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La puta de mi hijo 03

en Amor filial

Capitulo 2.1

Al día siguiente me levanté hecha polvo, pero no paraba de suspirar satisfecha. Desayuné yo sola pues él ya se había marchado a la universidad. Al llegar a mi empresa aún me temblaban las piernas; intenté comportarme con normalidad pues temía que alguien se diese cuenta de lo que había hecho la noche anterior.

Llegué a casa a las siete y media. Aún era pronto para que viniera mi marido. Saludé a mi hijo un poco avergonzada y me alegré de que me diera un “piquito” en la boca como hacia siempre, sin insistir en nada más; le dije que iba a cambiarme de ropa y subí a mi habitación.

No negaré que hubo momentos en los que temí que mi hijo apareciera en mi dormitorio pero eso no ocurrió. Me cubrí el cuerpo con una camiseta sin sujetador (aprovechándome de que mis tetas son más bien pequeñas) y unos pantalones cortos, en lugar de bragas me puse un “salva eslip” en el propio pantalón.

Bajé al salón y fui a la cocina para prepararme un café con leche. Me senté en el mismo sofá que mi hijo, separados por un asiento. Él estaba distraído viendo la tele. De vez en cuando, cuando le miraba o me miraba él a mí, me sentía avergonzada.

--- ¿Qué tal estás? ---me preguntó.

--- Un poco cansada después de tanto trajín, pero estoy bien, sólo un poco…

--- ¿Te avergüenzas de lo que pasó?

--- Como comprenderás tampoco es para sentirme orgullosa, lo que pasó anoche no debía haber ocurrido nunca.

--- Nunca es mucho tiempo mamá y lo que pasó fue de lo más natural.

--- Que hayamos follado los dos ¿lo ves natural? ---pregunté sorprendida.

--- Para mí sí, gracias a eso ahora me perteneces, te guste o no eres mía mamá.

--- Yo no tengo propietario.

--- Yo soy tu propietario y haré contigo lo que me dé la gana.

--- Eso ya lo veremos--- respondí pero me preocupó la seguridad con que lo había afirmado; en cualquier caso dejamos ahí la conversación y pasamos una tarde tranquila donde no dejamos de mirarnos mutuamente.

Sobre las nueve vino mi marido. Me besó, me acarició la espalda y acabó estrujándome las nalgas. Me dijo cuánto me había echado de menos y me estrechó entre sus brazos con mucha ternura. Su comportamiento no se correspondía con el que me trata desde hace unos meses. ¡Joder! Si hasta estaba cachondo, noté como se empalmaba contra mi vientre. Mi sentimiento de culpa aumentó y mis mejillas enrojecieron de vergüenza. Le seguí a nuestra habitación sintiendo los ojos de mi hijo clavados en mi cuerpo.

Nos desnudamos rápidamente, yo estaba ansiosa por lavar mi culpa. Ya en pelotas. Nos morreamos, estaba empalmado y le agarré la polla acariciándola con ansiedad, pero no me dejó tocarle mucho; me tumbó sobre la cama y se coló entre mis piernas abiertas.

Me embestía con fuerza pero a pesar de eso la polla de mi marido no conseguía darme todo el placer que mi cuerpo demandaba, lo achaqué a la precipitación pero también me acordé de mi hijo, hice un esfuerzo por cerrar mi mente a esos recuerdos y me concentré en el polvo que me estaba echando mi marido, pero no pude engañarme, se movía mecánicamente y su polla ni me llenaba ni me llegaba tan adentro como la de mi hijo, fue inevitable que las comparara y eso fue lo que me excitó rápidamente; el caso es que mientras mi marido se vaciaba en mi interior, yo me corría con él. Algo inédito en nuestra relación.

