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Dos finales 1.1

en Hetero: Infidelidad

Dos finales 1.1

Un relato de Charles Champ D´hiers

Desde luego aquella noche no estaba siendo la mejor de la vida de mi novia. Además del enfado que tenía conmigo, además de ver como su amiga Silvia se cogía una borrachera de esas que hacen historia y además de comprobar que ni el novio de ésta, Raúl, ni yo, le andábamos muy a la zaga en eso de beber demasiado, tenía que soportar como aquel grupo de niñatos le estaban diciendo de todo desde el momento en que había llegado al lugar donde tenía el coche aparcado.

Al final, en vista de que no llegábamos, se había decidido por esperar dentro del coche. Una chica alta y rubia como ella estaba más que acostumbrada a oír según que cosas a según que horas, pero estando allí sola y siendo ellos cuatro, juzgó que entrar no sería ninguna tontería. Aún así, también desde dentro podía escuchar los lascivos comentarios que aquellos cuatro chicos le estaban dedicando, y lo que más le molestaba: aunque ellos estaban sentados a más de tres metros detrás, le parecía que podía sentir sus, creía, sucias miradas.

De hecho, cuando por fin nos vio aparecer a los tres dando tumbos por aquella estrecha calleja sintió algo muy parecido al alivio. Aún así se desesperó viéndonos acercarnos a la velocidad crucero de un caracol, mientras tratábamos de que Silvia no se nos cayera al suelo.

Una vez llegamos frente al coche, y después de soportar, por parte de aquellos "angelitos", nuestra ración de comentarios sobre el estado de Silvia (más procaces aún si cabe que los que habían obsequiado a mi novia), surgió el siguiente problema: como íbamos a meterla en el coche.

No es que ella fuera una chica gorda, de hecho hacía un par de años a algunos nos había asustado tanta delgadez, pero al final todo había quedado en nada y ahora lucia un tipo más que interesante. Sin embargo, con la borrachera que llevaba, introducirla en el coche no parecía nada sencillo. No al menos meterla de una pieza.

Borrachos como estábamos, Raúl y yo decidimos que lo mejor sería que él la cogiese por los pies mientras yo la sujetaba por las axilas, y así, tumbada en el aire, él la introdujera en el asiento trasero del coche, eso sí, entrando primero Raúl a gatas y de espaldas. Como os digo estábamos muy borrachos, porque lo más normal hubiera sido que el pobre Raúl se hubiese dado un buen golpe en la cabeza al entrar de esa guisa en el automóvil, o que a mí se me hubiese resbalado "mi parte" de Silvia y ésta hubiese ido a dar con su linda cabecita morena contra el asfalto.

Sin embargo, para nuestra sorpresa no sucedió ni lo uno ni lo otro, sino otra cosa con la que no habíamos contado, y es que el diminuto traje ceñido de Silvia, por culpa de la forma en que la habíamos levantado, comenzó a deslizarse hacia su ombligo en el momento en que la pusimos en volandas, dejando a la vista un precioso tanga lila.

A la vista de Raúl, quien inmediatamente se sintió terriblemente avergonzado, a la vista de aquellos cuatro gamberros, que ya habían hecho de mis amigos y de mí el centro de su interés para lo que quedaba de noche, y que aumentaron inmediatamente el tono y el volumen de sus comentarios, y claro, a la vista de este pobre narrador, que comenzaba a ponerse malo ante tan hermosa vista.

Al principio Raúl hizo amago de dejarla de nuevo en el suelo y recomponerle el vestido, pero como fuera que le pareció que uno de los chicos que estaban a su espalda se había levantado y venía hacia nosotros (como, efectivamente, así era), y como creyó que de nada iba a servir arreglárselo porque en cuanto la volviésemos a tumbar se le volvería a levantar, decidió meterla lo más rápidamente posible en el coche, y una vez dentro bajarle el vestido lo mejor posible.

