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Terapia sexual 2 de 12

en Grandes Series

Segunda entrega de la serie.

Esa noche dormí muy poco, más bien podría decir que me la pasé fumando y llorando en el salón, dándole vueltas a la cabeza. Había momentos en los que la conciencia me remordía tanto que me quería morir, también es verdad que había momentos en los que mi mente me daba ánimos a continuar con mi aventura. Si lo ocultaba y procedía con inteligencia podría seguir disfrutando de ese fantástico sexo prohibido me decía mintiéndome a mí misma. 

Antes que nada, debo reconocer ante todo que me he sentido como una jovencita entre los brazos de otro hombre. Se trata del vecino que vive un piso más arriba que el nuestro, en un edificio anexo al nuestro por lo que todo queda oculto de miradas indiscretas, la intimidad está garantizada. Se llama Gerardo y es un señor de la edad de mi marido, unos 45 años. Un hombre solitario (luego me enteré que está viudo) que se limita a lo suyo sin meterse en vidas ajenas.

Todo sucedió por casualidad. Yo no pretendía nada en absoluto pero surgió así: Esperando los dos al ascensor me preguntó por mi marido, eso me sorprendió, él ni siquiera le conoce personalmente, seguramente habría oído que estaba enfermo y me preguntaba por educación. Con la misma educación se presentó diciéndome su nombre y yo el mío. El caso es que entablamos una charla mientras esperábamos el ascensor. Cuando me invitó a tomar un café no sé por qué acepté, quizá porque me sentía cómoda hablando con él o quizá porque necesitaba desahogarme con alguien, no lo sé, el caso es que al salir del ascensor le seguí y pasé dentro de su casa. Muy bien ordenada por cierto.

Él dijo que iba a preparar café dejándome sola un momento en el salón. Al sentarme en el sofá me di cuenta de que ese día me había puesto una falda que para este momento era muy corta para mi gusto, como no quería exhibirme decidí mantenerme con las piernas cruzadas, muy juntas y ladeadas, pero así y todo, no había forma de evitar que se me viera una buena porción de mis muslos. Gerardo llegó con el café y se sentó en un sillón aparte. Segura estoy que lo hizo para que no me sintiera incómoda. El hecho de que hubiera escogido ese sillón que curiosamente estaba al lado contrario del que tenía ladeada mis piernas fue pura casualidad, yo también podía haber cambiado de postura pero no lo hice, mi vanidad pudo más que mi sentido común y me gustó enseñarle mis piernas.

 

Charlábamos animadamente y a pesar de que disimulaba muy bien él me comió con los ojos. Me dio mucha vergüenza al principio pero no me sentí incómoda, al contrario, me halagaba que me mirase con tanto deseo. Yo también me fijé con disimulo en su paquete y me excitó ver como se empalmaba mirándome. Durante la charla, me ofreció una segunda taza de café que yo acepté. Ya teníamos un poco de confianza, nos sentíamos cómodos hablando, se sentó a mi lado y no me importó.

 

En nuestra charla no hablamos ni de mi marido ni de su enfermedad y en mitad de la conversación empezó a alabarme de repente. Me dijo que yo era aún muy joven y muy guapa. Gerardo era muy hábil, sabía utilizar las palabras adecuadas para halagar a una mujer. No sé cómo lo hizo, pero me sedujo sin darme cuenta. Cuando quise reaccionar ya me estaba besando apasionadamente y yo en vez de rechazarle respondí a su beso con la misma intensidad o más, si cabe. Me acariciaba las piernas con suavidad, sin prisas, desde el tobillo hasta casi las ingles, sabiendo que eso excita a una mujer. Se tomó su tiempo en acariciarme mientras me besaba. Cuando me metió la mano por dentro de mis muslos instintivamente separé las piernas para que comprobara lo mojada que estaba. Gerardo me tocó por encima de las bragas, yo estaba muy nerviosa, pendiente de todas las sensaciones que notaba. Al sentir que me metía la mano por la ingle contuve la respiración, cuando me tocó el coño me derretí de gusto.

