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Terapia sexual 10 de 12

en Grandes Series

Una noche en la que follábamos Marcos y yo, apareció Pablo de improviso en la habitación. Estaba muy pálido y se quejaba de un fuerte dolor en el pecho. Mi hijo y yo saltamos de la cama desnudos y entre los dos le tumbamos encima de las sabanas revueltas de la cama. Yo me quedé con Pablo, le puse la pastilla debajo de la lengua mientras mi hijo llamaba al 061. Mientras esperábamos a los sanitarios Marcos y yo nos vestimos a toda prisa. Los de la ambulancia apenas tardaron diez minutos en llamar a la puerta. Estabilizaron a Pablo y se lo llevaron al hospital. Mi marido ingresó en urgencias con una angina de pecho muy fuerte según los de la ambulancia. En el hospital nadie nos decía nada, pero Marcos y yo intuíamos que tenía que ser muy grave porque sonaba una especie de alarma y el trasiego de médicos y enfermeras era constante.

Mi marido falleció una hora más tarde en el hospital víctima de un nuevo ataque de corazón. Al darme la noticia me mareé y mi hijo tuvo que sostenerme para que no me cayera. Pasamos una hora abrazados, llorando la perdida de Pablo. ¡Qué decir! Marcos y yo nos quedamos destrozados, sin consuelo. Completamente desvalidos a pesar de tenernos el uno al otro. Mi hijo se encargó de todos los preparativos del entierro. Llamó a la compañía cuyo seguro para estos casos teníamos contratado. Cuando llegamos al tanatorio me entró miedo y me puse nerviosa. Es un sitio tan frio, tan desangelado que impone. Poco a poco la sala donde estábamos mi hijo y yo empezó a llenarse de gente. Familiares, amigos, vecinos y conocidos. Marcos y yo tuvimos que saludar uno a uno, aguantar la misma frase estúpida que te dice la gente en esos casos “te acompaño en el sentimiento” ¿qué coño sabia nadie lo que sentíamos mi hijo y yo? Me hace gracia. Nadie puede ponerse en tu lugar salvo que haya pasado por el mismo trance.

Entre todos los presentes estaba Gerardo. Vino a mi encuentro en cuanto me vio. Nos dimos un beso en la mejilla. Fue el único que me preguntó cómo estaba en vez de darme el pésame. Busqué con la vista a mi hijo y al ver que charlaba con Sergio, el hijo de Carmen, decidí salir a la calle para despejarme, a ver si se me pasaba el horrible dolor de cabeza que tenía, de paso, charlaría un rato con Gerardo y me fumaría un cigarro o dos. Salimos a la calle. Había anochecido ya y nos pusimos a caminar por el césped apartándonos de la puerta del tanatorio sin darnos cuenta. Nos detuvimos en una zona que estaba casi en completa oscuridad, repleta de arbustos y al lado del aparcamiento.

Viendome deprimida, Gerardo me abrazó diciéndome palabras de consuelo, y yo reconfortada apoyé mi cabeza en su pecho y lloré. En medio del llanto le dije que me sentía culpable de la muerte de mi marido. El disgusto que yo le había dado podía haberle ayudado a empeorar. Gerardo no decía nada, sólo me escuchaba y me acariciaba el pelo. Cuando dejé de llorar él me entregó un pañuelo para que me limpiara. Lo hice y al ir a devolverle el pañuelo me besó en la boca. Se me despertó un mar de sensaciones y respondí a su beso, no sé porqué, pero lo hice con intensidad y pasión. Gerardo me abrazaba con fuerza contra su pecho, noté su calor y eso me dio seguridad. Entonces mis manos se movieron solas. Le abrí la bragueta y allí mismo le saqué la polla. Su tacto y su calor me eran deliciosamente familiares. Le miré a la cara mientras jugaba con su pene y vi que lo deseaba tanto como yo. No hizo falta que me dijera nada, me agaché, me la metí en la boca y empecé a chupársela. En cuanto su sabor inundó mi boca me excité poniéndome cachonda y me esmeré hasta ponérsela dura, Gerardo contemplaba como se la chupaba y un rato después me enderezó poniéndome en pie y como estábamos a un paso del aparcamiento me dijo que fuéramos hasta su coche.

Debíamos caminar unos cincuenta pasos. No había nadie más, estábamos completamente solos; decidimos caminar sin prisas. Él me llevaba abrazada la cintura así yo seguía jugando con su pene. Sabía que tenía que volver al interior del tanatorio, que me iban a echar de menos, pero en ese momento no pensé lo que hacía, sólo iba pendiente de los besos que me daba y de seguir con su polla en mis manos. Nada más entrar en el coche, cerramos las puertas con el seguro y empezamos a besarnos como locos. Mientras nos comíamos la boca él me sacó las tetas y con mi ayuda me sacó las braguitas, luego yo le bajé los pantalones y los calzoncillos a él. Me eché sobre el asiento trasero y separé las piernas. Cuando Gerardo me penetró mi vagina ya estaba chorreando. Me lo hizo de un solo empujón y hasta los huevos, como a mí me gusta. Se quedó quieto, besándome mientras yo sentía los espasmos de su polla poniéndose cada vez más dura dentro de mí. Eso fue suficiente para correrme de gusto.

Él no me dejó recuperarme y empezó a follarme para incrementar la intensidad de mi orgasmo que fue apoteósico. Gerardo me ayudó a colocarme e una extraña postura: con la espalda apoyada sobre el asiento y el culo y las piernas pegados al respaldo, entonces Gerardo se colocó encima de mi cara y se agachó ofreciéndome sus genitales. Empecé a lamerle los huevos un buen rato antes de cebarme con el sabroso agujero de su culo. Le follé el ano con mi lengua hasta que se me cansó la boca. Se lo dije y se quitó de encima, yo cambié de postura, con un poco de dificultad me puse a gatas sobre el asiento, con el culo mirando hacia el volante, Gerardo se las apañó para pegarse a mi culo y me empaló el coño por detrás. Volví a gemir de gusto al sentirle y a jadear a medida que pasaban los minutos. A pesar del espacio tan reducido me follaba de maravilla, llevándome al paraíso. De pronto reviví todos los maravillosos momentos que había pasado con él en su casa y me corrí otra vez. Me pareció ver unas sombras por la ventanilla de la puerta de mi derecha, pero no le di importancia, toda mi atención estaba centrada en Gerardo, que ese momento varió la forma de follarme y me provocó varios orgasmos seguidos. En medio de las sacudidas del clímax, le pedí que me llenara el coño, pero me la sacó y se corrió en mi boca soltándome ocho fuertes lechazos. Agradecida por el detalle degusté su deliciosa corrida. Después de haberse corrido él, en vez de descansar empezó a chuparme el coño. ¡Qué bien sabía hacerlo! El muy cabrito logró que tuviera otro orgasmo casi diez minutos después de los anteriores.

