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Vecino Ruidoso. Cap. II

en Bisexuales

Vecino Ruidoso Cap. II

Retomo esta historia escrita hace tiempo. Recomiendo leer o releer el primer capítulo para una mejor compresión.

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Tras resolver el “problema” con mi vecino mi mujer su puso especialmente cariñosa. La pobre pensaba que el empalme que tenía desde hacía una hora era por su culpa. Mientras mi mujer se hacía la zalamera por casa, contenta de manipularme hasta esos extremos, yo pensaba en la pareja de policías que había conocido esa misma tarde. En realidad, en el poli joven que me había excitado de tal manera que había olvidado todos los limites y tabús que nos imponía la sociedad.

Trate de recordar su nombre, pero me fue imposible. Al mayor lo llamó Antonio, pero no recuerdo que dijese su nombre en ningún momento. Lo que recordaba con claridad era su pecho peludo, como sudaba cuando se follaba a la puta de mi vecino de cuclillas, como caían gotas de sudor de su recta nariz, quizás algo grande, pero que le daba un aspecto muy masculino. Me imagine lamiendo las gotas de sudor de su nariz, mientras me miraba con aquellos ojos llenos de vicio.

-          Cariño, no puedes esperar al postre. – Dijo mi mujer mordiéndose un dedo intentando ser sexy. Yo miré hacia mi polla, dura y con una gran mancha de precum que oscurecía mi pantalón corto.

-          Perdona… - Yo estaba ensimismado en mis pensamientos y me costó volver a la situación más tiempo de lo normal.

-          No te hagas el tonto. – Dijo sobando mi rabazo por encima de la tela. – Venga, vamos a la cama.

-          No… - Dije bajo.

-          Qué? – Se indignó mi mujer.  Yo me levanté despacio y cogiéndola del cuello, me acerqué a su oído muy despacio.

-          Me la vas a comer aquí… - Me miró sorprendida, iba a rechistar, pero le puse un dedo en la boca y presioné su hombro mirándola con tal seguridad que sorprendentemente obedeció.

Al bajar el pantalón mi polla dura como el acero le golpeó en la mejilla. Hacía tanto que no me la mamaba que debía haber olvidado sus dimensiones. Aquello la puso más cachonda, nunca lo hubiese imaginado. Aunque habíamos tenido sexo salvaje de novios, siempre fui muy cariñoso con ella. Se puso a mamar el capullo, muy lentamente, torpemente la verdad. Recordé a mi vecino, tragando mi polla entera, teniendo arcadas hasta casi vomitar, y miré a mi mujer, que con los ojos cerrados lamía mi rabo como si fuera una mojigata.

Después de follar la boca a un tío a lo bestia, a quien le iba a poner cachondo esas memeces. Ahora mismo me resultaba insulso, aunque hace unas horas hubiese rezado para que mi mujer hiciese eso con mi polla. Pensé en que haría el poli en esa situación, seguro que no se contentaría con esas lamidas de quinceañera inexperta.

-          Chupa con ganas, joder! – Mi voz sonó segura, y mi mujer se quedó quieta mirándome con la boca abierta. Hasta que no le di con mi pollón en la boca, no reaccionó. Y empezó a chupar con ganas. Como cuando éramos novios. – Así joder… si al final te gusta.

Ella no contestaba, solo ponía toda su energía en chupar, aunque mis intentos de que tragase más que el capullo acababan en toses y lagrimas. Al final me aburrí de la mamada y la subí en brazos. Mi mujer se mantenía delgada y la manejaba con facilidad. Y rodeándome  el cuerpo con sus piernas, se quedó sentada en mi rabo, llenándole los pantaloncitos del fpijama de sus propias babas y mi precum. Me besó y mi propio sabor a polla me volvió loco, recordando el pollón peludo del policía. Apoyándola contra la pared para liberar mis manos, le empecé a romper el pantalón.

-          Jaime… que haces? – Dijo sorprendida.

-          Cállate joder. – Dije metiendo mi lengua en su boca. Tras romperle el pijama y apartar el tanga le clavé mi polla hasta los huevos. Noté lo mojada que estaba y como la polla entró con facilidad, aunque golpeaba contra el final de su vagina haciendo que se quejase.

-          Jaime, me haces daño, no me entra toda.

-          En el culo te entraría entera, si no quieres que te lo desvirgue es mejor que te calles. – Otra vez no me reconocía hablándole así. Parecía que el encuentro con el policía me había recordado que tengo cojones.

