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La ventana indiscreta 4

en Amor filial

Los sábados como no había rehabilitación se me estaba haciendo eterno, al mirar el reloj de la pared y ver que sólo eran las once de la mañana se acrecentó aún más mi aburrimiento. Mamá y el abuelo estaban a lo suyo, él leyendo unos informes y ella las revistas del corazón. Se abrió la puerta de la habitación y Ana asomó la cabeza. Pidió permiso antes de entrar y le dije que adelante. Me preguntó qué tal estaba con una gran sonrisa. Casi ni la puedo contestar de tan deprisa que me latía el corazón.

—   Papá me apetece tomar un café, con tanta lectura me ha entrado sueño. —dijo mi madre.

—   Te acompaño hija, yo también necesito despejarme. —contestó el abuelo.

—   Adiós cara bonita. —le dijo mi abuelo a Ana arrancándola una sonrisa.

Ahora que nos habíamos quedado solos, parecía algo nerviosa. Entre los dos se hizo un silencio cada vez más incómodo pero lo respeté, ella había venido verme y debía ser ella la que diera el primer paso, pero estaba indecisa, como si la marcha del abuelo y mi madre le hubieran cortado el rollo.

—   He venido a verte antes de que te vayas —empieza a decir—. No sé si volveremos a vernos, están cambiando todas las citas y preparan cuadrantes nuevos. No sé, esto de los recortes nos está volviendo un poco locos, hay quien dice que va a ver despidos.

—   Están despidiendo a mucha gente, lo he visto en la tele.

—   Pues como me toque a mí… a mi madre le han despedido hace dos meses, mi hermano que tiene veintiocho años ya ha agotado el paro, imagínate qué desastre.

—   Ya, tú eres la única fuente de ingresos. Esta jodida crisis va a acabar con casi todas las empresas.

—   Pues espero que se acabe cuanto antes.

—   Pues siento decirte que esto va para largo, al menos 6 o 7 años más, cuando pase habrá arrasado casi todo lo que conocemos ahora, será peor que un huracán. Deberíamos hacer fotografías para poder comparar el “antes y el después”.

—   Te pareces a esos tíos que salen en la tele hablando de la crisis.

—   Si es un cumplido gracias. —gracias a esa charla ella se sintió un poco más segura.

—   Pero no te quería hablar de eso, yo he venido a… a decir… ¡Me da mucha pena que te vayas Pablo!

¡Por fin lo había dicho! Ana sentía algo por mí, dios lo que le había costado soltarlo.

—   Lo mío es mucho más que pena, créeme Ana, cuando estoy contigo, siento muchas cosas… dame el número de tu móvil y yo te daré el mío, así estaremos en contacto.

—   Es que hay un problema Pablo —dice y agacha la cabeza

—   ¿Qué problema Ana? —pregunté inocentemente.

—   Yo… tengo novio. —dice casi en un susurro.

La noticia de que Ana tenia novio fue un mazazo para mí, casi se me paró el corazón al escucharla. Tardé unos segundos en recuperarme o quizá fueran minutos ¡Yo que sé! Intenté hacerme el fuerte pero no pude. Estaba agarrotado. Sentía desilusión, desesperación, tristeza ¡Joder! Sentía todas las penas juntas, y a la vez algo en mi interior me empujaba a besarla. Cerré los ojos un momento y lo vi claro: tenía que arriesgarme y eso hice a sabiendas de que podía llevarme tortazo.

Le cogí por los hombros con las dos manos atrayéndola hacia mí y le besé en la boca. Ella se resistió cerrándola. Yo no quería forzar la situación pero tampoco rendirme, así que le di besitos en los labios muy despacito, casi sin despegar mi boca de la suya. Ella me miraba a los ojos con intensidad, ya no trataba de separase de mí, dudaba… y de repente abrió la boca dándome permiso para entrar.

Inmediatamente mi lengua invadió su boca. Deseaba con toda mi alma darle un morreo, ya tenía suficiente experiencia gracias a mi madre, pero me contuve. Al tocarse nuestras lenguas sentí un calambrazo recorriendo toda mi columna. La euforia era tan grande que me dio por pensar que era capaz de elevarme de la cama.

Me encantaba lo bien que me besaba. Se notaba que tenía más experiencia que yo. Era como si su lengua abrazara la mía y la chupara. La apreté más contra mi cuerpo imponiendo más pasión al beso y ella me correspondió de la misma forma, entonces me dejé caer lentamente sobre la cama y ella se dejó arrastrar, colocando sin querer su mano sobre mi polla.

(Es importante aclarar que en ese momento de excitación sentía muchas cosas de las que no era consciente).

El calor de su mano era tan agradable que noté cosquillas en mis huevos. Pero sólo estábamos pendientes de devorarnos la boca. Su mano agarró firmemente mi polla que palpitaba como un caballo desbocado y como si de un milagro se tratara fui consciente de que ¡Me estaba empalmando! Creí que Ana no se había dado cuenta porque seguía agarrada a mi polla sin soltarla, pero despegó su boca para anunciarme la buena nueva.

—   ¡Dios mío Pablo te has empalmado! Parece un milagro. —dice emocionada.

—   Tú eres el milagro Ana, ya te dije el primer día que eras un ángel.

Ella se sonrojó como una chiquilla y aproveché para pedirle que me masturbara.

—   No puedo hacer eso tengo novio.

—   Escúchame Ana.

—   No Pablo ya hemos llegado demasiado lejos. —insistía ella y yo viendo que mis posibilidades se alejaban del todo decidí ser más persuasivo.

—   ¡Mírame Ana! —dije con vehemencia—. Olvídate de todo por un momento, solo te pido eso, ahora mismo solo importamos tú y yo, estamos solos y nadie lo sabrá jamás.

—   Lo sabré yo, no puedo hacerlo Pablo, no me lo pidas por favor. —dijo apretándome la polla.

—   ¡Por Dios Ana! Estoy así gracias a ti, tuyo es el mérito y por eso te mereces toda la gloria.

Ana me miró. Se mordió el labio inferior pensando un momento y segundos después apartó la sabana, me la agarró y volvió a mirarme.

—   ¿Qué? —pregunté.

—   Nada, es que las he visto más grandes pero no tan gordas ni tan duras. —dijo.

