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La ventana indiscreta 3

en Amor filial

Ana, la enfermera gitana volvió al día siguiente para mis ejercicios. Me saludó con un simple ¡hola! Sin sonrisas todo el camino hasta llegar a la sala de rehabilitación lo hizo en silencio, allí intenté hablar con ella sabiendo que daría comienzo a un sinfín de insinuaciones, todas humillantes para mí, pero quería correr el riesgo.

—   Creí que hoy no vendrías a buscarme.

—   No me queda más remedio, soy tu fisioterapeuta. —contestó desplazándome con las poleas hacia el tanque de agua.

—   Me alegro de que seas tú.

—   ¡Ah! ¿Sí? ¿Por qué? —me preguntó desafiante.

—   Porque te considero una excelente profesional, si me recupero alguna vez será gracias a tus ejercicios, confío en ti al cien por cien.

—   No necesito que me hagas la pelota, así que ahórrate los cumplidos —encajé su primera coz—. Los ejercicios que estamos haciendo sólo son un preludio, digamos que un calentamiento para lo que te espera la semana que viene. —contestó con desdén.

Viendo que así no iba a ninguna parte opté por la cortesía para poner paz entre nosotros.

—   Por favor Ana, si te he ofendido de alguna manera te pido perdón, pero no me trates con desprecio, no me lo merezco.

—   ¡¿Ofenderme tú?¡ ¡Ni en sueños podrías ofenderme! —contestó soltándome otra coz.

Me armé de paciencia antes de contestar. 

—   Por si acaso vuelvo a pedirte perdón. —insistí.

—   ¡Si no te culpo! Ya me advirtió mi madre: “quien con niños se acuesta meado se levanta”.

Esa insinuación fue una un golpe muy bajo, más doloroso que sus anteriores coces. Me pensé la respuesta antes de contestar. Mi ordenado cerebro me decía que no insistiera más con ella pues las probabilidades de salir humillado eran muy altas pero “algo” me decía que siguiera intentándolo y la verdad es que Ana me atraía un montón. Hice caso a ese “algo” y seguí con actitud sumisa y humillada.   

—   Gracias por restregarme la edad que tengo, cuando quieras empezamos, esto está siendo muy desagradable.

Gracias a mi sumisión y cortesía ella se dio cuenta de su error y no dijo nada más. Se desnudó metiéndose en el tanque. Yo seguía mirando al agua, y ella me advirtió que empezábamos. Entonces la miré, seguía mosqueada conmigo pero menos. Volvimos a realizar las tres tandas de 10 sesiones con cada pierna. Al descansar de la primera pausa tuvo su momento de vanidad. Mirando distraída a la lejanía se ahuecó la braga del bikini mostrándome las dos nalgas a la vez. El gesto en sí fue de lo más inocente pero yo sabía que Ana lo tenía calculado, sino ¿por qué se giraba rápidamente a mirarme? Pues para asegurarse que lo había visto ¡Dios! Cuanto deseé haberme empalmado en ese momento.

En la pausa del segundo descanso casi se me caen los ojos. De la misma forma distraída se apartó la braga del bikini con una mano e introdujo la otra por la raja de sus nalgas haciendo que se rascaba y de nuevo se volvió rápidamente, solo que esta vez me sonreía con picardía. Yo también le sonreí pensando: ¡Cómo te gusta jugar conmigo! ¿De verdad te piensas que soy un niño inocente? Si pudiera te ibas a enterar Ana.

El colmo de su vanidad se dio al finalizar la tercera tanda. Lo primero que pensé fue: Qué más me vas a enseñar Ana. Pero me equivoqué, no me enseñó nada. Se acercó a mí subiéndose en el peldaño donde yo estaba sentado, apoyó las manos sobre el borde del tanque y se estiró para coger la toalla restregándome su pubis por la cara, luego me miró y se disculpó: — ¡Uy perdón! —. Así terminó mi rehabilitación ese día. De vuelta a la habitación hasta mi madre se dio cuenta de que Ana se despidió con un poco más de simpatía.

Después de la comida me dormí viendo la tele con mi madre. Mi abuelo llegó a las cinco y media, después de los saludos se llevó a mamá hasta un rincón y estuvieron cuchicheando, al regresar mamá a mi lado estaba pálida.

—   ¿Qué pasa mamá? —pregunté pero no obtuve respuesta.

—   ¿Abuelo? —tuve que recurrir a él.

—   Nada Pablo no te preocupes.

—   ¡Pero cómo no me voy a preocupar no ves la cara de tu hija! —mi madre seguía pálida.

—   Sólo te diré esto: antes de venir aquí he pasado por la comisaría para ver cómo iba el caso. Me han dicho que los asaltantes están localizados y su detención es prácticamente inminente.

—   Conforme, ahora cuéntame la mala noticia que imagino tendrá que ver con mi padre ¿no?

—   Eso no lo voy a hablar ni aquí, ni ahora, el domingo te darán el alta y nos iremos a mi casa, allí hablaremos.

—   ¡Hoy es viernes abuelo, cómo quieres que me aguante hasta el domingo!

—   ¡Basta ya Pablo! —me chilló mi abuelo y me callé de golpe—, compórtate como un hombre, ahora es el momento de que demuestres que lo eres, tu madre te va a necesitar más que nunca así que mímala y no añadas más problemas.

 Mamá se sentó en un sillón al lado de la ventana, apartada de mí. Miraba a la lejanía a través del cristal y parecía tan frágil. La miré impotente sintiendo que me desgarraba por dentro ¡Daría mi vida mamá por abrazarte ahora mismo! Dije para mí. Cuando empezó a llorar parecía una muñeca rota. Se me saltaron las lágrimas y miré a mi abuelo suplicándole con la mirada que le diera cariño pero él ya se acercaba hasta ella.

