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Mi esposa y el botones del hotel

en Hetero: Infidelidad

Si hace doce años, cuando, recién cumplidos los veinte comencé a salir con una chica de dieciocho, me hubieran dicho que aquella mujer iba a ser con los años mi esposa y la madre de mis hijos me hubiese, supongo, dado un poco de vértigo. Eso sí, nada comparado con lo que hubiera sentido si me hubiesen dicho de paso que, además de un matrimonio feliz, al cabo de unos años, nos íbamos a convertir también en "swingers", es decir, en una pareja "abierta" a intercambios con otras parejas.

No es que quiera menos a mi esposa que hace una década. Todo lo contrario. Sin embargo, la vida, en ocasiones, puede llegar a resultar monótona por muy feliz que sea, y algo de eso pudo ser lo que nos pasó a nosotros. Ninguno de los dos dio el primer paso, más bien fue algo de mutuo acuerdo. Ambos éramos aficionados a los relatos eróticos, y fue a través de ellos y de esta página de TR como conocimos el fenómeno "swinger" y a otros "swinger" que nos introdujeron en el mundillo. De mil amores, por cierto.

Sin embargo, hasta de esto llegamos a cansarnos. Vivimos en una capital de provincias pequeña, dónde el principal problema no es ya que todo se sepa, hoy día en España algo relativamente sin importancia, sino que, al final, todos nos conocíamos. Por eso, en pocos años, pareció que pasábamos de estar casados entre nosotros, a estar casados con dos o tres parejas más.

Así pues, decidimos comenzar a viajar a otros lugares en los que sabíamos que había también clubs de "swingers". En este sentido, Canarias es todo un paraíso. Y la verdad es que la jugada funcionó a las mil maravillas, aunque resultaba terriblemente cara. Sin embargo, merecía la pena. No se trata únicamente de echar un polvo con un extraño, se trata además, y esto es muy importante, de que haya complicidad, de que ellos sean de la misma cuerda y de que tomen las medidas necesarias. Y de que luego todo se acabe allí si no deseamos entre todos repetir.

Algo, todo esto, que los gilipichis, dicho en género neutro, que pululan por Internet ofreciendo sus genitales de forma mercenaria no podrían ofrecernos nunca. Razón por la cuál los "swingers" parecemos un poco vampiros, aislados en nuestros clubes y con nuestros contactos. Razón por la cuál, o te mueves mucho, o acabas también cansado de este excitante "estilo de vida".

Sin embargo, a veces, y aún teniendo las cosas muy claras, los mejores orgasmos pueden llegar de la forma más inesperada, como nos pasó hace un par de semanas estando de viaje en Oviedo.

Habíamos reservado un hotel barato pero muy coqueto que encontramos por casualidad en Internet, y nada más llegar a él, nos alegró descubrir que no nos habíamos equivocado. Era un sitio bonito, con un toque clásico y muy bien situado. Además, las habitaciones eran, sin ser lujosas, muy agradables. O al menos eso me parecí a mí, porque desde que habíamos entrado, mi esposa no había tenido ojos para nada más que no fuera el chico que hacía las veces de conserje y botones. Un muchacho fuerte y bien parecido, pero no muy diferente a muchos otros.

Siempre hemos buscado parejas para poder disfrutar ambos, pero reconozco que como a muchos otros hombres, la idea de ver a mi mujer gozando con otros a mí también me excita sobremanera. Sin embargo, al principio, ni se me pasó por la cabeza esta posibilidad. Mi mujer, cuando el chico se marchó, se limitó a hacer un comentario sobre lo guapo que era y lo que le gustaría hacerle, pero eso, entre nosotros, es algo habitual. A ambos nos gusta fantasear para picar al otro.

Sin embargo, horas después, ya cenando en un restaurante cercano, mi mujer volvió a la carga con el tema del conserje. No creo que fuera el vino, porque a penas sí tomó una copa, pero cada vez estaba más suelta y más atrevida en sus comentarios. Y yo, claro, cada vez más caliente. Ella es una mujer, para mi gusto, muy bonita: morena, de estatura media, delgada pese a sus dos hijos y a que no hace ejercicio ninguno, y con un culo que es la envidia de muchas yogurinas veinteañeras. Sin embargo, cuando de verdad me vuelve loco es cuando trata de calentarme, y bien que lo consigue, con palabras y miradas. Y esa noche supo sacar su mejor repertorio mientras me iba describiendo qué haría ella con ese chico entre sus piernas.

Al final, y tras dar una vuelta, ella me propuso volver al hotel ya. Ambos habíamos fantaseado a base de bien con el chico ese y mi mujer arrodillada frente a él, pero habíamos dejado de lado el asunto al pensar que a esas horas estaría ya fuera de su trabajo y, tal vez, con su novia. O incluso con su novio. ¿Quién sabía?.

Sin embargo, para nuestra sorpresa, al entrar en la recepción del hotel, vimos que estaba de espaldas, tras el mostrador, viendo un programa de variedades en un pequeño monitor de televisión. No pareció sorprenderse cuando notó nuestra presencia, debía ser habitual en ese hotel esas jornadas de varias horas y, por tanto, poder ver la tele o leer para digerirlas. Sin embargo sí pareció sorprendido cuando me encontró apoyado del brazo de mi mujer como si estuviera completamente borracho.

