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El culo de mi madre

en Amor filial

Era una tarde muy calurosa de finales de junio en la que estaba en el salón de mi casa jugando con mi WII.

Esperaba a que llegara Manuel, mi mejor amigo en aquella época, con el que había quedado para jugar en casa.

Mi madre apareció por la puerta, anunciándome que iba a hacer la compra al supermercado y que no tardaría en volver.

Un simple vistazo fue suficiente para darme cuenta lo bien que la sentaba el verano, y sobre todo las minifaldas que tanto la gustaba llevar.

Yo ya no era un crío, y con mis dieciséis años sabía apreciar un buen cuerpo de mujer, como el de mi madre,  que, con treinta y ocho años, estaba pero que muy muy buena, requetebuena, objeto de deseo de la mayoría de los hombres y de gran parte de las mujeres.

Debía medir algo más de un metro sesenta y cinco. Tetas enormes, redondas y erguidas. Piernas largas y estilizadas de muslos fuertes y torneados. Rostro redondeado y simétrico, de labios carnosos y sensuales, nariz pequeña y respingona, y grandes ojos negros de largas pestañas. Pero sobre todas sus cualidades destacaba su culo, su maravilloso culo, prieto, redondo y erguido, sin una pizca de celulitis, solo carne magra de primerísima calidad. Un pedazo de señor CULO.

Ya había pasado más de media hora cuando sonó el timbre de la puerta de la calle.

Era Manuel que venía acalorado y sonriente, con una bolsa en la mano.

  • ¡Joder, tío, pero que buena está tu madre, tío!

A Manuel le ponía mi madre, y, aunque delante de ella se cortaba, su mirada y su cara le delataban cuando ella no miraba, y más todavía la erección que le provocaba y que hinchaba la bragueta del pantalón, especialmente cuando la miraba el culo, cuando recorría despacito, milímetro a milímetro, su precioso culo.

Sin embargo, conmigo no disimulaba. Hacía ya tiempo que me había confesado lo cachondo que le ponía, y la cantidad de pajas que se había hecho pensando en ella, especialmente en su culo.

Al principio yo me enfadaba e intentaba contraatacar, intentando decir barbaridades de su madre, lo que la haría en la cama, y cómo me la tiraría, pero enseguida desistí.

La madre de Manuel tenía casi cincuenta años y debía pesar casi cien kilos, casi todos en su barriga y en su culazo fofo que parecía una mesa camilla. 

Cualquier mención erótica o pornográfica hacia su madre nos provocaba más risas que otra cosa.

Nos dejamos caer en el sofá del salón, y mi amigo continuó muy emocionado, hablando de su reciente encuentro con mi madre.

  • Me he cruzado con ella en la calle, y, al verla con ese vestido tan ajustado y esa minifalda, sonriéndome, me ha puesto muy cachondo. Si no hubiera habido tanta gente allí mismo, tío, la hubiera arrancado las bragas y me la hubiera follado por el culo. ¡Vaya culo, tío, vaya culo!

La verdad es que mi madre también me ponía cachondo. Tanto escuchar a Manuel que ya la miraba con sus mismos ojos, la de un  adolescente salido y repleto a reventar de hormonas.

  • Después ya no sabía si irme de putas o venir aquí, así que, ante la duda, me he metido en el primer bar que he encontrado y me he tomado un par de vinos, así, sin pensármelo dos veces, me he pimplado el primero y luego el segundo sin casi respirar.

Se notaba que estaba más alegre y caliente que de costumbre, e incluso su aliento apestaba a vino.

  • Nada más tomármelos he pedido una botellita y la he traído aquí conmigo para celebrarlo contigo.
  • ¡No jodas, tío! Si no eres mayor de edad, no pueden servirte alcohol y menos vendértelo.
  • Vives en otro mundo, tío. No es la primera vez que tomo alcohol en el bar de la esquina. Y en este caso  me ha regalado hasta la botella que traigo y me ha susurrado al oído: “No te olvides que el alcohol la hace perder el control, y la pone muy calentorra”. Luego, añadió: “¡Acuérdate de mí cuando la des por el culo!”

El bar de la esquina es el de Pepe, un salido cincuentón que se come con los ojos a toda mujer que entra en el bar, especialmente a mi madre, lo que me hacía sospechar que el comentario que le hizo a mi amigo se podía referir a ella.

Y empezó Manuel a reírse, con la cara muy colorada, mirándome con unos ojillos pequeños y maliciosos que, tratando de ocultar, enseñaban todo.

Miré la bolsa que había traído y efectivamente era una botella de vino, al menos de dos litros. Estaba claro lo que buscaba.

  • ¡Tú lo que quieres es tirarte a mi madre, cabrón!

Le solté a la cara, sonriéndole, lo que hizo que sus carcajadas fueran mayores.

