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Novicia

en Lésbicos

NOVICIA

Por: Horny

I

Mi seguimiento para iniciar el largo camino religioso comenzó siendo muy joven. Por esa época, hace ya tantos años… estaba a mitad del bachillerato en un colegio de monjas. Si mal no recuerdo, esa inquietud nació en mí a raíz de un desengaño amoroso… uno de los muchos que tendría a lo largo de mi vida. Un día cualquiera, en medio de una crisis existencial a mitad de una clase, me excusé alegando dolor de cabeza y salí hacia la enfermería. En el pasillo me encontré con Sor Emilia a la que cariñosamente llamábamos Milita quien al notarme descompuesta me tomó del brazo y me llevó a su oficina. Eso no era algo anormal; en ocasiones pasaba mi hora del descanso charlando con ella de diversos temas, de las materias, de los profesores. A lo mejor era por eso que Milita me caía tan bien, porque con ella me sentía comprendida en esa edad tan difícil, cosa que no ocurría con mis padres. O a lo mejor era porque Milita era una de las monjas más jóvenes, pues era solo tres años mayor que yo y apenas iniciaba su noviciado. Ella colaboraba con las monjas del colegio como ayudante de tesorería y por eso tenía su propia oficina que no era muy grande pero si confortable, con un escritorio, equipo de oficina y un gastado sofá de cuero que ocupaba buena parte del espacio.

Ese día en particular le comenté a Milita mi deseo de ser monja como ella. Al principio le causó gracia... incluso me dijo que de todas las estudiantes que conocía yo era de las últimas que ella pensaría tuviera esa vocación, que yo era diferente y tenía una especie de fuego y de picardía inusuales. Lo tomé como un halago y con la mayor seriedad posible le manifesté que mis intenciones eran serias, que era una mujer espiritual, que el mundo y sus cosas me parecían algo banal y que como la admiraba tanto quería parecerme a ella. Se sonrojó un poco ante mi halago y entonces le tomé la mano y la miré fijamente con mis enormes ojos castaños. Pareció turbarse un poco pero no le di mayor importancia. Después de despedirme me marché a mis clases.

Parte de mi seguimiento consistía en charlas semanales con Milita o con otras monjas ya fueran novicias o monjas ordenadas. Estas charlas trataban de diversos temas y eran más que todo con el fin de indagar en mi vocación para que al momento que iniciara mi noviciado fuera una decisión tomada y estuviera 100% segura del paso que iba a dar. Después de todo se trataba de algo para toda la vida... o eso pensaba yo en ese momento.

Como era de esperar, las charlas más amenas eran con Milita porque hablábamos de todo menos de mi vocación y no era porque este tema no me interesara sino porque me divertía mucho esos momentos que pasaba con ella. Me parecía tan buena, tan linda... a veces no comprendía como una mujer tan hermosa había terminado cubierta por un largo y oscuro hábito que ocultaba sus formas que se adivinaban voluptuosas. Yo aún no tenía cuerpo de mujer y fantaseaba pensando con tener unas tetitas grandes y de pezón oscuro... ocasionalmente me miraba en el espejo, desnuda  e imaginando como llegarían a ser... pero luego desechaba esos pensamientos por considerarlos pecaminosos teniendo en cuenta el camino que había decidido tomar.

- Milita - le pregunté un día - ¿por qué decidiste ser monja?

No me respondió y en lugar de eso me cambió el tema y yo olvidé mi pregunta durante algunas semanas. Transcurrido aquel tiempo le pregunté de nuevo y ella me dijo que prefería no hablar de eso por ahora, lo cual me pareció muy extraño. Comencé a pensar que Milita ocultaba algún oscuro secreto en su corto pasado pero por más que me rompí la cabeza pensando no logré imaginar nada convincente para mi enorme curiosidad. Tal vez por eso decidí insistir una vez más.

- Milita, siento mucha curiosidad, por favor cuéntame, dime cual es el gran misterio.

- Marcela, por favor déjame en paz, algunas cosas es mejor no recordarlas.

Después del incidente, Milita se alejó un poco de mi e incluso llegué a pensar que me evitaba. Eso me dolió muchísimo porque ella se había convertido en parte de mi vida y sus charlas en lo mejor que me pasaba en el día. Transcurrieron algunos días hasta que fue imposible resistirlo por lo que fui a buscarla y al borde del llanto le pedí que me perdonara, que si quería no le volvía a preguntar nada de su vida pasada pero que no dejara de ser mi amiga, pues así la consideraba, una amiga, tal vez la mejor que tenía. Una vez superado el impase las cosas volvieron a ser como antes aunque no puedo negar que tenía que morderme la lengua para cumplir mi promesa de no preguntarle cosas, pues la curiosidad me carcomía. Yo quería saberlo todo de ella y por más que la sentía cercana a mí también notaba una barrera entre nosotras, era como un halo de misterio que me volvía loca, que me hacía querer indagar más y más... y paradójicamente era lo único que no podía hacer.

Transcurrió un año en el cual maduré mucho, física y mentalmente, así como maduró mi relación con ella. Mi colegio tenía la modalidad de semi-internado por lo cual yo pasaba gran parte del día en el mismo, primero en clases, de 8 am a 3 pm y posteriormente en diversas actividades ya fueran artísticas o académicas, de 3 pm a 8 pm hora en que tomaba la ruta o pasaban a recogerme para llevarme a casa, aunque debo confesar que prefería estar en el colegio pues la relación con mis padres era cada vez peor y luego de tantos años de ser hija única ellos habían decidido darme un hermano al cual no toleraba.

La vivienda de las monjitas quedaba en la parte trasera del colegio y para acceder a ella debía atravesar un sendero angosto y empedrado con rosedales a ambos lados. Curiosamente a esas alturas aún no conocía el lugar y aquel día, viernes a las 4 pm, estaba aburrida y cansada de una larga semana por lo que se me ocurrió ir a darme una vuelta por allí. No estaba explícitamente prohibido ni mucho menos, era más bien algo tácito.... simplemente todas nosotras sabíamos que no debíamos acercarnos por esos lados. Sin embargo como mi nivel de confianza con ellas era alto, decidí ir a dar un vistazo y esperaba que con suerte encontraría la habitación de Milita y me invitaría a conocerla. Al llegar a la puerta de entrada la encontré cerrada con llave lo cual me contrarió un poco. Decidí entonces rodear el lugar, con el corazón a mil y esperando que nadie me viera.

El edificio de tres pisos con ladrillo a la vista constaba de innumerables ventanitas de idéntico tamaño y por algún comentario efectuado por Milita alguna vez, sabía que su habitación quedaba en el primer piso. El acceso a las ventanas no era fácil pues no había sendero alguno bordeando el edificio, solo rosedales hasta donde alcanzaba la vista. Mi faldita del uniforme no era el atuendo más apropiado para caminar por allí, es más, yo no debería estar allí y las espinas de las rosas me lo recordaban a cada momento. Caminé unos treinta metros sin éxito, aunque caminar es un decir porque más bien parecía arrastrándome por el muro. Cada habitación parecía una réplica de la anterior y no se alcanzaba a ver mucho porque la ventana era bastante alta. En un par de ellas me llevé un buen susto porque se encontraba la dueña del habitáculo en momento de oración o tomando una siesta... afortunadamente de espaldas a la ventana. En todo caso me sentía en cierto modo segura de no ser descubierta porque apenas si se alcanzaba a ver mis ojos desde adentro.

Un par de resbalones después, estaba a punto de devolverme, cuando llegué por fin a la habitación de Milita. Supe en un primer momento que era su habitación porque en el vistazo inicial alcancé a ver una fotografía suya en la pared junto a una mujer que supuse sería su madre, por la edad y el parecido... pero fue solo un primer vistazo a la esquina superior derecha de la habitación. Me moví un poco más y cuál no sería mi sorpresa cuando vi a Milita completamente desnuda y tumbada sobre la cama... casi me voy de para atrás. Mi primera impresión fue esconderme, luego pensé en marcharme.