Su comentario fue muy hiriente, mi hombría cayó en picado << ¿Y si su novio la tenía más grande que yo? Me dije >>, pero al verla masturbándome, observando atenta como el prepucio me descapullaba el glande y me lo tapaba me vine arriba otra vez. Ana me lo hacía despacio, acariciando o sobando de vez en cuando mis huevos que estaban a reventar. En mi vida había experimentado tanto placer como en ese momento y todavía quería experimentar más. Detuve su mano para decirle que me la apretara con fuerza sólo con dos dedos (el índice y el pulgar) y empujara hacia abajo un poco. Ana se sorprendió por mi petición pero lo hizo. Inmediatamente unas fuertes oleadas de placer recorrieron mi miembro de arriba abajo, provocando que se agitara en el aire al tiempo que se estiraba aún más. Ana miraba hipnotizada las convulsiones de mi polla.

—   ¿Lo haces tú?

—   No, es un movimiento involuntario de tanto placer como siento.

—   Joder, no lo sabía, a mi novio no le pasa esto —dijo empujando otra vez << ¿Qué me importa a mí lo que le pase a tu novio? Sigue, pensé >> — qué dura se te pone, me encanta. —Ana parecía una niña disfrutando con su muñeca nueva y siguió empujando, y otra, y otra…

Viéndola tan pendiente de mi polla me dije que era el momento propicio.

Empujé su cabeza con mis manos y la fui agachando despacio, ella no se opuso en ningún momento, es más, abrió todo lo que pudo la boca e intentó meterse mi polla dentro, pero no podía, la piel arrugada de mi prepucio hacia tope en sus labios. Me miró un momento, me meneó la polla dos veces y volvió a intentarlo bajándome el prepucio todo lo que daba de sí la piel, bajó la cabeza de nuevo y logró engullir mi gordo capullo y un poco más.

Ana jadeaba por el esfuerzo, sentir su aliento en mi glande era una deliciosa tortura. Su cálida lengua envolvió mi capullo varias veces y luego se puso a explorarlo sin prisas haciendo que me retorciera de placer, eso le hacía reír, entonces se sacó mi polla de la boca y mirándome con malicia sacó la lengua arrastrándola desde la mitad del tronco hasta la punta del capullo y succionar un poco por el agujero de mi uretra. Volvía a hacer lo mismo pero se detenía en mi frenillo y lo palpaba con la punta de la lengua. La tercera vez no repitió, se agachó un poco más para deslizar la lengua alrededor de mis huevos, mirándome con un solo ojo para ver mi reacción ¿Y cómo quería que reaccionara si ella entornaba el ojo hasta cerrarlo de tanto como disfrutaba? Lo malo es que llevaba tanto tiempo sin correrme que empecé a sentí los latigazos en el conducto de mi uretra y a pesar de todo le avisé.

—   Ana coge unas gasas. —dije con urgencia, ella negó con la cabeza.

Sonriendo con picardía apretó los labios en torno a mi capullo y me masturbó mirándome a la cara. Solté el aliento de golpe y empecé a eyacular. Los ojos de mi ángel mirándome con deseo se me grabaron en las retinas mientras le bombeaba mi corrida. Ella cerró un momento los ojos tragándose mi lefa. No hizo ni un solo gesto de asco por lo que supuse que debía estar acostumbrada. Me masturbó para sacarme más, deteniéndose cuando mi polla expulsaba leche; cuando se convenció de que me había vaciado se la sacó de la boca y me lamió el capullo.

Tiré de su mano atrayéndola contra mi pecho, quería que escuchara como mi corazón latía alocadamente. Ella trepó hacia mi cara y me dio un cálido beso en los labios, luego apoyó su cara en mi pecho y la abracé con fuerza contra mí. Tras unos minutos en silencio vino el arrepentimiento.

—   Pablo ¿tú crees que le he sido infiel a mi novio por lo que he hecho?

Su pregunta me descolocó un poco, era muy delicada de contestar ¿Qué le decía? Podía intentar engañarla y decirle que no para aprovecharme de ella, pero no deseaba hacerle eso, a mi enfermera gitana no, con ella quería ser tan sincero como lo era con mi abuelo, aunque me costara perderla para siempre.

—   Yo creo Ana que la infidelidad no está en el acto que cometemos sino en lo que sentimos.

—   ¿Estás seguro?

—   Sí. —contesté con rotundidad.

—   Entonces le he sido infiel ¡Joder!

Ana reaccionó levantándose. Estaba confusa, de repente le entraron las prisas y me dijo que se tenía que ir.

—   ¿Me llamarás si no nos vemos?

—   No lo sé Pablo, estoy hecha un lio ahora mismo.

—   Te entiendo Ana. —le dije para mi desgracia.

Ella salió por la puerta pero antes de cerrarla se volvió para mirarme unos segundos y después la cerró. Al poco caí en la cuenta de que yo le había dado mi número de móvil pero ella a mí el suyo no.

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Al rato volvieron mi madre y mi abuelo, traían una bolsa de plástico con bastantes cosas. Mi abuelo dejó la bolsa sobre la mesita, a los pies de la cama y me miró.

—   ¿Y bien don Juan cómo te ha ido?

—   Ha sido maravilloso abuelo, qué bien besa. —dije callándome la milagrosa erección.

—   No me digas que os habéis besado –pregunta mi madre

—   Yo diría que han hecho más que eso.

—   ¿Con las manos hijo? —pregunta mamá.

—   Ni con las manos ni con la boca. —dijo mi abuelo guiñándome un ojo con picardía, yo me sonrojé un poco.

—   Espera, espera dice mamá nerviosa ¡No puede ser! ¿O sí? Pablo.

—   No sé a qué os referís. — contesté haciéndome el despistado.

—   ¿Ah, no? Pues vamos a comprobarlo. —dijo mi abuelo apartando la sabana.

Mi abuelo me sujetó el brazo izquierdo contra la almohada y mamá el derecho.

—   ¡un momento! ¡Eso no vale! —protesté indefenso riéndome a carcajadas.

Ambos se agacharon mirándome la polla que al estar en reposo no levantó sospechas. Pero mi abuelo que es un cuco se agachó más pasando la lengua por la punta de mi capullo y le dijo a mamá que probara a ver. Ella se agachó me lamió la punta y alrededor del capullo.

—   Sabe a lefa. —le dijo al abuelo con seguridad.

—   Y a saliva de mujer. —contestó él.

—   Eso no lo sé, a tanto no llego. —contestó mamá y me miró sonriéndome.

