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La ventana indiscreta. 07

en Grandes Relatos

Capítulo 7:

 

Los sábados como no había rehabilitación se me estaba haciendo eterno, al mirar el reloj de la pared y ver que sólo eran las once de la mañana se acrecentó aún más mi aburrimiento. Mamá y el abuelo estaban a lo suyo, él leyendo unos informes y ella las revistas del corazón.

Se abrió la puerta de la habitación y Ana asomó la cabeza. Pidió permiso antes de entrar y le dije que adelante. Me preguntó qué tal estaba con una gran sonrisa. Casi no la pude contestar de tan deprisa que me latía el corazón.

— Papá me apetece tomar un café, con tanta lectura me ha entrado sueño. —dijo mi madre.

— Te acompaño hija, yo también necesito despejarme. —contestó el abuelo.

— Adiós cara bonita. —le dijo mi abuelo a Ana arrancándola una sonrisa.

Ahora que nos habíamos quedado solos, parecía algo nerviosa. Entre los dos se hizo un silencio cada vez más incómodo pero lo respeté, ella había venido verme y debía ser ella la que diera el primer paso, pero estaba indecisa, como si la marcha del abuelo y mi madre le hubieran cortado el rollo.

— He venido a verte antes de que te vayas —empezó a decir y prosiguió: —. No sé si volveremos a vernos, están cambiando todas las citas y preparan cuadrantes nuevos. No sé, esto de los recortes nos está volviendo un poco locos, hay quien dice que va a ver despidos.

— Están despidiendo a mucha gente, lo he visto en la tele.

— Pues como me toque a mí… a mi madre le han despedido hace dos meses, mi hermano que tiene veintiocho años ya ha agotado el paro, imagínate el desastre.

— Ya, tú eres la única fuente de ingresos. Esta jodida crisis va a acabar con casi todas las empresas.

— Espero que se acabe cuanto antes.

— Pues siento decirte que esto va para largo, al menos quedan 6 o 7 años más, cuando todo pase habrá arrasado con lo que conocemos ahora, será peor que un huracán. Deberíamos hacer fotografías para  comparar el “antes y el después”.

— Te pareces a esos tíos que salen en la tele hablando de la crisis.

— Si es un cumplido gracias. —gracias a esa charla ella se sintió un poco más segura.

— Pero no te quería hablar de eso, yo he venido a… a decir… ¡Me da mucha pena que te vayas Pablo!

“¡Por fin lo había dicho!”. Ana sentía algo por mí ¡joder! Lo que le había costado soltarlo.

— Lo mío es mucho más que pena, créeme Ana, cuando estoy contigo, siento muchas cosas… dame el número de tu móvil y yo te daré el mío, así estaremos en contacto.

— Es que hay un problema Pablo —dijo agachando la cabeza

— ¿Qué problema Ana? —pregunté inocentemente.

— Yo… tengo novio. —confesó casi en un susurro.

La noticia de que Ana tenia novio fue un mazazo para mí, casi se me paró el corazón al escucharla. Tardé unos segundos en recuperarme o quizá fueran minutos ¡Yo que sé! Intenté hacerme el fuerte pero no pude. Estaba agarrotado. Sentía desilusión, desesperación, tristeza… Sentía todas las penas juntas ¡Joder! Y a la vez algo en mi interior me empujaba a besarla. Cerré los ojos un momento y lo vi claro: tenía que arriesgarme y eso hice a sabiendas de que podía llevarme tortazo.

Le cogí por los hombros con las dos manos atrayéndola hacia mí y la besé en la boca. Ella se resistió cerrándola. Yo no quería forzar la situación pero tampoco rendirme, así que le di besitos en los labios muy despacito, casi sin despegar mi boca de la suya. Ella me miraba a los ojos con intensidad, ya no trataba de separase de mí, dudaba… y de repente abrió la boca dándome permiso para entrar.

Inmediatamente mi lengua invadió su boca. Deseaba con toda mi alma darle un morreo, ya tenía suficiente experiencia gracias a mi madre, pero me contuve. Al tocarse nuestras lenguas sentí un calambrazo recorriendo toda mi columna. La euforia era tan grande que me dio por pensar que era capaz de elevarme de la cama.