Tenía miedo de volver a mirar y que ella se diera cuenta que la había visto pero pudo más las ganas de ver detenidamente su cuerpo lo que me impulso a agarrarme de nuevo de la ventana y mirar al interior de la habitación esta vez hacia el lado izquierdo donde estaba la cama. Me moví centímetro a centímetro y poco a poco comencé a ver su cuerpo, primero sus pies, luego sus pantorrillas, el resto de sus torneadas piernas, su cuquita... o Dios mío... se estaba acariciando... me agaché de nuevo en medio del rosedal pinchándome con una espina. Fue entonces, allí agachada cuando empecé a escuchar el sonido más excitante que había escuchado en mi corta vida; era el sonido de sus dulces gemidos de placer. - Qué delicia - pensé - me encantaría estar junto a su cama sin ser vista y poder observarla a mi placer, dándose dedito y acariciando su cuerpo....

Me conformé con asomarme de nuevo a la ventana lentamente igual que al principio y comenzar otra vez el recorrido de mis ojos por su cuerpo. Esta vez me aventuré a mirar un poco más y logré ver sus senos, más grandes que los que había imaginado y para mi sorpresa los miré con deseo y no con curiosidad. Luego observé su rostro convulsionado por el placer, sus ojos entrecerrados mientras se mordía los labios, sus dedos acariciando su deliciosa cueva... cada vez más rápido, su otra mano palpando sus deliciosas tetas, pellizcando los pezones que a esas alturas me moría por probar. Una parte de mí quería marcharse de inmediato y la otra parte, afortunadamente más fuerte, estaba como sembrada allí y no podía dejar de mirar el delicioso espectáculo que se ofrecía solo para mi deleite.

En ese momento no había espectadora más afortunada. Su orgasmo llegó poco después, ella parecía tener prisa, la devoraba un afán y un fuego que no le conocía, su cuerpo brillaba por el sudor, incluso su cabello que tampoco conocía pues lo llevaba siempre cubierto. Lo imaginaba corto pero era larguísimo, castaño y caía en suaves ondas sobre su piel dorada. En ese momento me pareció la mujer más hermosa que había visto, así con el pelo revuelto, excitada, con la espalda arqueada sobre la cama y todo su cuerpo convulsionando en pequeños espasmos de placer. Pronto esos cortos espasmos se convirtieron en sollozos. No podía entender lo que pasaba, ella se volvió de espaldas a la ventana y leí en su cuerpo el inconfundible movimiento del llanto... Cuanto hubiera querido consolarla. Minutos después se incorporó y por unos segundos la perdí de vista. La vi de nuevo con una pequeña fusta en la mano.

- ¿Qué se propone? - pensé.

Muy pronto lo averiguaría....

II

Más tarde en mi casa, comencé a recapitular uno a uno los momentos vividos. Primero tomé una larga ducha recorriendo mi cuerpo lentamente con el jabón… cerré los ojos pensando en ella, recordando su forma de tocarse, la manera tan deliciosa en que llegó al orgasmo y luego cuando tomó la fusta y comenzó a azotarse mientras gritaba de dolor, como castigándose y sintiéndose culpable por haber sentido ese placer. Había leído alguna vez que a veces el dolor psicológico se hace tan difícil de manejar, que se opta por dañar al cuerpo en un intento de controlar la situación, pero nunca lo había visto. Me sentí mal por ella porque yo nunca, hasta ese momento, había pensado que tocarse era algo pecaminoso, al contrario, era algo que yo hacía a menudo y disfrutaba enormemente.

En ese entonces aún era virgen e imaginaba cómo sería sentir que alguien hacía ese delicioso trabajo por mí. Imaginé que mis manos dejaban de ser mías para convertirse en las manos de Milita y que me tocaban a mí tal como se había tocado ella... incluso pensé que era a mí a quien azotaba y no a sí misma. Me puse una bata y salí del baño con una calentura enorme. Aparté la bata lentamente para verme en el espejo de cuerpo entero. En el último año mi cuerpo había cambiado bastante; ahora era más curvilíneo, por fin tenía caderas, cintura, un culito delicioso y unas tetitas nada despreciables, que si bien no eran tan grandes como las de Milita resultaban bastante provocativas.

Tenía el cabello húmedo y revuelto y los labios rojos, curvados en una expresión pícara. Seguí tocándome frente al espejo, observando mis gestos espontáneos de placer, como si fuera ella la que me observara y se excitara mirándome, así como yo me había excitado mirándola a ella. Quería provocarle ese mismo placer que yo sentí al verla... que poderosa me sentiría... tocándome, poniéndola cada vez más y más caliente y que ella no pudiera tocarme a mí... La bata cayó al piso, me agaché a recogerla y al hacerlo quedé pegada al espejo; lo lamí y besé mi propia imagen reflejada. Noté en ese instante que mi puerta estaba sin seguro así que de un brinco la aseguré y me tendí en mi cama con uno de mis juguetitos, un pequeño vibrador de quince centímetros. Me acaricié la cuquita con él, cuidando de no introducirlo demasiado... no quería perder mi virginidad con un aparatito de esos, no en ese momento. Me toqué más que todo por fuera, mi palpitante clítoris... que estaba gordo, mojado, inflamado de ganas. Retiré el vibrador un momento... estaba a punto de llegar al orgasmo... nunca me había pasado tan rápido pero es que con esas imágenes en mi cabeza era poco menos que imposible no calentarme.

En mi mente se libraba una batalla. Una parte de mí pensaba en la pureza que debería acompañar la vida religiosa, pensaba en una vida sin deseos carnales… y a la vez era consciente de lo imposible de todo eso pues los humanos somos animales también y como tales poseemos instinto sexual, ganas, deseos, curiosidad, nos gusta tocar y que nos toquen, observar y ser observados, nos gusta lamer, jugar, sentir, ya sea a nosotros mismos o a otro ser humano... y el que lo niegue se está castrando mentalmente y se está perdiendo de enormes placeres. Luego pensé que a lo mejor todo ese deseo de ser monja era simplemente para estar cerca de ella, que siempre me había gustado y hasta ahora me daba cuenta. No, a mí me gustaban los hombres, era lo correcto desde todo punto de vista anatómico, social y cultural... por lo menos en mi entorno, aunque la verdad poco me importaba lo que otros consideraban o no correcto, simplemente me negaba a creerlo en ese momento. Afortunadamente era viernes y tenía todo un fin de semana para calmarme después de todo lo visto, escuchado y pensado. No me sentía capaz de mirar a Milita en ese momento pero tampoco contaba con que el fin de semana se me haría tan largo.

No tuve que esperar mucho tiempo el lunes para volver a verla. A la segunda hora de clase tuvimos un examen y Milita tuvo que cuidarnos durante casi una hora. Yo estaba ubicada en la última fila y podía observarla sin que nadie se diera cuenta… pero obviamente no la podía mirar como antes; podía estar vistiendo su hábito como siempre pero yo la veía sin nada encima. Milita notó que la miraba y me sonrió completamente ajena a lo que yo sabía. Ahora ella no era la única que tenía un secreto...

III

Me estaba enamorando de mi mejor amiga, o por lo menos la deseaba. Esa ya era una verdad que ni siquiera me cuestionaba a esas alturas. Comencé admirándola, deseando ser como ella… luego vinieron las charlas diarias y me daba cuenta que durante el tiempo que pasábamos juntos a veces ni la escuchaba, solo miraba su boca pequeña, sus gruesos labios, su nariz respingona, sus ojos castaños, sus voluptuosas formas, toda su piel, su cuerpo entero que ahora conocía palmo a palmo... Como deseaba tocarlo, pasar mis manos por sus vertiginosas cuervas, poseerla por completo, beber su néctar y a la vez sentir también sus manos en mi piel, que me enseñara a tocarme como ella sabía hacerlo...

