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La casa de la abuela-4

en Amor filial

La nueva convivencia seguía tan monótona y aburrida como siempre. Salíamos muy poco de casa; alguna vez a cenar, otras a tomar una copa, en cuyo caso a la hora y media ella ya quería volver a casa porque se encontraba cansada; como si sólo trabajara ella. Estando en casa nos limitábamos a charlar del trabajo y ver la televisión, ni siquiera intentaba una aproximación. Si yo le preguntaba cómo estaba ella, cómo se sentía ella contestaba simples monosílabos (Sí, No, Bien, Mal), lo más curioso es que no tenía un aspecto lánguido, ni depresivo; era como si se hubiese apagado sin más, desde la noche que discutimos.

La única conversación larga que tuvimos en una semana fue cuando hablamos de visitar a nuestros padres, para que éstos no se quejaran de que les teníamos abandonados. Y ni siquiera en esto estábamos de acuerdo. Yo propuse las visitas al menos tres veces a la semana: los lunes, miércoles y jueves, así tendríamos desde la tarde del viernes hasta la noche del domingo para nosotros. En cambio Silvia prefería los lunes, miércoles y viernes, porque ya teníamos para nosotros el sábado y domingo para descansar del trabajo de toda la semana, además, era mejor que cada uno visitara a sus respectivos padres. Al preguntarle por qué lo quería así, contestó — ¿qué más da? —. Así se haría y no había más que hablar. Me callé acatando su decisión; pero una vez más me desilusionó la poca importancia que otorgaba al hecho de estar los dos juntos.

…../…..

Llegado el primer lunes de visita, quedamos que al salir del trabajo por la tarde ella iría a ver a sus padres y yo a los míos. Me presenté a las siete de la tarde en casa de mis padres. Un poco más tarde de lo que pensaba por culpa de mi trabajo. Tras los saludos y besos de rigor, mi madre fue a preparar café. Como es habitual en ella vestía muy sexy y embobado, la seguí con la mirada hasta que se perdió en la cocina. Mi padre al darse cuenta de cómo la miraba me guiñó un ojo. Charlamos de cosas intranscendentes esperando a mi madre que también quería escuchar las explicaciones de lo que pasó el día de la bronca, en la que acabé dando vueltas por la calle hasta las tres y cuarto de la mañana; evidentemente yo les había llamado ése mismo día, en el mismo momento que entré en mi casa para tranquilizarles.

Hago hincapié en que yo no tengo secretos con mis padres, ni ellos conmigo, por lo que fui sincero con ellos al explicarles lo que había pasado. Ni añadí, ni exageré; les conté todo lo que pasó con objetividad para después dar mi opinión.

— Estoy convencido de que había dos personas dentro de Silvia. Una: la sosa, aburrida y sin imaginación en el sexo. y otra, la descarada, lanzada, decidida, segura de sí misma, simpática y lo más importante; una verdadera golfa en el sexo, la de la famosa noche del hotel. ¡Esa es la que yo quiero!, pero no sé dónde está.

— ¿Y por qué no se lo preguntas a ella directamente? –dijo mi madre.

— ¿Y humillarme aún más?, no gracias; bastante me humilló aquella noche.

— Aún sigues celoso. –dijo mi padre.

— No es eso papá, es que si se lo pregunto sería admitir por mi parte que me gusta el comportamiento que yo mismo le he reproché cuando discutimos. –contesté.

— Me parece Sergio que has hecho un mundo de un grano de arena y ahora tienes un “cacao mental” tan grande que no te aclaras. –dijo mi madre.

— Esa es tu opinión mamá, pero te aseguro que no estoy hecho un lio, tengo claro lo que quiero, otra cosa es que me lo den. –le dije.

— Vamos a ver hijo: ¡No tienes claro nada de nada!, si fuera así, abrazarías a tu mujer, le darías un beso de película y la dirías que de ahora en adelante quieres a la Silvia de la noche del hotel. Sin más, y asunto concluido.

— Parece fácil pero mi orgullo no me permite hacer eso.

— Pues con el orgullo no se folla hijo, así que ¡espabila!

— Cariño —intervino mi madre conciliadora— nosotros podemos escucharte pero no intervenir. Aún así te diré una cosa: la diferencia entre buen sexo o un acto rutinario y aburrido está en la intención que tú le pongas.

— Ahí te doy la razón mamá, es Silvia quien no le pone intención. –contesté.

— ¿Y tú sí? –opinó mi padre.

— Yo al menos lo he intentado.