Me encantaba lo bien que me besaba. Se notaba que tenía experiencia, más que yo. Era como si su lengua abrazara la mía y la chupara. La apreté más contra mi cuerpo imponiendo más pasión al beso y ella me correspondió de la misma forma, entonces me dejé caer lentamente sobre la cama y ella se dejó arrastrar, colocando sin querer su mano sobre mi entrepierna. El calor de su mano era tan agradable que noté cosquillas en mis huevos.

Su mano agarró firmemente mi polla que palpitaba como un caballo desbocado y tenía un empalme durísimo. Creí que Ana no se había dado cuenta porque seguía agarrada a mi polla sin soltarla, pero despegó su boca para anunciarme la buena nueva como si se tratara de un milagro.

— ¡Dios mío Pablo te has empalmado! —dijo emocionada.

— Y todo gracias a ti, ya te dije el primer día que eras un ángel. —Ella se sonrojó como una chiquilla y aproveché para pedirle que me masturbara.

— No puedo hacer eso, tengo novio.

— Escúchame Ana.

— No Pablo ya hemos llegado demasiado lejos. —insistía ella y yo viendo que mis posibilidades se alejaban del todo decidí ser más persuasivo.

— ¡Mírame Ana! —dije con vehemencia—. Olvídate de todo por un momento, solo te pido eso, ahora mismo solo importamos tú y yo, estamos solos y nadie lo sabrá jamás.

— Lo sabré yo, no puedo hacerlo Pablo, no me lo pidas por favor. —dijo apretándome la polla.

— ¡Por Dios Ana! Estoy así gracias a ti, tuyo es el mérito y por eso te mereces toda la gloria.

Ana me miró. Se mordió el labio inferior pensando un momento y segundos después apartó la sabana, me la agarró y volvió a mirarme.

— ¿Qué? —pregunté.

— Nada, es que la de mi novio es más grande pero no tan gorda ni tan dura. —explicó.

Su comentario aunque sincero fue muy hiriente para mi hombría que cayó en picado, pero al observarla de nuevo, masturbándome con la mirada atenta en el glande cada vez que me lo descapullaba, me vine arriba otra vez.

Ana me lo hacía despacio, acariciando o sobando de vez en cuando mis huevos que estaban a reventar. En mi vida había experimentado tanto placer como en ese momento y todavía quise experimentar más. Detuve su mano para decirle que me la apretara con fuerza sólo con dos dedos (el índice y el pulgar) y a la vez que empujara hacia abajo un poco. Ana se sorprendió de mi petición pero lo hizo. Inmediatamente unas fuertes oleadas de placer recorrieron mi miembro de arriba abajo, provocando que se agitara en el aire al tiempo que se estiraba aún más. Ana miraba hipnotizada las convulsiones de mi polla.

— ¿Lo haces tú?

— No, es un movimiento involuntario de tanto placer que siento.

— Joder, no lo sabía, a mi novio no le pasa esto —dijo empujando otra vez —« ¿Qué me importa a mí lo que le pase a tu novio? ». Pensé.— Qué dura se te pone, me encanta. —Ana parecía una niña disfrutando con su muñeca nueva y siguió empujando una vez más, y otra, y otra…

Viéndola tan pendiente de mi polla me dije que era el momento propicio. Empujé su cabeza con mis manos y la fui agachando despacio, ella no se opuso en ningún momento, es más, abrió todo lo que pudo la boca e intentó meterse mi polla dentro, pero no le cabía, la piel arrugada de mi prepucio hacia tope en sus labios. Me miró un momento, me meneó la polla dos veces y volvió a intentarlo bajándome el prepucio todo lo que daba de sí la piel, bajó la cabeza de nuevo y logró engullir mi gordo capullo y un poco más.

Ana jadeaba por el esfuerzo, sentir su aliento en mi glande era una deliciosa tortura. Su cálida lengua envolvió mi capullo varias veces y luego se puso a explorarlo sin prisas haciendo que me retorciera de placer, eso le hacía reír, entonces se sacó mi polla de la boca y mirándome con malicia sacó la lengua arrastrándola desde la mitad del tronco hasta la punta del capullo y succionar un poco ahí.

