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Vecino Ruidoso. Cap. VI

en Bisexuales

VECINO RUIDOSO Cap.VI

SUSANA (La mujer del policía)

Este hombre no tiene remedio. Vaya empalme mañanero que lleva el pobre. Miré a mi marido, al amor de mi vida, tendido sobre las sabanas. Se había destapado y su cuerpo duro y peludo, de puro macho estaba ante mis ojos. Dios, no me extraña que sea la envidia del resto de madres del colegio. Y tampoco me extraña que esas guarras estén todo el día lanzándole miraditas y provocándole. No es por justificar los cuernos que me había puesto, pero con tanta tentación debe pasarlo mal el pobre. Y por desgracia, le encanta follar a todas horas. Y está claro que yo no le puedo seguir el ritmo. Es difícil cuando la sexualidad de una pareja va a ritmos distintos. Tanto para el que se queda con las ganas, como para que tiene que buscar las energías que le exige su pareja.

 Para ser sincera yo había tenido un desliz en una cena de empresa con una pareja. En mi defensa puedo decir que me emborraché mucho, y sospechaba que Tolo me corneaba. Y no voy a negar que me dio mucho morbo la situación. Ella era una mujer de mi edad. Era morena de generosas curvas (en la que la cirugía algo tenía que ver) y se acercó a mi con una copa. La mujer tenía demasiada clase para estar en una discoteca de ese tipo. Iba con una falda de tuvo negra, muy ceñida y que subía por encima de la cintura. Una camisa blanca, que estaba desabrochada hasta el punto justo en el que te apetece desabrochar otro botón. Yo que era más o menos de su estatura podía intuir un sujetador de encaje negro que contenía unos pechos muy voluminosos y demasiado redondos para ser naturales. Llevaba el pelo recogido de manera desenfadada con una pajita del bar, y dejaba a la vista un larguísimo cuello que le daba esa elegancia natural, nada forzada. Me sonrió y me dio una copa de Martini. Nunca había bebido en una copa de ese tipo, que solo había visto en “Sexo en NY” y me hizo mucha gracia.

-          No pegas nada en esta discoteca. Bueno, y yo tampoco estarás pensando. – Dijo con cierta soberbia, que me resulto halagadora. Esa frase dicha por otra persona hubiese puesto fin a la conversación. Pero la miré de arriba abajo y solo sonreí.

-          Estoy en la cena de empresa. Suponíamos que hoy habría gente de todo tipo, aunque hay demasiado universitario. – Dije intentando disimular que llevaba alguna copa de más.

-          Ese vestido te sienta genial – Dijo escrutando mi cuerpo, enfundado en un traje demasiado corto quizás para una cena de empresa. Pero para un día que podía ponerme guapa, no me quise censurar.

-          ¿Y tú que haces aquí? – Aproveché a olerla cuando me acerqué a su oído para no chillar demasiado debido a la música. Me hizo gracia, ya que Tolo me había pegado esa manía. Me gustaba como olía a la gente, como si fuera un perro… bueno un lobo mejor dicho. – Por cierto, hueles genial. – No pude resistirme a puntualizar.

-          Jajaja, gracias preciosa. La verdad es que no llevo perfume. – Dijo muy sensual. Lo que hizo que me pusiese muy roja. – No seas tímida. Estamos entre chicas, no hay que ocultar nuestro aroma natural con productos químicos. ¿No crees?

-          La verdad es que me fijo en los olores por culpa de mi marido. Me ha pegado la manía.

-          Vaya suerte que tiene tu marido. Y no hace falta que te justifiques. – Dijo tras dar un trago y limpiar los restos de Martini con su lengua con un gesto muy sensual. – Pues yo estoy aquí porque es el cumpleaños de mi novio. – Dijo señalando a un jovencito muy atractivo.

-          Vaya es muy… guapo. – no pude ocultar mi sorpresa al ver la diferencia de edad.

-          Todo el mundo se sorprende, tranquila. Pero tenemos una relación muy estable.

-          Es que parece muy poco hombre para ti. – No pensé mis palabras, antes de decir esa burrada.

