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La ventana indiscreta. 010

en Grandes Relatos

Capítulo 10: El primer día de rehabilitación en el hospital.

Mamá me llevó al hospital en la furgoneta que mi abuelo había alquilado como le aconsejé (pensaba en comprar una). Era mi primer día de rehabilitación y me sentía un poco nervioso.

No dejaban entrar a los acompañantes así que me despedí de mi madre en la puerta de entrada. Ella me dijo que se iba a la cafetería mientras tanto. Me quedé un poco mirándole el culo mientras se alejaba y luego  entré en el pabellón de rehabilitación.

Busqué a Ana con la mirada y la vi, ella también me vio y se acercó a mí sonriendo. Me llevó hasta el tanque y me quitó la ropa porque le dije que traía puestas unas mallas cortas desde casa, Ana guardó el resto de la ropa y el calzado en la bolsa de deporte colgada detrás de la silla.

En el tanque había cuatro pacientes más con sus respectivas enfermeras o enfermeros, por lo que no pudimos hablar mucho, tres o cuatro palabras sueltas, encima, siempre que intentábamos una conversación aparecía la enfermera vieja que no lograba recordar de qué la conocía.

— Espabila Ana, que hoy tenemos mucho, deja la cháchara para otro momento. —gruñó.

Nos cortó tantas veces que de haber podido le habría mandado a la mierda pero Ana me dijo que era su jefa. Intenté quedar con Ana cuando terminara la rehabilitación para hablar, pero me dijo que su novio vendría a buscarla al finalizar el turno, por lo que no podíamos vernos. Ella me dejó sobre una camilla tendiéndome una toalla para que me secara y se marchó con otro paciente.

Me sequé lo que pude y esperé pero nadie acudía para ayudarme a vestirme, al final tuve que arroparme con la toalla para no quedarme frío. Todos los fisioterapeutas estaban ocupados con pacientes por lo que tuve que seguir esperando a que alguien terminara la rehabilitación y quisiera  acompañarme al vestuario. Me acordé de mi madre que debía de estar esperándome en una salita cercana al pabellón.

De repente vi que los pacientes empezaron a marcharse. Vi que Ana salía por una puerta y de buenas a primeras me encontré sólo y preguntándome si se habrían olvidado de mí, pero al ver que su jefa, la enfermera vieja, venía hacia mí me mosqueé —« ¿qué querrá ahora ésta? —pensé».

Me dijo que iba a vestirme ella y me llevó al vestuario. Me quitó las mallas cortas y dijo que tenía que secarme antes de vestirme. No me sirvió de nada que le dijera que ya me había secado yo. Empezó a pasarme la toalla por el pecho y los sobacos, me cogió un brazo, me secó la mano y con toda la frescura me la guio hasta su entrepierna y me la restregó. No dije nada, creí que lo mejor era estarme callado. Terminó con ese brazo y rodeó la camilla para secarme el otro y de nuevo volvió a restregarme la mano contra su sexo.

Continuó  secándome el estómago y vientre, pero al llegar a mi entrepierna lo que hizo fue sobarme la polla y los huevos.

— Tú me has tocado a mí y ahora te toco yo a ti, creo que es lo justo ¿no? —me dijo.

— Yo no la he tocado nada. —dije mosqueado.

— ¿Ah… no? Pues cuando te secaba las manos bien que me has tocado el chochete con tus deditos. —contestó sonriendo.

— Habrá sido sin querer, no me he dado cuenta. —dije para no liarla más.

— ¡Uy pobrecito, no se ha dado cuenta! —dijo burlándose de mí y añadió— no te preocupes, eso tiene arreglo. —me dijo.

Se ve que la enfermera estaba dispuesta a todo porque se bajó los pantalones del uniforme rápidamente quedándose en bragas. Pero no unas bragas de vieja (calculo que tendría alrededor de 50 o 55 años) como yo me esperaba, sino parecidas a las que usaba mi madre, muy sexys y encima tenía un cuerpo muy apetecible, nunca lo hubiera creído al verla con el uniforme.

Apoyándose en mi tripa pasó una pierna por encima de la camilla y se acercó a mí hasta ponerse casi encima de mi cara. Desde abajo vi que se le marcaba el coño a través de las bragas ya que lo tenía bastante gordo, fue inevitable que fijara mi mirada ahí.

— ¿Te gusta lo que ves? Pues esto te gustará más. —dijo apartándose las braguitas a un lado para mostrarme su sexo.

