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en Amor filial

Cuando el Patriarca entró en su casa vio que su familia reía mientras comían las rosquillas que habían hecho su hija y María, su María. Las dos mujeres dejaron de reír cuando le vieron entrar y se quedaron mirándole, le dolió ver el miedo en los ojos de María pero ya se le pasaría, en cuanto pasara dos días en esa casa.

— Ya está todo arreglado, ellos en su casa y vosotros en la vuestra. —dijo el Patriarca quitándose la pelliza de cuero, luego caminó hasta ellos y se sentó en la mesa para comer una rosquilla con café, al ver la cara con que le miraba Paquito le preguntó.

— ¿Me tienes miedo?

— Un poco. —contestó el muchacho.

— ¿Qué es lo que te da miedo de mí?

— Su cara, es muy seria. —contestó con sinceridad.

— ¿Te gusta más así? —dijo el Patriarca componiendo una mueca con amplia sonrisa, casi cómica.

— Sí, pero no tanto. —dijo Paquito echándose a reír.

— Ven Paquito, siéntate en mis piernas. —el muchacho se bajó de la silla y se sentó sobre las piernas del Patriarca.

— Escucha bien lo que voy a decirte hijo, yo jamás te haré daño ni dejaré que te lo hagan otros. —le dijo el Patriarca.

— ¿Me lo prometes? —preguntó el chico mirando al Patriarca.

— Te lo prometo. —respondió éste.

— ¿Y me salvarás de Raúl? —preguntó Paquito.

— Pues claro, te salvaré de todos los que quieran hacerte daño. —insistió el Patriarca.

— ¿Cómo te llamas? Preguntó Paquito.

— Pedro.

— ¿Y cómo tengo que llamarte yo?

— Como tú quieras.

— Te llamaré abuelo, es el que más me gusta.

— ¡Sea pues! A partir de ahora seré el abuelo para Paquito. —dijo el Patriarca, Paquito y Carmen se miraron y sonrieron.

— Oye Paquito que pasa con Raúl ¿es que te hace daño alguna vez? —preguntó Tomasa con mucho tacto.

— Siempre pero no me pega, sólo me obliga a chuparle la polla a él y a sus amigos. Una vez me bajaron los pantalones dejándome el culo al aire, me echaron sobre una roca y alguien me escupió en el agujero del culo restregando después la saliva, entonces el Raúl se sacó la polla y empezó a metérmela por el culo, se movía como los conejos y me hacía un poco de daño, me quejé y mandó a uno de sus amigos que me tocara la polla. No sabía entonces lo que pretendía con eso ya que yo no sentí nada, sólo que ese chico me estiraba de la polla o me apretaba los huevos sin saber por qué, ahora comprendo lo que me hacían pero entonces no lo sabía. —terminó de contar Paquito.

El Patriarca vio que el muchacho estaba tranquilo, en cambio María y Tomasa tenían los ojos llenos de lágrimas, hasta Carmencita estaba pálida después de escuchar el relato del muchacho. El Patriarca miró a las tres mujeres y negó con la cabeza, hasta Carmencita entendió que no debían llorar y se limpió las lágrimas pasándose el brazo por los ojos.

— Bueno lo que tienes que hacer es no irte a jugar más con esos chicos. —dijo el Patriarca sin darle importancia.

— Ya no lo hago abuelo. —dijo Paquito cogiendo otra rosquilla.

— No comas más que sino no cenarás glotón. —le dijo el Patriarca haciéndole cosquillas arrancando carcajadas a Paquito.

— Bueno, anda Carmencita iros a jugar tú y Paquito. —dijo el Patriarca para poder hablar con Tomasa y María.

— ¿Vamos a salir a la calle? —preguntó el chico un poco asustado.

— No tonto, jugaremos en la cama ¿has besado a una chica? —preguntó Carmencita.

— Nunca.

— ¿Quieres que te enseñe? Te va a gustar, sobre todo cuando juntemos las lenguas ya verás. —dijo la chica arrastrando a Paquito hacia la cama.

— Tiene buen desparpajo. —dijo el Patriarca mirando a su nieta.

— Porque tiene a quien parecerse. —dijo Tomasa con orgullo.

— Tomasa, tú ya tienes demasiado. —contestó el Patriarca riendo y contagiando la risa a las dos mujeres.

— Bueno afortunadamente hemos cortado todo a tiempo. —dijo el Patriarca.

