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La ventana indiscreta. 06

en Grandes Relatos

Capítulo 6: Continúan las aventuras en el hospital:

 

Ana, la enfermera gitana volvió al día siguiente para mis ejercicios. Me saludó con un simple ¡hola! Sin sonrisas. Todo el camino hasta llegar a la sala de rehabilitación lo hizo en silencio, allí intenté hablar con ella sabiendo que daría comienzo a un sinfín de insinuaciones, todas humillantes para mí, pero quería correr el riesgo.

— Creí que hoy no vendrías a buscarme.

— No me queda más remedio, soy tu fisioterapeuta. —contestó desplazándome con las poleas hacia el tanque de agua.

— Me alegro de que seas tú.

— ¡Ah! ¿Sí? ¿Por qué? —me preguntó desafiante.

— Porque te considero una excelente profesional, si me recupero alguna vez será gracias a tus ejercicios, confío en ti al cien por cien.

— No necesito que me hagas la pelota, así que ahórrate los cumplidos. —encajé su primera coz y añadió: — Los ejercicios que estamos haciendo sólo son un preludio, digamos que un calentamiento para lo que te espera la semana que viene. —contestó con desdén.

Viendo que así no iba a ninguna parte opté por la cortesía para poner paz entre nosotros.

— Por favor Ana, si te he ofendido de alguna manera te pido perdón, pero no me trates con desprecio, no me lo merezco.

— ¡¿Ofenderme tú?! ¡Ni en sueños podrías ofenderme! —contestó soltándome otra coz.

Me armé de paciencia antes de contestar. 

— Por si acaso vuelvo a pedirte perdón. —insistí.

— ¡Si no te culpo! Porque ya lo dice el refrán: quien con niños se acuesta meado se levanta.

Esa insinuación fue una un golpe muy bajo, más doloroso que sus anteriores coces. Me pensé la respuesta antes de contestar. Mi ordenado cerebro me decía que no insistiera más con ella pues las probabilidades de salir humillado eran muy altas pero “algo” me decía que siguiera intentándolo porque Ana me atraía un montón. Hice caso a ese “algo” y seguí con actitud sumisa.  

— Gracias por restregarme la edad que tengo, cuando quieras empezamos, esto está siendo muy desagradable.

Gracias a mi sumisión y cortesía ella se dio cuenta de su error y no dijo nada más. Se desnudó quedándose en bikini y se metió en el tanque. Yo seguía mirando al agua, y ella me advirtió que empezábamos. Entonces la miré, seguía mosqueada conmigo pero menos. Volvimos a realizar las tres tandas de 10 sesiones con cada pierna. Al descansar de la primera pausa tuvo su momento de vanidad. Mirando distraída a la lejanía se ahuecó la braga del bikini mostrándome las dos nalgas a la vez. El gesto en sí fue de lo más inocente pero yo sabía que Ana lo tenía calculado, sino ¿por qué se giraba rápidamente a mirarme? Pues para asegurarse que lo había visto ¡Dios! Cuanto deseé haberme empalmado en ese momento.

En la pausa del segundo descanso casi se me caen los ojos. De la misma forma distraída se apartó la braga del bikini con una mano e introdujo la otra por la raja de sus nalgas haciendo que se rascaba y de nuevo se volvió rápidamente, solo que esta vez me sonreía con picardía. Yo también le sonreí « ¡Cómo te gusta jugar conmigo! ¿De verdad te piensas que soy un niño inocente? Si pudiera te ibas a enterar». Pensé.

El colmo de su vanidad se dio al finalizar la tercera tanda « ¿Qué más me vas a enseñar? ». Me dije. Pero me equivoqué, no me enseñó nada. Se acercó a mí subiéndose en el peldaño donde yo estaba sentado, apoyó las manos sobre el borde del tanque y se estiró para coger la toalla restregándome su pubis por la cara, su aroma de hembra me embriagó y tentado estuve de lamer la parte baja de la braga del bikini pero no me atreví, ella muy pícara me miró y se disculpó: — ¡Uy perdón! —. Así terminó mi rehabilitación ese día. De vuelta a la habitación hasta mi madre se dio cuenta de que Ana se despidió con un poco más de simpatía.

*

Después de la comida me dormí viendo la tele con mi madre. Mi abuelo llegó a las cinco y media, después de los saludos se llevó a mamá hasta un rincón y estuvieron cuchicheando, al regresar mamá a mi lado estaba pálida.

— ¿Qué pasa mamá? —pregunté pero no obtuve respuesta.

— ¿Abuelo? —tuve que recurrir a él.

— Nada Pablo no te preocupes.

— ¡Pero cómo no me voy a preocupar no ves que ella está pálida! —el abuelo muy serio se decidió por fin a hablar.  

