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Vecino Ruidoso. Cap. VIII

en Bisexuales

JAIME

Lloré durante media hora en el garaje, a oscuras, sin que nadie me viese. La enésima llamada perdida de mi mujer me hicieron volver a casa. Habían pasado 2 horas desde que nos fuimos y no sabía que excusa iba a poner.

Nada más traspasar la puerta, el aluvión de reproches de mi mujer inundó la casa. Mi vecino, Alejandro, había vuelto mientras yo estaba retozando con Tolo. Y además, acompañado de dos chavales con malas pintas. Mi mujer estaba que trinaba, se escuchaba música y risas, y el niño no dejaba de llorar.

-          ¿Os lo pasasteis bien? – No pensaba responder a esa pregunta, pensé. – ¿Dónde estabais?, ha vuelto y encima con compañía. Y vaya fiesta tienen montada.

-          No lo vimos pasar.

-          Claro, estaríais de cañas como colegas en vez de vigilar. No me puedo fiar ni de la policía, y menos de ti. Vaya par de inútiles.

-          Joder, cállate. No lo vimos y ya está.

-          ¡No me hables así! Encima te traes la cena. – Dijo viendo el kebak con salsa especial que había cogido del coche para tirar a la basura. – Pues comete esa mierda de los turcos. – Dijo tirando mi cena a la basura y poniéndose a fregar.

Miré el kebak y sin pensármelo mucho me senté y le pegué el primer mordisco. Joder… que morbo, se notaba que tenía mucha “salsa” y tenía un gusto especial. Hace unos días oliendo un gayumbo asqueroso, y ahora comiéndome un kebak preñado. Debería patentarlo, estaba cojonudo.

Mi mujer seguía dándome la murga, mientras yo cada vez estaba más duro del morbo de comerme la lefa de Tolo delante de ella. La verdad es que estaba cabreado con ese tío, pero no sabía por qué. Lo que hacía que me jodiese todavía más. Mi cabreo hizo que saliese mi lado cabrón. Estirando las piernas y bajando mi pantalón me saqué el pollón que babeaba y se apoyaba descaradamente en mis abdominales sobrepasando el ombligo.

-          Cariño, ¿por qué no me comes la polla a ver si se te pasa el enfado?

Cuando se giró y me vio con el rabo fuera comiendo tranquilamente el kebak, no se lo podía creer. Me costó un verdadero esfuerzo no reírme de la cara que puso. Sin decir nada, se fue indignada de la cocina. Al menos conseguí que cerrase su puta boca… aunque no como yo quería. En mi cabeza resonó la canción de los Niños Mutantes “Te favorece tanto estar callada…”, un maravilloso tema que ahora entiendo porque me gusta tanto.

Eran las dos de la mañana y solo se escuchaba al vecino gemir, las risas de los chavales que lo usaban y, por supuesto, a mi mujer quejándose. ¿Dios, porque me has castigado así?, si ni siquiera creo en ti.

Mis huevos acabaron por hincharse más de lo debido. Mi característica corrección tenía ese defecto, acumulaba toda la mierda dentro hasta que explotaba. Era como aquel personaje del Street Fighter, Blanca creo que se llamaba, el bicho verde que de repente se cabreaba y empezaba a soltar hostias a todo lo que estaba cerca. Y ese día exploté como nunca lo había hecho. Vestido solo con los gayumbos salí al rellano y empecé a aporrear la puerta. Un chaval delgado cuya única y ridícula indumentaria era una gorra abrió la puerta y me miró de arriba abajo.

-          ¡Jooodddeeeerrr¡ no sé quién coño eres, pero puedes unirte a la fiestecita. – Me dijo mirando mi cuerpo musculado.

-          Anda quita de en medio. – Y lo aparté de un empujón, empotrándolo contra la pared. – En bolas y con gorra… vaya gilipollas. – Pensé en alta, lo que le cabreo más todavía.

El chaval me seguía gritando, muy cabreado, mientras yo entraba en el salón en penumbra donde los gemidos de una peli porno y el olor a sudor y meos lo inundaba todo. Allí parado, sintiendo la humedad en mis pies, miré al otro joven que mantenía la cabeza de mi vecino clavada en su polla. Me miraba retándome, mientras mi vecino totalmente rojo y con muchas arcadas intentaba escapar.

-          ¿Qué coño quieres? – Dijo el chaval del sofá, que no debía tener ni 20 años.

-          Suéltalo. Y tu cállate la boca o te reviento. – Dije al otro que estaba a mi lado insultándome a dos metros, por si acaso me daba por reventarle la boca.

