miprimita.com

Los jóvenes bárbaros

en Orgías

Los jóvenes bárbaros

Un relato de Charles Champ d´Hiers

(correo de diosas terrenales)

¿Colombiana o qué?

¿Perdona?

Los verdes ojos de Verónica se posaron en uno de los balcones del decrépito edifico que acababa de surgir frente a ellos al torcer la última esquina. Una pícara y maliciosa sonrisa sobraba para entender el resto.

¡Ah!. Colombiana. Siempre colombiana. Perdona, iba a mi rollo y no me había dado ni cuenta de que ya habíamos llegado.

Pues hemos venido a esto, guapetón.

Efectivamente, habían ido a "eso". Otro motivo no podría explicar la presencia de aquellos dos jóvenes ejecutivos de menos de treinta años, polo y pantalones de pinza él, vaqueros de marca y blusa ella, por aquellas callejas de uno de los barrios más humildes de la ciudad. Aunque fuesen las cuatro de la tarde.

- ¿Habías venido alguna vez?- La voz de la chica sonaba segura. Tal vez con cierta sorna, como si estuviera leyendo en los ojos de su compañero de viaje el respeto que le imponían aquellos lares.

Aquí no. ¿Es buena?.

Puta madre. La mejor. Aquí me ibas a ver tú si fuera mierda.

Vale, pues puta madre. Nada de mierdas. Que bien. A Enrique no le gustaban las tías que hablaban mal. Poco femenino, pensaba. Aunque, sonrió, aquella chica podía ser de todo menos poco femenina. Joder con el Carlitos, vaya bombón se había calzado. La típica niña de papá, con carita de muñeca y bolso a juego con los zapatos, sí, pero también con un halo perverso que no podía, tal vez tampoco quería, disimular.

La puerta del portal estaba abierta. El portero, si es que en aquella mugrienta cabina entraba uno, desaparecido en combate. El ascensor, casi del siglo XIX, al menos funcionaba. Entraron.

Nervioso.

Pse. La novedad, más que nada.

Vamos, este es el piso.

El timbre sonó a viejo, a gastado, muy a juego con todo aquel vetusto bloque. Un ruido dentro, unos pasos inseguros y una voz masculina más insegura aún.

¿Quién es?.

La puta caperucita roja y el jodido lobo feroz.

Una sonrisa perversamente morbosa se dibujó en la cara de su compañera. Hablaba tan mal como buena estaba.

La puerta se abrió con suma lentitud, como si el tipo que estaba abriéndola temiese de verdad encontrarse con la Caperuza y el lobo. Un empujón de la chica ayudó a pasar el trámite con más agilidad. Ambos entraron sin mayores ceremonias.

Joder, Verónica, ¿cuántas veces te he dicho que llames a mi móvil antes de venir a casa?

Sí mamá.

El piso era un antro cutre y lúgubre que olía a humedad y basura. Un recibidor mal iluminado, con un par de zapatillas de deporte tiradas por el suelo como única decoración, precedía a un pequeño pasillo que acababa en una cortina verde.

Colombiana. Y ya.

Desde luego aquella chica sabía donde se había metido. O estaba loca. O las dos cosas.

El que les había abierto la puerta, un chico más o menos de su edad y de aspecto sucio y ajado giró sobre sus talones y se dirigió hacia la cortina verde. Los otros dos le siguieron como si estuvieran en su propia casa.

¿Cuánto?

¿A cuánto?

A ciento cincuenta el gramo.

¿"Tú´tas" loco o me has visto una pegatina del Banco de España?.

Es la mejor que he tenido nunca, ochenta por ciento, pero vale lo que vale.

A Enrique el precio no le había asombrado tanto. Estaba acostumbrado a pagar cifras poco menores por mucha menos calidad. O lo que era aún peor, por una presunta calidad en la que debía creer por cojones. Es lo que hay, si quieres viaja a Galicia a ver que encuentras, le había dicho un amigo "de confianza" el mes pasado.

Era la escena, sin embargo, la que le estaba sorprendiendo. Por una parte el tipejo que les había abierto la puerta era un tigre a la hora de vender la mercancía, por otra, y esto ya no le sorprendía tanto, la novia de su amigo Carlos parecía ser de todo menos la típica niña que compra caramelos a la salida del colegio.

