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Durmiendo con el enemigo

en No Consentido

DURMIENDO CON EL ENEMIGO

Por: Horny

 

I

Acabo de matar a tu marido.

Escuché la aterradora frase sentada en el piso de mi cuarto junto a la cama matrimonial. La voz, al otro lado del teléfono pronunció las seis palabras mortales y luego calló. El teléfono se escurrió de mis manos y cayó entre mis piernas a la vez que un temblor incontrolable recorría todo mi cuerpo. No lo podía creer, no podía ser cierto, esas palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza dolorosamente, no podía ser cierto. Pero lo era… mi ex amante acababa de decirme que había matado a mi marido.

 

II

Cuando conocí a Daniel seis meses atrás mientras trotaba por el parque llevaba casada 5 años con Carlos. Él sencillamente me abordó y comenzó a correr a mi lado. A mi se me hizo simpático y entablamos una conversación e incluso le permití acompañarme un tramo. No acostumbro hablar con extraños pero Daniel tenía cara de ángel y se veía decente, no como esos tipos libidinosos que a veces me piropeaban cuando iba por la calle. Paramos un momento a descansar y el me invitó enseguida a tomar algo. Yo me negué amablemente, una cosa era un encuentro casual y otra aceptar una salida con un desconocido.

Al día siguiente lo encontré de nuevo. Yo acostumbraba trotar en el mismo lugar y a la misma hora 6 días a la semana; en eso era muy metódica. Era sábado y había tenido la bronca del año con mi marido por lo que, sin ganas de volver a casa temprano acepté ir con Daniel a una cafetería cercana. Lo que inicialmente iba a ser solo un café se convirtió en tres tazas y un rato después en un almuerzo en un lugar de comida vegetariana. Aproveché esta ocasión para detallarlo mejor, era un hombre muy corpulento, vestía muy bien pero lo que mas me llamaba la atención era su rostro, de esos que parecen no romper ni un plato. Supongo que ese rostro fue el que me animó a confiar en él, es algo que suele pasar.

Llegué a mi casa a eso de las 3 de la tarde y me fui directamente al baño donde me encerré bajo llave. Mi esposo por suerte estaba en la biblioteca y no se percató de mi llegada. Me metí en la tina y solo hasta ese momento fui conciente de lo que había pasado ese día. A mis 25 años nunca había salido con un hombre que no fuera mi marido, ni aún cuando éramos novios. Él había sido mi único hombre en todo sentido. Así pues, no me explicaba como había pasado buena parte del día en compañía de uno que apenas conocía y lo peor de todo es que la había pasado muy bien, como si lo conociera de toda la vida.

Al día siguiente no ví a Daniel, salí desde temprano con mi esposo pues la noche anterior nos habíamos reconciliado entre las sábanas. Las broncas con él nunca duraban más de 24 horas. Sin embargo Daniel me llamó al móvil mientras mi esposo y yo cenábamos.

Hola preciosa, solo quiero decirte que pensé en ti todo el día.

Esta llamada me puso nerviosa. Colgamos al tiempo y Carlos mi marido me dirigió una mirada de reojo pero no me preguntó nada. Más tarde supe que había estado husmeando mi teléfono buscando el número del cual me habían llamado. Era terriblemente celoso y por esta causa discutíamos mucho, me celaba hasta con los miembros masculinos de mi propia familia, era realmente desesperante. Pero lo amaba con locura y le perdonaba todo porque se dedicaba a mí en cuerpo y alma.

Yo tenía un trabajo de medio tiempo, por las tardes, con una firma de abogados por lo que la mañana la dedicaba al arreglo de la casa y a mi misma. Mi esposo almorzaba fuera por lo que yo no hacía mayor cosa en el hogar.

 

III

Llegó una nueva semana y con ella un nuevo encuentro con Daniel. Cuando lo ví casi lo esperaba y como ya se estaba volviendo costumbre trotamos juntos y luego fuimos a tomar el café con galletas de la media mañana. Aquel día conversamos mas profundamente, me contó cosas de su vida que según el nadie mas sabía; y yo le creí todo…

Me pidió que almorzáramos juntos de nuevo a lo cual me negué amablemente. Me despedí rápidamente y me fui a casa. Me sentía sexualmente atraída hacia Daniel y por lo mismo debía evitarlo. Nunca había pensado en serle infiel a mi marido físicamente hablando y esta no iba a ser la primera vez. Debía poner distancia entre Daniel y yo, tratarlo simplemente como un amigo, pero aunque fuera así estaba segura que si Carlos se enteraba me armaría un problema de padre y señor mío.