Paramos un momento para tomar fuerzas. No hablamos porque él estuvo todo el rato chupándome los pechos mientras yo le acariciaba la cabeza. Un rato después me dijo: ---Sara me apetece hacértelo por el culo--- le toqué la polla y comprobé que ya estaba duro otra vez. Me moví lentamente hasta tumbarme a lo largo del asiento trasero y me puse de lado, mirando al respaldo para dejarle sitio a él. Yo misma guié su polla hasta mi culito, Gerardo sólo tuvo que empujar hasta clavármela entera. Se echó sobre mí, nos morreamos un momento y empezó a follarme por el culo. Así pasamos mucho rato. Como yo ya me había corrido dos veces, Gerardo se echó sobre mí jadeando y empezó a llenarme el culo con su leche caliente, yo estaba muy atenta y conté diez lechazos esta vez ¡Dios mío que gusto! Nos quedamos así, jadeando hasta recuperarnos, luego salimos del coche y en la oscuridad nos vestimos.

Aguantándonos la risa para no dar un escándalo Gerardo me tuvo que poner las braguitas porque yo no atinaba de tanto como me temblaban las piernas. Un vez vestidos nos quedamos mirándonos. No hacía falta que dijéramos nada ¡había sido bestial! Le dije que tenía que volver y como respuesta, Gerardo me pidió que se la chupara otra vez. Insistí en que llevábamos mucho rato fuera y entre sus ruegos y el placer de saborear de nuevo su larga polla acepté sin razonar. Él se sentó sobre el capó del coche para que yo no tuviera que agacharme, le bajé la bragueta y empecé a chupársela. Gerardo me puso las manos sobre la cabeza y controló la mamada, haciendo presión a veces para meterme más de la mitad de su larga polla. Para mí no suponía un problema ya que estaba acostumbrada. A pesar de haberse corrido no tardó mucho en volver a hacerlo, fueron sólo cinco lechazos, pero todo gracias al empeño que yo le puse. Después de eso volvimos a entrar al velatorio.

Me extrañó ver a tan poca gente. Carmen y su hijo se acercaron para despedirse, los dos me miraron con cara rara, como recriminándome. No entendía nada de nada. Marcos se acercó a nosotros preguntándome dónde me había metido. Le dije que había salido un momento con Gerardo para fumarme un cigarro. Mi hijo me cogió por el brazo apretando con fuerza y me arrastró hasta el cuarto desde el que se veía a mi difunto marido de cuerpo presente. Protesté diciéndole que me soltara porque me hacía daño en el brazo.

                --- ¿Dónde estabas mamá? llevas fuera más de hora y media. –cuando le escuché palidecí.

                --- lo siento cariño, no me he dado cuenta de que pasaba el tiempo. –contesté.

                --- ¿No? Anda pasa ahí, al baño y abróchate bien la blusa que se te ve el sostén, y péinate que te hace falta –me dijo Marcos- ¡Ah! Y enjuágate la boca. Cuando salgas dile a tu amigo que se suba la bragueta y se meta la camisa por dentro de los pantalones. –añadió y salió del cuarto donde al otro lado de un gran ventanal estaba mi marido de cuerpo presente. ¡Hostias! Me dije, Marcos se ha dado cuenta de algo.   

Aunque mi hijo no me dijo nada cuando salí del baño, me esquivó y se apartó yéndose a otro lado cuando me acerqué para pedirle que se quedara conmigo a velar a su padre. Marcos se fue a casa a descansar un poco sin despedirse de mí, por lo que intuí que algo malo iba a suceder entre nosotros. Gerardo dijo que si yo quería él se quedaría haciéndome compañía, pero le dije que no hacía falta y se marchó también. Me quedé sola, con la única compañía de mi marido al otro lado del cristal. Con toda la noche para mí sola y a pesar del miedo que sentía, pude despedirme de mi marido, arrepentirme y pedirle perdón por todo el daño que le había causado. En ese momento fui consciente de que Gerardo le había arrebatado la mujer, Pablo nunca me dijo nada de eso pero era como debía sentirse, ahora lo comprendía perfectamente. Tras esas horas a solas con el cuerpo frío de mi marido sentí aliviada mi conciencia por primera vez en mucho tiempo.

Al día siguiente, mi hijo y yo no pudimos hablar, le vi muy serio conmigo. En el entierro volví a ver a Gerardo pero ya como uno más. Durante el entierro, estuve abrazada por mi hijo que en ningún momento se separó de mí en esos duros momentos, pero tampoco me dirigió la palabra. Tenía que hacer algo que aplacara a Marcos, si no, tendríamos un disgusto. Cuando acabó todo me quedé mirando la lapida de Pablo. La gente desfilaba delante de nosotros dándonos el pésame y de pronto decidí hacer algo para calmar a mi hijo y se le pasara el cabreo que tenía. Alcé la cara y busqué la boca de Marcos; delante de todo el mundo le di un beso cargado de pasión. Quería dar un mensaje al mundo: Ahora Marcos era mi nuevo amor, mi hombre, mi pareja, que cada cual lo interpretara como quisiera. Al separarnos, mi hijo se me quedó mirando y me sonrió, me dijo que estaba loca por haber hecho eso pero que me quería. Había conseguido mi objetivo me dije satisfecha.

Cuando llegamos a casa me encontraba muy cansada y apática, no tenía ganas de nada.

                --- Cariño ¿me pones una manzanilla con tila y menta poleo? Estoy muy cansada, me duele todo. –le dije mientras me quitaba los zapatos negros de tacón quedándome descalza.