Con una mano abrazó la cabeza de mi madre pegándola contra su cuerpo, con la otra le acariciaba la espalda tratando de consolarla. Yo giré la cabeza, no soportaba ver a mi madre así. Vale que se había despreocupado de mí, que en los recuerdos que tengo de mi niñez aparece más la niñera que mi madre, pero ante todo era mi madre. En ese momento me invadió un sentimiento de cariño tan grande que me emocionó hasta el punto de llorar.

—   Tranquila hija, ya verás cómo todo se arregla, te lo prometo. —oí decirle a mi abuelo.

Pero ella no para de llorar con lo que aumentó mi congoja.

—   Escúchame Paula, tienes que ser fuerte, por ti y por tu hijo. —escuché de nuevo a mi abuelo.

Quise taparme los oídos y cerrar los ojos para aislarme de todo. Pensé en que sería lo que me contaría mi abuelo ese domingo pero enseguida cambié de idea, porque si me concentraba en ello al final hallaría una respuesta lógica y tenía miedo de esa respuesta.

—   Con cuidado cariño, así, despacito. —oí decir a mi abuelo.

¿A qué venía eso? Pensé, esas palabras no son las que se dan para consolar a una persona. Mi mente se puso a imaginar pero yo me giré antes y lo que vi me hizo tanta gracia que estuve a punto de romper a reír. Mamá le estaba mamando la polla a su padre y al parecer le ponía pasión, pero él sabía cómo dirigirla magistralmente, como siempre ¡Qué cabrón mi abuelo! No perdía ninguna ocasión.

Él me miró y me guiñó un ojo sonriendo, yo también sonreí. Entonces él le dijo a mi madre que parara pero ella no quería, tuvo que aplicarse con firmeza pero al final lo logró. Mi abuelo pasó por delante de mí con la polla tiesa, mamá le miraba deseando que volviera. Mi abuelo cogió la silla y la puso contra el pomo de la puerta, se dio la vuelta y se acercó a mi madre.

La cogió por las manos levantándola del sillón y la acercó poco a poco a la cama, ella se dejaba hacer sin dejar de mirarle a la cara, la ayudó a tumbarse a mi lado con la cabeza sobre la almohada. Enseguida vi claro lo que pretendía ¡Gracias abuelo! Dije para mí. Él arrimó su polla a la boca de mi madre que con un poco de dificultad engulló el gordo capullo. El abuelo le movía la cabeza marcando el ritmo de la mamada, parecía mecerla más que obligarla. Con gran dificultad logré ponerme de costado para verlo mejor, el abuelo me cogió una mano y la puso sobre un pecho de mi madre, así, mientras observaba le sobaba el pecho a ella. Supuse que mi madre tragaría con lo que fuera y me animé con esa idea.

Abandoné el blando pecho y deslicé la mano por la parte interior de su muslo, dirigiéndome despacio a su entrepierna. Logré presionar el bulto de su coño por encima de las bragas pero no pasé de ahí, mi madre me cogió la mano y me la puso sobre su pecho otra vez ¡Joder con mi madre! Yo sufriendo por su fragilidad y resulta que ella lo controlaba todo.

Pero me cansaba de mirar y sobarle la teta, —yo también quiero participar me dije—. Con mucho esfuerzo me arrimé más a mi madre y me vencí sobre ella, de esa manera pude pegar mi cara a la suya y en un descuido le arrebaté la polla de la boca y empecé a chupar yo. Ella no trató de recuperarla, se dedicó a lamer los huevos de su padre. La mano de mi abuelo se posó en mi coronilla y meció mi cabeza dirigiendo mi mamada.

Pasado un buen rato el abuelo nos advirtió que se iba a correr. Yo fui el primero que me ofrecí a tragarme su corrida pero mi madre me dijo que lo haría ella y después la compartiría conmigo, esa idea me pareció bien y dejé que ella se encargara mientras yo observaba.

Mi madre empezó a masturbarle al tiempo que le chupaba el capullo y cuando el abuelo avisó, se lo retiró de la boca apoyándolo sobre su labio inferior, para que yo pudiera contemplar cómo le bombeaba su leche. Mi abuelo tuvo una buena descarga, conté nada menos que ocho chorros de lefa que entraron directos en la boca de mi madre. Cuando el abuelo terminó de correrse yo le relamí el capullo arrebañando toda la leche que pude.

Nada más terminar de chuparle a mi abuelo, mi madre me cogió por la nuca y pegué mi boca a la suya. Bajo la atenta mirada de mi abuelo, mamá y yo jugamos con su corrida. Ella me pasaba el semen con la lengua y luego se lo pasaba yo, así estuvimos jugando unos minutos hasta acabar morreándonos. Cuando mamá me dijo que no tenía más yo lo comprobé metiéndola la lengua todo lo que pude, la hice cosquillas en el paladar (detrás de los dientes delanteros) provocando su risa y tuvimos que dejarlo. Entonces me quedé mirándola extasiado, no es que fuera una belleza como las modelos, pero para mí lo era todo porque era mi madre.

—   ¿en qué piensas?

—   En que te quiero y te amo más que nunca, pero estate tranquila, no te quiero como a una mujer, esto es distinto, es un amor que me sale de dentro mamá y es tan fuerte que me duele a veces.

Mi madre me selló la boca con sus labios y nos besamos dándonos toda la ternura que fuimos capaces, no fue mucha ya que mi abuelo me apartó para morrearse con ella.

Fin de la 3ª parte

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