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Juegos adolescentes

en Amor filial

JUEGOS ADOLESCENTES

Por: Horny

Para todos los que me han pedido la continuación del relato "JUEGOS INFANTILES" publicado en esta misma Web. Para los que no también puede leerse como un relato independiente.

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Resumen JUEGOS INFANTILES: A la edad de 9 años mi hermano (1 año menor) y yo, nos confesamos nuestras respectivas (aunque breves) relaciones incestuosas con nuestros primos. Nuestra inocente curiosidad nos llevó probar entre nosotros y practicar el sexo oral.

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Cuatro largos años pasaron, años en los cuales la temperatura de los juegos prohibidos entre mi hermano y yo fue subiendo gradualmente, a medida que íbamos aprendiendo algo de anatomía practicando en el cuerpo del otro, explorando lentamente con nuestros deditos que se convirtieron en dedos, con nuestras lenguas que cada vez se volvían más expertas,… durante esos años dejamos la niñez para entrar en la tormentosa adolescencia. Un día de tantos llego a nuestras vidas una nueva hermanita pero eso no viene al caso, al menos no en este capítulo.

El dormir en la misma habitación nos facilitó siempre las cosas al igual que la costumbre de dormir todos con la puerta de la habitación cerrada, la de mis padres, la de mi abuelita paterna (viuda hacía muchos años) y la nuestra. Después del beso de buenas noches de nuestros padres esperábamos prudencialmente unos minutos hasta que sentíamos la puerta de su habitación cerrarse. Luego como si fuera parte de un ritual amatorio nos despojábamos de toda la ropa, alguno se cercioraba que la puerta estuviera bajo llave y nos acostábamos juntos en alguna de las camas. Encendíamos una lámpara de mesa para observarnos mutuamente, detenidamente. Esa luz tenue era perfecta para nosotros, por un lado no llamaba la atención y por otro nos permitía mirarnos, observar nuestros gestos, detallar maravillados los cambios en nuestros cuerpos. Fueron cambios muy graduales, no se dieron lógicamente de un día para otro, pero nos conocíamos tan bien que cada nuevo pelo que salía, cada peca, cada mancha nueva o forma corporal diferente era detectada y celebrada con una microfiesta privada, con una manera de besar diferente, con una caricia nueva aprendida entre nuestras sábanas de muñequitos en la guarida secreta en la cual se había convertido nuestra habitación.

Si me preguntan que sentía por mi hermano en esa época no sabría responder. No era el amor que siente cualquier mujer por un hombre, era algo más sublime, grande y profundo. En esa época no sabía que la palabra incesto existía, no sabía que lo que hacíamos era prohibido a los ojos de la sociedad, nunca lo planeamos, no decidimos un día comportarnos como una pareja, todo lo que ocurrió fue producto de la inocencia, de las ganas de experimentar naturales de la infancia, ganas que en muchas personas perduran toda la vida. Siempre supe lo que era el pecado, es más, nos criamos en una familia católica y practicante, de buenas costumbres, pero nunca se nos pasó por la cabeza que fuera pecado lo que hacíamos cada noche sin falta al cerrar la puerta. Sabíamos que no estaba bien, que no era correcto, que de seguro nuestros padres nos castigarían de saberlo, pero pecado nunca, nunca lo catalogamos como tal.

Entre semana era una tortura estar en el colegio. Mientras mis amigas del colegio femenino de monjas se entretenían en hablar sobre tal o cual profesor que estaba más guapo o en los chiquillos de su barrio que las pretendían yo pensaba en mi hermano, pensaba en su verga que veía crecer año tras año, recordaba su mirada transparente, su risa, su manera tierna de tratarme y tocarme. Nunca a nadie le conté nada, ni a mi mejor amiga siquiera, algo me detenía, una fuerza muy poderosa en mi interior me decía "calla, no lo comprenderían, te señalarían con un dedo por hacer esas cosas, a lo mejor te expulsarían del colegio".

Tenía 13 años, algunas de mis amigas ya habían perdido la virginidad con algún primo lejano, con el novio o el mejor amigo. No todas se atrevían a contarlo, especialmente las más mojigatas, las que se las daban de puras y castas. Unas incluso fingían no saber lo que era la masturbación. Mi grupo de amigas comenzó a dividirse en dos, en un grupo "las mojigatas" y en el otro las que teníamos alguna experiencia. Para todas ellas yo era aún virgen pero les inventé una historia, les inventé un novio inexistente con el cual supuestamente me besaba y tocaba pero que nunca habíamos pasado de ahí. Con eso satisfacía su morbosa curiosidad y lograba que me dejaran en paz.

El llegar a la casa en las tardes y encontrarme con mi hermano era como entrar a otro mundo, como ingresar al paraíso. Mi abuelita paterna como siempre, pendiente de nosotros toda la tarde.