— Pues hijo, metiste la pata hasta el corvejón, mejor que no lo hubieras hecho. –dijo mi madre y añadió—.Voy a por café que ya estará hecho.

Volví a mirarla embobado y a continuación me dirigí a mi padre.

— ¿Has hablado con mamá?

— Si te refieres a lo del hotel, sí, con pelos y señales, pero de lo tuyo no le he dicho nada, ya te dije que se lo preguntaras a ella, que a lo mejor te sorprendería su respuesta.

— Es que no sé como decírselo. –dije dudando.

— Sencillamente preguntándole si quiere follar contigo, no tienes que hacer nada más. –contestó él.

— Para ti es fácil decirlo.

Dejamos de hablar de eso y cambié de conversación porque volvía mi madre con el café.

— Bueno y entonces ¿qué va pasar entre vosotros? –volvió a preguntar mi madre.

— Pues que si seguimos así, tomaré mi propio camino; parece que Silvia no se da cuenta de que cada día que pasa nuestra relación se enfría cada vez más.

— Hijo habla con ella antes de hacer nada. –me aconsejó mi madre.

— A mí hay cosas que no me cuadran. –dijo de pronto mi padre.

— ¿Cómo qué? –pregunté.

— Si dices que habéis aclarado las cosas y os habéis perdonado ¿por qué no lucha ella también por recuperarte? –dijo mi padre.

— A lo mejor no soy el hombre de sus sueños, por eso no hace intención de cambiar.

— ¿Y conmigo sí? —dijo mi padre— no me cuadra. ¿Sabéis lo que pienso?, que esconde algo. –dijo mi padre sorprendiéndome.

— No te entiendo Ismael (así se llama mi padre), ¿qué va a esconder Silvia? –dijo mi madre.

— Exactamente no lo sé, pero esconde algo, de eso estoy seguro. –insistió mi padre.

— Silvia siempre ha sido muy inocente papá, no creo que esconda nada. –dije.

— Hijo, una chica inocente no se comporta como lo hizo tu mujer conmigo, tú estabas delante. –insistió mi padre.

En ese momento sonó el teléfono, mi padre se levantó para atender la llamada. Yo aproveché para ir a la cocina a beber agua. Cuando estaba bebiendo entró mi madre y al fijarme otra vez en ella casi me atraganto. Se había desabrochado cuatro botones de su camisa y al pararse junto a mí vi que no llevaba sujetador. Ella se rió al ver que tosía y me miró con picardía, pero no dijo nada, me pidió agua, llené mi vaso y se lo ofrecí. Antes de beber me miró por encima del borde del vaso. Incapaz de aguantar su mirada me agaché fijándome en sus pies. Me gustan desde que era un niño. Calzaba unas sandalias con muy poco tacón y destacaban sus preciosos dedos, estirados y no encogidos como suele ser en la mujeres de su edad. Con las uñas pintadas de rojo muy vivo igual que las de las manos. La recorrí con la mirada de abajo a arriba diciéndome que tenía el cuerpo y la apariencia de una madura de cuarenta y dos o cuarenta y tres años, cuando en realidad tenía diez más. Noté calambres en el pene, sin querer me estaba excitando.

Mi madre me entregó el vaso y se fue al salón. La escuché hablar con mi padre. Cuando entré yo en el salón ella se sentó cruzando las piernas y como tantas otras veces admiré sus torneados muslos como lo haría cualquier hombre seducido por ella. Al sentarme a su lado no pude evitar verle un pecho a través del escote. Un pecho no muy caído y de pezón grande, como a mí me gustaban. Unas gotas de sudor recorrieron mis axilas al ser consciente de lo buena que estaba mi madre.

Mi padre había terminado de hablar por teléfono, iba a decir algo pero calló al sonar mi móvil. Era un mensaje de Silvia diciendo que llegaría más tarde a casa porque se quedaba a cenar con sus padres y me recomendaba que hiciera lo mismo con los míos para no cenar solo.

— Es un mensaje de Silvia, se queda a cenar con sus padres, así que si no os importa cenaré con vosotros. –le dije.

— Encantada hijo, así disfrutaré más tiempo de ti. –dijo mi madre y miró a mi padre. Juraría que se habían dicho algo con los ojos.

— Cenar vosotros, yo tengo que salir. –dijo mi padre.

— ¿Es necesario que te vayas? –le pregunté inocentemente.

— Sí. –contestó con rotundidad.

— Ismael antes díselo a tu hijo. –dijo mi madre.

