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La ventana indiscreta. 014

en Grandes Relatos

Capítulo 14: La historia de Sally:

Llegamos por fin a casa. Mamá me ayudó a sentarme sobre la silla de ruedas sin decir una sola palabra y la empujó dirigiéndose a la terraza. Hacía un calor del demonio para ser el mes de Junio, el sol picaba como en Agosto.

Sally salió a recibirnos pero sin salir de la sombra protectora de la terraza y se hizo cargo de mí mientras mi madre entraba en la casa, supongo que iba a lavarse y a buscarme ropa más cómoda para que estuviera “fresquito”. Regresó al poco tiempo con mi ropa: una camiseta de tirantes y mis queridos calzones cortos, se los tendió a Sally y dio media vuelta para cambiarse también de ropa.

— ¿Qué le pasa a tu madre Poli? —me preguntó Sally.

— No lo sé ¿por qué? —respondí viendo que se arrodillaba ante mí para quitarme las mallas, me corté un poco por que iba a ser la primera vez que ella me veía desnudo.

— ¿No habéis discutido?

— No. — dije impulsándome hacia arriba con los brazos.

— Pues está muy seria, ni siquiera me ha dado un beso al llegar. —dijo Sally sacándome las mallas por los pies sin dirigir una sola mirada a mi entrepierna.

— Pues pregúntaselo. —dije observando cómo me metía el calzón corto por los pies, lo subió hasta llegar un poco más arriba de medio muslo y metió la mano sujetándome los testículos, di un respingo, ella sonrió y me subió el calzón.

— ¿Por qué has hecho eso? —le pregunté.

— Para no pillártelos con el pantalón. —respondió con una dulce sonrisa.

— No creo que fuera necesario.

— Yo sí. —respondió.

Se puso de pie y se sentó sobre un sillón de mimbre a mi lado, al cruzarse de piernas se le abrió el vestido por el lateral y le vi la pierna entera, desde el pie hasta casi la curva de la nalga y al darme cuenta de lo buena que estaba empecé a empalmarme, no lo pude evitar. Ella se dio cuenta porque miró el bulto de mi paquete y entonces miró hacia otro lado.

— Lo siento Sally. —dije más colorado que un tomate.

— No te preocupes. —dijo sin mirarme.

Permanecimos callados unos minutos que fueron angustiosos para mí porque no sabía cómo darle conversación, menos mal que apareció mi madre.

— Traeré la comida. —dijo Sally poniéndose de pie y entrando en la casa.

Entonces me fijé en mi madre. Se había puesto un bikini que a duras penas le contenían los pechos. Su sexo se marcaba perfectamente sobre la braga del bikini. Por encima llevaba una túnica blanca transparente, estaba jodidamente provocadora y lo mejor de todo es que parecía repuesta del episodio del aparcamiento.

— ¿Me das el aprobado? —me preguntó sonriendo.

— Una matrícula de honor es lo que te mereces.

— Eres un cielo hijo —dijo y se agachó besándome en los labios— ¿Te has empalmado al verme? —me preguntó.

— No —respondí y bajando la voz añadí: —ha sido por Sally al sentarse en ése sillón se le ha abierto el vestido y le he visto la pierna entera y casi la nalga.

— Y te has dado cuenta de que está muy buena, es una reacción natural hijo no le des más vueltas.

— Ya pero es un poco extraño, es la primera vez que miro a Sally de otra manera.

— Déjalo ya Pablo, no te justifiques más que pareces un niño pillado con las manos en la masa, no pasa nada ¡Ya está!

— De acuerdo. —dije viendo que de repente se había puesto seria.

— Por cierto, tenemos que hablar.

— ¿De lo que ha pasado entre nosotros?

— De eso mismo, pero ahora no es el momento. —dijo al oír el carrito sobre el que Sally ponía los platos de comida.

Nos sentamos a la mesa los tres, mi madre frente a mí, Sally en el sillón de antes y yo en la silla de ruedas. Mi madre lo había dispuesto así pero yo estaba seguro de que lo había hecho a posta para que  sufriera viéndole a Sally la pierna otra vez. Nos servimos la comida directamente de las bandejas. Durante la comida no hice más que mirarle la pierna a Sally con disimulo, cada vez estaba más convencido de que estaba muy buena.

