miprimita.com

Vecino Ruidoso. Cap. VII

en Gays

TOLO (El Policía)

Joder… vaya inicio de día. Intentaba tranquilizarme detrás de la puerta, cuando los llantos de mi hija hicieron que el día empeorase un poquito más. Porque me había puesto tan nervioso, parece que Susana no se había mosqueado cuando dije el nombre de Jaime en sueños. ¡Pero que coño me pasaba…! hacía más de un mes y seguía pensando en ese tío. Encima esta zorra me deja a medias, cuando sabe que no lo soporto. A ver quien baja ahora a mi amigo, dije dándole una hostia a mi polla, lo cual me hizo daño pero no rebajó su dureza.

Con el rabo enganchado en la goma del pantalón corto y ocultando el resto con polla con una camiseta vieja, fui a calmar a mi princesa. Susana se fue a trabajar especialmente contenta, al menos ella se había corrido a saco. Todavía me olían los pelos de los huevos a sus jugos. Tuve que ducharme en un santiamén mientras la niña desayunaba, y llevarla corriendo a la guardería. No me dio tiempo ni a pajearme. Teniendo en cuenta que el día ya era una mierda, decidí que ese sería el día perfecto para empezar a hacer crossfit.  Llevaba tiempo queriendo hacerlo y siempre lo posponía, además dicen que es genial para eliminar tensiones. Y más tenso no podía estar hoy.

Cuando casi vomito a mitad de clase, pensé que igual no había sido una gran idea. Al final, los ánimos del resto de la clase hicieron que remontase el vuelo y pudiese acabar la clase. Nota mental: no desayunar porras antes de una clase de crossfit. Era curioso el colegueo que tenía esa gente, y como se animaban unos a otros como en un grupo de autoayuda o una secta. Era todo un poco artificial, pero tenía su gracia una vez pasabas la vergüenza inicial.

-          Que tal la primera clase. – Me preguntó el monitor, un enorme rubio, desde la ducha de contigua.

-          Joder, casi echo el desayuno. – Dije todavía tosiendo por el agotamiento.

-          No serías el primero. – Dijo con marcado acento andaluz. – He limpiado mas de uno. Pero tu tranqui, que lo has hecho genial. Tienes que tener en cuenta que muchos ejercicios son con tu propio peso, y tú pesas un quintal. Eres un animalín – Dijo dándome un golpe en omoplato que resonó en todo el vestuario.

-          Al lado tuyo peso una mierda, y tú lo haces como si nada. – Dije, viendo a esa bestia de casi dos metros y que era puro músculo, secándose después de haberse quitado el sudor en la ducha.

-          Ya, pero yo soy el profe. Y deja de limpiarte el rabazo que me le va a dar envidia a mi amiguito y tiene que entrar en las mallas. – Dijo dando vueltas a su rabazo, tan gordo como el mío.

-          Ya estas fardando de pollón con el nuevo, Vladimir… Ten cuidado que éste te gana. – Dijo otro tío que se duchaba al fondo.

Tras aclararme, y mientras me secaba el tío que había intervenido en nuestra conversación se puso a hablar conmigo. Era un tío fibrado, pero mucho más delgado que yo.

-          Tu tranqui, que esto es acostumbrarse. Lo que dijo Vladimir es verdad, los tíos delgados nos adaptamos más rápido al crossfit. Tu tienes mucho músculo, y pesas mucho por eso. Pero enseguida le pillarás el gusto. – Dijo dándome confianza.

-          Bueno, a ver que tal. Llevaba tiempo queriendo hacerlo, y por fin me he animado. No voy a arrepentirme el primer día. Pero si todos los días son así…

-          Na, tu tranqui. El Vladimir es duro, pero contagia el entusiasmo a todos. Y las clases son divertidas.

-          Oye, el tío este es… - Dije bajando la voz.

-          Bujarra… Ni idea tío, no le conozco novia y el tío está cañón… o sea que es sospechoso, pero es un muy majo e inofensivo. Su historia es curiosa, es el dueño del Box aunque no lo parezca.

-          Vaya… interesante.

-          He escuchado que antes era el guardaespaldas de una tía que se dedica a temas muy chungos. Pero ni idea… - Dijo bajando la voz.