— Si me echo a la cara al Raúl lo mato. —dijo María muy seria.

— Ya pasó cariño, no le des más vueltas pues será peor para tu hijo, ya has oído que para él sólo es un mal recuerdo sin importancia, no se la des tú. —aconsejó el Patriarca a María.

— Gracias Pedro. —dijo María.

— No me las des, lo he hecho de corazón. —contestó él.

— Bueno, ahora tenemos que pensar en mañana, en lo que vamos a cocinar. —dijo Tomasa tratando de suavizar el ambiente.

— Podemos hacer un cocido, si te parece. —sugirió María.

— ¡Yo quiero cocido! —exclamó Carmencita.

— ¡Y yo también! —exclamó Paquito.

— ¡Sea pues! Mañana se comerá cocido en esta casa y celebraremos una fiesta por vuestra llegada. —dijo el Patriarca.

— Es el mejor guiso, así mientras se hace lavaremos la ropa. —dijo Tomasa.

— ¡Ja! No sé qué ropa, Paquito sólo tiene lo puesto y no pienso ir a esa casa a por su ropa, si es necesario lo tendré como lo trajo dios al mundo hasta que se seque si se la ensucia y yo ni siquiera llevo bragas. —se lamentó María.

— ¡¿Que no llevas bragas?! —exclamó Tomasa— sentencia padre, seguro que tiene que estar prohibido andar por ahí sin bragas. —pidió Tomasa a su padre riéndose.

— Ven María, siéntate en mis piernas. —dijo el Patriarca.

— No sé para qué. —dijo María riendo.

— Tú siéntate y ya lo verás —insistió el Patriarca, María se levantó riéndose como una tonta pero acabo sentándose sobre las piernas del Patriarca— antes de dictar sentencia debo comprobar que lo que has dicho es verdad, Tomasa procede a subir las faldas de esta mujer. —dijo el Patriarca, Tomasa se levantó corriendo sin dejar de reír y  arrodillándose ante su amiga empezó a subirle las faldas hasta la cintura.

— Es verdad Padre, se la ve el conejo. —dijo Tomasa mirando con ojos de deseo a María.

— A ver, yo también debo comprobarlo —dijo el Patriarca separando los muslos de María con sus manos para agacharse y mirar— ¡Joder! Pues es verdad que lleva el conejo al aire y menudo conejo, es el más bonito del mundo. —dijo el Patriarca.

Carmencita y Paquito que se estaban besando dejaron de hacerlo y ante las risas y lo que decían los mayores se bajaron rápidamente de la cama y se acercaron a mirar.

— ¡Vaya conejo tiene mi madre! —dijo Paquito al verlo por primera vez.

— Debe de estar riquísimo. —opinó Carmencita.

— Seguro que sabrá a Gloria. —dijo Tomasa lamiéndose los labios.

A todo esto María que estaba toda espatarrada mostrando su entrepierna no paraba de reír a carcajadas.

— Por tu desfachatez María yo sentencio que los aquí presentes te chupen el conejo por desvergonzada.

Tomasa y los dos chicos se abalanzaron contra la entrepierna de la pobre María, Tomasa fue la primera en posar su boca, chupó y lamió la hendidura y se apartó para que Carmencita chupara también, Paquito preguntó si podía chupar el culo ya que las dos mujeres no le dejaban arrimarse, el Patriarca alzó hacia arriba las piernas de María manteniéndolas abiertas, entonces Paquito abrió las nalgas de su madre, vio el agujerito trasero y se puso a lamerlo como un perrillo.

— Por favor Pedro para esto o me corro. —le pidió María.

— Ese es tu castigo desvergonzada. —dijo él con la cabeza agachada mirándola, María alzó la suya juntando su boca con la de él y se agarró a su cuello, ambos se besaron con pasión un buen rato. María estaba tan llena de felicidad que se olvidó de todo lo malo de esa tarde, dejó que Pedro le devorara la boca sintiendo que empezaba a arder y que el gusto se le acumulaba entre las piernas.

Paquito jugaba sin parar con el agujero trasero de su madre y Tomasa le enseñaba a su hija:

— Mira Carmencita metes dos dedos en la vagina con mucho cuidado para no arañar la carne de dentro, mueves un poco los dedos adelante y atrás y cuando los sacas fíjate qué agujero queda, ahora es el momento de meter la lengua y sorber todo el jugo del conejo. —Carmencita siguió las instrucciones de su madre al pie de la letra y a los pocos minutos de estar sorbiendo oyó que María se corría, entonces miró a su madre con orgullo, como diciendo: “Lo he hecho yo”.