A ella parece que le gustó mi ocurrencia, y en lugar de molestarse le gustó mi sinceridad. Me comentó que llevaba con él desde el ultimo año de instituto, cuando fue su profesora de literatura. No podía ni imaginar la de pajas que se harían esos pobres adolescentes con semejante pivón de profesora. Seguimos hablando y rechazando babosos que venían a ligar con nosotros. Alguno no se daba por aludido, sobre todo uno de los directivos de mi empresa, que seguía pensando que era atractivo a pesar de su barriga y peinarse como un mamarracho para intentar ocultar su más que incipiente calva. Así que emprendimos la táctica de evasión numero uno: ir al lavabo. De camino al lavabo, ella le dijo algo a su novio que sonrió y asintió.

Yo me dirigía a los baños, pero ella tiró de mi brazo y abrió una puerta que tenía un cartel de privado. Un portero de traje negro sonrió a mi acompañante con un leve gesto, pero al girarme no pude evitar ver como sonreía y nos comía con los ojos. No pude evitar fijarme en él, un tío de casi dos metros rubio y rapado al cero, con unos ojos azul claro. La verdad es que me daba más miedo que morbo, tenía pinta de que te podría violar sin ningún tipo de resistencia. Era puro músculo.

-          Pero ¿dónde vamos? – Dije algo preocupada.

-          Al baño de “señoras”. No pensarás que unas mujeres como nosotras deben usar esos baños asquerosos. – Cogida de su mano, me arrastraba por aquel pasillo contoneando elegantemente las caderas.

-          Dios… que estoy haciendo. – Musite.

-          Pasarlo bien querida. Pasarlo bien. – Y me besó suavemente, haciendo que mis dudas se esfumasen de una vez.

Pasamos a un lavabo que parecía más un salón. En frente de los lavamanos había un sofá semicircular de al menos 10 plazas, con una mesa medio. Toda la estancia estaba llena de espejos que me marearon inicialmente. En la mesa de cristal había un pequeño surtido de alcohol y una bandeja con varias rayas de coca ya preparadas. Yo nunca había tomado drogas duras, y me descolocó ver aquello. Ella lo leyó en mis ojos, y cogiendo la bandeja, soplo haciendo que todo el polvo blanco volase por la habitación.

-          Querida, quiero que estés cómoda, o sea que todo lo que no te guste me lo dices. No quiero asustarte.

Dicho esto, volvió a besarme… suave al principio, sintiendo sus carnosos labios jugar con los míos, y como su lengua entraba poco a poco en acción. Mi resistencia no fue mucha, y en unos segundo nuestras bocas luchaban mezclando nuestra barra de labios. Empezamos a tocarnos, yo no quería pensar, nunca había estado con una mujer, pero ella me tenía cachonda desde que se puso a mi lado y me convidó a una copa. Su cuerpo era perfecto, se notaba que se cuidaba. Pude comprobar que sus pechos estaban operados, pero eran mucho más blandos de lo que me esperaba. Ella tenía ya los míos fuera y me pequeño vestido se había arrugado quedando concentrado en mi cintura a modo de fajín. Cosa que agradecí porque todavía no había recuperado totalmente la firmeza del vientre tras el parto. Envidiaba el cuerpo de ella, aunque ella no dejase de adular el mio. Me decía que era preciosa, tan natural, que le encantaba mi olor.

Me tumbó en el sofá y hundió su boca entre mis piernas. Dios, no llevaba el coño depilado, y me dio algo de vergüenza. A Tolo le gusta que tenga vello, y no me lo cuidaba demasiado. Pero parece que a mi amiga le encantaba todo lo natural, ya que al liberarme de mis braquitas lo acarició con cuidado. Pude ver la admiración en su mirada. Lo olió y empezó a comerlo con ganas.

-          Dios, hacía mucho que no comía uno tan rico. ¿Has sido madre? – Dijo y siguió comiendo mi coño con maestría.

-          Siiii… hace un año y medio.

-          Sabes distinta, es embriagador.

-          ¿Me dejas probarlo? Nunca he comido un coñito de una MILF. – Dijo una voz de hombre al otro lado de la sala.