  • ¡Quieres emborracharla y tirártela! ¿A qué no me equivoco?

Continuaba riéndose sin poder parar, sujetándose la barriga con las manos, mientras se retorcía de risa.

  • ¡Te la quieres follar por el culo! ¿verdad, cabrón?

Al escuchar la palabra “culo”, amainaron sus carcajadas, y, secándose las lágrimas que le resbalaban por las mejillas, logró exclamar, con una sonrisa de oreja a oreja:

  • ¡Qué culo tiene, tío, que culo! Lo que haría yo por ese culo, me follaría si fuera necesario a mi mejor amigo, dejaría que él me follara. ¡Yo … , con ese culo, lo amasaría así, así, así!

Y, con la cara roja y desencajada, movía sus manos compulsivamente como si fuera un panadero loco que estuviera amasando apasionadamente la masa, dándola forma, ablandándola.

  • ¡La metería mis dedos, mi lengua, mi cipote, mi todo! ¡Adentro, adentro, hasta el fondo! ¡Meter, meter, meter!

Ahora acompañaba sus comentarios moviendo los dedos y la pelvis como si estuviera copulando furiosamente.

  • ¡Me comería su culo! ¡La metería mi lengua por todos sus agujeros, probaría todos sus jugos! ¡Me lo follaría hasta reventarla el culo!

Yo me reía, mientras le escuchaba y observaba su cara de salido, así como lo empalmado que estaba.

  • Pero tío, ¿no te has fijado en el culo que tiene tu madre? ¿no has tenido nunca ganas de darla unos buenos azotes? Darla así, ¡zassssss zassssss! en todo el culo, ¡zassssss zassssss!

Y agitaba el brazo estirado con la mano abierta como si estuviera azotando el culo a mi madre.

  • ¡Venga, tío, dime, no me mientas! ¿A  qué tú también desearías darla unos buenos azotes en ese cacho culazo?
  • ¡Que sí, tío, que sí! Pero es mi madre, y, si la doy un azote, me cruza la cara de una bofetada.
  • ¡Joder, tío, pero meceré la pena! Si yo tuviera a una madre como la tuya, con ese culo, ¡con ese culo!, tendría mis manos siempre pegadas a él, sobándolo, amasándolo, azotándolo, metiéndole mi verga hasta el final, follándomelo.

Se emocionaba describiendo lo que la haría, y por un momento pensé que se iba a correr con tanta emoción.

Tomó la botella y, quitando el tapón, bebió un largo sorbo de ella, pasándomela a continuación.

Estaba todavía frío y muy dulce, agradable al paladar, invitaba a seguir bebiendo y, cuanto más bebía, más me calentaba, más ganas tenía de hablar de mi madre, de escuchar lo que decía de ella, de imaginármela a ella en esas circunstancias, de verla así realmente.

Pero Manuel no descansaba y continuó con su interrogatorio.

  • ¿La has visto alguna vez el culo desnudo, sin bragas, sin nada que lo tape?
  • Pues claro, que la he visto con el culo al aire. No te olvides que es mi madre.
  • ¡Joder, tío, cómo voy a olvidarme! ¡Joder, tío, que suerte tienes, cabroncete! Pero ¿cuándo, cómo? ¡Venga, tío, no te cortes, cuéntamelo, cuéntame cuando la viste sin bragas!
  • Más de una vez la he visto sin bragas, por supuesto. Por ejemplo, en su dormitorio. La ventana de su dormitorio da a la terraza, y desde allí, agachado y sin hacer ruido, la he visto muchas veces desnuda, cómo se quitaba las bragas y la veía el culo y el chumino. Y puedo asegurarte que su culo es lo más hermoso que he visto en mi vida, duro, prieto, sin una pizca de celulitis, bien levantado, apetitoso.
  • ¡Coño, tío, de puta madre!, te la cascarías mientras la veías así, ¿no?
  • Por supuesto, casi siempre y varias veces. Es imposible no hacerlo, es verla el culo y levantarse automáticamente el cipote.

Mentía deliberadamente, tanto para hacerme el interesante como para darle envidia.

Se calló Manuel pensativo, imaginándola desnuda, y yo aproveché para continuar, más para alimentar más aún mi calentura que para informarle, no sin antes echar otro trago a la botella y pasársela a él.

