miprimita.com

El viaje en bus

en No Consentido

Normalmente el trayecto alicante-valencia en autobús no era el más concurrido del mundo, al menos cuando yo lo solía hacer, que era una vez al mes aproximadamente, para ir a casa a recoger los tuppers que mi madre me preparaba convenientemente. No es que no supiera cocinar pero el estar en un piso de estudiantes, ya se sabe… Aquel día sin embargo el autobús iba a reventar y aunque yo estaba cómodamente situada en el último asiento del vehículo, eso sí, en el lugar de la ventanilla. Aunque fuera finales de mayo, me dejaría ponerme un poco morena y ya de paso asarme de calor. Encima, al ser un autobús de largo recorrido tenía instalado el servicio portátil justo al otro lado del pasillo, por lo que los dos últimos sitios del ya abarrotado autobús correspondían a una servidora y a un chico de casi la treintena.  Vamos una delicia.

El chico era bastante alto, cerca del 1,80, con brazos fuertes pero no de gimnasio, moreno y con barba de tres días. Llevaba vaqueros rotos y una camiseta de Dyck y olía levemente a alcohol y sudor, cosa no muy normal dada la hora que era. Yo por mi parte, llevaba unos leggins finos, que ya empezaba a apretar el calor y un top de tirantes blanco.

El traqueteo y las rotondas habituales en los polígonos de salida de las grandes ciudades,  me fue sumergiendo en una duermevela de paz y descanso e iba dormitando levemente. Con una sacudida del autobús me desperté de súbito, sin abrir los ojos y me acogió esa sensación como de que alguien te observa. Abrí levemente el ojo y vi que mi compañero de asiento me miraba de hito en hito. Cuando alcé la mirada para mirarle directamente a los ojos, apartó la vista rápidamente con un ademán como disimulando.

Con una leve inquietud y conforme el autocar iba cogiendo velocidad me fuí quedando de nuevo en ese estado de shock previo al sueño, que no sabes bien donde estas, pero que eres capaz de captar ciertas sensaciones, como el sol en los muslos o conversaciones lejanas, que no sabes en que idiomas están habladas.

En el momento que estaba a punto de quedarme dormida, mi rato de paz y descanso fue perturbado por un pequeño toque en la pierna, fue casi una caricia, pero dura como un trozo de acero, fría como un cubito de hielo en pleno invierno e incómoda como una china en tu zapato durante una caminata agotadora. Fue un leve toque a la altura de la cara externa de los muslos pero me sobresaltó, me mantuve inerte a la vez que rígida y esperé, pensando si tal vez hubieran sido imaginaciones mías.

Sin embargo a los pocos segundos volvió a suceder, pero esta vez en lugar de una leve caricia, note una mano  sobre el muslo, más cerca de la cara interna que antes. Fue un gesto suave, pero con implícita orden a abrir las piernas, esto me despertó, segregó adrenalina de golpe a mi torrente sanguíneo e hizo que tuviera claridad de ideas. Di un respingo.

-          Pero que haces – dije con un grito susurrado.

A mi alrededor, las 3 siguientes filas se encontraban con sus ocupantes profundamente dormidos pese al poco rato que hacía que habíamos salido de Alicante; en la parte más delantera del Autobús, algún cuello se giró hacia mí, pero ninguno de los demás pasajeros pareció dar más importancia.

Mi acompañante no pareció inmutarse lo mas mínimo, con un gesto firme me tapó la boca. En ese momento solo pensé en gritar y montar un escándalo, así que cuando me revolví en mi asiento con el firme propósito de  llamar la atención sobre mi situación al resto de pasajeros,  noté algo punzante en la zona lateral de mi tripa. Mi compañero me hizo un gesto y guio su mano y mi cara hasta hacerme bajar la cabeza para que viera que la punta de una afiladísima navaja se clavaba a la altura de mis riñones.

Poco a poco fue soltando la presión que hacía en mi boca con su mano y aproveche para intentar zafarme de él, entonces noté un pinchazo fuerte en mi zona lumbar, miré para abajo y aprovechó para volverme a tapar la boca y vi como un pequeño hilo de sangre resbalaba por mi cuerpo hasta que era absorbido por el pantalón.

Mi acompañante enarcó las cejas con un gesto que no cabía lugar a duda “si te vuelves a mover te rajo de arriba abajo”. Relajé un poco el cuerpo y asentí con la cabeza. Bajó la mano y la colocó por detrás de mi cuerpo mientras con la otra seguía sosteniendo la navaja. En esta posición tenía acceso a mi pantalón así que tiró de la goma un poco para abajo, haciéndome el gesto de que me bajara los leggins.

Negué firmemente con la cabeza pero un nuevo pinchazo me recordó quien mandaba allí así que deslicé los pulgares por las costuras del pantalón y me lo baje hasta mitad de muslo. Con la mano que tenía libre, la deslizó por debajo de mi tanga tan rápido como tuvo oportunidad, metió la mano entre mis muslos para llegar a mi sexo. Tenía las manos gruesas y ásperas como si trabajara con ellas, me causó rechazo, sin embargo,  por instinto abrí las piernas y enseguida llegó a mi coño para empezar a masturbarme. Era rudo, sucio y molesto, sin embargo después de unos minutos frotando con insistencia mi sexo, noté como la respiración se acompasaba y me iba mojando levemente.

