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La ventana indiscreta.2

en Amor filial

La ventana Indiscreta

2ª Parte

Observé a mi madre de reojo mientras conducía. Su gesto serio denotaba preocupación. Estaba seguro de que no hacía más que darle vueltas al incidente que había tenido con su padre. Desde luego la despedida de ambos no podría haber sido más fría. No hubo abrazos, sus mejillas sólo se tocaron insinuando besarse dejando una separación entre ambos de al menos medio metro.

—   ¿Cómo te encuentras mamá?

—   Bien ¿por qué lo dices? —contestó fingiendo.

—   No sé. Te veo seria y tú y el abuelo os habéis despedido como dos desconocidos.

Fue decirle eso a mi madre y se desvió de la autovía tomando una salida donde se anunciaba una gasolinera —“Querrá echar gasolina al coche”—pensé sin embargo se detuvo en el área de descanso a escasos doscientos metros de la gasolinera, apagó el motor, se derrumbó sobre el volante y rompió a llorar. Decidí que lo mejor era dejar que se desahogara unos segundos antes de intentar consolarla. Si quería tener “algo” con ella debía aprovecharme ahora que estaba débil y vulnerable, el abuelo se la había follado y yo pretendía hacer lo mismo o al menos intentarlo y si no salía bien me conformaría con una mamada.

Le pasé un brazo por los hombros acariciándola, ella me aceptó, entonces con la mano que me quedaba libre logré sacarme la polla del pantalón, mi madre no se daba cuenta porque no miraba. Con mucha delicadeza le atraje hacía mí, sin forzarla, ella se dejó hacer confiada hasta quedar sobre mi regazo. Me agarré la polla le rocé los labios y ella me permitió que se la metiera dentro de la boca sin ninguna dificultad. Me extasié de placer sintiendo su lengua en mi capullo ¡No me lo podía creer! Me dije, pero era cierto, mi madre me la estaba chupando por propia voluntad, yo no la había obligado.  

El paso más difícil estaba dado, por lo tanto podía plantearle sin problemas mis pretensiones desde el principio.

—   Mamá ¿por qué no pasamos a los asientos de atrás? Allí podría follarte con más comodidad.

—   No Pablo prefiero hacerte “algo rápido” confórmate con eso.

¡Bueno, al menos lo he intentado! Me dije y seguí disfrutando de sus chupadas. Metí la mano por la blusa entreabierta y le apreté un pecho por encima del sostén, sólo pude hacerlo dos veces, a la tercera me apartó la mano, estiré el brazo para acariciarla el culo, sabía que no llevaba bragas porque se las había roto mi abuelo y no creía que tuviera otras de repuesto. Acaricié la redondez de su nalga saboreando su suavidad, su firme textura y su calor. Intenté separarle las piernas pero ella las apretó, esperé unos segundos y deslicé la mano directamente hacia su coño, estaba a punto de tocarlo cuando me sujetó el brazo impidiéndome llegar hasta su coño.

Me jodía su rechazo porque daba por hecho que yo era “el macho ideal” para una hembra “tan receptiva” como ella. Debería elegirme a mí también para aparearse. Yo era mucho más joven que mi padre o mi abuelo y por tanto más potente — ¡Me torturas injustamente mamá! ¿Por qué me niegas lo que le has dado a mi abuelo? Me dije lamentándome—. Ella estaba a lo suyo, chupaba o mamaba poniendo empeño y prisas para que me corriera cuanto antes — ¡Muy bien mamá no te negaré lo que tanto me reclamas! Me dije abandonándome al placer oral de mi madre— Estaba en la gloria, con el gusto en la punta del capullo para correrme cuando de repente la puerta de mi madre y la mía, se abrieron de golpe a la vez.

(A partir de aquí todo sucedió de manera vertiginosa. No recuerdo todos los hechos pero procuraré describir lo que recuerdo de la manera más exacta que pueda.

Alguien me coge por el cuello con fuerza y me echa hacia atrás con tanta violencia que pienso que me voy a estrellar contra el suelo, pero no me estrello, he quedado con el cuerpo en el asiento y la cabeza colgando. No me da tiempo a gritar pues enseguida una polla se mete en mi boca. En el lado derecho del pubis veo un tatuaje con la forma de dos rallos, me recuerda mucho al símbolo de las “SS” de la Alemania nazi. El fuerte olor a meados y sudor que desprende me da tanto asco que tuve una arcada.

Miré de reojo hacia arriba pero sólo veo una cara cubierta por un pasamontañas negro que se agacha y me grita que chupe. El miedo se apodera de mí y chupo lo mejor que puedo dadas las circunstancias. Es la primera vez que tengo una polla en la boca y pienso que si me esmero, a lo mejor nos dejan en paz. El asaltante sólo aguanta un minuto, me la saca de la boca y me empotra sus asquerosas pelotas contra los labios con una finalidad tan simple que no hace falta que me grite. Aguantando las ganas de vomitar paso mi lengua por la redondez de sus huevos, es entonces cuando me acuerdo de mi madre — ¿Estás bien mamá? —Chillé — El asaltante a su vez me grita — ¡Calla! — y empuja arañándome la cara con la cremallera de su bragueta. No es su ladrido el que me silencia, es mi mente, para pensar a toda velocidad en las dos palabras que le he escuchado decir a mi asaltante con el resultado de que es extranjero, posiblemente de algún país del Este de Europa. Dejo de pensar instantáneamente pues mi asaltante tira de mí con violencia hasta sacarme del coche, me coge con mucha fuerza del cuello y me gira hasta apoyarme el pecho sobre el asiento, mis rodillas permanecen sobre el arenoso suelo. Iba a gritar cuando vi a mi madre.

La pobre tiene la boca tapada por cinta americana y me mira con ojos desorbitados. El asaltante que está detrás de ella la está violando brutalmente. El golpear de sus muslos contra el culo de mi madre produce un ruido escandaloso y obsceno, ni siquiera los berreos de ella a través de su boca tapada consiguen acallarlos.

Me han bajado el pantalón y los calzoncillos, unos dedos humedecidos que no conocen la piedad se introducen dentro de mi ano — Para lubricarme— pienso. Imaginar en lo que van a hacerme me hace tiritar de terror, aun así miro a mi madre y le grito: — ¡Mírame mamá! Con el único fin de distraer su atención e infundirle ánimos. De pronto noto que una polla me penetra el ano con rapidez. El culo me arde y el dolor me atenaza. Mi asaltante empieza a moverse con decisión y firmeza. No me cabe duda de que sabe lo que hace y encima le gusta. Eso me hace pensar que es un sádico, quizá un sicario profesional.

Mamá y yo nos movemos un momento casi al unísono hasta que el violador de mi madre acelera las embestidas, las interrumpe segundos después propinándole a mi madre un empujón tan fuerte que hace que nuestras cabezas entrechoquen, a continuación escuché el resoplido de búfalo que daba el violador  mientras le bombeaba su lefa a mi madre.

