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Azul (1)

en No Consentido

¿Estás preparada?

Sí, creo que sí…

No, tienes que estar completamente preparada. Si no estás segura casi es mejor que lo dejemos.

No, quiero hacerlo.

El tono de su voz sonó esta vez más decidido, más valiente.

Mientras sus palabras iban a desembocar en las impolutas estanterías de madera oscura de la consulta repletas de libros y tratados de psicología, caleidoscopio de mil colores y brillos emanados de cada uno de las decenas de lomos que las poblaban, Francisco comenzó a preparar todo el experimento con una pulcritud y orden casi excesivos.

El tiempo que invirtió en ordenar todo, en poner la cinta en el magnetofón y en sacar convenientemente punta a sus dos lapiceros de punta fina (jamás usaba bolígrafo) sirvió para inundar de paz y quietud toda la consulta. Todo parecía infundir sosiego: las sillas, la mesa, las lampara de cristal del techo, las cortinas de la ventana, herméticamente cerrada, todo. Incluso Laura, nerviosa desde que se había recostado en el diván, comenzó a sentir como ese agradable sopor empezaba a apoderarse también de ella, como si poco a poco, dejase de ser persona para pasar a ser un objeto más.

No resultó tan difícil como ambos habían previsto. Tan solo un par de minutos después de haber comenzado, Laura había entrado completamente en estado de hipnosis, alejándose de aquel diván, de aquella consulta, de aquel edificio.

Francisco dejó pasar un par de minutos, como acostumbraba siempre antes de comenzar la terapia. Nervioso comenzó de nuevo a ordenar sus papeles y sus lápices. No, no era la consulta lo que le tenía tan alterado, sino la paciente.

El cuerpo de Laura, cautivo y desarmado sobre el diván, parecía brillar con luz propia dentro de aquella serenidad absoluta. Su cara, ligeramente angulosa, parecía la imagen de la paz absoluta, enmarcada entre aquella media melena rojiza. Sus labios, ligeramente abiertos y acertadamente maquillados con un tono no muy exagerado aunque sí atrevidamente brillante, parecía que estaban haciendo el ademán de ir a lanzar un beso a la nada.

Su cuello, fino, delicado y largo, iba a terminar a una blusa blanca de corte casto y sencillo, aunque realizada en una tela lo suficientemente vaporosa como para transparentar tenuemente la aureola de unos pezones que parecían pequeños y oscuros. La imagen de una mujer tan hermosa y con unos pechos tan bonitos sin sujetador martilleaba contra su mente con la misma intensidad que el dibujo de la forma su pubis a través de aquella falda de ante marrón, que llegaba hasta la mitad de sus muslos, y que se hundía entre ambos, marcando también el principio de unas largas y perfectas piernas vestidas con unas medias negras que daban la impresión de haber sido diseñadas para cubrir tan solo esas piernas por los siglos de los siglos.

Pero ni aquella cara, ni aquellos senos desnudos bajo los vapores de la blusa, ni aquellas endiabladas piernas podían alejarle de su deber como médico, de su profesionalidad. Aunque supiera que ella estaba profundamente dormida, tan confiada en él como desprotegida.

Zarandeó la cabeza con fuerza, como si haciendo aquello pudiese espantar los malos pensamientos de su mente, y comenzó a hablar suavemente frente al micrófono de su magnetófono: "Paciente: Laura F.. Tratamiento: Hipnosis. Primera sesión. Lunes 20 de julio de 2003".

Laura… ¿Dónde estás?. ¿Laura?.

¿Mmmm?.

Laura, ¿dónde te encuentras?. ¿Reconoces el lugar?.

No –todavía después de diez años sometiendo a multitud de pacientes a sesiones de hipnosis esa primera palabra saliendo de los labios del hipnotizado era capaz de arrancarle un escalofrío- Es una casa grande… esta vacía.

¿Quieres decir que no hay nadie?.

Sí, también. No hay nadie, ni hay nada. Tan solo paredes blancas, sin ventanas ni puertas en los vanos. Hace frío.

Francisco comprobó como el cuerpo de Laura reaccionaba ante la imagen de su mente erizando el bello de sus brazos y endureciéndole los pezones, que comenzaban a marcarse claramente a través de los pliegues de la blusa.