Me vestí sin mencionar que yo era policía. Por fin que había decidido ponerme el uniforme en casa. Tras comer un kilo de pasta para recuperar energía, me fui al curro. Antonio seguía de “vacaciones”, y me tocaba todavía currar en la oficina recogiendo denuncias. Algo que me aburría sobremanera. Por suerte, gracias al tío despreciable de la ventana rota, hoy tendría una salida. Tuve que convencer a mi compañera para poder ir solo. Ni de coña quería verme en la situación de estar a solas con esa loba. Llevaba buscándome desde el otro día, y no iba a parar hasta que le clavase el rabazo. Y por ganas no sería…  sobre todo hoy, que llevaba desde la mañana empalmado.

Dejé la visita para ultima hora, así me tomaría una cañita antes de irme a casa. No creo que echar la bronca a un adolescente gamberro me llevase mucho rato.

Cuando aparqué el coche, no me lo podía creer, era la urbanización del famoso Jaime. Estuve a punto de darme la vuelta, pero a ver como justificaba que no había ido. Ya sería mala suerte, que me cruzase con alguno de los dos en una urbanización tan grande. Según pasé por delante de la portería, el solicito conserje salió a mi encuentro.

-          Buenos días agente, ¿ha pasado algo?

-          Nada importante, vengo a ver a una persona. – Le pregunté por el portal y el piso del implicado, y una sonrisa extraña se puso en su cara.

-          Otra vez el marica ese… es un tío despreciable, ya llamaron hace un mes porque monta orgías y creemos que se prostituye… no dejan de entrar hombres sin parar a todas horas. Una vergüenza. – Me tuve que poner pálido al escucharle, aunque intenté mantener el tipo. – O sea, que ya se han probado que ese maricón cobra a esos viejos, ¡ya era hora!, porque a mi me da un asco impresionante esos putos maricones…

-          Se quiere callar la boca. – Dije rojo, ante la sarta de insultos de aquel homófobo.

Me fui hacia el portal, dejando a ese gilipollas con un palmo de narices. Joder… como me podía pasar esto a mí. El destino no es que sea caprichoso, es un puto hijo de puta. En ese momento me arrepentí de no haber ido con mi compañera. Al menos no me vería a solas con ese chaval, que tenía un culo y una boca deliciosa.

Subí lo más rápido posible, cuanto menos estuviera allí, mejor. Respiré cuando, tras llamar al timbre no abrió nadie. Me disponía a irme, no iba a tener esa suerte… La puerta de en frente se abrió, y la mujer del macho que allí vivía asomó su cabeza. ¡Joder, como podía ser tan cotilla la gente! Siempre pasaba lo mismo.

-          Hola agente. ¿Viene buscando al vecino? – Dijo saliendo con su hijo en brazos. – Uy, pero si es el agente tan amable de la otra vez. Pase, pase.

-          No es necesario, vendré en otra ocasión.

Pero su insistencia hizo que entrase. Ahí empezó a contarme el relato de lo ocurrido el último mes: como se calmó durante una semana, y como empezó a tener sesiones interminables de sexo… Yo solo podía pensar en como podía hablar tanto esa tía. La verdad es que estaba buena de cojones, pero era insoportable. Como podía estar ese macho con una mujer así. Por suerte o por desgracia, Jaime nos interrumpió entrando en casa totalmente sudado y sin camiseta.

Mientras su mujer le explicaba la situación, Jaime y yo solo nos mirábamos. Él con cara de total incredulidad. Yo como si observase una obra de arte.

-          Cariño, está aquí otra vez por el vecino. Yo no lo he llamado, para que luego no me digas nada. – Yo solo escuchaba ruido mientras una gota de sudor caía por la recta nariz de ese tío, y la seguía con la mirada repasando todo su cuerpo. – Pero que haces ahí parado, por dios sécate y ofrécele algo al agente.

-          Si claro, cariño. – bajo la mirada y se fue a la habitación del fondo sin cerrar la puerta.

Mientras la mujer rebuscaba en la nevera y en los armarios, seguía parloteando, yo aprovechaba a mirar cómo se cambiaba el tío que se había colado en mis sueños eróticos el último mes. Vi como se secaba el sobaco con una toalla, y se lo olía poniendo cara de conformidad. Claro que hueles bien, joder… Todavía me acuerdo. La mujer se dio cuenta de que lo miraba, y cuando iba a quitarse el pantalón, se lanzo como una loca hacia la puerta. Dejándome con las ganas de ver aquel culazo musculado y lampiño.