El novio de la mujer que me comía el coño nos miraba mientras se quitaba la camiseta, dejando ver un cuerpo escultural, sin un vello y con varios tatuajes que no pude distinguir debido a la comida de coño que me hacía cerrar los ojos y gemir como una puta.

Ella me miró y yo asentí. Me sentía a gusto sabiendo que podía decir que no a cualquier cosa. Ella se había incorporado y nos besábamos mientras mirábamos al joven desnudarse. Cuando se quitó el calzoncillo me sorprendí gratamente. Una polla considerable se pegaba totalmente a los marcados abdominales del joven… joder debía estar durísima, y era casi tan grande como la de Tolo.

-          Ahora piensas que no es lo bastante hombre para mí. – Dijo divertida. – ¿No querías coñito de MILF?, pues este está delicioso.

Me tumbó sobre ella, dejándome a 4 patas con mi coñito y mi culo totalmente expuesto. Yo solo lo miré de reojo, era rematadamente guapo, se le marcaban todos los músculos del cuerpo, no tenía ni un solo pelo, ni siquiera en el pubis. Era tan distinto a lo que estaba acostumbrado. Pero lo que menos me interesaba de él era esa polla que ni se movía de lo dura que estaba.

-          Hoy vas a disfrutar como nunca. – Me advirtió la exuberante mujer, indicándome el camino que debía seguir entre sus dos pechos.

Cuando me disponía a lamer mi primer coño, un coño precioso, totalmente depilado igual que su novio, un suspiro que surgió desde lo mas dentro de mi pospuso ese memorable instante. El joven me había lamido el coño hasta llegar mi culo, el cual devoró antes de volver a bajar. Se tumbo boca arriba, haciendo que yo bajase apoyándome sobre su boca. Y ahí empezó a comer como nunca me lo había hecho. Yo no se si la situación, el alcohol, el estar degustando mi primera mujer… pero era la mejor comida de coño de mi vida. Y eso que Tolo era un experto. Pero el era siempre brusco, pasional… era como un animal salvaje. Ese chico era como un pianista entrenado, que sabía donde tocar, que hacía las pausas en el momento y de la longitud adecuada. Parecía un artista, al que yo intentaba imitar. Y parecía que no se me daba mal, ya que la misteriosa mujer se retorcía y apretaba mi cabeza contra su precioso y húmedo coño.

Con semejante arte, no tarde en correrme, regando la cara del joven de mis flujos. Pocas veces había echado líquido como aquel día, me corrí como solo se ve en una película porno. Con Tolo solo me había pasado 3 o 4 veces, y nunca en esa cantidad. Y es que era tan bestia que terminaba escocida. Igual que lo estaba ahora, mientras lo miraba y recordaba a esa pareja que tantas veces me visitaban en mis sueños y masturbaciones.

Volví a centrarme en Tolo, empecé a acariciarle suavemente. A sobar sus duros pezones que costaba distinguir entre su morena pelambrera. El se tocaba la zona abdominal con una mano, y la otra estaba detrás de su cabeza, haciendo que su nariz estuviera cerca de su sobaco. Se olía su propia esencia y musitaba algo entre sueños. Intenté saber que decía, pero no lo entendía bien… parecía que decía “Jaime”, algo que me hizo mucha gracia. A ver si mi marido se me había vuelto maricón.

Me coloqué suavemente entre sus piernas y le olí los peludos huevos, que se contraían contra su perineo por la excitación. Que rico olía, a puro macho, le daba ligeras lamidas mientras el se retorcía en sueños y enterraba su cara en el sobaco, gimiendo y aspirando con fuerza. Subí suavemente lamiendo su rabo venoso, totalmente descapullado y húmedo. Limpie los restos de precum que caían espesos por su rabo. Solo pude engullir su capullo, debido a su grosor. Siempre me ha dado rabia no poder comerla entera, como las actrices porno de los videos que veíamos juntos de vez en cuando. Estuvo a punto de despertarse, ya que no soy una gran mamadora, pero tuve una idea mejor. Aunque me escocía mucho el coño, recordar mi affaire me tenía muy cachonda.