Al terminar de comer, mi madre se tomó un café con hielo y Sally un té frío, yo no tomé nada y mientras ellas hablaban de sus cosas a mí me entró un sopor que me hizo dormitar. Sally empezó a recoger la vajilla y me desperté.

— Espera que te ayudo. —dijo mi madre empezando a recoger también.

— No hace falta Paula. —insistió Sally.

— Ya lo sé, pero entre las dos tardaremos menos ¿no te parece? —le dijo mi madre y Sally le dio las gracias.

Una vez recogida la mesa, mi madre le preguntó a Sally si podía hacerse cargo de mí y ella le respondió que sí. Yo tenía los ojos entrecerrados pero no dormía, observaba atento a Sally por si en un descuido descubría más cosas de su cuerpo.

De repente comprendí que Sally había cambiado de actitud conmigo y eso me intrigaba. « ¿Por qué parece ahora interesada por mí? ¿A caso le gusto? ¿O es que siente compasión por mí? Desde luego si su acercamiento se debía a la compasión la mandaría a la mierda sin más. No necesito la compasión de nadie». Pensé.

Mamá se tumbó en uno de los sofás a la sombra de la terraza del porche, en ese momento corría una ligera brisa y me dijo que se iba a dormir la siesta ahí mismo. A continuación se colocó de lado, dándome la espalda y yo me quedé mirándole el culo.

— ¿Te llevo ya a tu habitación Poli? —me preguntó Sally cortándome el rollo y asentí con la cabeza. 

Con su ayuda me tumbé sobre la cama. Sally se quedó mirándome  y yo me corté un poco pues no sabía lo que debía hacer, ni siquiera se me ocurría “algo” para iniciar una conversación, su presencia me intimidaba un poco y me ponía nervioso. No es que le tuviera miedo o respeto, yo creo que era porque no tenía confianza con ella.

— ¿Quieres que te dé un masaje? Sé darlos muy bien, pregúntaselo a tu abuelo, y te aseguro que después te dormirás completamente relajado.

— ¿Puedo hacerte antes una pregunta?

— Claro que sí.

— ¿Por qué te portas así conmigo?

— No te entiendo.

— Es la primera vez que me tratas así y estoy un poco confundido, me gustaría saber si pretendes algo. —le dije yendo directamente al grano.

— No pretendo nada Poli. Sólo deseo ser amable contigo para que seamos amigos. Conozco los detalles de por qué estáis aquí, me los ha contado Francisco (así se llama mi abuelo y es la única de nosotros que le llama así), nunca tiene secretos conmigo, espero que no te ofendas por ello y como sé que vais a vivir aquí quiero relacionarme con vosotros.

— Mi abuelo nos dijo a mi madre y a mí que tú formas parte de la familia, creo que mamá te tiene mucho aprecio lo mismo que yo.

— Gracias Poli.

— Espera, no me las des, lo que quiero decirte es que te tenga aprecio no significa que tenga la suficiente confianza contigo ¿me comprendes? y creo que a ti debe sucederte lo mismo.

— Precisamente por eso quiero que nos conozcamos mejor, a no ser que tú no quieras.

— A mí sí me gustaría conocerte mejor. —dije tratando de imaginármela en pelotas.

— Por eso mismo te dicho lo del masaje.

— Es que no creo que darme un masaje sea la mejor forma de conocernos mejor ¿me entiendes?

— Entonces ¿qué sugieres? ¿Acaso quieres acostarte conmigo? ¿es así como se conocen los amigos?

— ¡Joder no! —exclamé avergonzado, parecía haberme leído el pensamiento.

— Pues tú dirás. —dijo ella mirándome con curiosidad.

— Las personas se conocen hablando, podríamos charlar sobre nosotros.

— Me parece bien.

— Pues empieza tú, yo no tengo mucho que contar, puedes sentarte en la cama si quieres. —le dije y me apoyé con las manos sobre los soportes metálicos para sentarme yo también. Sally se subió a la cama descalza y se sentó frente a mí cruzando las piernas al estilo “mariposa o indio” con toda naturalidad, lo que pasa es que el vestido se le había abierto de par en par y sin poder evitarlo mi vista se clavó en su entrepierna.