Me moría por decirle que compartía su secreto y que deseaba compartirlo mucho más, que me permitiera mirarla desde un rincón o por lo menos espiarla como la vez pasada, que prometía no tocarla si así lo deseaba... pero tenía miedo que reaccionara mal y me quitara hasta el saludo. ¿Qué podía hacer? estaba en una situación y edad complicadas. Mis hormonas parecían gritar. Deseaba masturbarme hasta el cansancio pensando en ella pero deseaba aún más hacer el amor con ella, perder mi virginidad, mi pudor, mi vergüenza, perderlo todo y hundirme en un torbellino de placer, pero cayendo juntas, sudando y abrazadas.

Todo eso cavilaba durante mis clases, en el bus escolar, pero especialmente en la soledad de mi alcoba. Las imágenes de su cuerpo desnudo fueron material para muchas de las veces que consentí mi cuquita. No tenía más que evocar ese momento y me mojaba enseguida. Si eso ocurría en el colegio me quedaba con las braguitas empapadas durante todo el día y cuando una corriente de aire frío pasaba entre mis piernas sentía de nuevo ese frío de mi ropa interior mojada y el placer regresaba una vez más y el calor de mi vagina calentaba de nuevo mi ropa interior... y así ocurría todo el día. Era una tortura pero era deliciosa.

Decidí que si no iba a decirle nada - por ahora, porque realmente no podía - por lo menos disfrutaría y usaría lo más posible mi secreto. La espiaría cada vez que tuviera oportunidad, todos los viernes sin falta, la miraría cuando ella no estuviera viendo y seguiría en mis charlas con ella, fingiendo que todo estaba como siempre y procurando llevarla en la dirección que yo deseaba, es decir, hacia algún tema sexual. Ese momento llegó una tarde, semanas después de mi primera aventura en el edificio de las monjitas cuando la vi desnuda por primera vez. Yo había logrado disimular bastante bien y había conseguido controlar un poco mis ímpetus en parte gracias a mi masturbadita diaria. No hay nada como un buen dedo para calmarme, sosegarme y quedar relajada... debe ser por la liberación de endorfinas, y más en esa época en que lo hacía cada noche sin falta. Era viernes, el día en que todo mundo andaba como más relajado y casi nadie hacía ninguna actividad extracurricular. Por lo general nos reuníamos en grupos a charlar o tomar la siesta al aire libre si el clima ayudaba. Yo había notado que Milita usaba las tardes de los viernes para darse placer, pero ese día la retuve más de la cuenta en su oficina. Me imaginaba que de ese modo podríamos tener una charla más informal y que ella, pensando en la deliciosa tarea que la esperaba en su habitación, estaría más caliente que de costumbre.

- Milita, ¿alguna vez has estado con alguien?

Nótese que le pregunté por "alguien", sin especificar con eso ningún género en particular.

- Jejeje ¿y a qué se debe la pregunta?, eso es parte de la intimidad de cada cual ¿no crees?

- Entonces la respuesta es sí, porque si fuera que no habrías contestado sin problema ¿no? - le dije guiñándole un ojo - no te preocupes, eso no tiene nada de malo, el ser monja no te quita el ser mujer, que tengas deseos y necesidades - le dije esto último de forma muy sugestiva.

Ella pasó saliva y miró para otro lado.

- ¿O es que acaso eres de esas monjas retrógradas que piensa que el sexo es malo?

- No, no, para nada, es solo que... no se... no debería hablar contigo de esas cosas, siento como si te estuviera pervirtiendo, después de todo soy mayor que tú. 

- Te sorprenderías si supieras todo lo que yo sé, anda, dale, confía en mí, después de todo somos amigas, hablemos como tales, olvidemos que tu eres novicia y yo estoy en proceso de serlo, te juro que lo que pase aquí, aquí se quedará... quiero decir, lo que se hable aquí. 

Por dentro pensé que sería delicioso que pasara algo, pero todo tiene su proceso y contrario a la impaciencia de mi edad, para tener algo con ella tenía que ser sumamente paciente.

- Dale, cuéntame, juguemos a las preguntas y respuestas ¿te parece? así podría ser más fácil - le dije.

- ¿Sabías que eres una niña muy pilla? - me dijo riéndose - pareces más madura de lo que eres... y no sé por qué siempre me convences de todo.

Ojalá pudiera convencerte de todo - pensé - sería un gran poder y qué no haría con él.

- Está bien, pregunta - me dijo me dio resignada medio riéndose.

- ¿Eres virgen?

- Mi himen está intacto si es lo que quieres saber jejeje.

No quería preguntarle directamente si se masturbaba porque algún gesto podría delatarme así que debía ser cautelosa. 

- ¿Alguna vez te has sentido atraída hacia alguien?

- Si, un par de veces... pero aclaro que eso fue antes de decidirme por la vida religiosa.

- ¿Y estuviste con alguna persona, sin penetración obviamente... pero... desnudos, o se acariciaron o...

- Marcela por favor, a donde va todo esto - me dijo un poco nerviosa - la respuesta es no, no del modo que tú piensas,... y ahora si me disculpas deseo ir a descansar, me duele un poco la cabeza.

Lamenté mucho haber sido tan torpe. Me quedé un momento en el pasillo frente a su oficina viéndola alejarse. Después, como todos los viernes, la seguí hasta su habitación. Me asomé con cautela y vi como se despojaba de su ropa con rabia, primero el manto, luego el hábito, hasta quedar en ropa interior. Comenzó a caminar de un lado a otro en su habitación como una fiera enjaulada hasta que se fijo en la ventana.

Mierda, me vio - fue lo único que pensé... y arranqué a correr como alma que lleva el diablo de regreso a la seguridad de mi salón de clases. Una hora más tarde cuando tomaba la ruta la sorprendí mirándome tras una columna. No pude descifrar su mirada pero estaba segura que me había visto... y eso me aterraba.

IV

De nuevo un largo fin de semana, los auto cuestionamientos sin fin, las vueltas en la cama… y de nuevo el lunes que no quería que llegara, el temor, la incertidumbre…

Me encontré con Milita de frente, en la esquina antes de llegar a mi salón. Venía con otra novicia y ambas me saludaron como si nada... pero Milita me miró desafiante... o al menos eso me pareció. ¿Me estaba volviendo loca? Quería preguntarle a gritos ¿Me viste o no? me daba terror hacerlo pero a la vez quería quitarme de encima esa incertidumbre que me agobiaba.

Ese día no fui a buscarla para charlar, ni el día siguiente, ni el siguiente. El jueves, tenía que verla por fuerza, era su cumpleaños número diecisiete y siempre celebrábamos los cumples después de clases. Le partimos un bizcocho y le cantamos el ¡Feliz cumple! pero yo estaba como ausente y a ella la noté demasiado efusiva con todo el mundo, como si quisiera disimular su malestar por respirar el mismo aire que yo respiraba. Una por una, fueron pasando a felicitarla y darle un beso. Yo me acerqué y la besé en la mejilla y ella se retiró como si mi contacto la quemara. En mi interior pensé que debió sentir como el beso de Judas.

- Marcela - me dijo cuando iba saliendo del salón - pasa por mi oficina más tarde, hace rato no lo haces, voy a pensar que tratas de evitarme.

No le contesté nada, solo asentí con la cabeza, pero noté cierta ironía en su voz... o ¿de nuevo estaba imaginando cosas? Antes de pasar por su oficina fui al baño y me refresqué. Tomé impulso y salí para allá, no podía esconderme toda la vida. Golpeé la puerta y pasé. Ella estaba sentada detrás de su escritorio. Mis piernas temblaban y por un instante pensé que no iba a poder sostenerme por mucho tiempo, así que yo también me senté frente a ella.

