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La ventana indiscreta. 05

en Grandes Relatos

Capítulo 5

 

A la mañana siguiente vino él médico a verme, no le acompañaba Ana, la enfermera “gitana”. Mi madre le explicó lo de mi insensibilidad en los genitales, yo lo corroboré diciéndole que ni siquiera notaba cuando orinaba, puso cara de preocupación mientras pensaba. Ni me examinó ni yo deseaba que lo hiciese pero dijo que si sentía dolor o molestias en el ano es porque las raíces nerviosas estaban bien hasta ahí, no entendía por qué estaba insensibilizado en la zona genital, dudó antes de decir que con toda seguridad era algo pasajero.

Entonces mamá como madre preocupada le soltó al médico: — ¿Si mi hijo tuviera una estimulación permanente conseguiríamos algo? — mi abuelo abrió los ojos sorprendido, yo me quedé sin habla pero lo mejor de todo fue ver la cara de gilipollas que puso al médico al comprender las palabras de mi madre y una vez repuesto de la pregunta solo se le ocurrió decir una tontería: —Por probar nada se pierde—. Cuando el médico salió por la puerta los tres nos partimos de risa a su costa.

Poco después entraron dos enfermeros para llevarme a que me quitaran la gasa que tenía dentro del recto. Después de aplicarme una pomada desinfectante y a la vez cicatrizante, el médico me advirtió de que si sangraba cuando hiciera mis necesidades que no me asustara, era normal, sólo en caso de tener una hemorragia debía comunicarlo inmediatamente a las enfermeras.

Volví de nuevo a mi habitación donde seguían mi abuelo y mi madre esperándome. A ella le pregunté si mi padre vendría a verme, en vez de contestar se puso seria, miró a mi abuelo y luego me dijo que seguía reunido con los abogados, «O sea, que no iba a venir». Me dije. Sabía que ella me mentía pero no dije nada.

Ese día no desayuné pues apareció en la habitación Ana, la enfermera gitana para llevarme a mi primera sesión de rehabilitación. Mi madre me dijo que ella me esperaría, el abuelo se despidió de mí hasta la tarde y Ana acercó una silla de ruedas al costado de mi cama, yo me abracé a ella lo que me permitió saber cómo olía, pero no me dio casi tiempo a pronunciarme sobre su olor ya que tiró de mí hasta sentarme sobre la silla (nunca imaginé que su menudo cuerpo tuviera tanta fuerza).

Recorrimos un sinfín de pasillos hasta llegar a un ascensor. Bajamos hasta el sótano. El pasillo tenía una iluminación un poco pobre. Ana se detuvo ante una puerta, sacó un manojo de llaves y abrió, volvió a cerrarla una vez dentro.

La sala parecía más bien una nave grande completamente a oscuras, pero fue por poco tiempo pues Ana encendió enseguida la sala. Empujó la silla hasta un tanque que contenía agua (vi su reflejo en el techo) una serie de poleas o ganchos colgaban del techo.

— Bueno, aquí estamos por fin —habló ella— ahora debes servirte de los ganchos para sentarte sobre esa cinta ancha que parece un columpio y yo tiraré de ésta polea para meterte en la piscina ¿Crees que podrás hacerlo?

— No sé, si me dieras los manuales sería más fácil. —contesté haciendo un chiste.

Ana rompió a reír con mi ocurrencia. Me encantó su risa cristalina. Me quitó el camisón dejándome desnudo, protesté pero me dijo que salvo ella nadie más me vería. Cuando me introdujo en el agua no me sorprendí de que estuviera tibia tirando a caliente.

Quedé sentado en una especie de banco con la espalda apoyada sobre la pared del tanque completamente en pelotas, el agua me cubría por debajo del pecho. Vi que Ana empezaba a quitarse el uniforme de enfermera, debajo llevaba un bikini negro que encima contrastaba con su oscura piel, la lástima era que las bragas del bikini le tapaban las nalgas impidiéndome disfrutar de la visión de su culo. Afortunadamente se introdujo en el tanque mirándome de frente por lo que pude repasar con la mirada todo su esbelto cuerpo.

A ella le llegaba el agua un poco por encima de la cintura. Me agarró una pierna y comenzó los ejercicios: estirando y contrayendo mi pierna diez veces y se detuvo.

— ¿Qué te parece? —me preguntó.

— Que sigues siendo un ángel, ya te lo dije.

— No, tonto, me refiero a los ejercicios.

— Pues bien supongo.

— ¡Vale! Pues ahora la otra pierna.

— ¡Oye espera un momento!

— ¿Qué pasa?

— No es justo que yo esté desnudo y tú en bikini, deberíamos estar los dos iguales ¿no?

— Me parece bien ¿de color te traigo el bikini?. —dijo riendo.

