la dejé sobre la suya después de haber sido enculada por Boris. Me levanto y salgo a la terraza, encaminándome hacia el dormitorio de mis padres. Allí, a través de la ventana, sobre la cama de matrimonio contemplo a mi madre, bocabajo, en la misma postura que la dejé. Su culo espléndido apunta directamente hacia donde me encuentro y sus pierna separadas me dejan observar maravillado sus agujeros, tanto vulva como ano, totalmente dilatados de tanto mete-saca.

La escucho roncar, lo que nunca la he escuchado hacerlo, pero supongo que después de follar tanto, algo en su contante vital habrá cambiado, aunque sea momentáneamente.

Escucho pasos por el pasillo, titubeantes, que se acercan. Se abre la puerta del dormitorio y, escondiéndome, veo a mi padre, cómo entra atontado al dormitorio, rascándose los huevos. El sonido del claxon no solo me ha despertado a mí.

Al ver a mi madre tumbada completamente desnuda en la cama, se detiene y exclama sorprendido:

  • ¡Coño!

Sin dejar de observarla, debe pensar que está todavía dormido, soñando un lujurioso sueño erótico. Durante varios minutos la mira detenidamente, sin moverse y en silencio el culo, el coño y las piernas, hasta que se decide y todavía tambaleante se acerca a ella.

Caminando en torno a la cama, la mira el rostro, descubriendo que se trata de su mujer y exclama en voz baja:

  • ¡Coño, Marga!

La toca el hombre como para despertarla, pero sin atreverse a hacerlo, como si dudara si volverla a la realidad.

Mi madre no reacciona, continúa durmiendo sin moverse, y mi padre, dudando durante más de un minuto que hacer nuevamente, se decide y, volviendo sobre sus pasos, se sitúa de nuevo frente al culo de ella.

¡Y separando las piernas a mi madre, se sube a cuatro patas sobre la cama, gateando hacia ella!

Al llegar junto a ella, se baja el pantalón y el calzón que lleva, sacando su verga, morcillona y gruesa, pero apunta hacia abajo, no está erecta, por lo que la toma con una mano y se la menea para activarla y podérsela meter a su mujer.

Tanto movimiento de meneársela se transmite a la cama que sacan a mi madre de su profundo sueño. Ésta se queja en voz baja, adormilada, sin girarse a ver quién tiene detrás, pegado a su hermoso culo:

  • ¡No, otra vez, no!

Mi padre se detiene, expectante, temiendo el más que posible rechazo de mi madre, pero, al no encontrar oposición, reanuda su masturbación, pero el miembro no se le levanta por mucho que sea el esfuerzo que hace, hasta que, después de casi diez minutos de sacudidas que parecen interminables, sin que se le levante el pene, se corre sobre las nalgas de ella, gruñendo como un oso cavernario.

Una vez se ha corrido, se baja de la cama, se coloca la ropa y sale del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas, como si no hubiera ocurrido nada, dejando a mi madre tumbada en la cama y sin moverse.

Podría entrar yo también y acabar lo que mi padre no pudo, pero no me atrevo por si me pillan, así que vuelvo a mi habitación, como si no hubiera presenciado nada.

Pero pasan las horas y ya es de noche y mi madre continúa sin aparecer, sin salir de su dormitorio, por lo que mi padre vuelve a entrar y, acercándose a mi madre, intenta despertarla para ver qué la sucede.

Logra despertarla a duras penas y ella, aturdida y todavía medio dormida, exclama aterrada:

  • ¡No, por favor, no me folles más!

Yo, sin atreverme a aparecer por la puerta, escucho todo desde el pasillo, y lo primero que pienso es:

  • ¡La ostía! ¡La que se va a liar si mi padre ata los hilos!

Y sí, mi padre los ató, pero no de la forma correcta. Como no recordaba lo que había sucedido la noche anterior, ¡supuso que los polvos que la habían estado echando toda la noche a su mujer, se los había echado él! ¡Él mismo!

Parecía que estaba disculpándose con mi madre, que poco a poco iba despertándose y alucinada no se creía lo que estaba escuchando de su marido.

¡Mi padre echaba la culpa al vino que había bebido en la comida, que era un vino peleón y que le había sentado mal! Y claro, entre el vino, su colosal hombría y que hacía tiempo que no se follaba a mi madre, pues sucedió lo que tenía que haber sucedido: ¡Qué se folló a lo bestia a mi madre toda la noche, dejándola en ese estado tan increíblemente deplorable y exhausto!

Pero además lo decía orgulloso, sacando pecho y sonriendo abiertamente de ser un supermacho alfa con una capacidad inagotable de copular. ¡Parecía un pavo real, luciendo sus plumas multicolores e hinchado de gloria!

Esto mismo mantuvo cuando vino el médico a ver a mi madre, y cuando, más tarde, la ambulancia vino a buscarla para llevársela al hospital donde estuvo ingresada varias semanas. Es lo mismo que declaró ante la policía y ante el juez, pero no ingreso en prisión por mediación de mi madre, aunque ella no paraba de decir:

  • ¡Este marido mío es un gilipollas, un perfecto gilipollas!

Eso mismo pensé yo: Mi padre es gilipollas, el mayor gilipollas del mundo.

¡Vaya padres que tengo! ¡Ella puta y él gilipollas!

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