Después de que María se hubiera corrido el Patriarca les pidió que la dejaran descansar un poco.

— Abuelo ¿Tú le vas a comer el conejo a madre? —preguntó Paquito.

— No hijo. —contestó el Patriarca.

— ¿Y qué le vas a hacer? —preguntó Carmencita intrigada.

— Nada, de momento seguiremos jugando.

— Pero ¿Y después? —insistió Paquito y el Patriarca fue sincero con él.

— Después yo la meteré mi polla por el conejo.

— ¡Hala! —exclamó Carmencita.

— Podremos verlo abuelo. —insistió Paquito.

— Claro que sí, aunque lo que veréis es a dos adultos queriéndose y dándose amor.

— O sea que cuando un hombre quiere dar amor a una mujer le mete la polla por el conejo.

— Es un poco más complicado, verás, el amor tienes que sentirlo aquí —dijo el Patriarca tocando el pecho de Paquito— y cuando metes la polla en el conejo te sale a través de la polla.

— ¿Y cómo es el amor cuando sale? —insistió nuevamente Paquito.

— A los hombres les sale leche por la polla, ése es el amor que te dice. —le dijo Carmencita que no pudo ser más gráfica.

María había escuchado las explicaciones del Patriarca a su hijo y se sintió feliz pensando en que Pedro era sin duda el mejor padre para Paquito. Logró ponerse de pie pero se giró y volvió a sentarse sobre el Patriarca, esta vez a horcajadas para mirarle a la cara.

— ¿Has disfrutado? —preguntó el Patriarca.

— Muchísimo, pero tengo una cosa que decirte. —dijo María.

— ¿El qué? —ella acercó la boca a su oído.

— Tampoco llevo sujetador. —le dijo en voz baja.

— ¿Quieres decir que vas con las tetas al aire? —preguntó el Patriarca haciéndose el sorprendido y ella dijo sí con la cabeza— ¡Atención! Poneos todos firmes —les dijo el Patriarca a los chicos y a Tomasa, ellos que estaban de rodillas pegaron las manos a sus costados— me acabo de enterar de una cosa muy importante. —empezó a decir el Patriarca.

— Oye no se lo digas. —dijo María tratando de tapar con su mano la boca del Patriarca.

— Resulta que ésta desvergonzada me acaba de confesar que tampoco lleva sujetador. —pudo decir el Patriarca por fin.

— Entonces dicta sentencia. —dijo Tomasa seria tratando de poner la voz ronca.

— ¡Sí! ¡Dicta sentencia! —corearon casi juntos Carmencita y Paquito.

— ¡Sea pues! Yo sentencio a esta desvergonzada a que la desnudemos para saber qué más nos oculta. —dijo el Patriarca guiñando un ojo a Paquito.

— ¡Te has vuelto loco! —exclamó María riéndose.

Tomasa y los chicos cayeron sobre María implacablemente y ayudados por el Patriarca la trasladaron a la cama que hacía las veces de cárcel. Una vez allí, mientras el hombre la sujetaba los brazos Paquito, Carmencita y Tomasa procedieron a quitarle la ropa a María hasta que la dejaron como dios la trajo al mundo.

— ¡Señor! Hemos desnudado a la presa y no llevaba sujetador ¿qué castigo le aplicamos? —dijo Tomasa aguantándose la risa igual que María.

— Yo le castigo a que chupéis sus tetas y maméis los pezones por turnos y de uno en uno — empezarás tú teniente Tomasa que eres la mayor, después lo hará la sargento Carmencita y por último el cabo Paquito.

— ¿Y usted señor? —preguntó Tomasa.

— Yo la sujetaré los brazos para que podáis comeros sus tetas con facilidad ¡Podéis empezar!

María estaba sentada sobre la cama totalmente desnuda, detrás de ella el Patriarca sujetándola por las muñecas, Tomasa se puso de rodillas frente a ella, se lanzó sobre uno de sus pechos y sujetándolo con una mano empezó a lamerlo y chuparlo al tiempo que estrujaba el otro pecho con la otra mano.

— Te vas a enterar Tomasa, ya verás cuando te toque a ti. —dijo María mirando como su amiga le mamaba los duros pezones.