— Sólo te diré esto: antes de venir aquí he pasado por la comisaría para ver cómo iba el caso. Me han dicho que los asaltantes están localizados y su detención es prácticamente inminente.

— Conforme, ahora cuéntame la mala noticia que imagino tendrá que ver con mi padre ¿no?

— Eso no lo voy a hablar aquí, ni ahora, el domingo te darán el alta y nos iremos a mi casa, allí hablaremos.

— ¡Hoy es viernes abuelo, cómo quieres que me aguante hasta el domingo!

— ¡Basta ya Pablo! —me chilló mi abuelo y me callé de golpe—, compórtate, ahora es el momento de que demuestres que eres un hombre y no un crio, tu madre te va a necesitar más que nunca así que mímala y no añadas más problemas.

Mamá se sentó en el sillón situado entre mi cama y la ventana, apartada de mí. Miraba a la lejanía a través del cristal. Me parecía tan frágil en ese momento. La miré impotente sintiendo que algo se me desgarraba por dentro y siguiendo un impulso me ladeé en la cama arrastrándome hasta el borde y le puse la mano en el hombro.

— No te preocupes mamá, nosotros te queremos y yo nunca te dejaré sola. —ella me cogió la mano y me la besó.

— Gracias hijo. —dijo llorando.

— ¡Dios mamá! Daría mi vida por no verte llorar. —le dije emocionado.

De pronto, ella empezó a llorar con más fuerza, parecía una muñeca rota, al verla tan vulnerable se me saltaron las lágrimas, miré a mi abuelo suplicándole con la mirada que le diera cariño pero él ya se acercaba hasta ella.

Con una mano abrazó la cabeza de mi madre pegándola contra su cuerpo, con la otra le acariciaba la espalda tratando de consolarla. Yo giré la cabeza, no soportaba ver a mi madre así. Vale que se había despreocupado de mí y que los recuerdos que tengo de mi niñez aparece más mi abuelo que mis padres, en ése momento se lo perdoné todo porque era mi madre. De repente me invadió un sentimiento de cariño tan grande que me emocionó hasta el punto de llorar yo también.

— Tranquila hija, ya verás cómo todo se arregla, te lo prometo —oí decirle a mi abuelo pero ella no paraba de llorar, mi congoja aumentó—. Escúchame Paula, tienes que ser fuerte, por ti y por tu hijo. —escuché de nuevo a mi abuelo.

Quise taparme los oídos y cerrar los ojos para aislarme de todo. Pensé en lo que tenía que contarme mi abuelo ese domingo, pero enseguida cambié de idea porque si me concentraba en ello al final hallaría una respuesta lógica y tenía miedo de esa respuesta.

— Con cuidado cariño, así, despacito. —oí decir a mi abuelo.

Abrí los ojos enseguida, esas palabras no son las que se dan para consolar a una persona. Mi mente se puso a imaginar pero yo me giré antes y lo que vi me hizo tanta gracia que estuve a punto de romper a reír. Mamá le estaba mamando la polla a su padre y al parecer le ponía demasiada pasión, pero él sabía cómo dirigirla magistralmente, como siempre ¡Qué cabrón mi abuelo! No se perdía ninguna ocasión.

Él me miró y me guiñó un ojo sonriendo, yo también sonreí. Entonces él le dijo a mi madre que parara pero ella no quiso, tuvo que aplicarse con firmeza pero al final lo logró. Mi abuelo pasó por delante de mí con la polla tiesa, mamá le miraba deseando que volviera. Mi abuelo cogió la silla poniéndola contra el pomo de la puerta y regresó al lado de mi madre.

La cogió por las manos levantándola del sillón y la acercó poco a poco a la cama, ella se dejaba hacer sin dejar de mirarle a la cara, la ayudó a tumbarse a los pies de la cama. Enseguida vi claro lo que pretendía « ¡Gracias abuelo! —Dije para mí».

Él se arrimó por el costado de la cama y acercó su polla a la boca de mi madre la cual engulló el gordo capullo con un poco de dificultad. El abuelo le movía la cabeza marcando el ritmo de la mamada aunque parecía mecerla más que obligarla.

No quería perderme ningún detalle y con un poco de dificultad logré sentarme para verlo mejor, el abuelo me cogió una mano y la puso sobre uno de los muslos de mi madre, así, mientras observaba se lo acariciaba aunque mi verdadero objetivo era alcanzar su entrepierna. Logré presionar el bulto de su coño por encima de las bragas, supuse que mi madre tragaría con lo que fuera y me animé con esa idea, pero no pasé de ahí, ella me cogió la mano y me la puso sobre su muslo otra vez.