— No creo que sea la mejor manera de sentarte Sally, perdóname pero es que te estoy viendo las bragas.

— Pues no las mires, mírame a la cara. —dijo ella sin perder la sonrisa.  

— Intentaré no mirarte pero no te lo puedo prometer.

— No te preocupes, estoy acostumbrada a que los hombres me miren como si yo fuera su juguete.

— Te juro Sally que yo no te miro así. —me apresuré a decirle poniéndome colorado.

— No jures en vano, ya me has mirado así varias veces —dijo tan tranquila mirándome a los ojos y preguntó: — ¿por dónde empezamos?

— Empieza por ti, ya te he dicho que mi vida es muy corta aún y casi te la conoces del todo.

— Está bien. —respondió ella, dio un suspiro y comenzó a relatarme su vida:

« Nací en una aldea, como muchas en Tailandia. No tengo ningún recuerdo de mi niñez, me parece que soy hija única. Según me contaron más tarde, mi padre que era campesino esperaba que yo fuera un chico para que pudiera ayudarle en el campo, pero tuve la desgracia de nacer mujer, y no cualquier mujer. — Poli mírame a la cara —me dijo y la miré sintiendo vergüenza porque me había pillado mirándole las bragas—. Te decía que no soy una mujer normal —Sally hizo una pausa pero al ver que seguía callado continuó—. Resulta que tengo el clítoris muy desarrollado y a mi padre eso le pareció una maldición: Debía haber sido un chico en lugar de niña.

Tendría tres o cuatro años cuando mi padre me vendió a un hombre. No sé cuál fue mi precio, pero no mucho créeme, espero al menos que lo que le dieran a mi padre por mí garantizara el alimento a mi madre. Ese hombre no tenía escrúpulos así que no dudó en hacer negocio conmigo vendiéndome a una mafia. Resulta que esa mafia tenía una escuela, pero no una escuela normal, en esa escuela se adiestraba a las niñas en muchas disciplinas para ser luego las mejores putas. Cuando alcanzamos el máximo nivel de adiestramiento a otras niñas y a mí nos marcaron con un hierro al rojo vivo un pequeño dragón en la espalda, eso certificaba nuestra calidad. Ellos decían que éramos señoritas de compañía pero nosotras sabíamos que éramos unas simples putas; nada más.

A los seis años me alquilaron a dos millonarios europeos para que jugaran conmigo, afortunadamente no recuerdo nada de eso. La mujer mayor que nos enseñaba me confesó tiempo después que me gustó jugar con los pitos de los hombres; vete a saber. Un día me enteré que cobraban a los clientes por nuestros servicios y además grababan un video del encuentro y hacían fotografías cobrando por todo eso. Éramos un gran negocio.

A partir de los ocho años es cuando lo recuerdo todo. En especial a un viejo ruso que babeaba mucho. No imaginas el asco que me daba. A veces tengo pesadillas y me veo con el pecho lleno de las babas de ese cerdo. Tenía un pito pequeño y blando, semejante a un churro tan asqueroso como él. Me hizo chuparle el pito y meneárselo hasta que me dolieron los brazos. El viejo al darse cuenta de que era incapaz de empalmarse, gozó como un cerdo meándome en la boca y por todo el cuerpo.

Perdí la virginidad a los nueve años con un millonario árabe que me hizo mucho daño, tenía un pito muy largo y gordo, demasiado para una niña, además, no conocía ni el tacto, ni la ternura. Me puso a cuatro patas  y desde atrás me metió su pito entero de un solo empujón. Imagínate el grito de que di. Estuve un rato llorando hasta que el árabe me calló a base de golpes. Te juro que cuando empujaba creía que me iba a salir el pito por la boca. —me dieron arcadas al escucharla y ella paró de hablar—. Si quieres lo dejamos estás pálido ¿te encuentras bien? —me preguntó. Evidentemente no me encontraba bien pero me aguanté y le dije que continuara—.