Los labios mayores eran tan abultados que cerraban la vulva como si fueran dos tapas (era el mejor ejemplo de por qué le llaman almeja al sexo de la mujer), sólo era visible la raja que ella misma se abrió para que yo lo viera todo. Observé que los labios menores eran más oscuros que el resto, sobre todo en los bordes y los tenía replegados contra la entrada de la vagina.

— Ahora dime Pablo ¿te gusta o no te gusta?

Antes de contestar me lo pensé —« ¿Y ahora qué? —Me dije», no tenía escapatoria y para colmo mi cerebro me empujaba a hacérmelo con esta señora porque su cuerpo me excitaba un montón —« ¿por qué no? —pensé».

— Sí, claro que me gusta.

— Pues no se hable más. —dijo ella.  

La enfermera se agachó y comenzó a restregarme “su almeja” por la cara. Olía a sudor y un poco a meados pero sobre todo a hembra y ese aroma me encantaba. Saqué un poco la lengua para probarlo y me gustó su sabor entonces me lancé. Saqué de mi boca toda la lengua que pude y comencé a lamer el carnoso sexo de la vieja. Ella agachó la cabeza para mirar permaneciendo quieta.

— Así cariño, cómemelo todo, no le dejes nada al cabrón de mi marido. —me dijo excitada y quise satisfacer mi curiosidad.

— ¿Por qué dice que su marido es un cabrón?

— Porque le gusta mirar cómo me follan otros hombres, últimamente le gusta grabar mientras me follan.

— Yo creo que su marido no es un cabrón como usted dice, lo que pasa es que tiene una mujer que es un poco puta.

— Si sólo fuera un poco… no cariño a estas alturas reconozco que soy demasiado puta, y aunque no me creas la culpa no es mía la tiene mi marido que no me da lo que necesito, si él tuviera lo que tienes tú entre las piernas lo metería en una urna y sólo le dejaría salir para follármelo.

— Yo pienso que todos los problemas de las parejas  o matrimonios tienen solución si ambos se decidieran a hablarlo abiertamente.

— En eso tienes razón. Pedro y yo lo hablamos, le dije que no me satisfacía lo suficiente, que teníamos que buscar una solución y él me dijo que tenía la solución para que yo estuviera satisfecha sexualmente ¿sabes cuál fue esa solución?

— Si no me lo dice no puedo saberlo.

— Me llevó a una fiesta que daban unos compañeros del hospital, había más mujeres pero lo que más abundaba eran hombres solos. Pedro habló con unos cuantos amigos sin que yo lo supiera y llegado el momento me dijo que le acompañara porque iba a darme una sorpresa. Le seguí como una tonta porque yo confiaba en él. Me metió en una habitación rara, con muchos cojines esparcidos por el suelo ¿y sabes qué más había?

— Me lo imagino pero prefiero que me lo cuente usted.

— Allí estaban los cinco tíos con los que había hablado mi marido a espaldas mía. A todos les había dicho que yo era una ninfómana así que imagínate como estaban de excitados esos tíos. Mi marido me dijo que esa era su solución. Le mandé a la mierda sabes, por aquel entonces yo era una joven un poco pudorosa.

— O sea, que se negó.

— Efectivamente ¿y sabes lo que hizo mi marido? —Esta señora a lo mejor se pensaba que yo adivinaba el pensamiento.

— No señora.

— Pidió ayuda a sus amigos y entre mi marido y dos más me tumbaron en el suelo. Mientras me sujetaban las piernas y los brazos los otros tres me fueron follando uno detrás de otro.

— Eso es horrible señora, me está describiendo una violación. —le dije

— Bueno yo no diría tanto, enseguida supe que se trataba de un juego y me dejé follar por esos tres tíos, luego me lo hicieron los otros dos que junto con mi marido juagaban a sujetarme, pero después de un descanso, fui yo la que me follé a los cinco, a veces uno por uno y otras de dos en dos y hasta tres porque siempre alguno prefería follarme por la boca. Estuvimos seis horas follando en aquella fiesta y sabes lo mejor.

— No señora pero usted me lo va a contar ¿a que sí?

— Sí. Pues como te decía lo mejor fue que después de hartarme de follar le pedí a mi marido que me limpiara la lefa del coño, él se tumbó entre mis piernas y como un cachorrillo chupó tragándose de paso las corridas de sus amigos, desde ese día es mi cabrón ¿comprendes?

— Ahora sí. —dije sonriendo. 