« ¡Joder con mi madre! —yo sufriendo por ella y resulta que lo controlaba todo».

Mi abuelo me guiñó un ojo de complicidad y esperé a ver que hacía. Mamá seguía entretenida mamándole la polla y él puso su mano sobre el coño, ella se espatarró, entonces él metió dos dedos por la ingle y corrió a un lado sus braguitas dejando ante mis ojos la vulva brillante de mi madre.

Los dedos de mi abuelo empezaron a recorrerla pero enseguida me hizo una leve seña, adelanté la mano, él retiró la suya y entonces yo me puse a recorrer todos los rincones del coño de mi madre. Ella continuaba lamiendo los huevos al abuelo o chupándole la polla, ajena a mis caricias creyendo que se las hacia su padre.

Mis dedos se impregnaron de flujo al meter uno dentro de la vagina, miré a mi abuelo, retiré la mano para chuparme los dedos y él me sustituyó. Saboreé el flujo de mi madre extasiado, hubiera dado mi vida por arrimar la boca y poder beber directamente de su vagina, pero sabía que eso era imposible.

De repente ella empezó a jadear, el abuelo le frotaba el clítoris con insistencia y en menos de un minuto logró que alcanzara el orgasmo. Cuanto me atraía ver las contracciones del coño de mi madre al correrse. El abuelo me miró y entendí que no debía tocarla hasta que se recuperara. Mientras tanto él siguió guiando la boca de mi madre allá donde quería recibir placer.

Mientras observaba pensé que pronto volvería a tocar el coño de mi madre pero mi abuelo tenía ya sus planes. Se subió a la cama de rodillas entre las piernas de mamá, ella le agarró la polla y la condujo hasta su vagina. Él empujó metiéndole el capullo y retrocedió sin sacarla, volvió a empujar metiendo un poco más y retrocedió, a la tercera vez logró metérsela hasta los huevos y se quedó quieto, gozando de mi madre lo mismo que ella de él.

El abuelo retrocedió despacio y vi asombrado como la piel de la vagina pegada a su polla se estiraba hacia afuera tres o cuatro centímetros. Había visto una cosa así en los videos porno de internet pero no podía compararse a verlo en directo. No me extraña que mi pobre madre gimiera como si quejase.

El abuelo volvió a meterle toda la tranca hasta los huevos y luego empezó a bombear despacio el coño de mi madre. Ella le abrazaba con fuerza, otras veces utilizaba las manos para apretar el culo de él contra ella, como queriendo que se metiera más adentro, el también empujaba con fuerza.

Observar todo eso me excitaba hasta la locura. Entonces de repente sentí un cosquilleo en la polla y al mirármela vi que se estaba despertando. Me puse tan contento que me destapé a ver si ellos me veían empalmarme pero sólo estaban pendientes de ellos mismos. Me puse a pajearme mientras les miraba dándome cuenta de que ya “sentía” tanto la polla como los huevos.

De repente el abuelo empezó a bufar y mi madre a correrse y en medio de su orgasmo recibió la corrida de su padre que por las contracciones de su perineo imaginé que era abundante.

Permanecieron abrazados mientras se recuperaban, de repente mi madre me miró por encima del hombro del abuelo y sus ojos se agrandaron por la sorpresa.

— ¡Papá, Pablo se ha empalmado! —exclamó sorprendida.

— ¡No me extraña! Hasta yo me empalmaría con lo que él ha visto.

— ¡Qué se ha empalmado! —insistió ella.

— ¡No me jodas! —exclamó el abuelo entendiendo lo que quería decirle mi madre y se salió de ella. Mi madre se incorporó poniéndose la mano en la entrepierna, del capullo del abuelo colgaban unas gotas de semen que cayeron manchando la sábana.

— Has manchado la sábana. —protestó mi madre.

— Lo siento. —se excusó él entonces ella se agachó y le lamió el capullo asegurándose de que no manchara más.

El abuelo me dio un beso en la mejilla alegrándose de mi mejoría, mi madre se bajó de la cama y se acercó a mí. Me abrazó con un solo brazo muy contenta y me dio un beso en los labios.

— Mamá ¿por qué tienes la mano entre las piernas? ¿te escuece? —pregunté haciéndome el inocente.

— Es para que la corrida de tu abuelo no manche la cama. —me dijo.

— ¿Se ha corrido mucho?

— ¿No pretenderás que te la enseñe?

— Ya lo hiciste antes ¿te acuerdas?

— Tú estás loco. —me respondió ella acordándose.

— Mira que eres hija, enséñasela a tu hijo que se lo merece. —dijo el abuelo apoyándome.

— Estáis locos los dos. —contestó ella.