— Decirme ¿qué? –pregunté.

— Mira Sergio, tu madre y yo pensamos que lo mejor es decirte la verdad por mucho que te duela —me mosqueé al oírle— la que ha llamado por teléfono era tu mujer pidiéndome que fuera a tu casa, le he dicho que te acompañaría cuando volvieras pero quiere verme sólo a mí, me ha dicho que no me preocupara, te mandaría un mensaje para que tardaras en volver.

Como se puede suponer me quedé sin habla, hasta creo que me dio un ligero mareo al escuchar a mi padre.

— ¿Y de qué quiere hablar contigo? –estaba tan aturdido que hasta pasados unos segundos no comprendí que había hecho una gilipollez de pregunta.

— Hijo no quiere hablar, me ha dado a entender que quiere follar conmigo otra vez.

— ¡No entiendo nada joder! –exclamé cabreado.

— Ya ves que tu padre tiene razón al decir que oculta algo. Lo siento cariño. –dijo mi madre abrazándome.

— Haremos lo siguiente –dije apartando a mi madre para incorporarme—.Vete tú primero papá, yo llegaré dentro de un rato para pillaros en plena faena, sacaré fotos con el móvil. Luego haré las maletas y ¡Hasta nunca! –dije sin sentirme mosqueado, como si esperara una cosa así de ella.

— ¿Y no vas a hablar con ella?, al menos dale la oportunidad de aclarártelo todo, te lo debe; luego haz lo que tengas que hacer. –dijo mi madre.

— A mí se me ocurre otra cosa. –dijo mi padre.

— Explícate Ismael. –le pidió mi madre intrigada, como yo.

— Puedes hacer dos cosas Sergio: una es lo que tú has dicho, pero sin llegar a la violencia ¿entendido?, la otra es seguirle el juego. Voy a verla y si lo que quiere es follar, pues follamos y que mientras se confíe. Creo que merece la pena intentarlo y si oculta algo, no te preocupes que lo descubriré. Cuando ya sepas todo, haces lo que tengas que hacer como te ha dicho tu madre.

— Sí, es una buena opción, pero ¿merece la pena?, o en realidad lo que quieres es seguir follando con ella ¿no papá? –le dije.

— No lo negaré. –contestó él. 

— Ni se te ocurra darte por aludido. Hijo ¡Celos NO!, ¿entendido? –mi madre me sorprendió al decir eso.

— Vale, estoy de acuerdo. –contesté. seguiría el juego a Silvia, a ver hasta donde llegaba.

Mi padre nos dio un beso a los dos y salió muy alegre por la puerta de la calle.

— Mira que contento se va. –le dije a mi madre.

— Es mejor así, créeme. No es lo mismo que tu mujer folle con tu padre a que folle con un extraño. –dijo mi madre pasándome un cigarrillo encendido.

— A estas alturas no me importa con quien folla mi mujer, es evidente que tenía pensado follar con su suegro desde la noche que le probó, lo que más me jode es que me mienta. –dije expulsando el humo.

— Anda, ven conmigo a la cocina y me ayudas a preparar algo de cenar –me invitó— pero antes quítate la chaqueta ¡por dios!, siempre tan formal. –protestó.

Yo me quité la chaqueta y ella me sacó la camisa por fuera de los pantalones; al quitarme la corbata nuestras caras quedaron muy cerca. Por un momento deseé besar sus labios, rodearla con mis brazos y comerme su boca despacito, saboreándolo todo. Pero no me atreví; fui tras ella recreándome la vista con su culo y sus piernas camino de la cocina pensando en mi secreta fantasía. Tenía que decirle a mi madre que quería follar con ella.

Mientras ella trasteaba con los cacharros yo la miraba. Me ponía cachondo cuando se agachaba flexionando las piernas, seguro que pensaba que así no mostraba mucha carne y la verdad es que sus muslos quedaban bien a la vista. Cuando se estiraba para coger algo de los muebles de arriba le veía un poco las braguitas blancas y mi corazón se aceleraba.

— Hijo vale ya de mirarme así, o ¿es que quieres vengarte? –dijo ella.

— ¿Vengarme de qué? –contesté sonriendo.

— Ya sabes a lo que me refiero, tu padre se trajina a tu mujer y tú querrás gozar de la suya. -dijo mirándome a los ojos.

De pronto me puse tenso. Mi madre ¡mi fantasía! Más sexy y excitante que nunca me estaba invitando.