Su aliento olía a cerveza, y alguna otra bebida alcohólica que no supe distinguir. Mientras jadeaba, empezó a respirar cerca de mi boca, intentando besarme, a lo que retiré la cabeza, pero otro leve pinchazo me hizo reaccionar. Esta vez fui más solícita. Abrí levemente la boca y él violentamente introdujo su lengua en mí. Su lengua era como su mano, áspera y gruesa, que lleno toda mi boca rápidamente, y siguió introduciendola más en mí, hasta que me produjo arcadas, sin embargo no paró. Su boca sabía a alcohol y a ajo.

Me siguió masturbando mientras me follaba la boca con su lengua. Ya había reprimido dos orgasmos, se me había mojado el tanga y la humedad amenazaba con desplazarse hasta el pantalón. Había decidido intentar aguantar sin correrme, por la repulsión que me generaba la situación, sin embargo llegado un momento no pude contenerme más y decidí que me abandonaría al placer sin más. Sin embargo, en el momento que estaba a punto de correrme, mi captor paró. Yo la miré suplicante, pero no se movió, solo sacó la mano y la boca de dentro de mí y rápidamente tenía su miembro fuera.

Me cogió la mano y lo llevó hasta el miembro y sujetándome la mano, empezó a realizar un movimiento de vaivén. A diferencia de sus manos, su polla no estaba áspera, sino muy dura y caliente. No era excesivamente grande pero era muy gorda y en su punta coronaba una gotita de líquido preseminal. A medida que iba subiendo y bajando la mano, él me dejaba la mano más suelta para que pudiera hacerlo yo misma y al cabo de unos minutos yo subía y bajaba la mano con alegría, hipnotizada con ese semejante trozo de carne.

Mi compañero de asiento, volvió a deslizar la mano dentro de mi coño, pero empezó a jugar a un juego muy perverso que me enfurecía y me excitaba a partes iguales. Me masturbaba con saña durante unos segundos para detenerse bruscamente antes de que pudiera llegar al orgasmo. Cuando el “juego” entró en su quinta repetición, yo prácticamente balbuceaba y no era capaz de mirar a otro sitio que no fuera a su miembro. Víctima de la excitación que sufría había ido encorvándome hasta alcanzar una posición muy cercana a la de la polla del chico, así que cuando se detuvo por quinta vez, no pude aguantar más y empecé a chupársela.

Sabía realmente asquerosa, parecía que llevaba varios días sin ducharse y sabía a meados, a semen y a algo que no supe identificar, hasta que deduje que eran flujos vaginales. La mayor arcada que os podáis imaginar sobrevino en mí, e intente apartarme, pero mi captor había colocado hábilmente la navaja en mi cuello, de tal manera que mi nueva posición, me obligaba a tener ese troncho de carne metido en la boca.

Era complicado chupar sin hacer ruido, pues mi acompañante había dado claras muestras de lo que podía pasar si alguien se enteraba, mientras él intentaba follarme la boca, tocando con su polla en mi campanilla. Entre el sabor nauseabundo que tenía y que me estuviera llegando con su miembro hasta la garganta, las arcadas eran importantes, sin embargo tenía que reprimirlas. El resultado fue una gran cantidad de babas sobre el asiento, mocos en mi cara y unos lagrimones enormes corriendo por mis mejillas, todo unido a mayor humedad en mi coño, pues había vuelto la tortura sobre mi rosada vagina, haciendo que con solo un pequeño roce yo me derritiera de placer, quedando al borde del orgasmo y a merced de mi captor.

En aquella posición el tiempo pasó a ser algo efímero, podría haber pasado un día o una hora, cuando algo cambió. Me hizo un gesto y sin saber muy bien lo que estaba haciendo en ese momento, me levanté con los leggins aun a media pierna y enseguida comprendí que quería que me sentara sobre su polla. La sombra de la duda podría haber cruzado mi cara un segundo, sin embargo, él seguía con la navaja en la mano y casi fue como un acto reflejo el sentarme sobre su miembro erecto.

Podrá decir que no me gusto, que estaba seca y me dolió e incluso que no sentí nada, pero la verdad es que con la primera vez que me senté, tuve unos de mis mejores orgasmos. Mordiéndome el labio inferior para no gemir. Las siguientes sentadillas me produjeron dos, tres, cuatro orgasmos. No hacía más que correrme sin parar, mientras veía alternativamente las cabezas, supuestamente dormidas de los demás pasajeros del autobús y quedando ocultas cuando bajaba y me abandonaba al placer.

Esta parte sí que puedo recordarla, no duró mucho, aunque si fue intensa. Tampoco fue como en las películas que los orgasmos de la tía y el tío coinciden como si fuera lo más bonito del mundo. Acabé de correrme y cuando me empezaba a dar cuenta de la realidad, y subía y bajaba no por monotonía pero casi, a mi espalda se oyó un gruñido casi inaudible. Ahora que lo pienso, quizás fue lo único que oí de él, y al momento siguiente, noté tres calientes chorros de semen en mi interior, que segundos después empezaron a resbalar por mis piernas.

El desconocido tiro de mi hasta dejarme sentada en el suelo del autobús, se limpió con parsimonia usando mi pelo, como si fuera la cortina de la ducha, se subió los pantalones, fue hasta la parte delantera del autobús, cruzo dos palabras con el conductor y acto seguido se bajó sin dar ninguna explicación.

No he vuelto a saber más de él. Desde aquella vez, he hecho muchas veces el mismo trayecto. A esa misma hora y a otras muchas horas, pero no he vuelto a saber de él. Ahora que lo pienso, quizás haya hecho el trayecto más veces de las que debería. También a veces pienso que no fue real o quizás mi cabeza esté intentando bloquear una situación traumática…

O quizás no.