— No tiene gracia. —dije haciéndole burla.

Ella me sacó la lengua unos segundos con un gesto tan gracioso que los dos nos reímos a carcajadas. Pero enseguida se puso seria y volvió a repetir los mismos ejercicios, al detenerse más tarde tenía los pezones tan erectos que se le marcaban perfectamente por debajo del bikini.

— Deja ya de mirarme los pechos. —dijo con los ojos cerrados escurriéndose la coleta de su pelo.

— No seas presuntuosa, no te miraba los pechos sólo estaba pensando.

— ¡Ah! ¿Y en qué pensabas?

— En que me gustaría morderte los pezones y que tienes un cuerpo maravilloso.

— ¡Eres un fresco! Pero al menos eres sincero. —dijo sin enfadarse por mi atrevimiento.

— Es mi segundo apellido.

— ¿Y el primero? —preguntó sonriendo.

— Tremendo, Me llamo Pablo Tremendo Sincero. —contesté sonriendo.

Ana volvió a reír a carcajadas y al hacerlo echó la cabeza hacia atrás mostrando su delicada garganta, los pechos se le levantaron y los pezones me apuntaron directamente. Le hacía gracia que le vacilara, yo mismo estaba sorprendido al ver como se me había desatado la lengua.

Con ella a mi lado me transformaba, era más locuaz y ocurrente y eso en mí era impensable pues soy una persona introvertida, pero es que sentía una tremenda atracción hacia Ana y no pararía hasta comprobar si a ella le sucedía lo mismo conmigo «Debo tener paciencia». Me dije.

En total eran tres tandas de diez series con cada pierna. Ana inició la segunda tanda, primero una pierna, luego la otra y descanso. En este descanso ella nadó hasta la pared opuesta y regresó, se volvió dándome la espalda y con un gesto inconsciente se ahuecó la braguita del bikini por lo que le pude ver la redondez de su nalga, pero enseguida se dio la vuelta y no para avergonzarse, sino para asegurarse de que yo lo había visto todo, al menos me dio esa impresión. Los dos sonreímos tontamente « ¡Bien, está jugando a seducirme! ». Pensé.

Empezó la tercera tanda, primero una pierna y en vez de pasar a la otra hizo una pausa deliberada, volvió a darme la espalda y descuidadamente se ahuecó la braguita del bikini de nuevo mostrándome la otra nalga, al darse la vuelta sonrió satisfecha al verme embobado, «era eso lo que buscaba». Pensé.

Comenzó el ejercicio con la otra pierna, mientras la veía trabajar pensé que esta vez no entraría en su juego, me haría el tonto ya que había calculado que si ella se sintiera atraída por mí debería mosquearse por mi indiferencia.

Al terminar los ejercicios con mi pierna me dijo que ya habíamos terminado por hoy y se dedicó a dar unas brazadas por el tanque, al regresar agachó un poco la cabeza obligándome a mirar hacia ahí y se ahuecó la braguita del bikini por delante mostrando sus ingles. Sólo tuve una visión fugaz pues rápidamente miré hacia el techo para que cuando me mirara se diera cuenta que no demostraba interés por ella y efectivamente así sucedió.

— Ya hemos terminado ¡Vámonos! —dijo seria de pronto, pero ese “vámonos” dicho de esa manera fue el que me dio esperanzas a mí.

Ella se secó, se vistió y me pasó la toalla, esperó a que me secara yo solo aun sabiendo que no podría, tampoco me ayudó a ponerme el “camisón”. Volvimos a subir en el ascensor y a recorrer el sinfín de pasillos como si tuviera prisa, hasta que por fin entramos en la habitación. Mi madre me estaba esperando como había prometido. Ana no comentó nada, me cogió por el culo y yo me abracé a ella y arrimé mi cara a su pelo húmedo para saber a qué olía.

— ¡Si no colaboras me lo pones muy difícil! —dijo.

— Estaba colaborando Ana. —contesté con tono inocente.

— ¡Pues deja de olerme como si fueras un perro! —me ladró ella.

Me alegré de que estuviera mosqueada conmigo, eso significaba que se sentía atraída hacia mí. Ella me puso sobre la cama, ni siquiera me arropó con la sábana. Agarró la silla de ruedas y enfilo para la puerta cuando la estaba abriendo le lancé una simple pregunta.

— ¿Nos vemos mañana?

— No lo sé, tal vez. —contestó y salió de la habitación

Mi madre había asistido a la escena como mero espectador, sin intervenir, pero una vez que se hubo marchado Ana, me miró fijamente.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó y le conté todo con pelos y señales.

— ¿Y por qué has hecho eso?

— Estoy seguro de que ella jugaba a seducirme y quería saber si se sentía atraída por mí.