Una vez la metimos dentro, entre los aplausos del grupo de chicos que se habían situado junto a su amigo para ver de cerca toda la operación (en el fondo eran ruidosos pero inofensivos) y la media sonrisa de mi novia que había visto todo sin moverse del asiento del conductor, Raúl creyó que lo mejor sería ir él de copiloto en vista del enfado que tenía conmigo mi novia.

Yo accedí encantado. Primero porque sabía que la especialidad de Raúl era templar ánimos y lograr que ningún enfado durase más de diez minutos, segundo porque no me apetecía seguir discutiendo con mi novia hasta llegar a casa, y tercero, porque a pesar de los esfuerzos por sentar de la forma más presentable posible a su novia en el asiento trasero, no había conseguido evitar que de entre sus piernas aún surgiera, precioso, un bonito trozo de su tanguita morado.

Así que al cabo de un rato, cuando por fin Laura arrancó el coche, Raúl comenzó a hablar dulcemente con ella, mientras yo trataba de dormir para evitar ser el blanco de la furia de mi novia y, de paso, que aquel triangulito lila dejase de ser el blanco de mis miradas.

Y muy bien debí de hacerme el dormido, porque al poco rato observé a través de mis ojos entreabiertos, como tanto ella como él dejaban de lanzarme miradas a través del espejo. Es más, no mucho tiempo después ambos elevaron un poco la voz, creyendo que ya nadie les escuchaba, aunque claro, aún hablando lo suficientemente bajo como para no molestar nuestros sueños.

Tranquilo por esta nueva situación, me relajé y comencé a quedarme dormido, ahora sí, de verdad. Además, el calor que desprendía el cuerpo de Silvia, que nada más sentirme a su lado se había apoyado en mi costado para dormir más cómodamente me hacía sentir un sopor muy agradable.

Mientras la conversación entre mi novia y Raúl circulaba por los cauces habituales:

Venga mujer... no te enfades con él, no ha sido para tanto.

¿Qué no me enfade, dices?. Y más enfadado que deberías estar tú, que no le ha quitado los ojos de encima a tu novia ni un segundo.

Vaya, pensé, así que era eso (tenía costumbre de no preguntarle porque se enfadaba, limitándome a dejar pasar la tormenta), se había dado cuenta de que me había fijado en Silvia... debería tener más cuidado la próxima vez.

Bueno, eso es porque es un poco tonto... mira que teniendo una novia como tú fijarse en otra chica.

Jajajaja- rió ella por primera vez aquella noche- esta si que es buena.

La verdad, no me hizo ninguna gracia que Raúl me llamara tonto, pero sabía que lo hacía por sacarme las castañas del fuego, y tampoco era cuestión de decirle nada. Además, teóricamente yo estaba durmiendo, no espiando su conversación.

No te rías de mí, sabes que me has gustado desde que te vi por primera vez hace cuatro años.

Esta frase sí que me molestó. Debía haber dado un brinco y haber dicho algo... ¿pero qué?. Mi novia ya era mayorcita para salir de estas situaciones sin necesidad de que estuviera yo allí para "salvarla". Sin embargo si abrí de nuevo los disimuladamente de nuevo, lo suficiente como para ver como él deslizaba su mano izquierda por la pierna derecha de ella, más rozándola que acariciándola, pero eso sí, seguro que tocándola.

Al principio este gesto le sobresaltó a Laura casi tanto como a mí. Sin embargo, y para mi espanto, vi como su mirada no se dirigía iracunda hacia él, sino miedosa hacia el espejo retrovisor, lo que me obligo a cerrar de nuevo los ojos, permaneciendo otra vez a oscuras.

¿Estás loco?... hay detrás están mi novio y tu novia.

Dormidos...

Ese "dormidos" pareció electrificar el ambiente. Yo me quedé a la expectativa, con los ojos cerrados, esperando impaciente una respuesta de mi novia. Ellos, en cambio, parecían haber quedado petrificados, debían estar, imaginaba, mirando muy fijamente hacia la carretera, que hacía rato que había dejado atrás las calles más animadas y ahora recorría un barrio bastante tranquilo.