Ya no podía callar más tiempo y les di la gran noticia con una gran sonrisa. Mamá fue la primera en felicitarme dándome un enorme beso en la boca, sin lengua, mi abuelo se agachó para abrazarme como él siempre lo hace: con fuerza y mucho cariño. Los dos permanecieron a gatas encima de mí, la estrechez de la cama propició que los tres estuviéramos tocándonos y en esa postura les relaté lo que me había sucedido con Ana sin ocultar nada.

—   Pobre muchacha, debe estar hecha un lio. —se lamentó mi madre.

—   Pablo no te hagas muchas ilusiones. —me previno mi abuelo.

—   No me digas eso abuelo, ha sido todo tan bonito que no creo que me rechace.

—   De todas formas hazle caso a tu abuelo, te dolerá menos si las cosas no salen como esperas. —me aconsejó mi madre.

Las palabras de mi madre me cortaron el rollo por completo, la ilusión y la euforia que sentía se cortaron de golpe << ¡Gracias mamá por tus “ánimos”! me dije >>.

—   Paulita te cedo el honor. —dijo mi abuelo.

—   ¡Estás loco papá! ¿Y si viene alguien?

El abuelo me soltó el brazo y bajó de la cama, la rodeó, cogió la silla y la puso contra la puerta por debajo del pomo.

—   ¡Asunto arreglado! Ya no tienes excusa. —le dijo a mamá y ella me miró.

—   No hagas nada mamá me has cortado el rollo. —le dije, mi abuelo la miró recriminándola

—   Lo siento Pablo, sólo pretendía advertirte. —me dijo ella.

—   No te preocupes mamá, estoy bien, además, tampoco me apetecía hacer nada, estoy cansado.

La perdoné por supuesto pero no dejaba de sentir amargura. No hablamos más del asunto pero yo no podía dejar de pensar en Ana. Mi abuelo se levantó y retiró la silla poniéndola de nuevo en su sitio, mientras lo hacía dijo que como al día siguiente me daban el alta habían decidido celebrarlo comprando varios platos de comida en una cafetería cercana al hospital; comimos encima de la cama como si fuera un “picnic”.

Después de comer mamá y el abuelo lo recogieron todo. Mi madre entró en el baño y cerró la puerta y mi abuelo se quedó mirando la puerta del baño tocándose el paquete.

—   ¿Te vas a follar a mamá? —pregunté a mi abuelo viendo que se frotaba la entrepierna.

—   Es lo que pretendía pero lo ha estropeado todo, voy a tener que darle un correctivo por mala.

En ese momento salió mamá del baño y nos miró al abuelo y a mí.

—   ¿Qué? —preguntó sorprendida.

—   Nada, sólo hablábamos. —contestó el abuelo. 

—   Pues me habéis mirado como si fuera culpable de algo.

El abuelo se acercó a ella, la rodeó y la abrazó por la cintura desde atrás.

—   No te preocupes Paulita —dijo levantándole despacio la parte delantera del vestido.

Los torneados muslos de mi madre quedaron a la vista, los miré pero no con el mismo interés de otras veces, sino para ver lo que decía ella.

—   ¡Papá por Dios! —protestó tirando del vestido hacia abajo.

—   Vamos pequeña, enséñale el chochito a tu hijo. —dijo él deslizando la mano por la ingle de mamá.

—   No, de eso nada —dijo ella sujetándole la mano para detenerle.

Los intentos de mi madre fueron en vano porque mi abuelo consiguió meter la mano por la pernera de las braguitas adueñándose de su coño al plantar la mano encima.

—   ¿Te has vuelto loco? ¡Déjame ahora mismo! —le ordenó mi madre cruzando una pierna sobre la otra a la vez que tiraba de su antebrazo intentando en vano que mi abuelo sacara la mano.

—   Tranquilízate hija sólo estoy jugando, si quieres que saque la mano tendrás que elegir una de las dos opciones. —le dijo el abuelo moviendo la mano.

—   No me gusta este juego papá.

—   Pues tendrás que jugar, no te queda más remedio.

—   ¡Vale papá! —dijo ella cansada— ¿Qué opciones son? —preguntó estándose quieta.

—   Una es que le enseñes el chochito a tu hijo —mi abuelo me guiñó un ojo—, si no te gusta esa, entonces tendrás que dejar que te masturbe para que vea cómo te corres, después te soltaré, te lo prometo. —dijo él moviendo los dedos debajo de la tela de sus braguitas.

—   No voy a enseñar nada a nadie y tampoco dejaré que me toques —dijo ella echando el culo hacia atrás y añadió— así que suéltame ya, por favor.

Al principio, el morboso juego de mi abuelo era excitante y hasta tenía gracia, pero al ver la mirada de angustia con la que mi madre me miraba intervine.   

—   ¡Déjala ya abuelo! La broma se está haciendo pesada. —le dije.

Mi abuelo me miró con incredulidad, no estaba acostumbrado a que alguien se le opusiera abiertamente y menos un crio de 15 años. Nos miramos con intensidad, de acuerdo que no podía bajarme de la cama pero volvería a gritarle más alto si no soltaba a mamá antes de que contase hasta tres. No hizo falta que contara ni uno, el abuelo sacó la mano y soltó a mi madre dando un paso hacia atrás.

—   ¡Vaya par de amargados! Sois tal para cual. —gruñó y caminó hacia la puerta pero antes cogió la chaqueta del pequeño armario que había junto a la puerta de entrada y salió de la habitación; mamá se sentó encima de la cama, a mi lado con una pierna encogida y la otra apoyada en el suelo.

—   Gracias hijo. —dijo y se agachó con la intención de darme un beso en los labios.

Cuando sus labios casi rozaban los míos giré la cabeza aposta para apartarme; ella se quedó quieta por el corte.

—   Con las gracias es suficiente mamá. —dije sin mirarla.

—   Como quieras.

Su voz era el reflejo perfecto de la desilusión, hasta a mí se me encogió el corazón por el desprecio que acababa de hacerle que ni yo mismo comprendía del todo, me salió de manera involuntaria. Quizá ella pensara que lo hacía para vengarme por cortarme el rollo pero lo había hecho sin ninguna intención. Al oír que crujía el sillón fue cuando giré la cabeza mirando al frente; Ella se había sentado pero no dejaba de mirarme.

—   Cariño ¿Estás enfadado conmigo?

—   No mamá, no te preocupes.

—   ¿Entonces por qué te has apartado cuando iba a besarte?