- ¿Querías verme? - pregunté.

- ¿Qué pasa contigo? durante todo este tiempo has venido casi a diario a verme y sin invitación. Y de repente dejas de hacerlo, ¿acaso algo ha cambiado?

- No sé, dímelo tu - le dije supremamente nerviosa.

- ¿De modo que no vas a decir nada?

- No tengo nada que decir - contesté cabizbaja - es solo que supuse que seguías molesta porque te acosé a preguntas el otro día.

- ¿Eres una niña muy curiosa, no? ¿Quieres saberlo todo... o me equivoco?

No le contesté, solo quería que la tierra se abriera y me tragara.

- ¿Hace cuanto me espías? - preguntó por fin.

- Yo... no...

- No te atrevas a negarlo que yo te vi en mi ventana.

- Fue solo ese día, lo juro.

- ¡No me mientas! - me dijo casi gritando - pasaron solo unos minutos entre el momento que nos despedimos y el momento en que te vi ahí asomada mirándome. Yo nunca te dije cual era mi habitación, era imposible que llegaras tan rápido. Así que te voy a repetir la pregunta y espero que por lo menos seas sincera ¿Hace cuanto me espías?

- Milita no.... yo... lo siento mucho - le dije llorando.

- Eres una mocosa malcriada - me dijo sacudiéndome por los hombros - crees que tienes el derecho de saberlo todo, no aceptas un no por respuesta, violas la intimidad de las personas, vienes acá quejándote de tus padres, de tu hermano, de tu pobre vida, ¿qué esperas con eso? ¿Acaso que te compadezca? me burlo de tus pequeños problemas, de tus nimiedades, no sabes lo que es tener un problema real, una vida real, vives como en una burbuja, ¡despierta! ¿Todo esto es un chiste para ti? ¿Un capricho? un día te despertaste pensando "engañemos a Emilia, hagámosle creer que quiero ser religiosa, averigüemos todo de ella"

- Milita no más por favor, no sigas.

En ese momento pensé que iba a golpearme, estaba fuera de sí. Me zafé de sus brazos y salí de allí, la situación me superaba.

- Huye niña, porque no eres más que eso, una niña curiosa que no soporta escuchar la verdad.

Corrí todo lo que pude hasta los baños donde me encerré a llorar.

V

El viernes no fui al colegio, me sentía enferma y duré así todo el fin de semana. Me dolía todo el cuerpo, especialmente la cabeza. Y cada vez que recordaba las palabras de Milita me echaba a llorar. Pensé que era mi amiga y no podía creer el modo en que me había tratado. Estaba muy deprimida,... todo había acabado para mí.

El lunes me obligué a ir a estudiar, pero no quería ver a nadie. No vi a Milita en toda la semana y eso fue un alivio para mí. Me dijeron que se había ido con otras novicias a un retiro espiritual... y bien que lo necesitaba, pensé.

Regresó el viernes a medio día... siempre los viernes... no podía pasar un solo viernes sin que yo pensara en esas tardes calientes... observándola. La vi a lo lejos pero regresaba a clases después de almorzar y ya era tarde, así que me di la vuelta volviendo a mis asuntos. Esa tarde ella me buscó y a juzgar por su expresión venía con otra actitud. Sin lugar a dudas el retiro espiritual le había servido.

- ¿Podemos hablar? - me preguntó.

- Si, pero no en tu oficina, no me trae buenos recuerdos - le contesté con seriedad...

Ella me gustaba mucho, pero yo estaba muy ofendida por lo que había pasado.

- ¿Te parece si vamos a mi habitación?

Me quedé sin palabras. Hacía una eternidad que soñaba con la posibilidad de conocer de cerca su pequeño mundo.

- Pero eso sí, debe ser un secreto entre nosotras, no porque sea algo malo sino porque podría ser mal visto.

- No te preocupes, será nuestro pequeño secreto - le dije con una sonrisa de oreja a oreja pues con ese pequeño gesto había borrado todo lo malo.

Ella entró primero y se cercioró que nadie estuviera por ahí, luego me hizo una seña y yo pasé sigilosamente. Cerramos la puerta con seguro.

Por dentro la habitación parecía un poco más grande. Nos sentamos... y ella al parecer no encontraba las palabras adecuadas. Se quitó el manto y dejó al descubierto su hermosa cabellera.

- No sé por dónde empezar... - me dijo.

- Qué tal un... lo siento - le dije - es cierto que me porté mal pero... pudiste manejarlo de otro modo.

- Lo sé Marcela y no sabes cómo me arrepiento, actué por impulso, por lo general no soy así, pero hay muchas cosas que no sabes de mí.

- Cosas que tú no me has dicho, pero no te preocupes, si lo deseas no volveré a molestarte con preguntas.

- No, para nada, todo lo contrario, lo que intento decirte es que quiero contarte mi secreto, es algo que me duele mucho pero supongo que tengo que superarlo.

- Milita, no tienes que hacerlo.

- No lo hago como una obligación, quiero hacerlo, quiero demostrarte que aún confío en ti y que deseo que confíes en mí.

 - Todo comenzó hace unos diez años cuando mi papá dejó a mi mamá. Yo era muy unida a él y fue duro perderlo cuando solo tenía siete años. Pero más duro fue cuando mi mamá se volvió a casar tan solo dos años después. Ese hombre nunca me agradó, había algo en su mirada, en su modo de tratarme y de prolongar los abrazos más allá de lo debido, que me hacía sentir incómoda. A mi mamá le parecía estupendo que fuera cariñoso conmigo. Ella pensaba que me había tomado cariño, como si fuera su hija. Yo ni loca pensaba en él como un reemplazo de mi papá. No era más que el esposo de mi mamá y un extraño para mí. Sin embargo ella, ajena a todo eso, propiciaba momentos "en familia", salidas, paseos... eso era una tortura para mí.

Durante todo el tiempo que Milita estuvo hablando no la interrumpí. Fue así como me enteré de los abusos por parte de su padrastro. Nunca la penetró pero la tocaba, la acosaba, no la dejaba ni un minuto.  Al principio solo fueron roces "ocasionales", luego una caricia en las rodillas, bajo la mesa a la hora de cenar, un beso de buenas noches mientras pasaba los dedos por su pelo y así sucesivamente las cosas fueron subiendo de nivel. Entonces se hacía el idiota y entraba como por descuido a su habitación cuando ella se estaba cambiando, la obligaba a sentarse en sus piernas cuando había visita para que todos vieran cuanto quería él a "su niña"... lo que no sabían era que en esos momentos él tenía una erección y ella quedaba paralizada de terror sin saber qué estaba pasando, sin saber por qué sentía esa cosa dura y desagradable entre sus piernas... por qué el esposo de su mamá la trataba de esa manera... Lo odiaba...

- Recuerdo.... recuerdo un día - me dijo llorando - que me quedé a solas con ese monstruo. Fue a mi habitación donde yo hacía mis deberes tumbada sobre la cama. No lo sentí llegar porque estaba escuchando música a alto volumen como me gustaba. Para ese entonces tenía unos doce años. Aún llevaba el uniforme puesto... yo estudiaba en este mismo colegio... Él entró y me vio boca abajo, con mi faldita subida hasta medio muslo, sin medias... comprendo que se veían mis piernas, ya de mujer,... pero eso no le daba derecho a invadir mi privacidad ni mucho menos mirarme de ese modo... Yo solo tenía doce y él cuarenta y seis... Además era mi padrastro... era obsceno desde todo punto de vista. Comenzó a acercarse cada vez más, murmurando "mmmm... que rico" con su voz ronca... excitada.