  • También la he contemplado completamente desnuda en la playa. Escondido la he visto quitarse el bañador, pensando que nadie la veía, y luego colocarse un vestido, sin ponerse las bragas, por qué siempre que mi madre se quita el bañador mojado, nunca se pone las bragas. La escuché decir que ponerse bragas si se tiene el chocho mojado, produce hongos.
  • ¿Hongos? Yo la metería unas buenas setas ibéricas de 20 centímetros por el culo y por el chocho, y ya vería lo que es estar realmente mojada.
  • Recuerdo como una de las veces, volviendo de la playa, fuimos con mi padre a comer a un chiringuito, y a mi madre, que no llevaba bragas, algo debieron de verla los que estaban allí, porque un par de hombres que estaban sentados en una mesa próxima a la nuestra, se pusieron a cuchichear entre ellos, sin dejar de mirarla descaradamente. Luego en la comida, cuando ya casi ni nos acordábamos, mi madre chilló histérica y uno de los hombres apareció debajo de nuestra mesa. No recuerdo exactamente qué excusa puso, pero estaba claro que se había metido bajo la mesa para verla el coño y sobárselo. Estoy seguro que consiguió las dos cosas.
  • ¡Coño! ¿Y qué pasó? ¿Qué hizo tu padre?
  • En estas circunstancias mi padre siempre disimula, como si no sucediera nada. No sé si es un cobarde o le gusta que vean a la mujer que tiene. Posiblemente sea por las dos cosas.

No pasaron más de unos pocos segundos para que Manuel volviera a la carga con sus preguntas.

  • Y ¿has visto alguna vez a tu madre follando, cómo mueve el culo mientras se la follan?
  • Sí, claro, ya te he dicho que es mi madre. Mirando por la ventana de su dormitorio la he visto follando encima de su propia cama, de espaldas a la ventana, con todo detalle, cómo la metía el cipote, hasta el fondo, cómo se agitaba su culo en cada brinco, cómo se agachaba mientras se la follaba y la veía la vagina y el ano, como chillaba cuando se corría, chillaba como una auténtica zorra en celo.
  • Pero ¿quién era el que se la tiraba? ¿le conocías?
  • ¡Coño, tío, mi padre, era mi padre! Pero ¿qué piensas que es mi madre? ¿una puta?
  • No quería molestarte, tío, pero que fuera tu padre le quita morbo a la situación.
  • Pero ¿qué quieres, tío?
  • Quiero que sea yo el que me la folle y seas tú el que lo vea desde la ventana y luego se lo cuentes a todos, que le cuentes cómo me folle a tu madre, cómo me follé su culo macizorro.

Llevábamos más de una hora hablando muy animados y cachondos, cada vez más borrachos y más calientes, echando un trago tras otro a la botella, de la que quedaba solamente media, cuando mi madre volvió de la calle, cargando con la compra.

  • ¿Me ayudáis, chicos?

Fue lo que nos dijo camino de la cocina, más animada que de costumbre al vernos en el salón.

Siempre me trataba como si fuera un niño, a pesar de que ya no lo era, y ahora incluía a mi amigo dentro de esta categoría a pesar de tener casi un par de años más que yo.

Fue Manuel el que se levantó el primero, raudo, sonriéndome y guiñándome un ojo, dejándome allí, sentado en una silla, con la verga tiesa entre las piernas, pero enseguida le alcancé en el pasillo.

Entramos casi a la vez a la cocina, agachados, jugando y empujándonos para ver quien entraba el primero, como si fuéramos dos niños, pero fue él el que la vio primero, mirando hacia arriba, simplemente seguí su mirada, hasta un enorme culazo que flotaba por encima de nuestras cabezas.

¡Fue inesperado, increíble, nos dejó paralizados, conmocionados, sin poder apartar los ojos de ese culo redondo, prieto, hermosísimo, que se exhibía impúdico en todo su esplendor!

¡Unas pequeñas braguitas blancas, casi transparentes, apenas lo cubrían, metiéndose desvergonzadas entre los dos cachetes semiesféricos!

¡Y cómo lo movía, cómo lo contoneaba, con qué sensualidad, balanceándolo impúdico ante nuestros ojos!

No sé cuánto tiempo pasó, quizá una eternidad, hasta que mis ojos lograron despegarse de su culo marmóreo y descendieron a sus muslos sonrosados, que parecían columnas salomónicas, y fue entonces cuando caí en la cuenta que era el culo de mi madre el que estaba observando maravillado, y no solo yo, sino lo que era peor, mi amigo Manuel.

Súbitamente avergonzado, le empujé con el codo para impedir que lo siguiera mirando, exclamando:

  • ¡Hey!

También él volvió a la realidad y a duras penas consiguió apartar su mirada del culo de mi madre subida en una escalera, y, mirándome brevemente, se encogió de hombros, con una media sonrisa cómplice en su rostro, mientras su cara se tornaba en un instante de color rojo intenso.

Le mire, entre malhumorado y sorprendido, sin saber qué hacer, pero fue mi madre la que decidió por nosotros, indicándonos, como si no pasara nada, como si no hubiéramos visto cómo nos ofrecía su culo para nuestro deleite.

  • ¡Ah, estáis ahí! ¡Venga ayudadme dándome lo que hay en las bolsas que he traído del mercado!

Creo que apenas nos dirigió una mirada, esperando no sé si que le diéramos la compra o que continuáramos disfrutando de su culo.