—   Porque he besado mucho a Ana y ahora estoy cansado.

—   ¿Seguro que es por eso? —insistía otra vez.

—   Sí mamá. —dije cansándome de sus preguntas.

—   Pues yo creo que no. Antes me has demostrado que con un grito eres capaz de detener a tu abuelo por eso luego me has rechazado, para echarme en cara que no te pidiera ayuda aquella tarde.

¡Dios! Al decir eso mi madre se me revolvieron las tripas y un gran cabreo se instaló en mi cerebro, a lo mejor tenía razón pero es que ni yo mismo lo sabía, preferí no contestarla y guardar silencio, no quería discutir.

—   ¿A que tengo razón Pablo? —insistió, yo permanecí callado pero ella continuó— Es por eso y no te atreves a decírmelo —el cabreo crecía cada vez más y ella no se callaba—. Sabía que tarde o temprano me lo echarías en cara —tenía la cabeza a punto de estallar, cerré los ojos tratando de controlarme—. Qué bien te queda el papel de hijo comprensivo diciendo que me perdonas, pero a la primera de cambio  me lo hechas en cara, y yo como un idiota te chupé la polla y mira cómo me lo pagas. —estallé, no podía más, si hubiera seguido callado me habría reventado la cabeza.

—   ¡Sólo tenías que haber gritado mi nombre! ¡Sólo eso! ¡Y no lo hiciste! ¡Porque no eres más que una zorra! —grité llorando de la rabia.

—   ¡Eso es lo que te jode verdad! ¡que te niegue lo que tu abuelo ha gozado! —gritaba ella con la cara desencajada— ¡Pues me encantó, para que te enteres! ¡Me gustó hacerlo y desde entonces lo hago cuando me da la gana! ¡Y tú te vas a quedar con las ganas! —gritó ella llorando también de rabia.

—   ¡Pues si tanto te gusta vete a joder con tu padre! ¡Vamos! ¡Fuera de aquí pedazo de zorra!

—   ¡Joder! Se os oye gritar desde el pasillo —dijo el abuelo entrando en ese momento— ¿qué pasa? —preguntó al ver que los dos llorábamos.

Mamá se levantó del sillón de un salto, abrió el armarito de golpe y cogió su bolso.

—   Espera un momento Paulita ¿Qué haces? —dijo el abuelo intentando sujetarla.

—   ¡No me toques! ¡Yo tengo la culpa de que mi hijo esté así! —gritó histérica.

—   Hija por Dios tú no has tenido la culpa y lo sabes. —dijo el abuelo tratando de tranquilizarla.

Pero no había manera. Mamá chillaba como una loca, empezó a decir que era una puta y una zorra, que ella era la culpable de todo y lo peor es que a la vez que gritaba se retorcía violentamente intentando escapar del abrazo del abuelo. Me alarmé al verla en ese estado, parecía que le había dado un ataque de nervios, mi intranquilidad aumentó cuando la vi morder con saña el antebrazo de su padre, pero el abuelo no la soltó. Ella intentaba darle patadas, se agitaba con tal violencia que el vestido se le había subido y enseñaba las bragas.

Me entró pánico, jamás en mi vida he presenciado un acto tan violento como el de mi madre. Intenté coger el mando para avisar a las enfermeras, pero no llegaba, me estiré hasta que me dolieron los hombros, nada. Mamá seguía chillando, pataleando, forcejeando, llamándose puta y zorra constantemente. Me sentí tan impotente como un completo paralitico. Y desesperado, me apoyé sobre el codo derecho lleno de rabia y me giré con brusquedad a mi derecha, donde estaba el mando, tomé tanto impulso que me caí estrepitosamente contra el suelo, por fortuna puse las manos antes de que mi cara se estrellase contra el suelo, pero la espalda me crujió. El dolor me hizo ver “chiribitas” pero al final logré pulsar el maldito botón para que vinieran las enfermeras. Casi enseguida aparecieron dos enfermeros y al ver la escena actuaron rápidamente.

Mamá se dejaba caer con todo el peso de su cuerpo, pero mi abuelo la seguía agarrando los brazos. Uno de los enfermeros se agachó para recoger a mi madre, no se le ocurrió otra cosa que meter la mano entre las piernas de ella para levantarla. El otro trataba de ayudar a mi abuelo pero en vez de pasarle las manos por debajo de las axilas lo que hizo fue apretarla un pecho, así que desde el suelo veía como uno sobaba las tetas a mi madre mientras que el otro movía los dedos sobre su coño. Mi abuelo no se enteraba de nada; bastante tenía con sujetar a su hija por los brazos.

Entraron dos enfermeras, una más vieja que mi madre pero muy guapa y otra más joven, un poco feúcha. La más joven pinchó con una jeringuilla a mi madre en el muslo, sin contemplaciones, parecía más una banderillera que una enfermera. En apenas unos segundos la pobre mamá se aflojó y el abuelo la bajó despacio hasta sentarla en el suelo, no pudo darse cuenta de que el enfermero seguía con la mano puesta en la entrepierna de ella porque el vestido le tapaba. Mi abuelo trataba de explicar lo que había ocurrido a la enfermera joven sin percatarse que la vieja le hacía una seña con la cabeza a su compañera. La enfermera joven cogió por el brazo a mi abuelo y amablemente le sacó de la habitación.

—   Venga, daos prisa. —dijo la enfermera.

—   No te preocupes, esa le entretendrá. —dijo uno de los enfermeros.

La enfermera se acuclilló a mi lado, por entre sus piernas abiertas pude ver que se le marcaba todo el coño a través del pantalón y lo tenía bien gordo. Sacó una jeringuilla del bolsillo superior de su uniforme y me pinchó en el brazo diciéndome que no me preocupara que era un tranquilizante para dormir. Todo empezó a darme vueltas, me estaba mareando y mi vista se volvía borrosa.

—   Éste ya está. —dijo la enfermera a sus compañeros.

Aunque tenía la vista borrosa todavía podía ver y también oír un poco. El enfermero que le había apretado el pecho a mi madre le subió el vestido y su compañero apartó las bragas a mi madre a un lado.

—   Joder qué chocho más bonito. —dijo un enfermero.

—   Es el chocho de una rica tío y eso se nota. —dijo el otro hurgando con su dedo el sexo de mi madre.

—   Pues yo lo tengo más bonito que ese. —aseguró la enfermera.