               

Marcos vino con la infusión que le había pedido y un café solo y con azúcar para él al que añadió un chorrito de coñac. A continuación arrodilló una sola pierna ante mí, me cogió un pie y empezó a darme un masaje en la planta y entre los dedos, en cuestión de segundos me relajé. Debí sospechar algo al ver que Marcos no hacia intención de verme las bragas, una ocasión así nunca la dejaría escapar, pero lo atribuí al momento dramático que sufríamos.

                --- No sabes cuánto te lo agradezco mi vida, estoy hecha polvo. –le dije suspirando de puro placer.

                --- Me lo imagino, eso es porque no sabes que los coches no son buenos para follar mamá. –me soltó a bocajarro.

                --- No sé por qué me dices eso Marcos. –dije mosqueada, retirando el pie que me masajeaba.

                --- ¿A no lo sabes? Anoche, como no te veía y la gente preguntaba por ti para despedirse antes de marcharse, salí a la calle a buscarte, Sergio me acompañó. Miramos por todos los sitios y nada, hasta que se me ocurrió ir al aparcamiento. No quería creer lo que estaba pensando en ese momento mamá, pero la realidad me mostró lo que yo me pensaba. Fue Sergio el que dio con el coche de Gerardo y me avisó. Os vimos los dos mientras follabais como dos cerdos. –me dijo dejándome sin sangre en el cuerpo. Ellos eran las sombras que no di importancia.

                --- lo siento Marcos. No tenía intención de hacer nada, te lo juro. No sé lo que me pasó. Estaba desesperada y perdí la cabeza. Estoy hecha un lio. Me siento culpable de la muerte de tu padre, por haberle dado aquel disgusto tan grande. –dije llorando.

                --- ¡Serás puta! -Gritó Marcos acompañándolo de una fuerte bofetada en plena cara que me tiró contra el sofá- ¿te sientes culpable? ¡Y una mierda! ¿Te sentías culpable y lo mejor que se te ocurre es irte a follar precisamente con el hombre con quien te enrollaste y sin tener en cuenta que tu marido estaba de cuerpo presente a solo unos metros? ¡No tienes vergüenza! ¡Eres una hija de puta sin escrúpulos! No conoces la decencia ni el respeto, ni por los vivos, ni por los muertos. ¡Me das asco mamá! –me gritó y salió del salón camino de la habitación donde dormíamos. Llorando corrí tras él.

                --- Perdóname hijo. Te juro que no volverá a pasar. Te amo cariño. –le dije abrazándole.

Marcos se deshizo de mí de un fuerte empujón y caí sobre nuestra cama. Mientras me ponía de pie, él salía de la habitación con una bolsa grande cargada de ropa y hablando por el móvil. Le alcancé en la cocina mientras bebía un vaso de agua.

                --- ¿Qué vas a hacer? –le pregunté asustada.

                --- Me voy mamá. No quiero permanecer ni un minuto más contigo. –me dijo lleno de odio.

                --- Por Dios Marcos, no me dejes tú también. Déjame que te demuestre cuanto te amo mi vida. –le rogué abrazándome a su cintura y le acaricié la entrepierna.

                --- ¡Suéltame! No hace falta que me demuestres nada, ayer vi cuánto me querías –en ese momento le sonó el móvil y lo atendió yendo al salón- me marcho. Me esperan abajo. –dijo nada más terminar la llamada.

                --- ¡No te vayas Marcos! Te lo suplico. Escúchame antes. –le dije entre sollozos.

                --- Llama a Gerardo, seguro que él está deseando escucharte.

                --- Si te vas, soy capaz de suicidarme. –le amenacé.

                --- Adelante mamá. Las pastillas están en el primer cajón de la mesilla de papá. Me importa un huevo lo que hagas. Para mí has muerto, como madre, como amiga y como compañera.

                --- ¡No Marcos, por Dios! ¡No te vayas! ¡No me dejes sola! –supliqué. Mi hijo me empujó con fuerza hacia atrás y caí contra el suelo golpeándome la cabeza contra el cerco de la puerta de la cocina. La vista se me nubló y empecé a marearme. A través de la niebla vi como Marcos salía por la puerta de la calle y la cerraba de un portazo. Yo perdí el conocimiento.

…/…/…/…

Dos días después fui a trabajar. Los compañeros que no fueron al entierro (incluidos los jefes) me dieron el pésame dejándome sumida en una profunda tristeza. Me pasé toda la mañana colgada al móvil intentando hablar con mi hijo. Le dejé treinta mensajes en el buzón de voz, le mandé otros tantos “sms” y no me sirvió de nada, bueno sé, cuando volví a llamarle un mensaje me decía que el teléfono “estaba apagado o fuera de cobertura”. A la hora de salir se acercó Carmen. Me ayudó a recoger y me cogió del brazo arrastrándome para que fuera con ella a comer pese a mis protestas de que no tenía ganas.

                --- ¿Cómo estás Sara? –me preguntó.

                --- Imagínate ¡hecha polvo! Marcos se ha ido de casa. –la dije echándome a llorar.

                --- Ya lo sé. –respondió sorprendiéndome.

                --- ¿Cómo que lo sabes? –pregunté sin poder imaginar cómo se había enterado.

                --- Mi hijo me ha contado que te vieron con Gerardo. ¡Joder Sara! ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? Y con tu marido de cuerpo presente a solo unos metros ¡Dios mío! –me reprochó.

                --- Yo no quería que pasara nada ¡te lo juro! Me besó y perdí la cabeza, ni yo misma me lo explico. –dije.

                --- Lo tuyo ya no tiene remedio… ¿Le quieres Sara? –me preguntó.

                --- ¿A quién, a Gerardo? ¡No, no le quiero! Yo amo a Marcos más que nada en el mundo. –contesté sollozando.

                --- Bonita forma tienes de amar.

                --- Todo lo estropeo siempre. Primero con mi marido y luego con mi hijo. Soy una puta mierda.

                --- Mejor será que le des tiempo al tiempo, el chico está bien atendido. –me dijo.

                --- ¿Cómo lo sabes? –Le pregunté y al verle la cara lo supe- está en tu casa ¿no? –dije sorprendida.