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Después de cenar, a medida que llegaba la hora de acostarse empecé a ponerme nerviosa, antes de irse a la cama, mi hijo me había mirado fijamente, recordándome su exigencia. Más tarde, acostada en mi cama no me podía dormir. Me sentía muy angustiada… indecisa ¿iba a la habitación de mi hijo o no? Cuando oí que mi marido roncaba, no aguanté más, me levanté sin hacer ruido y entré en el baño, con los nervios estaba que me meaba. Me senté en la taza, me aparté las braguitas a un lado y alivie mi vejiga, al limpiarme la vulva con el papel higiénico me vino a la mente los recuerdos de la noche anterior y automáticamente mi voluntad desapareció. Me levanté de la taza, salí del baño y de la habitación cerrando la puerta con cuidado y fui a la habitación de mi hijo. Entré y cerré la puerta. Él estaba tumbado en la cama, leyendo. Tenía puesto los calzoncillos únicamente.

— Sabía que vendrías mamá —dijo con suma tranquilidad.

— La verdad es que no sé qué hago aquí. —dije sin moverme.

— ¡Ven y chúpame los huevos! —me ordenó.

Su seguridad anuló la poca voluntad que me quedaba; si es que me quedaba alguna. Caminé hasta su cama, me subí y gateé hasta su entrepierna, metí una mano por la pernera del calzoncillo agarrándole los huevos y con la otra mano ahuequé la tela sacándolos afuera. Me lancé sobre ellos lamiendo con devoción todo el escroto. Pasado el primer arrebato de deseo levanté la cara y le miré.

— Tengo ganas de ti hijo. —mi voz sonó muy sensual.

— Y yo de ti mamá, más de lo que imaginas. —contestó con voz ronca.

— Anda ¡sácatela! Quiero ver lo dura que la tienes.

— Quítame tú los calzoncillos. —me ordenó y se los quité con manos nerviosas pero tenía el pene flácido.

— No estás empalmado. —dije desilusionada.

— Para eso quítate el camisón, enséñame el coño y dime guarrerias.

— ¿Así? —dije apartándome a un lado las braguitas— ¿te gusta mi coño, me lo vas a follar como anoche? No sabes cuánto deseo que me folles.

Sentada con las piernas separadas delante de él le dije todas las guarrerias que se me ocurrían y a medida que hablaba su polla empezó a crecer y engordar, minutos después su glande empezó a hincharse, el prepucio retrocedió y por fin quedó al aire, el proceso había durado menos de dos minutos. Sin poderme aguantar le cogí la polla y se la sobé. Yo misma me sorprendí de la necesidad que tenía.

— ¿Te ha follado papá?

— Sí.

— Cuéntame todo. —

Le di todos los detalles, de cómo empujaba su padre y lo que yo sentía hasta confesarle que no me llenaba como él. Nos pusimos muy cachondos. Nos abrazamos y nos besamos pero no solté la polla de mi hijo en ningún momento, la tenía bien agarrada con una mano y con la otra le sobaba los huevos para estimularle. Su boca devoraba la mía; mientras sus manos tocaban con avidez todo mi cuerpo; desde la espalda hasta mi culo; el coño me ardía por dentro, deseaba sentir su mano en mi entrepierna para que él lo notara también.

— Tócame el chochito hijo. —le pedí abriéndome para él.

— Tu coño me quema putita. —dijo. Su insulto me excitó, y le seguí el juego.

— La culpa es tuya, cabrón, me vuelves loca con esta polla tan grande. —dije acariciándola con las dos manos. Y era verdad que estaba enloqueciendo de deseo.

— Te voy a emputecer mamá. —me dijo.

— ¿Y eso qué significa exactamente? —le pregunté intuyendo algo.

— Que te voy a convertir en mi putita.

— Me lo imaginaba, pero no me importa ser tu puta cariño. —dije muy excitada, quería más y le obligué a separar las piernas.

— Qué cojonazos tienes ¿No te duelen? —le pregunté tanteando sus huevos con mi mano. Me los puse en la palma y noté que eran muy pesados.