Fue otra vez Manuel el que obedeció el primero, agachándose para coger un par de cajas que había en las bolsas situadas a los pies de la escalera donde estaba subida mi madre, aunque eso sí, sin apartar sus ojos del culo de ella.

Yo también me agaché hacia las bolsas y, para no ser menos, mi mirada dejó de acusar a mi amigo para disfrutar de las nalgas de ella.

Fuimos dándola todo el contenido de las bolsas, metiendo nuestras cabezas bajo su falda, a escasos milímetros de sus glúteos, mientras desnudábamos completamente su culo con nuestras miradas, hasta que nos lo aprendimos de memoria. A partir de entonces lo reconoceríamos siempre, cada milímetro, cada peca, todo, aunque no viéramos la cara a su dueña.

  • ¡Gracias, chicos, no sabéis lo bien que me habéis venido, lo mucho que me habéis ayudado!

Me faltó poco para responderla, a la vista de la descomunal erección que teníamos mi amigo y yo.

  • ¡Gracias, mamá, por inspirar nuestras pajas en los próximos treinta años!

Y comenzó a bajarse de la escalera, despacio, cruzándose lentamente de piernas, como si fuera una modelo que disfrutara paseándose totalmente desnuda, soberbia, por una pasarela infinita, llena de luces y flashes, ante un millón de ojos que la devoraban y follaban una y otra vez. Yo, sin embargo, me sentía como Adán y Eva al ser expulsados del paraíso, y el culo de mi madre era como Dios en toda su gloria y esplendor.

  • ¡Lo que me habéis ayudado se merece un buen premio!

Exclamó alegre y sonriente.

  • ¿Qué te follemos por el culo, mientras te damos unos buenos azotes?

Pensé yo.

  • ¡Una buena merienda es lo que os voy a preparar!
  • ¡Una buena enculada es lo que te vamos a hacer! ¡Comernos tu culo rebosante de mantequilla es lo que yo llamaría una buena merienda!

Fue lo que pensé, y Manuel, por la cara que puso, debió pensar algo parecido.

  • Pero antes, me voy a dar una duchita, que vengo empapadita de sudor.
  • Empapaditos también estamos nosotros, pero no precisamente de sudor.

Continué con mis pensamientos.

Se tambaleó y a punto estuvo de caerse, sino es por Manuel que, aprovechó la ocasión, abrazándola y sujetándola con las dos manos sobre sus nalgas por encima de la falda.

  • Gracias, Manuel, si no es por ti me voy al suelo.

Y, sonriendo, le dio un ligero beso en la boca.

Como Manuel, anonadado, no la soltaba y seguía apretándola fuertemente los glúteos, le dijo mi madre, todavía sonriendo, muy cortada:

  • Ya puedes soltarme, cariño. Como me aprietes tanto, me vas a producir moratones en el culo.

Y eso hizo mi amigo, soltarla, y ella, despegándose de él, con la cara de un rojo carmesí, le miró el enorme paquete que tenía a la altura de la bragueta del pantalón, y nos dijo sin mirarnos:

  • Estoy un poco mareada. Con el calor que hace he tomado cuando volvía de la compra un par de vinos. Uno que pedí y otro al que me invitó Pepe, el del bar.

Otra vez Pepe, el del bar, el que desearía meterse entre las piernas de mi madre, bajo sus bragas, dentro de su coño. Siempre que yo entraba al bar con mi madre, era excesivamente simpático con ella, y aprovechaba para mirarla las tetas y sobre todo el culo cuando pensaba que no le mirábamos. ¿Qué es lo que haría cuando mi madre entrara sola como ahora? ¿Intentar emborracharla para bajarla las bragas y follársela en el almacén o detrás de la barra del bar?

  • Y luego al marcharme, me ha dicho mirándome el culo: “Ese culo bien merece un buen premio, y seguro que hoy lo va a tener”

La frase me sorprendió, viniendo de mi madre, que nunca comentaba las barbaridades que la decían por la calle.

Manuel me guiñó el ojo, mientras me sonreía, como diciéndome:

  • Ves lo que te dije, hoy nos la follamos.

Y mi madre, dándonos la espalda, se alejó tambaleándose, balanceando impúdicamente el culo, o al menos eso me pareció, y nos dijo:

  • ¡Colocad la escalera que enseguida os preparo la merienda!
  • ¡La que nos has preparado!, pero todavía nos tenemos que comer … tu culo.

Pensé mientras la veía cómo se metía en su dormitorio, cerrando la puerta tras de sí.

Fue, como siempre, Manuel el que se adelantó y, saliendo a la terraza, echó una ojeada a la ventana del dormitorio donde había entrado ella.