-          Pero Jaime, que no estamos solos. – Pego tal grito que el niño empezó a llorar asustado.

Cuando Jaime salió su mujer empezó a echarle la bronca por cambiarse sin cerrar la puerta, y porque no había nada de tomar en la nevera y no tenían hielo. Dios, como podía aguantarla. Mi mujer era una santa a su lado.

-          Tranquila señora, Jaime, porque no vamos al kebak de enfrente y me pone al día mientras esperamos que llegue su vecino. – Interrumpí.

-          Si, por favor. – Dijo resignado, esquivando una mirada asesina.

Nos fuimos y bajamos en el ascensor, sin mirarnos. Yo no sabía que decir, no sé porque había hecho esa propuesta.

-          Recuerdas mi nombre. – Dijo mirándome con sus ojos claros por primera vez.

-          Si… tengo buena memoria. – Me excuse. – Yo soy Tolo. – Y le di la mano como si no nos conociésemos, soy gilipollas. Su mano estaba empapada de sudor y me quedé mirando mi mano mojada. La hubiese lamido si no se hubiesen abierto las puertas del ascensor.

-          Perdona, sudo mucho.

-          Lo recuerdo. – Dije socarrón.

En el bar tomamos unas cervezas, y le expliqué porqué razón estaba allí. Tras esto nos quedamos callados, sin saber que decir. Jaime fue al baño, evitando esa situación tan incomoda.

No pude resistirme y le seguí. Me puse en el urinario de al lado. Mirándonos de reojo, viendo como los chorros de nuestras meadas se hacían más potentes según crecían nuestras pollas. Cuando terminamos de mear ninguno se la guardó y siguió sacudiéndosela, hasta que la sacudida era ya una paja en condiciones. No pude resistir y me acerque… iba a cogerle esa polla enorme, pero le cogí del cuello fuerte y le bese. Con todas mis ganas, y Jaime me respondió igual. Allí estábamos como Hulk Hogan y el Último Guerrero, cogiendo fuerte nuestros cuellos en una lucha igualada. Pero en lugar de juntar nuestras frentes nos comíamos vivos. Aspirábamos los suspiros del otro, y nos mordíamos hasta provocarnos dolor.

De repente la puerta se abrió, y un negro enorme se quedó parado al ver como dos tios se guardaban las pollas y se recomponían disimuladamente. Yo me fui fuera, mientras Jaime se lavaba las manos en el lavabo rojo como un tomate. Joder, ¡puto negro! No es que sea racista, pero vaya momento.

Cuando Jaime salió se sentó rápido en una mesa, dejándome como un gilipollas solo en la barra con dos cervezas. Yo le seguí con dos cervezas hasta la mesa.

-          Tio, que coño haces… tranquilízate, no se ha dado cuenta. – Le increpé, viéndolo tan nervioso.

-          Claro que se ha dado cuenta. – Dijo rojo y nervioso, revolviéndose en la silla.

-          Y si te sientas solo, ¿pensará otra cosa? – Intenté razonar con él.

-          No es por eso… es que no llevo gayumbos. Y voy todo tieso.

Los dos nos empezamos a descojonar de la risa. Nuestras rodillas se rozaban bajo la mesa, y ninguno de los dos intentaba evitarlo. Ya que Jaime tardaría en poder levantarse, decidí pedir un par de kebak. Jaime no lo quiso tomar y pedí que se lo pusiesen para llevar. Casi no hablamos, él estaba muy nervioso. Cuando por fin pudo moverse, se despidió y se dispuso a irse a casa con un simple hasta luego. Yo lo seguí, ante la atenta mirada de aquel negro que no nos quitaba ojo. Aunque no me extraña, era una situación extraña como mínimo.

-          ¿Dónde vas tío?

-          A mi casa…

-          ¡Espera! – Lo cogí tan fuerte del brazo que quedamos muy pegados. – Tenemos que hablar.

-          ¿De qué?

-          De esto joder – Dije señalando mi paquete con un ligero gesto. – Que llevo un mes soñando contigo, y me la pones más dura que a un quinceañero solo con olerte.

