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Pervirtiendo a su mujercita (4)

en Orgías

El frío vino rosado bajó por su seca garganta como divina ambrosía. Necesitaba aquella copa después del orgasmo que había tenido. La necesitaba para volver en sí y para bajar un poco su temperatura corporal.

Fuera, en el mundo exterior, en aquella mesa, todo transcurría como si nada hubiera pasado bajo los platos. La conversación, bastante animada, prueba fehaciente de que el vino no solo le había hecho efecto a ella, trataba sobre algún tema de historia.

Dentro, dentro de su cuerpo, una vez retirada la viciosa mano de Luis, todo comenzaba a estar en su sitio, menos su tanga, que se había quedado hecho un empapado rebujo en su ingle derecha.

De pronto Luis propuso poner fin a la discusión acudiendo a la enciclopedia a consultar quien tenía razón. Como ya habían acabado de comer, todos menos Luis y Laura que, por razones obvias, apenas sí habían probado bocado, se levantaron los cuatro de golpe rumbo a la habitación donde estaba la enciclopedia.

Al ver Carlos que Laura se iba a quedar sola, se disculpó ante sus amigos diciéndoles que al menos uno de ellos debía quedarse a hacerle compañía a la anfitriona.

Laura aún estaba demasiado anonadada con lo que le acababa de pasar que casi ni se dio cuenta de que se marchaban los demás y la dejaban sola con el esposo de su mejor amiga.

Carlos no es que fuera un hombre atractivo, más de una vez le había tomado el pelo a Ana con su aspecto: calvo, regordete y siempre sudoroso. Sin embargo sabía que eso a ella le daba igual, ya que estaba perdidamente enamorada de él desde los tiempos del colegio.

De pronto a Carlos se le cayó la servilleta al suelo. Otro defecto que tenía es que era un hombre muy patoso y siempre se le caía algo de las manos. Laura agachó su cabeza instintivamente para indicarle donde estaba la servilleta y le vio casi pegado a sus rodillas contemplando como embobado su entrepierna.

Hubiera cerrado las piernas, que había dejado impúdicamente abiertas y estiradas buscando prolongar aún más los efectos de aquel pretérito orgasmo, pero Carlos adivinó sus intenciones en cuanto se vio cazado y le agarró con fuerza ambas rodillas.

Si me dejas, te coloco bien las braguitas. –Le dijo con una voz preñada de excitación mientras deslizaba sus dos rechonchas manazas hacia el conejito de la mejor amiga de su esposa.

Laura consciente de que estaba sola y de quien era él dio un respingo tratando de levantarse. Sin embargo el vino le impidió ponerse en pie, haciéndole perder el pie y obligándola a caer de nuevo sobre la silla, un poco más fuera del asiento y un poco más cerca de la cabeza de Carlos que interpretó aquel brusco movimiento de la mujer como una rendición a sus deseos.

Se sintió igual que un corderito cuando va a ser degollado mientras veía como la calva de aquel hombre se deslizaba por entre sus piernas abiertas en dirección a su entrepierna. Esta vez no iba a consentir que aquello ocurriese: comenzó a abofetear aquella enorme calva que se había apoderado de su intimidad con toda sus fuerzas. Golpeó y golpeó, sin gritar pues no quería que nadie se enterara, ya que, a fin de cuentas aquel era el esposo de su mejor amiga, hasta que la lengua de aquel hombre comenzó a hacer estragos en su espíritu.

Tal vez si ella hubiera gritado él, asustado, se habría retirado inmediatamente, pero aquellos golpes, en lugar de amedrentarle, lo que hicieron fue azuzarle más, excitarle más aún. El cálido y húmedo aroma de aquel cuerpo recién profanado hicieron el resto en su libido.

Lamió con fuerza, le succionó el clítoris con pasión, inconsciente de a quien pertenecía, de donde estaba, tan solo pendiente de pasar su lengua por cada milímetro cuadrado de aquella caliente vagina.

Pronto tornó Laura sus golpes en caricias hacia aquella caliente cabeza calva, invadida por un enorme placer proveniente de la punta de aquella lengua, que casi le parecía bífida por la maestría con la que se movía dentro de ella. Ahora comprendía a Anita, la muy golfa. Ahora que apretaba con fuerza aquella cabeza contra su cuerpo.

Sola con él, y oyendo en la otra punta del piso los alaridos de su esposo y sus amigos, esta vez no se cortó y jadeó libremente cuando sintió llegarle el orgasmo, acompañando con vigorosos movimientos de su pelvis el buen hacer de aquel hombre, dejándose ser penetrada por aquella lengua maravillosa. Casi fueron gritos los que salieron de su boca cuando el temblor del placer se hizo con ella, aunque pronto una mano de Carlos la obligó a callar, tapándole la boca y haciendo de parapeto de todo el calor interior de su ser que manaba de entre sus labios.

De nuevo sus piernas se estiraron a ambos lados de la rechoncha figurilla de aquel hombre, tratando de retener en ellas el placer del orgasmo, mientras él cumplía su palabra y le colocaba bien el tanga color perla que para entonces ya había adquirido una tonalidad acero oscuro gracias a la saliva de él y a los flujos de ella.

A continuación, una vez dejó el tanga a su gusto, se levantó mientras se frotaba en el pantalón el vaho de la mano contra la que Laura había apagado su orgasmo, y situándose de pies entre sus piernas abiertas colocó su paquete frente a la boca de ella y comenzó a desabrocharse los pantalones para, a continuación, dejarlos caer hasta sus rodillas.

Laura comprendió claramente que debía hacer. Una enorme verga apareció nerviosamente empinada ante sus ojos esperando que ella le devolviera el favor que le acababan de hacer. Ya era demasiado tarde para echarse atrás.

Le agarró el pene con su mano derecha y comenzó a acariciarlo de arriba a abajo mientras le lamía los testículos suavemente. Los dedos de aquel hombre comenzaron a enredarse en su peinado, desmadejándole su bonito moño.

Eso es, cómetela toda como una niña buena.

Bajó la verga hasta tener su roja punta apuntando a sus labios, acercó lentamente la boca y comenzó a introducirse lentamente aquel enorme falo. Al principio le costó, ya que era demasiado gordo, pero las manos de Carlos empujaron su cabeza hacia sí hasta que tuvo más de la mitad dentro.

Con tal palo en la boca le costaba mucho mover la lengua, pero eso no fue mucho problema para él, ya que en cuanto se vio dentro de la boca de aquella bonita mujer se corrió, lanzando hacia el interior de la mejor amiga de su mujer un enorme chorro de esperma que no solo no inundó completamente la cavidad de la mujer, sino que se salió por las comisuras de sus labios, mojándole toda la barbilla.

Laura jamás se había tragado el esperma de su marido, pero en aquel caso no le quedó más remedio que bebérselo todo ya que Carlos no parecía tener la intención de soltar su cabeza hasta que ella no hubiera libado hasta la última gota.

Cuando Carlos notó que ella ya se lo había tragado todo, soltó su despeinada cabellera y volvió a su asiento sin decir palabra mientras se subía los pantalones.

Laura también permaneció en su sitio, en estado catatónico, observando impávida como su vida estaba cambiando ante sus ojos de forma vertiginosa.

 

 

Si os ha gustado… continuará.