— A veces sí que me duelen —me explicó

— ¿Y qué haces cuando te duelen?

— Espero a que la puta de mi madre me los descargue —contestó.

— Entonces no te preocupes porque estoy dispuesta a dejarte seco —le dije estirándole el escroto hacia abajo.

¡Qué morbazo! El dialogo nos puso súper cachondos. Mi hijo no pudo aguantar más. Me metió los dedos en la vagina para mojármela y preparármela, luego, continuó con su lengua.

— Come cariño, no te quedes con hambre —le dije elevando mis caderas y ofreciéndole mi sexo

Y ¡cómo comía! Lo hacía de maravilla. Cuando decidió que era suficiente, se coló en medio de mis piernas abiertas, me las separó un poco más con las rodillas y tiró de mis muslos hasta tenerme como él quería “me la va a empotrar hasta los cojones” pensé, pero no me lo hizo de inmediato. Antes, se dedicó a torturarme los pezones con la lengua; cuando se cansó, ascendió hasta mi boca y su lengua me entró como una flecha.

La punta de su polla no cesaba de rozarme la vulva y el clítoris. Yo movía mis caderas buscando la ansiada penetración.

— Hazme tuya joder —supliqué desesperada pero él prefería hacerme rabiar y sólo me rozaba. En medio de ese baile sexual, me la clavó de un solo golpe y di un grito de placer. 

— Qué chocho más caliente tienes mamá— me susurró —Me vuelves loco de deseo—me abrazó con fuerza y empujó con sus caderas a pesar de que ya me lo había metido todo. El roce de sus cojones contra mi culito me excitaba aún más.

— Dime ¿eres mía?

— Soy tuya hijo, te pertenezco.

— No te defraudaré mamá, estarás orgullosa de mí, como yo lo estoy de ti, eres un diamante en bruto y yo voy a tallarte.

Me sentí muy halagada al oírle. Al empezar a follarme, la enorme polla de mi hijo me abrasaba las entrañas. Me lo hacía muy despacio, sin prisas —quiero gozarte mamá— susurraba. Notaba perfectamente como la punta de su cipote me dilataba la vagina; en mi vida me había sentido tan llena, mi hijo superaba con creces mi fantasía del “macho bien dotado”.

— Follas de maravilla hijo puta, menudo polvo me estás echando—murmuré excitada

— Es que la puta de mi madre me pone muy cachondo —contestó empujando con fuerza, demostrándome que era verdad que yo le excitaba.

— ¿Dónde has aprendido a follar así? —pregunté llena de curiosidad.

— Ya te lo contaré en otro momento. —dijo acelerando la penetración.

No me lo dijo pero yo me lo imaginaba “¡Joder! Mira que es didáctico el porno de la tele” me dije. Él también estaba muy excitado “

— Demuéstrame cuanto te excito, hijo —“dije cuando ya me embestía con fuerza, casi con violencia, como jamás nadie me ha follado.

Por un momento me asusté, temía que el ruido de nuestros jadeos pudiera despertar a su padre; los cojones de mi hijo, golpeaban contra mi culo con fuerza; se estaba adueñando de lo que mi marido ya no apreciaba (salvo esta tarde), obligándome a copular con él y yo se lo había consentido y no me arrepentía para nada.

— Déjate follar mamá, que te voy a dejar bien jodida. —me dijo en medio de la vorágine.

— Demuéstralo cabrón ¡Pégame un buen polvo! —le animé sin avergonzarme.

— Qué cachondo me pones hija de puta— exclamó.

Tan pronto me abrazaba con fuerza, como me apretaba del culo contra él, como me agarraba por los hombros empujando hacia abajo. En resumen, me estaba poseyendo con autoridad y eso me enloquecía.

Mi excitación aumentaba debido al dialogo tan cachondo que teníamos. Utilizaba su enorme cuerpo para embestirme hasta el fondo, metiéndome su rabo a base de golpes secos y profundos; me tenía a su merced. Una oleada de calor se concentró en mi útero, me iba a correr ya. Le abracé con fuerza y me entregué.