                --- Sí. Mientras tú te quedaste en el tanatorio, Sergio pasó esa noche con él en tu casa. El pobre Marcos estaba hecho polvo. Desconsolado, desesperado y con mucha rabia. Mi hijo al verle así tuvo la idea de que se viniera a vivir una temporada con nosotros. Son amigos, sabes, van a la misma Universidad y estudian lo mismo. A mí no importó en absoluto. Marcos es un muchacho excelente.

                --- ¿Y por qué no me coge el teléfono? –pregunté temiendo su respuesta.

                --- No quiere saber nada de su madre, ni de Sara. –respondió Carmen.

                --- No puedo verle ¿no? –Carmen negó con la cabeza- ¡Dios! Primero el padre y luego el hijo… -hice una pausa para dar un suspiro- no me queda más que un camino: reunirme con mi marido si es que existe otra vida. –dije empezando a llorar de nuevo.

                --- ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre decir eso? Como hagas una tontería te denuncio aquí mismo. –dijo Carmen cabreada.

                --- No te preocupes Carmen, aquí no voy a hacer nada. –La tranquilicé- mira me voy, no me apetece comer nada. –dije y me levanté de la mesa caminando hacia la salida. Oí que Carmen me llamaba pero no me giré.

…/…/…/…

Llegué a casa, me descalcé tirando los zapatos al aire y me senté con las piernas recogidas en el sofá. Me quedé un poco dormida y me desperté sobresaltada al oír el timbre de la puerta de la calle. Al abrir me encontré a Gerardo de cara. Nos saludamos y le hice pasar para no dar oídos a los vecinos.

                --- Vengo a ver cómo estás y por si necesitas algo. –me dijo.

                --- Te lo agradezco Gerardo, pero no necesito nada y menos de ti. –respondí.

                --- Sara eres injusta conmigo, los dos fuimos culpables de lo que pasó. –me dijo y me eché a reír amargamente al oírle.

                --- Es curioso Gerardo, por enrollarme contigo he perdido a mi marido y ahora a mi hijo – le dije al ver la cara que ponía- Sí, Marcos se ha ido, me ha dejado.

                --- Lo siento mucho Sara. Ahora tienes que ser fuerte y sobreponerte. –me dijo.

                --- ¡Ja! Para ti es muy fácil decirlo.-contesté.

                --- ¿Eso crees? ¿Piensas que eres la única? Pues te equivocas… mira te voy a contar algo que nadie sabe excepto yo. Sabes que soy viudo –asentí- mi mujer se suicidó al saber que la engañaba con otra. –me confesó.

                --- ¡Dios mío! –susurré.

                --- Por eso sé cómo te sientes y tendrás que aprender a vivir con ello.

                --- Yo no puedo vivir con esto Gerardo, esta carga es muy pesada para mí. Ya no tengo fuerza para seguir. –le confesé.

                --- No te preocupes Sara, estoy aquí contigo; no estás sola. –dijo abrazándome por la cintura.

                 

Empecé a relajarme en cuanto apoyé mi cabeza en su pecho ¿Porqué los abrazos de Gerardo tenían la facultad de tranquilizarme? no lo sé. Alcé la cara para preguntarle si quería tomar café y me encontré con su boca chocando contra la mía. Me metió la lengua y la cabeza me empezó a dar vueltas. Empezamos a besarnos con la pasión de siempre, pero con mucha más intensidad. Gerardo me arrinconó contra la pared y metió la mano por dentro de mi falda. Automáticamente apreté las piernas, no deseaba que pasara nada entre nosotros, lo juro. “No me apetece”, “No me apetece” me repetí mil veces dentro de mi cabeza y nada más sentir su mano en mi ingle mi piernas se separaron permitiéndole el paso. Me tocó el coño y en menos de cinco minutos empecé a mojarle la mano con mi flujo. Su maravillosos dedos se movían con mucha precisión. Sabían dónde tocar en cada momento y en menos de un cuarto de hora sucumbí a sus caricias; cerré los ojos y me corrí jadeando como una guarra. Cuando abrí de nuevo los ojos me encontré agachada y frente a mí, la larga polla de Gerardo señalándome. Ni siquiera me había recuperado, aún notaba los espasmos de mi vagina, pero abrí la boca y empecé a chupar. Pasado un rato Gerardo me detuvo y me puso sus huevos en los labios para que se los lamiera. Se los lamí a base de bien, pero cada vez que intentaba subir para alcanzar su polla me bajaba la cabeza para que siguiera comiéndole sus huevos. No entendía por qué me hacía eso, me parecía que me obligaba a hacer algo que no deseaba. Me tuvo mucho rato así, sujetándome la cabeza, se me cansaba la lengua y la boca empezaba a dolerme, iba a protestar pero entonces me movió la cabeza y me ordenó que le follara el culo con la lengua; no me quedó más remedio que darle gusto. Al final se me cansó la lengua y con la boca bastante dolorida le dije que tenía que descansar o no podía seguir.

Gerardo sonrió comprensivo y dijo: -Pobrecita- me alzó y me dio un beso en los labios, luego me sentó en la mesa que hay en la cocina. Mientras me besaba y me lamía la lengua me desabrochó la blusa y me quitó el sostén liberando mis pechos. Me quedé mirando embobada cómo me besaba las tetas, sintiendo un enorme ramalazo de gusto y cuando atrapó mi duro pezón solté un fuerte gemido. Estuvo mamándome los pechos mucho rato, llevándome a un estado de excitación muy grande. Cuando más tarde me sacó las bragas no fui capaz de pararle. Me le quedé mirando excitada cómo se desprendía de los pantalones y calzoncillos y al ver que se aproximaba con la polla tiesa y dura reaccioné. Le dije que se detuviera, que no me apetecía follar en ese momento, pero él me ignoró. Me apoyó mis pies sobre sus hombros y me agarró por la nuca atrayéndome contra él.

                --- No sigas por favor Gerardo, no me apetece. –protesté arrepentida.

                --- No puedo parar Sara. Te voy a hacer mía como nunca los has sido de nadie. –me dijo buscando con su polla en la entrada de mi vagina.

                --- Te equivocas. Yo sólo le pertenezco a mi hijo, a nadie más. –le dije mosqueada.