— Bueno pues basta ya de cháchara y sigue con lo que hacías que estoy muy cachonda.

Ahora ya sabía que esta vieja enfermera estaba hecha toda una señora puta, por lo que seguí comiéndole el coño como me había aconsejado. En apenas unos minutos empezó a gemir y eso me animó, porque quería decir que no lo estaba haciendo mal.

Me gustaba ver cómo le cambiaba la cara según la intensidad de placer que sentía. A veces sonreía, otras parecía echarse a llorar pero lo que más me llamó la atención fue cuando se corrió porque parecía que en vez de estar gozando estaba sufriendo, era curioso. La tía se estremecía tanto que temí que se me cayera encima, empujé con mis manos hacia arriba y tuve la suerte de ver cómo se le contraía la vagina a consecuencia del orgasmo. Al acabar de correrse se apoyó sobre los bordes de la camilla con la cabeza agachada, mirándome jadeante.

— Imagino que nunca has probado la miel de una mujer. —me dijo cuándo se repuso.

Negué con la cabeza —« ¿La miel, qué miel? —Me dije» sin saber de lo que me hablaba.

— Mete la lengua dentro de mi vagina y lame, así sabrás de lo que te hablo.

—« ¡Se refería a su flujo! Llamándolo miel ¡qué poético! —Pensé», no obstante le hice caso, metí la lengua en el interior de su vagina y lamí la “miel” de su excitación. Sabía un poco salado pero me gustó tanto que continué lamiendo, habría estado así un buen rato pero ella se levantó y me dijo que me iba a hacer un 69. Se dio la vuelta y se agachó agarrando con fuerza mi polla empalmada.

Volví a empezar de nuevo con mis caricias orales. Ella me masturbó un poco y enseguida noté que me la chupaba y a ratos me la mamaba, pero no se conformó con eso sólo, la mujer me devoró los huevos literalmente, me los lamía con tanta ansia que a veces me hacía daño. Me quejé, ella gruñó algo que quizá fuera una disculpa y continuó pero con más cuidado. Ella se corrió de nuevo antes que yo y en cuanto sentí el primer latigazo de gusto en la polla me concentré en correrme, de esa manera le di lo que tanto ansiaba y ella se tragó toda mi corrida produciendo pequeños gruñidos de satisfacción; después me lamió el capullo.

Una vez satisfecha me vistió pero antes de sentarme en la silla, se sentó ella en la camilla me incorporó y abrazándome me dio un morreo hasta casi asfixiarme.

— Esto es por el buen rato que me has hecho pasar ladrón.

— Yo tampoco lo he pasado mal. —contesté.

— Si me prometes que el próximo día me dejas follarte, te contaré una cosa que te interesa saber. —me dijo.

— ¿Qué me tiene que contar? —insistí.

— El próximo día Pablo. —contestó sin ceder.

— No es justo. —protesté.

— ¿Qué sabrás tú lo que es justo?

Sin más, sacó una llave del bolsillo superior de su uniforme y abrió la puerta. Había gente esperando a entrar pero eso a ella no le importó y me sacó al pasillo para que fuera al encuentro de mi madre. Evidentemente no le conté nada, antes, tenía que averiguar lo que tenía que decirme, aunque no entendía nada.

Mamá empujó la silla por el aparcamiento hasta que llegamos a la furgoneta. Tanto ella como yo oíamos los silbidos de algunos hombres y las bestialidades que le decían otros y todo, porque esa mañana se había puesto unos vaqueros ajustados para no enseñar nada cuando se agachaba para sentarme en el asiento o al levantar la silla de ruedas. Le dije que los hombres eran asquerosos y unos gilipollas ella me dijo que no hiciera caso. Después de sentarme en el asiento del copiloto plegó la silla de ruedas, la guardó y se sentó al volante.

Antes de que arrancara vi a Ana en compañía de un tío corriente que la llevaba cogida de la cintura, mamá también lo vio y esperó un poco. Ellos se pararon y en medio del aparcamiento el tío le dio un morreo apasionado al que ella correspondió agarrándole por la nuca con una mano para atraerle contra su boca, lo más humillante para mí fue ver cómo ella le agarraba la polla por encima del pantalón; nada más ver eso le dije a mi madre que arrancara.

Dirigí mi mirada al suelo del coche porque si les seguía observando terminaría con el estómago revuelto; bastante tenía ya con el ahogo que sentía en el pecho.