Mi violador me ha sacado su polla del culo y de improviso me agarra otra vez por el cuello y me arroja contra el suelo. Me puse a gatas y en un arrebato de ira le eché valor y grité  — ¡ya está bien hijoputa! — el tío se queda parado, sorprendido por mi reacción. Me arrojé sobre él, logré quitarle el pasamontañas y le pegué un puñetazo en la mandíbula. Me miré la mano dolorida y de repente recibí una patada en el costado que me tiró al suelo; había otro atacante que no había visto. Entre los dos me ponen a gatas sobre el suelo y uno de los dos me ensarta el culo con violencia y empieza a follarme salvajemente. Mi mente percibe con claridad que no se trata del primer violador pues ésta otra polla es más larga. El culo me arde de nuevo pero es el aplastamiento de la próstata el que provoca que el dolor que siento sea insoportable. Otro atacante me agarra la polla y me la estira con fuerza (como si quisiera arrancármela) añadiendo más dolor al que ya siento, luego me aprieta el escroto con tanta fuerza que se me nubla la vista, pienso que mis huevos van a explotar. El intenso dolor me hace ver borroso, no puedo respirar, me arden los pulmones y empecé a verlo todo negro.

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Abrí los ojos y percibí claridad pero no logré enfocar la vista — ¡Hay alguien ahí! —Grité — ¿Me escucha alguien? ¿Dónde estoy? — El silencio es tan absoluto que por un momento pensé que estaba muerto. Cerré los ojos negándome a aceptarlo pero al volver a abrirlos sucedió lo mismo: silencio absoluto. Resignado, cerré los ojos de nuevo y me abandoné a mi destino.

Al abrirlos de nuevo percibí la misma claridad con la excepción que ante mí surgieron dos manchas negras — ¡Son caras! Me dije — y les grité para llamar su atención pero o no me escuchan o no son personas como creí al principio porque no sucedió nada, las manchas desaparecieron de mi vista y volví a cerrar los ojos.

De repente abrí los ojos ¿Cuánto tiempo habrá pasado? Pensé porque la claridad era mayor, la vista la tenía borrosa pero se aclaró enseguida permitiéndome ver lo que parecía una ventana. Parpadeé varias veces y al fijarme vi de nuevo la misma ventana.

—   ¡Eh! Me alegro que hayas vuelto —dice alguien de repente y asoma su cara ante mis ojos.

—   ¿Eres un ángel o producto de mi imaginación?

—   Ni una cosa ni la otra —contesta riendo— soy enfermera y me llamo Ana. Ahora voy a avisar al médico de que ya has despertado.

Me quedé embobado viendo cómo salía por la puerta — ¡Vaya! Después de todo no estoy muerto— me dije y me puse a pensar en Ana, la enfermera morena de ojos color miel y piel oscura, como una gitana. Intenté moverme para incorporarme un poco pero sentí un ardor en el culo que me dejó sin fuerzas, lo peor es que no se me movieron las piernas. La puerta se abrió de golpe y apareció un tío con bata blanca de unos cuarenta y tantos años.

—   ¿Cómo te encuentras Pablo? ¿Sientes alguna molestia? —me preguntó de repente.

—   ¿Dónde estoy? —le contesté sin hacer caso a sus preguntas.

—   En un hospital, dime ¿cómo te encuentras?

Antes de contestar me dije que este tío era un borde — ¡Ya sé que estoy en un hospital! No soy idiota! —.

—   Supongo que me encuentro bien.

—   ¿Notas algún dolor?

—   Me duele mucho el culo, también noto hormigueo en las piernas, sin duda las tengo dormidas— su cara y la de Ana se ponen serias de repente.

—   Espera, voy a comprobar una cosa. —dice.

Retira la sábana que me cubre y veo que estoy desnudo de cintura para abajo. Los ojos de Ana se clavan en mi polla unos segundos pero enseguida me mira y sonríe en cambio yo noto cómo me arden las mejillas de vergüenza. El médico sacó un artilugio parecido a un bolígrafo con el que me pinchó en distintas partes de las piernas y pies. Lo bueno según él es que notaba el pinchazo, lo malo es que en algunas partes no los sentía con la misma intensidad.

—   Esto es mejor de lo que pensaba, yo creo que en pocas semanas, un mes a lo sumo podrás caminar de nuevo.

—   ¡Un momento me está diciendo que estoy paralitico!

—   Yo no emplearía ese término tan tajante, digamos que estás imposibilitado momentáneamente para andar y eso es una gran ventaja para ti.

—   ¡Pero si yo estaba bien ayer por la tarde! ¿Cómo me ha pasado esto? —dije desesperado.

—   El cómo te lo dirá la policía más adelante, yo sólo puedo hablarte de las lesiones que traías cuando ingresaste hace 48 horas.

—   ¿Me está diciendo que llevo aquí 2 días? —dije alucinando pues creí que sólo había pasado la noche anterior.

—   Así es. Verás Pablo. Tanto tú como tu madre sufristeis un asalto brutal y salvaje. Ella está muy magullada, pero bien, no te preocupes. La tuvimos sólo unas horas en observación y luego la dimos de alta, más tarde verás a tu familia, pero deja que siga.  Tú en cambio sí que tenías lesiones y bastante serias. Las vértebras L3, L4, L5 y L6 las tenías fracturadas y he tenido que operarte para ponerte unas placas a ambos lados de las vértebras para que las sujeten y así evitar que se rompan, lo que conllevaría a lesiones mucho más graves. Entonces sí que hablaríamos de parálisis en los miembros inferiores —me dio unos segundos para asimilar la noticia y prosiguió— en el recto presentabas varias lesiones, la más importante, un desgarro a dos centímetros del ano que tuvimos que suturar con cuatro puntos. Por eso habrás notado molestias en esa zona y si no, las notarás, entre otras cosas tuvimos que introducirte gasas para que la herida no se te infectara.

—   Vamos que me han roto el culo y la espalda. —dije haciendo un resumen.

—   Más o menos eso, sí.

—   Pero ¿por qué?

—   A esas y otras preguntas te contestará la policía, está ahí afuera esperando a pasar.

—   Y dice que mi madre está bien. —insistí y el asintió con la cabeza.

—   Bueno ahora tengo que irme, nos veremos mañana ¡Ah! Hoy de momento evita moverte.

El médico se dirigió a la puerta, Ana estaba parada mirándome pero no sabría decir que sentimiento era el que le inspiraba yo exactamente. El médico la llamó y ella se fue tras él; al abrirse la puerta vi a mi madre unos segundos.

A continuación entraron dos policías de paisano, un hombre y una mujer. Me enseñaron sus placas de policía y por detrás, les vi las pistolas enfundadas en la cintura. Hicieron las preguntas de trámite y después fuimos al grano, les conté todo lo que recordaba. Me preguntaron que hacíamos  mi madre y yo en el área de servicio, les dije que suponía que al coche se le encendió alguna luz de alarma, ellos se miraron dos segundos pero no dijeron nada. Al llegar mi turno de preguntas me contaron que yo le había quitado el pasamontañas a uno de ellos. Por eso me patearon en el suelo hasta que dejé de moverme, seguramente creyeron que estaba muerto.