                --- De eso nada, siempre has sido mía Sara, tú lo sabes. –dijo y en ese momento me introdujo el glande en el coño.

                --- ¡Para joder! ¡No quiero seguir! –le grité llena de rabia.

Gerardo no se detuvo; de un empujón me la metió entera. Me mordí los labios para no soltar el gemido que me provocó su penetración.

                --- No sigas Gerardo, te lo ruego. –le pedí al borde del llanto y él se estuvo quieto.

                --- Muy bien Sara, pídemelo y te la saco. –me retó.

                --- Gerardo por favor. –le dije sintiendo su polla palpitar.

                --- Así no Sara, pídemelo ¡venga! –insistió.

¿Cómo se lo iba a decir? Si ya no sentía capaz de controlarme. Ante mi silencio él empezó a moverse. No llevaba ni dos minutos follándome y empecé a gemir como una puta.

                --- Mi hijo no se merece estos cuernos. –dije.

                --- Ya se los pusiste a tu marido antes, ¿qué más da si se los pones a tu hijo? si no se lo dices no se enterará nunca. –me dijo sin dejar de penetrarme despacio.

                --- Con que lo sepa yo es suficiente. Esto no está bien. –dije.

                --- Sí está bien Sara, sabes que sólo yo soy capaz de darte lo que tanto te gusta, nadie más, ni siquiera tu hijo. Eres mi puta y me perteneces. –dijo acelerando los movimientos de cadera.

Gerardo me apretó contra él y empezó a poseerme dándome penetraciones muy profundas con un ritmo moderado. Yo le abracé por el cuello y arrimé mi entrepierna para sentirle más. Tenía toda la razón; yo era su puta y le pertenecía desde el primer día que follé con él. No me quedó más remedio que girar la cabeza hacia un lado para que no me viera llorar. Me sentía como una cualquiera traicionando a mi hijo; y lo peor de todo, es que mientras pensaba en eso, jadeaba sin parar debido al intenso placer que sentía. Media hora más tarde terminó corriéndose dentro de mi coño intensificando mi rabia porque me había corrido dos veces sin quererlo yo. Cuando me la sacó le llamé cabrón por haberme obligado a follar. Le llamé hijo de puta porque tenía la impresión de que me había violado más que echarme un polvo. Gerardo aguantó mis insultos mirando hacia el suelo sin decir nada, ni intentaba defenderse, parecía realmente avergonzado de su comportamiento. Cuando terminé de insultarle me puse las braguitas y me abroché tres botones de la blusa tapándome las tetas.

Respiré hondo varias veces hasta que se me pasó el cabreo. Más calmada, me puse a preparar café. Gerardo se vistió, iba a marcharse. Estaba totalmente arrepentido de lo que había pasado, con eso me di por satisfecha. Ahora sí, yo tenía el control de la situación y le pedí que se quedara conmigo a tomar un café. Mientras nos tomábamos el café me encendí un cigarro y comenzamos a hablar y yo logré relajarme. Estuvimos un par de horas charlando como viejos amigos. Nos contamos cosas de nosotros mismos que sirvió para conocernos mejor; incluso nos contamos intimidades. Así supe que la mujer de Gerardo se trastornó al perder el hijo que esperaban. Se negó a tener sexo con él y si lo intentaba le agredía. La desesperación y la impotencia empujaron a Gerardo a buscarse una amante. Sus mujer nunca superó el trauma y cuando se enteró de que él tenía una amante y encima más joven que ella, se suicidó. Su historia me conmovió porque era muy parecida a la mía. El infarto de Pablo, su impotencia, la desesperación al ver que el pobre mío se esforzaba pero no podía. Todas esas cosas (y algunas más ¿por qué no reconocerlo? El morbo, la novedad y sentirte llena por un pene más grande que el de tu marido) me llevaron a mí a hacer lo mismo: buscarme un amante.

Seguro que a mi marido le pasó lo mismo que a la mujer de Gerardo. Aunque no se trastornó, la confesión que le hice de que me acostaba con otro, con el posterior disgusto. Ver cómo me emputecía día a día. Quizá todo eso fue lo que le llevó a tomar la decisión de buscarse él también una amante y tomar “viagra” (en contra de lo que le decían los cardiólogos) para solucionar su impotencia. Estoy segura que la mezcla del disgusto y la viagra fue lo que le provocó la muerte. Los médicos podían decir lo que quisieran, yo estaba convencida de ello.

                --- Es tarde Gerardo, tengo que ducharme. –le dije invitándole discretamente a que se fuera.

                --- No te duches, lávate sólo el coño y el culo, mientras, yo preparo la cena. –me dijo sorprendiéndome.

                --- ¡Ja! Ahora me dirás que además sabes cocinar. –dije riéndome.

--- Te prometo que cuando pruebes mis espaguetis te vas a chupar los dedos. –me contestó él. Le sonreí y me fui a lavar como me había sugerido.

Me desnudé y me senté en el bidé. Me quedé quieta haciendo fuerza para que expulsar el semen de Gerardo. Cuando creí que ya no me saldría más me levanté para verlo. Me quedé sorprendida al ver todo lo que había acumulado, el cabrón de Gerardo se había corrido abundantemente dentro de mí pensé sonriendo. Abrí el grifo y miré unos segundos como el agua empezaba a llevarse la corrida y rápidamente pasé un dedo por encima y me lo llevé a la boca. El sabor era similar al del semen de mi hijo pero las sensaciones que me provocaban eran completamente distintas.

Sí volví a decirme a mí misma, le pertenecía a Gerardo. Él había sabido doblegarme poco a poco y me había moldeado a su gusto, igual que lo hace un artista tallando un trozo de madera. Gerardo había excavado en el interior de mi mente sacando una a una todas las frustraciones acumuladas durante tantos años de matrimonio, convirtiéndome en la mujer que ahora soy. Con Gerardo me sentía mucho más libre, ahora era capaz de gozar muchísimo más que con mi difunto marido.