Luego volvía a hacer lo mismo pero se detenía en mi frenillo y lo palpaba con la punta de la lengua. La tercera vez que lo hizo sentí los latigazos de ganas de correrme pero no la avisé.

La apreté la cabeza contra mi miembro, ella sonrió con picardía pensando en que me estaba matando de gusto y en realidad así era. Apretó los labios en torno a mi capullo y me masturbó mirándome a la cara para observar cómo me retorcía de placer. Entonces, solté el aliento de golpe y empecé a eyacular. Los ojos de mi ángel se abrieron con sorpresa, quiso retirarse pero la sujeté la cabeza con firmeza mientras le bombeaba mi corrida dentro de la boca.

Ella cerró un momento los ojos y al tragarse mi lefa tuvo una arcada pero no la liberé. Soltó mi polla y me la agarré yo para meneármela hasta vaciarme, entonces la liberé la cabeza esperando sus insultos y alguna agresión por haberla obligado a tragarse mi corrida, pero no hubo nada de eso, al soltarle la cabeza lo que hizo fue lamerme el capullo.

Tiré de su mano atrayéndola contra mi pecho para que escuchara como mi corazón latía alocadamente. Ella trepó hacia mi cara y me dio un cálido beso en los labios, luego apoyó su cara en mi pecho y la abracé con fuerza contra mí. Tras unos minutos en silencio vino el arrepentimiento.

— Es la primera vez que me trago una corrida, ni siquiera la de mi novio ¿crees que le he sido infiel por lo que he hecho?

Su pregunta me descolocó un poco, era muy delicada de contestar ¿Qué le decía? Podía intentar engañarla y decirle que no para aprovecharme de ella, pero no deseaba hacerle eso, a mi enfermera “gitana” no, con ella quería ser tan sincero como lo era con mi madre, aunque me costara perderla para siempre.

— Yo creo Ana que la infidelidad no está en el acto que cometemos sino en lo que sentimos mientras lo hacemos.

— ¿Estás seguro?

— Sí. —contesté con rotundidad.

— ¡Joder! Entonces le he sido infiel. —dijo angustiada.

Ana reaccionó levantándose. Estaba confusa, de repente le entraron las prisas y me dijo que se tenía que ir.

— ¿Me llamarás si no nos vemos?

— No lo sé Pablo, estoy hecha un lio ahora mismo.

— Te entiendo Ana. —le dije para mi desgracia.

Ella salió por la puerta pero antes de cerrarla se volvió para mirarme unos segundos y después la cerró. Al poco caí en la cuenta de que yo le había dado mi número de móvil pero ella no me había dado el suyo.

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Bronca madre e hijo:

 

Al rato volvieron mi madre y mi abuelo, traían una bolsa de plástico con bastantes cosas. Mi abuelo dejó la bolsa sobre la mesita, a los pies de la cama y me miró.

— ¿Y bien don Juan cómo te ha ido?

— Ha sido maravilloso abuelo, qué bien besa. —dije callándome la milagrosa erección.

— No me digas que os habéis besado –pregunta mi madre

— Yo diría que han hecho más que eso. —comento mi abuelo.

— No sé a qué os referís. — contesté haciéndome el despistado.

— ¿Ah, no? Pues vamos a comprobarlo. —dijo mi abuelo apartando la sabana.

Mi abuelo me sujetó el brazo izquierdo contra la almohada y mamá el derecho.

— ¡Un momento! ¡Eso no vale! —protesté indefenso riéndome a carcajadas.

Ambos se agacharon mirándome la polla que al estar en reposo no levantó sospechas. Pero mi abuelo que es un cuco se agachó para oler y le dijo a mi madre que probara a ver. Ella se agachó me lamió la punta y alrededor del capullo.

— Sabe a leche y de la buena. —opinó mi madre con seguridad y me miró sonriendo.

Ya no pude callar más tiempo y les relaté lo que me había sucedido con Ana sin ocultar nada.

— Pobre muchacha, debe estar hecha un lio. —se lamentó mi madre.