 

Para distraerme de mis pensamientos Gerardo aplicó más pasión al beso mientras sus largos y delicados dedos exploraban toda mi húmeda raja. Era un experto pues sabía exactamente dónde debía tocar. Unos minutos después estaba tan excitada que yo le correspondí sobándole la entrepierna por encima del pantalón. Precisamente jugando con su polla descubrí que estaba muy bien dotado, en cuanto imaginé todo lo que iba a disfrutar con su virilidad, me puse más caliente que una estufa.

 

Mientras él me besaba yo le desabroché los pantalones. Le bajé la bragueta en un santiamén y dejándome llevar por la lujuria que sentía le palpé la polla por encima de los calzoncillos, al notar su tamaño se la saqué para vérsela mejor. Gerardo se apartó un poco para observar mis manejos. A simple vista su polla era fina y bastante larga. El capullo no era tan gordo como el de mi hijo, tampoco tenía importancia. La cogí por la base y al ver que aún sobresalían cuatro de mis dedos calculé mentalmente que debía medirle unos 20 centímetros más o menos. Jugué con ella acariciando toda la longitud. Me encantaba subirle todo el prepucio para después descapullarlo, masturbándolo despacito, también le estimulé acariciándole los huevos. Minutos más tarde cerré los ojos y la mente para que los remordimientos no me distrajeran, abrí la boca y la engullí.

 

Me dediqué a disfrutar de aquella polla saboreándola un buen rato, lamiéndola por debajo desde la base, parándome el frenillo y continuar hasta la punta. Gerardo se quedó quieto dejándome disfrutar de su sexo un buen rato, cuando se le puso dura me detuvo y se bajó más los calzoncillos. Se acercó de nuevo a mi cara ofreciéndome sus huevos a los que dediqué el mismo trato y mimo que a su deliciosa polla. Estaba tan ensimismada lamiéndole los huevos que no me di cuenta de que él me dirigía hasta su culo. Me enfrenté a su esfínter y no supe muy bien qué hacer, aquello era nuevo para mí, jamás se me hubiese ocurrido chuparle el culo a Pablo o él a mí. Hasta ese momento yo no sabía que esa zona era también muy erógena para el hombre. No sé si a todas la primerizas les pasa igual, pero yo lo primero que hice fue oler la zona por si acaso. Y el único aroma que percibí fue a hombre, nada más, entonces me tranquilicé. Gerardo era muy limpio y eso me gustó. Apoyó el pie sobre el asiento dejándome acceso, yo metí la cabeza por debajo y le besé el culo repetidas veces. Viendo que esto me excitaba dejé a un lado los escrúpulos y lamí la piel alrededor del orificio. El sabor era como el de cualquier parte de su piel y me entregué a lamerle el culo dándome cuenta de que me gustaba hacérselo. Mientras yo me entretenía con su esfínter él no paraba de tocarme el coño y masturbarme el clítoris. Gerardo no me dejó lamer mucho tiempo guiando de nuevo mi cabeza hasta su hermosa polla, dándome un atracón con su pene me llegó el orgasmo sin darme cuenta gracias a sus maravillosos dedos.

 

No fue intenso pero me quedé sin fuerzas. Aprovechando eso y mientras me recuperaba, Gerardo me desnudó dejándome en pelotas y mientras él se desnudaba yo le miré y me excité de nuevo. Tenía un hermoso cuerpo, ni gordo ni delgado, de complexión más bien fuerte. Con mucha delicadeza me tumbó en el sofá, me separó las piernas y se colocó encima de mí sin penetrarme, se lo pedí pero me dijo que no era el momento. Gerardo me volvió a besar. Ahora lo hacía más detenidamente, saboreando toda mi boca, mis labios, mi lengua. De nuevo me lamía los labios y al poco volvía a meterme la lengua profundamente. Yo no quería que me besara de esa manera, porque podía desatar sentimientos que yo no deseaba tener, se lo dije, pero él besaba tan maravillosamente que a los pocos segundos consiguió vencer mi reticencia. Pensaba en eso mientras nos besábamos y cuando menos me lo esperaba noté que se metía dentro de mí. Lo hizo despacio, con lentitud, como saboreando cada centímetro de mi vagina. No pude menos que gemir del gusto que sentía. Gerardo continuó empujando, avanzando por mi interior profundamente hasta que sus huevos hicieron tope, entonces se quedó quieto haciéndome los espasmos de su polla. Aquella maniobra me hizo sentirle en sitios que jamás habían sido penetrados por ningún hombre. Me volví loca de gusto y terminé por correrme otra vez. Gerardo tenía tanta experiencia que había logrado que me corriera dos veces y ni siquiera me había follado aún. Éste hombre era extraordinario.  