-          ¿Quién eres?

-          Un vecino muy cabreado.

-          Oh, vaya… te hemos molestado. – Dijo con sorna. – Pues te jodes.

Ese chaval la había cagado pero bien con esa respuesta, y una sonrisa en mi cara le hizo saber que así era. Aprovechando que él tenía que ejercer toda su fuerza para mantener a mi vecino clavado en su polla, que luchaba ya con desesperación para no ahogarse. No me lo pensé, y en un movimiento que le sorprendió, me lancé sobre el sofá agarrando su cuello con todas mis fueras. De la sorpresa por fin soltó a mi vecino, que empezó a toser en el suelo intentando recupera el aire.

Ahora era el pobre chaval el que no podía respirar y agarraba mi mano intentando que lo soltase, aunque con sus bracitos no tenía ninguna opción.

-          Tú ni te acerques. – Dije al otro, que nos miraba asustado y sin saber qué hacer. – Mira niñato, estoy hasta los cojones de las fiestas de esta puta. O sea que ya os estáis pirando y no volváis por aquí.

Hice un amago de reventarle un puñetazo en la cara, pero me contuve. Al soltarlo se alejó de mí y su amigo le ayudo a levantarse. Enseguida se piraron, cogiendo sus cosas y saliendo en bolas de la casa. Alejandro, ya más recuperado me miraba sorprendido, el tirado en el suelo entre meos, y yo de pie a su lado. Me sentí imponente, poderoso, superior… Una sensación que no quería ni iba a olvidar.

-          ¿Quién coño te crees? – Dijo con rabia.

-          No sé cómo un tío como tu ha podido caer tan bajo. – Dije ignorando su pregunta. – Cuando te follé con Tolo me resultaste muy atractivo, joven, fibrado, guapo… ahora me das asco. ¿Comes algo más que polla? – Dije mirando su cuerpo mucho más delgado que hace un mes.

-          Y vosotros que os pensáis mejores… Me usáis y luego me ignoráis. Encima me pones esos gayumbos lefados en la puerta… ¿para qué? Me calientas y luego me recuerdas que no soy lo bastante bueno para vosotros. Dejad que haga lo que quiera. - Grito casi llorando.

-          Primero quiérete tu un poco, e igual consigues merecerte a un macho de verdad y no a esos niñatos o viejos que te usan. Ahora mismo no te tocaría ni con un puto palo.

Alejandro bajó la mirada, estaba claro que había tocado en hueso. Me agaché y le cogí fuerte de la mandíbula.

-          No quiero ni una puta fiesta más. Cada vez que montes una, vendré a jodértela. Estoy hasta los cojones de ti, de mi mujer y de ese puto policía.

Me fui viendo la cara llorosa del mi vecino. Me tuve que colocar la polla, porque estaba durísima. Eso me hizo cuestionarme en que me estaba convirtiendo, como podía ponerme cachondo esta situación. Y encima tengo todos los pies llenos de meos. Debería haber hecho que esa puta me los lamiese. Mi polla dio un bote con este último pensamiento.

Entre en mi casa y vi a mi mujer sentada asustada y asombrada. Supongo que habría escuchado la conversación que tuve a gritos con el vecino, pero me la sudaba en ese momento. Me quité el gayumbo dejando por fin libre mi enorme polla. Y dirigiéndome a ella de rodillas en la cama, me miró sin entender nada.

-          Ya hice callar a esa puta, ahora se buena y cómeme la polla de una puta vez. – Dije enrabietado.

No le di margen a cuestionarme y agarrándola de la coleta que se hacía para dormir le clavé mi polla en la boca. Como suponía no opuso mucha resistencia, y es que cuando me comportaba como un cabrón, su coño tardaba decimas de segundo en convertirse en un lago. Empezó a comer como ponía, mientras se agarraba a mis piernas para que no la ahogase. Su torpeza al mamar me aburrió rápido y arrancándole la ropa le clavé mi polla en el coño. Ella se quejó, pero estaba tan excitada que aguantaba con gusto. Y la verdad es que me daba igual que le doliese.

Tras veinte minutos dándole rabo me corrí como un animal. Pero mi polla y mis ganas de follar no habían descendido ni un ápice. Le seguí dando caña, provocándole un par de orgasmos que escucharon toda la urbanización.

-          Jaime… para… por favor. Me duele mucho… para. – Me rogó, sensibilizada por los orgasmos.