Nada comparado con la sorpresa que se había llevado mi esposa. Simplemente, me había parecido divertido. Él no nos había visto entrar, y supuse que si me aguantaba la risa y me fingía borracho, mi mujer podía, al menos, ver un rato más a su nuevo "amor". Y ella, que ya me conoce, en seguida me siguió el juego, pues empezó a respirar con dificultad como si hubiese venido arrastrándome desde Gijón.

No era parte del trabajo del chico, pero una sonrisa de mi mujer sirvió para que saliese de su cubículo y, cogiéndome por el otro brazo, me condujese hasta el ascensor. Una vez dentro, mi esposa empezó a barajar sus cartas y a sacar sus mejores bazas. Primero, tímidamente, dándole las gracias y contándole lo patán que era, lo muy mal que me ponía cuando bebía, y lo mucho que le cansaba esa forma de ser mía. Después, cuando ya me entraron en la habitación y me pusieron frente a la cama, dejándose rozar por el cuerpo del chico que trataba de acostarme sin que me rompiese la crisma.

El chico, que estaba claro que no tenía un pelo de tonto, en seguida empezó a notar que las miradas de mi esposa y la forma en que se había rozado con él mientras me dejaban sobre la cama eran algo más que una invitación a pasar un rato. Sin embargo, él estaba en su trabajo, y aunque solo fuera por eso, parecía bastante cohibido.

Yo, a todo esto, estaba sobre la cama fingiéndome más el muerto que otra cosa, y solo podía escuchar alguna palabra suelta, sin embargo, tras abrir con disimulo un ojo, pude hacerme una idea mejor de lo que estaba pasando cerca de mí. Mi esposa tenía agarrado por la cintura al chico y le estaba susurrando algo a la oreja. Directa y sin paradas, cuando algo quería sabía ganárselo. Sin embargo él parecía asustado y no paraba de lanzar miradas contra mi cama.

Él parecía resistirse, y en dos ocasiones se zafó de los brazos de mi esposa, pero al final ella hizo algo que nunca, que yo sepa, le ha fallado: le dio un beso en la boca, y lentamente y sin retirar la mirada de sus ojos, se arrodilló frente a él y en cuestión de segundos le bajó los pantalones y comenzó a lamerle su verga. Yo no podía ver más que la cabecita de mi mujer frente al pubis del chico y los dedos de éste jugueteando entre su pelo, pero conociéndola como la conozco, imagino que tras pasear su lengua lentamente por la polla del chico, se metería el prepucio dentro de su boca y comenzaría a chuparlo y sorberlo como tanto le gustaba hacer con el mío.

Al poco rato el chico ya estaba rendido, así que levantó a mi esposa, le subió la falda hasta la cintura y comenzó a sobarle el culo y el conejo a través de sus braguitas mientras se fundía en un beso con ella. Y así estuvieron hasta que ella se recostó sobe la cama dejando sus piernas abiertas colgando y con su cara pegada a la mía.

Al chico se le debió de parar el corazón. A fin de cuentas se iba a follar a la esposa de un tipo que justo estaba durmiendo al lado. Aún así no tembló tanto como para echarse atrás. Se arrodilló, desapareciendo de mi escaso campo de visión y comenzó a lamerle todo su sexo mientras ella jadeaba pegada a mi cara, apagando su aliento contra mí, calentándome con él y con lo que aquel chico le estaba haciendo.

Al cabo de un rato, el muchacho se levantó, se metió entre las piernas de mi mujer y, suavemente, la penetró. Mi esposa comenzó a suspirar muy despacio, de forma casi inaudible, lo que m excitó aún más. Estaba claro que estaba gozando como una loca. Duraron unos cinco minutos permanecieron dale que dale, él empujando y ella amortiguando cada golpe de su pelvis. Al cabo, sus jadeos se volvieron ya gritos y él, se corrió entre los suspiros de mi esposa.

Durante unos segundos permanecieron jadeando el uno sobre la otra, pero al poco, tal vez avergonzado, tal vez asustado, el chico se levantó rápidamente, se subió los pantalones y salió de la habitación a la carrera, eso sí, tras estamparle un sonoro beso en la boca a mi esposa.

Aún así, solo cuando ambos escuchamos como bajaba el ascensor hacia el piso de abajo comenzamos a movernos. Yo estaba pero que muy excitado, aunque mi mujer parecía la viva imagen de la placidez. Me giré sobre ella y la miré divertido. Su cara brillaba por la saliva que se dibujaba en su cara. Aquel chico la había lamido toda la cara durante el orgasmo. Tiene que haber gente para todo, pensé.

Después, me desplacé hacia su entrepierna, que estaba empapada en esperma y fluidos. Con la excitación no se habían puesto condón, lo cuál me cortó bastante el "rollo" porque no estaba por la labor de ponerme a lamer allí donde otro se había corrido.

De todas maneras, daba igual, cuando volví hacia la cara de mi esposa, ésta dormía ya plácidamente. Mañana tal vez tendría más suerte. La besé y me acurruqué a su lado, con una erección tremenda y la extraña sensación de celos y placer que provocan locuras como ésta.

FIN