 

Él permaneció quieto unos minutos más para que disfrutara del clímax, mirándome cómo me corría, luego se dedicó a lamerme los pechos hasta ponerme los pezones como piedras. Entonces empezó a follarme, despacio, dándome penetraciones muy profundas con su larga polla. A lo primero no fue muy agradable que me penetrara tan hondo, me rozaba en sitios muy sensibles, pero minutos después me encantaba que me lo hiciera así. Cuando vio que me acostumbraba a su tamaño me abrazó con fuerza por los hombros y la cintura. ---Sara vas a ser mía, más de lo que nunca has sido de tu marido---, sus palabras me encendieron de una manera brutal. Gerardo empezó a entrar y salir de mi coño, poseyéndome de una forma sensual y viril, como solo un verdadero hombre sabe hacerlo. Me estaba haciendo el amor intensamente. Yo me había imaginado que Gerardo me echaría un polvo salvaje y ya está, pero no era así, me lo hacía con ternura, con mucho cariño y a la vez con firmeza. Mi cuerpo echaba tanto de menos esa sensación que mis labios susurraron a su oído: ---Soy tuya Gerardo, me estas matando de gusto---. Gerardo me besó y continuó poseyéndome. Me abandoné a él abrazándole con fuerza, sintiéndome una verdadera mujer entre sus brazos. Jadeando de placer cada vez más. En escasos cinco minutos me corrí. El clímax fue intenso y el orgasmo muy fuerte, nunca había experimentado una sensación así con mi marido. Más tarde, cuando recobré la cordura me entró el pánico, me sentí culpable por lo que estaba haciendo.

 

--- Gerardo por favor córrete ya. –le pedí para terminar aquello rápidamente.

--- Tranquila Sara, no te preocupes. –dijo dándome besos por toda la cara.

--- No puedo dejar de pensar en mi marido, en lo que le estoy haciendo.

--- Deja de pensar Sara, ya no tiene remedio. –insistió él.

--- Aún puedo remediarlo. –le dije.

--- Como quieras, si quieres puedes irte pero sería un lástima, no imaginas cuanto me gustaría saborear tu cuerpo. -al escucharle se me puso la carne de gallina ¿qué más cosas iba a hacerme éste hombre?

 

No me fui por supuesto. Gerardo me la sacó y se agachó entre mis piernas dispuesto a saborear mi sexo con su boca. Empezó a lamerme diciéndome que tenía un sabor exquisito, lo repitió un montón de veces llenándome de orgullo. El tío era un experto del sexo oral. Estuvo mucho tiempo comiéndome el coño, llevándome de un orgasmo a otro. Cuando acabo me dejó desfallecida y enormemente satisfecha. Me dejó descansar un rato porque me vio sin fuerzas. Mientras me recuperaba me puse nerviosa porque no sabía qué hora era ni cuanto llevábamos enrollados. Sabía que él no se había corrido aún pero le dije que tenía que irme ya, su respuesta fue besarme con ardor y mucha pasión, sus manos estrujaban mis pechos con suavidad incrementando mi excitación y claro, me puso caliente de nuevo.

 

Una vez recuperada me quiso penetrar de nuevo para correrse él dentro de mí pero no le dejé. En ese momento tenía que haberme marchado, poner punto final a esa locura y si él no se había corrido era su problema, pero mi maldita vanidad de mujer me lo impidió. En vez de eso, tomé el control de la situación y me lo llevé a su habitación para demostrarle todo lo hembra que era. Lo tumbé en la cama y le di la mejor mamada que fui capaz. Me veía obligada a devolverle el placer que me había proporcionado, así que estuve mucho rato lamiéndole el culo, metiéndole la punta de la lengua por dentro de su ano sin pararme a pensar en lo que hacía. Luego volví a mamársela de nuevo con toda la intensidad que era capaz, pero tampoco se corrió en mi boca como yo pretendía.