— Lo siento cariño esa chica no te merecía. —dijo mamá adivinando mi estado de ánimo.

No la respondí, giré la cabeza hacia la ventanilla haciendo como que miraba el paisaje para que no me viera llorar, cuánta razón tenía cuando me previno.

Al llegar a casa, Sally nos informó de que el abuelo no iba a venir a comer. Como hacia bastante calor mamá me dejó un momento mientras que ella iba a cambiarse de ropa y traerme a mí un calzón corto para que estuviera fresquito.

Al regresar me quedé sin habla al verla. Llevaba puesto una de mis camisetas de tirantes que como eran grandes le llegaban a la mitad del muslo dejando sus macizas piernas a la vista. No llevaba sujetador y los pezones se le marcaban descaradamente en la tela, me pregunté si llevaría bragas.

Mamá al verme embobado se quedó quieta para que yo disfrutara mirándola, luego se acercó sonriendo y con la mano me subió la barbilla ya que yo seguía con la boca abierta sin darme cuenta.

Me quitó los pantalones y la camiseta dejando para el final las mallas cortas con las que hacía la rehabilitación, pero había un problema: me había empalmado mirándola y me daba corte que me viera así, por lo que le dije que me las dejara puestas.

— Tengo que quitarte las mallas, son de lycra y te puedes escocer con el sudor. —insistía.

— No hace falta de verdad, ya me las quitaré luego. —insistí yo también.

— Pero hijo ¿crees que a estas alturas me voy a asustar por verte empalmado?

Mamá se había dado cuenta de mi estado y comprendí que no se iba asustar. Si me daba corte era porque no quería dar la impresión de parecer un chiquillo adolescente, pero a fin de cuentas es lo que era, así que tuve que dejar que me quitara las dichosas mallas.

Mamá se arrodilló delante de mí, se echó hacia delante y agarrando la cintura de las mallas tiró hacia abajo. Mi erección saltó de golpe aflorando en todo su esplendor y para mi sorpresa ella pasó de mirarme ahí abajo o comentar algo, al menos de momento. 

Sin embargo, al poco de estar desnudo se inclinó hacia delante y empezó a besarme el capullo, continuó bajando por el tronco hasta llegar a mis huevos, me separó un poco más las piernas y me los lamió mirándome a la cara de vez en cuando, ese “detalle” me dio un gusto de muerte.

Se quedó mirando embobada cómo mi polla se alzaba hacia arriba y enseguida engulló mi capullo al primer intento. Se conoce que tenía ya tanta práctica con mi abuelo que le había cogido la medida a nuestras pollas.

Me la mamaba mirándome, supongo que para ver mi reacción, quise demostrarle mi cariño acariciándole el pelo a la vez que me extasiaba viendo cómo me chupaba. No habían pasado ni cinco minutos y ya quería correrme en su lujuriosa boca. Y es que en esas circunstancias me era imposible aguantarme.

— Me voy a correr mamá. —le avisé entre jadeos.

— Eso es lo que pretendo mi vida.

— ¿De verdad que no te importa?

— No cariño, ya estoy acostumbrada. —sentí una punzada de envidia hacia mi abuelo al escuchar su respuesta.

Iba a agarrármela para meneármela un poco pero no me dejó. Me apartó las manos y empezó a pasar la punta de la lengua por el frenillo. Casi inmediatamente empecé a eyacular alimentando el morbo de mi madre. Consiguió vaciarme por completo a base de lamidas cortas en el frenillo y apretones de polla.

El esfuerzo me hizo inclinar la cabeza, ella me besó en la frente y al abrazarme contra su pecho le vi las maravillosas tetas y los erectos pezones que yo ya conocía. Esperó a que me recuperara, me dio un beso en los labios y me puso el calzón corto, antes de subírmelo del todo volvió a lamerme la punta del capullo porque aún me salía un poco de semen.

Después se irguió pero antes de que se fuera la abracé apoyando la cabeza en su vientre. Sin pensármelo metí las manos por debajo de la camiseta y en cuanto palpé las braguitas me di cuenta de mi error, sin embargo ella se limitó a acariciarme la cabeza permitiéndome que la sobara el culazo, eso me dio pie para intentar alcanzar su sexo pero cuando ya tenía los dedos rozando su ingle me retiró la mano diciéndome que ahí no sin darle más importancia.

— Oye mamá le has quitado la tela protectora de dentro al calzón.

— ¿No es más cómodo así?

— Sí, pero ¿y si se me sale?