Después de secarme, recogí la ropa del suelo y la coloqué en la cesta de la ropa sucia. Entré en mi habitación y abrí el armario pensando en qué ponerme. Si estuviera sola bastaría con una simple camiseta y unas braguitas, pero estando Gerardo en mi casa no me pareció adecuado. Elegí un vestido de algodón, de tela muy gastada por el uso pero era muy cómodo, luego abrí el cajón de la ropa interior y elegí un tanga color carne que transparentaba todo mi sexo. Me puse la ropa y al mirarme en el espejo vi que el vestido era demasiado corto para la ocasión, pero estaba muy sexy y me lo dejé puesto. Antes de salir me retoqué los labios con un poco de brillo.

Gerardo estaba un poco agachado sobre la olla donde se cocía la pasta, al lado tenía una sartén con salsa de tomate al que le había añadido hierbas y no sé qué más. Cuando reparó en mi presencia se quedó sin habla. Luego silbó y me dijo que estaba preciosa, me pasó un brazo por la cintura y me besó en los labios, sin meterme la lengua. Él se había quitado el jersey dejándose la camisa cuyas mangas había arremangado para no mancharse. Me fijé que su ropa estaba perfectamente planchada, sin una sola arruga.

                --- ¿Quién te plancha la ropa? –le pregunté.

                --- Nadie, me la plancho yo ¿por qué? –me contestó.

                --- ¡Vaya! Eres una autentica caja de sorpresas. –le dije gratamente sorprendida.

                --- Gracias por el cumplido… ¿oye que quisiste decir antes con eso de “además”? –me preguntó.

                --- Eres una vanidoso ¿lo sabías? –le dije.

                --- No, no lo sabía, pero si me lo dice una belleza como tú será verdad –comentó volviendo su atención a la cena que estaba preparando- deberías ir poniendo la mesa, la cena está casi lista. –añadió pelando unos huevos duros que tenía en el fregadero.

Los espaguetis estaban en su punto, deliciosos, y la salsa de tomate buenísima; así se lo reconocí a Gerardo y él me dio las gracias sonriendo satisfecho. Después de cenar me acercó el tabaco y no me dejó levantarme para recoger la mesa. Permanecí sentada, fumando mientras él lo hacía todo. Mi sorpresa fue total al ver que traía dos cafés en una bandeja.

                --- Eres muy amable.

                --- Para mi Reina todo es poco. –contestó.

                --- Sé lo que pretendes, te conozco. –le dije.

                --- ¿Y qué es lo que pretendo según tú?

                --- Intentas seducirme para volverme a follar. –le dije sonriendo.

                --- ¡Vaya, me has pillado Sara! Lo admito. –reconoció él.

                --- Sé que te mueres de ganas por echarme otro polvo; pero tendrá que ser uno rápido. –le dije.

                --- De eso nada Sara ¿sabes qué es esto? –dijo mostrándome un tira con dos pastillas azules en forma de rombo.

                --- Claro que lo conozco, es viagra, y muy peligrosa. –le advertí asustada.

                --- No te preocupes estoy perfectamente y tengo un corazón de hierro, créeme. Gracias a una de estas pastillas no te echaré ese polvo rápido que dices, te haré el amor varias veces, te follaré otras tantas y te joderé hasta que caigamos agotados. –dijo. Escuchándole noté que se me humedecía el sexo.

                --- Esto no lo necesitas para nada –dije quitándole las pastillas- tu polla se pone dura con mucha facilidad y es mejor que nos agotemos de forma natural ¿no crees? –Gerardo sonrió y dejó que guardara las pastillas.

Nos tomamos el café y yo apagué el cigarrillo. Acto seguido me levanté y me acerqué hasta Gerardo y me senté a horcajadas sobre sus piernas. El vestido se me subió demasiado dejando mis piernas totalmente descubiertas. Gerardo me abrazó más fuerte y apoyó su cabeza en mi pecho.

                --- Dios Sara –dijo acariciándome- estás buenísima. Me encantan tus piernas, tienes un culo de infarto, tu cuerpo me enloquece; al haber adelgazado has conseguido un cuerpo que es la envidia de muchas mujeres. Eres divina, te lo juro. Tengo 53 años y a tu lado me siento como un adolescente; hasta tengo sus mismas dudas, sus mismos temores y sus mismos celos. –me confesó.

                --- Yo tengo 43 años, no he vivido tanto como tú pero a tu lado me siento una tan fascinada como una jovencita.

                --- Gracias por llamarme viejo tan sutilmente. –se quejó en broma.

                --- Tú no eres viejo Gerardo, esto está aún muy duro –dije tocándole el pene por encima de la ropa- si vas a tomarme hazlo ya, no puedo aguantar mucho más. –le rogué.

Gerardo me demostró que es fuerte; se levantó cargando conmigo con facilidad. Yo enrosqué mis piernas en torno a él y me llevó hasta mi dormitorio, depositándome con mucho cariño sobre la cama.

                --- Aquí no Gerardo, me resulta incómodo. –protesté.

                --- Tiene que ser aquí Sara. Aquí has hecho el amor con tu difunto marido y después con tu hijo, por eso debe ser aquí. –dijo sujetándome los brazos contra la cama.

                --- No, mejor en la habitación de mi hijo. No quiero ponerle los cuernos en la misma cama donde me acuesto con él. –dije forcejeando por levantarme.

                --- Tranquila Sara. No vamos a ponerle los cuernos a nadie, tan sólo vamos a hacer el amor. –me aclaró Gerardo.

                --- El resultado será el mismo –dije- vamos a otro sitio ¡al salón! –insistí.

                --- No me comprendes Sara, en esta cama te amó tu marido, te ha amado tu hijo; ahora quiero que me des a mí la oportunidad de amarte. –me confesó emocionándome.             

                --- No puedo hacer eso, lo siento Gerardo, amo a mi hijo. –le dije sin creerme yo misma mis palabras.

                --- Lo que sientes por tu hijo no es amor Sara, es morbo y atracción hacia su sexo pero no amor y tú lo sabes. –insistió.

                --- Me confundes Gerardo, no sé lo que pretendes de mí. –dije nerviosa.

                --- ¿De verdad no lo sabes? –Me preguntó- Te amo Sara. Me enamoré el primer día que te vi. Luego cuando me acosté contigo lo supe con certeza. Sabía que lo nuestro era imposible, tú estabas casada. Aún así, me arriesgué y luché por conquistarte. Tenía que robarle a tu marido la mujer que tanto amaba y que me volvía loco. Afortunadamente el destino jugó a mi favor. Ahora es distinto, tú eres libre y yo también, podemos hacerlo sin herir a nadie.