Se sentó en mi cama y posó su mano en uno de mis muslos. Traté de zafarme pero me agarró con uno de sus brazos y me susurró que solo quería consentirme un poco, que yo era una niña muy buena y me quería mimar. Su mano comenzó a subir por mi pierna hasta encontrar el calor de mi culito. Yo estaba paralizada... él comenzó a amasar mis nalgas mientras soltaba pequeños gemidos de placer. Su verga se empalmó completamente y él... él me obligó a cogérsela por encima del pantalón. Tenía mi mano pequeña entre la suya enorme y él se estimulaba utilizándome a mí para eso. Yo estaba boca abajo aún y comencé a gritar y a gritar... pero el edredón y la música ahogaban mis gritos.... nadie podía ayudarme.

No quería mirarlo, me daba mucho asco... y a él mis gritos lo enardecían más... supongo que en medio de su locura pensaba que yo lo estaba disfrutando. Tomó mi cara entre sus manos y me obligó a mirarlo. Me puso boca arriba y se sentó sobre mí. Se... se sacó su verga y yo... yo la tuve que coger... pero debí arrancársela... no se... en ese momento tenía tanto miedo y me sentía tan humillada e indefensa que hice todo lo que me pidió.  Luego me bajó las braguitas y comenzó a acariciarme la ingle y el monte de Venus... muy suavemente eso sí... pero sus dedos eran ásperos y grandes.... Después vino lo peor... introdujo uno de sus dedos,... un par de centímetros dentro de mi cueva pequeña y caliente. Sacó su dedo un poco húmedo, impregnado de mi humedad natural. Lo olfateó, lo lamió y lo posó encima de mi clítoris. Comenzó a acariciarlo con movimientos circulares. Yo le pedía que no lo hiciera, que me dejara, pero él parecía no escucharme.

Pasó su enorme capullo por mis labios vaginales... estaba como loco... me decía en medio de gemidos que se moría por metérmelo pero que aún no, que no quería romperme por dentro pero que llegado el momento lo haría. Me asusté mucho, no podía permitirlo bajo ningún concepto. Sus caricias eran más y más rápidas... me hacía daño. Me decía que gozara pero yo no sentía ningún placer. Metió su verga enorme entre mis muslos cerrados y comenzó a pajearse entre ellos. Abrió mi blusa de par en par y me bajó el sostén dejando mis tetas al aire, las cuales tenían casi el tamaño que tienen ahora... pues me había desarrollado pronto. Las sobó como loco, una con cada mano sin dejar de frotarse contra mi cuerpo. En ese momento sentimos que golpeaban la puerta. Era mi mamá. Él le bajó el volumen a la música, me tapó la boca con una mano y le dijo que estaba ayudándome con mis tareas, que no había notado que la puerta estaba cerrada pero que ya salía. Ella....!le dijo que no había problema¡ que continuáramos tranquilos mientras preparaba la cena.

El muy infeliz me dijo que seguíamos después, que era mejor salir en ese momento para que mamá no sospechara de "nuestros jueguitos" que en realidad eran "sus cochinadas". Me dio un asqueroso beso en la boca, metiéndome su lengua hasta el fondo mientras me susurraba que era su niña y que me había portado muy bien... que me prometía que la próxima vez ambos gozaríamos hasta el final de nuestros respectivos orgasmos. Técnicamente ese fue mi primer beso… hasta eso me robó...

Estaba muy asustada... pero por fin todo había terminado... al menos por ese día. A partir de entonces las noches se volvieron una pesadilla... porque la tonta de mi madre dormía como un borracho mientras el asqueroso de su marido gateaba hasta mi cuarto. De nada me valía ponerle tranca a la puerta porque él tenía las llaves de todas las puertas de la casa y por lo visto acceso completo a mi madre y a mí. Por lo general no podía pegar el ojo pensando en qué momento iba a verlo aparecer en mi puerta. A veces me vencía el cansancio y entonces lo sentía acurrucándose a mi lado. Luego sentía su mano subir bajo mi pijama y bajar dentro de mis panties hasta el calor de mi vagina donde se detenía un buen rato. Al tiempo sentía su verga frotándose contra el canal de mi culo, sus jadeos en mi nuca.... era desagradable.... y dentro de mi solo rezaba para que no fuera a penetrarme.

Así pasaron dos años.... yo me volví apática, distraída, no comía y obviamente no dormía. Todo cambió un día que durante su visita nocturna me anunció que para mi cumpleaños número catorce me iba a desvirgar. Fue más de lo que pude soportar. Decidí olvidar mi vergüenza y contarle todo a mi mamá.

En ese momento de la historia, Milita que había estado llorando todo el tiempo... rompió aún más en llanto. Yo la abracé, la estreché contra mi pecho. Estaba terriblemente mal que en ese momento yo pensara en sus senos contra los míos pero no podía evitarlo. Aún así traté de confortarla lo mejor que pude.

- Milita, no sigas hablando que todo esto te hace daño, si quieres duerme un poco y yo te cuido.

- No Marcela, ya falta poco... quiero sacarme todo esto de adentro para desahogarme y no volver a contarlo nunca más.

- Supongo que cuando hablaste con tu mamá, entre las dos se deshicieron de ese tipo.

- Que va..., ella nunca me creyó, pensó que lo había inventado todo porque me sentía desplazada. Me dijo que era el colmo que dijera semejantes cosas sabiendo lo especial que era Enrique conmigo... Así se llama el bastardo ese. Por suerte hubo alguien que creyó en mí, alguien en quien afortunadamente confié, una monjita, con la que me viste el otro día. Ella me ayudó para poder quedarme a vivir aquí porque no tenía a quien más recurrir. En esta vida encontré mi refugio y la paz que tanto necesitaba. Por lo menos puedo vivir en paz, tengo un techo, comida y un trabajo.

- ¿Y nunca lo denunciaste?

- No, si mi propia madre no me creía mucho menos los de Medicina Legal. Era mi palabra contra la suya… Además como nunca me penetró no tenía ninguna evidencia física que me respaldara. Solo espero que la vida misma se encargue de darle su merecido.

- ¿Entonces no estás aquí por vocación?

- No, para nada, es más bien por necesidad, pero me daba vergüenza contártelo porque te veía entusiasmada con tu posible vocación y me admirabas tanto que no fui capaz....

- Milita, yo te admiro por lo que eres como mujer, no porque lleves un hábito encima.

- Gracias Marcela, me alivian mucho tus palabras... ahora si te voy a tomar la palabra... me siento muy cansada y quiero dormir un poco. Si quieres te puedes quedar aquí y leer un rato o dormir también si te apetece... aún tenemos una conversación pendiente.

- Gracias Milita, pero ya casi se va la ruta, el tiempo ha pasado volando y debo volver a casa. Tal vez hablemos el otro viernes... ¿te parece?

VI

Aunque moría por quedarme un rato más preferí irme y asimilar todo lo que había escuchado. Me sentía muy mal por todo lo que Milita había tenido que pasar y ahora comprendía muchas cosas, el por qué de su silencio, su rabia para conmigo cuando me dijo que yo no tenía problemas reales, su manera de castigarse cuando se masturbaba. Todo eso era consecuencia de su dolor y frustración. Y yo... había sido una completa estúpida, primero por utilizar lo del noviciado como una manera de acercarme a ella, segundo por haberla acosado con preguntas para satisfacer mi curiosidad egoísta, tercero por haberla espiado durante todos esos viernes para mi propio placer sin pensar que estaba violando su intimidad y cuarto porque en vez de estar con ella después de lo que me había contado, había preferido huir para no seguir pensando en el calor de su cuerpo contra el mío. Era casi un crimen en ese momento.

Tonta de mí si alguna vez había soñado con poseerla... sabiendo lo que sabía era poco menos que imposible, ella nunca se fijaría en nadie y menos en mí.

La semana siguiente pasó sin mayores novedades. No vi mucho a Milita pero cada vez que podía la abrazaba y le decía que la quería mucho. Anhelaba más que nada en ese momento, reparar con mi cariño lo que ella había pasado y lo que yo, con mi actitud la había hecho sentir. Por otra parte no hacía sino pensar en el viernes y en esa charla pendiente que teníamos. Eso me tuvo entre nerviosa y excitada toda la semana.