 

Gerardo se dejó hacer hasta que decidió tomar él el control. Me puso a cuatro patas en la cama y desde atrás, estuvo restregándome el capullo por toda la raja de mi coño hasta que yo misma le rogué que me la metiera. Entonces me dijo que iba a darme sexo salvaje y me penetró de un fuerte empujón. Se me escapó un fuerte jadeo de placer. Me agarró por los pelos y empezó a follarme como una bestia. Empujaba tan fuerte que tenía la sensación de que su polla me llegaba al útero. Era la primera vez que me lo hacían así y perdí los papeles gimiendo como una puta. Me corrí de nuevo pero él siguió penetrándome con mucha rapidez, buscando ya su propio placer.

 

Minutos después me la clavó profundamente y se quedó quieto, muy tenso, empujando tan fuerte contra mí que llegó a arrastrarme sobre el colchón hasta casi chocar contra el cabecero de la cama. Al eyacular Gerardo experimenté una sensación nueva y desconocida hasta ahora ya que noté perfectamente los espasmos de su polla. Sentía perfectamente los lechazos de semen caliente que me bombeaba y entonces supe que en ningún momento tuve el control de la situación. Él era el que decidía cómo follarme y cuando debía correrse. No me quedó más remedio que rendirme a este hombre lleno de sabiduría y experiencia. Se me pasó el nerviosismo y las prisas por marcharme de golpe y permanecí con él más tiempo, dejándome follar todo lo que él quiso. Sintiéndose dueño de la situación volvió a llenarme el coño con otro maravilloso polvo.

 

Me invitó a lavarme y me acompañó hasta su baño. Cuando llegamos pensé que entraría yo sola pero él se metió dentro conmigo. Me cortaba mear delante de él y se lo dije, me contestó que eso era una tontería y tenía razón. No me quedó más remedio que mear y él me abrió las piernas para verlo. A mi marido nunca se le hubiera ocurrido traspasar así mi intimidad, pero Gerardo era distinto. Y fue más allá al no permitir que me limpiara con un trozo de papel, él mismo se encargó de limpiarme el coño con su lengua. ¡Y cómo limpiaba! Logró excitarme con ese detalle. Después, yo le sostuve la polla mientras él meaba, también le lamí la punta cuando terminó saboreando por primera vez en mi vida el pis de un hombre. Salimos del baño y agarrados por la cintura fuimos hasta la cocina, allí tomamos café mientras charlábamos sobre la experiencia que habíamos tenido.  Yo le confesé la verdad: que me había encantado hacerlo con él. Ni siquiera me sentí culpable de la traición que acababa de cometer contra mi marido. Cuando me preguntó por mi experiencia en el terreno sexual le dije que no tenía ninguna, me había casado virgen con Pablo. Gerardo me preguntó directamente si había tenido sexo anal con mi marido y contesté que no poniéndome colorada. Entonces él dijo que eso había que solucionarlo. Me puse nerviosa y me entró miedo ya que había oído que el sexo anal es doloroso.

 

Gerardo me dio la vuelta y me agachó sobre la encimera, me abrió las nalgas y comenzó a lamerme el culo, llenándome de saliva el esfínter y el ano, luego me metió un dedo y lo movió un poco, después metió otro dedo más y procedió a dilatarme el esfínter, siempre con mucho tacto, susurrándome palabras cariñosas al oído mientras me introducía sus dedos. Cuando calculó que estaba preparada apoyó su pene en mi esfínter y empujó muy despacio. Me metió sólo el glande y enseguida me la sacó, volvió a meterme la punta empujó un poco más y me la sacó otra vez. Repitió la misma operación varias veces, preguntándome siempre si me hacía daño. Yo notaba que el culo me ardía pero no era tan doloroso como había pensado en un principio. Gerardo prosiguió sus maniobras durante bastante rato hasta que al fin logró meterme su largo pene completamente. Una vez me acostumbré empezó a follarme muy despacio, con penetraciones cortas que fue alargando a medida que pasaban los minutos. Cuando yo empecé a gemir y a jadear de gusto él incrementó el ritmo metiéndome y sacándome casi todo su pene. Yo tardé en correrme, pero al final lo hice. Gerardo aprovechó mi orgasmo para penetrarme profundamente con su largo pene, tardó bastante en eyacular pero al final me llenó el intestino con su semen caliente. Mi primera experiencia anal fue fabulosa.       