— Cariño si se te sale me la como y ya está. —dijo dándome un espontaneo beso en los labios. 

Sally preparó una de sus deliciosas comidas tailandesas y comió con nosotros como era habitual. Ellas se sentaron juntas y yo enfrente, en la silla de ruedas. Durante la comida ellas hablaron y rieron y hasta se hicieron confidencias cuchicheándose al oído para que yo no las oyera, lo hacían aposta porque me miraban y se reían.

— No sé si sabéis que eso que hacéis es una falta de educación. —dije mosqueado por sus continuas miradas hacia mí con risitas incluidas.

— No te enfades hijo, sólo hablamos de cosas de mujeres verdad que sí Sally. —dijo mamá riendo.

— Pero esas cosas de mujeres pondrían colorado a tu propio abuelo. —contestó la otra también riéndose.

Preferí no hacerlas caso y mostrarme indiferente, sin embargo ellas seguían con los cuchicheos y miraditas hacia mí y aunque intentaba no hacerles caso en el fondo estaba muy mosqueado. «Ahora sé que es la típica reacción de adolescente». 

Además, empecé a ponerme nervioso conforme se acercaba la hora de irme a acostar la siesta, porque un pensamiento no hacía más que darme vueltas en la cabeza.  —« ¿Se acostará conmigo por fin? »—. Era lo que más deseaba aunque sabía que era un objetivo difícil de conseguir. Una vez terminamos de comer ellas tomaron café, luego recogieron la mesa y se plantaron frente a mí sonriendo.

— Ahora cariño te llevo a la cama para que descanses la espalda. —dijo.

Sally empezó a recoger la mesa, mamá intentó ayudarla pero ella no se lo consintió. Mi madre empujó la silla de ruedas llevándome a mi habitación que estaba en la planta baja para más comodidad.

La cama que había comprado mi abuelo era muy chula. Tenía dos brazos verticales integrados en el cabecero que al abatirlos quedaban a veinticinco centímetros sobre la cama, siendo para mí una excelente ayuda a la hora de moverme. Mamá me dijo que me sentara en la cama apoyándome en el cabecero y me puso cojines en la zona lumbar para que estuviera cómodo.

Se subió a la cama poniéndose de rodillas con las piernas juntas, se sentó sobre sus talones y me miró.

— Antes de hacer nada quiero hablar contigo hijo.

— ¿De qué quieres hablar? —pregunté temiéndome que se echara para atrás en lo que me había prometido.

— Te prometí que cuando estuviéramos en esta casa lo haríamos pero después de darle muchas vueltas a la cabeza he llegado a la conclusión de que es mejor que no lo hagamos.

— Pero…

— Espera, déjame terminar —dijo y cogió aire para darse ánimos— si lo piensas bien Pablo te darás cuenta de que es lo mejor. Una cosa es permitirnos ciertas “alegrías” y otra muy distinta es que follemos. Creo que si lo hiciéramos nuestra relación como madre e hijo se resentiría o podría destruirse y no puedo consentir que eso pase. Sé que te estoy desilusionando pero créeme, es lo mejor para los dos por eso te pido que trates de comprenderme. —concluyó y permaneció en silencio esperando mi respuesta.

Después de escucharla sentí rabia, impotencia y desilusión pero sobre todo dolor. Sin embargo no me sentí humillado por su rechazo, “algo” razonaba dentro de mi cabeza diciéndome que era lo mejor, no me quedó otra que comprender a mi madre y hacerme a la idea de que era imposible un encuentro sexual entre nosotros.

— Creo que tienes razón mamá. Imagino que para ti no habrá sido fácil tener que sopesar una relación sexual entre tú y yo y te comprendo, eso va “contra natura”, es incesto, un acto prohibido que nunca se debe dar. —le expliqué.

— ¡Déjate de chorradas Pablo! Claro que no ha sido fácil, pero mi decisión no es porque sea “contra natura” o un acto prohibido como tú dices, eso son gilipolleces, estoy segura de que más de una madre tiene sexo ahora mismo con su hijo y no pasa nada.

— ¿Entonces?

— Nuestro caso es distinto hijo. Todo lo que nos ha pasado, desde el asalto a la destrucción de nuestra familia nos hace más vulnerables a los sentimientos ¿entiendes? —la verdad era que no y negué con la cabeza—. Imagina por un momento que follamos, ¿y si después los sentimientos nos confunden? ¿te imaginas que nos enamorásemos? ¿Y en ese caso que tendríamos que hacer? ¿buscarnos una casa para nosotros solos y vivir como una pareja? No me digas que esa idea te ilusiona porque no me lo creo.