—   ¿Crees que podrías identificar al que le viste la cara?

—   Por supuesto, además uno de ellos llevaba un tatuaje, no sé si es la misma persona.

—   Es muy importante que me digas cómo es el tatuaje y en qué lugar del cuerpo lo tiene, piénsatelo si quieres.

—   No hace falta lo recuerdo perfectamente, el tatuaje son dos rayos parecidos a los de las “SS” de los nazis y lo tiene en el pubis, cerca de la base de la polla. Me fijé en él mientras me obligaba a chupársela.

Los policías se miraron un momento, ella me cogió una mano y me la acarició cariñosamente para darme ánimos. Me prometieron que los cogerían y se marcharon, tras los policías entró toda mi familia.

Mi padre se quedó de pie mirándome con cara pálida y sin saber qué decir. Mi madre llevaba unas gafas grandes de sol que no se quitó, rápidamente rodeó la cama y se abrazó a mí llorando. Mi abuelo fue el que más me conmovió al verle llorar en silencio a mi lado. Me dolía que yo fuera el causante de sus lágrimas pero no podía hacer nada por evitarlo. Mis padres me preguntaron cómo me encontraba, mi abuelo permaneció en silencio con cara de sufrimiento. Charlamos un rato de mi estado de salud pues cuando le pregunté a mi madre cómo estaba ella desvió toda mi atención centrándola únicamente en mí, al rato me cansé, me dolía la cabeza y les dije que quería dormir un poco.

Mi padre salió lo mismo que entró (sin darme un beso) en cambio mamá sí que me besó y en los labios nada menos y no fue un piquito sino un beso largo, tierno y muy cariñoso. Al despegarse de mi boca me lamí su saliva de mis labios. Mi abuelo me dio un beso y un abrazo tan cargado de sentimiento que no hizo falta que me dijera nada, no obstante me dijo que pasaría la noche conmigo. Los tres salieron de la habitación y yo cerré los ojos y me dormí.

La puerta se abrió de golpe y me desperté de un sobresalto. Apareció una mujer gordita, mayor que mi madre con una bandeja en las manos, me dijo que era mi comida y la dejó sobre una mesita a los pies de mi cama y se fue. Quería haberle preguntado cómo podía hacer pis pero no me dio tiempo. Esperé a que viniera alguien para acercarme la bandeja de la comida, ya que el médico me había prohibido moverme. El reloj de la pared marcaba la una y cinco. A las dos menos veinticinco me quedé dormido muerto de aburrimiento, ni siquiera me enteré que me habían retirado la bandeja de comida.

Desperté de nuevo a las cinco de la tarde, el estómago me crujía de hambre y la vejiga la tenía a reventar de pis. Sentada al lado de la cama, mamá miraba por la ventana sumida en sus propios pensamientos. Llevaba puestas unas gafas de sol con cristales grandes y negros. Se levantó y me abrazó pero enseguida volvió a besarme en los labios transmitiéndome un cariño hasta entonces desconocido para mí, ya que ella siempre me ha besado en la cara. Me mosqueé ¿A qué se debía el cambio de actitud de mi madre? Me pregunté.

—   Me han dicho que no has tocado la comida.

—   Claro, me la dejó una tía gorda y vieja en esa mesa (señalé la que estaba a los pies de mi cama) y como el médico me ha prohibido moverme qué querías que hiciera ¿volar?

—   ¿No ha venido nadie a darte de comer? —preguntó y yo negué con la cabeza— me van a oír. —dijo y salió de la habitación.

Regresó veinte minutos después con una bolsa de plástico en las manos que dejó sobre la mesita a los pies de la cama.

—   ¿Y papá no viene? —pregunté extrañado.

—   No cariño, está muy liado con los abogados del abuelo, ya sabes que nos va a ayudar con la situación tan difícil que tenemos.

—   Pues no lo sabía, no me lo dijiste esa tarde.

—   No hablemos de eso ahora y come.

Mamá me tendió un sándwich de jamón y queso que devoré en un abrir y cerrar de ojos, me dio otro y cuando me estaba comiendo el tercero que era de ensaladilla le dije que tenía sed. Se levantó, sacó de la bolsa de plástico un bote de refresco de cola y me lo tendió. Mi vejiga ya de por sí a punto de reventar protestó con un retortijón.

—   Mamá me estoy meando. —le dije.

Ella dobló la cintura para buscar en la parte inferior de la mesilla que estaba al lado de la cama, pude verle las braguitas y la parte inferior de su precioso culo. Al erguirse tenía una botella de plástico en la mano y alargué la mía para cogerla.

—   ¡No! Que estás comiendo, ya te pongo yo. —me dijo dejándome mudo de asombro.

—   Mamá de verdad que no es necesario, déjame a mí.

—   No es higiénico Pablo, luego no podrás lavarte las manos y eso es una cochinada.

—   No me importa de verdad. —insistí.

—   ¿Es que no puedo sujetarte la polla mientras meas?

—   Es que llevo mucho tiempo haciéndolo yo, pero claro que puedes. —dije asombrado por la forma en que me había hablado, no era normal.

—   Pues venga tú sigue comiendo que es lo que más me importa.

Mi madre tenía metida la mano por dentro de la sábana por lo que no podía ver nada. Seguí comiendo y bebiendo y al terminar mi madre me hizo una pregunta que me dejó helado.

—   Pablo hijo haz por mear que llevo un cuarto de hora esperando.

—   Pero mamá si yo estoy esperando a que me la sujetes.

—   Te tengo agarrada la polla Pablo.

Entonces levanté la sabana me apoyé sobre los codos y me incorporé un poco aguantando el dolor de mi culo. Efectivamente mi madre me tenía bien agarrada la polla y apuntaba mi capullo contra la boca de la botella. Me quedé mirando como atontado unos segundos.

—   ¡Hostias mamá que no siento tu mano! —dije preocupado.

—   ¿Qué? Bueno a lo mejor se te ha dormido, espera.

Mi madre empezó a sobármela y al ver que negaba con la cabeza, soltó la botella de plástico y empezó a sobarme los huevos también con el mismo resultado, entonces me descapulló y me rozó la punta del capullo con la yema de su dedo gordo varias veces ¡Nada! Me apretó el capullo varias veces ¡Nada! me acarició los huevos y los apretó con cuidado ¡Nada! mi preocupación se convirtió en ansiedad porque ¡No me sentía los genitales!

—   No sé qué más hacer cariño. —me dijo muy preocupada.

—   Yo tampoco mamá. —contesté resignado.

—   ¿Y si te la chupo? A lo mejor así…

—    Mamá por favor cómo vas a hacer eso.