— ¡Silencio! —exclamó el Patriarca— al reo no se le permite hablar.

Tomasa se dio un auténtico banquete con las tetas de su amiga, cuando Carmencita arrimó la boca vio que su madre había dejado las tetas de María llenas de saliva, sin darle importancia agarró una teta con las dos manos y se metió el pezón en la boca succionándolo con fuerza y a veces mordiéndolo con los labios y estirando un poco, a María le dio tanto gusto que jadeó, Carmencita dejó de mamar, la miró con picardía y moviéndose como un rayo pegó su boca a los labios de María y al cogerla desprevenida pudo meterle la lengua dentro de la boca para pelearse con la de la mujer.

Al principio María no dio crédito a lo que le hacía Carmencita, luego intentó soltarse las manos pero el Patriarca apretó y no pudo, la muchacha al ver que intentaba soltarse bajó su mano, localizó el clítoris de María y empezó a frotarlo con el dedo.

— Vamos Paquito, aprovéchate ahora que no puede soltarse. —le dijo Tomasa al muchacho.

— ¿Qué le hace Carmencita? —preguntó éste al ver que la chica tenía la mano entre las piernas de su madre.

— Le está tocando el botón del gusto. —le aclaró Tomasa.

— ¿Y eso qué es? —preguntó lleno de curiosidad.

— Es un trozo de carne que tenemos las mujeres en el conejo, y parece un botón, cuando lo frotas despacio nosotras nos corremos. —le explicó Tomasa pero vio que Paquito no se enteraba, entonces se subió las faldas y como no llevaba bragas se abrió el conejo y le enseñó donde estaba el clítoris (el botón del gusto).

El Patriarca también se fijó en que su hija Tomasa tampoco llevaba bragas pero no dijo nada. Tomasa cogió la mano de Paquito y le guió para que le tocara el clítoris y comprobara como era explicándole que también podía tocarlo con la lengua, luego Paquito se acercó a su madre. Carmencita todavía seguía besándose con ella, las miró un poco y luego agarró una teta de su madre y se metió el pezón en la boca, a María le faltaba poco para correrse otra vez, le gustaba lo que le hacían pero le excitaba sentir que Pedro se había empalmado; poco después acabó corriéndose otra vez.

Carmencita vio que Paquito seguía chupando el pezón de su madre y como estaba lanzada decidió darle gusto al muchacho, por lo que le abrió la bragueta y metió la mano para tocarle, Paquito la miró.

— ¿Te gusta? —le dijo ella.

— Mucho. —Carmencita se la sacó fuera.

— Tienes una polla muy bonita, pequeña pero bonita. —le dijo.

— De eso se burlaban el Raúl y sus amigos. —dijo Paquito.

— ¿De que la tenías pequeña? —preguntó Carmencita y Paquito asintió con la cabeza— separa las piernas que te la voy a chupar un rato—le dijo ella y él obedeció, Carmencita se agachó y se metió la polla de Paquito en la boca, se la metió entera porque era pequeña pero pensó que ya crecería. El Patriarca esperó un poco para que el muchacho disfrutara y luego lo cortó.

— ¡Un momento gente! La rea ya ha cumplido su castigo así que le devuelvo la libertad. —dijo soltándole las manos, María se dio la vuelta y volvió a besar al Patriarca pegando su entrepierna a la de él para sentir lo duro que estaba— Pedro se dejó besar pero luego separó a María de él.

— ¡No es justo! ¿Cuándo me toca a mí? —protestó María.

— Cuando yo lo diga. —contestó él atrapando los labios de ella con los suyos simulando darle un mordisco.

— ¡Eh vosotros! —llamó el Patriarca a Carmencita y Paquito y éstos le miraron con atención. Tomasa y María miraron sin embargo los saltos que daba la polla de Paquito sin decir nada.

— A ver teniente Tomasa, venga un momento —dijo el Patriarca y ella se acercó de rodillas hasta él que la giró poniéndola de frente a los demás; Tomasa no cayó en la cuenta de que su padre le sujetaba las muñecas— Tengo otra misión. —dijo el Patriarca.

— ¿Cuál señor? —preguntó María en posición de firmes.

— He descubierto por casualidad que la teniente Tomasa tampoco lleva bragas.

— ¿Qué? Dijo ésta sorprendida.