¿Tienes miedo?. ¿Qué sientes?.

Nada, tan solo siento frío, pero estoy tranquila, ni siento nada…

La mano de Francisco se posó sobre el cálido seno derecho de la mujer, con suma delicadeza. Sabía que era imposible despertarla, pero tenía miedo, siempre que hacía algo así tenía un miedo atroz, y eso le excitaba aún más.

Comenzó a deslizar la mano por entre los botones de la blusa, hasta alcanzar con su dedo corazón la punta del pezón izquierdo de la mujer. Tragó saliva. Tenía la boca seca, y su pantalón estaba a punto de estallar. Trató de mantener la calma, al menos el mismo tono de voz. Cada vez le costaba menos conseguirlo, pero aún se alarmaba cuando escuchaba sus grabaciones y podía precisar con toda exactitud en que momento había comenzado a fallarse.

Siempre se decía que aquella había sido la última vez, que jamás iba a volver a traicionarse a él y sus pacientes, pero no podía evitarlo. Por mucho que se esforzase, por muchas semanas que consiguiese resistirse a la tentación, al final siempre recibía la visita de alguna nueva paciente joven y guapa y acababa cayendo de nuevo en su maldita perversión.

¿Te atreves a moverte por la casa?.

Sí –el tono parecía sincero y sosegado- No veo nada.

El dedo actuaba ya sobre el pezón libremente, acompañado de dos más, acariciándolo, estrujándolo, apretándolo entre sus yemas con la delicadeza necesaria para no dejar indicios, procurando no mover ni descolocar la blusa lo más mínimo.

Oigo una voz.

Instintivamente, asustado, Francisco sacó los dedos del pecho de la mujer. Como si éste le hubiese quemado.

¿Qué oyes?. Dime, ¿qué oyes?.- Aquel segundo "qué oyes" le había quedado mucho más profesional. Estaba descubriéndose, debía parar.

Una voz, la voz de una niña… viene de una habitación cercana, me estoy acercando pero no siento nada.

Llevaba medias, no pantyes, su mano, rebelde a todas sus ordenes, se había sumergido bajo la falda, rozando con las uñas el áspero tacto de la media hasta desembocar en la suavidad de la piel tersa y firme de sus muslos.

Parecía la mano de otro aquella que navegaba bajo los pliegues del ante marrón de aquella falda. Estaba asustado. Una de éstas le iba a costar el trabajo, pero el calor que se sentía entre aquellas piernas le estaban volviendo loco. Casi con devoción rozó la tela de las braguitas de Laura por primera vez.

Veo a una niña… está sentada en una mesa cantando. Está de espaldas a mí, de espaldas a la puerta… Cada vez tengo más frío, pero quiero verle la cara.

Francisco tenía las pupilas dilatas, su corazón latía a mil por hora. Ya no era el psicólogo ejemplar que había acabado sus estudios con nota a pesar de haber tenido que trabajar de noche durante los cuatro años de la carrera para poder costeárselos. Ahora era su otro yo, un yo obsceno y salvaje que ni entendía ni respetaba la intimidad de sus pacientes.

Ya no canta, está callada. Trato de acercarme a ella, pero está muy lejos, cada vez más lejos… es como si no avanzara al andar.

Ya nada le importaba. De nuevo estaba a punto de poner en juego todo su futuro. De nuevo su maldito dedo corazón iba a poner en riesgo toda su vida. En un instante, con una agilidad impertinente, desplazó hacia una de las ingles la tela de la braguita y comenzó a acariciar el pelo de la entrepierna de su paciente.

Está llorando, pero no sé por qué. La niña está llorando. No parece que haya reparado en mi presencia. Y yo sigo sin poder acercarme a ella. Ahhh!.

El grito, apagado pero terrible, inundó toda la consulta a la vez que los dedos de Francisco penetraban dentro de la mujer. El espasmo de miedo de la mujer, provocado tal vez por el sueño, tal vez por los dedos, arqueó por un instante violentamente todo su cuerpo, marcando lujuriosamente sus pezones ante la mirada perdida del doctor.