— Pablo no te hagas ilusiones. —me previno mi abuelo.

— No me digas eso abuelo, ha sido todo tan bonito que creo que llamará.

— De todas formas hazle caso a tu abuelo, te dolerá menos si las cosas no te salen como esperas. —me aconsejó mi madre.

Las palabras de mi madre me cortaron el rollo por completo, la ilusión y la euforia que sentía se me cortaron de golpe « ¡Gracias mamá por tus “ánimos”! —me dije».

— Paulita te cedo el honor. —dijo mi abuelo.

— ¡Estás loco papá! ¿Y si viene alguien?

El abuelo me soltó el brazo y bajó de la cama, la rodeó, cogió la silla y la puso contra la puerta por debajo del pomo.

— ¡Asunto arreglado! Ya no tienes excusa. —le dijo a mamá y ella me miró.

— No hagas nada mamá, me has cortado el rollo. —le dije, mi abuelo la miró recriminándola

— Lo siento Pablo, sólo pretendía advertirte. —me dijo ella.

— No te preocupes mamá, estoy bien, además, tampoco me apetecía hacer nada, estoy cansado.

La perdoné por supuesto pero no dejaba de sentir amargura. No hablamos más del asunto pero yo no podía dejar de pensar en Ana. Mi abuelo se levantó y retiró la silla poniéndola de nuevo en su sitio, mientras lo hacía dijo que como al día siguiente me daban el alta habían decidido celebrarlo comprando varios platos de comida en una cafetería cercana al hospital; comimos encima de la cama como si fuera un “picnic”.

Después de comer ella y el abuelo lo recogieron todo. Mi madre entró en el baño y cerró la puerta y mi abuelo se quedó mirando la puerta del baño tocándose el paquete.

— ¿Te la vas a follar? —pregunté a mi abuelo viendo que se frotaba la entrepierna.

— Es lo que pretendía pero se ha estropeado todo, voy a tener que darle un correctivo por mala.

En ese momento salió mamá del baño y nos miró al abuelo y a mí.

— ¿Qué? —preguntó sorprendida.

— Nada, sólo hablábamos. —contestó el abuelo. 

— Pues me habéis mirado como si fuera culpable de algo.

El abuelo se acercó a ella, la rodeó y la abrazó por la cintura desde atrás.

— No te preocupes Paulita —dijo levantándole despacio la parte delantera del vestido.

Los torneados muslos de mi madre quedaron a la vista, los miré pero no con el mismo interés de otras veces, sino para ver lo que hacía ella.

— ¡Papá por Dios! —protestó tirando del vestido hacia abajo.

— Vamos pequeña, enséñanos ese chochito que guardas entre tus piernas. —dijo él deslizando la mano por la ingle de mamá.

— ¡He dicho que no! —exclamó ella sujetándole la mano para detenerle.

Los intentos de mi madre fueron en vano porque al final, mi abuelo deslizó la mano por la ingle y consiguió meterse dentro de sus bragas. Mi madre trató de defenderse cruzando las piernas.

— No te resistas Paulita. —dijo él.

— ¿Te has vuelto loco? ¡Déjame ahora mismo! —le ordenó mi madre a la vez que tiraba de su antebrazo intentando en vano que mi abuelo sacara la mano.

— Tranquilízate hija sólo estoy jugando, si quieres que saque la mano tendrás que elegir una de dos opciones. —le dijo el abuelo.

— No me gusta este juego papá.

— Pues tendrás que jugar, no te queda más remedio. —dijo él moviendo la mano por dentro de sus bragas.

— ¡Vale papá! —dijo ella cansada— ¿Qué opciones son? —preguntó estándose quieta aunque seguía con las piernas cruzadas.

— Una es que le enseñes el chochito a tu hijo —mi abuelo me guiñó un ojo—, si no te gusta esa, entonces tendrás que dejar que te masturbe para que vea cómo te corres, después te soltaré, te lo prometo. —dijo moviendo los dedos debajo de la tela de sus braguitas.

— No voy a enseñar nada a nadie y mucho menos que me toques —dijo ella y añadió echando el culo hacia atrás— así que suéltame ya, por favor.