Recordé en como la mujer hizo sentarme sobre la polla de su novio, y ella se acomodó en su cara. Sentía su polla a lo largo de mi coño. Y como ella me susurraba que los hombres estaban para que los usásemos las mujeres hermosas. Inconscientemente empecé a moverme, restregándome a lo largo de su polla. Y el soltó un gemido ahogado por el coño de aquella enigmática mujer. “Lo ves… solo desea meterte su pollón en el coño. Haz que lo desee más que nada en el mundo”. Yo me mojaba como una loca, lubricando aquel pollón, que desprendía un calor que nunca me había sentido con tanto detalle. Sentía como latía, como intentaba erguirse más, y penetrarme, pero no se lo impedía. El chico muy sumiso no intentaba tocarse la polla, ni levantarme para calvarme ese recio pollón que yo también deseaba. Veía sus manos acariciando suavemente los muslos de su mujer, mientras sus enormes pechos eras mi territorio, al que parecía saber que no tenía derecho a acceder.

Estuvimos así mucho rato, besándonos, acariciándonos, mientras aquel chico comía coño sin parar. Cuando no pude más, levanté la polla, que estaba tan dura que me costó levantarla para poder sentarme en ella. Lo mismo estaba haciendo con la polla de Tolo, que igual de dura había estado embadurnando bien de saliva absorta en mis pensamientos. Me senté sobre ella de golpe, sobresaltando a mi marido que por fin despertó. Verlo desubicado me divirtió, como miraba a los lados como buscando a alguien.

-          Buenos días, cariño. Déjame hacer a mi… - El solo sonrió y se mordió el labio de gusto, sabiendo por fin donde estaba.

Lo cabalgué con movimientos lentos y profundos, el coño no me permitía hacerlo como se lo hice al veinteañero. A el le monté a lo bestia, saltando sobre aquel rabo que me rozaba entera por dentro, dándome un gusto indescriptible. Retorcía mi pezón, intentando rememorar los mordiscos que me daba la preciosa morena, que también estaba a punto de llegar al orgasmo debido a la profunda comida de coño de su novio. Me empecé a masturbar mientras follaba a Tolo para intentar acercar mis sensaciones a las de aquella noche. Me corrí antes de que Tolo llegase al orgasmo. Mojando su tupido vientre de mis jugos, aunque nada que ver con el charco que dejamos sobre aquel joven en mi noche de locura.

Recuerdo como ella me ayudo a levantarme, y yo me preocupé por que él no se había corrido. Ella giró mi cara y me besó suavemente, dejando claro que le importaba una mierda si su novio se había corrido o no. Cuando aquel suave y largo beso terminó, y vi la hora, me puse muy nerviosa. Eran las 7 de la mañana, llevábamos casi dos horas follando. Había puesto los cuernos a mi marido, y había tenido sexo con una mujer por primera vez. Ella me intentó calmar, pero no tuvo mucho éxito. Y apretando un botón, el gigante rubio apareció por la puerta, dando por terminada la velada.

-          Por favor Vladimir, lleva a la señorita a su casa y encárgate de que llegue a casa en perfectas condiciones.

Tras estas palabras y darme un cálido beso se despidió, quedando totalmente desnuda, sin importarle que el gigante rubio estuviera delante. Mientras tanto, el chico seguía tumbado mirándonos con una sonrisa. Me sorprendió que a pesar de tener el rabo totalmente duro, pno hacía ni el intento de tocárselo, y solo recogía nuestros flujos de su pecho y los lamia con gusto.

Tolo se quedó asombrado cuando me levanté y le dejé con la polla totalmente dura mirando al techo. Nunca lo dejaba sin correrse, aunque fuera con una paja mientras le decía guarradas al oído, o le comía los huevos. Pero siempre lo dejaba descargadito. Seguía mirando incrédulo como cogiendo la ropa interior de la cómoda me dirigía al baño.

-          Pero ¿me vas a dejar así? – dijo dándole un golpe a su rabo, que apenas se movió indicando lo dura que estaba.