— Por tanto tenéis que comprobarlo y de ser así habrá que castigarla ¡procedan! —dijo el Patriarca sujetando los brazos de su hija y tumbándola sobre la cama.

María se encargó de subirle las faldas hasta la cintura, lo mismo que le había hecho a ella, Carmencita le separó las piernas a su madre y Paquito al ver el conejo al aire de Tomasa empezó a tocarla el clítoris.

— Muy bien hecho cabo Paquito. —dijo el Patriarca.

Tomasa dejó de protestar enseguida y se rindió a sus atacantes: Paquito era el peor porque le frotaba el clítoris, María la empezó a desnudar diciendo que a lo mejor tampoco llevaba sujetador y al comprobar que era así, le sacó las tetas afuera y se agachó mamándola un pezón, Carmencita se enganchó al otro pezón de su madre, entonces María le abrió la bragueta a Pedro y le sacó la polla afuera, Tomasa le atrapó el capullo con la boca y empezó a chuparlo.

El Patriarca comprendió que el juego se les había ido de las manos para empezar un juego nuevo, soltó las muñecas de Tomasa, se desabrochó el pantalón y se sacó los huevos también. Tomasa se quitó la polla de la boca para lamer los huevos a su padre y antes de que María pudiera reaccionar Carmencita ya tenía la polla de su abuelo dentro de la boca.

Paquito les miraba sonriendo sin atreverse a intervenir, por lo que su madre gateó hasta él, se tumbó y empezó a chuparle la polla. Vio que casi enseguida su hijo cerraba los ojos y se abandonaba, entonces notó que su polla soltaba un poco de agüilla y ya está, pero en vez de soltarle volvió a chuparle la polla, esta vez succionando más fuerte, a los dos minutos más o menos Paquito volvió a soltar lo mismo, no obstante le chupó una tercera vez con idéntico resultado, entonces comprendió que su hijo aun no era capaz de fabricar la leche de los hombres, se incorporó y se acercó a Pedro para decírselo.

— No desesperes cariño, ya la fabricará.

— ¿Cuándo? Ya tiene doce años camino de trece, a su edad los demás chicos se corren soltando leche.

— Piensa María, a lo mejor el hecho de que Raúl y sus amigos se lo follaran y se rieran de él porque la tiene pequeña es lo que le impide dar el salto a hombre. —explicó el Patriarca.

— ¿Y qué podemos hacer? —preguntó María preocupada.

— Dejar que coja confianza, Tomasa y tú entretenedle mientras hablo con Carmencita.

María habló disimuladamente con su amiga, las dos se lanzaron sobre Paquito y empezaron a desnudarle, mientras, el Patriarca le explicaba a su nieta lo que creía que le pasaba a Paquito y la pidió que se dejara hacérselo, estaba seguro de que gracias al cariño de ella Paquito lograría por fin soltar leche como los hombres, la muchacha se sintió orgullosa de que su abuelo confiara en ella.

— Recuerda, trátale como si fuera un hombre. —le dijo el Patriarca.

Carmencita gateó hasta donde estaba Paquito debatiéndose del ataque de las bocas de su madre y Tomasa, las mujeres se retiraron para ir junto al Patriarca y entre las dos le desnudaron. Tanto María como Tomasa contemplaron la polla tiesa de Pedro con un brillo de ansia en los ojos.

— Conmigo no contéis. —dijo el Patriarca.

— ¿Por qué? —preguntó María.

— Porque estoy tan cachondo que cualquier roce haría que me corriera en un santiamén. —dijo el Patriarca.

— ¿Y dónde está el problema? —dijo Tomasa.

— El problema es que no puedo satisfaceros. —contestó el Patriarca.

— No te preocupes entre las dos te ordeñamos y luego Tomasa y Yo nos daremos gusto la una a la otra. —dijo María.

Tomasa y María se tumbaron entre las piernas del Patriarca, arrimaron la cara y empezaron a lamer, una las pelotas y la otra la tiesa polla y sin que nadie les dijera nada se fueron intercambiando los genitales del Patriarca que miraba a los muchachos y a las dos mujeres alternativamente. Trataba de aguantarse las ganas de correrse pero le era imposible y unos minutos después eyaculó salpicando las caras y los cuerpos de las dos mujeres y se tumbó en la cama agotado.

Tomasa y María se miraron un instante y se abrazaron lamiéndose la cara una a la otra, continuaron lamiendo la leche del Patriarca de sus cuerpos y acabaron de lado chupándose el conejo mutuamente hasta que se corrieron.