 

Cuando llegué a mi casa, le conté a mi marido una mentira cualquiera como si fuera lo más normal del mundo y me metí en la ducha. Mientras me caía el agua caliente y enjabonaba mi cuerpo borrando el rastro de mi infidelidad, reviví la maravillosa tarde que había pasado con Gerardo y sentí calambres muy placenteros en mi sexo.

 

Quince días después tuve un ataque de arrepentimiento y me maldije por haber sido tan débil. Mi marido no se merece que le engañe de ésta forma. Pablo nunca sería capaz de hacer lo que yo he hecho. Él siempre me ha respetado y sé que me ama con toda su alma, como yo a él a pesar de todo. Pero ya no tenía remedio. Tenía momentos en los que el sentimiento de culpa me mortificaba hasta la locura. Me devoraba por dentro hasta dejarme vacía. Desde entonces esa sensación va conmigo siempre, no puedo quitármela de encima. Ahora empiezo a darme cuenta que hay días en los que me cuesta mirar a Pablo a la cara y sonreírle sin sentirme avergonzada. Cuando le beso se me pone una bola en el pecho que me oprime hasta asfixiarme y tengo que aguantarme las ganas de llorar.

 

¿Y todo eso se debía a mi sentimiento de culpabilidad? No, no era por eso, sentía todas esas cosas porque no ha sido una, sino tres veces ya las que me he acostado con Gerardo. Ni siquiera estoy segura de por qué lo he hecho, pero es que las folladas con él son tan maravillosas que no puedo resistirme. Su recuerdo me pone muy cachonda, por eso en estos 15 días he subido a su encuentro tres veces. No peligra mi relación con mi marido porque no tengo sentimientos por Gerardo, solo deseos, deseos por follar y follar con él. Es el único que ha sabido sacarme a la “otra”, a la golfa que todas las mujeres llevamos dentro y que ocultamos por temor a qué pensarán de nosotras nuestros maridos. En sólo tres encuentros ha sabido emputecerme con una habilidad increíble. Estoy salida por él, lo reconozco. A su lado he aprendido más cosas sobre el sexo que con mi marido en 22 años de matrimonio. Sus enseñanzas van desde el sexo en todas sus variantes: oral, anal y coito hasta autenticas guarrerias.

 

En el segundo encuentro que tuvimos acabé tan excitada que en el váter no me importó que me meara todo el cuerpo, yo, que para éstas cosas soy una escrupulosa, estaba tan salida que hasta me bebí unos cuantos chorros sin sentir asco. Cuando estamos en el váter después de follar, él se sienta en la taza y yo me siento a horcajadas sobre él. Aunque no está duro me mete su pene en la vagina y me suelta una potente meada que hace que me corra de gusto como una autentica cerda. Luego, en la ducha, él se agacha entre mis piernas me abarca toda la vulva con su boca y yo meo muy excitada viendo cómo él se lo bebe todo. Gerardo hace conmigo lo que quiere y yo no se lo impido. Nada de lo que me haga me importa porque disfruto con él como nunca en mi vida. Me encanta ser su puta. No comprendo mi transformación, solo de una cosa sí estoy segura: Deseo seguir follando con Gerardo muchas más veces. >>

…/…  …/…

Una tarde por casualidad, mi hijo y yo coincidimos en el baño. Ese día no me apetecía irme con Gerardo y me di una ducha para calmar mi calentura. Al salir le sorprendí de nuevo con el pene en la mano a punto de mear. Inmediatamente me miró y se le puso tiesa al verme desnuda. Esta vez le vi un poco más de pene y me sorprendí gratamente al ver lo gordo que era. Me excité mucho. Sin proponérmelo noté que mi vagina se humedecía, a duras penas me controlé para no abalanzarme sobre su grueso pene.

--- Pero hijo ¿cómo vas a mear así? –le dije riendo.

--- Tú eres la causante de esto mamá -me contestó bromeando también- creo que deberías hacer algo para que se me baje la calentura y poder mear. -Yo le miré pensando que me lo decía en broma, pero él no bromeaba, estaba muy serio.

--- Estás loco si piensas que te voy a tocar. –le dije seria también.

--- ¡Vaya! A mí no, sin embargo bien que le tocas y le chupas al vecino de arriba antes de follar con él ¿eh mamá? -me contestó.