— A lo mejor quiero venganza. –dije sin apartar la vista de su voluptuoso cuerpo.

— ¿Estás seguro? –preguntó.

— No, lo que deseo es follar contigo –dije acercándome.

Ella no se movió. Cuando la abracé y aspiré su aroma tuve una erección instantánea y moviendo despacio las caderas me rocé con ella para que percibiera lo excitado que me encontraba. No recordaba haber tenido una erección tan fuerte como la de ese momento. Sentí sus grandes pechos apretados sobre el mío, acaricié su terso culo que tanto había soñado sobar sorprendiéndome lo duro de sus carnes. Al intentar besarla en la boca me rehuyó ladeando la cara, eso me excitó más recordándome a mi mujer con mi padre. 

Mi padre me había dicho que su respuesta podría sorprenderme, y así había sido. Empecé a besarle por el cuello, lamiendo de vez en cuando su fina piel perfumada. Ella emitía pequeños gemidos.

— Me vuelves loco mamá, no puedo parar, te deseo y quiero hacerte gozar hasta que te vuelvas loca. –susurré.

— Hijo no eres mi objetivo sexual, lamento decírtelo. –dijo intentando que me echara atrás.

Mi madre soltó un gemido al escucharme. Deslicé mi mano por la ingle hasta meterme dentro de su bragas. Toqué su abultado sexo rodeado de vello corto y suave y empecé a frotarlo despacio con los dedos. Gimió con la caricia y poco a poco empezó a humedecerse, demostrándome que su deseo era tan inmenso como el que yo sentía. Era plenamente consciente de a quien se estaba entregando.

— Me encanta acariciarte el coño mamá.

— También a mí me encanta hijo, ese es el problema.

Le cogí la cara con la otra mano y aproximé mi boca a su labios, los besé y los lamí despacio, unos segundos después abrió la boca deseosa. No le metí la lengua aún, antes aspiré su aliento hasta embriagarme. Luego metí la lengua y la suya se fundió con la mía lascivamente. Se restregaba contra mí como una gata en celo; una de sus manos me acarició la polla por encima del pantalón dándome un placer desconocido hasta ahora.

— Te deseo con toda mi alma mamá. –le dije decidido.

La alcé en mis brazos y sin dejar de besarnos, me las arreglé para dirigirme a su dormitorio. Una vez en la habitación, la deposité sobre el suelo con cuidado y con mucha delicadeza la fui despojando de toda prenda, al tiempo que nos acariciábamos; lo único que la dejé puesto fue la ropa interior, ver a mi madre en bragas me volvió loco de lujuria. Ella detuvo mi intención de acariciarla y empezó a desnudarme. Me desabrochó los pantalones y los dejó caer; al ver el bulto de mi erección se mordió el labio inferior en un gesto que me recordó a Silvia.   

Se echó sobre la cama, adelantó una mano y me agarró la polla tirando de ella hasta acercarme a la cama. Me eché sobre ella y comenzamos a morrearnos revolcándonos por la cama como animales en celo en su ceremonia de apareamiento. Me sorprendió la excitación que demostraba mi madre que no paraba de sobarme la polla por encima de los calzoncillos. Yo también estaba muy excitado y al tiempo que le lamía un gordo y duro pezón, le sobaba el coño metiéndole dos y tres dedos en la vagina. Le confesé que ella era mi fantasía sexual desde que yo era joven. Entre jadeos, mi madre también me confesó que se estaba excitando más que con ninguno de los hombres con los que había estado porque el hecho de ser su hijo le confería al coito un morbo excepcional. Me sentí orgulloso al oírla decir eso.

Seguí recreándome con sus pechos, acariciarlos era un delirio pero chupar y mamar sus pezones era la locura. Estaba tan cachondo que sentía como la sangre se agolpaba en mi polla hinchándola hasta hacerla saltar. Si seguía consintiendo a mi madre sobármela me iba a correr y no podía permitirme ese lujo; antes ¡tenía que saborear su jugoso coño!

Sintiéndolo por ella me incorporé y me coloqué estirado bocabajo entre sus piernas. Besé su estomago, lamí su vientre gozando al ver que se retorcía por las cosquillas y el placer. Besé su pubis por encima de las bragas oliendo el acolchado suave de su vello ¡qué olor a hembra desprendía mi madre!, ¡me enloquecía su aroma! Cuando besé su vulva por encima de la tela ella soltó un ¡Ah! Prolongado. En vez de detenerme ahí seguí besando el interior de sus muslos, muy cerca de la ingle.        