—   Escúchame Pablo, haría eso y más, te daría mi vida con tal de que tú siguieras viviendo. —dijo agachando ya la cabeza.

—   Pero ¿Y si me meo cuando tú…?

—   Eso déjalo de mi cuenta. Cuando te cambiaba los pañales o te secaba después de bañarte me gustaba besarte todo el cuerpo, pero lo que más me gustaba era meterme tu colita en la boca para sentir cómo se te estiraba, más de una vez me has meado y yo me lo he bebido, así que no será la primera vez.

No supe qué decir y ella optó por meterse mi polla en la boca. La veía mover la lengua pero echaba de menos sus preciosos ojos verdes y le quité las gafas, intentó impedírmelo pero ya era tarde. La cara de mi madre estaba tumefacta. Los moratones eran de color negro, azul oscuro y amarillento. Esos hijoputas le habían pegado una buena paliza, me quedé roto de dolor al verla así, la rabia y la impotencia me hicieron llorar.

—   No pasa nada cariño estoy bien. —decía mi madre intentando consolarme.

—   Todo ha sido por mi culpa.

—   ¡No! No se te ocurra volver a decir eso. La culpa es de los malnacidos que nos atacaron. —dijo abrazándome.

—   Si no te hubiera obligado a chuparme la polla esto no habría pasado.

Mi madre me cogió la cara entre sus manos.

—   Tú no me obligaste a nada Pablo, yo quería hacerlo.

—   Pero ¿por qué? No lo entiendo mamá.

—   Yo, me sentía muy deprimida y el cariño que me diste en ese momento fue como un bálsamo para mí, por eso quise recompensarte.

Lo que me dijo mi madre en ese momento me llegó muy hondo y en vista de su sinceridad le confesé lo que vi aquella tarde aciaga.

—   Si esa tarde no hubiese visto lo que pasó entre el abuelo y tú, yo no habría intentado nada contigo, siempre te he respetado mamá y tú lo sabes.

—   ¿Lo viste todo? —dijo poniéndose pálida.

—   Estaba en la piscina y oí vuestras voces. Al saber de dónde venían, me acerqué y tapado por los arbustos miré por la ventana. Se escuchaba todo lo que gritabais. Pasé mucho miedo pensando que el abuelo te iba a pegar cuando se quitó el cinturón pero al ver cómo lo utilizó se me pasó el miedo y comencé a excitarme como jamás en mi vida lo he estado. —dije esto último avergonzado.

—   Supongo que es lo normal en vista de lo que ocurrió.

—   No lo sé pero tampoco es normal que tu propio padre te viole. Esperaba que me llamaras mamá, que pidieras socorro, si lo hubieras hecho sabes que con mi presencia en el despacho habría sido suficiente para detener aquella locura, pero ni una sola vez pronunciaste mi nombre ¿por qué?

—   Porque no quería involucrarte en mi discusión con mi padre. Podría haberte llamado cuando me di cuenta de lo que me iba a pasar, por un momento lo pensé… —mamá hizo una pausa pero continuó— pero en cuanto mi padre me metió su polla perdí el mundo de vista ¿me entiendes?

—   Por eso te dejaste follar.

—   Sí. —contestó ella mirando hacia abajo.

—   Contéstame otra cosa ¿te gustó?

Mamá me mira antes de contestar. Para ella debe de ser difícil y extraño hablar de estas cosas por primera vez conmigo.

—   No solo me gustó, el placer me vino tan deprisa que me volví loca. Jamás había experimentado tantas sensaciones juntas, el único hombre con el que me he acostado ha sido tu padre hasta ése momento. Pablo ya tienes edad para comprender que no quería que me vieras en esas circunstancias, por eso no te pedí ayuda.

—   Lo comprendo mamá… pero ¿a qué se debe ese cambio de actitud conmigo? Siempre me has tratado como a un niño. Ni tú ni papá os habéis preocupado nunca de por qué paso tantas horas encerrado en mi habitación.

—   Sabíamos que no hacías nada malo, sólo estudiar mucho, de ahí nuestra despreocupación.

—   Pues aparte de estudiar me hacia todas las pajas que me apetecía viendo videos porno en internet ¿sabías eso?

—   No, no lo sabía y tu padre nunca me dijo nada acerca de eso.

—   Ya, y si lo hubieras sabido estoy seguro de que no te hubiera importado.

—   No seas tan cruel conmigo hijo.

—   Sigo sin entender a qué viene ahora tanto cariño y tanto beso en la boca.

—   Si tanto te molesta dejaré de hacerlo. —dijo llena de tristeza.

—   Tampoco es eso mamá y tú lo sabes… me encanta que me trates así, y que me beses en la boca, es algo con lo que llevo soñando hace tiempo.

—   Aquella tarde en casa de mi padre, cuando te vi esa preciosa polla que tienes, me di cuenta de que casi eres un hombre. No pude evitar excitarme al verte tan empalmado. Si me puse nerviosa no fue sólo por verte, sino porque me entraron unas ganas terribles de comértela allí mismo, pero no podía estando mi padre delante, por eso cuando más tarde surgió esa posibilidad, lo hice sin pensármelo.

—   Me encantó que lo hicieras mamá.

—   Como madre me siento orgullosa al ver en lo que se ha convertido “esa colita” que yo chupaba hace 15 años.

De repente sentí un calambre doloroso en el vientre y me quejé.

—   ¿Qué te duele hijo? —preguntó alarmada.

—   Creo que me meo mamá, ponme la botella ¡rápido!

Ella no me hizo caso me agarró la polla y se la metió en la boca, mirándome y esperando. Y sucedió, empecé a mear. No sé con cuanta fuerza, no era consciente. Miraba a mi madre viéndola tragar y de repente sentí un inmenso cariño hacia ella, a su vez ella me miraba con ternura y la clásica preocupación de madre. Un minuto después, se sacó mi polla de la boca y la agitó en el aire por lo que supuse que ya había acabado todo.

Mamá se levantó con la intención de entrar en el baño pero le cogí una mano y tiré de ella hasta conseguir que se sentara a mi lado. La cogí la cara con las manos con la intención de besarla.

—   Espera que me enjuago la boca.

—   No.

—   Pablo es una guarrería

—   Es mi primer beso así que tendrás que enseñarme mamá.

Si ella no había sentido el menor escrúpulo, yo tampoco. Pegué mi boca a la suya, ella abrió sus labios y separó los míos con su lengua, penetrando rauda en cuanto abrí la boca. Nuestras lenguas se enzarzaron en una lucha titánica hasta que nos dolió la mandíbula. Como la proximidad de ella me lo permitía le toqué un pecho, al ver que se dejaba lo apreté con suavidad sintiendo su endurecido pezón en la palma de mi mano. Volvimos a besarnos de nuevo. Esta vez, mientras mi madre me enseñaba los secretos del arte de besar mis manos apretaban y acariciaban sus pechos. Estaba muy excitado pero mi polla no daba signos de vida. Intenté meterle mano en el coño pero me lo impidió diciéndome que no eran ni el momento ni el lugar.