Un año después, otro árabe, un millonario libanés muy guapo y al que creía capaz de tratarme con ternura me rompió el culo literalmente, tuvieron que tratarme los desgarros que me produjo.

A los doce años me quedé embarazada, entonces me trasladaron a Bangkok. Allí me hicieron trabajar como puta para gentuza. Sufrí un sinfín de humillaciones estando embarazada. Había clientes que les gustaba pegarme para después orinarme encima mientras se carcajeaban. Algunos eran tan depravados que les gustaba violarme. Allí,… mataron mi dignidad de mujer y mi humanidad. Fui madre dos veces y en ambas ocasiones me quitaron a mis hijos a los que ni siquiera pude verles la cara; nunca he sabido nada de ellos, ni siquiera si eran niños o niñas. Ellos los consideraban de su propiedad.

Tenía quince años cuando me echaron a cinco soldados norteamericanos, dos eran blancos y tres negros, todos eran muy fuertes. Me sujetaban de dos en dos mientras los otros tres me violaban sistemáticamente, los peores eran los negros pues tenían un pito como un caballo pequeño. Un buen día me harté, emborraché a los tres tíos que habían pagado por estar conmigo y me escapé por una ventana muy pequeña. Para que no me encontraran me refugié debajo de la ciudad: En las alcantarillas. Allí compartí la misma comida que las ratas, incluso comí una vez rata cruda. El hambre es muy mala sabes, te obliga a hacer cosas aberrantes, como matar a otra persona por robarle un trozo de pan, yo lo vi escondida y supe que allí no podría sobrevivir.

Así que me arriesgué a salir a la superficie, para conseguir algo de alimento como fuera. Como mi debilidad me impedía robar en los mercados, rebusqué en la basura de los restaurantes, pero había  gente que también buscaba en la basura y que creía tener más privilegios que yo. Una vez me dieron una soberana paliza y tardé diez días en poder andar. En otra ocasión, cuando trataba de escaparme a gatas, alguien me bajó los pantalones de un tirón, sabía lo que iban a hacerme y no me importaba, pensaba que la mugre que envolvía mi cuerpo les haría desistir de la violación, pero no fue así y tres tíos me violaron. La calle me convirtió en una fiera y a partir de ese día no me violaron más, si alguien lo intentaba me defendía, a patadas, puñetazos y hasta mordiscos en sus partes. Busqué refugio en callejones tranquilos y me ocultaba debajo de montones de cartón para dormir tranquila.

Un día me dio por explorar la ciudad y me metí en un barrio de gente con dinero en busca de alguna ayuda, pero esa misma gente al verme se apartaba de mí como si tuviera la peste. Cansada de caminar decidí sentarme en el suelo, apoyando mi dolorida espalda en una fachada que resultó ser un hotel de lujo. El portero nada más verme empezó a darme patadas para que me fuera, pero no tenía fuerzas ni para arrastrarme, llevaba demasiado tiempo sin alimentarme, así que me encogí todo lo que fui capaz tratando de resistir las patadas, hasta que de repente los golpes cesaron, abrí los ojos y frente a mí vi la cara amable y cariñosa de un hombre que me sonreía con ternura.

Pero no me fié y me lancé intentando arañarle, él me sujetó las manos y se sentó en el suelo, a mi lado y después hizo algo que me desconcertó, me puso sobre su regazo y empezó a acunarme, me tranquilicé, no sé por qué, tal vez fue porque de sus ojos caían lágrimas.

— ¿Supiste quién era ese desconocido? —pregunté con un hilo de voz, tratando de evitar los sollozos y llorar en silencio.   

— No, no le conocía de nada, sin embargo algo dentro de mí me decía que podía confiar en él.

Ese hombre me llevó a un hospital privado donde se ocuparon de mí. Allí me lavaron y curaron mis heridas, la ropa la tiraron directamente a la basura o la quemaron, no lo sé. Estaba tan desnutrida que me alimentaron con suero durante cinco días ¿te imaginas? Cinco días teniendo casi a mi alcance muchos alimentos y no podía comerlos porque vomitaba. A partir del sexto día pude comer sólidos, era un simple pescado a la plancha pero me supo a gloria, te lo juro.

