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Secretos de alcoba

en Confesiones

SECRETOS DE ALCOBA

Por: Horny

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Camilo ya no duerme conmigo en nuestra alcoba matrimonial, pero parte de su ropa sigue ahí... así que en ocasiones lo veo cuando sale del baño, desnudo de la cintura hacia arriba. Se ve tan sensual que apenas puedo resistirme para no saltarle encima. Lo que me detiene es su actitud indiferente. No me mira, ni me habla, solo se dirige al armario, se retira la toalla que hasta ese momento permanecía enrollada en su cintura y puedo verlo en todo su esplendor... el cabello húmedo, las gotas de agua resbalando por su piel... siento una envidia indescriptible de esas gotas que pueden tocarlo y me dan ganas de que mi lengua se convierta en una toalla para proceder a la tarea de secarlo con ella, primero su nuca, bajar por su espalda, llegar hasta sus nalgas que tanto me gustan, apretarlas, deleitarme en medio de ellas por horas... es un suplicio verlo desnudo, cambiándose frente a mí como si nada. A veces pienso que lo hace a propósito, para torturarme... es como ver un pastel en una ventana y saber que no lo puedes tocar, escasamente mirarlo.

Lo más gracioso es cuando voltea haciéndose el indiferente y yo rápidamente miro hacia otro lado para no delatarme. No se si se da cuenta pero siento una vergüenza horrible, como si hubiera sido sorprendida cometiendo un pecado mortal.

Otras veces, cuando me estoy maquillando recuerdo los días en los cuales él me miraba mientras yo pintaba mi rostro. Cuando llegaba al labial él no podía resistirse... a veces lo tomaba él mismo y comenzaba a delinear mis labios y mientras lo hacía empezaba a acercar su rostro al mío, lentamente, luego dejaba el labial aparte para proceder a quitarlo de mi boca con su lengua. De no haber sido de esos de larga duración, de los que incluso son a prueba de besos, me lo habría esparcido por el rostro entero. Posteriormente comenzaba a despojarme de la ropa, muy despacio y yo me dejaba hacer sin importarme que se me hacía tarde para ir al trabajo. A veces yo protestaba, pero era en broma y entre risas también lo desnudaba. Me gustaba oler su piel, meterme entre todos sus recovecos aspirando su aroma, besarlo aquí y allá y observar sus reacciones, como cerraba sus ojos y se iba tumbando despacio, relajándose, separando sus piernas, indicándome que me acomodara entre ellas... y yo lo hacía y tomaba su bien conocida y hermosa verga (esa misma que no volveré a tocar nunca más) y procedía a acariciarla con mis manos, luego le daba un besito en la punta a modo de saludo mañanero, lo miraba a los ojos y me quedaba un rato así, sin hacer nada más, para torturarlo, para darme a desear... después mi lengua hacía su aparición... se contorsionaba sobre el glande mientras mis manos subían y bajaban una y otra vez sobre el tronco palpitante, grueso y delicioso que me volvía loca. Raras veces él podía aguantar por mucho tiempo por lo que me tomaba de los brazos, me halaba hacia arriba para besarme y penetrarme enseguida.

Tal vez ese fue uno de nuestros errores, resolver los problemas en la cama, postergar las cosas, callarnos lo que sentíamos, lo que nos dolía, las actitudes que nos molestaban del otro.

Éramos insaciables, especialmente durante la época que tuvimos la oficina en casa y trabajábamos juntos, procurábamos trabajarle al sexo también... sexo en la mañana, sexo a medio día, sexo en la noche... y no miento, había días que ni salíamos de la cama en horas, sexo-sueño-sexo y luego otra siesta... hasta batir nuestro nada despreciable record personal de 11 polvos en un día. La vida ideal...