-          Hoy no me vas a dejar a medias, puta. Me habéis tocado mucho los cojones y no voy a parar hasta vaciarlos.

-          De verdad, me duele mucho.

-          Pues habrá que cambiar de agujero. Y como no sabes mamar, te queda solo uno. – Su cara de pánico lo decía todo.

Su cara la vi poco tiempo, ya que la giré y hundí mi boca en su virgen culito. No pudo reprimir un gemido cuando sintió mi lengua abriendo poco a poco su esfínter. La verdad es que no tenía la paciencia para dilatarla como debería y mi polla decidió por mí. Poniéndola de rodillas me dispuse a clavarle el rabazo, a pesar de sus suplicas para que no lo hiciese.

Está claro que no estaba preparada, y cuando no llevaba ni media polla se desmayó del dolor. Joder… no sirve para nada esta zorra. Saqué la polla y vi que no había hecho un destrozo, solo una pequeña fisura. A penas sangraba con lo que no me preocupé.

Joder… mi polla seguía dura, cubierta de lefa y yo no estaba dispuesto a terminar esta noche con una paja. Me levanté tal como estaba, y fui a aporrear por segunda vez la puerta de mi vecino. Tardó en abrir, y me dio algo de pena ver sus ojos rojos e hinchados. Pero no estaba allí para pensar en eso, estaba para vaciar mis huevazos.

-          Tienes suerte zorra, se me ha roto la puta de mi mujer y tendré que usarte a ti aunque me des asco. – Dije ante su cara de sorpresa.

Cuando iba a insultarme rojo de ira, lo cogí del cuello y empotrándolo contra la pared lo dejé aturdido. Lo cogí en brazos y con facilidad lo senté en mi polla. Su cara de sorpresa y gusto me hizo sonreír. Solo pensé, ¡te vas a enterar puta!

Le empecé a follar con rabia, el gemía y eso me ponía mas cerdo todavía. Su boca abierta intentando coger el aire que yo le robaba a pollazos, y me tentó a soltarle un buen lapazo. La verdad es que ni me acerqué a su boca, no tenía mucha práctica. Pero Alejandro abrió la boca pidiendo otra. A la tercera acerté, y vi su cara de gusto al degustarla.

La posición me cansaba, aunque estuviese excesivamente delgado para mi gusto seguía pensando, y lo llevé a cama. Me tumbe y esperé a que el hiciese todo el trabajo. Empezó a moverse en círculos con mi polla clavada hasta los huevos. Que facilidad tenía este cabrón para tragar pollones y que bien se movía. Pero no era eso lo que necesitaba hoy.

-          Joder, parece que lo tengo que hacer todo yo. – El me miró apenado sin saber qué es lo que quería.

Tardó poco en saberlo cuando lo levanté en vilo con un golpe de cadera y calló sobre mi rabazo. Por la cara de gusto que puso, debí clavarle la polla en el alma. Lo cogí de la cadera y ayudado por mi empezó a botar como un loco.

-          Esto me gusta más, le decía entre gemidos. Y ¿a ti? – Cuando iba contestar di un golpe con mi cadera cuando caía sobre mi polla y su cara se crispó calló sobre mi pecho por el impulso. – ¿Sabes? Me la suda si te gusta o no.

Me empecé a reír mientras le daba rabo a saco, el se sujetaba a mis hombros para aguantar el equilibrio y se corrió sobre mi pecho. Su culo me apretaba como nunca y yo aumenté el ritmo más si cabe, hasta que por fin me corrí. Me sorprendió el gustazo que me dio, a pesar de ser el tercero del día.

Lo empuje a un lado, el ni respondía todavía recuperándose del orgasmo. Y arrancando la sabana me limpié su lefa del pecho con cara de asco. No era fingido, su lefa no me daba ningún morbo, y pensé en el morbo que me daba la de Tolo. Lo observé allí tirado, mirándome con agradecimiento. Su culo boqueaba enrojecido, como si quisiese más.

-          Tienes un mes para ponerte en forma y que decida si quiero que seas mi puta. Hasta entonces no quiero que nadie más te folle. – El me miró sorprendido. – ¿Lo has entendido?

-          Si – Musito.

Me fui todo sudado, oliendo a puro sexo. Me tumbé al lado de mi mujer, que lloriqueaba echa una bola en la cama.

-          ¿No me vas a pedir perdón? – Dije a mi mujer.

-          ¿Yo? Pero si tú me has violado.

-          No me digas tontería. Es lo que te gusta, si me hubiese dado cuenta antes seríamos mucho más felices. Pídeme perdón y ven aquí.