Al cabo de diez días mi estado empezaba a ser aceptable y de repente, una tarde, apareció el hombre que me rescató trayéndome un paquete”. —Sally sonrió al recordar ese detalle.

— ¿Y qué era ese paquete? —pregunté ya más tranquilo.

El mejor regalo que he tenido en mi vida —contestó ella con los ojos brillantes— ¿a que no lo adivinas? —me preguntó con una sonrisa de felicidad.

— No sé, pienso que en tu estado el mejor regalo podía ser dinero para que pudieras valerte por ti misma. —contesté sin haberlo pensado mucho, ella negó con la cabeza.

No Poli, aquel desconocido sabia de alguna manera lo que yo más quería, el regalo que me dio no era ni más ni menos que una hamburguesa con todos los ingredientes.

— Hombre eso está bien, pero yo no lo consideraría el mejor regalo de mi vida. —le dije.

Pues yo sí. No era por la comida en sí, es que era la primera vez que alguien me regalaba algo. Y todavía hizo mucho más por mí, se encargó de denunciar a la policía mi hallazgo, pero en mi país son tan corruptos que no hicieron nada, en vista de eso, el desconocido usó sus contactos para que me dieran un pasaporte falsificando mi edad, ahora resulta que tenía 18 años en vez de quince.

— Y saliste de tu país echando leches ¿no?

No exactamente —rió ella— me invitó a viajar con él a su país y yo acepté.

— ¿A dónde te llevó?

¿Todavía no has adivinado quien era ése desconocido?

— Creo que lo sé pero quiero que me lo digas tú. —contesté con las lágrimas corriendo por mis mejillas.

Es tu abuelo Poli. Él me salvó de la muerte hace diez años. —Sally concluyó así su relato y guardó silencio con la mirada extraviada en algún punto de la pared detrás de mí.

— Quiero confesarte una cosa Sally. Al principio pensé que te había mandado él para que te enrollaras conmigo.

— Él jamás me pediría una cosa así. —respondió ella ofendida.

— Ahora lo sé y te pido perdón por haberlo pensado.

— A veces los pensamientos nos traicionan, por eso es mejor no pensar mucho, es mejor imaginar en vez de pensar tanto. —dijo y después se marchó. Me quedé jodido porque estaba seguro de que la había ofendido sin querer. Sally no me dio ningún masaje esa tarde. Lo que me dio fue una lección magistral sobre los seres humanos: capaces de todo lo mejor y a la vez de una crueldad infinita.

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Por la tarde, cuando regresó mi abuelo decidimos darnos un baño en la piscina. Mi madre propone que lo hagamos en pelotas. Pensé  en Sally desnuda aunque no dije nada para no meter la pata otra vez. También veo en directo cómo mi abuelo se folla a mi madre.

Sobre las siete de la tarde llegó mi abuelo conduciendo su propio coche (un 4x4 bastante grande ya que el “Mercedes” lo conducía un chofer). Al llegar a la terraza vio a mi madre que seguía durmiendo. Yo estaba sentado sobre la silla de ruedas. Sally me había traído un refresco de cola que yo bebía a veces sin dejar de mirar a mi madre hizo un movimiento de cabeza señalándola y se acercó a mí.

— ¿Qué tal? —me preguntó al agacharse para darme un beso en la mejilla.

— Bien, aquí pasando la tarde.

— No pareces contento.

— No tengo motivos para estarlo.

— Eso me lo tienes que explicar. —dijo y se sentó en un sillón cercano a mí.

— No tengo muchas ganas de hablar abuelo.

— No te pido que me des una conferencia, sólo quiero saber lo que te pasa, estás muy triste y no me gusta verte así. —dijo mirándome a los ojos. No pude aguantar su mirada y empecé a llorar.

— ¿Por qué el ser humano es tan hijo puta? —le pregunté tratando de aguantarme el sollozo.

— ¿Lo dices por lo que te ha pasado? —me preguntó a su vez, yo negué con la cabeza, mirando hacia el suelo. Mi abuelo se tomó unos segundos antes de volver a hablar— Ya comprendo has hablado con Sally  ¿verdad?

— Sí.