— ¡Dame tu polla cabrón! ¡Métemela hasta los cojones! —le susurré al oído.

— Tómala puta — gimió encendido por mis palabras.

— Más. Dame más polla —supliqué corriéndome en ese momento.

El me miraba la cara, no quería perderse los gestos que yo hacía al correrme, pero continuó dándome su polla que era lo más importante. ¡Y me la dio en cantidades industriales! Gracias a mi hijo conseguí lo que su padre jamás había logrado. Me corrí tres veces. Más tarde, entre jadeos y convulsiones incontroladas, él se corrió dentro de mí, llenándome el coño con su semen.

Cuánto gozaba sintiéndole eyacular.

— dámelo todo cabrón— exigí apretándole el culo contra mí al tiempo que yo movía mi pelvis.

Noté cómo su polla latía ahora más despacio bombeándome sus últimos borbotones de semen. Yo le seguí apretando. No le solté hasta que la eyaculación cesó por completo. Se tumbó a mi lado respirando entrecortadamente. Su cuerpo estaba cubierto con una fina capa de sudor, igual que el mío.

— Ha sido bestial— murmuró. Yo me tumbé encima de su cuerpo, y ayudándome con la mano logré meterme su polla en la vagina.

— Es el mejor polvo que me han echado en toda mi vida—le dije

— Me apetece chuparte una teta mamá—

Me cogí un pecho y le rocé los labios con mi pezón.

—Toma hijo, mama todo lo que quieras—

— Cuanto me gustaría sacarte leche.

— Para eso tendría que estar embarazada, y no es el caso—le acaricié el pelo.

— Entonces déjame preñarte mamá, por favor —dijo apretándome el culo con fuerza ¡Estaba enloquecido!

— Estás loco hijo, cómo voy a dejar que me embaraces ¡Anda chupa!—le arrimé el otro pecho, me lo apretó con fuerza.

— Podrías dejarte embarazar, compramos una pastilla “del día después” y se arregla, pero me harías muy feliz sabiendo que te he dejado preñada. —insistió.

— ¿No hablarás en serio? Si esperas eso ya te puedes olvidar y si insistes cortamos esto, aunque me arrepienta después. —dije poniéndome seria porque de repente había adquirido voluntad, sobre todo voluntad para follar con mi hijo.

— Vale, perdona, no te enfades mamá. —dijo buscándome la boca con la suya.

— Es que ya es bastante fuerte esto que hacemos, confórmate y no la cagues.

— Estate tranquila que no la “cagaré” pero recuerda que eres mi putita. —En ese momento estaba demasiado satisfecha para negarme a lo que él quería y acepté su propuesta.

— Vale. Pero que tu padre no se entere —dije pensando en las consecuencias.

— Me importa una mierda que se entere ¡Llámale si quieres! —dijo alzando la voz.

— ¡Cállate joder! No hace falta que montes un circo —le ordené y se calló de golpe ante mi reacción. Todavía estaba dentro de mí y noté su furia; los latidos de su pene me produjeron una descarga de placer en mi vagina — No te enfades cariño, por favor —le pedí dulcificando mi voz.

— ¿Qué no me enfade? Pero si te tiene abandonada.

— Eso no es asunto tuyo, eres muy joven aun para comprenderlo.

— Ya no soy un crio mamá; os escuché a ti y a la tía mientras hablabais— ¡Joder! Me cambió la cara y eso le excitó más si cabe.

— ¿Qué escuchaste exactamente?

— Todo mamá, escuché todo. Cuando llegué a casa, tú corrías hacia la escalera y la tía te perseguía. Os lo estabais pasando de puta madre, ni os disteis cuenta de que estaba parado en la puerta de la calle.

— Podías haber dicho algo.