Un hombre. Detrás de la niña, de rodillas ante ella había un hombre. Se acaba de levantar y me ha visto. No puedo huir, tengo miedo… La niña… ¡Dios mío! Acaba de girarse y me esta mirando entre sollozos. Me está señalando la salida. Quiere que me vaya, pero… ¡no puedo! . ¡El hombre!. Lo tengo justo frente a mí, me ha cogido del cuello con fuerza con una enorme manaza… Tengo miedo. Por favor, tengo miedo.

El sufrimiento de la mujer no excitaba a Francisco, simplemente no la oía, no le importaba nada lo que aquella mujer le estaba contando. A su dedo corazón le siguieron dos más. Penetraron con fuerza en aquella vagina sorprendentemente lubricada. Ya nada le podía detener, mientras el ritmo de su mano se volvía cada vez más constante y rítmico.

Mmmm –el suspiro de placer no pudo retenerse entre sus labios- acaba… acaba de meterme sus dedos dentro. No puedo escapar. Me tiene atrapada. Sin soltarme acaba de empujarme contra la pared y esta penetrándome con los dedos.

Francisco ya no podía aguantar más. El tacto de la piel húmeda y extremadamente caliente de aquella mujer entre sus dedos estaba a punto de hacerle desmayar. Estaba terriblemente excitado, pero por unos instantes recuperó la cordura. Tal vez fueran los suspiros desesperados de su paciente los que le hicieran volver en sí.

Con suma delicadeza sacó su mano, procuró dejar sus braguitas lo mejor puestas posible y comenzó a tranquilizar a Laura con suaves palabras.

¡No puedo casi respirar!. Me tiene cogida por el cuello… ¡La niña!. ¡La niña se ha levantado y acaba de pegarle una patada al hombre!. Me ha soltado. La niña me dice que corra…

Ya estaba bien. Francisco trató de disimular todo su nerviosismo y comenzó a zarandear firme aunque delicadamente a Laura. "Despierta".

Los verdes ojos de Laura se abrieron extremadamente asustados, casi desorbitados. Estaba tan pálida que parecía haber viajado en cuerpo y alma a aquella casa de ensueño.

Ha sido horrible… aquella niña… aquella niña era yo.

Tranquila, por favor, no pienses en lo que acabas de soñar. No te atormentes. No siempre tienen significado estos sueños. A veces cualquier cosa puede distorsionarlos.

Ya más tranquila, después de unos minutos callada mirando al techo ante la paciente mirada de Francisco, Laura se levantó, quedándose sentada sobre el diván.

¿Ya estás mejor?

Aquel hombre… aquel hombre me era terriblemente familiar. Ha sido horroroso. Ese hombre tenía que estar entre las piernas de aquella niña… de mí de niña, y en cuanto me vio, salto sobre mí como una fiera.

¿Le reconociste?. ¿Podrías saber quién era?.

No, pero me sonaba mucho su cara. Era como un viejo recuerdo del pasado. Pero no puedo… no consigo… Ha sido terrible: después de que la niña le golpeara se volvió hacia mí, justo antes de que me despertaras y me dijo "volveré".

Tranquila, los sueños son sueños. Solo en el cine los malos de los sueños aparecen en la realidad.

Claro –No, no estaba tranquila. ¿Cómo iba a estarlo?. Acababa de tener el sueño más pavoroso de su vida, pero en algo tenía razón Francisco: solo había sido un sueño.

Creo que vamos por el buen camino… ¿Te atreverías a una nueva sesión?.

Sí, la semana que viene te llamo para pedir cita.

Francisco le acercó su bolso mientras ella se levantaba. Por un momento se sintió desfallecer mientras ella se arreglaba un poco la falda, pero ni sus ojos ni su preciosa cara parecieron delatar ningún indicio de sospecha por su parte.

La puerta se cerró ante él como si fuera el final de una bonita película. Estaba asustado, avergonzado, decepcionado de nuevo. Estaba terriblemente excitado. Se sentó en su silla, frente a los montones de papeles que jalonaban su ordenada mesa, miró el retrato de su esposa y su hija pequeña, lo tumbó contra los papeles del expediente de Laura, y, tras bajarse la bragueta y sacarse no sin dificultad su pene terriblemente duro, comenzó a masturbarse furiosamente.