Pasaron los días y seguía disfrutando la compañía de Daniel en las mañanas e incluso el café pero me negaba a permanecer mas tiempo con el, rechazaba sus invitaciones a almorzar o a ir a otro lugar que no fuera el café de siempre donde me sentía a salvo de el y de mi misma.

Un día de tantos me dijo:

Te invito a cenar esta noche. ¿Qué dices?

Daniel, tu sabes que no puedo salir de noche – le respondí.

Vamos Camila, eres su esposa pero no su prisionera. Además es solo una cena, ni que fueras a ponerle los cuernos conmigo – dijo con una mirada sugestiva.

No quisiera tener que mentirle a mi marido.

Pues no le mientas, no veo nada de malo en el hecho que salgas con un buen amigo como yo – me dijo esbozando una gran sonrisa mostrándome unos dientes blanquísimos.

Es que tu no conoces a Carlos, el es extremadamente celoso y no está acostumbrado a que yo salga con otro hombre por muy buen amigo que sea.

Entonces llevémoslo con nosotros – bromeó. En serio, deberías hablar con el y decirle simplemente que necesitas tu espacio, salir con otras personas pero no por eso has dejado de amarlo.

Hablas como un terapeuta – le contesté entre risas. Está bien, la peor diligencia es la que no se hace. Pero no te prometo nada, llámame a las 6 p.m. y te confirmo.

De acuerdo Camila, espero que el troglodita de tu marido te de "permiso" de salir con este monstruo devorador de esposas oprimidas – bromeó de nuevo.

Eres un tonto Daniel, pero me caes bien.

Nos despedimos allí porque aunque el insistió en acompañarme a mi casa eso me parecía demasiado. Trabajé toda la tarde como de costumbre pero no puedo negar que todo el tiempo estuve pensando en Daniel, me parecía un tipo muy divertido y atractivo, aunque mas que atractivo era bello y aunque no fuera precisamente mi tipo irradiaba un magnetismo que me atraía sin remedio y hacía que no pudiera concentrarme.

 

IV

Salí temprano del trabajo ese día y me fui para mi casa. Mi esposo llamó para decirme que se demoraba hasta más o menos la media noche. Él sin saberlo me estaba facilitando las cosas para salir con Daniel, ya no tenía excusas para negarme a cenar con él así que lo llamé rápidamente antes que me arrepintiera y acepté su invitación a salir e incluso le dije donde podía ir a buscarme, le di la dirección de mi casa sin caer en cuenta de lo que eso implicaba.

Una hora después Daniel pasó por mí. Ese tiempo fue más que suficiente para que yo me duchara y me pusiera un hermoso vestido aún sin estrenar que había comprado para una ocasión especial. Quería gustarle a Daniel, ya no me iba a mentir mas diciéndome que no iba a pasa nada. A esas alturas era conciente que podía pasar cualquier cosa entre los dos, que esa muy seguramente iba a ser nuestra noche, la noche en que a mi marido le iban a salir un par de cuernos, en que tendría motivos más que justificados para celarme aunque no lo supiera.

La cena transcurrió sin novedad, la comida deliciosa al igual que la charla. Daniel no podía separar la vista de mi escote y eso me excitaba. Bajo la mesa más de una vez rozó como por accidente mis rodillas descubiertas y cada roce era como una caricia que me electrizaba.

Cuando estábamos en el postre me dijo algo que me dejó fría.

Camila, quiero hacerte mía esta noche.

Lo dijo así, sin más. Con cualquier otro y en otra circunstancia a lo mejor habría respondido con toda suerte de improperios pero esa petición la esperaba y hasta le daba las gracias mentalmente por haber sido franco, por evitarnos dar mas rodeos cuando ambos sabíamos cómo iba a terminar la noche.

Yo simplemente hice un movimiento de cabeza, él pidió la cuenta y salimos. El viento helado me golpeo y Daniel me rodeó protector con sus brazos. Sin ser yo de baja estatura le llegaba a Daniel a los hombros a pesar de los altos tacones que llevaba.

Nos dirigimos a su coche y sin decirnos nada fuimos a su apartamento. No bien cerró la puerta se abalanzó sobre mi como una fiera en celo lo cual me molestó un poco. Ante todo soy una mujer romántica y esa manera brusca de tratarme me dejó helada.

Daniel… - comencé a decirle tratando de liberarme de su boca que oprimía la mía – Daniel… espera un poco, vamos a tu alcoba.