Ella se giró y se hizo una bola contra mi pecho. Seguro que pudo oler la lefa de Alejandro. Pero ante mi sorpresa no se apartó.

-          Perdóname Jaime.

Se durmió como una niña a los 5 minutos. Yo empezaba a ser feliz, empezaba a tomar las riendas de mi vida que nunca había tenido. Pensé en mi padre, en lo orgulloso que estaría de mi si me hubiese visto hoy.

Me despertó el llanto de mi hijo y la voz de mi mujer calmándolo. La sonrisa no me abandonaba esa mañana. Me duché y sin despedirme de mi mujer que estaba encerrada en la habitación del pequeño, me fui de casa. Al salir pisé un sobre que estaba sobre el felpudo. Lo abrí y leí el papel que contenía.

-          “Acepto tus condiciones. Espero que me perdones.”

En el sobre había una llave, que supuse sería de su casa. A parte de muy puta, era listo. No había puesto nada comprometedor por si era mi mujer la que encontraba el sobre. Aunque tras lo que había pasado anoche, tampoco quedaba mucho que explicar a mi mujer.

Como siempre en mi vida, la alegría duraba poco tiempo. Al llegar del trabajo me encontré una maleta en la puerta. Esta zorra se pensaba que yo era el de hace uno días. La cogí y la lance a pulso delante de sus pies. Ella se asustó y se encogió en una esquina del sofá.

-          ¿Te vas de viaje? – le pregunté espatarrándome en el sofá. Con las piernas bien abiertas y agarrándome la polla que estaba casi dura.

-          El que se va de aquí eres tú. Puto violador marica. – Dijo algo asustada.

Nunca la había visto así, sin seguridad, como un cervatillo asustando intentando aparentar ser la loba que era ayer. Y eso me ponía muy cachondo. Y me daba una seguridad que nunca había tenido. No podía explicar que es lo que había cambiado, ni como… pero todo era distinto desde ayer. Las lágrimas que vertí en el garaje la noche anterior, parecían tan lejanas… y algo dentro de mi decía que serían las últimas en mucho tiempo.

-          No me hagas reír. Lo de anoche te gusto y mucho. Y si tengo que follarme al vecino porque tu coño y tu culo no aguantan a un macho de verdad es problema tuyo. Si fueras una buena esposa, una hembra de verdad no tendría que buscar nada fuera de casa.

-          Veo que no vas a esforzarte en negarlo.

-          Para qué… creo que anoche escuchaste todo lo que hablamos el vecino y yo.

-          O sea que tu y ese poli sois unos putos maric… - No terminó la frase porque mi gesto se crispo de tal manera que parecía que iba a saltarle encima y golpearla. - Si no te vas, se lo diré a tu familia. Tu madre se morirá del disgusto… y tienes suerte de que tu padre esté muerto. – Me amenazó, intentando juntar fuerzas.

-          Haz lo que quieras. Se que eres una puta masoquista, que se te moja el coño cada vez que te trato como te mereces. Tienes dos opciones… o irte esta misma noche, o quedarte con mis normas. – dije levantándome del sofá cogiendo mi americana. – Y por cierto, mi padre era un macho como yo, que se follaba todo lo que pillaba sin importarle si eran putas con coño o con rabo. Quien me iba a decir que nos parecíamos tanto…

Me fui del salón, dejándola sin palabras por una vez en la puta vida.

Me sentía distinto, un Jaime nuevo, valiente, con las cosas claras. Un macho que sabía lo que quería, y lo que más quería en ese momento todos sabemos lo que es. Fui con paso decidido hasta su comisaría. Y me senté en una terraza en la que podía controlar quien salía o entraba. Cuando el turno terminó, el movimiento era elevado y aunque temí que igual esa tarde no le tocaba trabajar, al final salió. Iba a de calle, y se despidió con un simple gesto de cabeza de su compañero. Parecía que ya no tenían la camarería que mostraron el día que los conocí.

Lo seguí un par de manzanas, iba con una mochila de deporte al hombre y un pantalón vaquero que marcaba su potente culazo. Aprovechando un semáforo, me puse a su lado.

-          Bonita noche, ¿vas al gimnasio? – Dije con la mejor de mis sonrisas, ante su cara de incredulidad.

-          ¿Pero qué coño haces… me estas siguiendo? – Susurro mirando alrededor para comprobar que no había nadie conocido cerca.

-          Tranquilo… solo pasaba por aquí y te he visto.