Yo, situado detrás de él, bien que pude ver como mi madre, de espaldas a la ventana donde nos encontrábamos, se quitó en un momento el vestido, que tiró sobre la cama, el sostén, que siguió el mismo camino, y, cómo no, bajándose las bragas, se agachó a recogerlas del suelo, enseñándonos su formidable culo, ya sin adornos, en todo su esplendor, con su sonrisa vertical y con su hermoso y quizá inmaculado “hole”.

Nos quedamos sin aire, conteniendo abrumados la respiración, sin dejar de contemplar ese milagro de la creación, que era el fabuloso culo de mi progenitora.

Tirando igualmente las bragas sobre la cama, se metió completamente desnuda con rápidos saltitos en el cuarto de baño, cerrando también la puerta tras de sí, pero no sin antes habernos deleitado bamboleando provocativamente sus glúteos a cada brinquito que daba.

También fue Manuel el que veloz se dirigió a la cocina y cogió la escalera donde antes se había subido ella, llevándola a la terraza y colocándola bajo la pequeña ventanita que medio abierta comunicaba con el baño donde había entrado mi madre.

Una canción pop en inglés se escuchaba desde el baño, donde mi madre, como acostumbraba, había puesto la radio.

Al mismo tiempo que salía agua de la ducha, subía Manuel por la escalera y yo detrás de él.

Y allí estaba ella, debajo de la ducha, casi sin moverse, disfrutando de cómo el agua corría sensualmente por su cuerpo completamente desnudo, empapando su cabeza, su cabello, su rostro, fluyendo sobre sus enormes y erguidas tetas, bañando sus empitonados pezones oscuros, introduciéndose entre sus piernas, por su sexo, por su culo duro y respingón, metiéndose entre sus prietas nalgas sonrosadas, bajando por sus muslos torneados hasta cubrir sus pequeños y hermosos pies, como si la estuviera copulando, apasionadamente follando.

En silencio, sin movernos y apenas sin respirar, contemplamos entusiasmados y erectos, como mi madre, después de aguantar sin moverse bajo el agua durante casi cinco minutos, empezó a acariciarse lentamente sus pechos, perezosamente, incidiendo en sus pezones que cada vez aumentaban más de tamaño y adquirían un color aún más oscuro, casi negro.

Una de sus manos descendió lentamente a su vientre y de ahí todavía más, hasta su entrepierna, y comenzó a acariciarse también su sexo, poco a poco, despacio, restregando sus dedos, la palma de sus manos, una y otra vez, arriba y abajo, metiendo los dedos dentro de su vagina, unas veces uno, otras más de uno y poco a poco su respiración se fue haciendo más profunda, más agitada.

¡Se estaba masturbando! ¡Mi propia madre se estaba masturbando delante de mi mejor amigo y yo no hacía nada por impedirlo, nada! No podía o no quería hacer nada, pero me encantaba.

Girándose, se colocó de espaldas a nosotros, inclinándose un poco hacia delante, y pudimos verla sus sensuales glúteos y los movimientos que les imprimía. Al abrirse de piernas, para meterse mejor mano, apreciamos su jugosa vulva hinchada, así como su agujero, puro y virtuoso, y nos imaginamos cómo sería penetrarla, introducir nuestro cipote, una y otra vez, hasta corrernos dentro, juntando nuestro fluidos con los de ella y todos ser llevados por la corriente del placer.

Estaba tan excitado como Manuel, que una erección brutal casi reventaba el pantalón, y no dejaba de acariciarse insistentemente por encima de la prenda, hasta que, desabrochándose la bragueta del pantalón, consiguió sacarse  trabajosamente la verga, tiesa, enorme, apuntando al techo y de un color rojo encendido.

Y empezó ahora sí a masajeársela con ganas, arriba y abajo, arriba y abajo, sin dejar de contemplar por la ventana cómo se masturbaba mi propia madre.

Los gemidos de ella iban subiendo cada vez más de volumen, incluso muy por encima de la música que emitía la radio, hasta que estalló en un chillido agudo. ¡Se había corrido salvajemente! Luego vino el reposo y dio un profundo suspiro.

Manuel continuó masturbándose frenéticamente, hasta que se corrió a lo bestia, manchando de semen todo lo que estaba a menos de un metro de él, incluida la pared, la escalera y  yo mismo.

Estuvo ella varios minutos bajo la ducha, sin moverse apenas, recuperándose de la corrida. Luego abrió la mampara de cristal y tomó la toalla, secándose parsimoniosamente el cuerpo sin que nosotros dejáramos un instante de observarla.

Colocándose la toalla alrededor del cuerpo, tapándose algo tetas y chocho, salió del baño.

Pringados de lefa bajamos de la escalera sin hacer ni un mínimo ruido y, desde la ventana, vimos cómo mi madre dejaba la toalla sobre la cama y completamente desnuda, cogió un vestido del armario, poniéndoselo.