Al principio, el morboso juego de mi abuelo era excitante y hasta tenía gracia, pero al ver la mirada de angustia con la que mi madre me miraba intervine.  

— ¡Déjala ya abuelo! La broma se está haciendo pesada. —le dije alzando la voz.

Mi abuelo me miró con incredulidad, no estaba acostumbrado a que alguien se le opusiera abiertamente y menos un crio de 17 años. Nos miramos con intensidad, de acuerdo que no podía bajarme de la cama pero volvería a gritarle más alto si no soltaba a mi madre antes de que contase hasta tres. No hizo falta que contara ni uno, el abuelo sacó la mano y soltó a mi madre dando un paso hacia atrás.

— ¡Vaya par de amargados! Sois tal para cual. —gruñó y caminó hacia la puerta pero antes cogió la chaqueta del pequeño armario que había junto a la puerta de entrada y salió de la habitación; mamá se sentó encima de la cama, a mi lado con una pierna encogida y la otra apoyada en el suelo.

— Gracias hijo. —dijo y se agachó con la intención de darme un beso en los labios.

Cuando sus labios casi rozaban los míos giré la cabeza aposta para apartarme; ella se quedó quieta por el corte.

— Con las gracias es suficiente mamá. —dije sin mirarla.

— Como quieras.

Su voz era el perfecto reflejo de la desilusión, hasta a mí se me encogió el corazón pues el desprecio que acababa de hacerle ni yo mismo lo comprendía del todo, me salió de manera involuntaria. Quizá ella pensara que lo hacía para vengarme por cortarme el rollo pero lo había hecho sin ninguna intención. Al oír que crujía el sillón fue cuando giré la cabeza mirando al frente; Ella se había sentado pero no dejaba de mirarme.

— Cariño ¿Estás enfadado conmigo?

— No mamá, no te preocupes.

— ¿Entonces por qué te has apartado cuando iba a besarte?

— Porque ya he besado mucho y ahora estoy cansado.

— ¿Seguro que es por eso? —insistía otra vez.

— Sí mamá. —dije cansándome de sus preguntas.

— Pues yo creo que no. Antes has demostrado que con un grito eres capaz de detener a tu abuelo, echándome en cara que no te pidiera ayuda aquella tarde, por eso me has rechazado.

¡Dios! Al decir eso mi madre se me revolvieron las tripas y un gran cabreo se instaló en mi cerebro, a lo mejor tenía razón pero es que ni yo mismo lo sabía, preferí no contestarla y guardar silencio, no quería discutir.

— ¿A que tengo razón Pablo? —insistió, yo permanecí callado pero ella continuó—. Claro que tengo razón. Es por eso y no te atreves a decírmelo —el cabreo crecía cada vez más y ella no se callaba—. Sabía que tarde o temprano me lo echarías en cara —tenía la cabeza a punto de estallar, cerré los ojos tratando de controlarme—. Qué bien te queda el papel de hijo comprensivo diciendo que me perdonas, pero a la primera de cambio me lo hechas en cara, y pensar que yo como un idiota te he chupado la polla y mira cómo me lo pagas. —estallé, no podía más, si hubiera seguido callado me habría reventado la cabeza.

— ¡Sólo tenías que haber gritado mi nombre! ¡Sólo eso! ¡Y no lo hiciste! ¡Porque no eres más que una zorra! —grité llorando de la rabia.

— ¡Yo sé lo que te jode de verdad! ¡que te niegue lo que tu abuelo goza! —gritaba ella con la cara desencajada— ¡Pues me encanta, para que te enteres! ¡Me gustó que me follara y desde entonces lo hago cuando me da la gana! ¡Y tú te vas a quedar con las ganas! —gritó ella llorando también de rabia.

— ¡Pues si tanto te gusta vete a joder con tu padre! ¡Fuera de aquí pedazo de zorra!

— ¡Joder! Se os oye gritar desde el pasillo —dijo el abuelo entrando en ese momento— ¿qué pasa? —preguntó al ver que los dos llorábamos.

Mamá se levantó del sillón de un salto, abrió el armarito de golpe y cogió su bolso.

— Espera un momento Paulita ¿Qué haces? —dijo el abuelo intentando sujetarla.