—   ¿Cuándo llegará ese momento mamá? —susurré en sus labios.

—   Cuando vuelvas a casa, hasta entonces tendrás que conformarte con mis besos.

Después de eso ella encendió la tele que había sobre un soporte en la pared. Y la vimos juntos, eso sí, mamá tenía la mano por dentro de la sabana, según ella si me estimulaba me recuperaría antes, lástima que yo no sintiera nada. En cuanto a mi padre, ni se acordó de él ni yo tampoco. Sentía una extraña sensación, como si mis padres se hubieran divorciado.

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El abuelo entró en la habitación a las ocho de la tarde, disculpándose por no poder haber venido antes. Mamá se puso de pie al verle. Le dije que no se preocupara, mi madre me había cuidado. Mi abuelo rodeó la cama para besarme a mí primero en la cara, beso que yo le devolví. Me entregó un libro que me había comprado para que me entretuviera, trataba sobre sociología, se lo agradecí dándole un emocionado abrazo, mi abuelo me conocía perfectamente.

Entonces se volvió a mi madre y se abrazaron. El abuelo cogió la cara de mamá entre sus manos besando con ternura los moratones de sus ojos, luego se miraron a la cara un momento y mi madre tomó la delantera besándole en la boca, un segundo después se morreaban enzarzados en un fuerte abrazo. Me quedé hipnotizado viendo a mi madre restregarse contra el paquete de su padre y a éste amasar el culazo de su hija ¡Daba gusto verles tan cariñosos!

Mi abuelo me hizo otro regalo que me gustó mucho más que el libro, pues según besaba a mi madre le fue subiendo el corto vestido hasta dejar su culo a la vista. Las preciosas braguitas blancas eran tan pequeñas que apenas podían contener las voluptuosas nalgas de mi madre ¡La visión era espectacular! Y lo mejor es que a ella no le importó y se volvió para mirarme con una sonrisa pícara.

Mi madre se marchó a las nueve y media, dejándonos cenados al abuelo y a mí. Vimos una película en la tele que terminó a las doce y cuarto de la noche. Momento en que mi abuelo apagó la tele para poder charlar un rato. Cuando le conté lo de mi insensibilidad en mis genitales se mostró preocupado y dijo que al día siguiente estaría con mi madre para hablar con el médico. Comenté con el abuelo lo del asalto mostrándole mi preocupación por mi madre. A saber qué clase de infierno había sufrido, sólo imaginarlo me sumía en la desesperación. Me costaba creer que una mujer que ha pasado por este trance se mostrara tan serena, tarde o temprano algo se rompería dentro de ella y entonces ¿qué?

—   Conozco a mi hija y sé que es fuerte, saldrá de ésta si entre los dos la arropamos y le damos cariño y toda clase de mimos. Sé lo que le pasó Pablo, me lo ha contado sólo a mí, ni a tu padre ni a la policía y no sé si debería contártelo a ti.

—   No entiendo por qué abuelo, parece que tú y mamá os habéis puesto de acuerdo para ocultarme algo.

—   No digas tonterías Pablo.

—   ¡No! No son tonterías abuelo. Lo que le hicieron casi prefiero no saberlo, me pongo enfermo cada vez que pienso en ello, pero cada vez que os pregunto si va a venir mi padre a verme, os ponéis serios y me contáis excusas baratas. Quiero saber lo que está pasando, tengo derecho a saberlo y tú abuelo tienes que contármelo, eres mi mejor amigo y confío en ti porque jamás me has mentido. —mi abuelo se emocionó al escucharme.

—   A tu pobre madre la violaron los cinco encapuchados, uno detrás de otro, luego empezaron a pegarle puñetazos en la cara, en ningún otro sitio, sólo ahí. Cuando cayó al suelo la mearon carcajeándose de ella, después entraron en su coche y se fueron, otro coche les seguía pero no se quedó con la matricula. No tuvo tiempo para preocuparse por sí misma, porque al verte tirado en el suelo, con el culo desnudo empezó a chillar. Un hombre que echaba gasolina en su coche la escuchó y alarmado avisó a los de la gasolinera, el resto te lo puedes imaginar ¡Ves por qué no te lo quería contar! —dijo mi abuelo al verme llorar.

—   Sigue por favor, estoy bien.

—   En cuanto a tu padre, los policías que hablaron contigo esta mañana, esperaron a que te saludara y le pidieron que les acompañara a comisaría para hacerle unas preguntas.

—   No lo veo lógico ¿qué puede saber él del asalto si no estaba? Supongo que siguen un procedimiento ¿Dónde está el problema?

—   Que todavía no le han soltado, aun le están interrogando. —contestó mi abuelo mirando a la lejanía.

Me quedé callado. No podía ser. Tenía que haber un error ¿Qué podía saber mi padre de las personas que nos atacaron? Todas estas preguntas, más la mala situación familiar, la visita aquella tarde a casa del abuelo las procesó mi cerebro y en menos de cinco minutos obtuve una respuesta. Eran tanta la certeza de que esa respuesta fuese la verdad que me quedé sin habla. Me cabreé con mi cerebro diciéndole que se equivocaba, que eso no podía ser, que buscara otra respuesta pero una y otra vez me daba el mismo resultado. Entonces dejé de dudar de mi cerebro y envuelto en una desilusión como nunca he sentido recité la respuesta sin pestañear, mirando yo también a la lejanía.

—   Tendría sentido el interrogatorio a mi padre basándome en la hipótesis de que tiene deudas de juego. Hay una altísima probabilidad de que el acreedor sea o pertenezca a una mafia de blanqueo de dinero, sólo así cuadra que unos sicarios profesionales como ha dicho la policía nos atacasen a mí y a mamá. La amenaza, las palizas, la extorsión o el secuestro son la forma habitual de presionar de las mafias.

—   A veces esa mente privilegiada que tienes me asusta. —dijo mi abuelo sin mirarme.

—   No abuelo, di mejor que mi cerebro te acojona a veces. —contesté rectificándole también sin mirarle.

Nos quemaos un rato en silencio.

—   ¿Te das cuenta ahora de por qué me acojonas hijo? No sólo interpretas cosas, también parece que las adivinas, me pregunto si no serás un peligro para ti mismo.

—   ¿Tú que crees abuelo? —dije girando la cabeza para mirarle.

—   Lo que crea no me importa Pablo, aunque fueras el mismísimo Satanás te seguiría amando igual porque eres mi nieto.

Sé que la respuesta de mi abuelo era tan sincera y cierta como las lágrimas que caían de sus ojos. Me hice una pregunta: ¿Mi abuelo sentía miedo de mí o estaba emocionado? Lo primero no tenía sentido, en cuanto a la segundo, es lo que tiene el amor sincero, emociona hasta tal punto que a veces se vuelve doloroso, de ahí que lloremos emocionados, aunque la emoción entraña a veces otros sentimientos, todo depende del contexto en que suceda o de la realidad en que vivas.