A veces tomábamos el baño juntos y era un baño bastante largo y placentero. El agua tibia y el jabón eran maravillosos para hacer que nuestros cuerpos resbalaran el uno con el otro, para que todo entrara más fácilmente por donde fuera necesario. Nos enjabonábamos mutuamente y a conciencia, besándonos bajo el chorro de agua tibia, luego yo le daba la espalda, levantaba mi culito y lo miraba por encima del hombro pestañeando ligeramente para invitarlo a que hiciéramos locuras. Él me tomaba de las caderas, se agachaba un poco, yo me ponía en puntillas y entonces me penetraba de una forma tan fuerte que tenía que apoyarme en una de las paredes... me embestía como un salvaje y yo disfrutaba muchísimo esa manera animal de tratarme durante esos instantes tan íntimos. Un día de tantos le pedí que se derramara en mi rostro, así que sacó la verga de mi interior, me puse de rodillas frente a él y comencé a pajearlo. Sentí como palpitaba su verga, como él se estremecía de pies a cabeza, como gemía anunciándome que se corría... siempre lo hacía, siempre me decía cuando iba a llegar, con una voz tan sensual que me ponía la piel de gallina... ufff, aún me estremezco al recordarlo. Luego sus chorros salían y se estrellaban contra mi rostro, cuello y pecho. Le gustaba verme así, mojada de la cabeza a los pies, embadurnada la cara de semen y relamiéndome todo lo que había salido de su interior.

Muchas veces ni siquiera esperábamos a bañarnos, simplemente no salíamos de la cama... y es que no hay nada como iniciar el día con un buen polvo, no alcanzas a hacer mucho esos días porque te levantas muuuuy tarde pero eso si, lo poco que haces, lo haces con alegría y energía.

Hace un par de días al llegar del trabajo, pensando que estaba sola en casa me liberé de la ropa, tomé un baño rápido y luego me vestí a medias quedando solo en aquel conjunto de ropa interior blanco que tanto le gusta a Camilo. Luego tomé un frasco de crema humectante y comencé aplicarlo por todo mi cuerpo iniciando por mis pies para consentirme un poco y cuidar de mi misma. Seguramente él llego mientras me estaba bañando y yo no sabía que solo era cuestión de minutos para que él entrara, como siempre sin golpear y me encontrara servida en bandeja de plata, como quien no quiere la cosa, sin ser demasiado evidente pero si provocativa. Y así fue... para cuando aplicaba crema en mi cuello y hombros (las tiras del sostén caídas sobre mis brazos) él entró y pareció como que yo lo estaba esperando, no con los brazos abiertos sino con las piernas abiertas. Imagino que miró dos veces, asombrado, observándome como hacía tiempo no me veía. Lo miré de reojo y él estaba de medio lado, colorado, serio y buscando afanosamente algo entre su ropa para luego marcharse dando un portazo.

Imaginé que se había molestado o que definitivamente ya no le interesaba como mujer, que verme semidesnuda no lo inmutaba, que había logrado salirse con la suya al dejarme así de caliente como estaba, pues ese ya era mi estado permanente desde que habíamos terminado. Así que me enrollé en el edredón y furiosa encendí la tele, dispuesta a ver lo que fuera con tal que me hiciera olvidar la humillación que acababa de pasar. Fue entonces cuando irrumpió nuevamente y no solo en la habitación, también en mi cama, como un huracán arrasando en un segundo con edredón y ropa interior, dejándome como vine al mundo aunque un poco más asustada. Comenzó a besarme y a morderme los labios, más con rabia que con otra cosa pero mientras lo hacía yo me creí vencedora, pensé que había logrado doblegarlo y eso me hizo sentirme orgullosa de mis poderes femeninos.