                --- Marcos saldrá herido y yo no quiero hacerle daño.

                --- Vamos Sara no le des más vueltas; no le amas. Si fueras una mujer enamorada no estarías aquí y ahora conmigo, ya me habrías echado a patadas de tu casa. –me dijo.

Lo que me estaba diciendo Gerardo me convencía cada vez más. Yo tenía sensaciones y sentimientos maravillosos cuando estaba con él, incluso cuando cenábamos o como ahora, charlando. No sólo me apetecía follar con él ¡quería estar con él! Lo que pasaba es que me faltaba valor para decírselo.

                --- Mira Sara te lo pondré muy fácil. Si no sientes nada por mí dime que me vaya y desapareceré de tu vida para siempre, te lo juro; de lo contrario tendrás que pedirme que me quede contigo y que te ame. Piénsatelo, ahora vengo. –dijo saliendo de la habitación.

¡Dios mío! Qué situación, jamás me había visto envuelta en una cosa así. Pese a la confusión y al montón de ideas que circulaban por mi mente de una cosa estaba segura: quería a Gerardo ¡estaba enamorada de él! No de mi hijo, tenía razón en todo lo que me había dicho. Pero ahora tenía un dilema: si le hacía caso a mi cabeza debería decirle que se marchara para poder arreglar las cosas con mi hijo, y si le hacía caso a mi corazón tendría que pedirle a Gerardo que se quedara conmigo, pero no sólo esta noche sino todas las noches. Tenía que tomar una decisión ya y necesitaba fumar desesperadamente para aplacar los nervios. Gerardo regresó a la habitación trayéndome el tabaco en una mano y el cenicero en la otra ¡me había leído el pensamiento! Era un hombre maravilloso. Me encendí un cigarro y me tragué el humo despacio, saboreándolo, luego lo eché lentamente por la nariz y la boca. Di dos caladas más y lo apagué decidida a poner fin a esta situación tan incómoda.

                --- Gerardo ya he tomado una decisión. –le dije. El se puso de pie, frente a mí- quiero que te quedes conmigo y me ames esta noche y todas las noches. –le dije haciendo caso a mi corazón.

Vi que se le llenaban los ojos de lágrimas y me conmovió. Me puse de pie y me abracé a él con fuerza buscando su boca. Gerardo me besó en los labios con mucho cariño pero nada más, y me apartó suavemente de él para sentarme de nuevo en la cama, eso me desconcertó y al ver que él se arrodillaba ante mí me desconcertó aún más. Metió su mano en el bolsillo del pantalón y sacó algo que no pude ver. Cuando me lo mostró me quedé sin habla y me puse a llorar embargada por la emoción.

                --- Sara cásate conmigo –me dijo poniéndome en un dedo de la mano izquierda una sortija que tenía en la parte superior una especie de corona con pequeñas piedrecitas transparentes que supuse eran diamantes.

                --- Me casaré contigo, pero no ahora, te pido un poco de paciencia, antes tengo que arreglar la situación con mi hijo, cuando le diga esto no se lo va a tomar bien. –pensé en voz alta.

                --- No tengo prisa, me conformo con estar a tu lado y sentir todo lo que me amas. Si quieres estaré contigo cuando se lo digas a Marcos. –se ofreció.

                --- Te lo agradezco, pero debo decírselo yo. –le contesté.

                --- De todas formas, insisto, me gustaría tener una conversación de hombre a hombre con tu hijo, no quiero que me vea como el malo de la película.

                --- Bueno ya lo decidiremos a su debido tiempo. Ahora tómame, hazme tuya todo lo que quieras.

Gerardo se tumbó conmigo en la cama vestido y empezamos a besarnos. Ahora sí que tenía muy claras las sensaciones y sentimientos que sentía. Nos besamos con una pasión desconocida, nueva, hasta el sabor de sus besos eran más deliciosos. Le pedí que se tumbara de espaldas y me dejara denudarle a mí primero. Le desabroché la camisa despacio, y a medida que aparecía su piel se la besaba y se la lamía despacito. Cuando llegué a sus pezones, estos ya estaban erectos y muy duros. Se los lamí y los mamé un rato. Con su ayuda le quité la camisa y la tiré al suelo. Le desabroché el cinturón, el botón de la cintura de los pantalones, le bajé la cremallera de la bragueta y cogiendo por los bajos de las perneras tiré de ellos hasta sacárselos, le quité los calcetines y todo junto también lo tiré al suelo junto a la camisa. Gerardo se quedó únicamente en calzoncillos. Unos slips blancos ajustados, en los que se le marcaba perfectamente sus testículos y la polla, cuyo bulto amenazaba con salirse por la cinturilla del calzoncillo. Estaba para comérselo. Me le quedé mirando un momento reconociendo que Gerardo era guapo, además tenía un cuerpo como a mí me gusta; muy poco vello. O era así, o se depilaba todo el cuerpo; tenía que preguntárselo.

Mirándole a los ojos con cara de puta en celo gateé por la cama hasta que mi boca quedó justo encima de su entrepierna. Gerardo separó sus largas piernas suponiendo que iba a darle una mamada, pero preferí tomarme mi tiempo. Ahora era yo la que tenía el control de la situación. Empecé por darle cariñosos besitos en las rodillas por el interior y así subí muy despacio por el interior de sus muslos, viendo cómo le palpitaba la polla dentro del calzoncillo. Eso me excitó aún más. Cuando llegué a la entrepierna le lamí la ingle un momento y seguí arrastrando mi lengua por el bulto de sus testículos, disfrutando al oírle jadear. Pasé a la otra ingle, la lamí y continué dando sólo besitos por el interior de su otro muslo hasta llegar a la rodilla. Hice una breve pausa para ver su excitación, los espasmos de su pene me indicaron que Gerardo estaba muy cachondo. Al hacer el camino inverso y llegar a su entrepierna, vi que la polla se le había salido ya por la cinturilla del calzoncillo. Gerardo me suplicó que se la chupara. Y le complací jugando con mi lengua sobre el trozo de carne que asomaba. Cuando me cansé de jugar con su hinchado capullo, le bajé los slips con los dientes y ayudándome con las manos se los quité. Ahora todo su sexo quedó maravillosamente expuesto.