—   Anda abuelo siéntate en la cama, aquí a mi lado.

Una vez sentado le pedí que me ayudara a ponerme de lado. Protestó porque el médico había dicho que no me moviera, pero me daba igual. Con un poco de dificultad debido a mi torpeza conseguimos que me pusiera de lado, en parte gracias a que  el culo ya no me dolía tanto, podía soportar las molestias. Me abracé a su cuerpo apoyando mi cara sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón, escucharlos me tranquilizaba. Al tener la camisa abierta metí la mano por dentro y acaricié el pecho cubierto de pelo blanco como el de su cabeza. Me paré en su tetilla y empecé a acariciar el pezón con la yema de mis dedos, sólo paré cuando se le puso tieso y duro.

Mi abuelo se desabrochó la camisa  del todo y guió mi boca hasta su pezón. Me entretuve pasándole la lengua alrededor, le di varios toques con la punta y luego arrimé los labios y empecé a mamar, acariciando el otro pezón con mis dedos. Fue precisamente esa mano la que me cogió para que le tocara la polla. Palpé su gordo miembro con la mano y lo agarré pon encima del pantalón. Mi abuelo me hizo mamarle ambos pezones. Un rato después se levantó de la cama, cogió la silla y la colocó contra el pomo de la puerta, para que en el caso improbable de que viniera alguien pudiera sorprendernos.

Se acercó a la cama y se desabrochó el pantalón, se bajó la cremallera de la bragueta y se los bajó junto con los calzoncillos, me quedé anonadado al verle la polla. Él volvió a sentarse a mi lado en la cama. Apoyé mi cara sobre su pecho y le acaricié un pezón mirándole la polla, me gustaba ver cómo se le estiraba con mis caricias. Sustituí mi boca por mis dedos y mientras le lamía el pezón le busqué la polla. Me llené toda la mano, la agarré con fuerza sintiendo que se empalmaba cada vez más. La solté para agarrarle los huevos. Se los sobé  de uno en uno, deslicé la yema de mi dedo por debajo de su escroto hasta que llegué a la piel rugosa de su esfínter. Acaricié alrededor un poco y me paré, entonces empujé intentando penetrar en su ano, mi abuelo gimió de placer, empujé otra vez y mi dedo entró en su ano hasta el nudillo. Estuve un rato metiéndolo y sacándolo, pensando que de haber podido me follaría a mi abuelo.

Pero él ya tenía sus propios planes, me agachó la cabeza y me metió su polla completamente empalmada dentro de la boca. Me acordé de lo que dijo mi madre cuando decía: — “Es muy gorda, es muy gorda” — y tenía razón, era muy gorda, parecida a la mía, por eso sólo pude engullir su capullo y poco más. Deslicé la lengua alrededor del glande tanteando el frenillo, mi abuelo volvió a gemir, le di unos cuantos toques más para hacerle gozar, luego dirigí la punta de la lengua al agujero de su uretra, unos cuantos toques en ese punto provocaron que destilara el líquido preseminal, que saboreé antes de tragármelo. Con la mano le acariciaba los huevos, jugando con la suavidad de sus pelillos blancos.

Mi abuelo me sujetó la cabeza con su mano dirigiendo mis movimientos. Tan pronto me retiraba de su polla como me guiaba hasta sus huevos. Se los lamí y besé hasta saciarme y de nuevo me guiaba a su polla a la que prodigaba todo tipo de cariños, desde besos hasta mamadas muy prolongadas. Pasado un rato, la excitación de mi abuelo había aumentado muchísimo y decidí que había llegado el momento de hacer que se corriera. Apreté los labios en torno a su capullo y comencé a masturbarle lentamente, pero a los pocos segundos detuvo mi mano, se levantó poniéndose de pie y se acuclilló sobre mi cara, me cogió por la nuca y me guió hasta su culo.

Rocé los alrededores de su esfínter con la lengua, le besé el esfínter notando que se le contraía, lamí los pliegues de su piel. Mi abuelo gemía sin parar. Unas veces soltaba el aire muy despacio y otras lo soltaba de golpe, como una olla a presión. Cuando comprendió que no podía aguantar más, volvió a ponerse de pie y se sentó en la cama a mi lado. Acerqué mi cara a su tetilla, le besé el duro pezón y se lo lamí. Me cogió la mano llevándomela hasta su polla y le masturbé. Unos minutos después me agachó la cabeza metiéndome la polla en la boca y comenzó a bombearme su tibia y espesa leche. No tenía experiencia en eso pero me la tragué sin problemas, además, no soy escrupuloso con mi abuelo. Le mamé la polla hasta asegurarme que ya no le salía más lefa, entonces volví a apoyar la cara sobre su pecho. Estuvimos bastante rato callados hasta que decidí hablarle.

—   Abuelo la tarde que fuimos a tu casa mamá y yo, vi todo lo que ocurrió en tu despacho —tuvo un sobresalto pero proseguí— estuve todo el tiempo mirando por la ventana, los arbustos que colocaste delante me tapaban perfectamente.

—   No los coloqué por eso, son jazmines. Escucha Pablo lo que ocurrió aquella tarde nunca debió pasar, tu madre y yo perdimos los papeles.

—   ¿Cuántas veces te has follado a mi madre?

—   Sólo una y fue esa tarde.

—   Entonces deberías dar las gracias al destino por haber perdido los papeles. En circunstancias normales el incidente os habría alejado sin posibilidad de reconciliación, en cambio a vosotros os ha unido más que nunca que yo recuerde, eso quiere decir que estabais predestinados a copular tarde o temprano.

—    Supongo que es así como tú dices. —contestó pero en sus palabras detecté que “algo” me ocultaba.

Se levantó y caminó desnudo hasta el baño, casi enseguida oí el potente chorro de su meada, vació la cisterna y regresó pero al ir a sentarse en la cama le detuve.

—   Ponte de rodillas encima de mí.

—   Pablo ya no soy un jovencito y tardo más en recuperarme.

—   Sólo quiero jugar con tu polla un rato.

Mi abuelo se puso como le había pedido y una vez que estuvimos seguros de que no me hacía daño me arrimó su polla. Comencé a lamer todo su cipote, desde la base hasta la punta, varias veces, luego se la chupé estimulándole con caricias en sus testículos. Él comenzó a follarme la boca despacio, mis labios se estiraban y contraían con sus movimientos y él gemía con el roce. No tardó mucho en sacármela de la boca para que mi mandíbula descansara, me sujetó por la nuca y me hizo chuparle los huevos. Unas veces me tocaba eso y otras me los restregaba por la cara. Cuando se los estaba chupando de nuevo me hizo agarrarle la polla para que le hiciera una paja.

El abuelo gozó a base de hacerme perrerías. A veces me apretaba los carrillos diciéndome que le pusiera morritos, luego él frotaba su duro cipote por mis labios. Me hizo lamerle el culo un montón de veces. Tardé cuarenta minutos pero al final conseguí mi objetivo: mi abuelo me dio más leche.