Él se desnudó también para quedar a la par y al juntar su pecho con el mío, ambos suspiramos como siempre que sentíamos la tibieza de nuestros cuerpos al natural. Se tumbó encima de mí y me penetró sin mayores preámbulos comenzando a bombearme con fuerza, como en nuestros viejos tiempos. No se si fue porque llevaba tanto tiempo sin sexo pero sentí que fue estupendo, estaba como desconectada del mundo, tanto que incluso rasguñé levemente su espalda, pero eso lejos de molestarle lo enardecía más, al punto que nos convertimos en un par de fieras que rodaban por la cama, gimiendo, casi devorándonos mutuamente, chocándonos, golpeando nuestras caderas uno al otro para ver quien lo hacía más fuerte, con mayor intensidad,... con las piernas enredadas y las manos apretando la piel del otro. La pasión al igual que una mezcla de sentimientos encontrados llenaba por completo la habitación. El olor a sexo se enredaba con el de la crema que me había aplicado minutos antes y que él se encargó de retirar de mi piel con su saliva.

Mi orgasmo llegó, lo sentí venir lentamente, primero como un cosquilleo en la parte baja del abdomen, luego fue como una sensación de abandono total, de desespero, ganas de llorar de placer y a la vez como una necesidad de que él no se detuviera nunca, de que sus movimientos circulares sobre mi pelvis fueran más y más fuertes y rápidos. Sentí como aumentaba gradualmente el calor interno de mi cuerpo y mi vagina y como esa húmeda cavidad comenzaba a palpitar suavemente y luego con más fuerza succionando y atrapando su miembro lo cual provocó que él se derramara y cuando lo hizo se salió de mi interior, se retiró de mi cuerpo como si le fuera ajeno y me miró de una forma que me hizo sentir miedo, como si fuera un completo desconocido.

Te odio – me dijo él – ¡maldita sea mi suerte!, porque te odio tanto como te deseo, eres como un veneno metido en mi sangre, me vuelves loco y eso me aterra, por eso no puedo volver a verte, por eso hoy mismo me iré de esta casa.

Pero ¿y lo que acaba de ocurrir entre nosotros? – pregunté yo – eso no demuestra que debemos estar juntos?

Todo lo contrario, lo único que demuestra es que somos un par de irracionales que se desean mutuamente pero sin nada en común, que jugaron al matrimonio sin saber que no era un juego, que apostaron y al final perdieron.

Pero no tienes que irte, si tu quieres esto no volverá a pasar – le dije sabiendo que mentía, porque era casi imposible que no volviera a pasar.

No, lo mejor es que me vaya, temo una recaída.

¿Recaída? – pregunté asombrada por la expresión que él había usado.

Si, porque eres como una enfermedad terminal, siento que tu mirada y tus besos me matan lentamente, que se apoderan de mi robándome la vida. Si no me voy presiento que nunca podré olvidarte. Espero que tu también rehagas tu vida.

No me voy a enamorar de nadie más – le dije – tu eres el único que invade todo en mi interior, que llena mi cuerpo, mi corazón y mi mente a cada minuto.

Yo permanecí acostada, pensando en lo que acababa de decir... en que una vez más había hablado sin pensar... en lo fácil que es emplear las palabras nunca o siempre y en lo difícil que es convertirlas en realidad. Él por su parte también se calló y me daba la espalda aún desnudo, sentado a medio metro de distancia, pensando.... Observé en esa bella espalda las marcas de mis uñas, de los rasguños producto de la pasión vivida minutos antes. Imaginé en ese momento que así había sido nuestra vida, que mutuamente nos habíamos hecho daño, a lo mejor sin querer, que habíamos dejado marcas en el alma del otro, solo que esas eran imposibles de olvidar. Acerqué mi mano a una de esas marcas con la intención de acariciarla y mitigar con eso parte del daño causado pero al contacto con mi dedo esa espalda curvada se irguió de repente y Camilo, como saliendo de un sueño se incorporó y sin voltear a mirarme salió de la habitación. Me quedé unos instantes repasando su imagen en mi mente, pensando en lo bello de su desnudez y en lo contradictorio de sus sentimientos hacia mí.

Es un cobarde... pensé... quiere tomar solo lo bueno del amor y no se da cuenta que amar también implica pagar una cuota de dolor... ¿así que no le gusta la enfermedad pero si la medicina?. Ya me iba a encargar de encontrar la manera para que mi amado enfermo tuviera una recaída de la cual no pudiera reponerse nunca más...

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