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Begoña

en Autosatisfacción

Se oyó un pequeño golpe tras cerrar la puerta. No había pretendido que fuera un gran estruendo, pero no había podido evitarlo. Aunque había subido por el ascensor, jadeaba notablemente. Se apoyó contra la puerta y dejo caer la cabeza hacia atrás para intentar serenarse. “Aquello no era normal” pensó, dejo las llaves ruidosamente sobre el aparador de la entrada y siguió respirando con dificultad mientras caminaba hacia el salón “aquella excitación, no era normal” Se repitió.

Llegó tambaleando hasta el sofá de skay negro, que se encontraba en el salón, en el camino se había despojado de la chaqueta de cuero marrón, de la blusa y de una minifalda que prácticamente no le cubría más  que la parte de arriba de los muslos. “Menos mal que mi hermana hoy no está en casa” pensó “ha salido con pelo Rosa, no me gustaría que me viera en este estado”. Con un fluido movimiento se desabrocho el sujetador y unas enormes tetas se bambolearon. Su 120c hacía que no pudieran ser agarradas con una mano y que se movieran furiosamente con cada leve movimiento.  Nada más quitarse el sostén y arrojarlo hacia el primer sitio donde le pareció, se pellizco sus enormes pezones con las dos manos, los cuales se pusieron duros en el primer instante, haciendo que su jadeo fuera aún más intenso.

Sin poder aguantarse ni un segundo más dirigió su mano hacia su sexo, encontrándose el tanga que llevaba totalmente empapado. Recordaba que no había podido aguantarse la excitación y había decidido subrepticiamente meterse la mano por debajo de la falda durante el tiempo que durante el trayecto del ascensor. Intento quitarse las bragas lo más rápido que pudo, pero se le engancharon en los tacones de infarto que aun llevaba puestos, cuando las tuvo en la mano, pensó en tirarlas, pero en un arranque decidió metérselas en la boca. Hizo un burruño con ellas y comprobó que le entraban a la perfección, chupo con ansias y percibió gran cantidad de sabores en su boca, que la hicieron ponerse a mil, y arremeter furiosamente contra su rajita, la cual tenía una enorme mata de pelo.

Se introdujo el corazón y el anular sin previo aviso, pero dada lo mojada que estaba se deslizaron hasta dentro sin la menor dificultad, haciendo que Begoña exclamara un gemido ahogado. Empezó con unas embestidas furiosas, haciendo que el ruido de su coño empapado resonara en todo el salón. A los pocos segundos de embestida se corrió estruendosamente, salpicando el suelo, la mesa y el sofá.

Un sudor perlado cubría los grandes pechos de Begoña y hacía que los bucles rubios se pegaran a su cara. Poco a poco fue acompasando su respiración con su pulso cardiaco

Se quedó recostada, pensando cómo había llegado a aquella situación de descontrol. Y se acordó de su cita con Davinia. “¿Qué podía haber pasado mal?” pensó. “todo lo que recordaba había ido bien”. Ella la había recogido a la puerta de su casa, vestía un elegante vestido rojo pasión con unos tacones de infarto. En el transcurso hacia el restaurante habían estado hablando de cosas triviales, que si su hermana había organizado la cita, que si unas risas por aquí unas bromas por allá, todo muy natural. Durante la cena, el tema se había ido al feminismo radical de la que Davinia era partidaria y tras un breve aleccionamiento de sus ideas, se había puesto muy pero que muy cachonda. Ella incluso le había comentado la gran mata de bello que tenía en su pubis, sin embargo, aunque ella había pensado que sus insinuaciones habían sido correspondidas, cuando Davinia pidió para llamar a un taxi, se quedó compuesta y y con una excitación atroz.

Ese pensamiento en lugar de calmar su cuerpo lo había encendido de nuevo, así que decidió acabar con la excitación por la vía rápida. Se levantó del sofá y en seguida llego a la habitación, tras unos segundos rebuscando debajo de la  cama, sacó un gran pollón de plástico negro, con unas estrías muy marcadas desde la base del miembro hasta un glande enorme y terriblemente realista. Se dirigió al salón de nuevo, pero en el trayecto tuvo que pararse un par de veces para embestirse salvajemente con el miembro. La segunda de esas veces fruto de su segundo orgasmo le fallaron las piernas y acabo de rodillas al lado del sofá convulsionando.

Se tranquilizó durante un minuto, su jadeo se fue haciendo más pausado, pero seguía con una excitación fuera de lo común, así que de nuevo empezó a follarse con aquel enorme aparato. Empezó de manera acompasada, mientras con la otra mano se pellizcaba los pezones haciendo que se pusieran más duros que el cristal, sin embargo, pronto esa dosis de dolor se quedó minimizada a la mínima expresión y comenzó a azotarse las tetas, con cada embestida se golpeaba un pecho a la vez que soltaba un gemido de placer, y luego otro y otro. Los orgasmos y los azotes se iban sucediendo uno tras otro, como si en su pequeña mente solo existiera ella y ese gran miembro. Al cabo de una sucesión interminable de orgasmos, Begoña se sentía dolorida, exhausta, con sus enromes tetas con una coloración casi morada y sin embargo un fuego en su interior no podía apagarse.

Decidió cambiar de posición, se puso a cuatro patas sobre el sofá, con la cabeza apoyada en la almohada y decidió desvirgar su culito. Sabía que el dolor que le iba a proporcionar, podría llegar a no soportarlo, pero también sabía que sería la única manera de aliviar sus ansias. Se embistió el coñito con ansia, para empapar un ya muy mojado consolador y lo puso en la entrada de su ano. En un primer momento pensó en hacerlo suavemente, sin embargo, esa excitación que no se detenía, le hizo mandar toda su planificación a la mierda, y empalarse de golpe. El alarido que soltó, quedó en parte amortiguado por la almohada, sin embargo acto seguido una oleada de placer le inundó el cuerpo y un gemido de placer más grande que el de dolor arranco de su garganta.

En los subsiguientes minutos, el dolor se iba intercalando con el placer haciendo que fuera una experiencia desgarradora y terriblemente placentera. Los orgasmos no dejaban tregua y pronto notó una extraña calidez bajando por sus muslos, un pequeño hilo de sangre brotaba de su ano y recorría sus muslos inexorablemente, sin embargo a Begoña no le importó y siguió sodomizando su entrada trasera. Los orgasmos la perseguían de una forma constante como si un martillo percutiera sobre un yunque tras una mano experimentada de un herrero, sin embargo aunque agotada y muerta de sueño, no lograba acallar lo que su cuerpo parecía decirle.

Tras un orgasmo especialmente potente, que casi la dejó inconsciente en el sofá, se cansó y decidió hacer algo de lo que toda la noche había estado intentando engañarse. Se levantó como pudo del sofá, y decidió llamar a Davinia.