—   Qué suave es. —decía el otro metiendo y sacando dos dedos de la vagina de mi madre— ya se la moja. —añadió.

—   Es lo que tienen las pijas ricas, son todas unas zorras —dijo la enfermera y añadió— ¡Venga espabilad! Que no tenéis mucho tiempo.

—   Ayúdame. —dijo el que le tocaba el coño a mi madre a su compañero.

Entre los dos tumbaron a mamá sobre el suelo, le separaron las piernas y el que la había estado tocando se puso encima de ella ¡Otra vez no hijoputas! Dije, pero de mi boca sólo salieron balbuceos. El enfermero ya se la estaba follando con ganas. Mi vista se nublaba cada vez más. El enfermero se corrió casi enseguida y le sustituyó su compañero << ¡Abuelo, abuelo joder ven corriendo! Me dije >> pero hasta mi pensamiento era borroso.

—   ¡Ya está! ¡Joder que corrida la he pegado! —dijo el enfermero riendo como una hiena.

—   Bueno pues ahora levantadla y ponedla sobre la cama. —dijo la enfermera.

—   ¿Para qué joder? —se quejó un enfermero.

—   ¡Para limpiarla gilipollas o la vais a dejar así! Con toda la corrida chorreando por sus muslos. —protestó la enfermera.

Levantaron a mi madre y la colocaron sobre la cama, con las piernas colgando.

—   ¡Joder, no he traído gasas! —protestó un enfermero.

—   ¡Serás gilipollas! Mira que te lo he dicho. —dijo el otro.

—   Se me han olvidado con las prisas.

—   ¡Callaos par de idiotas! Ya la limpio yo.

La enfermera vieja separó las piernas, levantó las de mi madre poniéndolas apuntando al techo y se agachó sobre su entrepierna.

—   ¡Joder cómo chupa! ¡Mírala se la va a comer! —dijo el enfermero de la risa de hiena riendo de nuevo.

Uno de los enfermeros decidió meterle mano a su compañera.

—   Desde luego, cada vez eres más cabrón, tu compañero me está tocando el chocho y tú se lo consientes. —dijo la enfermera.

—   ¡Venga date prisa! Que el viejo está al caer.

—   Ya he terminado, mira que reluciente lo tiene ahora. —dijo la enfermera.

El de la risa de hiena rió.

—   Venga tú, deja de meterle mano a mi mujer y ayúdame a levantar al niño. —dijo el enfermero.

Los dos enfermeros cargaron conmigo y me pusieron sobre la cama, al lado de mamá y también con las piernas colgando.

—   ¡Joder, todavía está despierto! ¡Tiene los ojos abiertos! —dijo uno de ellos.

—   Pero no se entera de nada y lo que haya visto se le olvidará. —dijo la enfermera.

—   Más nos vale que sea así. —dijo un enfermero, ya me era imposible identificar voces.

—   ¡Hostias, fijaos qué cipote tiene el niño! —dijo un hombre.

—   Os lo dije. Este es el niño que decía Ana. —dijo la mujer.

—   Es que hasta los huevos los tiene grandes.

—   Mejor para mí.

—   ¿Es que te lo vas a follar?

—   ¡Por supuesto! Pero ahora no, más tarde, cuando el viejo y su hija se hallan ido, anda cariño bésale la polla que dentro de unas horas la tendré toda dentro.

—   ¿Y si no lo hago?

—   Pues en vez de ponerte los cuernos una vez con el niño te los pondré tanto como me aguante y te advierto que con esos genitales lo mismo me deja embarazada a pesar de mis años.

—   Rápido tapad a la zorra pija que viene el viejo y tú pínchala para que despierte.

Me pareció escuchar muy a lo lejos la voz de mi abuelo, mentalmente chillé para atraer su atención pero lo vi todo negro y me dormí.

Es lo único que recuerdo de ese momento. Sí, abrí los ojos alguna vez que otra y me pareció que alguien estaba encima de mí pero no lo recuerdo.

-----OooO-----

Al abrir los ojos vi mucha claridad aunque el sol todavía no entraba por la ventana. O sea, que ya era domingo. Estaba de lado en la cama quien me movió no lo recuerdo, seguramente lo hicieran las enfermeras para que mi espalda no se llagara. Otra cosa que observé es que estaba sólo en la habitación al preguntarme donde estarían mamá y el abuelo recordé el episodio del ataque de nervios << vendrán más tarde, me dije >>. De repente sentí mucha alegría ¡Por fin regresaba a casa! Hoy era el día que dejaba el hospital.

Bueno ahora me tocaba esperar a que alguien viniera para ponerme bocarriba, ojalá que no tardaran mucho porque me estaba meando. Me dormí y me desperté varias veces y en una de esas vi la cara de mi madre. Llevaba otra vez esas gafas de sol de cristales grandes y su gesto era serio. Ni me miró, ni me sonrió como era habitual, ni me dio un beso, aunque fuera en la cara, no hizo nada. Quería pedirle perdón y suplicarle un beso pero no me atreví, su seriedad me intimidaba. En cambio mi abuelo me saludó con un “Buenos Días” y me besó en la mejilla. Como no había desayunado mi abuelo se ofreció a traerme un café, le dije que no hacía falta, no sea que viniera el médico; mamá permaneció callada todo el rato.

Se hizo un silencio angustioso entre nosotros que con el pasar de los minutos se convirtió en indiferencia, me di cuenta de una cosa: a ninguno se le ocurrió preguntar qué hacía de lado en la cama. Sólo cuando dije que me estaba meando mi madre se movió agachándose hacia la mesilla para coger la botella de plástico. Se la quité de las manos con buenas maneras antes de que me dijera nada. Agaché la cabeza para poder meter mi pene en el cuello de la botella pero no me cabía, así que en esa postura incómoda empecé a mear vigilando que lo hiciera dentro pero fue inevitable que algo se me escapara manchando la cama; llené la botella y aun tenías más ganas de orinar.

—   Abuelo por favor vacíame la botella y dámela que aún tengo más. —le dije.

Mamá se levantó solícita, cogió la botella con cuidado y se fue al baño para vaciarla. Pregunté a mi abuelo con la mirada haciéndole un gesto en dirección al baño.

—   Ha pasado muy mala noche pero parece que ha superado la crisis de ayer.

—   No entiendo por qué empezó todo, estoy arrepentido abuelo, no imaginas cuanto me pesa haber discutido con mamá.