Me la estuve follando un rato contra la pared, hasta que la llevé al cuarto en volandas y con mi rabo bien dentro. Había soltado a mi mujer, que se agarraba a mi cuello como podía para no verse atravesada por mi rabo. Me vi en el gran espejo del pasillo, en bolas, con mi mujer colgada como un koala ensartada en mi rabo, y su pantalón del pijama roto. Me paré un segundo y me miré orgulloso, por primera vez desde hace mucho tiempo.

La tiré en la cama, como si fuera una muñeca. Seguía estando buena la jodida. Desde que tuvo al niño ella se quejaba de los kilos que había cogido, pero a mí me parecía que la hacían más atractiva. La coloqué a cuatro patas y pude ver esas caderas, y su estrechísima cintura. Tan blanca, le di una nalgada y mis dedos quedaron perfectamente marcados en su enrojecida piel. La follé duro, escuchaba sus gemidos, y se corrió cuando le empecé a masturbar su hinchado clítoris. Me puse de cuclillas, tal como había hecho el policía con mi vecino. Empecé a sudar, la posición era incomoda, y mi mujer se quejaba mucho, a pesar de su disfrute. Tuve que decirle que mordiese la almohada, aunque en seguida cambié de idea. Quería que mi vecino nos escuchase. Ya sabía porque molaba follar así, mi polla parecía que iba a romper el coño de mi mujer, me sentí el puto amo del mundo. Le seguí dando un buen rato, hasta que pensé en sus pechos, que debían moverse en mil direcciones. La giré y allí estaban, hinchadas, llenas de leche, con los pezones más abultados y decidí probar ese manjar que me había negado todo este tiempo. Sabía dulce, pero me dio mucho morbo, y los tenía tan sensibles que se volvió a correr la muy zorra. La folle duro, encima de ella, levantado sobre mis brazos para hacer mas fuerza. El cabecero de la cama chocaba contra la pared haciendo mucho ruido, y la cara descompuesta de mi mujer, despeinada, con los pechos rojos marcados por mis manos y mis dientes me pusieron muy cachondo. No pude aguantar más y solté toda mi leche en su coño, gruñendo como una bestia y pensando en el policía. Pensando en que estaría orgulloso de mí.

Caí a un lado, muy sudado, aquel día hacía mucho calor. Miré al techo un rato y luego vi a mi mujer como ida, tumbada a mi lado. Tenía el coño rebosando leche, y el pantaloncito enredado en las piernas hecho jirones. Me vio y se puso de lado, como avergonzada. La abracé por detrás y le clavé mi rabo morcillón. Debido al tamaño que tenía, podía dormir toda la noche empalándola con él, aunque no estuviese dura. Se resistió un poco, pero no la dejé moverse. Y al final caímos rendidos en esa posición.

Me desperté por los lloros del niño. Seguro que tenía hambre. Mi mujer seguía dormida entre mis brazos, era la primera vez en 5 meses que yo me despertaba antes que ella. Tuve que despertarla, ya que le tocaba darle el pecho. Ella se sobresaltó mucho, su niño lloraba y ella no se había enterado. Se fue corriendo, tropezando con lo que antes era su pantalón y arreglándose el pelo.

-          No vuelvas a tratarme así. – Yo abrí los ojos, mientras mi mujer, con un pijama nuevo y mi hijo en brazos para sacarle los gases, me miraba con su cara de los últimos meses. Es decir, una cara de arpía amargada.

Yo me levanté y la miré con cierto desprecio. Pasé a su lado totalmente desnudo y fui al baño a soltar una potente meada. Fui a su baño, que no usaba desde hace tiempo. Y ni me esforcé en apuntar o sacudir las ultimas gotas… la verdad dejé el vater hecho un asco. No se si por joder o por marcar el que antes era mi territorio.

Si la actitud de mi mujer fue un espejismo, la mía algo parecido. A la mañana siguiente me sentía culpable. Prácticamente la había forzado… bueno no tanto. Simplemente la traté como la zorra que es. Descubrí que, tras la arpía, hay una zorra que le gusta que la traten como esa noche. Todo hay que decirlo, ella se corrió dos veces y yo solo una. Aunque con la lefada de la tarde en el culo del vecino estábamos en paz.

Ese día me notaba inquieto. El policía había dicho que vendría hoy a por sus gayumbos. Yo no estaba seguro de que hacer. Mi cabeza decía que me fuera a comer fuera, y no apareciese en toda la tarde. Pero mi polla, que no bajaba de un estado de inherente alegría, decía lo contrario.

