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Dos finales 1.2

en Hetero: Infidelidad

Dos finales 1.2

 

Un relato de Charles Champ D´hiers

Desde luego aquella noche no estaba siendo la mejor de la vida de mi novia. Además del enfado que tenía conmigo, además de ver como su amiga Silvia se cogía una borrachera de esas que hacen historia y además de comprobar que ni el novio de ésta, Raúl, ni yo, le andábamos muy a la zaga en eso de beber demasiado, tenía que soportar como aquel grupo de niñatos le estaban diciendo de todo desde el momento en que había llegado al lugar donde tenía el coche aparcado.

Al final, en vista de que no llegábamos, se había decidido por esperar dentro del coche. Una chica alta y rubia como ella estaba más que acostumbrada a oír según que cosas a según que horas, pero estando allí sola y siendo ellos cuatro, juzgó que entrar no sería ninguna tontería. Aún así, también desde dentro podía escuchar los lascivos comentarios que aquellos cuatro chicos le estaban dedicando, y lo que más le molestaba: aunque ellos estaban sentados a más de tres metros detrás, le parecía que podía sentir sus, creía, sucias miradas.

De hecho, cuando por fin nos vio aparecer a los tres dando tumbos por aquella estrecha calleja sintió algo muy parecido al alivio. Aún así se desesperó viéndonos acercarnos a la velocidad crucero de un caracol, mientras tratábamos de que Silvia no se nos cayera al suelo.

Una vez llegamos frente al coche, y después de soportar, por parte de aquellos "angelitos", nuestra ración de comentarios sobre el estado de Silvia (más procaces aún si cabe que los que habían obsequiado a mi novia), surgió el siguiente problema: como íbamos a meterla en el coche.

No es que ella fuera una chica gorda, de hecho hacía un par de años a algunos nos había asustado tanta delgadez, pero al final todo había quedado en nada y ahora lucia un tipo más que interesante. Sin embargo, con la borrachera que llevaba, introducirla en el coche no parecía nada sencillo. No al menos meterla de una pieza.

Borrachos como estábamos, Raúl y yo decidimos que lo mejor sería que él la cogiese por los pies mientras yo la sujetaba por las axilas, y así, tumbada en el aire, él la introdujera en el asiento trasero del coche, eso sí, entrando primero Raúl a gatas y de espaldas. Como os digo estábamos muy borrachos, porque lo más normal hubiera sido que el pobre Raúl se hubiese dado un buen golpe en la cabeza al entrar de esa guisa en el automóvil, o que a mí se me hubiese resbalado "mi parte" de Silvia y ésta hubiese ido a dar con su linda cabecita morena contra el asfalto.

Sin embargo, para nuestra sorpresa no sucedió ni lo uno ni lo otro, sino otra cosa con la que no habíamos contado, y es que el diminuto traje ceñido de Silvia, por culpa de la forma en que la habíamos levantado, comenzó a deslizarse hacia su ombligo en el momento en que la pusimos en volandas, dejando a la vista un precioso tanga lila.

A la vista de Raúl, quien inmediatamente se sintió terriblemente avergonzado, a la vista de aquellos cuatro gamberros, que ya habían hecho de mis amigos y de mí el centro de su interés para lo que quedaba de noche, y que aumentaron inmediatamente el tono y el volumen de sus comentarios, y claro, a la vista de este pobre narrador, que comenzaba a ponerse malo ante tan hermosa vista.

Al principio Raúl hizo amago de dejarla de nuevo en el suelo y recomponerle el vestido, pero como fuera que le pareció que uno de los chicos que estaban a su espalda se había levantado y venía hacia nosotros (como, efectivamente, así era), y como creyó que de nada iba a servir arreglárselo porque en cuanto la volviésemos a tumbar se le volvería a levantar, decidió meterla lo más rápidamente posible en el coche, y una vez dentro bajarle el vestido lo mejor posible.

Una vez la metimos dentro, entre los aplausos del grupo de chicos que se habían situado junto a su amigo para ver de cerca toda la operación (en el fondo eran ruidosos pero inofensivos) y la media sonrisa de mi novia que había visto todo sin moverse del asiento del conductor, Raúl creyó que lo mejor sería ir él de copiloto en vista del enfado que tenía conmigo mi novia.

Yo accedí encantado. Primero porque sabía que la especialidad de Raúl era templar ánimos y lograr que ningún enfado durase más de diez minutos, segundo porque no me apetecía seguir discutiendo con mi novia hasta llegar a casa, y tercero, porque a pesar de los esfuerzos por sentar de la forma más presentable posible a su novia en el asiento trasero, no había conseguido evitar que de entre sus piernas aún surgiera, precioso, un bonito trozo de su tanguita morado.

Así que al cabo de un rato, cuando por fin Laura arrancó el coche, Raúl comenzó a hablar dulcemente con ella, mientras yo trataba de dormir para evitar ser el blanco de la furia de mi novia y, de paso, que aquel triangulito lila dejase de ser el blanco de mis miradas.

Y sabe Dios que yo traté de quedarme dormido, que traté de que el ruido del motor me arrullara dulcemente mientras apretaba los ojos con fuerza, que traté de ignorar el caliente cuerpo de Silvia, que ahora se había apoyado en mi costado derecho para dormir más cómoda... pero no pude.