— Visto así la verdad es que no mamá.

— Es que no hay otra manera de verlo.

— ¡Vale! —dije dando un suspiro—. No pasa nada, no lo hacemos y ya está.

— Yo pienso otra cosa hijo, soy tu madre, te he llevado nueve meses dentro de mí, alimentándote y dándote todo mi cariño hasta que te traje a este mundo, eso me da derecho a tomarme ciertas libertades contigo, ¡vamos! Que me puedo permitir el lujo de darte gusto pero siempre como si se tratara de un juego ¿me comprendes?

— Sí mamá.

— Bien. Esta vez el juego será un poco más subido de tono. Sólo por esta vez —recalcó “esta vez”— te voy a permitir ciertas libertades conmigo, pero nunca las repetiremos ¡prométemelo!

— Te lo prometo mamá. —dije más animado.

— Júrame que jamás volverás a insistir en meterme mano o intentar follarme.

— Te lo juro mamá pero, ¿y tú? ¿nunca más volverás a jugar conmigo? —pregunté desilusionado.

— Pues claro que jugaré, siempre que se me antoje, eso son mis prerrogativas ¿lo entiendes?

— Perfectamente. —respondí esperanzado, mejor eso que nada.

— Sabía que me entenderías hijo —dijo inclinándose para besarme en los labios y al separar su boca de la mía me dijo: —Prepárate para disfrutar cariño.

Nada más decir eso se enderezó y procedió a quitarse la camiseta con toda naturalidad. Al verla únicamente con las braguitas me di cuenta del pedazo de hembra que era mi madre y sentí una enorme envidia hacia mí abuelo. Mirándome con una sonrisa muy dulce ella se acercó a mí, me separó las piernas y se situó en medio.

Me abracé a ella con fuerza apoyando la cabeza debajo de sus pechos y me quedé quieto con los ojos cerrados, sintiéndome el hijo más afortunado de la tierra mientras que ella me acariciaba la cabeza. Luego rocé su piel con mis labios, disfrutando al ver que se le ponía carne de gallina. Besé su estómago y su vientre, amasando por encima de las braguitas su culazo que tanto me atormentaba volviéndome loco de deseo; menudos saltos hacia arriba daba mi polla.

Ella separó más las piernas, no sé con qué propósito pero el caso es que mi erección rozó la tela que cubría su sexo, ella agachó la cabeza y viéndome tan erecto me miró sonriendo.

— ¿Tanto me deseas vida mía? —me preguntó.

— Date la vuelta por favor. —fue todo lo que pude decirle.

— Espera un momento. —dijo ella, entonces volvió a agachar la cabeza y me agarró la polla con una mano, cuando vi que con la otra se apartaba las braguitas a un lado casi me echo a llorar, pensé que se había arrepentido y al final íbamos a follar pero mamá no pensaba en eso precisamente. Con el sexo desprotegido se agachó muy despacio hasta que entró en contacto con mi capullo, se movió de manera que el glande recorría toda la raja húmeda y caliente de mi madre, las oleadas de placer eran tan intensas que no me pude contener y empecé a eyacular violentamente. Mamá no se enfadó, dio un gritito sobresaltada y se echó a reír contemplando como mi corrida regaba su vulva, el pubis y las bragas.

— Lo siento mamá no he podido controlarme. —le dije a punto de llorar, estaba asustado por la reacción que pudiera tener.

— Tranquilo cariño la culpa ha sido mía, después de saber cuánto me deseabas no debía haberte provocado de esta manera, no te preocupes más ¿vale?

— Vale.

— Míralo por el lado bueno, ahora sabes cómo lo tengo, me refiero a la humedad y temperatura, yo por mi parte como puedo tomarme más libertades pues… —no terminó la frase porque empezó a frotarse mi corrida por todo su sexo, incluso metiéndose dos dedos manchados de mi semen dentro de su vagina— me encanta saber que es tuya dijo lamiéndose la mano con la que se había frotado. Viendo  a mamá hacer eso y decir las cosas que decía llegué a la conclusión de que lo que le impedía follar conmigo eran los tabúes que tenía dentro de su cabeza, pero no le dije nada— bueno supongo que como ya te has corrido lo que te apetece es descansar.

— Pues supones mal mamá, todavía me apetece jugar más contigo.