Era divertido verla discutiendo. Sobretodo sobre aquello que estaban negociando. Y sobretodo así vestida, con esas pintas de muñequita linda. Si hasta se había puesto dos coletas. Seguro que, por la mañana, antes de salir de casa le había dado un beso a su mamá y otro a su papaito muy buenecita ella. Ésta, pensó, es capaz de darle un beso a su madre después de hacerle una mamada a su padre y quedarse tan fresca. Bueno, igual no tanto.

¿O sí?. ¿Cómo sería ella haciendo una mamada?. Desde luego la boca la tenía ideal. Grande y de labios carnosos. Y aquel par de ojos verdes. Estaba seguro de que Carlos se tenía que derretir si, mientras ella se la chupaba, le lanzaba una mirada con esos ojazos. Y aquel culo. Joder, es que la tipa estaba impresionante. No solo tenía la cara de un ángel sino que además venía acompañada por el cuerpo de una diablesa cachonda.

Mientras en el mundo real la chica y el otro seguían regateando un precio para la mercancía, Enrique, autentico maestro de la paja mental, ya tenía desnuda a su amiga. Era alta, de metro setenta, morena y delgada, aunque de piernas fuertes y caderas contundentes. Su pecho era lo único que no le acababa de gustar, tal vez demasiado grande para su gusto. Seguro que más de uno no pensaría como él. El caso es que, tetas o pechos, la niña estaba para mojar horas.

Entonces serán doscientos cincuenta por dos y no bajo más. Y lo hago porque eres fija.

Vale, vale. ¿En efectivo o en carne?.

¿Había oído bien?. No. Sería la típica broma. Aunque vaya con las típicas bromas que se gastaba la parienta de su colega.

Joder, "Vero", como eres.

Tú mismo.

Pues no, no parecía una broma. Ahora la que no tenía pintas de querer negociar era ella. Sus ojos clavados en el tipejo ese, las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero.

Dos cincuenta es mucha tela.

Tú mismo.

Si no fuera por lo que acababa de oír, por la cara de gilipollas que se le había quedado al pive y por la total ausencia de ninguna sonrisa del rostro de su amiga pensaría que nada de aquello era real. ¿Sería posible que la novia de su amigo estuviera vendiéndose delante de él?.

Vale… ¿Y tu colega?.

Él verá. ¿Tú tienes problemas?.

Ninguno, nena. Es cosa tuya.

¿Qué era cosa suya?. ¿De qué clase de problemas hablaban?. ¿Qué coño estaba pasando allí?. Él estaba tranquilamente haciéndose su paja mental y de pronto el mundo se había comenzado a derrumbar a sus pies. Joder, ella le había pedido que le acompañase y a él eso le había parecido de lo más normal. No entendía porque tenía que ir él y no Carlos, su novio, pero tal vez éste no pudiese y…

La blusa de la chica cayendo al suelo, sus vaqueros, su sujetador y sus braguitas después ya no le dejaron ningún lugar a dudas: había lo que había y o se metía o se largaba.

Se metía.

La "cama" era un colchón sucio de sangre y otras bascosidades que mejor no saber ni que eran. Una sábana blanca y limpia disimuló un poco aquel catre. Verónica siguió a la sábana arrodillándose en el centro del colchón.

El camello y él se habían desnudado sin importarles mucho que el otro también lo estuviera haciendo. El tomar posiciones frente a aquella chica ya era harina de otro costal. El otro se dio más prisa y en un abrir y cerrar de ojos ya tenía la punta del falo apuntando directamente a la boca de ella. Él, poco ducho en estas lides múltiples, se arrodilló detrás de la muchacha y comenzó a sobar sus pechos.

Los movimientos de la cabeza morena que tenía frente a sí no dejaban lugar a dudas de lo que estaba pasando al otro lado de aquel cuerpo; las manos del camello aferradas a las coletas empujándola hacia él y los gemidos que estaba soltando tampoco.

Los pechos eran duros y firmes. Los pezones, pequeños y juguetones, enseguida se pusieron erectos. El tacto de aquel par de bufas, la situación y el hecho de estar sobando a una tía que estaba haciéndole una mamada a otro, una tía que era la novia de una amigo, le provocaron a Enrique una empalmada como hacia años que no recordaba.

Pronto sus manos se dirigieron hacia abajo. No había pensado como se encontraría aquellos parajes, pero le sorprendió mucho descubrir lo muy mojado que tenía el chocho. Eres una putita, le susurró excitado mientras le comenzaba a acariciar el clítoris. Ella no dijo nada, no estaba para discursos.