Al principio traté de achacar mi falta de ganas por dormir a la conversación que Raúl esta manteniendo con mi novia: "mujer, como eres... no te enfades con él". "¿Qué no me enfade con él?, ¿Pero te has fijado como miraba a tu novia?. También tú deberías estar enfadado, que no es lo mismo".

Pero yo sabía que no era eso lo que no me dejaba dormir. Ni el enfado de Silvia, aunque tomé nota mentalmente de que la próxima vez habría de ser más disimulado con mis miradas a sus amigas. Lo que no me dejaba dormir era aquel fino triangulito violeta que había visto sobre el pubis de Silvia. Esa tanga parecía la puerta al paraíso. Y lo peor es que yo sabía que lo tenía a escasos centímetros de mi mano derecha.

Harto ya de imaginarme aquel trocito de tela abrí disimuladamente los ojos. Solo un poquito, para ver si se veía todavía, pensaba hipócritamente.

Y efectivamente se veía. Y mucho más que después de introducirla en el coche, ya que el casto arreglo que de sus ropas había hecho su novio había saltado por los aires en cuanto ella se había arrimado a mí.

De todas maneras, si yo no hubiese bebido tanto aquella noche, tampoco me habría envalentonado para hacer lo que mi mente me pedía hacer. Pero lo hice.

Casi casualmente deje caer mi mano derecha sobre su pierna izquierda. Primero la deje quieta sobre su cálido muslo, como un lagarto descansando al sol, absorbiendo todo el calor corporal que emanaba de entre los poros de aquella suave piel. Pero enseguida comencé a deslizar lentamente la mano hacia aquel triangulito lila.

Mi corazón latía a mil por hora. Mientras en el asiento delantero un amigo trataba de convencer a mi novia de que no se enfadase conmigo, yo dirigía la mano hacia el tanga del amor de su vida.

No debí de ir tan lentamente como ansiaba, ya que en un par de segundos sentí el roce de la sedosa tela de su braguita. Y entonces fue cuando ya me decidí por quemar mis barcos y echar a perder mi vida por un instante de placer furtivo robado a una pobre chica borracha: le separé de su cuerpo un centímetro escaso el tanga con un dedo y, sigilosamente, deslicé otros tres a través de aquella apertura.

Mi primera sorpresa fue no sentir el tacto del pelo de su pubis. Estaba depilada. Estaba depilada completamente. Deslicé mis dedos a lo largo de todo aquel glorioso monte de Venus y no sentí ni un solo pelo.

Lo que sí noté fue que de entre sus labios (aquellos labios) manaba un calor húmedo y atractivo que parecía invitarme a entrar a través de ellos.

Ahora si debía parar y sacar la mano, pensé. Ni Laura ni Raúl habían notado nada allí atrás, si sacaba la mano todo habría acabado, discurrí. Sin embargo, deslicé mi mano lo más abajo que pude, hasta tener los labios de su depilado coño bajo mis largos dedos, y entonces, hundí mi mano entre ellos.

Silvia estaba demasiado borracha para sentir nada, aunque, quizás sí estuviera soñando algo, porque me pareció notar que abría un poco sus piernas, facilitándome la labor de penetrar dentro de ella.

Aquello, además de un delito, era una putada. Una putada para Raúl, una putada para mi novia, y sobretodo, una putada para la propietaria de aquel lindo cuerpito. Lo sabía, pero no quería parar.

No me entretuve con su clítoris. Aquello era como un robo, y yo solo quería entrar a través de todos los pliegues de su ser. Mi dedo corazón penetró con fuerza, sintiendo, gozando cada milímetro de aquella húmeda cavidad. Enseguida le siguió el anular. Y juntos los dos entraron y salieron una y otra vez, saliendo cada vez más calientes, y sobretodo, mojados.

De pronto sentí como si Silvia hiciera un amago de abrir sus ojos, de moverse, y casi como si esto me hubiera producido una descarga eléctrica, saqué mi mano de dentro de ella. El movimiento no fue brusco, aunque sí rápido. Al menos fue lo suficientemente rápido como para que el semidespertar de Silvia atrajera la atención de piloto y copiloto, sin que ninguno me prestara el menor interés.

Tras un breve abrir de ojos y unas palabras incongruentes, Silvia se había acurrucado como un gato en el breve espacio de asiento que había libre, dándome la espalda completamente, y sobre todo, dejando a bastante distancia de mi su deseada rajita.

Lo sentí. Lo sentí pero me alegré, ya que ahora ya no podría hacerle nada, así que la dejé dormir, esperando a que llegáramos al fin a su casa, que, comprobé, estaba ya a menos de dos minutos. Calculé también que no habían pasado más de cinco minutos... pero estaba seguro de que esos cinco minutos no se me iba a olvidar en mucho tiempo.

Al llegar fingí despertarme, ayudé a Raúl a bajar del coche a Silvia, y me senté en el asiento del copiloto, mientras Raúl me susurraba algo de que ya no me preocupase, que habían hablado y todo estaba solucionado.

 

Efectivamente, así parecía ser, porque nada más entrar Laura me lanzó una sonrisa, me pidió perdón por el enfado de antes, me sonrió de nuevo y arrancó el motor en dirección a casa...