Paquito logró penetrar el culo de Carmencita a la primera, se movió como ella le indicaba pero enseguida se detuvo para correrse aunque lo que le salió de la polla fue un líquido transparente que nada tenía ver con la auténtica leche de hombre, lo bueno es que después seguía empalmado por lo que la muchacha le chupó la polla para que después se la metiera por el conejo pero Paquito se corrió en su boca de nuevo. Carmencita continuó chupándole la polla un poco más hasta que volvió a expulsar agüilla, así una y otra vez hasta que se cansó.

El Patriarca les dijo a las dos mujeres que la relevaran. Carmencita se tumbó con su abuelo mientras Tomasa y María se la chupaban a Paquito constantemente y alternándose, pero las dos obtuvieron el mismo resultado: Paquito se tensaba y expulsaba agüilla, nada más. María miró a su hijo con preocupación pero éste no tenía trazas de estar cansado, además en cuanto podía las tocaba el conejo buscándolas el botón del gusto como le había enseñado Tomasa.

Las dos mujeres hicieron un alto para descansar, Paquito se incorporó sentándose entre las piernas de su madre, María empezó a sobar la polla y los huevos de su hijo y Tomasa se sentó atrapando a Paquito entre ella y su madre. Mientras María acariciaba los genitales de su hijo Tomasa le besaba en la boca y en cuanto Paquito expulsaba el agüilla cambiaban los papeles, Tomasa le sobaba y su madre le besaba el cuello y le acariciaba las tetillas; estuvieron un rato más así hasta que se cansaron; el Patriarca que estuvo atento le llamó.

— Paquito ven aquí y descansa un poco. —el muchacho gateó obediente sentándose al lado del Patriarca con el miembro flácido.

— ¿Has disfrutado?

— Un poco sí. —respondió desganado.

— ¿Te gustaría jugar a otra cosa? —preguntó el Patriarca y él se encogió de hombros.

El Patriarca no dijo nada más y se quedó pensativo mirando al muchacho con disimulo, entonces empezó a tocar el conejo de Carmencita viendo que Paquito prestaba atención a lo que hacía pero enseguida desvió la mirada.

— ¿Paquito quieres jugar conmigo un poco? —le preguntó el Patriarca dejando de tocar a su nieta.

— Sí. —respondió ilusionado.

El Patriarca se sentó en la cama, sentó al muchacho entre sus piernas separadas, le pasó los brazos por encima de los hombros y empezó a sobarle el miembro y los huevos.

— ¿Te gusta que te toque? —le preguntó y Paquito asintió— ¿Te gustaría tocarme a mí? —volvió a preguntar y de nuevo Paquito asintió.

El Patriarca cogió la mano del muchacho acercándola a su polla y éste empezó a sobar el miembro del Patriarca pero al poco tiempo se volvió a mirarle.

— ¿Me dejas que te la chupe? —preguntó Paquito.

— Claro, puedes hacer lo que más te apetezca. —contestó el Patriarca.

Paquito se dio la vuelta de rodillas, se agachó y metiéndose el miembro del Patriarca en la boca comenzó a chuparlo. El Patriarca miró a Tomasa y María con cara de circunstancias, Carmencita se juntó con las dos mujeres y las tres observaban con curiosidad. Lentamente el Patriarca se dejó caer hacia atrás hasta tumbarse en la cama, entonces Paquito le miró sonriendo, se sacó el miembro de la boca y empezó a lamer las pelotas del Patriarca, poco a poco logró que el viejo se empalmara y se pusiera duro, entonces Paquito se quedó quieto mirando al Patriarca.

Las tres mujeres no entendían lo que pasaba, vieron como Paquito le decía algo al oído del Patriarca y cómo éste asentía. El muchacho se tumbó de lado, el Patriarca se colocó de igual manera detrás de él pasándole el brazo por debajo de su cuerpo para abrazarle, con la otra mano levantó la pierna del muchacho, se agarró la polla y la colocó contra el agujero trasero, empujó despacio pero el esfínter del muchacho se le resistía, volvió a empujar otra vez pero tampoco pudo, entonces empezó a besar el cuello de Paquito acariciando al mismo tiempo su costado, la cadera y la nalga del muchacho.

— ¿Mejor así? —dijo al oído de Paquito.

— Mucho mejor. —contestó el muchacho.