Me monté encima de él formando un 69, pasé los brazos por dentro de sus piernas y al echarlos hacia atrás tiré de sus corvas elevándole el culo. Entonces me agaché para darme un festín digno de una reina. De acuerdo en que Gerardo no tenía la enorme polla de mi hijo, pero sus 20 o 21 centímetros de pene erecto y duro eran más que suficiente para satisfacerme y dejarme agotada. Me fijé que tenía los testículos hinchados de deseo. Se los besé repetidas veces sintiendo su dureza un mis labios, los lamí un rato y continué hasta bajar al perineo. Lo lamí varias veces, rozando el esfínter de su culo que ya se abría deseoso. Cuando metí la lengua en el estrecho agujerito oí los fuertes jadeos de Gerardo, estaba demasiado excitado y no deseaba que se corriera aún, así que me detuve, me di la vuelta y me eché encima de su pecho con las piernas a los lados de las suyas. Sin tener que retroceder, noté cómo el glande de Gerardo me frotaba el coño. Le besé y le metí la lengua hasta la campanilla casi. Nos morreamos un buen rato mientras él me acariciaba la espalda y me apretaba las nalgas encendiendo más mi deseo.

Giramos sobre la cama y él quedó encima de mí. Ahora le tocaba a él tener el control. Me desabrochó despacio los botones del vestido, besándome la piel que iba quedando descubierta y mientras me lamía los pezones alternativamente logró bajarme el vestido hasta la cintura. Bajó de mis pechos hasta mi estomago, después por mi vientre (a medida que retrocedía, arrastraba el vestido consigo) y se detuvo en mi pubis, al que le dedicó deliciosos besitos. Ya que el tanga que llevaba era tan diminuto que no me lo tapaba. Me sacó el vestido y lo arrojó al suelo. Se agachó sobre el pequeño triangulo transparente de tela y aspiró el aroma de mi sexo deleitándose. Arrimó la boca y me pasó la lengua por la tela hasta empaparla de saliva, con lo que mi vulva también se mojó. Cuando apartó a un lado el tanga y sentí su respiración sobre mi vulva no me pude aguantar más y me corrí. Gerardo me separó las piernas rápidamente y me abrió los labios menores para deleitarse mirando los espasmos de mi vagina mientras me corría. Cuando cesó el orgasmo acercó su boca a mi vagina y me introdujo la lengua lamiendo como un perrito el caldo que manaba del interior de mi coño y que según él tenía un sabor exquisito. Me dejó descansar unos minutos y mientras se entretuvo besándome el interior de los muslos hasta las rodillas, pero no se detuvo; continuó por la pantorrilla hasta llegar a mi pie izquierdo. Lo sostuvo en alto con ambas manos y me besó desde el talón hasta la punta de los dedos, luego hizo el mismo recorrido pero con la lengua extendida y al llegar a mis deditos, me lamió uno por uno las yemitas. Jamás pude imaginar que eso era tan placentero y relajante, pero lo mejor fue cuando se introdujo el dedo gordo dentro de la boca.

Pasado un rato volvió a ascender por la pierna contraria camino de mi sexo que ya le esperaba deseoso de sus atenciones. Estaba tan encendida que a medida que él ascendía yo levantaba el culo y lo movía mostrándole claramente mis ganas por follar. Pero a Gerardo no le gusta precipitarse, se tomó su tiempo devorándome el coño. Lamiéndome la raja. Mamándome el clítoris y gozando mientras miraba los espasmos de mi vagina y mi ano al correrme. Chupándome el culo y el coño, me provocó tres orgasmos y después paró para que descansara. Se tumbó a mi lado y me besó despacio los labios mientras yo recuperaba la calma y la cordura. Hicimos un alto durante el cual me dijo todo lo que sentía por mí, llamándome su reina. Tras un alto de media hora más o menos, me preparé para que me hiciera el amor.

Gerardo se subió encima de mí, me separó las piernas con las suyas y me penetró muy despacio hasta metérmela toda entera. Se quedó quieto y me abrazó con fuerza contra él, yo enrosqué mis piernas en sus riñones y me entregué al que iba a ser mi próximo marido. Gerardo me hizo el amor no sólo en esa postura, cambiamos más de doce veces. Me estuvo haciendo el amor una hora seguida sin llegar a correrse. Yo en cambio enloquecí de placer, de amor y de cariño. Me corrí una docena de veces y me meé del gusto que sentía (Gerardo me abrió el chochito y miró asombrado como me meaba). Cuando él eyaculó lo hizo con potencia y tanta abundancia que noté como su semen escurría por mi culo. Cuando paramos estábamos destrozados. Nos quedamos adormilados una hora más o menos. Al despertarnos teníamos hambre y los dos desnudos nos levantamos dispuestos a asaltar la nevera.

Lo más rápido de preparar eran unas tortillas a la francesa y nos pusimos manos a la obra. Empecé a batir los huevos pero de ahí no pasé. Gerardo me alzó hasta sentarme en la encimera, se metió entre mis piernas y me la enchufó hasta el fondo. Empezó a follarme dándome muy duro. Yo gemí en alto y jadeé como un caballo de carreras. Nada más correrme me la sacó y aprovechando el clímax de mi orgasmo me la metió por el culo. Me folló como un animal hasta que me volví a correr. Más tarde recibí la descarga de semen en mi boca. Después de recuperarnos volvimos a terminar las tortillas.

Decidimos cenar en la cama, como si fuera un picnic. Y entre bromas, risas, tocamientos y caricias nos terminamos con prisas las tortillas y volvimos a hacerlo. Por el coño, por el culo, le chupé la polla y me volvió a joder el coño, después me dio por el culo y finalmente me llenó el ano de leche caliente. Habíamos jodido como salvajes. Destrozados, doloridos y tremendamente satisfechos nos volvimos a dormir.

A partir de ese día Gerardo viene todas las tardes a mi casa y se queda a dormir conmigo, pero no siempre estamos haciendo el amor; también salimos a cenar y al cine, haciendo una vida de autentica pareja.

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