— ¡Joder Paulita! ¿Tanto te cuesta? ¿A caso no se merece tu hijo que le des un capricho? —insistió el abuelo.

— Déjalo abuelo, no insistas más no sea que encima se cabreé con nosotros. —le dije.

— No pensaba cabrearme con nadie hijo, es que no me parece muy normal que una madre enseñe a su hijo eso.

— Si vas a empezar con la moralidad es mejor que lo dejes mamá, no quieres enseñármelo y ya está, deberías ir a lavarte. —dije a ver si se picaba.

— No quieres entenderme, eso es lo que pasa. —protestó camino del baño. El abuelo se había vestido y se sentó sobre la cama, a mi lado.

— Lo siento Pablo, lo he intentado.

— No pasa nada abuelo, gracias a ti he podido tocarle el coño y como dijiste, es único y ¡Cómo sabe! —exclamé poniendo los ojos en blanco.

— ¿Y cuándo me has tocado tú? —preguntó mi madre saliendo del baño mientras se secaba entre los muslos con toallas de papel.

— La culpa ha sido mía Paulita, mientras me la chupabas yo te tocaba el chochete y al ver cómo me miraba el pobre, le he dejado que te toque. —dijo el abuelo.

— ¿Y con qué mano me he corrido, con la tuya o con la de él? —le preguntó ella.

— Ha sido con mi mano, no te preocupes. —respondió el abuelo.

— No me preocupa, si hubiera sido con la de mi hijo no me importaría, sólo quiero saberlo para agradecérselo.

— Pues deberías agradecérselo porque el pobre no se ha corrido todavía y tanto tiempo con las pelotas llenas no es bueno, llega a ser doloroso. —le explicó el abuelo.  

— ¿Eso es verdad? —me preguntó ella sin creérselo del todo.

— Sí mamá, a mí me ha pasado varias veces. —mentí yo.

— ¡Pobrecito mío! —dijo ella sentándose en el otro lado de la cama y me agarró la polla que estaba flácida, pero gracias al calor de su mano empezó a despertarse rápidamente.

— ¡Joder hijo cómo se te estira! ¡Qué gusto da agarrarla! —dijo ella.

— Así no Paulita, agradéceselo como es debido. —dijo mi abuelo.

— ¿Cómo?

— Yo creo que la mejor manera sería follártelo ¿o no Pablo?

— ¡Joder abuelo! Eso sería la leche. —respondí agradecido por su ayuda.

— Si pretendes que me deje follar por mi hijo ya te puedes ir olvidando, los dos. —sentenció mi madre.

— Qué mala madre eres. —contestó el abuelo guiñándome un ojo pero yo sabía que lo que pretendía era imposible, mi madre jamás consentiría que me la follase.

— Ya quisieran muchos hijos tener una madre como yo.

— De eso no te quepa duda. —le dije.

— Pues confórmate con una paja y una mamada, eso o nada, tú decides. —no me lo tuve que pensar, elegí la primera opción.

Ella se puso de lado y se agachó empezando a chupármela bajo la atenta mirada de mi abuelo, fue él quien me aconsejó que guiara su boca con mis manos hacia las zonas que yo deseara. Y así lo hice, guié a mi madre de mi polla a mis huevos una y otra vez, excitándome que se dejara someter. Una vez intenté meterle mano entre las piernas pero ella me detuvo en seco y guió mi mano hacia sus tetas, pero me cansé de sobárselas, lo que yo quería era tocar “pelo” pero ella no estaba por la labor; no me quedó más remedio que cruzar los brazos debajo de mi cabeza y dejarme chupar por mi madre que le ponía empeño; poco después me vacié en su boca dando bufidos entrecortados.

Nada más terminar “la faena” mi madre me cogió por la nuca y pegó su boca a la mía y nos besamos jugando con mi corrida. Ella me pasaba el semen con la lengua y luego se lo pasaba yo, así estuvimos unos minutos hasta acabar morreándonos.

Cuando nos separamos, me quedé mirándola extasiado, no es que fuera un bellezón pero sí muy guapa y además estaba muy buena y lo más importante es que era mi madre, con eso estaba dicho todo.

— ¿En qué piensas?

— En que te quiero más que nunca, es un sentimiento muy grande que me sale de dentro y tan fuerte que me duele a veces.

Mi madre me selló la boca con sus labios y nos besamos otra vez dándonos toda la ternura que fuimos capaces. Lamentablemente el beso no duró mucho porque enseguida mi abuelo tiró de ella apartándola de mí para morrearla él.

El resto del día pasó sin “incidentes” salvo un momentáneo morreo que se dieron mi madre y mi abuelo después de que ella se sintiera deprimida.

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