El viernes llegó y yo sentía de todo en el estómago. Nos encerramos de nuevo en su habitación para poder hablar tranquilas y afortunadamente fue ella quien comenzó la charla.

- Ahora si Marcela, cuéntame hace cuanto me espías.

Decidí no traicionar su confianza y contarle todo, desde mi primera incursión en el rosedal, pasando por todos los viernes que la había visto desnuda, masturbándose y luego golpeándose, hasta el día en que había sido descubierta. Milita se sonrojó un poco... se veía hermosa.

- Algo así me imaginaba pero es muy diferente escuchártelo decir.

- Siento mucho haber sido tan curiosa pero debo decir a mi favor que la primera vez que vine aquí lo hice sin malicia, solo quería ver dónde y cómo vivías, ya después... no pude evitar seguir viniendo... yo... quería ver todo lo que hacías, me gustaba mucho...

- ¿Por qué te gustaba tanto? - me preguntó intrigada.

- Yo... yo... es que quería aprender cosas que pudiera hacer después....

- Jajajaja, ¿algo así como técnicas masturbatorias?

- Si... jejeje... algo así - le dije nerviosa - además te veías tan hermosa en esos momentos, y yo... parecía hipnotizada mirándote... pero... ¿qué sientes cuando te tocas... o en qué piensas? claro... si no es muy atrevido de mi parte preguntar.

- Ay Marcela, tú y tu curiosidad jejeje... la verdad pienso en un amante imaginario, alguien que me ama mucho, me desea, quiere poseerme...

- Es casi como si me describieras - pensé yo.

- Y luego...

- ¿Quieres saber por qué me flagelo? - me dijo en una mueca - es porque no puedo llegar al orgasmo sin pensar en la cara de mi padrastro, por eso... porque cuando siento placer me siento sucia... y me castigo por eso... es como si no mereciera ese amor y ese placer que mi amante imaginario me proporciona... creo que nunca podré estar con un hombre.

- ¿Y con una mujer? - pregunté imprudentemente y arrepintiéndome casi al instante.

- Jajaja Marcela... qué cosas dices - me contestó tomándolo a broma afortunadamente.

Así pasaron los meses y nuestras charlas de los viernes se volvieron casi un ritual. A veces yo llevaba algo de comer y alguna película y la veíamos juntas para después comentarla. Ella por lo general se recostaba en mis piernas mientras yo acariciaba su espalda, su cabello, sus brazos. Alguna vez le había preguntado si le molestaba el contacto físico después de lo que había vivido. Me contestó que le perturbaba el contacto masculino pero que no había muchos hombres por allí, salvo el jardinero que tenía como ochenta años,  así que se sentía completamente a salvo y que al contrario, mi contacto la reconfortaba, la hacía sentirse protegida. Para mí eso era una tortura; obviamente era delicioso sentir su piel y saberme necesitada por ella pero a la vez sentía que nunca podría ir más allá porque ella era demasiado frágil como para poder soportarlo.

Ese viernes... recuerdo tanto... vimos casualmente la película "Criaturas Salvajes" donde hay una escena lésbica deliciosa. Milita estaba como siempre recostada en mis piernas por lo que no podíamos vernos la cara. Hubo un momento en que yo interrumpí mis caricias porque la excitación me estaba venciendo... y solo esperaba que ella no lo hubiera notado.

Al finalizar las películas siempre las comentábamos... pero ese día se produjo un silencio incómodo y yo estaba casi segura que había sido por esa escena... a lo mejor la había perturbado o le había gustado... pero ¿cómo rayos saberlo?

- Debo irme Milita - le dije rompiendo el silencio.

- Deberías quedarte un día de estos - contestó ella.

- Quieres decir... ¿quedarme a dormir? - pregunté incrédula.

- Si, ¿por qué no? sería como quedarte en casa de cualquier amiga, veríamos televisión hasta tarde, nos llenaríamos de dulce hasta que nos doliera la barriga, charlaríamos.... algo así como una pijamada... claro... si no te parece muy cursi.

- No, no, para nada Milita, me encanta la idea. ¿Te parece bien el próximo viernes? con eso traigo mis cosas, mi pijama y una muda de ropa.

- Sino, yo puedo prestarte un pijama - me dijo ella.

La idea de dormir con un pijama suyo me excitó tanto que tuve que llegar a mi casa a darme una ducha fría.

 

VII

El viernes siguiente yo estaba en mi nivel máximo de emoción. Me sentía como niña en campamento con mi pequeña maleta en la cual llevaba mi cepillo de dientes, pijama y algo de ropa para el día siguiente. Milita podría meterse en problemas si descubrían que había metido a una alumna a dormir a su cuarto pero nosotras éramos supremamente cautelosas. El único problema era el conductor de la ruta, pero Milita le dijo que ella había visto el permiso de mis padres para irme con una compañera y que me iba con ella en su carro particular. Cubierto este asunto nos encerramos en nuestro pequeño refugio y nos pasamos varias horas viendo tele sentadas en el sofá. Luego nos cansamos así que nos cambiamos y pasamos a la cama semidoble que esa noche compartiríamos. Obviamente no era muy ancha así que debíamos dormir muy cerca, ambas mirando para el mismo lado. En ese momento, mientras charlábamos un rato antes de dormir, estábamos frente a frente, muy cerca, nuestros rostros como a veinte centímetros. A la luz de la lámpara se veía hermosa. Le acaricié el rostro suavemente y ella se estremeció bajo mi mano.

- Milita... no comentamos la película del viernes pasado... ¿te gustó?

- Si, mucho, la historia es interesante - me contestó.

- ¿Y alguna vez habías visto escenas calientes entre dos mujeres?

- Si Marcela, mi padrastro tenía una buena colección de películas y revistas porno y yo las tomaba prestadas de vez en cuando.

- Ah bueno... pero no hablemos de ese tipo... eso te pone mal... hablemos de cosas bonitas e interesantes...

- ¿Como qué se te ocurre?

- No sé.... ¿te parece lindo el amor entre dos mujeres?

- Bueno pues... soy de mente abierta en esos temas, cada cual hace de su vida lo que quiere pero... ¿a qué viene toda esa curiosidad homosexual que sientes últimamente?

- No lo sé Milita... es que es posible que me esté volviendo lesbiana pero no sé como estar segura y me parece raro porque pensaba que me gustaban los hombres, pero tampoco quiero negar lo que soy y lo que siento... y solo confío en ti.

- ¿Y es que te gusta alguna compañera? - preguntó ella muy despacio.

- Algo así - contesté sintiéndome incómoda, aunque imaginé que ella debía sentirse peor.

- No te sientas mal por eso - me dijo comprensiva - a tu edad es normal sentir confusión y tener miles de preguntas. Puede que lo que percibas como enamoramiento sea tan solo cariño.

- No se Milita, a veces siento que la amo, quisiera decirle todo lo que siento desde hace tanto y creo por momentos que voy a explotar. No sé qué hacer.

-¿Y te da miedo hablar con ella? - preguntó metida completamente en su papel de confidente.

- Si, me da pánico perder su amistad por culpa de mi egoísmo. Además, ella ha sufrido mucho, ha tenido muchos problemas  y no quiero ser uno más.

- Supongo que es algo que tendrás que resolver.

- Si - le dije sin dejar de mirar sus labios.

Me moría por besarla y abrazarla, sentía que no podía más así que decidí dar media vuelta para tratar de dormir pero presentí que sería una noche larga.

-Si quieres yo te abrazo primero y cuando nos cansemos nos giramos para el otro lado y tú me abrazas ¿te parece? - me dijo.

- Si, me parece - le contesté con un hilillo de voz, mirando hacia la ventana.