Mientras él se relajaba yo jugaba con los pelos de su pecho. Ambos nos lamentamos de que yo no pudiera manifestar mi excitación como es habitual, pero antes de vestirse me la chupó y también los huevos por si acaso pero no sentí nada de nada, ni siquiera “hormigueo” y con esa desazón me dormí.

-----/-----

A la mañana siguiente vino él médico a verme, no le acompañaba Ana, la enfermera gitana. Mi madre le explicó lo de mi insensibilidad en los genitales, yo lo corroboré diciéndole que ni siquiera notaba cuando orinaba, puso cara de preocupación mientras pensaba. Ni me examinó ni yo deseaba que lo hiciese pero dijo que si sentía dolor o molestias en el ano es porque las raíces nerviosas estaban bien hasta ahí, no entendía por qué seguía insensibilizado en la zona genital, que con toda seguridad era algo pasajero.

Entonces mamá como madre muy preocupada le soltó al médico: — ¿Y si le estimulo conseguiré algo? — mi abuelo abrió los ojos sorprendido, yo me quedé sin habla pero lo mejor de todo fue ver la cara de gilipollas que puso al médico y que una vez repuesto de la pregunta de mamá le animó a intentarlo diciendo: — Por probar nada se pierde— Cuando el médico salió por la puerta los tres nos partimos de risa a su costa.

Entraron dos enfermeros para llevarme a que me quitaran la gasa que tenía en el ano. Después de aplicarme una pomada desinfectante y a la vez cicatrizante, el médico me advirtió de que si sangraba cuando hiciera mis necesidades que no me asustara, era normal, sólo en  caso de tener una hemorragia es cuando debía comunicarlo inmediatamente a las enfermeras. Volví de nuevo a mi habitación donde seguían mi abuelo y mi madre esperándome. A ella le pregunté si mi padre vendría a verme, en vez de contestar se puso seria, miró a mi abuelo y luego me dijo que seguía reunido con los abogados, o sea que no. Me mentía pero no dije nada.

Ese día no desayuné pues apareció en la habitación Ana, la enfermera gitana para llevarme a mi primera sesión de rehabilitación. Mi madre me dijo que ella me esperaría, el abuelo se despidió de mí hasta la tarde y Ana acercó una silla de ruedas al costado de mi cama, yo me abracé a ella  lo que me permitió saber cómo olía, pero no me dio casi tiempo a pronunciarme sobre su olor ya que tiró de mí hasta sentarme sobre la silla (nunca imaginé que su menudo cuerpo tuviera tanta fuerza).

Recorrimos un sinfín de pasillos hasta llegar a un ascensor. Bajamos hasta el sótano. El pasillo tenía una iluminación un poco pobre. Ana se detuvo ante una puerta, sacó un manojo de llaves y abrió, volvió a cerrarla una vez dentro. La sala parecía más bien una nave grande completamente a oscuras, pero fue por poco tiempo pues Ana encendió enseguida la sala. Empujó la silla hasta un tanque que contenía agua (vi su reflejo en el techo) una serie de poleas u ganchos colgaban del techo.

—   Bueno, aquí estamos por fin —habló ella— ahora debes servirte de los de los ganchos para sentarte sobre esa cinta ancha que parece un columpio y yo tiraré de ésta polea para meterte en la piscina ¿Crees que podrás hacerlo?

—   No sé, si me dieras los manuales sería más fácil. —contesté.

Ana rompió a reír con mi ocurrencia. Me encantó su risa cristalina. Me quitó el camisón dejándome desnudo, protesté pero me dijo que nadie me vería. Cuando me introdujo en el agua no me sorprendí de que estuviera tibia tirando a caliente. Quedé sentado en una especie de banco con la espalda apoyada sobre la pared del tanque completamente en pelotas, el agua me cubría por debajo del pecho. Vi que Ana empezaba a quitarse el uniforme de enfermera, debajo llevaba un bikini negro que encima contrastaba con su oscura piel. Se introdujo en el tanque mirándome de frente por lo que pude repasar con mi mirada todo su esbelto cuerpo. A ella le llegaba el agua un poco por encima del pecho. Me agarró una pierna y comenzó los ejercicios: estirando y contrayendo mi pierna diez veces y se detuvo.

—   ¿Qué te parece? —me preguntó.

—   Que sigues siendo un ángel, ya te lo dije.

—   No, tonto, me refiero a los ejercicios.

—   Pues bien supongo.

—   ¡Vale! Pues ahora la otra pierna.

—   ¡Oye espera un momento!

—   ¿Qué pasa?

—   No es justo que yo esté desnudo y tú en bikini, deberíamos estar los dos iguales ¿no?

—   De acuerdo, te traigo un bañador pero te lo colocas tú solito. —dijo riendo.

—   No tiene gracia. —dije haciéndole burla.

Ella me sacó la lengua unos segundos con un gesto tan gracioso que los dos nos reímos a carcajadas. Pero enseguida se puso seria y volvió a repetir los mismos ejercicios, al detenerse más tarde tenía los pezones tan erectos que se le marcaban perfectamente por debajo del bikini.

—   Deja ya de mirarme los pechos. —dijo con los ojos cerrados escurriéndose la coleta de su pelo.

—   No seas presuntuosa, no te miraba los pechos sólo estaba pensando.

—   ¡Ah! ¿Y en qué pensabas?

—   En que me gustaría morderte los pezones y que tienes un cuerpo maravilloso.

—   ¡Vaya! Al menos eres sincero. —dijo sin enfadarse por mi atrevimiento.

—   Es mi segundo apellido.

—   ¿Y el primero? —preguntó sonriendo.

—   Tremendo, Me llamo Pablo Tremendo Sincero. —contesté sonriendo.

Ana volvió a reír a carcajadas y al hacerlo echó la cabeza hacia atrás mostrando su fina garganta, los pechos se le levantaron y los pezones me apuntaron directamente. Le hacía gracia que le vacilara, yo mismo estaba sorprendido al ver como se me había desatado la lengua, con ella a mi lado me transformaba, era más locuaz y ocurrente y eso en mí era impensable pues soy una persona introvertida, pero es que sentía una tremenda atracción hacia Ana y no pararía hasta comprobar si a ella le sucedía lo mismo conmigo —debía tener paciencia, me dije—.

En total eran tres tandas de diez series con cada pierna. Ana inició la segunda tanda, primero una pierna, luego la otra y descanso. En este descanso ella nadó hasta la pared opuesta y regresó, se volvió dándome la espalda y con un gesto inconsciente se ahuecó la braguita del bikini por lo que le pude ver la redondez de su nalga, pero enseguida se dio la vuelta y no para avergonzarse, sino para asegurarse de que yo lo había visto todo, al menos tuve esa impresión. Los dos sonreímos tontamente — ¡Bien, está jugando a seducirme! Me dije—.