Antes de que se lo pusiera gozamos viendo que apenas una fina franja de vello rizado cubría su sexo, permitiendo transparentar su deseada sonrisa vertical.

Por supuesto, como bien había comentado a Manuel, mi madre no se puso bragas ni ningún tipo de ropa interior.

Había escogido un vestido crema de tirantes muy corto y ligero, pero cómo estaba ella todavía mojada de la ducha, prácticamente se la transparentaba todo, por lo que pude ver que sus pezones empitonados amenazaban en rasgar la fina tela del vestido.

Salió de su dormitorio y nosotros, deprisa de la terraza, nos pusimos delante de ella, haciendo que diera un brinco asustada.

  • ¡Ah! Estáis aquí.

Como nos veía sonrientes y empujándonos, jugando como si fuéramos dos críos de corta edad, nos dijo extrañada:

  • ¡Qué juguetones os veo! ¿Qué estaréis tramando?

¿Se imaginaría en aquel momento lo que pasaba por nuestras cabezas, seguramente también por la suya, que no era otra cosa que follárnosla?

  • Ven, mamá. Vamos a celebrar que hace un día soleado y maravilloso con una botella que he traído para la ocasión.

Era la primera vez que Manuel la llamaba mamá, y parece que surgió efecto.

  • ¿No contendrá alcohol, que todavía me encuentro mareada?
  • Pues claro que no, pero estás buenísima.

Se refería a ella, pero mi madre se supone que entendió que hablaba sobre el contenido de la botella, aunque respondió dubitativa.

  • ¡Ah!. Bueno, si es para celebrar algo. Pero solamente una copa.

Y nos siguió al salón, caminando detrás de Manuel y yo cerrando el grupo.

Observé lo mareada que todavía estaba al no poder caminar en línea recta, y me imaginé la mejor y más rápida forma de quitarla el vestido.

Nada más llegar al salón, abrió mi amigo un armarito y tomó tres de las copas que estaban allí, como si fuera su casa y nosotros sus invitados.

Puso las tres copas sobre la mesita baja situada en medio de la sala y nos invitó a sentarnos, indicando a mi madre que se sentara en el sofá frente a la mencionada mesita.

Así lo hizo y la mirada de mi amigo y la mía se dirigieron inmediatamente al sexo de ella que, al sentarse, se le subió la falda del vestido dejándolo al descubierto.

Fue un momento, que pareció eterno, aunque mi madre enseguida se bajó como pudo la falda, juntó sus muslos y colocó su brazo entre ellos, cubriéndose la entrepierna.

El sofá donde se sentó ella, lo llamaba yo el “enseña-coños”, porque, al ser tan bajo y ancho su asiento, las mujeres que llevaban falda al sentarse, se les subía y enseñaban las bragas o el coño, en función de si llevaban o no bragas. Puedo jurar que más de una visita no llevaba bragas.

Acercamos un par de sillas al sofá y nos sentamos frente a mi madre.

Como no se había abotonado casi ningún botón del escote de su vestido, teníamos también una buena visión de sus tetas, redondas, erguidas y enormes, y si no veíamos sus pezones, bien que se transparentaban en su vestido, saliendo casi por el balcón de su escote.

Enseguida Manuel llenó las copas, primero la de ella y después las nuestras, sin hacer caso de la queja de mi madre para que no la llenara tanto.

Levantó mi amigo su copa, invitándonos a brindar, y ella al levantar la suya, nos permitió volver a disfrutar de la visión de su sexo.

  • ¡Qué dulce es, está muy bueno!

Exclamó mi madre al dar un trago al vino para, a continuación, dar otro más largo que casi vacía la copa.

Manuel, expresando en voz baja “!Coño, con tu madre!”, la llenó otra vez la copa, vaciando la botella, sin que ahora ella se quejara.

Apuró de un trago su bebida, finalizando hasta con la última gota que quedaba,  y exclamó muy contenta, lamiéndose golosa los labios.

  • Tenía el mismo sabor que el que me he tomado en el bar.

Exclamó mirando la copa para luego mirarnos con la vista extraviada, y exclamar con una sonrisa boba:

  • Pero estaba buenísimo.
  • Tú sí que estás buenísima.

La contestó Manuel y ella, mirándole, sonrió bobaliconamente, incorporándose un poco del sofá para colocar la copa vacía sobre la mesa, pero, al volver a sentarse, calculó mal y se sentó en el borde del asiento, cayendo de culo al suelo, enseñándonos nuevamente su sexo.

Empezó a reírse, cubriéndose la cara con las manos, y, al tener las plantas de los pies en el suelo y las rodillas dobladas, tenía totalmente bajada la falda, dejándonos totalmente expuesto a nuestras miradas su coño y toda la longitud de sus piernas.

Estuvo así casi diez minutos, riéndose y sin mirarnos, y nosotros, babeando de gusto y con las vergas bien erectas, sin dejar de observarla el sexo y los muslos.