— ¡No me toques! ¡Yo tengo la culpa de que mi hijo esté así! —gritó histérica.

— ¡Hija por Dios! Tú no has tenido la culpa y lo sabes. —dijo el abuelo tratando de tranquilizarla.

Pero no había manera. Mamá chillaba como una loca, empezó a decir que era una puta y una zorra, que ella era la culpable de todo y lo peor es que a la vez que gritaba se retorcía violentamente intentando escapar del abrazo del abuelo. Me alarmé al verla en ese estado, parecía que le había dado un ataque de nervios, mi intranquilidad aumentó cuando la vi morder con saña el antebrazo de su padre, pero el abuelo no la soltó. Ella intentaba darle patadas, se agitaba con tal violencia que el vestido se le había subido y enseñaba las bragas.

Me entró pánico, jamás en mi vida he presenciado un acto tan violento como aquél. Intenté coger el mando para avisar a las enfermeras, pero no llegaba, me estiré hasta que me dolieron los hombros, nada. Mamá seguía chillando, pataleando, forcejeando, llamándose a sí misma puta y zorra constantemente. Me sentí tan impotente como un completo paralitico. Y desesperado, me apoyé sobre el codo derecho lleno de rabia y me giré con brusquedad a mi derecha, donde estaba el mando, tomé tanto impulso que me caí estrepitosamente contra el suelo, por fortuna puse las manos antes de que mi cara se estrellase contra el suelo, pero la espalda me crujió. El dolor me hizo ver “chiribitas” pero al final logré pulsar el maldito botón para que vinieran las enfermeras.

Casi enseguida aparecieron dos enfermeros y al ver la escena actuaron rápidamente.

Mamá se dejaba caer con todo el peso de su cuerpo, pero mi abuelo la seguía agarrando los brazos. Uno de los enfermeros se agachó para recoger a mi madre, no se le ocurrió otra cosa que meter la mano entre las piernas de ella para levantarla. El otro también trataba de ayudar pero en vez de pasarle las manos por debajo de las axilas lo que hizo fue apretarla un pecho, así que desde el suelo veía como uno sobaba las tetas a mi madre mientras que el otro movía los dedos en su coño. Mi abuelo no se enteraba de nada; bastante tenía con sujetar a su hija por los brazos.

Entraron dos enfermeras, una más mayor que mi madre pero muy guapa y otra más joven, un poco feúcha. La más joven pinchó con una jeringuilla a mi madre en el muslo, sin contemplaciones, me pareció más una banderilla que una inyección. En apenas unos segundos mi pobre madre se aflojó y el abuelo la bajó despacio hasta sentarla en el suelo, no pudo darse cuenta de que el enfermero seguía con la mano puesta en la entrepierna de ella porque el vestido le tapaba. Mi abuelo trataba de explicar lo que había ocurrido a la enfermera joven sin percatarse que la vieja le hacía una seña con la cabeza a su compañera. La enfermera joven cogió por el brazo a mi abuelo y amablemente le sacó de la habitación con la excusa de curarle el mordisco.

— Venga, daos prisa. —dijo la enfermera.

— No te preocupes, esa le entretendrá. —dijo uno de los enfermeros.

La enfermera se acuclilló a mi lado, por entre sus piernas abiertas pude ver que se le marcaba todo el coño a través del pantalón blanco y lo tenía bien gordo. Sacó una jeringuilla del bolsillo superior de su uniforme y me pinchó en el brazo diciéndome que no me preocupara que era un tranquilizante para dormir. Todo empezó a darme vueltas, me estaba mareando y mi vista se volvía borrosa.

— Éste ya está. —dijo la enfermera a sus compañeros.

Aunque tenía la vista borrosa todavía podía ver y también oír un poco. El enfermero que le había apretado el pecho a mi madre le subió el vestido y su compañero le apartó las bragas a un lado.

— Joder qué chocho más bonito. —dijo un enfermero.

— Es el chocho de una rica tío y eso se nota. —dijo el otro hurgando con su dedo el sexo de mi madre.

— Pues yo lo tengo más bonito que ese. —aseguró la enfermera.