— Y qué digo ¿Me invitáis a vuestra fiesta? Dejadme follar con vosotras, por favor ¿Tenía que haber dicho eso mamá? Se os habría cortado el rollo inmediatamente, y como os vi muy cachondas, guardé silencio— como tenía razón, callé —Me puse súper cachondo al veros a las dos en pelotas, subí a mi habitación corriendo y rápidamente, me despeloté yo también. Os localicé en el baño de tu habitación, y os vi haciendo cochinadas ¡qué guarras! me casqué un buen pajote mientras os espiaba, aunque hubiese dado un brazo por estar ahí con vosotras.

— No digas eso ni en broma —le besé los labios.

— Ahora, que el numerito que os montasteis en la cama fue mejor que lo del baño ¡Joder qué fuerte! Ahí, sí que me hubiera cortado las piernas por estar con vosotras, me hice tres pajas a vuestra salud. 

         Me sentí halagada; pobrecito lo que tuvo que sufrir pensé y le abracé besándole en la boca con mucho cariño. Me saqué su polla y me pidió que se la limpiara ¿cómo no se la iba a limpiar después de todo? Con la punta de la lengua saboreé el líquido blanquecino y espeso que manaba de su prepucio y no esperé a que mi hijo me dijera nada más. Abrí la boca por completo y dejé que me enchufara su gordo pene, joder, a pesar de estar flácido era más grande que el de su padre cuando éste estaba empalmado. Me dediqué a degustar su delicioso néctar con todo el amor de una madre. Cuando quedó satisfecho de mi trabajo de limpieza, se apartó y me besó en la boca. Sucumbí a su lengua como una tonta.

Mi hijo metió su brazo por debajo de mi espalda y me levantó en el aire acercándome a él con asombrosa facilidad. Mis brazos y mi cabeza colgaban inermes mientras me alzaba (Me sentí como la rubia de la película de “King Kong”), su ávida boca se apoderó de un pecho, y me lo mamó, succionando el pezón con fuerza. Su polla se empalmaba de nuevo pero debía irme ya, su padre podría despertar y tendríamos un lío.

Me levanté para volver a mi habitación. Él también se levantó y antes de que pudiera abrir la puerta, me agarró el culo con fuerza. Las yemas de sus dedos me rozaban el agujerito del culo y me estremecí de placer.

— ¡Déjame ir! Por favor es muy tarde —supliqué inquieta.

Mi hijo siguió acariciándome el agujerito del culo. Estaba merodeando una zona de mi cuerpo que aún no conocía la penetración; sentí miedo, pero inconscientemente separé mis piernas. Se acuclilló y me abrió las nalgas. Primero me besó el esfínter varias veces, luego lo lamió; sentía tanto placer con su lengua, que involuntariamente, se me abría el agujerito trasero y mi hijo metió su lengua llenándomelo de saliva.

— Ponte a cuatro patas —me ordenó excitado.

— Escucha cariño sé lo que pretendes y para eso necesitamos tiempo, nunca lo he hecho por ahí. —le dije.

— No te preocupes, seré muy cuidadoso.

— De verdad, hijo tengo que irme, tu padre puede despertarse.

— De aquí no te vas sin que te dé por el culo mamá, así que venga ¡a cuatro patas ya! —me ordenó.

De nuevo se había adueñado de mi voluntad. Me puse como me dijo, se colocó de rodillas detrás de mí, me dio sus dedos a chupar y me los metió en el culo para dilatármelo. Me los metió con fuerza y los movió dentro con delicadeza. Ahogué un gemido. No me lo podía creer, mi hijo me estaba preparando el culo y en unos momentos me lo iba a follar; aunque ya empezaba a acostumbrarme a que fuera mi hijo el que me daba el placer que tanto deseaba.

Cuando de nuevo me metió la lengua en el culo fue increíble, ya no pude controlarme más y empecé a gemir y jadear al tiempo que apretaba hacia afuera para que se me abriera el ano. Era una sensación fantástica sentir su lengua, pero no duró eternamente, me la sacó y me dio un azote en las nalgas y solté un gritito bajo. Entonces noté algo grande y duro contra la entrada del ano.