— Ya, pero no creo que mostrarte indiferente te ayude mucho, la seducción es a veces un juego peligroso, además, existe un problema con el que tú no contabas.

— ¿Cuál?

— Que ella debe tener 23 o 25 años por lo menos y tú sólo 16

— Mamá dentro de un mes cumplo 17.

— Aun así hijo sigues siendo menor de edad y esa diferencia es un hándicap insalvable.

— ¿Y si fuera al revés?

— Entonces tal vez tendrías una oportunidad.

— No lo entiendo.

— A ver cómo te lo explico. La mujer se arrima a un hombre mayor buscando seguridad, ya sabes que nosotras somos más maduras que vosotros, eso también cuenta para la diferencia de edad, de hecho, me atrevería a decir que esa es la razón más determinante.

— Lo que pasa es que no me crees lo bastante maduro para ella, por eso dudas.

— No hijo, no dudo, lo sé con certeza aún te falta experiencia.

— Ya veremos, pero te aseguro que cuando me den el alta para irme a casa, la tendré comiendo de mi mano.

— ¡Inténtalo! Pero te aviso de que si sientes algo por ella acabará rompiéndote el corazón.

Mamá se agachó y me dio un beso en los labios con tanta ternura que se me puso la piel de gallina, no se hacía una idea de lo que yo gozaba cuando nos besábamos, su aliento alimentaba mi espíritu aumentando aún más mi amor de hijo hacia ella ¡Era sencillamente maravilloso! La lástima es que no pudiera concentrar toda mi emoción en mi sexo.

Diez minutos después apareció la misma señora vieja y gorda portando la bandeja de la comida. Mi madre se había comprado comida en la cafetería del hospital, dos sándwich y agua para beber —Así no pierdo la figura— me dijo sonriendo.

— Mamá tienes un cuerpo de vértigo. —le dije sin poder contenerme.

— Gracias hijo. —contestó ella poniéndose colorada.

Mientras comíamos apareció Ana de nuevo y se acercó a mí. En el acto se me aceleró el corazón y me puse nervioso.

— Tienes que aplicarte esta pomada en el culo cada 12 horas, si no puedes, avisa a una enfermera. —dijo tendiéndome el tubo con gesto serio.

Aprovechando su gesto le atrapé la mano y tiré de ella hacia mí, su cabeza chocó contra mi hombro.

— Necesito tu ayuda para que me des la pomada. —le dije en voz baja al oído.

— ¡Ni en tus mejores sueños! —me dijo aunque tuve la impresión de que sus ojos no opinaban igual.

Se soltó de mí con un tirón seco de su brazo, parecía muy cabreada conmigo pero antes de salir me miró unos segundos y cerró la puerta al salir.

— ¿Qué? —le dije a mi madre al ver cómo me miraba.

— ¡Nada! yo no he dicho nada. —contestó ella sonriendo también.

*

Por la tarde, después de merendar, mi madre puso la silla contra el pomo de la puerta.

— ¿Qué vas a hacer? —pregunté sorprendido.

— Darte la pomada. —contestó sonriendo con picardía.

Se subió a la cama de rodillas, con sumo cuidado me separó las piernas, ella se sentó en medio arremangándose el vestido y empezó a aplicarme la pomada (que estaba muy fría) introduciendo el dedo índice en mi recto con mucho cuidado. Perdoné el frio de la pomada porque mientras me la aplicaba podía verle las preciosas piernas, las braguitas y el ansiado bulto de su sexo. Cuando terminó se limpió con una gasa que yo le pasé mientras me observaba. Al terminar de limpiarse se puso a gatas sobre la cama mirándome con una sonrisa prometedora.

— ¿Por qué me miras así? —le pregunté.

— ¿Y cómo te miro?

— Lo mismo que un lobo mira a un cordero antes de comérselo. —dije riéndome.

— Eso es justo lo que voy a hacer, me voy a comer tus pelotas, es mi terapia particular.

— De verdad mamá no lo hagas, no vas a conseguir nada.

No me hizo caso. Se agachó, me colocó la polla mirando hacia mí y se metió uno de mis testículos en la boca, lo succionó, lo escupió y pasó la lengua por todo el perímetro, le dio dos besos y pasó al otro dándole el mismo tratamiento. Me excitaba mirar lo que me hacía pero me desesperaba al ver que mi polla seguía muerta.

Cuando terminó de darme su particular “terapia” se me echó encima con cuidado, apoyando su frente contra la mía.

— Me encanta como sabes corderito mío. —dijo poniendo voz grave.

— A mí también me gustaría ser un lobo para comerte.

— No puedes porque soy una cordera muy grande para ti.

No me dio tiempo a responder porque empezó a darme besitos en los labios. Acabamos morreándonos y ella guió mis manos a sus tetas. ¡Joder con mi madre!

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