Al final decidí esperar en casa. No me costó convencer a mi mujer para no acompañarla a dar el típico paseo del domingo, todavía se mostraba distante conmigo. Aunque yo creo que se sentía mas culpable por no haberse despertado con los llantos del niño, que por como la había follado.

Mi espera fue en balde, no vino nadie… Solo sonó el timbre de mi vecino una vez en todo el día. Tanto yo como mi vecino fuimos corriendo hacia la puerta. Yo mirando a través de la mirilla, pude ver su cara de decepción al comprobar que no era el policía. Vestido solo con su suspensorio negro, que tenía la marca de la corrida del día anterior, miró a los dos chicos evangelistas del local de la esquina. Dos chicos sudamericanos de camisa blanca y corbata que nos daban el coñazo todas las semanas. El portazo de mi vecino se escuchó en todo el portal. Se dirigieron a mi puerta. Pense en hacer como si no hubiese nadie, pero al final abrí. Estaban descojonados de la risa, comentando la jugada anterior.

-          Buenas tardes señor, venimos a traerles la palabra del Señor. – Dijo no sonriente, mientras el otro admiraba mi cuerpo. Iba sin camiseta y con un pantalón sin gayumbos que marcaba mi pollón.

-          No, lo que queréis es dar el coñazo, como todas las putas semanas. – Me fije que el que no habló, se quedó embobado mirando mi polla. Suele pasarme bastante, pero note algo raro en su cara. Y el segundo portazo en pocos segundos resonó en el portal.

Mi mujer vino de su paseo, y seguía prácticamente sin hablarme. La verdad es que me la sudó, yo no estaba de humor después de la decepción de no ver al policía.

Los siguientes días yo volví a la rutina del trabajo, y mi mujer seguía en el mismo plan. Yo me hacía pajas como un quinceañero pensando en el polvazo con el vecino, y en menos ocasiones pensando en el polvo con mi mujer. Tras una semana, mi mujer estaba especialmente insoportable, el vecino había vuelto a follar a cualquier hora y haciendo el consabido escandalo. Y mi mujer había sustituido su mutismo, con la habitual bronca.

-          Es un escándalo. Mira como gime la muy zorra. No le dará vergüenza que se entere todo el vecindario que le están rompiendo el culo. Putos maricones, hay que ser muy poco hombre para follarse un culo peludo. – Mi mujer me daba la matraca mientras fregaba los cacharros.

-          Pues bien que gemías tu como una puta hace una semana. – La ultima frase me había sentado tan mal que no pude callarme. No porque me insultase a mi indirectamente, eso ella no lo sabía, sino porque me recordó al policía. No iba a tolerar que dijese esa burrada del tío más macho que había conocido.

-          Que has dicho? – Dijo girando su cabeza para mirarme con odio.

Me levanté y la rodeé con mi cuerpo encerrándola contra el fregadero. Mi polla se había puesto dura al instante, y el gayumbo me molestaba, por la que tuve que recolocarla.

-          Que te corriste dos veces, gimiendo como una zorra. – Mi mujer estaba tensa, mirándome en el reflejo de la ventana, situada frente al fregadero. – Y seguro que empiezas a estar mojada ahora, porque te gusta que te traten como una puta.

Mi mujer tenía cara de sorpresa, pero no se movió cuando sintió mi enorme rabo apoyarse en su culito. Mi mano entro dentro de sus mallas y apartando las bragas comprobé que empezaba a estar mojada. La muy zorra se había depilado el coñito, seguro que esperando este momento.

-          Jaime, vamos al cuarto, nos pueden ver. - Justo en frente estaba la cocina del vecino, el único cuarto que daba al mismo patio.

-          Al vecino le están destrozando el culo. No lo escuchas? Vamos a ver quién gime más de los dos.

Le baje las mayas y la muy zorra arqueó la espalda para que su coño empezase a aparecer entre las piernas. Con parsimonia, y controlando la situación, me desabroché el cinturón y bajé mis pantalones. Cuando sintió la cabeza de mi polla muy húmeda rozar sus glúteos, la zorra soltó un gemido. Esta vez se la clavé despacio, pero eso duró poco. La sacaba casi entera y se la clavaba de golpe, y ella gemía a lo bestia, mientras se masturbaba. Ella cerraba los ojos disfrutando de mi pollón, y no vio aparecer al hombre negro, que desde la cocina del vecino y totalmente desnudo, se bebía un vaso de agua mirándome a los ojos. Su sonrisa socarrona resaltaba en su tez oscura. Yo lo miraba orgulloso de mi estatus en ese momento. Follando a mi mujer, que disfrutaba como nunca. Me entretuve mirándolo, el cabrón debía medir casi 2 metros. Era puro musculo, y su polla colgaba llena de restos de lefa. Aunque lo que mas me gustaron fueron sus labios. Me turbó un poco que fuera eso lo que más me llamase la atención, me imaginaba mordiéndoselos mientras nos follábamos juntos al vecino.