Empezó la tercera tanda, primero una pierna y en vez de pasar a la otra hizo una pausa deliberada, volvió a darme la espalda y descuidadamente se ahuecó la braguita del bikini de nuevo mostrándome la otra nalga, al darse la vuelta sonrió satisfecha al verme embobado, era lo que buscaba pensé. Comenzó el ejercicio con la otra pierna, mientras la veía trabajar pensé que esta vez no entraría en su juego, me haría el tonto, si ella se sintiera atraída por mí debería mosquearse por mi indiferencia.

Al terminar los ejercicios con mi pierna me dijo que ya habíamos terminado por hoy y se dedicó a dar unas brazadas por el tanque, al regresar agachó un poco la cabeza obligándome a mirar hacia ahí y se ahuecó la braguita del bikini por delante mostrando sus ingles. Sólo  tuve una visión fugaz pues rápidamente miré hacia el techo para que cuando me mirara se diera cuenta que no demostraba interés por ella y efectivamente así sucedió.

—   Ya hemos terminado ¡Vámonos! —dijo seria de pronto, pero ese “vámonos” dicho con desprecio fue el que me dio esperanzas a mí.

Ella se secó, se vistió y me pasó la toalla, esperó a que me secara yo solo aun sabiendo que no podría, tampoco me ayudó a ponerme el “camisón de paciente”. Volvimos a subir en el ascensor y a recorrer el sinfín de pasillos hasta que por fin entramos en la habitación. Mi madre me estaba esperando como había prometido. Ana me cogió por el culo y yo me abracé a ella y arrimé mi cara a su pelo húmedo para saber a qué olía.

—   ¡Si no colaboras me lo pones muy difícil! —dijo

—   Estaba colaborando Ana. —contesté con tono inocente.

—   ¡Pues deja de olerme como si fueras un perro! —me ladró ella.

¡Gracias por tu ladrido Ana! Me dije y me alegré de que estuviera mosqueada conmigo, eso significaba que se sentía atraída hacia mí. Ana me puso sobre la cama, ni siquiera me arropó con la sábana. Agarró la silla de ruedas y enfilo para la puerta cuando la estaba abriendo le lancé una simple pregunta.

—   ¿Nos vemos mañana?

—   No lo sé, tal vez. —contestó y salió de la habitación

Mi madre había asistido a la escena como mero espectador, sin intervenir, pero una vez que se hubo marchado Ana, me miró fijamente.

—   ¿Qué ha pasado? —preguntó y le conté todo con pelos y señales.

—   ¿Y por qué has hecho eso?

—   Creo que ella juega a seducirme y quería estar seguro de que se siente atraída por mí.

—   Ya, pero no creo que mostrarte indiferente te ayude mucho, la seducción es a veces un juego peligroso, además, existe un problema con el que tú no contabas.

—   ¿Cuál?

—   Que ella debe tener 20 o 21 años por lo menos y tú sólo 15

—   Mamá dentro de cinco meses cumplo 16.

—   Aun así hijo sigues siendo menor de edad y esa diferencia es un hándicap insalvable.

—   ¿Y si fuera al revés?

—   Entonces tal vez tendrías una oportunidad.

—   No lo entiendo.

—   A ver cómo te lo explico. La mujer se arrima a un hombre mayor buscando seguridad, ya sabes que nosotras somos más maduras que vosotros, eso también cuenta para la diferencia de edad, de hecho, me atrevería a decir que esa es la razón más determinante.

—   ¿Dudas que yo no pueda darle seguridad o que no sea lo bastante maduro para ella?

—   No hijo, no dudo, lo sé con certeza porque te falta experiencia.

—   Ya veremos, pero te aseguro que cuando me den el alta para irme a casa, la tendré comiendo de mi mano.

—   ¡Inténtalo! Pero te aviso de que si sientes algo por ella acabará rompiéndote el corazón.

Mamá se agachó y me dio un beso en los labios con tanta ternura que se me puso la piel de gallina. Ambos gozábamos besándonos, su aliento alimentaba mi espíritu aumentando aún más mi amor de hijo hacia ella ¡Era sencillamente maravilloso! La lástima es que no pudiera concentrar toda mi emoción en mi sexo.

Diez minutos después apareció la misma señora vieja y gorda portando la bandeja de la comida. Mi madre se había comprado comida en la cafetería del hospital, dos sándwich y agua para beber —Así no pierdo la figura— me dijo sonriendo. Mientras comíamos apareció Ana de nuevo y se acercó a mí. En el acto se me aceleró el corazón y me puse nervioso.

—   Tienes que aplicarte esta pomada en el culo cada 12 horas, si no puedes, avisa a una enfermera. —dijo tendiéndome el tubo con gesto serio.

Aprovechando su gesto le atrapé la mano y tiré de ella hacia mí, su cabeza chocó contra mi hombro.

—   Necesito tu ayuda para que me des la pomada. —le dije en voz baja al oído.

—   ¡Ni en tus mejores sueños! —me dijo aunque tuve la impresión de que sus ojos no opinaban igual.

Se soltó de mí con un tirón seco de su brazo, parecía muy cabreada conmigo pero antes de salir me miró unos segundos y cerró la puerta al salir.

—   ¿Qué? —le dije a mi madre al ver cómo me miraba.

—   ¡Nada! yo no he dicho nada. —contestó ella sonriendo también.

Por la tarde, después de merendar, mi madre puso la silla contra el pomo de la puerta.

—   ¿qué vas a hacer? —pregunté sorprendido.

—   Darte la pomada. —contestó sonriendo con picardía.

Se subió a la cama de rodillas, con sumo cuidado me separó las piernas, ella se sentó en medio arremangándose el vestido y empezó a aplicarme la pomada (que estaba muy fría) en el ano con todo su amor de madre. Perdoné el frio de la pomada en el acto, ya que gracias a eso pude contemplar sus preciosas piernas y el bulto de su sexo. Cuando terminó se limpió con una gasa que yo le pasé mientras me observaba. Al terminar de limpiarse se puso a gatas sobre la cama mirándome con una sonrisa prometedora.

—   ¿Qué vas a hacer mamá?

—   Me voy a comer tus pelotas, es mi terapia particular.

—   De verdad mamá no lo hagas, no vas a conseguir nada.

No me hizo caso. Se agachó, me colocó la polla mirando hacia mí y se metió uno de mis testículos en la boca, lo succionó, lo escupió y pasó la lengua por todo el perímetro, le dio dos besos y pasó al otro dándole el mismo tratamiento. Me excitaba mirar y me desesperaba al ver que mi polla seguía muerta.

Cuando terminó de darme su particular terapia se me echó encima con cuidado, apoyando su frente contra la mía.

—   Cariño la próxima vez no me discutas ¿vale?

No me dio tiempo a responder porque empezó a darme besitos en los labios. Acabamos  morreándonos, pero sus palabras me excitaron más que sus caricias ¡Joder con mi madre!

FIN 2ª parte

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