—   Pues díselo tú mismo. —contestó el abuelo al ver que mamá salía del baño con la botella.

Mi madre se acercó a mí, se había puesto las gafas por encima de la frente y vi asustado que tenía unas ojeras muy feas, amén de tener los ojos irritados de tanto llorar. Me sobrecogió su estado y me inundó un cariño y una ternura indescriptibles. Ella se sentó sobre la cama y en vez de darme la botella empujó sobre mi hombro poniéndome bocarriba, apartó la sábana y cuando me iba a coger la polla la detuve con cariño.

—   No hace falta mamá.

—   Hijo no me rechaces otra vez. —dijo temblándole la voz.

Eso me conmovió hasta el punto de que casi me eché a llorar. Solté su mano, la cogí por la nuca y atraje su cara para besarle en la boca. Su lengua penetró rápidamente en mi boca enzarzándose con la mía, moviendo los labios como queriendo devorar la boca del otro y al mismo tiempo nuestras lenguas se palpaban ansiosamente, pero mamá no se conformó sólo con el morreo, me agarró la polla y me la apretó, deslizando el dedo gordo en una caricia.

—   No me hagas eso mamá deja que orine primero. —le dije.

—   ¡Oh sí! Perdona cariño. —contestó ella poniéndome el pene contra la boca de la botella.

Y mientras meaba ella me besaba en los labios, sin meterme la lengua para no cortarme de hacer pis. Cuando acabé, fue mi abuelo quien retiró la botella con cuidado para que el líquido no se derramara, la dejó sobre la mesita a los pies de la cama y se colocó estratégicamente contra la puerta de entrada observando.

—   Perdóname mamá, no quería decir las cosas que te dije ayer, estoy tan arrepentido de haber discutido contigo que me duele mucho.

—   A mí me pasa lo mismo cariño, tampoco yo quería decir todo lo que te dije, no te preocupes, estás perdonado no olvides que soy tu madre por encima de todo.

Sintiendo que me salía el cariño por todos los poros de la piel, la volví a besar sujetándola por la nuca. De nuevo nos enzarzamos en una danza de labios y lenguas muy excitante que nos arrastraba lentamente hacia la pasión. Noté la mano de mi madre sobándome los huevos y luego la polla que ya daba muestras de desperezarse. Estuvimos comiéndonos la boca un poco más.

—   Cariño te la voy a chupar. —dijo al separarse nuestros labios.

—   Está a punto de venir el médico.

—   Será sólo un poquito. —preferí dejarla actuar.

Mamá se subió un poco más en la cama con las piernas separadas. El vestido corto amortiguaba la claridad del día por lo que su entrepierna quedó a oscuras, imaginar lo que había tras esa oscuridad me excitaba hasta la locura, pero no me atreví a descubrirla ya que las otras veces había reaccionado mal.

Mi madre apoyó la cara sobre mis piernas y aprovechando que mi polla no se había empalmado succionó con fuerza hasta engullirla toda entera. Enseguida empezó a mamar mirándome todo el rato y a mí eso me ponía enfermo de excitación. Mi polla se endureció en menos que canta un gallo por lo que ella se la tuvo que sacar de la boca antes de que me empalmara del todo, y sin soltarla se agachó un poco más lamiéndome los huevos, apartó la polla a un lado para mirarme con el único ojo que asomaba por encima, ver que lo cerraba de gusto cada vez que lamía me provocó la salida de líquido preseminal por la punta del capullo; ella miró con su ojo la gota transparente, subió la cara y la lamió. Si la felación de Ana me había encantado, la de mi madre era inigualable. Si a eso le añadimos el morbo de que fuera ella quien me lo hacía el resultado era una excitación brutal y un placer cercano al éxtasis.

—   Paulita déjalo ya que oigo pasos. —dijo de pronto el abuelo.

Mientras ella me tapaba con la sábana a toda prisa nos reíamos como dos chiquillos que han hecho una travesura. Mamá entró en el baño para vaciar la botella de plástico y enjuagarla. Y efectivamente sonó un golpe de llamada en la puerta, se abrió y entró una mujer con bata blanca que supuse era el médico.

—   ¡Hola buenos días a todos! ¿Cómo estás Pablo?

—   Estupendamente doctora. —contesté mirando a mi madre que se tuvo que dar la vuelta para no reírse y es que la sábana presentaba una considerable tienda de campaña debido a mi erección.

—   No me extraña cariño, no hay más que ver esto —dijo agarrándome el capullo por encima de la sábana— empezaré a examinarte por ahí ¿te parece?

—   Lo que usted diga. —dije con la cara más colorada que un tomate.

La doctora Estefanía (que así se llamaba) me apartó la sabana de un tirón arrugándola sobre mis pies.

—   ¡Bendito sea el señor hijo mío! ¡menuda tranca por Dios! Y encima está durísima. —dijo apretándomela.

—   A ver Pablo quiero que me contestes “Sí o No” a lo que te pregunte ¿Si hago esto te duele? Preguntó moviendo la mano arriba y abajo como si me masturbara.

—   No señora.

—   ¿Y ahora? —dijo frotándome la zona del frenillo con suavidad.

—   Tampoco.

Observé a la doctora Estefanía mientras me sobaba la polla, porque eso es lo que hacía descaradamente y no un examen. Su pelo era rubio teñido y era bastante guapa, un poco más rellenita que mamá, más o menos de su edad. Se había sentado con una pierna encogida y la otra colgando estirada, al llevar una falda por encima de las rodillas se le subió más arriba de medio muslo al sentarse, así que los dos estábamos muy entretenidos, ella me hacía preguntas entusiasmada con mi polla y yo embobado mirándole el macizo muslo a la vez que las contestaba. Se podría decir que manteníamos un “Quid pro quo”. La doctora había dejado de preguntarme y seguía sobándome los huevos, se volvió mirando al abuelo.

—   Vaya pelotas que tiene su nieto.

Mi abuelo sonrió y le dijo todo orgulloso que era su aporte genético. La doctora le miró de arriba abajo, calibrando tal vez si decía la verdad. En cambio mamá la miraba seria considerándola una rival.

—   Doctora, no siga por favor. —le dije apurado.

—   ¿Te duele?

—   No es eso es que… —Me cortaba decírselo.

—   Si deseas correrte por mí no te aguantes, precisamente por eso te hago una paja, para asegurarme que tus genitales funcionan perfectamente antes de darte el “alta”. — dijo tan fresca.