— ¿Estás seguro? Lo digo porque tu abuelo después de correrse solo piensa en estar tranquilo y a veces se duerme y yo también.

— Ese es el caso del abuelo pero no el mío, yo sí quiero más pero si a ti no te apetece lo dejamos y ya está.

— Hombre claro que apetece, aun no me he corrido y quiero tener un orgasmo con tus caricias.

— Bien entonces date la vuelta.   

Pacientemente se dio la vuelta y me dispuse a gozar con esa parte de su bellísima anatomía. Apoyé primero la cara sobre su espalda. El olor de su piel me volvió loco de deseo, besé la piel de la zona lumbar varias veces y luego decidí que había llegado el momento de adueñarme de su entrepierna.

Acordándome de mi abuelo deslicé la mano por su ingle. Mi madre sufrió un escalofrío y metí la mano por dentro de sus braguitas. Cuando mis dedos tocaron el tan deseado coño casi se me saltan las lágrimas por las sensaciones que experimentaba.

Toqué toda la raja explorando la textura de sus labios menores y experimenté cómo se humedecía todavía más gracias a mis caricias. Introduje un dedo en el interior de su vagina y palpé su rugosidad. Dejé para lo último el clítoris. Al tacto lo tenía más abultado que Rosa, en ese momento se le estaba endureciendo y lo froté con delicadeza. Ella gimió.

Volví a frotarlo un poco más esperando oír un nuevo gemido pero en vez de eso el cuerpo de mi madre se contrajo un par de veces y ella emitió un jadeo que me supo a triunfo, porque significaba que era capaz de darle gusto. Podría haberme quedado así toda mi vida pero mi cerebro me dijo que debía seguir explorando el delicioso cuerpo de mi madre.

Me entretuve besando sus lumbares y sus costados, no solo se le ponía carne de gallina con mis caricias también se retorcía y reía con las cosquillas que le hacía en los costados. Me centré en su culazo, otro de los objetivos de mi deseo que ahora tenía a mi alcance para gozarlo.

Las braguitas eran tan pequeñas que no lograban tapar sus nalgas cuya redondez besé con devoción. Dispuesto a conocer todas las intimidades de mi madre aparté las braguitas a un lado y contemplé la raja que las separaba, satisfice mi curiosidad abriéndola para verle el orificio posterior. Su esfínter casi no tenía pliegues. La zona presentaba la misma coloración que el resto de la piel dándole un aspecto inmaculado; hasta en eso era perfecta.

Me deslicé tumbándome un poco, empujé su espalda hacia delante y ella se puso a gatas apoyando la cabeza sobre mis tibias y poniendo el culo en pompa. Casi me corro de nuevo al contemplar su sexo tan cerca. La vulva depilada completamente, los labios mayores eran carnosos y los menores le sobresalían y colgaban un poco. No me extrañó que su sexo abultara al estar tapado por las braguitas.

La agarré por los muslos tirando de ella hacia mí hasta situarla a una distancia cómoda y acerqué la cara. El olor de mi semen junto con su penetrante aroma de hembra le confería la capacidad de enloquecer a cualquier hombre, me imaginé a mi abuelo bebiéndose hasta la última gota que destilara. Oleadas de un placer inmenso recorrieron mi polla impulsándola de nuevo hacia arriba; mi deseo se incrementó convirtiéndose rápidamente en lujuria.

No pensé en que ella se había frotado mi corrida, saqué la lengua y empecé a tantear la vulva, explorando cada pliegue y cada rincón. Besé cada porción de piel que abarcaban mis labios. Mentalmente di las gracias a la enfermera por enseñarme a lamer un coño. Mis caricias orales hicieron gemir a mi madre y me sentí orgulloso de ser capaz de excitar a una mujer como ella. 

Pasada la primera sensación proseguí mi exploración y al darme cuenta de que le salía líquido transparente de la vagina supe que era el momento exacto para atacar el clítoris. Lo hice como me aconsejó la vieja enfermera: titilando con la punta de mi lengua o lamiendo los alrededores y por encima. Descansaba un poco la lengua y antes de proseguir le lamía el esfínter del ano despacio para enseguida volver al clítoris. 

En pocos minutos el cuerpo de mamá empezó a estremecerse, jadeaba entrecortadamente hasta que de pronto arqueó la espalda y se corrió con fuertes convulsiones. Observé las continuas contracciones de su vagina y de su ano, las recordaba perfectamente de cuando estuve con la enfermera.