No se porque, supongo que por chulería, cogí la melena de mi mujer, y haciendo una coleta tiré de su cabeza hacia atrás. Soltó un gemido y abrió los ojos. Y gritó al descubrir al negraco que la miraba ya con el rabo duro. Un rabo que nada tenía que envidiar al mío. Salió corriendo, dejándome con el rabo duro y mirando al negro, que se descojonaba de la risa. A mi también me dio por reírme, la situación era bastante cómica. Yo allí con el pantalón en las rodillas y el rabo duro a más no poder. Decidí desnudarme e ir a buscar a mi mujer. El negro me saludo como un militar tocándose una gorra invisible con dos dedos y se fue, seguro que a bajar su empalme con el vecino.

Al verme aparecer desnudo y con el rabo mirando al techo, mi mujer no reaccionó muy bien. Tapada con las sabanas me miraba con odio.

-          Vamos cariño, no es para tanto. – Le dije intentando suavizar las cosas.

-          Que no es para tanto… Claro, como tu no vas al super no tienes ni idea de quien es ese hombre. – Dijo muy cabreada.

-          Lo conoces? – Dije yo sonriendo, lo que la cabreó más todavía.

-          Pues sí, es el chico que ayuda a las señoras con la compra en el super de la esquina.

-          Hostía es verdad. Jamil…???

-          Khalid, se llama Khalid. – Dijo cabreada.

-          Bueno, seguro que es discreto, estaba en casa del vecino… No creo que vaya contando lo que hace por ahí, ni que cuente lo que ha visto. – Dije acercándome a la cama.

-          Ni se te ocurra tocarme… Vete al cuarto de invitados.

Se me pasó por la cabeza sacar mi lado cabrón, aunque creo que no hubiese funcionado y desistí. Sería mejor hacerle caso por hoy. Me fui al cuarto de invitados, que encima era el contiguo a mi vecino. Los escuché reírse a carcajadas, supongo que contándole lo que había pasado en la cocina. 

Lo siguiente que escuche fue una arcada y una hostia. Mi polla dio un bote y decidí prestarle atención. Me la sobaba despacio, imaginando lo que le estaría haciendo el negrazo a mi vecino. Al rato empecé a escuchar los gemidos de mi vecino, junto al sonido de sus nalgas golpeadas por los muslos del negro. Seguro que lo tenía a cuatro patas y lo estaba destrozando a juzgar por los gemidos de mi vecino. Empecé a pajearme siguiendo su ritmo, imaginando que era yo el que taladraba su prieto culo. Cuando sentí el gemido contenido del negro, exploté en una lefada bestial. Uno de los chorros me llegó a la cara, y limpiándola con un dedo la llevé a mi boca para saborearla. Ni de coña sabía igual que la del policía.

Al abrir los ojos después de aquel tremendo orgasmo, descubrí a mi mujer con el niño en brazos. Me miraba con cara de asco, y yo la reté, cogiendo más lefa de mi pecho saboreándola con gusto. Eso hizo que se fuera indignada. Yo no pude evitar sonreír, y me dormí lleno de lefa y pensando en el policía.

El siguiente mes fue muy parecido, polvazos impresionantes con la zorra de mi mujer con épocas de continuos cabreos y malos modos. Mi vecino seguía a lo suyo. Incluso el tema había empeorado. No dejaban de entrar tíos en esa casa. Algunos asquerosos, tíos gordos y mayores. Yo me rallaba pensando que el poli iba a follárselo sin avisarme. Y me encontraba con la oreja pegada a la pared intentando escucharles hablar, o espiando por la mirilla cuando salían o entraban en su casa. Sentía un alivio al no verlo, pero también cierta decepción. Si venía podía presentarme en la casa del vecino y unirme. Aunque sino me había invitado sería por algo.

Un día volvía de correr totalmente sudado y me encontré con Alejandro, mi vecino, en el ascensor…