El dudó unos segundos, y me hizo una seña para que lo siguiese. Nos subimos en su coche y condujo en silencio hasta un lugar apartado. Ni puta idea de donde estábamos.

-          No irás a matarme y deshacerte de mi cadáver. – Dije intentando ubicarme mirando en la oscuridad.

No pude decir nada más, porque se me lanzó como un lobo hambriento. Devorándome los labios, sobándome entero. Y por supuesto no me quedé quieto ante ese ataque indiscriminado, y contrataqué con todas mis fuerzas. Si follar con tu novia en un coche es jodido, imaginaros dos tiazos como nosotros. Aquello era imposible, y tras darnos hostias con todo lo que podíamos, decidimos ir a los asientos de atrás. Yo me lo hubiese follado contra el capó. Pero Jaime no estaba por la labor de dar el espectáculo al aire libre, y menos de que me lo follase.

Fue muy gracioso ver como se peleaba con la sillita del bebé, para poder entrar nosotros detrás. Ni un sketch de Pepe Viyuela me hubiese hecho más gracia.

-          Espero que los sujetadores se te den mejor. – Dije cuando ya consiguió poner en el asiento delantero.

-          Cállate, capullo. – Y se volvió a lanzar contra mis labios.

Allí me encontraba, descamisado y sobando a un tío sin camiseta, besándonos como cuando tienes quince años y piensas que follar es solo morrearse. Pero joder, no había estado más cachondo en mi vida. Nos sacamos las pollas y nos pajeamos el uno al otro. Jaime se sentó sobre mis rodillas retorciéndose como podía, y juntando nuestros rabazos los meneaba mientras yo agarraba su cabeza con las dos manos y lo besaba.

-          Tio me voy a correr – Jadeaba en su boca.

-          Y yo joder…

-          Ni se te ocurra correrte en mi uniforme.

-          Ni tu en mi coche. – Replicó.

En el último instante, antes de verme bañado de lefa… (ya sabía lo que éramos capaz de echar los dos, y más con el dolor de huevos que llevaba), cogí el kebak que no se había querido comer Jaime, y lo hundí en nuestros capullos. Me corrí como un loco, sin dejar de besar a Jaime que gemía a la vez que yo, soltando toda su esencia a la vez que yo. No reaccioné hasta que noté sabor a sangre en mi boca. Lo había mordido debido al orgasmo, y su labio empezaba a sangrar.

Jaime cogió el kebak como pudo y lo puso entre los asientos antes de derrumbarse a mi lado totalmente sudado. Como me gustaba su olor… era superior a mi. Los dos jadeábamos, sonriendo, mientras el se tocaba el labio comprobando las heridas de guerra.

-          Perdona tío… - Dije algo tímido.

-          No te preocupes. – Y empezó a ponerse la camiseta que le había arrancado hace un par de minutos.

El silencio reconquisto el terreno perdido, y volvimos hacia la ciudad aunque mucho más relajados. Nuestro único dialogo era alguna sonrisa cómplice y tímida cuando nuestros ojos se encontraban. Me dejó a unas manzanas de su casa para que no nos viesen volver juntos. Antes de bajarme, por fin rompió el silencio. La verdad es que no me reconocía. Siempre había sido mucho más lanzado, pero no sabía que decirle. Y solo estaba a la expectativa de sus reacciones.

-          ¿Porque no volviste al día siguiente? – Dijo sin mirarme.

-          ¿Me esperaste? – No me contestó. – El tema es complicado… Mi mujer está embarazada otra vez, y… bueno… digamos que no he sido muy buen marido. Ya me entiendes…

-          No te entiendo, yo también soy padre. Porque me hiciste conocer este mundo. Estoy jodido desde entonces. Creo que has jugado conmigo.

-          Y, ¿qué coño quieres que hagamos? ¿Dejamos a nuestras familias? ¿nos fugamos juntos? ¡Contesta! – Alcé la voz.

Me arrepentí en el mismo instante en que vi su mirada turbada, como un niño perdido que no sabe como volver a casa. No me creía que estaba teniendo esta conversación con otro hombre. Y en cierta manera me sentía culpable, es verdad que yo lo incité… Da igual lo que hiciese lo jodía todo.

-          Lo siento Jaime… me supera todo esto.

Me bajé del coche y me fui sin mirarle.