De pronto, en un semáforo, se rompió este violento silencio. Al principio me pareció un suspiro, pero no lo podía identificar con certeza. Tan lentamente como me fue posible comencé a abrir un poco los ojos... y entonces pude identificar que había sido ese ruido.

La mano de Raúl pasaba como un puente de su asiento al de ella, yendo a parar directamente a la entrepierna de mi novia. El hecho de que esta hubiese salido aquella noche con falda no me permitió hacerme muchas ilusiones sobre lo que aquella mano podía estar buscando... tocando.

Me quedé helado, pero no me atreví a decir nada... ¿tal vez por qué estaba, muy a mi pesar, teniendo una cálida erección bajo mis pantalones?.

Mientras, entre semáforo y semáforo, y con más fuerza cuando uno de estos obligaba a detenerse a nuestro coche, podía, unas veces entrever y otras, por precaución, tan solo sentir, como la mano de mi amigo entraba impacientemente entre las piernas de mi novia. Su brazo se movía, con mayor o menor soltura, pero con franca libertad por los más recónditos puntos de su anatomía más íntima.

De pronto, en un semáforo, sentí como un suspiro ahogado de Laura calentaba toda la temperatura del interior. Había escuchado ese suspiro mil veces y sabía muy bien lo que significaba... él, sus dedos, habían entrado dentro de ella.

El semáforo se hizo eterno. El movimiento de su brazo, llevando ahora un ritmo constante, se me hicieron un castigo demasiado duro para seguir soportándolo...

Pero seguí soportándolo. Soporté los jadeos cada vez más impúdicamente seguidos y calientes de mi novia. Soporté el movimiento de aquel brazo cuyo rozamiento contra la tela de la falda y las medias de mi novia hacia un ruido infernal para mí. Y soporté, finalmente, los últimos jadeos oscuros y sensuales de Laura cuando esta alcanzó el orgasmo.

De nuevo arrancó él coche...

Yo estaba petrificado en mi asiento, sudando casi febrilmente, sin saber que hacer o que decir.

Sin embargo ahí, desgraciadamente, no había acabado todo para mí. Ni para ellos. Mientras Laura seguía al volante, Raúl se movió en su asiento, a fin, como puede después comprobar, de bajarse un poco los pantalones.

Ahora el brazo que tendía lazos era el de mi novia. Ahora el movimiento rítmico era de arriba abajo. Ahora los suspiros eran de hombre.

El semáforo llegó inexorable como el filo de una guillotina. El coche freno, y la cabeza de Laura bajó hacia la entrepierna de él.

No duró mucho tiempo. Imagino que él estaría tan excitado que el solo el roce de la lengua de mi novia sobre su pene le pondrían a mil. Nadie mejor que yo sabía lo muy bien que ella sabía hacer estas cosas con su boca. Enseguida la vi levantar su rubia cabellera mientras se pasaba la mano por entre la comisura de sus labios.

¿Se habría tragado su esperma?. Era lo único que se me ocurría preguntarme en ese momento. Desde luego cada persona es un mundo ante determinadas situaciones.

De nuevo el coche arrancó.

Llegamos a la casa de Raúl y Silvia a los cincuenta minutos de haber salido... no estaba mal para un recorrido que se tardaba en hacer siete minutos con tráfico. Raúl me "despertó"nada más aparcar frente a su casa para que le ayudara con Silvia. Se despidió de mí, y todavía tuvo el valor de decirme:

¡Arreglado, chaval!, creo que te ha perdonado.

No lo maté porque estaba demasiado alucinado para decir nada. Me limite a sonreír estúpidamente y volví al coche.

Una vez dentro, ya en el asiento del copiloto, Laura me lanzó una sonrisa, me pidió perdón por el enfado de antes como si nada hubiera pasado después, yo le dije que vale, me sonrió de nuevo y arrancó el motor en dirección a casa... aunque aún me pareció me pareció oírle decir "mirón!".