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Pervirtiendo a su mujercita (2)

en Orgías

No, no podía ser cierto. No podía haber hecho eso y estar ahora calzándose tranquilamente como si nada hubiera pasado. Mientras fingía elegir que vestido iba a llevar aquella noche poniendo frente a su cuerpo recién duchado y vestido únicamente con un par de medias negras un bonito modelo de terciopelo color vino, observaba como, tras su espalda, él se ataba los cordones de los zapatos con tal tranquilidad e inocencia qué parecía imposible que hubiera sido capaz de haber roto un plato.

Cuando le acercó un atrevido tanga color perla, su favorito, para que se lo pusiera aquella noche, ella se decidió por fin a preguntarle mirándole fijamente a los ojos mientras tomaba de sus manos la prenda.

No lo hiciste, ¿verdad?.

¿Mmmm?. –su gesto distraído parecía exculparle de toda sospecha.

No enviaste esas fotos a tus amigos, ¿verdad?. Todo ha sido una mentira para excitarte y ponerme más cachonda a mí, ¿verdad?.

Sí, sí lo hice.

Aquella respuesta cayó como una bomba sobre el espíritu de Laura. Notó como sus rodillas temblaban ligeramente como si le hubiesen colocado un enorme peso sobre sus hombros.

Fue muy sencillo –seguía diciendo él, aunque a ella le llegaba a sus oídos un extraño pitido más que la voz de su esposo- Creé una cuenta de correo electrónico con otro nombre, copié todas las direcciones de mis amigos y les mandé un mail diciendo que era un enemigo mío, diciendo que realmente yo, mi yo real, no era más que un pobre cornudo sin saberlo, que había descubierto que tú no eras más que una puta y que te acostabas con todo aquel que veías. Es más, les dije que te había follado a pesar de que tú sabías que odiaba a tu marido, y para que se lo creyesen, como prueba, les mandé esas fotos.

No podía ser cierto. Ella siempre había sido una mujer independiente, sí, y a sus treinta años, y tras seis de matrimonio, podía afirmar que nunca había vivido pegada a los pantalones de su esposo, pero de ahí a no haber sido una esposa sincera y sobretodo, fiel en todos los sentidos, iba un mundo. Jamás se le había pasado por la cabeza irse con otro hombre. Y de haberlo hecho, antes hubiera pedido el divorcio.

Pero…

¿Tú me amas?. –la pregunta de su esposo la interrumpió bruscamente.

¿Qué?, ¿Cómo?… Naturalmente que sí, cariño. Sabes de sobra que lo eres todo para mí.

Entonces –dijo su esposo mientras posaba sus manos sobre sus desnudos hombros con aire paternal- ten fe en mi, cielo, y pase lo que pase no dudes de que se lo que me hago.

Laura no entendía nada. ¿Qué habría querido decir?. ¿Qué estaría tramando?. Una ligera presión de las manos de su esposo sobre sus hombros le obligó a ponerse lentamente de rodillas hasta que su boca quedó colocada frente a la bragueta del pantalón de su esposo.

Soltó el cinturón del pantalón de su marido y lo desabrochó casi sin saber porque lo hacía. ¿Sería todo un juego?. La punta del pene de su esposo besó sus labios. Casi quemaba. Ella se lamió los labios y, una vez los tuvo brillantes de saliva, comenzó a besarla lentamente.

El intenso sabor de aquel falo inundó su boca en cuanto se introdujo el capullo entre sus labios. Dentro de ella, su lengua siguió acariciando aquel miembro con una cada vez mayor excitación.

Sin embargo, en contra de lo que ella pensaba, no eran solo aquellos suaves mimos los que le estaban provocando los jadeos de su esposo. Al otro lado de la ventana, desde el bloque de pisos de enfrente, justo a su espalda, pero frente a su esposo, un afortunado vecino contemplaba toda la escena desde el anonimato de la distancia.

Aquella chica morena perfectamente curvilínea y con un culo precioso estaba haciéndole a su esposo una autentica mamada. No era la primera vez que se había fijado en ella, solía asomarse a sus ventanas para verla paseando por su piso, o incluso desnuda como hacía un rato, pero jamás la había cazado haciéndole nada a su marido.

Por un momento estuvo a punto de apartarse de la ventana. Le parecía imposible tener la suerte de poder contemplar aquel espectáculo sin que él se fijara en su presencia. Aunque claro, imaginaba, tampoco él en su lugar hubiera estado para fijarse en muchas cosas.

Cuando el placer de saberse siendo observado y las artes de su esposa le hicieron sentir en los albores del orgasmo, se separó dulcemente de sus labios y, acariciándose él mismo su pene, se corrió entre grandes, tal vez exagerados jadeos, frente a su mujer.

Los cálidos chorros de esperma fueron a caer al cuello de ésta, para luego, deslizarse lentamente a través del profundo y cerrado canal de sus turgentes pechos, llegando finalmente hasta su precioso ombligo.

Lejos de él, en la ventana de enfrente, del falo de otro hombre se convertía también en idéntica fuente de esperma. Esperma sin destino, aunque manado por la misma mujer. Placer del furtivo que se cobra su pieza ante la ignorancia de los demás.

 

Si te ha gustado… continuará.