Siguiendo los consejos de la enfermera conté mentalmente hasta doce sin precipitarme y luego froté despacio el capuchón del clítoris, sin tocarlo, porque sabía que ahora estaba muy sensible. El resultado no pudo ser mejor. Mamá volvió a correrse gimiendo como si sufriera.

Volví a contar pero hasta diez y en medio de sus suplicas de “más no” seguí insistiendo con mi lengua hasta que vi que se corría una vez más. Por último conté hasta cinco antes de seguí torturándola con mi lengua. El tercer orgasmo la dejó tan debilitada que se le escapó un chorro de pis mojándome la cara, lamí toda la raja con la lengua completamente extendida para limpiarla y ella me soltó dos chorros más que me bebí sin hacerle ascos.

Volvió a suplicarme que parara pero yo seguí a lo mío. Ahora metí la lengua dentro de la vagina para lamer como un cachorrito todo el flujo que manaba y que aparte de salado me sabía a gloria. Ni punto de comparación con el de la enfermera, no obstante le estaba eternamente agradecido pues gracias a sus enseñanzas había logrado que mi madre se corriera tres veces seguidas.

Después de eso ya no volvió a suplicarme que parase, la pobre se giró y se derrumbó sobre mí bocarriba. Respiraba con mucha fuerza quejándose lastimeramente, como si le hubiesen dado una paliza, estaba realmente agotada, viéndola así me hizo sentir por un momento su dueño y señor pero ese pensamiento lo desterré enseguida de mi mente.

Mi madre tardó unos minutos en reponerse pero al final se irguió, se echó sobre mí poniendo medio cuerpo encima del mío y nos empezamos a besar, ella fue la que se separó diciendo que se ahogaba y reposó la cara en mi pecho.

— Eres un ladrón cariño.

— ¡Yo! ¿Por qué?

— Me has robado la voluntad ¿Cómo puede ser que seas un maestro en el arte de comerle el coño a una mujer? Y no me salgas con que eres muy inteligente que no me lo creo, eso se aprende con la experiencia, no en internet.

— Lo he aprendido ésta mañana. Una enfermera vieja que es la jefa de Ana me ha enseñado a hacérselo antes de vestirme. —mamá alzó la cabeza mirándome mosqueada.

— La madre que la parió, pasado mañana pondré una queja al director, se va a enterar ¿pero qué se ha creído esa?

— Tranquila mamá que no es para tanto, yo he accedido voluntariamente.

— ¿Y por qué has hecho eso Pablo? —dijo mirándome con reproche.

— Para no quedar como un inocente chiquillo cuando estuviera contigo, al ver lo que pretendía pensé que aprendería mucho con ella y así ha sido.

— Y no se te ha ocurrido pensar que yo te hubiese enseñado —me reprochó— ¡Yo quería enseñarte! ¡Llevo más una semana pensando en ello! ¡Joder!.

— ¡Joder mamá! ¡Y por qué no me lo dijiste! Siempre me dabas largas, nunca me dejabas tocarte ¿Qué quieres que pensara? Yo creía que jamás en mi vida te tendría como ahora, de haberlo sabido hubiera obrado de otra forma. No te aclaras ni dejas que yo me aclare ¡eres la hostia mamá! —le reproché lamentándome pero ya no tenía solución, lo hecho, hecho estaba.

Ella me miró y al cabo de unos segundos el cabreo desapareció de su cara, en el fondo sabía que yo tenía razón, de repente su mirada se volvió pícara.

— Y dime, esa enfermera que dices que es vieja ¿te gusta más que yo?

— Por favor mamá no hay comparación aunque la verdad es que tiene un cuerpo estupendo para su edad y lo alta que es, a ella puedo verla como mujer en cambio a ti siempre te veré como mi madre, estés vestida o desnuda —ella no contestó, seguramente pensaba en lo que le acababa de decir y yo lo rematé añadiendo: — no imaginas cuanto envidio al abuelo.

— No tienes por qué cariño, sois parecidos y a la vez muy distintos —dijo pero no quiso seguir—. Tu abuelo es muy cariñoso y muy romántico aunque también le gusta jugar fuerte, no creas, en cambio tú, eres tan dulce… y tan tierno… te prometo que no me imaginaba que pudiera atraerte de esta forma, haces que me sienta muy orgullosa de ser tu madre, yo también envidio a la lagarta que te enamore. —me dijo acurrucándose contra mí, minutos más tarde nos quedamos dormidos.

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