-          Si claro, y yo me chupo el dedo. – Dijo ya más tranquilo.

-          Cuando tiene mi lefa, si que lo haces. – bromeé, aunque a él no le hizo ninguna gracia.

-          Ahora vas de graciosillo. Ayer eras un niño asustado y hoy te presentas en mi trabajo. ¿Qué coño te pasa Jaime?

-          Han cambiado muchas cosas desde ayer.

-          Nos hicimos una paja. Eso es lo único que pasó.

-          No Tolo, sabes perfectamente que entre nosotros hay mucho más que una simple paja. – El no negó mi afirmación. Miré su paquete y vi que estaba duro con el simple roce de nuestros brazos. Igual que el mío que se definía perfectamente en mi pantalón de traje.

-          ¿En serio? Ahora estamos enamorados. Gracias por avisarme. Mañana dejaré a mi mujer embarazada y mi hija y me casaré contigo. – Dijo con sorna. – Mira Jaime, mi mujer me ha puesto un ultimátum y no voy a incumplirlo. – Dijo parándose delante de un box de crossfit.

-          Ya lo incumpliste ayer.

-          No volverá a pasar.

En un rápido movimiento le cogí de la cabeza y el pollón y le pegué un morreo. Duro un segundo, hasta que reaccionó y me empujó. Todo rojo entro en el gimnasio donde un rubio gigante le saludo mirándole su abultado paquete. Al irse al vestuario, el rubio me dirigió una picara sonrisa, y nos acomodamos los rabos mirándonos a los ojos.

Al llegar a casa, todo estaba revuelto. Como suponía mi mujer se había ido, y mientras cenaba solo y me bebía una cerveza pensé en mi hijo. Me jodía no verlo a diario, pero era mejor así. No iba a aguantar a esa zorra un día más.

Esa noche no dormí mucho. Desnudo en la cama, con el rabo duro, me tocaba distraídamente el capullo que no dejaba de soltar jugos. Mis dedos subían a mis pezones y los pellizcaban, o se acercaban a mi nariz y la punta de mi lengua para notar su olor. Pensé en Tolo, en su olor… mucho más fuerte que el mío. Y pensé en mi padre. Me lo imaginé entrando en la habitación, desnudo, vi como rodeaba la cama mientras su rabo venoso se movía a los lados, imaginé su culo duro como el día que me pilló pajeándome en la puerta de su dormitorio. Y como se tumbaba a mi lado, poniendo su pesado muslo sobre el mío. Levanté mi cabeza para que el pasase su brazo bajo mi cuello, aunque sabía que no estaba allí realmente. Pero la sensación era tan real en mi mente que pude hundir mi nariz en su peludo sobaco con un simple giro de cabeza. Sentí su mano, apartando la mía, y llevandola a su rabo. Recorrí cada vena con las yemas de mis dedos, haciendo que se estremeciese en cada caricia pegando su frente a mi sien. Mis ojos no podían separarse de aquel rabazo, que tantas veces había visto marcado dentro de sus holgados y ya grisáceos abanderado. Noté como agarró fuerte mi rabo, apretando hasta que me dolía, y yo lo imité, juntando nuestras frentes, sintiendo sus bufidos, oliendo la cerveza en su aliento. Miramos nuestros capullos, rojos, hinchados… a punto de explotar. Aunque apretábamos tan fuerte que dolía, nuestros rabos se mantenían duros. Yo fui el primero que cedí y aflojé mi presa. El sonrió socarrón, él era el más macho. Y los dos lo supimos en ese momento. Empezamos a pajearnos, fuerte, dolía pero el placer era mucho mayor. Nuestros jadeos aumentaban. Él empujó su frente, haciendo girar mi cabeza y juntando sus carnosos labios a mi oreja. Noté como se los humedecía, y acelerando la paja me dijo:

-          Te voy a follar ese culazo de macho…

Exploté en un orgasmo bestial, notando los trallazos de lefa sobre mi pecho, mi cara, incluso llegaron al cabecero de la cama. Se notaban perfectamente 5 trallazos atravesando el papel que estaba apoyado en mi pecho y que había escrito solo un par de horas antes. Lo puse en la mesilla con cuidado y recogí los restos de mi cara llevándolos a mi boca. Miré a mi lado, como esperando encontrar realmente a mi padre ya fallecido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y me moví al centro de la cama. No recordaba haberme movido para dejarle un hueco. Parecía que había estado allí realmente. Por si acaso grité:

-          Ni de coña, puto viejo salido…