La doctora me apretó la polla con dos dedos y empujó hacia abajo, mi polla se estiró impulsándose hacia arriba y al mismo tiempo sentí una enorme oleada de placer recorriéndome el conducto de la uretra. Agitó mi polla lamiéndose los labios, por un momento me temí que me la fuera a chupar, pero no, continuó masturbándome. Yo trataba de aguantarme las ganas de correrme, mamá mirándola con odio y mi abuelo empalmándose. En medio de ese cuadro surrealista empecé a eyacular. Mi polla arrojó seis potentes chorros de semen al aire que cayeron por diversas partes de la cama, en la falda y en la mano de la doctora.

—   ¡Hala cuanta lefa! ¡menuda potencia tienes Pablo! —dijo maravillada.

—   Ya puede limpiarle. —le dijo a mi madre que ni corta ni perezosa se agachó y empezó a chuparme la leche que manaba del capullo, recogiendo con la lengua la que escurría por el tronco.

—   Yo me refería a que utilizara una gasa, pero eso… eso tiene que ser delicioso. —comentó la doctora lamiéndose los labios de nuevo.

—   En fin, mientras limpia a su hijo yo también aprovecharé para limpiarme. —dijo pero la traicionó el subconsciente porque se llevó a la boca la mano que tenía pringada de semen y la lamió.

La doctora entró en el baño, ninguno oyó que echara el pestillo de la puerta; el abuelo se agarró la polla por encima del pantalón y decidido entró tras ella. Mamá y yo nos miramos extrañados de que no gritara y nos reímos bajito pero ella, en un ataque de maldad abrió la puerta del baño. Lo que vimos nos dejó mudos de asombro. La doctora Estefanía estaba sentada sobre el lavabo con las macizas piernas muy separadas, gimiendo al compás de los pollazos que le propinaba mi abuelo aferrándola firmemente por las caderas, con los pantalones y calzoncillos caídos sobre los pies. Mamá y yo nos tapamos la boca al reírnos. La doctora Estefanía se agarró con fuerza al culo de mi abuelo pidiéndole que se la diera toda, segundos después vimos cómo se retorcía de placer al tener su orgasmo.

Miré el reloj de la pared y calculé que llevaban dos o tres minutos nada más, mi madre se sentó sobre la cama mientras miraba.

—   Mamá se ha corrido a los tres minutos, tú aguantaste diez aquella tarde. —le dije hablándole bajito.

—   No sé por qué aguanté tato, pero no me extraña que la pobre se corra tan deprisa, es que no imaginas el gusto que da cuando te folla. —contestó ella hablando también bajito.

La confesión de mi madre me excitó y dado que ella también estaba excitada mirando como hipnotizada lo que pasaba en el aseo, empecé a interrogarla para satisfacer mi morbosa curiosidad.

—   ¿Anoche follasteis?

—   Lo de anoche fue brutal —dijo ella sin dejar de mirar hacia el aseo— llegué muy relajada a su casa, me cargó en sus brazos y me subió al dormitorio, supongo que el pobre estaba muy excitado viendo como estaba.

—   Querrás decir preocupado. —corregí a mamá.

—   Supongo que eso también, pero digo excitado por el bulto de su entrepierna.

—   O sea, que el abuelo se aprovechó de ti ¿no?

—   ¡Y cómo se aprovechó! Me desnudó en un santiamén, me morreó hasta casi asfixiarme mientras me masturbaba, me dejó a las puertas del orgasmo cuando paró para sobarme las tetas. Hicimos un 69 ¿sabes lo que es? —Yo asentí— pues se tiró media hora devorándome el sexo y el culo poniéndose encima de mí o debajo, según le apetecía. Me corrí varias veces. Le pedí que parara porque ya no podía más, estaba medio muerta, pero no me dejó relajarme se puso a gatas sobre la cama y me hizo chuparle todo, el culo, los huevos y la polla.

—   Y luego te folló ¿no?

—   Esa no es la palabra exacta cariño, di más bien que me jodió bien jodida, tardó una hora en correrse ¡imagínate! Yo también me corrí porque no soy de piedra y cuando me estimulan como lo hace él menos aún, con mi último orgasmo me meé de lo floja que me había dejado.

—   ¿Te folló el culo?

—   No y no se lo permitiría, su polla me lo destrozaría, lo mismo me pasaría contigo.

—   ¿Cuánto tiempo lleváis follando?

—   Desde aquella tarde, antes jamás me lo había planteado y él nunca se propasó conmigo.

—   ¿Y por qué te lo planteaste esa tarde?

—   Siempre nos ha ayudado a salir del apuro pagando todas las deudas, pero ésta última superaba con creces a las anteriores. Ése día me dijo: “Estoy harto de ser siempre yo el que pague los desaguisados de tu marido, a partir de ahora empezaré a cobrarme mis ayudas follándote para que espabiles de una vez”.

—   ¿Así empezó todo?

—   Más o menos, sí, ya hablaremos de todo esto cuando lleguemos a su casa. 

Podría decir que mi curiosidad estaba más que satisfecha pero como tengo mi lado pervertido también quise aprovecharme.

—   Mamá ¿te gusta verlos follar?

—   Pues claro que sí, no soy de piedra.

Tenía que preguntárselo ahora que estaba tan distraída.

—   ¿Quieres que te masturbe?

—   No.

Su respuesta fue tan rotunda que me cortó una vez más, así que no me quedó más remedio que asegurarme de una vez y para siempre si yo tendría alguna posibilidad con ella. No comprendía por qué ella podía tocarme o chuparme y yo no.

—   Mamá ¿piensas follar conmigo alguna vez?

Mi pregunta atrajo su atención y se volvió para mirarme cogiéndome la cara entre sus manos.

—   Mi vida te prometí que cuando estuviéramos en casa lo haríamos y lo cumpliré, sé paciente.

—   Es que cada vez tengo más ganas de estar contigo y tengo muchas preguntas que hacerte mamá.

—   Lo sé cariño —dijo apoyando mi cara contra sus pechos— pero no es el momento ni el lugar, espera a que estemos en casa. Lo único que puedo decirte de momento es que a partir de ahora sólo nos tendremos el uno al otro, bueno y al “follador” de tu abuelo. —los dos nos echamos a reír bajito.

—   Te quiero mucho, mamá. —le dije abrazándola con fuerza.