Poco a poco dejó de reírse y exclamó:

  • · ¡Qué mareada estoy!

Y volvió otra vez  a reírse, ahora a carcajadas, sin poder contenerse, abriéndose de piernas y pudimos deleitarnos con una visión más amplia de su conejito juguetón durante un buen rato. También sus pezones hicieron su aparición, brincando fuera del escote. Y nuestros cipotes, viendo el espectáculo, se quisieron incorporar a la fiesta, pugnando por reventar el pantalón y saliendo la punta por encima del mismo.

Detuvo su risa, levantando la cabeza y mirándonos muy sonriente, pero, al ver nuestros cipotes tiesos  saliendo del pantalón, mudó la cara, asombrándose, y se giró avergonzada hacia el sofá donde se agarró, empezando a levantarse titubeante.

Manuel, raudo, se colocó detrás de ella y, con la excusa de ayudarla, metió su mano bajo el vestido, sujetándola por los glúteos.

Yo, para no ser menos y no perderme detalle, la levanté la falda y vi como la mano de mi amigo la sobaba las nalgas, e incluso se metía entre ellas, bajando hasta la entrepierna.

Yo también puse mi mano abierta sobre sus nalgas. Estaban calientes y duras, apetitosas.

Se las sobé hasta que se sentó en el sofá, y Manuel, a su lado, que dejó de sobarla el culo y la bajó los tirantes del vestido, dejando expuestas sus tetazas, redondas, erguidas, enormes, con aureolas oscuras y pezones gordos casi negros.

Extendiendo el brazo derecho detrás de la espalda de ella, la mano de mi amigo se posó sobre una de las tetas de mi madre, sobándosela reiteradamente ante la pasividad de ella, jugueteando con su pezón, cada vez más duro e hinchado.

La otra mano de Manuel se posó en los muslos de ella, recorriéndolos, sobándoselos, amasándoselos, y subiéndola la falda para dirigirse poco a poco hacia la entrepierna de mi madre, metiéndose entre sus muslos, sobándola la vulva, reiteradamente.

La escuché suspirar profundamente, suspirar, y mi amigo, cada vez más audaz ante la falta de resistencia de ella, puso sus labios entreabiertos sobre los de ella, besándola, metiéndola la lengua en la boca, recorriéndola por dentro, y empujándola poco a poco hacia atrás hasta tumbarla bocarriba sobre el sofá.

Sin dejar que morrearla, se tumbó sobre ella, levantándola la falda hasta la cintura, y, colocándose entre sus piernas abiertas, se bajó el pantalón hasta quitárselo y dejarlo caer al suelo.

Restregó su cipote erecto sobre la vulva de mi madre, intentando penetrarla, entrar en su vagina, y cuando, al fin, encontró la entrada, empujó hasta metérselo, hasta metérselo hasta el fondo.

Al sentirse penetrada la escuché suspirar sonoramente, así como abrir mucho los ojos y boca como sorprendida de que un amigo de su hijo se la follara.

Se apoyó Manuel en sus brazos para verla mientras se la follaba, cómo se la bamboleaban descontroladas las tetas ante sus acometidas y la cara de vicio que ponía por el placer que sentía.

El culo de mi amigo subía y bajaba, subía y bajaba, follándosela, lentamente al principio, cada vez a un ritmo mayor, y los suspiros de mi madre dieron paso a gemidos, cada vez más fuertes y seguidos.

Sus piernas, totalmente abiertas, con los dedos de los pies, totalmente estirados, apuntaban al techo de la habitación, balanceándose al ritmo de las impetuosas arremetidas de Manuel.

No pasaron más de cinco o seis minutos cuando mi amigo aminoró el ritmo, deteniéndose y descargando dentro de ella, con un gruñido de satisfacción.

Permaneció sobre ella sin moverse, varios minutos, hasta que, sacando su verga, morcillona y chorreando esperma, de la vagina de mi madre, se levantó del sofá, dejando que pudiera gozar del espectáculo de ver a mi madre recién follada.

Estaba hermosísima, con el vestido recogido en su cintura, dejando al descubierto el resto de su voluptuoso cuerpo.

Parecía dormida, posiblemente lo estuviera, sin moverse bocarriba sobre el sofá. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración.

Manuel la acabó de quitar el vestido que tenía medio roto y enrollado a la cintura, dejándola ahora sí completamente desnuda.

  • ¿A qué esperas, tío? ¡Fóllatela!

Me animó mi amigo, haciéndome un gesto con su mano hacia ella, pero yo no podía follármela así, podía despertarse y verme a mí follándomela, así que le dije:

  • ¡Ven, ayúdame a darla la vuelta!

Fue él el que, metiendo sus brazos bajo el cuerpo de ella, la volteó, dejándola bocabajo sobre el sofá con el culo en pompa.