Habríamos hecho de las nuestras todos los días de no ser por una señora muy quisquillosa que iba a colaborar con la limpieza y la preparación de alimentos todas las tardes sin falta. Esa mujer – Clemencia – nos tenía entre ojos por inquietos y se la pasaba vigilándonos. Pero esa tortura lejos de alejarnos nos unía más y más. El no poder tocarnos ni besarnos como y cuando hubiéramos querido, hacía que añoráramos esos momentos en los cuales podíamos estar a solas.

La rutina era parte de nuestras vidas pero eso en lugar de provocarnos el tedio que sienten la mayoría de las parejas nos hacía sentir más seguros. Nos gustaba el ritual de encontrarnos después de clases, a eso de las 3:30 p.m. (entrábamos a las 7:00 a.m. a estudiar), dejábamos nuestros útiles escolares en la habitación y en orden, según indicaciones de Clemencia la cual tenía carta blanca por parte de nuestros padres para "disciplinarnos"; posteriormente nos cambiábamos el uniforme y aseábamos manos y cara (ya no tomábamos el baño juntos por decisión de Clemencia la cual no lo estimaba necesario por habernos bañado en la mañana) y almorzábamos en la cocina pues según esa mujer no comíamos lo suficientemente bien como para sentarnos solos en el comedor. De no haber sido por la compañía de mi hermano no habría podido soportar a esa bruja que nos martirizó con su presencia durante más de dos años.

La parte buena de nuestras tardes era cuando nos sentábamos en el estudio para hacer las tareas. Clemencia observaba con mirada aprobadora como nos desesperábamos por sentarnos pronto a estudiar, casi ni podíamos terminar de almorzar cuando ya nos queríamos ir a "hacer los deberes". El estudio era grande, con una biblioteca de pared a pared, una sala de estar, el escritorio de papá y nuestra mesa de estudios. Ya teníamos por costumbre mi hermano Andrés y yo colocar un mantel sobre la mesa supuestamente para no mancharla ni ensuciarla. Que pillines éramos, la realidad era otra, lo que buscábamos con la estupenda idea del mantel era poder cubrirnos del pecho hacia abajo, lejos de la mirada de Clemencia. Nos sentábamos de cara a la puerta la cual debía permanecer abierta por orden de ella, sacábamos nuestros lápices y cuadernos los cuales abríamos convenientemente por si llegábamos a ser interrumpidos. Por suerte el estudio estaba en el segundo piso y Clemencia permanecía la mayor parte de la tarde en el primero así que si subía la sentíamos en la escalera y nos separábamos de inmediato.

Lo primero que hacíamos tras abrir prudentemente nuestros cuadernos era pegar nuestras bocas que ansiosas se abrían dejando salir nuestras lenguas que se enredaban con pasión, se fundían en un beso breve pero intensísimo. Por nuestra seguridad todo debía ocurrir de la mesa hacia abajo, por consiguiente los besos en los labios no eran frecuentes por las tardes. Éramos incansables, no podíamos esperar hasta la noche para tocarnos. Mi ropa de tarde consistía en una faldita de algodón de cualquier color o un vestidito del mismo material, siempre sin ropa interior para facilitar las visitas de la mano de mi hermano bajo la falda. Mi hermano a su vez usaba pantalón corto de manga ancha de modo que yo podía sacar su pito por una manga, remangando su pantaloneta hasta la parte superior del muslo pues habría sido demasiado riesgoso bajar su cremallera y sacarlo por allí. Lo teníamos todo bajo control pues no fue cosa de un día o una semana sino de años, años de una deliciosa relación lujuriosa y prohibida lo cual solo la hacía más excitante.

Por lo general el comenzaba; apenas si podía esperar para posar una de sus manos en una de mis rodillas, la que le quedaba más cerca. Comenzaba allí una caricia suave, circular que me hacía perder la respiración por completo, me hacía sentir cosquillitas en la pierna, en la vagina y en el estómago por nombrar algunos lugares, aunque era bien sabido que mi hermano lograba que se me estremeciera todo.

De la rodilla pasaba lentamente a mi muslo, acariciando cada vello dorado de mis piernas, la parte externa e interna de ellas. En ese momento yo las separaba y el comenzaba a subir sintiendo el calor que emanaba de mi vagina, en la cual comenzaban a asomar los primeros pelitos de mujer, rizados y castaños. Para cuando su mano se posaba en ella ya estaba húmeda, ya lo esperaba con ansias locas, con los ojos entrecerrados al igual que la boca. Respiraba con dificultad, mi pecho adornado de dos pequeños senos en forma de medio limón subía y bajaba rápidamente denotando mi ansiedad por sentir su mano acariciar mi conchita. Al fin esa deseada mano llegaba a mi gruta, la palpaba en todo su contorno, solo alrededor, luego se introducía en ella lentamente, uno a uno sus dedos hasta llegar a tres los cuales entraban hasta la mitad para volver a salir, situación que se repetía una y otra vez. Luego uno de sus dedos se concentraba en mi clítoris que parecía a punto de reventar, erecto, húmedo, casi salido de sus casillas, loco de remate. El lo acariciaba en círculos, había aprendido a hacerlo estudiando mis reacciones, leyendo en mi rostro y en mis movimientos, descubriendo cuando quería que aumentara la velocidad o la disminuyera, cuando debía lubricar de nuevo sus dedos en mi cueva para volver a acariciar mi botón, cuando debía acariciar al tiempo mi clítoris y el interior de mi vagina, cuando debía detenerse por completo. Todo esto ya lo sabía como el amante experto en el cual se había convertido.