Al escuchar a mi hijo mi cuerpo se quedó sin sangre. Pillada por sorpresa me puse colorada y después pálida. Me temblaban tanto las rodillas que me tuve que sentar en el borde de la bañera. Nos quedamos mirándonos unos segundos. Ni siquiera reaccioné cuando él se acercó con su enorme pene tieso. Aprovechando mi estado de shock mi hijo intentó metérmela en la boca.

--- Déjame o te arrepentirás toda tu vida ¡cabrón! –le dije intentando separarlo de mí a empujones.

--- Estate quieta ¡puta! , –la bofetada en la cara me dejó paralizada- ahora vas a darme lo que quiero o atente a las consecuencias. -dijo poniendo las cartas encima de la mesa.

¡Dios mío! Si mi marido se enteraba de mi infidelidad el disgusto que se llevaría podía causarle una desgracia. No, no podía enterarse de nada, ¿Y entonces qué hago? Pensaba angustiada una y otra vez sin hallar una solución, estaba muy confundida para pensar con claridad, cuando quise darme cuenta el pene de mi hijo entró en mi boca. Nada más notar su gordo e inflamado glande llenándome la boca dejé de pensar. Tuve que abrir la boca más de la cuenta porque el glande era bastante más grueso que el de Gerardo. En cuestión de segundos me gustó la sensación de tener una polla tan gorda en la boca, a pesar del asco que sentía por lo que me estaba obligando a hacer mi hijo. Viendo mi pasividad, Marcos inició un movimiento de caderas hundiéndome su pene dentro de la boca cada vez más. Quería follarme la boca, no me lo decía, pero yo lo supe en el acto. Se movía despacio, casi disimulando, pero me di cuenta enseguida de su maniobra ya que su glande me rozaba ya la campanilla provocándome dos arcadas. Al darse cuenta me la sacó de la boca. Me tragué la saliva tratando de contener mi estomago y boqueé tomando aire para no vomitar.

--- Eres un cabrón. – le dije secándome las lagrimas de los ojos con rabia.

--- Perdona mamá –me dijo arrepentido.

--- Una mierda te voy a perdonar. –le dije cabreada.

--- Lo siento mamá. Perdóname por favor, no sabía lo que hacía, me he vuelto loco. Te juro que no pasará esto nunca más, pero necesito que me perdones mamá. –¿El arrepentimiento de mi hijo era totalmente sincero?

A pesar de sus disculpas yo le miré a la cara para que viese el asco que sentía en ese momento. Él se puso colorado, estaba avergonzado por haberme tratado de esa manera.

                --- ¿Y ahora qué, se lo dirás a tu padre? –le pregunté muy nerviosa. Todo estaba ocurriendo mientras mi marido dormía en nuestra cama, ajeno a lo que pasaba en el baño.

                --- No mamá deberías decírselo tú misma, creo que tiene derecho a saberlo.

                --- No puedo contárselo Marcos ¿no te das cuenta?, me moriría de vergüenza y él se llevaría un disgusto muy serio, podría darle un nuevo infarto. –admití.

                --- Entonces no le engañes más. Si crees que eso perjudicaría tanto a papá deja de ver al vecino mamá, es lo mejor. –me dijo.

No contesté. Me puse a pensar con rapidez buscando una solución a éste problema ¿podía fiarme la palabra de mi hijo? Por supuesto que no, no confiaba en él. Intentó separarse de mí para marcharse pero se lo impedí. Forcejeamos un poco pero yo no le solté, tenía su pene bien agarrado por la punta sin saber qué hacer, pero tampoco era capaz de soltarlo, dudé un momento mirándole a la cara, tratando de descifrar lo que pensaba en ese momento. Sin dejar de mirarle a la cara le bajé los calzoncillos hasta las rodillas y entonces, descubrí el mayor tesoro de mi vida: la polla de mi hijo. Muy grande, muy gorda. Enorme. Tenía dos gruesas venas de color azul que nacían en la base y recorrían el grueso tronco más allá de la mitad, allí se ramificaba en muchas venitas. Era un aparato tremendo, mucho más que el de Gerardo. Aquella polla era el sueño de cualquier mujer, era de mi hijo y me pertenecía a mí solita.