— Qué suave es. —decía el otro metiendo y sacando dos dedos de la vagina de mi madre— ya se la moja. —añadió.

— Es lo que tienen las pijas ricas, que son todas unas zorras —dijo la enfermera y añadió— ¡Venga espabilad! Que no tenéis mucho tiempo.

— Ayúdame. —dijo el que le tocaba el coño a mi madre a su compañero.

Entre los dos tumbaron a mamá sobre el suelo, le separaron las piernas y el que la había estado tocando se puso encima de ella —« ¡Otra vez no hijoputas! »— Dije, pero de mi boca sólo salieron balbuceos.

De todas formas aunque hubiese podido hablar no hubiera servido de nada porque el enfermero ya se la estaba follando con ganas. Mi vista se nublaba cada vez más. El enfermero se corrió casi enseguida y le sustituyó su compañero —« ¡Abuelo ven corriendo! »—Me dije pero hasta mi pensamiento era borroso.

— ¡Ya está! ¡Joder que corrida la he pegado! —dijo el enfermero riendo como una hiena.

— Bueno pues ahora levantadla y ponedla sobre la cama. —dijo la enfermera.

— ¿Para qué? —se quejó un enfermero.

— ¡Para limpiarla gilipollas o la vais a dejar así! Con toda la corrida chorreando por sus muslos. —protestó la enfermera.

Viendo que ella tenía razón, levantaron entre los dos a mi madre y la colocaron sobre la cama, con las piernas colgando.

— ¡Joder, no he traído gasas! —protestó un enfermero.

— ¡Serás gilipollas! Mira que te lo he dicho. —dijo el otro.

— Se me han olvidado con las prisas.

— ¡Callaos par de idiotas! Ya la limpio yo.

Imaginé lo que esa enfermera le estaba haciendo a mi madre y sentí asco y rabia, no podía moverme, no podía hablar y apenas veía pero les escuché a ellos.

— ¡Joder cómo chupa! ¡Mírala se la va a comer! —dijo uno y “algo” pasó porque la enfermera protestó.

— Desde luego, cada vez eres más cabrón, tu compañero me está tocando el chocho y tú se lo consientes. —dijo la enfermera.

— ¡si te la vas a follar date prisa! Que el viejo está al caer. —dijo el otro enfermero.

— ¡De eso nada! —protestó la enfermera—. Ya he terminado, mira que reluciente lo tiene ahora. —dijo y alguien se rió, me pareció que era el tipo de la risa de hiena.

— Venga tú, deja de meterle mano a mi mujer y ayúdame a levantar al niño. —dijo el enfermero.

Los dos enfermeros cargaron conmigo y me pusieron sobre la cama, al lado de mi madre y con las piernas colgando.

— ¡Joder, todavía está despierto! ¡Tiene los ojos abiertos! —dijo uno de ellos.

— Pero no se entera de nada y lo que haya visto se le olvidará. —dijo la enfermera.

— Más nos vale que sea así. —dijo un enfermero pero no le reconocí, ya me era imposible identificar las voces.

— ¡Hostias, fijaos qué cipote tiene el niño! —dijo un hombre.

— Os lo dije. Este es el niño que decía Ana. —dijo la mujer.

— Es que hasta los huevos los tiene grandes.

— Mejor para mí.

— ¿Es que te lo vas a follar?

— ¡Por supuesto! Pero ahora no, más tarde, cuando el viejo y su hija se hallan ido, anda cariño bésale la polla que dentro de unas horas la tendré toda dentro.

— ¿Y si no lo hago?

— Pues en vez de ponerte los cuernos una vez con este niño te los pondré tanto como me aguante y te advierto que con esos huevos lo mismo me deja embarazada a pesar de mis años.

— Rápido tapad a la zorra pija que viene el viejo y tú pínchala para que despierte.

Me pareció escuchar muy a lo lejos la voz de mi abuelo, mentalmente chillé para atraer su atención pero lo vi todo negro y me dormí.

Es lo único que recuerdo de ese momento. Creo que a lo largo de la noche abrí los ojos alguna vez que otra y me pareció que alguien estaba encima de mí pero no lo recuerdo.

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