El Patriarca notó como Paquito se relajaba entonces se agarró la polla y volvió a empujar, esta vez su capullo atravesó el esfínter con facilidad, el Patriarca acarició la polla del muchacho y ésta se puso dura rápidamente.

— Sabes una cosa Paquito. —susurró el Patriarca a su oído.

— Dime.

— ¿Te gustaría que te nombrara mi putita?

— Sí.

— ¿Sabes lo que eso significa?

— Me lo explicó el Raúl cuando me hacia el culo.

— Ahora olvídate de Raúl, se trata de ti y de mí, si aceptas ser mi putita te daré por el culo cuando quiera y todo lo que quiera —dijo el Patriarca que notó el estremecimiento de placer que eso le producía al muchacho.

— Ya lo sé y no me importa.

— ¿De verdad no te importa? —quiso asegurarse el Patriarca.

— No porque es lo que me gusta.

— Ahora mismo te gustaría ser una chica como Carmencita ¿a que sí?

— Sí.

— ¿Te pondrías sus bragas si yo te lo pidiera?

— ¿Ahora? —preguntó Paquito dispuesto a complacer al Patriarca.

— Ahora no, en otro momento.

— Abuelo porque no me pones debajo de ti.

Al Patriarca ya no le quedaron dudas de que el muchacho era mucho más que un simple maricón, a él le gustaría haber sido una chica, no un chico. Se la sacó y se puso de rodillas, luego puso bocarriba a Paquito, le agarró los muslos y se los separó, puso su polla contra el esfínter y empujó lentamente observando cómo el chico cerraba los ojos de puro gusto, entonces empujó hasta empalarle completamente, se agachó, pasó los brazos por debajo de su cuerpo y le agarró las nalgas, antes de que empezara a bombearle el culo Paquito le besó en la boca desconcertando al Patriarca por un momento, pero enseguida éste empezó a bombear respondiendo al beso.

Las tres mujeres observaban la escena en silencio, María parecía la más preocupada pero viendo el cariño que el Patriarca dedicaba a su hijo se tranquilizó. Hubo un momento en que dejaron de besarse y vio que su hijo la miraba con una sonrisa, María supo entonces que su hijo estaba gozando como lo hacia ella misma cuando estaba debajo del Patriarca, ya no tenía dudas sobre Paquito: era maricón.

El patriarca trató a Paquito como si fuera una mujer, le besó, le lamió el cuello y le bombeó el culo con posesión dispuesto a gozar como lo hacía con las mujeres y cuando le llegó el momento se tensó y se corrió con la misma sensación de satisfacción que si lo hubiera echo dentro de una mujer; luego se relajó y al quitarse de encima de Paquito vio la corrida de éste, blanca y espesa, era semen en vez de agüilla.

A la hora de la cena nadie habló de lo sucedido, celebraron la llegada de María y Paquito con queso manchego y jamón serrano. Después de la cena el Patriarca se fumó un cigarrillo mientras bebía café como era su costumbre. Las mujeres y Paquito recogieron la mesa, el muchacho también las ayudó a fregar sin que ellas se burlaran.

Cuando llegó la hora de irse a dormir, el primero que se acostó fue el Patriarca, a un lado María y al otro lado Tomasa, a los pies se tumbó Carmencita junto a su madre y a su lado Paquito. Los muchachos se durmieron rápidamente, entonces el Patriarca, María y Tomasa pudieron conversar en voz baja.

María se lamentó de su hijo pero el Patriarca le dijo que no lo hiciera, era un buen muchacho sólo que diferente a los demás. Tomasa le dijo que se iba a dormir porque al día siguiente tendría que ir a por agua ya que las tinajas se estaban vaciando. Cuando Tomasa dio el primer ronquido María se puso encima del Patriarca y le acarició la polla estimulándole, cuando logró que se pusiera duro le cabalgó despacio gozando de las caricias que éste le daba; ambos se corrieron en silencio y al poco se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente todos fueron a por agua, llenaron cuatro grandes tinajas de barro y entre todos tiraron y empujaron del carro con la pesada carga a través del campo durante dos horas hasta que llegaron al poblado y a su casa. Con la ayuda de un tablero con dos ruedas pequeñas que había construido el Patriarca descargaron las pesadas tinajas una a una y las entraron en la casa y mientras hacían la comida el Patriarca salió a dar una vuelta por el poblado.

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