                --- ¿Qué pasa mamá, nunca has visto una así de grande? –me preguntó pero sin chulería en la voz.

                --- Jamás hijo, la de tu padre ya has visto como es y Gerardo, el vecino, no te llega ni a la suela de los zapatos. La tuya es enorme, tremenda y a la vez preciosa. Es una maravilla hijo.

                --- Algunas mujeres se asustan pensando que les voy a hacer daño.

                --- ¿Y se lo haces? –pregunté curiosa.

                --- Ninguna ha tenido queja en ese sentido hasta ahora.

                --- Eso quiere decir que todas están satisfechas ¿no? –deduje.

                --- Sí. Bueno mamá me tengo que ir, ya has visto lo que tanto deseabas, ahora hasta luego. –se agachó y me dio un cariñoso beso en la mejilla.

Mientras él se acercaba a mí yo me lancé pillándole por sorpresa y me metí su pene en la boca otra vez pero sujetándolo yo, así controlaba cuanto me entraba dentro. Marcos se quedó quieto en el acto dejándose hacer. Mucho mejor, así podía disfrutar todo lo que me apeteciera de esa pollaza. Pasé mi lengua alrededor del glande una y otra vez, despacio, saboreando esa deliciosa carne, palpé el frenillo con la punta de la lengua y de nuevo me envolvieron unas sensaciones que me desconcertaban, no sabía qué me pasaba, con Gerardo eso no me ocurría, en cambio con mi hijo, no sólo ardía de deseo por comerle la polla estaban esas extrañas sensaciones que no sabía interpretar. El flujo de mi vagina era tan constante que notaba que me escurría por el muslo. Mamé con desesperación subiendo y bajando la cabeza, tragándome toda la dura carne que podía; paraba a veces porque no quería que se corriera tan pronto, antes, tenía que disfrutar yo de ese pene. Le masturbé despacio admirando como la piel del prepucio era incapaz de tapar el enorme glande. Un rato después me entretuve lamiendo el enorme tronco, dando besitos al capullo de vez en cuando y mirando a mi hijo con cara de guarra viciosa.

Marcos gemía y jadeaba con mis caricias. Con la mano que tenía libre le estimulé los gordos testículos con suavidad, estirando del escroto hacia abajo con delicadeza para que gozara al máximo como me había enseñado Gerardo. Le hice poner un pie sobre el borde de la bañera y metí la cara entre sus piernas. Le di besitos cariños en los cojones porque mi hijo tenía eso en vez de testículos. Mi cabeza se movía de delante a atrás y viceversa besando cada milímetro de su hermosísimo escroto. Le lamí el perineo un poco y de paso le olí el culo como hice con Gerardo. Marcos despedía un olor a macho que me volvía loca. Pasé la lengua alrededor de su esfínter varias veces saboreando primero y más tarde empujé con fuerza tratando de meter todo lo que pude la lengua en su ano. Deseaba con toda mi alma comerme a mi hijo enterito.

Marcos aguantó muchísimo tiempo mis caricias, por lo menos pasó más de media hora hasta que de pronto se tensó, me agarró de los pelos impidiendo que me moviese y eyaculó en mi boca. Yo, que apenas tenía su glande y poco más atrapado con mis labios, miré embobada los fuertes espasmos que daba su pene al bombear su placer, llegué a contar hasta diez lechazos abundantes. El muy cerdo me estaba llenado la boca de semen y no me quedó más remedio que tragarme su corrida. Lo que más me encantó fue degustar su sabor ácido tirando más a dulce ¡una delicia vamos!, cuando me sacó el pene de la boca le salió un gruesa gota de semen de la punta que cayó en mi barbilla.

--- Joder mamá, esto ha sido increíble. Si es lo que quieres tu vida va a cambiar para siempre. Se acabaron las visitas al vecino ¿comprendes lo que te digo? –me dijo en voz baja.

No contesté a su amenaza. Marcos se dio la vuelta y se marchó a su habitación, en cuanto se cerró la puerta del baño me eché a llorar arrepentida y horrorizada, también avergonzada por lo mucho que había disfrutado comiéndosela a mi hijo ¿cómo se puede llegar a esto dios mío?

Al menos el resto del día no hubo más incidentes ya que mi hijo salió y por la noche me fui a la cama con mi marido, evitando quedarme a solas con él.

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