No le importaba, él solo deseaba meterle los dedos lo más a dentro posible y cuantos más mejor, mientras empujaba con ellos hacia sí aquel cuerpo rendido apretando la polla contra su caliente culo.

Un gemido ronco y gutural salió de la garganta del otro hombre acallando los suaves suspiros de la chica. Se estaba corriendo en su boca, aunque a ella eso no parecía molestarle ni lo más mínimo. Estaba claro que ya no le daría un beso con lengua, pero la idea de sentirla tragando la lefa de aquel tipo espoleó sus dedos, hasta que sintió como las manos de su amiga venían a separarle de ella.

Una vez libre de la polla del uno y del abrazo del otro, Verónica se tumbó boca arriba en el colchón, abriendo sus piernas de forma maquinal. Sin embargo, al camello esa nueva postura no le hizo mucha gracia.

Doscientos cincuenta euros, "Vero". A cuatro patas.

Una mirada bastó para que la chica comprendiese que ahí ya no valían las bromas. Sumisamente giró sobre sí y se colocó a cuatro patas. No, no era la primera vez que le iban a dar por el culo, pero nunca le había gustado y siempre que podía lo evitaba. Aquella tarde estaba claro que nada le iba a salvar, así que lo único que supo hacer fue respirar muy seguido por la boca como cuando era pequeña y la llevaban a vacunar.

A Enrique no le cupo ni la menor duda de que por detrás iba a tener poco que hacer, así que se arrodilló delante de la cara de la chica. Una mueca de dolor acompañó a la primera acometida del otro dentro del ano de su amiga. Lo tienes estrecho, le dijo el tipo orgulloso entre los apagados chillidos de dolor de ella.

Ahora sí que ya no podía aguantar más. Agarró a la muchacha por las coletas, y como antes había hecho el camello, alzó su cara hacia él dispuesto a hacerle comer toda su verga. Sin embargo, al hacerlo, y tal vez por la expresión de dolor que vio dibujada en el rostro de la chica, hubo un momento en el que se cuestionó si sería capaz de metérsela.

Un gesto de su amiga, una mirada, la forma en que abrió la boca pidiéndole guerra, algo difícil de explicar, lo que fuese, le indicó a las claras que ella deseaba sentirle dentro. O eso creyó él. Fuese lo que fuese, sin más miramientos le metió de un golpe seco la polla dentro de la boca y comenzó a follársela por ahí.

Empalada por los dos extremos de su anatomía, Verónica tardó un rato en relajarse. Le costaba respirar y le dolían terriblemente las caderas. Sin embargo, en cuanto acompasó sus jadeos a los movimientos de ambos chicos, comenzó a dejarse hacer cada vez más entregada al placer que ambos le proporcionaban.

Así, cuando, primero Enrique, quien también se corrió en su boca obligándola de nuevo a tragarse otro enorme caudal de esperma, y después el otro, al cual la mamada de antes no le había restado un ápice de vigor, eyacularon, ella, notándose inundada de fluidos masculinos comenzó a sentir un enorme calor proveniente de las entretelas de su cuerpo.

Enrique solo pudo darse cuenta por la cara extasiada de la chica, pero el otro, sumamente excitado de nuevo por el culo en pompa de la chica pidiendo más, aún sacó energías para ensartarla nuevamente, esta vez por su empapado conejo.

A esta última acometida Verónica ya no se pudo resistir por más tiempo, corriéndose entre enormes gemidos poco después de sentirse de nuevo taladrada, espoleada además por la cara de asombro de su amigo y los jadeos del otro chico.

Después, como la clama sigue a la tormenta, los tres cayeron rendidos sobre el colchón y así permanecieron, respirando como animales durante unos minutos, con la mirada perdida en el techo y sin preocuparse de los otros.

Al cabo de un rato el camello se levantó, les preparó una bolsita con la droga y, mientras ambos se vestían, se la pasó a la chica. Finalmente, todo cortesía, les acompañó hasta el ascensor e incluso les cerró la puerta.

De esto, tú nada.

¿Y que podría decir?. ¿Qué te he follado?.

Claro, claro. Por eso te he invitado. ¡Ah!, y lo que pongan hoy todos para pagar su parte de la nieve es mío, ¿eh, cariño?

Todo tuyo.

Casi mejor así, pensó Enrique mientras el ascensor les devolvía al mundo exterior.

Sí, casi mejor.