A pesar de mi aparente tranquilidad, mi cerebro no dejaba de darle vueltas a sus últimas palabras “sólo nos tendremos el uno al otro”, eran muy enigmáticas, tampoco había nombrado en ningún momento a mi padre, era como si pensaran separarse, a lo mejor era eso y no me lo quería decir ahora para evitarme un disgusto.

Continuamos mirando la “faena” de mi abuelo. La pobre doctora no paraba de jadear soltando el aire entrecortadamente, por su cara de sufrimiento estaba seguro de que ya se había corrido varias veces, no había prestado atención durante la conversación con mi madre.

A los veinte minutos más o menos mi abuelo claudicó. Se pegó a ella como una lapa, empujando para meterse dentro de ella todo lo que podía y le bombeó su corrida. Ella la estaba sintiendo porque le agarró por la nuca con una mano, apoyó la otra en una de sus nalgas y se la apretó al tiempo que sonreía completamente satisfecha; así estuvieron unos cuantos minutos. Antes de separarse del todo se besaron prolongando el beso tanto como sus bocas aguantaron.

—   Parece que la doctora le ha calado hondo al abuelo. —dije al observar cómo se miraban.

—   Yo también lo creo. —contestó ella.

El abuelo se volvió para cerrar la puerta del aseo y quince minutos después reaparecieron los dos; a ambos se les veía contentos y felices.

La doctora Estefanía nos miró a mamá y a mí, se sonrojó y dijo que iba a proseguir con su exploración. Sacó del bolsillo superior de su bata un bolígrafo que yo ya conocía. Me pinchó en diversas partes de los pies y las piernas. Al pincharme en el interior del muslo sentí el pinchazo con tanta intensidad que se me encogió la pierna. Repitió en la otra pierna con el mismo resultado y me sonrió. Se enderezó y miró a mamá y después a mi abuelo.

—   Les puedo asegurar que Pablo se recuperará antes de lo previsto, los nervios están recuperados por eso se le han movido las piernas, es un gran paso hacia la recuperación. De todas formas la semana que viene te examinaré en mi consulta, allí podré realizar más pruebas y dar un diagnóstico más veraz.

Mamá me abrazó con ojos llorosos de felicidad y empezamos a besarnos en la boca sin importarnos quien estaba delante.

—   Cómaselo señora, yo lo haría. —dijo la doctora sonriendo.

Mientras mi madre y yo nos besábamos ella rellenaba los papeles del alta hospitalaria, nos interrumpió el beso para despedirse, antes de salir mi abuelo y ella también se besaron; ambos intercambiaron sus números de móviles prometiendo que se llamarían. La doctora cerró la puerta y el abuelo se quedó embobado mirando la puerta cerrada, mamá y yo nos echamos a reír.

—   ¿Qué? —preguntó volviéndose— me gusta mucho esta doctora—dijo con una gran sonrisa.

-----/-----

Fuimos derechos a la casa de mi abuelo. Sally salió de la casa a darme la bienvenida, agarraba una silla de ruedas con ruedas de aluminio y radios, era de lo más corriente pero a mí me pareció muy chula y me puse a recorrer toda la casa con ella. En una de mis vueltas oí a mamá y al abuelo discutiendo.

—   ¿Qué os pasa? ¿Por qué discutís?

—   Tranquilo hijo no discutimos. —dice mamá muy seria, el abuelo también lo estaba—, sólo intercambiábamos pareceres.

—   Anda ven. —Dice mi abuelo y los tres entramos a su despacho.

—   Escucha Pablo, lo que te vamos a contar es posible que te supere, tu madre es partidaria de ocultarte las cosas más escabrosas, yo no, prefiero que sepas toda la verdad por muy cruda que sea, considero que ya tienes suficiente edad para razonar, al margen de tu inteligencia.

—   No esperaba menos de ti abuelo

—   Por eso mismo nunca traicionaré tu confianza. –me contestó él.

—   Hijo no quiero oponerme a que sepas toda la verdad, sólo deseo protegerte de aquello que te pueda hacer daño ¿me comprendes?

—   Claro que sí mamá y creo que en parte tienes razón, sinceramente te confieso que estoy un poco acojonado, pero mi cerebro me ordena que escuche toda la verdad, o sea que el abuelo y tú estáis empatados y como mi voto cuenta, prefiero enterarme de todo, sin ocultarme nada. —contesté salomónicamente.

Mi abuelo colocó sobre su mesa una serie de documentos y empezó a hablar, cuando terminó de contármelo todo y yo de leer los documentos que me tendió quise morirme, de verdad.

A continuación haré un breve resumen muy explicativo de lo que me enteré aquella mañana de domingo y por qué deseé morirme.

—   <> —.

Al terminar de leer las diligencias del juzgado miré a mi abuelo y a mi madre y de repente se me nubló la vista, tenía la sensación de que me ahogaba, no podía respirar, la habitación me daba vueltas hasta que lo vi todo negro.

-----/-----

Desperté sobre una cama, no estaba en un hospital porque la cama era mucho más grande. Mamá y el abuelo habían estado pendientes de mí en todo momento. Al parecer me había dado un ataque de ansiedad y perdí el conocimiento. Lo primero que se me ocurrió decir es que tenía hambre. Sally me trajo de comer unos sándwich de carne asada que devoré casi enseguida, al mirarlos, mamá y el abuelo me dijeron que ya habían comido mientras aguardaban a que despertara. Al recordar todo el asunto de mi padre sentí un dolor agudo en el pecho que no me acobardaría, tenía muchas preguntas que hacerles a mamá y al abuelo.

Mi abuelo acercó una silla y se sentó al lado de la cama, a mi izquierda, mamá prefirió  sentarse en la cama, no sé si lo hizo aposta pero su postura me permitía verle las braguitas y casi el bulto de su sexo.

—   Pregunta todo lo que quieras Pablo. —me dijo mi abuelo.

—   Ahora no sé lo que quiero preguntar me siento vacío.

—   Cariño es mejor que descanses y te recuperes, ya tendrás tiempo de preguntarnos.

Mamá tenía razón, entonces recordé las palabras que me dijo mi madre en el hospital esa mañana: —“Sólo nos tenemos el uno al otro y por supuesto al follador de tu abuelo”— no pude evitar reírme. Ellos me interrogaron con la mirada y les conté de qué me reía, los tres nos partimos de risa liberando al mismo tiempo toda la tensión, todo el odio hacia mi padre y toda la tristeza.

Fin de la 4ª parte.

-----OooO-----

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