Era muy duro para mi tener que correrme en silencio, temblando de pies a cabeza, estremeciéndome toda, cara, cuerpo, interior de la vagina, sudando a mares con los dedos de mi hermano aún en mi interior. El me miraba con un gesto triunfal, no hay nada más hermoso que ver a tu pareja sintiendo un placer que tú le has proporcionado. Con las caricias de mi hermano no tardaba más de cinco minutos en tener un orgasmo. Esto era porque vivía en un estado de excitación constante todo el día, por el temor a ser descubiertos, por las ganas que nos teníamos el uno al otro, por las alborotadas hormonas de la edad.

Yo no esperaba a reponerme del orgasmo cuando ya tenía su pito en mi mano. No nos masturbábamos al tiempo pues habría sido no solo muy incómodo para ambos sino porque el que masturbaba al otro tenía a la vez la función de tener los oídos prestos a cualquier ruido que proviniera de fuera del estudio. Mientras tanto el que recibía las caricias podía tranquilamente concentrarse en simplemente sentir, en gozar, lo cual habría sido difícil si hubiera tenido que hacer varias cosas al tiempo.

El clímax de mi hermano duraba en llegar lo que dura un respiro. Nadie nos enseño a acariciarnos y sin embargo lo hacíamos como los más expertos; mis manos viajaban por la verga de mi hermano que a sus 12 años ya tenía de considerable tamaño, o al menos eso me parecía pues era la única que conocía en vivo y en directo. La tomaba con suavidad pero con firmeza y comenzaba un movimiento lento hacia arriba y hacia abajo, muy lento porque bien sabía que no aguantaba demasiado y más después de haberme visto orgasmar. Me detenía mientras el se sosegaba un poco y retomaba las caricias. Luego acariciaba sus bolas cubiertas de una pelusilla suave y regresaba al tronco, a su base y al glande ya cubierto de fluido preseminal. Cuando lo sentía cerca al clímax (su respiración agitada me avisaba) aceleraba los movimientos y el se corría arrojando una gotita o dos de semen la cual yo tomaba afanosamente entre mis dedos, me la llevaba a la boca para tragarla con desesperación. Podría decir que esperaba todo el día por ese premio, por esas gotas de néctar blanquecino. Después de nuestra mutua masturbación hacíamos los deberes juiciosos no fuera que nos fuera mal en los estudios por vivir pegados el uno al otro.

La suerte nos sonrió durante un tiempo y no fuimos descubiertos. Pero como nada hay perfecto en este mundo, un día por confiados nos descuidamos. Nuestro beso en la boca inicial se prolongó más de la cuenta, cerramos nuestros ojos chupando y succionando los labios del otro, ajenos al resto de la humanidad a la vez que nuestras manos se deslizaban por la espalda, desde el cuello hasta las nalgas y luego por encima de ellas. En un momento dado abrí los ojos y me encontré con la mirada horrorizada de Clemencia. Me separé de mi hermano bruscamente, pegada a la silla sin atinar a decir nada… y es que en un momento como ese las palabras sobraban. Clemencia reaccionó y comenzó a llamarnos de todas las formas posibles, desde hijos del demonio hasta aberrados. Se quitó el cinturón y se disponía a golpearnos. Me abracé al cuerpo de mi hermano llorando y gritando. En ese momento entró mi abuelita la cual acudió al escuchar la algarabía, tomó a Clemencia por los brazos tratando de calmarla y al ver que ella no reaccionaba la abofeteó. Clemencia intentó explicarle a mi abuela lo que había ocurrido pero ella no quiso escucharla, con lo que había visto y oído había sido suficiente. Había tratado de golpear a sus nietos y eso era más de lo que podía soportar. Mi abuela llamó a mi papá al trabajo mientras Clemencia tomaba sus cosas para irse. Ese día la despidieron, fue la última vez que supimos de ella.

Sin embargo la víbora venenosa de Clemencia esparció su veneno antes de irse, al parecer le contó a nuestros padres lo que había visto entre nosotros. Lo hizo el día que fue a reclamar un dinero que le debían. Lo supusimos porque una semana después del suceso cambiaron a mi hermano de habitación. No supimos si mis padres le creyeron o no a Clemencia pero decidieron que ya éramos grandes para dormir juntos, que necesitábamos independencia y espacio. Como si eso fuera poco contrataron un profesor particular para que nos ayudara con las tareas en las tardes. Adiós deliciosas y cálidas tardes de masturbación, adiós noches de caricias inagotables.

Mi mundo se derrumbó….

CONTINUARÁ…

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