Dicho esto, deslizó su mano hasta mi vientre y puso su mejilla en mi espalda. ¿Cómo diablos pretendía que durmiera así? ¿Acaso era tonta y no había notado que me moría por saltarle encima? Cerré los ojos pero la muy descarada comenzó a acariciarme el abdomen tal como lo hacía yo con ella cuando veíamos tele. Debí enrojecer porque empecé a sentirme muy, muy caliente, especialmente mis mejillas y cuquita.

- ¿Milita, te importa si duermo en el sofá? es que como estoy acostumbrada a dormir sola, no sé si pueda dormir así.

La verdad es que la incomodidad no tenía nada que ver, al contrario, me sentía era demasiado cómoda y temía volverme loca y girarme y arrancarle todo lo que tuviera puesto y lamer todo su cuerpo... Por desgracia ya estaba dormida y no pude deshacerme de su abrazo.

Logré dormir por pedazos únicamente y creo que solo caí en el sueño profundo justo al amanecer. Cuando desperté Milita ya se había bañado. Tenía el cabello húmedo y el cuerpo cubierto solo con una toalla. Nunca la había visto tan hermosa.

- Buenos días dormilona, ¿descansaste?

- Si - mentí - se duerme muy a gusto en tu cama.

Me levanté enseguida y me bañé, luego comencé a alistar mis cosas para irme. Milita tuvo que entretener al vigilante para que yo pudiera salir del colegio sin que lo notara. Una vez afuera tocaba atravesar un bosquecito para llegar a la calle. Ella me acompañó hasta allí para cerciorarse que no me pasara nada.

- Fue una noche encantadora, gracias - le dije.

- Gracias a ti, ojalá se repita.

A lo lejos vi que venía un taxi así que saqué la mano para que se detuviera. Después me giré hacia ella y sin pensármelo mucho le dije

- Chao, te quiero - y le di un pico en los labios.

Me subí al taxi y la dejé allí, con la boca abierta, incrédula por lo que había acabado de pasar.

Ya no había marcha atrás. Milita sabía que me gustaba, le había dado un pico y eso sumado a lo que le había contado la noche anterior… tendría que ser tonta para no darse cuenta. Pero es que ya no aguantaba más, quería… o más bien, necesitaba que pasara algo entre las dos, o que por lo menos ella supiera lo que sentía, destapar mis cartas y que ella me dijera qué pensaba al respecto.

 

VIII

Después del momento de arrojo que tuve con Milita entré en pánico. ¿Cómo había podido hacer eso? Había actuado impulsivamente… ¿y ahora qué? ¿Cuál iba a ser mi siguiente movida? Como siempre mi excusa era todo el fin de semana por delante para pensar que hacer.... y también como siempre llegaba el lunes y seguía con la mente en blanco. Esa era una constante en mi relación con ella. Decidí tomar el toro por los cuernos e ir a buscarla y decirle todo... de todos modos mi ansiedad no me permitía seguir guardando ese secreto.

Cuál no sería mi sorpresa durante aquella semana cuando, no sé si por casualidad o por decisión de Milita pero no le pude hablar a solas. Siempre estaba en alguna reunión, o con el letrero de ocupado en su oficina, o paseando con alguien por el colegio. A veces me miraba y me sonreía pero no pudimos hablar.

El jueves antes de tomar la ruta me alcanzó corriendo y me dijo:

- Mañana es viernes ¿te quedas como siempre?

Mi corazón dio un brinco y no pude hablar, solo asentí con la cabeza. Esa noche me depilé con esmero, me puse una mascarilla y me lavé el cabello. Quería estar especialmente linda al día siguiente... sentía como si fuera una cita... además en el tono de Milita no había notado nada que me hiciera pensar que estaba molesta o preocupada, más bien noté curiosidad en su mirada, como si después de pensar las cosas durante la semana hubiera decidido que quería saber qué rayos me pasaba por la cabeza.

Preparé mi maleta como si fuera a pasar el fin de semana con un hombre. En temas de mujeres era inexperta. ¿Le gustarían mis braguitas negras de encaje? ¿Le darían ganas de estar conmigo si me las viera puestas? ¿O por lo menos querría quitármelas? Todas esas preguntas parecían explotar en mi cabeza y lamentablemente aún no tenía las respuestas. No podía dormir, la ansiedad me carcomía, pero era consciente que debía descansar si quería estar bien la noche siguiente, así que traté de relajarme y finalmente logré dormir un poco.

Ese viernes poco o nada pude atender en clase, no tomé nota, solo garabateaba su nombre una y otra vez moviendo las piernas nerviosamente bajo la mesa, imaginando miles de escenarios posibles, todos deliciosos. Solo vi a Milita hasta las tres pasadas cuando como siempre, llegué hasta su cuarto sigilosamente. Antes de ir para allá entre al baño y me cambié de ropa interior poniéndome la negra de encaje que había llevado especialmente para ella. Para mi sorpresa me recibió con un abrazo y cerró la puerta tras de mí. Me miró a los ojos con intensidad y yo sentí un nudo en la garganta que se enrollaba cada vez más... sin embargo logré balbucear unas palabras.

- Milita, creo que debo explicarte lo que pasó...

-No necesitas decirme nada...

Y diciendo esto me arrinconó contra la puerta y comenzó a besarme, de forma ruda, intensa... separó mis labios con su lengua palpitante y caliente y yo me rendí a nuestro primer beso. De todos los escenarios que había imaginado en la mañana, este era el más inverosímil y sin embargo estaba ocurriendo... Milita había dado el primer paso y me había ahorrado todas las explicaciones, mis besos, mis manos y mi cuerpo lo dirían todo. Sus manos tomaron mis nalgas por encima de la falda y las estrujaron; yo hice lo propio, lentamente al principio y luego con confianza... para ese instante ya me sentía con permiso de hacerle lo que quisiera. Llevaba aún puesto el hábito y eso me excitaba... sentía como si estuviéramos representando un juego de roles: ella la monjita y yo la alumna que necesitaba disciplina... y me encantaba todo lo que me estaba enseñando.

Avanzamos lentamente hasta la cama donde caímos suavemente. Sus manos comenzaron un lento y suave viaje desde mis rodillas, pasando por mis muslos hasta detenerse en la ingle. Allí se detuvieron un largo y desesperante momento de contradicción, en el cual deseaba disfrutar todo el tiempo que pudiera y a la vez que todo pasara en un solo y explosivo instante... Pero al fin las ganas de disfrutar vencieron al afán y la impaciencia. Desapuntó mi falda y la deslizó hacia mis tobillos muy despacio; hizo lo mismo con mi suéter, luego con mi camisa, botón por botón. Me sentía como una muñeca a la cual están desvistiendo mientras adopta el papel pasivo... pero es que era tan excitante que solo deseaba dejarla hacer. Ya vendría el momento de mi desquite. Se sorprendió gratamente al ver mi ropa interior, sus ojos y su sonrisa la aprobaron. Me incorporé antes que me la quitara y comencé a desvestirla también. Quería verla desnuda de nuevo, ya la había visto así pero nunca tan cerca, siempre la ventana se había interpuesto, nunca la había podido sentir. Ya todo eso estaba en el pasado. No habían pasado quince minutos y ya teníamos todo vuelto un lío... y eso me encantaba. Su hábito cayó al piso encima de mi uniforme y me sorprendió su ropa interior color rojo... qué color tan pecaminoso, en absoluto era un tono vulgar y a ella le sentaba de maravilla... es solo que jamás la imaginé de rojo, si acaso de blanco o por mucho negro.