El ni me contestó concentrado como estaba en besarme cara, cuello y hombros. Sus manos ya se deslizaban intrusas bajo mi vestido acariciando mis nalgas, cintura y espalda.

Me tomó en brazos y me llevó hasta el sofá más grande de la sala. Yo estaba aterrada, las cosas no estaban saliendo como las imaginaba. Había pensado que el sería tierno, delicado y amoroso, tal como su rostro me decía que sería y al contrario, estaba actuando como el mas monstruoso de los seres.

Daniel – comencé de nuevo – no tan rápido, con calma, tomemos una copa primero, no hay prisa.

Él prácticamente no me dejaba ni hablar ni respirar atropellándome con sus besos apasionados en extremo, queriendo devorarme. Su boca parecía crecer en mi rostro abarcando la mía, atrapando mi mentón, mi nariz hasta casi sofocarme.

Intenté quitármelo de encima mas de una vez sin éxito, pesaba una tonelada y estaba decidido a "hacerme suya" literalmente como lo había dicho en el restaurante, nada de hacerme el amor ni de ser considerado, quería que tuviéramos sexo como un par de animales.

No Daniel – le dije casi suplicando – para, detente…

Sus enormes y torpes manos buscaron el cierre trasero de mi vestido y al no encontrarlo deslizó la prenda hacia abajo. Por suerte bajó casi sin dificultad. Se incorporó y me sacó el vestido por los pies. Quedé en ropa interior, una muy bonita de encaje que me había puesto para la ocasión imaginando que él tal vez la encontraría sexy. Pero él parecía no verla, parecía cegado, se había transformado de repente y solo me veía como un coño con un cuerpo que le servía para transportarse.

Y pensar que yo había creído que le gustaba, que le atraía como mujer… ahora me daba cuenta que como había sido yo igual podía haber sido otra; tal vez yo era la mas ingenua, tal vez no era la única que había sucumbido a sus encantos, la única que iba a ser víctima de violación en ese lugar. Si, violación, porque una violación no es solo que te tomen por la fuerza en la calle o en una fiesta cuando estas bebida, no, violación es cuando dices "¡para!, ¡detente!" y no se detienen…

Él comenzó a desnudarse sin perder tiempo, la camisa, el pantalón, luego su ropa interior. Una verga enorme me dejó casi sin aliento… este hombre me iba a matar con ella, me iba a perforar. En ese momento sentí miedo y comencé a sopesar las posibilidades. Nada de lo que hiciera o dijera iba a servir, el era mas fuerte, mas alto, mas grande y como si fuera poco tenía la sartén por el mango pues yo le estaba poniendo los cuernos a mi marido, estaba en desventaja.

Me quedé quieta, lo único que podía hacer era no colaborar, jugar a la vaca muerta y dejarlo hacer. Me estaba llevando la decepción de mi vida.

Mi hermosa ropa interior voló y Daniel se lanzó de inmediato sobre mí, de la cabeza a los pies aplastándome. Me besó de nuevo abriéndome la boca con la lengua y metiéndomela hasta el fondo. Luego lamía y relamía mi cara, mentón, mejillas, cuello y orejas. Sentía asco, nunca me había mi marido tratado de esa manera, con esa posesión, con esa fuerza. Juro que trataba de disfrutar y no lo lograba, mi vagina estaba seca por más que mi mente le ordenaba lubricarse y prepararse para la inevitable penetración de ese enorme miembro.

De mi cuello pasó a mis tetas, yo permanecía inmóvil aunque confieso que cuando pasó su lengua por mis pezones me ericé un poco. Mi mente se negaba a disfrutar pero mi cuerpo comenzaba a reaccionar a su antojo como mente y cuerpo no tuvieran nada que ver. Pensé que así sería mejor, que sufriría menos, que me dolería menos física y moralmente.

Sus besos en mis tetas se convirtieron en mordiscos, todo era una nueva experiencia para mí, no sabía en conclusión si me gustaba o lo aborrecía. Sentimientos encontrados se agolpaban mientras la boca de Daniel halaba mis pezones, sus manos me tomaban las nalgas y me empujaban hacia él. Sentía su verga enorme apoyada en mi raja, frotándose contra ella, lubricando con movimientos fuertes la entrada. El glande luchaba por entrar sin conseguirlo. Me separó las piernas a todo lo que daban e introdujo uno a uno sus dedos tanteando el terreno. Tres de sus dedos lograron entrar y abrirle campo a su verga que no quería esperar más.