— ¡Cómemelo ya!, ¡no me hagas sufrir así, por dios! –me suplicó.

Siguiendo sus instrucciones aparté el trozo de tela que ocultaba su sexo y lo encajé entre sus nalgas. Mi madre apoyó los pies en el colchón y separó los muslos invitándome a devorarla. Arrimé la cara y con la lengua me adueñé de su intimidad lamiendo la brillante hendidura desde el comienzo de la vagina hasta la uretra; el hinchado y prominente clítoris lo reservé para más tarde; ahora me centré únicamente en sus labios vaginales y en el bultito de su uretra que al toque de mi lengua también se hundía y afloraba. El sabor del chocho de mi madre era extraordinario, o al menos me lo parecía. No se llegó a mear como mi mujer, tampoco me dio la oportunidad de intentarlo porque me tiró del pelo obligándome a centrarme exclusivamente en su clítoris. Ahí me retuvo la cabeza y dado su tamaño pude atraparlo con mis labios y succionarlo pero no demasiado fuerte, para que mi caricia no fuera desagradable para ella. Y no lo fue; no porque me lo dijera sino porque al poco tiempo comenzó a jadear en alto y a respirar con mucha fuerza. Mi madre había alcanzado el clímax y yo me retiré un poco gozando con las convulsiones de su vagina; le separé las nalgas y vi que el esfínter de su culo se contraía hacia dentro y se relajaba. Segundos después le vino la relajación y entonces me aproveché. Le abrí más los muslos, abrí su vagina con los dedos y hundí la lengua para saborear el néctar que fluía de su interior y cuyo sabor era maravilloso y excitante. Cuando intenté lamerle el clítoris de nuevo ella me lo impidió diciéndome que ahora no, porque lo tenía muy sensible.    

Lo respeté. Agarré la cinturilla de las bragas y empecé a bajárselas, mi madre juntó las piernas para que fuera más fácil quitárselas pero al ver el bulto de su sexo tuve una tentación y rápidamente me agaché para besárselo. La pillé por sorpresa y se sobresaltó. Partiéndose de risa intentó bajar las piernas para cerrarlas pero no la dejé, le besé varias veces la vulva e incluso se la llegué a morder haciéndola gritar por la sorpresa. Sin dejar de reírse dejó que la ladeara, le quité las bragas por los pies y las tiré al suelo. Ella quedó de lado y encogida sobre la cama. Al ver que me agachaba gritó un ¡no! Y se enderezó. De nuevo volví a ladearla en medio de protestas pensando que iba jugar de nuevo con su sexo, no le hice caso ya que mis intenciones eran otras, cuando la tuve de lado, separé sus nalgas con las manos y admiré el apretado esfínter de su culo totalmente carente de vello. Metí la cara para besarlo pero la postura no era la correcta. Adivinando mis intenciones mi madre rodó en la cama hasta ponerse bocabajo ¡Esa era la mejor postura para lo que pretendía!

Ella separó las piernas y yo sus nalgas con las manos, entonces pude besarle el esfínter muchas veces, olerlo y después lamerlo como un gatito hambriento. Ella gozaba con mis caricias pero yo mucho más, por fin me pertenecían las intimidades de mi madre. Ya era toda mía pensaba mientras la follaba el culo con la punta de mi lengua. Cuando me cansé me tumbé al lado de ella.

Mi madre me lamió los labios, me los besó y acabamos enzarzados en un morreo apasionado, abrazándonos con desesperación; mejor dicho, yo era el que la abrazaba porque ella había metido las dos manos dentro de mis calzoncillos y jugaba con mi sexo sin dejar de besarme.   

No estuvimos mucho tiempo así ya que ella me pidió que la dejara devolverme el placer que yo le había proporcionado. Me puse de pie sobre la cama con las piernas a los lados de su cuerpo. Ella se incorporó poniéndose de rodillas, se sujetó agarrándose a mis caderas y utilizó la boca para atrapar la punta de mi polla y lamerla por encima de la tela del calzoncillo un minuto o dos, después me bajó el calzoncillo despacio y abrió los ojos sorprendida al ver mi erección.

— ¡Dios mío hijo tienes una polla enorme! –dijo sonriendo.

— Pero muy fina. –dije un poco resentido.

— ¡No me jodas hijo!, si encima fuera tan gorda como la de tu padre no hay quien follara contigo. Yo desde luego no me atrevería. –dijo riendo.

— Siendo así, te quedas sin ella.