Cualquiera que pasara por allí podría mirar hacia dentro. No era fácil como ya lo había comprobado las veces que la había espiado en silencio pero no era algo imposible. Sin embargo ese detalle hacía nuestro encuentro mucho más pecaminoso, es más, mientras ella me besaba y acariciaba yo imaginé que una de mis compañeras nos miraba por la ventana. Ese ingrediente adicional era absolutamente innecesario, pues yo estaba sumamente caliente... pero que puedo hacer, soy masoquista y me gusta disfrutar al máximo. A esas alturas seguíamos en ropa interior pero esa situación pronto cambiaría. Fui la primera en aventurarme. Tomé uno de los tirantes de su sostén deslizándolo lentamente hacia abajo, desde su hombro pasando por su brazo mientras besaba cada porción de piel por la que el tirante había pasado. Hice lo mismo con el otro tirante y como el sostén era media copa solo tuve que deslizarlo levemente hacia abajo para encontrarme frente a frente con sus rozados pezones. Eran más claros y hermosos al verlos a esa corta distancia. Mi lengua aventurera lamió uno, luego el otro, primero con curiosidad, luego con ganas... después mis labios golosos los atraparon uno por uno, succionándolos mientras sus suaves gemidos me alentaban. Mi boca siguió su recorrido hacia abajo, pasando por su abdomen, entreteniéndose en su ombligo hasta llegar al borde de su pequeña tanga de algodón. En la zona de la rajita, la tanga se notaba húmeda, así que la acaricié por encima de arriba a abajo concentrándome en su botoncito que se adivinaba inflamado.

Aventuré un poco mi dedo ansioso dentro de su rajita, cubierta aún por la ropa interior. Aspiré su aroma a mujer en celo y corrí su tanguita hacia un lado para tener fácil acceso a sus deliciosos juguitos. Comencé a lamerla lentamente y a pesar que era la primera mujer que probaba y me daba un poco de temor... creo que no lo hice nada mal porque ella me apretó la cabeza entre sus piernas mientras su respiración era cada vez más agitada. Separé sus muslos con suavidad no sin antes despojarla por completo de su tanga para que estuviéramos más cómodas. No podía contemplarnos a las dos en esos momentos pero imaginé que el espectáculo era delicioso, ella boca arriba, con las piernas completamente separadas y los ojos entrecerrados, dejándome hacer... y yo boca abajo, con mis manos bajo sus nalgas y lamiendo cada vez más rápido, con más determinación y con la firme intención de hacerla llegar, que tuviera el orgasmo más delicioso de su vida. Ese momento llegó y para mi sorpresa ella me separó de sí y me pidió entre sollozos que parara. Me acosté a su lado y la abracé. Comprendí que no era fácil para ella, aunque la situación fuera completamente diferente a la vivida con su padrastro. La miré a los ojos y le dije que la amaba, que confiara en mí, que disfrutara lo que estábamos haciendo, que intentara dejarse llevar por el deseo y la pasión que ambas sentíamos, que lo que yo más deseaba en ese momento era que ella pudiera gozar al llegar al orgasmo. Sequé sus lágrimas y la besé en los labios para que sintiera su sabor en mi boca. Primero fueron besos tiernos, pero subieron de temperatura poco a poco. Yo estaba muy caliente porque aún no había podido llegar y esperaba que ella se sintiera lo suficientemente bien como para poder ayudarme con ese "asunto"...

Milita finalmente se calmó y respondió favorablemente a mis intentos. Con suavidad pero con firmeza me puso boca abajo y estando ella aún de medio lado comenzó a besarme la nuca mientras acariciaba mis nalgas por encima de mis cacheteros de encaje. Luego para mayor comodidad se sentó a horcadas sobre mis muslos y sus labios siguieron bajando por mi espalda hasta llegar a mi culito. Mordió mis nalgas con fuerza pero sin llegar a hacerme daño y luego, despojándome de mi ropa interior comenzó a besar mi culito. Empecé a sentir delicioso allí atrás... la humedad de su saliva, el calor de su aliento...

Hasta ahora no había imaginado lo delicioso que era estimular mi parte trasera, la verdad… nunca me había atrevido, pensaba que no lo disfrutaría, así como hace unos meses jamás había pensado que llegaría a estar con otra mujer y mucho menos disfrutarlo como lo estaba haciendo. Me relajé y la dejé hacer... con cada lengüetazo la sentía más y más dentro de mí y no solo en el sentido literal, también me enamoraba más y más, pues me hacía sentir que pertenecía solo a ella a partir de ese momento. Me separó ligeramente las piernas para tener más fácil acceso a mis orificios secretos y comenzó a acariciarme con un dedo en mi parte delantera mientras su lengua se hacía cargo de la trasera. Mis fluidos empapaban completamente su rostro... nunca había estado tan excitada como en ese momento y mi orgasmo no tardó en llegar en medio de gemidos y sollozos de placer. Mi cuerpo se relajó, exhausto, como si hubiera corrido durante varios minutos... y a la vez me sentía muy relajada, plena y feliz.

Milita se tumbó a mi lado y la besé en los labios suavemente. Luego limpié su barbilla con las sábanas pues estaba impregnada de mí. Sus ojos brillaban y sus labios estaban muy rojos. Los acaricié con un dedo y luego la besé de nuevo buscando con mi lengua la suya; la saqué de su escondite y comenzaron una lucha, resbalándose, saliéndose a veces para acariciar nuestros labios y entrando de nuevo para tocarse. No tardé en encenderme de nuevo y la abracé. Nuestros cuerpos estaban muy juntos, las caderas, completamente pegadas por nuestro sudor y nuestros flujos... pero no era algo desagradable, al contrario, era algo caliente, delicioso. La tomé de las nalgas sin dejar de besarla, como si quisiera fundirme en ella y ser una sola,... y mi pelvis comenzó un lento pero constante movimiento circular contra ella.

Sus gemidos se acrecentaron. Era nuestra primera vez, pelvis con pelvis… nos habíamos tocado antes a solas pero nunca habíamos sentido algo así, frotar nuestros sexos hasta encendernos era mucho mejor que masturbarse, es más, no tenía punto de comparación, era la perfecta fusión de los cuerpos, de la piel. El movimiento pélvico se hizo más y más fuerte... especialmente de mi parte. Ella me correspondía pero con movimientos más suaves. Sabía que ambas estábamos a punto de llegar y temía su reacción, que se sintiera mal de nuevo... sin embargo no podía detenerme, el placer era más fuerte que mi conciencia, ya no podía pensar.... llegaba... ahhhhh... ahhhh... y mientras llegaba sentí que su cuerpo también se estremecía contra el mío y la estreché aún más fuerte. En el punto culminante de su orgasmo mordió mis labios fuertemente.... pero no lloró y por su cara deduje que no se había sentido mal. Una vez calmadas me sonrió.

- Es mi primer orgasmo en mucho tiempo en el cual no me siento culpable... o bueno, no del todo... porque te dejé los labios bastante inflamados... lo siento - me dijo besándome dulcemente allí donde sus dientes se marcaban sobre mi boca.

En ese momento la adrenalina aún era tanta que no sentía dolor, solo una gran placidez. Después del encuentro tomamos una siesta, al despertar nos bañamos juntas, lo hicimos de nuevo y así seguimos toda la noche.

La costumbre de los viernes con esa "ligera" variante se instauró a partir de ese momento. Yo me quedaba con ella pues mis padres no preguntaban demasiado y supongo que hasta se sentían aliviados de no tenerme un día a la semana. Las demás monjitas andaban tan metidas en su propio mundo que jamás lo notaron y pudimos seguir disfrutándonos y conociéndonos hasta que terminé la secundaria, momento en el cual nos fuimos a vivir juntas pues ella nunca alcanzó a ordenarse. Fue todo un escándalo, incluso salió en los periódicos jejejeje. Con el tiempo, gracias a mi amor y mi paciencia pude penetrarla con mis dedos y luego con un pequeño consolador... de ese modo pudo perder su virginidad del modo más hermoso posible. Ella me correspondió poco tiempo después y a pesar de los años y las cosas que hemos pasado... aún seguimos juntas.

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