Comenzó a penetrarme mas rápidamente de lo que hubiera deseado. No dolía demasiado pero si me sentí violada en ese momento, ultrajada, mas manoseada que nunca. Daniel parecía disfrutarlo demasiado, estaba transformado, su rostro casi convulsionado, sudaba.

Comenzó a moverse no bien su verga hubo ocupado por completo mi vagina, cada embestida suya era un dolor punzante para mí, en el cuerpo y en el alma. Él parecía no darse cuenta de lo que me pasaba o no le importaba que era lo mas seguro. Del gentil hombre ya no quedaba nada.

Minutos después seguía bombeando, tenía una resistencia sofocante. Yo quería que todo terminara pronto y este hombre no tenía intenciones de acabar. Sus movimientos eran bruscos, salvajes y confieso que logró arrancarme un par de orgasmos mientras seguía como si nada.

Al fin, cuando yo había perdido toda esperanza se derramó en mi interior soltando un gemido como de fiera herida, tembló de pies a cabeza y se desplomó sobre mi menudo cuerpo.

A medida que su respiración se normalizaba su verga iba adquiriendo el tamaño de la relajación e iba saliendo lentamente de mi cuerpo. Apenas salió se incorporó y se sentó a mi lado. De nuevo en su rostro vi que era el Daniel de siempre, el que con su dulce cara me convencía de lo que fuera.

Perdóname – me dijo.

Yo me quedé muda, bonito el momento de hablar, de sentirse apenado, cuando ya todo había pasado, cuando me había magullado hasta el cansancio, cuando había dejado mi vagina tan dolorida por la fricción que apenas podía cerrar las piernas.

Traté de incorporarme con cierta dificultad pues aún sentía su peso sobre mi cuerpo y su verga en mi interior. En el sofá había quedado una mancha delatora. Yo continuaba sin decir palabra, las palabras sobraban en ese momento, ¿qué podía decir?

Camila, dime algo – me imploró mirándome a los ojos.

¿Qué quieres que te diga Daniel? – le pregunté notando mi voz extraña, como si fuera otra persona la que hablaba en mi lugar.

Camila – prosiguió él – se que no tengo justificación pero quiero explicarte lo que pasó.

Yo comencé a vestirme, esto era más de lo que podía soportar. El muy canalla ahora pensaba que podía haber una explicación para la forma tan burda como me había… ni siquiera sabía como llamar a lo que me había hecho.

Ahorra saliva Daniel – le dije sin mirarlo de nuevo.

Camila – la forma como te hice el amor…

¿Hacer el amor? – dije horrorizada – ¿a que le llamas tu hacer el amor? ¿a tomar un cuerpo y hacer de el lo que quieras? Bonito concepto tienes tú del amor, estás loco Daniel.

Bueno… - dijo el titubeando ahora – la forma como estuve contigo… esa es la única manera que tengo de alcanzar el orgasmo. De otra manera no puedo.

Me dejó sin habla de nuevo.

Es verdad Camila – prosiguió – el tomar a una mujer por la fuerza es lo que más me excita en el mundo, el verla abatida, indefensa, el sentir que la estoy forzando es la única forma que conozco de sentir placer.

Daniel – le dije ya vestida e incorporándome – esta conversación termina aquí y ahora. Lo que acabas de decirme es tan absurdo como tú. Sobra decirte que no quiero volverte a ver.

Camila – me dijo – tu no puedes dejarme, por ninguna mujer había sentido lo que siento por ti, te amo.

Estas loco Daniel – le dije mirándolo cada vez mas asombrada – de antemano sabías como eran las reglas del juego. Yo creía saberlas y mira lo que pasó, lo merezco por tonta, pero seguir con esto, primero muerta.

Daniel enloqueció con mis palabras, me tomó de nuevo por los hombros y me rasgó el vestido. Intenté gritar y la voz no me salía, había subestimado a Daniel, le había apostado a la idea de irme ofendida con él, esperando que lo entendiera y había perdido. Debí haber sido mas táctica con el fin de marcharme a salvo pero al no poder coordinar mis ideas lo único que había conseguido era enfurecer a un hombre de casi dos metros y enfermo sexual para completar…

Estaba aterrada, incluso temí por mi vida, este hombre de nuevo se había enceguecido, tenía los ojos vidriosos y una expresión indescriptible.

Me quitó las medias de liguero, cosa que no había hecho antes y con ellas para colmo me amarró las manos al igual que los pies. Mi situación no era nada agradable, podía pasarme cualquier cosa….

CONTINUARÁ…

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