— Cariño por favor, ten cuidado nunca lo he hecho por ahí. —le advertí nerviosa.

— Lo sé y ya es hora de que te rompa el culo. Te lo voy a destrozar so zorra.

Sus amenazadoras palabras me asustaron. Ya no me apetecía hacer nada, quería irme a mi habitación. Intenté escabullirme y las manos de mi hijo se aferraron como enormes garras contra mis costados.

— Estate quieta mamá o será peor para ti—me advirtió.

— ¡No me da la gana estarme quieta! ¡suéltame ahora mismo! ¡gilipollas!

Empezó a empujar con su polla y me puse muy nerviosa.

— Como se te ocurra hacerme daño te vas a enterar. ¡Suéltame de una puta vez! O me pongo a gritar—le amenacé. Todavía tenía el culo bastante cerrado y sabía que me iba a doler mucho.

— ¡Vale! ¡Ya te puedes ir a la mierda!—exclamó con rabia, pero me soltó.

Gateé por la cama hacia el costado y me bajé. Él se quedó a cuatro patas sobre la cama, con la cabeza casi contra su pecho agarré la manija de la puerta y cuando iba a abrirla me habló.

— Estaba jugando contigo, quería simular una violación y tenía que meterte miedo. Me estaba poniendo muy cachondo, igual que cuando nos insultamos. Si sales ahora por esa puerta, no se te ocurra volver a buscarme ¡Haz lo que quieras mamá!

— ¡Y una mierda! Querías forzarme no jugar conmigo. Eres imbécil. Lo has jodido todo—abrí la puerta y salí.

Caminé dándole vueltas a la cabeza. Pensando en el tonto de mi hijo, había traspasado todos los limites ¡Se había pasado veinte pueblos, por lo menos! “Que era un juego había dicho”. Pero si tenía ojos de loco y su voz, tan ronca y las cosas que me había dicho, parecía un puto violador “¿y qué cojones hago yo en la cocina?” Me pregunté en voz alta al darme cuenta de donde estaba ¡La hostia! Había caminado en la dirección contraria a mi habitación sin darme cuenta “¡Me estoy volviendo loca!” Dije hablando conmigo misma; salí de la cocina y de nuevo subí las escaleras ¿Cómo se me había ocurrido dejarme follar por mi propio hijo? Todo había sido una maldita equivocación y lo peor de todo, es que eso nos marcaria la vida para siempre. Tenía que haberle hecho caso a mi cuñada cuando me pidió tener un rollo conmigo. ¡Menuda gilipollas que había sido! Ahora estaba como hace un año; ni mi marido, ni mi hijo, ni mi cuñada que seguramente ya se habría enrollado con alguna. Yo solo quería sexo, joder ¡Lo necesitaba! ¡Tenía derecho a gozar! ¿A caso era pedir mucho? Aferrada a la manija de la puerta de mi habitación, las lágrimas inundaron mis ojos y no podía entrar así a la habitación ¿y si mi marido estaba despierto?, ¿qué le cuento? Me senté en el suelo con la espalda apoyada en la puerta y me tapé la cara con las manos; me eché a llorar como una boba, pero es que ¡No podía más joder!

De repente se abrió la puerta y alguien salió. Alcé la cara sollozando y vi que era mi hijo.

— ¿Qué haces tú en mi habitación? —Pregunté ahogada por el hipo del llanto.

— Es mi habitación mamá, la tuya está más adelante— confundida, miré en la dirección que decía mi hijo y me di cuenta de que tenía razón

— Y encima me equivoco de puerta—dije y rompí a llorar desconsoladamente.