Nuestras miradas se dirigieron al momento a su culo, a su maravilloso culo, y fue Manuel el que exclamó maravillado:

  • ¡Qué culo, tío, qué culo! ¡Venga, tío, fóllatelo! Nadie te lo impide. ¿A qué esperas?

Cogiendo sus tobillos, la abrí de piernas y me coloqué de rodillas en el sofá, entre las piernas de ella.

Deslumbrado me tenía ese culo y, sin moverme, me quedé embelesado mirándolo.

Estiré mis brazos y lo agarré, una mano en cada nalga. Prieto y caliente, sabrosón. Separé los glúteos y allí estaba su ano, su níveo y perfecto agujero, y más abajo su vulva, abultada, caliente y jugosa, rezumando esperma del polvazo que la había echado mi amigo.

  • ¡Venga, tío, venga, venga! ¡Ánimo, a por ella, a por su culo!

Exclamó exultante Manuel mientras me bajaba el pantalón y el calzón, hasta las rodillas, y, moviéndome, me lo quitó, dejándome también desnudo.

Miré mi cipote, erecto y duro, que apuntaba al techo y lo tomé con mi mano, dirigiéndolo al ano de mi madre.

Lo apreté contra su agujero pero no cedía, quería continuar siendo virgen.

Parecía demasiado estrecho y apretado para que pudiera entrar mi verga, pero, empujando poco a poco, logré que fuera entrando, dilatando la estrecha abertura, hasta que pasada la barrera, entró hasta el fondo.

Escuché chillar débilmente a mi madre, mezcla de dolor y placer, y, sujetándola por las caderas, comencé a bombear, moviéndome adelante y atrás, adelante y atrás, sin dejar de mirarla los glúteos, como se bamboleaban ante mis empujes, y cómo mi verga entraba y salía de su culo, cómo aparecía y desaparecía dentro.

Gemía de placer, chillaba del placer que sentía de que me la follara por el culo y yo, cada vez más animado, me movía cada vez más rápido, con más energía, azotándola su duro culo hasta que me dolían las manos, pero seguía, seguía follándomela, sin descanso, sin parar, hasta que, desde lo más profundo de mi ser, una oleada de placer me invadió y descargué como una bestia en celo dentro del culo de mi madre.

Rugí como un león, como un león en celo que se ha follado a su hembra, que la ha devorado y ha disfrutado de ella.

Con mi polla dentro de su culo, estuve varios minutos sin moverme, mirándola las nalgas, coloreadas de un rojo carmesí por los azotes que la había propinado, hasta que Manuel dándome una palmada en el hombro exclamó:

  • ¡Vale, tío, vale! ¡De puta madre, macho, de puta madre! ¡Vaya pedazo polvo que la has echado, tío! ¡Como un campeón, eso sí, tío, como un campeón!

Orgulloso la desmonté y, al dejar de sujetarla por las caderas, se derrumbó sobre el sofá.

Por el rabillo del ojo, vi que todavía no había acabado mi copa de vino y, con la sed que tenía de haber follado, me la bebí de un trago.

¡Qué dulce, pero qué dulce y sabroso es el follar!

Como mi madre parecía que dormía, Manuel propuso llevarla a su cama y recoger todo antes de que llegara mi padre y nos descubriera.

La cogió por el tronco y yo por las piernas, y la trasladamos en volandas a su dormitorio, depositándola sobre su lecho, donde continuó durmiendo plácidamente.

Recogimos y limpiamos todo con el fin de borrar todas las huellas de lo que habíamos hecho, marchándose a continuación mi amigo, no sin antes decirme muy sonriente:

  • ¡Vaya culo que tiene tu madre, cabrón, y cómo te lo has follado, joputa!

Antes de cerrar la puerta de la calle añadió:

  • Tenemos que repetirlo, ¡eh!, pero esta vez seré yo el que me la folle por el culo.

Una vez cerré la puerta tras Manuel, me duché tranquilamente recordando los buenos momentos que había pasado.

Al salir del baño, cubierto solamente por la toalla con la que me había secado, me aproximé al dormitorio de mi madre para ver si dormía, y efectivamente allí estaba durmiendo, completamente desnuda, apetitosa y deseable.

Me fijé en sus piernas, en sus tetas, pero sobre todo en su culo, en su maravilloso culo, y mi verga empezó nuevamente a palpitar, todavía no estaba satisfecha.

Miré la hora y todavía era muy pronto, faltaba al menos una hora para que mi padre volviera del trabajo, así que, como mi madre todavía no se había despertado ni parecía que fuera a hacerlo en las próximas horas, pues bien ¡me la volví a tirar!, ¡no una, ni dos, sino tres veces más!

¡Qué dulce, pero qué dulce y sabroso es el follar, sobre todo al culo de tu propia madre!

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