-          Llego tarde al trabajo. Hoy llevas tu a la niña al cole, que estas de tarde y ya estas despierto. – Dije riéndome, escuchándolo maldecirme. – Y sino, pídele al tal Jaime que te haga una paja él. No dejabas de nombrarlo en sueños. – Y me reí más todavía tras sentir un portazo que asusto a nuestra hija que empezó a llorar. Parecía que se había cabreado.

En la ducha seguí pensando en la pareja que conocí aquella noche. Y en la tarjeta de visita que me dio el tal Vladimir, después de traerme en coche. La tenía guardada en mi cartera desde aquel día, no se porqué la verdad, ya que tenía claro que aquello fue una experiencia de una noche.

No pude evitar sonreír al recordar a Vladimir. Como me abrió la puerta de atrás del coche, y yo no quise ir como si fuera mi chofer y me senté en el asiento de copiloto. No fue la mejor idea, porque la situación era de lo más incómoda. No sabía si era mudo, o no sabía español, aunque ella le había hablado en español, con lo cual descarté esa opción rápido. Además, el tío tenía un empalme que su apretado pantalón no dejaba disimular. Llevaba todo el camino intentando colocarse ese pollón que no encontraba acomodo, y por el tamaño, era una misión imposible.

Ante la incomodidad de ir con ese hombre de mirada gélida, intenté sacar conversación.

-          Vladimir, ¿cómo se llaman los… señores? – Dije sintiéndome un poco ridícula por la pregunta y por tener que llamarlos así.

-          Eso debería habérselo preguntado usted, creo que tienen bastante confianza. – Dijo con un marcado acento sevillano.

Vladimir, se empezó a descojonar al ver mi cara de incredulidad. Su rictus cambió, y su cara se dulcificó con una sonrisa.

-          Perdona, pero es que los jefes prefieren que no hable, y que mantenga una imagen de matón ucraniano.

-          O sea, que de Vladimir no tienes nada. – Dije todavía sorprendida.

-          Bueno, es un apodo, todo el mundo me llama así desde pequeñito.

-          Vaya, y a ¿que se dedican los señores?

-          Eso también debería preguntárselo a ellos.

-          Vaya, eres una gran fuente de información. Y sabes cómo hacer sentirse cómoda a una señorita. – Le recriminé, ante su cara de disgusto.

-          Yo no quería hacerla sentir incomoda, es solo que no me dejan… - Su disculpa fue cortada por mi risa, siempre he sido malísima haciendo este tipo de bromas. – Vale, vale, me lo merecía. – Y se rio más relajado.

-          De todas maneras, no voy a volver a verlos.

-          Vaya, sería una pena. – Dijo algo zalamero, mirándome de reojo.

-          Bueno, ya tienes bastante con la señora. Y ella con eso… – Dije mirándole el paquetazo. – Puedes dejarme un poco antes, no quiero que mis vecinos me vean bajar de este coche.

-          Claro, señora, lo que usted diga. – Dijo volviendo al trato cordial.

Estacionó a un par de manzanas de manzanas de mi casa, buscando un garaje para poder parar a abrirme la puerta. La verdad es que sienta de maravilla que de vez en cuando la traten a una como una señora.

-          Muchas gracias, Vladimir. Me he sentido muy cómoda en el viaje. – Le dije bromeando.

-          El placer ha sido mío. Aunque me ha dicho que no la volveríamos a ver, la señora me ha pedido que le dé una tarjeta. – En la tarjeta solo había un número de teléfono. Y por detrás una marca de pintalabios, que sin duda había realizado la misteriosa morena.

-          Encantada. Y no seas muy dura con la señora, se lo que es aguantar ese calibre. – Estaba claro que todavía estaba borracha.

-          Por eso puede estar tranquila. – Se acercó a mi oído y me susurro. – Este calibre es para el señor.

Yo me quedé flipando, viendo como él rodeaba el coche y se montaba con ese rictus serio que armonizaba con su físico. La noche no dejaba de darme sorpresas.

De camino al trabajo, volví a sacar la tarjeta con el número de teléfono y la marca de pintalabios. Aunque acababa de tener uno de los mejores orgasmos de los últimos años, volví a mojar las bragas al pensar en la misterios morena, su novio y el enorme Vladimir.