Mi hijo me contempló unos segundos, luego se agachó, pasó un brazo por debajo de mis piernas y el otro por encima de mis hombros y me alzó como si fuera una pluma. Al menos alguien se preocupaba por mí. Apoyé mi cara contra su musculoso pecho y seguí llorando, pero en silencio. Nos metimos dentro de su habitación y cerró la puerta apoyándose en ella. Me llevó hasta la cama, retiró el brazo que me sujetaba por debajo de las piernas y colocó su mano sobre mi vulva, di un respingo temí que quisiera aprovecharse de las circunstancias. Me sentó en el borde del colchón.

Mi hijo pretendía una cosa tan simple como esa ¡Sentarme! ¿Cómo podía haber pensado mal? ¿Qué clase de pensamientos retorcidos tenía yo? Igual que cuando retiró su mano de mi entrepierna ¡claro que me tuvo que rozar! Era inevitable joder. Él se sentó a mi lado y me abrazó los hombros con un solo brazo, apretándome contra su pecho. Le conté entre sollozos que me sentía una desgraciada. También le miré la polla, no me pude contener. 

Él trataba de tranquilizarme, dándome besos en la cabeza y acariciándome el pelo. Sus besos eran muy cariñosos y se me cerraron los ojos; enseguida me llené de ternura; en un santiamén paré de sollozar y me fui tranquilizando poco a poco ¿Quién mejor que un hijo para consolar a una madre? ¿A qué madre no le gustan los mimos de un hijo? De pronto, abrí los ojos, sin saber muy bien cómo, noté que su pene presionaba contra mis labios queriendo entrar en mi boca. Seguramente yo misma de forma inconsciente, me había agachado buscándola. Por eso, sin que me dijera nada, abrí la boca, y me enchufó su enorme polla; yo la mamé como si fuera un chupete. Qué rica me sabía, es como si fuera la primera vez que se la chupaba.

— No te sientas desgraciada mamá, yo te quiero mucho—decía mi amado hijo; noté un ligero vaivén, como si mi hijo me estuviera follando la boca, pero enseguida deseché ese pensamiento absurdo de mi cabeza ¿cómo se iba a aprovechar mi propio hijo de mí en un momento así? pero el caso es que su miembro entraba y salía de mi boca. Me sacó la polla de la boca y eso me confirmó lo equivocada que estaba.

— ¿Ves cómo te quiero? —Me dijo— tranquilízate mamá, ya pasó todo—su voz era tan tierna que ni si quiera me importó que me agachara la cabeza y me pusiera a lamerle los huevos.

Mientras le succionaba y le lamía, su polla se inflamó adquiriendo poco a poco un tamaño espectacular, el que a mí me gustaba. Vi como su prepucio se replegaba hacia atrás, liberando el cabezón enrojecido. Mi niño me había consolado con sus tiernos mimos y ahora le mostraba a su madre su majestuosa hombría toda empalmada ¡qué cipote más maravilloso!

Me tumbó de costado sobre la cama y volvió a cubrirme el cuerpo de besos, desde la cara, hasta mis pies. Encogida debajo de él, me estremecía continuamente. Me sentí orgullosa y halagada al mismo tiempo por la ternura que me demostraba mi hijo. Su polla descansaba encima de mi cadera y su enorme escroto resbaló hasta colgar junto a mis nalgas.

El contacto del sexo de mi hijo me produjo un escalofrío que me recorrió toda la espalda. A medida que él descendía besando mi cuerpo, su sexo también lo hacía. Ahora su glande presionaba mi vulva y separé la pierna gustosa por dejarle entrar. Mi hijo dio un empujón fuerte y seco y su glande entró, pero ¡Dentro de mi culito virgen!

Me quedé tan sorprendida, que no sentí nada, al menos dolor. Su polla se fue introduciendo poco a poco, con mucha ternura. Me preguntó si me dolía, le dije que sí, pero traté de relajarme, respirando hondo, entonces dio un empujón muy fuerte y me la metió entera. Di un grito espantoso. El dolor había sido terrible. Le dije que parara, le supliqué que lo dejara, que me dolía mucho y no quería seguir, pero no me sirvió de nada, mis quejas le excitaron todavía más. Me mandó callar y encima me recomendó que me dejara dar por el culo. Me insultó, me llamó cosas horribles, y empezó a meter y sacar su polla, follándome de forma salvaje.