— Entonces sólo puedo decirte esto: la vida es así Pablo. A veces te encuentras con auténticos monstruos caminando por la acera junto a la gente normal, pero lo importante, lo que verdaderamente cuenta para mí al menos, es que también hay gente buena caminando por esa misma acera.

— Gente buena como tú.

— No hijo, no soy tan bueno como parece, también tengo mi lado oscuro, todos las personas lo tenemos. Lo que importa es que ese lado oscuro permanezca oculto y controlado el máximo tiempo posible.

— ¿Y no hay castigo para esos monstruos?

— No, no lo hay. Viven alimentándose del mal hasta que mueren y siempre surgen más monstruos, es un proceso que forma parte de la vida.

— Ya, para que exista el bien debe existir también el mal. —respondí.

— Exactamente. Eso hace que valoremos nuestra vida. Desde el que no tiene problemas económicos hasta el que tiene muchos. Todos, ricos, pobres, buenos y malos tenemos nuestros momentos de felicidad, cada uno a su manera, pero te puedo asegurar una cosa, que seas rico o bueno no te garantiza más felicidad que a la gente con pocos recursos.

— Eso es porque la felicidad no existe abuelo.

— ¡Ah! ¿No? y entonces qué es según tú.

— Es una sensación, un sentimiento efímero. Esta vida no está hecha para que seamos felices permanentemente. —afirmé.

— Porque es muy aburrido ser feliz siempre. La vida hay que saborearla tal como es, aunque a veces tenga mal sabor, eso nos hace pensar en ser mejores. —respondió él.

— Una persona me ha dicho que no hay que pensar mucho porque los pensamientos nos traicionan, es mejor imaginar.

— ¡Ahí lo tienes! Esa persona aun habiendo saboreado lo peor de la vida es feliz, al menos lo imagina así. —dijo mi abuelo adivinando al instante a quién me refería y eso me desconcertó unos segundos.

— Entonces imaginemos el bien para los demás y para nosotros mismos. —respondí.

— ¿Y eso en qué te convierte? —no sé si mi abuelo me preguntaba o es que sentía curiosidad por saber lo que respondería.

— En misericordioso. —respondí rotundamente.

— Efectivamente Pablo, ejercer la misericordia es mejor que ser bueno, te hace sentirte mejor persona.

— Abuelo… ¿Nosotros tenemos dinero para ejercer la misericordia con los demás?

— No solo dinero Pablo, también tenemos poder, espero que algún día tú aproveches todo eso para beneficiar a la gente, no solo a ti mismo.

— Pues te prometo que así lo haré abuelo. —dije convencido de tener una misión en la vida.

— Pero para eso debes prepararte, por eso es imprescindible que estudies.

— Y lo haré, no te preocupes, me licenciaré en ciencias económicas como me pediste y también en psicología, porque necesito conocer a la gente para poder entenderla. —contesté mirándole a la cara. Entonces mi abuelo se puso de pie y se agachó apoyando las manos en los apoyabrazos de la silla de ruedas.

— No sólo eres la mejor persona que conozco, eres el mejor nieto que un abuelo puede tener —dijo y me besó en la frente.

Aprovechando la cercanía me eché un poco hacia delante para abrazarle y sentir su cariño, su seguridad y también el bulto de su polla. Dejó que restregara mi cara contra su paquete un poco y luego me cogió la cabeza y me la alzó para mirarme.

— Parece que estás desesperado ¿quieres chupármela?

— Si me dejas me darías una alegría.

— Está bien pero sólo un poco, quiero reservarme para tu madre.

— ¿Te la chupo aquí?

— ¿Dónde si no?

— ¿Y si viene Sally y nos ve?

— Tienes razón, ven vamos al otro extremo de la terraza.

El abuelo empujó la silla llevándome al lado contrario de donde dormía mi madre, en total estábamos separados por diez o quince metros,  el porche es enorme. Giró la silla y mientras yo accionaba las palancas del freno él se puso delante dando la espalda a la entrada de la casa. Procedí a bajarle la bragueta, la abrí y metí la mano por dentro de sus calzoncillos. Enseguida le agarré la polla que en estado flácido parecía de lo más normal, se la saqué y cuando fui a metérmela en la boca me detuvo diciendo que tenía que mear. Se puso a un lado de la silla y se la sujeté mientras el orinaba, en cuanto terminó se puso otra vez delante de mí y me la metí en la boca sin haberla sacudido antes.