— ¡Ni se te ocurra!, esta polla me pertenece desde el momento en que te eché al mundo. ¡La hostia que dura la tienes! –dijo apretándola con sus manos.

Sin más me bajó los calzoncillos hasta quitármelos y me hizo tumbar bocarriba en la cama para lanzarse sobre mi pene y devorarlo con su boca. Las sensaciones eran tan distintas a las de mi mujer que no pude evitar las comparaciones. Silvia era muy buena por lo que vi en el hotel, pero mi madre era extraordinaria. Su lengua lamía la circunferencia de mi glande con una suavidad y un deseo que enloquecía poco a poco. Recorría todo el tronco en las dos direcciones, a veces se detenía en mi escroto y succionaba uno y otro testículo con delicadeza, no como mi mujer que siempre apretaba y me hacía daño. A diferencia de Silvia, mi madre era la única persona incapaz de hacerme daño con una caricia. Al agarrarme la polla por la bese y ver todo lo que sobresalía de su puño se rió maravillada. Era casi mareante ver cómo me hacía una paja con su delicada mano. Cuando más tarde me dijo que me pusiera a gatas para jugar a los “perritos” no comprendí sus intenciones, pero al ver que ella adoptaba la misma postura y agachaba la cabeza para chuparle la polla enloquecí de gusto. Levanté mi pierna apoyando mi rodilla en su espalda y me dejé lamer y chupar todo lo que ella quiso; las ingles, la polla, y los huevos. ¡Joder con mi madre!, me estaba matando de gusto.

Pero lo mejor vino después. Gateó por la cama hasta situarse detrás de mí, me lamió esfínter y me lo folló con la punta de la lengua, cuando se cansó continuó por el perineo hasta llegar a mis huevos, se cebó con ellos unos segundos y de nuevo me mamó la polla. Lo único que podía hacer era permanecer quieto jadeando como un perro y cuando no pude más le pedía que parara.

— ¿Te entran ganas de correrte? –preguntó.

— No puedo más, me estás torturando demasiado. –me quejé.

— Pues no te aguantes, yo te chupo la corrida.

— Es que deseo follarte más que nada.

— Hijo, tienes treinta años y toda una noche por delante, si sólo me vas a echar un polvo me decepcionas.

— Te juro mamá que te voy a follar hasta que se me caiga la polla a trozos.

— Tampoco es eso. –dijo riéndose y añadió— te recuerdo tu promesa: te voy a enloquecer de gusto mamá. –dijo tratando de imitar mi voz.

— Y la pienso cumplir.

— Entonces no te reprimas y goza hijo.

Aclarado el asunto, volvió a sumergirse debajo de mi cuerpo y empezó a lamerme el glande, luego a mamarme la polla. Igual que antes sólo utilizaba la boca. Separé un poco más las piernas para que me diera más gusto y dejé que me lamiera y chupara por todos los sitios que ella escogía que eran los más sensitivos para mí. No sé cuanto estuvimos así, pero mi respiración empezó a alterarse y noté como se aproximaba mi momento. Mi madre lo adivinó sin que la dijera nada, atrapó mi glande con sus labios y esperó mi derrame. Dos segundos después mi polla empezó a bombear semen en su boca. ¡Qué gustazo de corrida! El orgasmo fue tremendo, me temblaban las piernas y los brazos al tiempo que jadeaba escandalosamente. Ella mamó mi corrida y después me chupó la polla hasta asegurarse que ya no manaba nada más. Cuando se retiró me desplomé sobre el colchón y ella se me subió encima lamiéndome la nuca y el cuello; eso junto con la caricia de su vello púbico me produjo una sensación que nunca olvidaré mientras viva.

Un rato despues nos fuimos al baño y allí hice realidad otra de mis fantasías: ver mear a una mujer; en éste caso mi madre, y al terminar me lancé sobre su coño y se lo lamí con desesperación; porque me detuvo que si no la hubiera hecho correrse. En medio de risas, ella se colocó detrás de mí y me sujetó la polla mientras yo meaba en la bañera para no salpicar. Cuando terminé me la sacudió como una experta y me la meneó un poco. Después de lavarnos me dio un fuerte azote en el culo y salió corriendo sin parar hasta que llegó a la cocina. —Hay que reponer fuerzas para el folleteo— dijo y nos echamos a reír. A estas alturas me había olvidado de todo, lo único que reclamaba mi atención era la mujer preciosa y especial que era mi madre. Después de cenar volvimos a enrollarnos.

—Fin de la 4ª parte—

………./……….

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