Me asusté por haber gritado, era probable que hubiera despertado a mi marido; no me hubiese extrañado que entrara por la puerta. Aguanté la respiración unos segundos, pero mi marido no apareció. Poco a poco, la polla de mi hijo me daba placer y eso era lo que yo quería. Entonces me la sacó de golpe — ¿qué coño haces?—pregunté muy sorprendida mirándole.

— No paras de quejarte, ni de decir que te duele y no quiero hacerte daño mamá.

Me puse a cuatro patas y retrocedí hasta ponerme debajo de mi hijo ofreciéndole mi culito. Yo misma me puse su gran polla contra el ojete de mi culito, él sólo empujó; esta vez me la metió a base de empujones, no de golpe como al principio. Aguanté el dolor sabiendo que dentro de poco, el placer sería mayor. Que mi marido pudiera entrar, no me importaba nada. Mi hijo me tenía bien enganchada, y ya no podíamos parar, solo quería seguir sintiendo su maravillosa polla rompiéndome el culo y me corrí por primera vez en mi vida mientras me lo hacían por el culo.

El dolor seguía siendo intenso a veces; pero ahora el placer constante, se añadía a esa sensación. Yo jadeaba muy fuerte y gemía sin control, mientras mi hijo me follaba las entrañas pegado a mi espalda. Noté su aliento en mi cuello cuando jadeaba de gusto y cuando me llamaba puta, zorra, cerda, guarra, y mil cosas más.

— ¿Te gusta cómo te reviento el culo cacho puta?

— Me encanta, sigue así, pedazo de cabrón.

— ¿A qué papá no te folla así?

— Ni así, ni de ninguna forma ¡Ya no me folla! me gustaría que estuviera presente para que viera como su hijo me da por el culo.

— Qué hija de puta eres.

Agaché la cabeza metiéndola entre mis brazos y al ver cómo se me movían los pechos, me puse más cachonda. Estaba como loca. Qué empujones me daba el cabrón de mi hijo.

— Qué polvo me estás echando cabrón, tu padre nunca me ha follado así. Dame más ¡joder!

Al final se corrió jadeando sin control, llenándome el culo con su semen y yo le acompañé sintiendo cómo latía su polla dentro de mi culito. Me limpió su corrida con una toalla y me besó en la boca.

— ¡anda vete! zorrón —y me dio un azote en el culo

Volví a mi habitación. A mi cama, donde mi marido seguía durmiendo y me acosté un poco escandalizada por lo que había hecho. Me metí dos dedos en el culo; lo tenía muy abierto todavía, me los saqué, y me los chupé satisfecha, estaba muy, pero que muy excitada.

Todo cambió desde ese día. Ahora mi hijo me reclamaría también como hembra, no sólo como madre y ¿qué derecho tenía yo a negarme a mi propio hijo? Además, mejor que fuera mi hijo, a que fuera un desconocido. Estaba harta de mi vida sexual; ya era hora liberarme joder. Me encantaba yacer con mi hijo y copular con él, como si fuésemos animales en celo. Ya estaba decidido. Me iba a dejar montar por mi hijo todo lo que él quisiera y si mi cuñada quería comerme ¡qué me comiera!

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Terapia sexual 11 de 12

Terapia sexual 12 de 12 - Final

Terapia sexual 9 de 12

Terapia sexual 10 de 12

Terapia sexual 8 de 12

Terapia sexual 7 de 12

Terapia sexual 5 de 12

Terapia sexual 6 de 12

Terapia sexual 3 de 12

Terapia sexual 4 de 12

Terapia sexual 2 de 12

Terapia sexual 1 de 12