A mí me daba igual y chupé a base de bien, luego se la sujeté con una mano e intenté meter la lengua entre el prepucio y el glande, con esas maniobras empecé a notar que se le estiraba, entonces empecé a mamársela, bajando el prepucio con la mano para mamarle bien el capullo, lo malo es que casi enseguida adquirió su grosor habitual, aguanté hasta que se me hizo incómodo tenerla dentro de la boca. Se la meneé despacio un par de veces y restregué mi lengua por su frenillo, no pude disfrutar más más porque enseguida me detuvo.

— Ya vale.

— Me gustaría llegar hasta el final.

— Eso lo reservo para tu madre.

— Pero si te corres ahora tardarás más en correrte después así podrás gozar el doble del coño de mi madre.

— Puede que tengas razón pero sabes qué, cuando estoy con tu madre el tiempo no tiene importancia, sólo el goce y el amor que se desprende después de correrte es lo verdaderamente importante. —me explicó mientras se guardaba con dificultad la polla totalmente empalmada.

— Pues yo creía que lo importante cuando follas a una mujer es aguantar y cuanto más mejor.

— De eso nada ¿qué te crees que ellas no se cansan? Pues se cansan, tanto o más que nosotros y si estás mucho tiempo horadando su vagina lo más seguro es que llegue a escocerse y si eso ocurre siente dolor y el polvo se jode, es la relación causa – efecto, una norma imperturbable.

— Entonces las tías que participan en orgias o que follan con varios tíos a la vez ¿qué sienten?

— Yo creo que nada, tienen el cerebro tan sorbido por el sexo que han olvidado lo que es disfrutar de un buen polvo. —la respuesta de mi abuelo me hizo pensar en Rosa automáticamente.

— Entonces basándote en tu experiencia cómo describirías un buen polvo. —mi abuelo se sentó en el suelo de la terraza apoyando los pies en la hierba.

— Verás, según mi experiencia, un buen polvo consta de dos partes, los preliminares y en eso incluyo el acto de follar y después de correrte. Lo primero es puro goce carnal en cambio lo segundo es puro gozo espiritual, sobre todo si amas a la persona que está contigo, no tienes más que mirarla a la cara y dejarte llevar por los sentimientos, entonces en cuando viene el éxtasis, por lo menos en mi caso.

— ¿Cuándo follas con mi madre es así? —mi pregunta hizo que él me mirase con intensidad y eso me permitió adivinar la respuesta pero quería oírsela a él.

— Me parece que tu curiosidad termina aquí y ahora.

— Jamás has rehuido una pregunta mía ¿por qué ahora sí? ¿Por qué hablamos de mi madre?

— En parte sí y en parte porque es una cosa muy íntima pero te voy a contestar, estoy enamorado de tu madre —esa respuesta ya me la esperaba pero hice como que me sorprendía— sé que para muchas personas esto que digo es una aberración, para otras no lo será tanto, lo importante es que para mí es maravilloso, sé que es mi hija, pero la veo como a mi mujer, no lo puedo remediar.

— ¿Ella lo sabe?

— No, aún no le he dicho nada.

— ¿Temes que ella no sienta lo mismo?

— Sí, aunque casi estoy seguro de que a ella le pasa lo mismo. « ¿Y qué pasaría si él supiera lo que había ocurrido esta mañana? » pensé, pero enseguida me dije que era mejor no comprobarlo, lo más seguro es que el cariño de dos personas se jodiera para siempre y lo peor es que yo sería el culpable, por haber metido a mi madre en ése lío cosa que no volvería hacer jamás. En ese momento comprendí que el deseo por mi madre me había hecho perder la cabeza.

— ¿Ya estás satisfecho?

— Sí y descuida que lo que hemos hablado queda entre nosotros. «La promesa que le hice a mi abuelo aquella tarde nunca la he traicionado».

— Bueno hablemos de otra cosa ¿qué tal andas de aquí? —dijo apretándome el pene por encima del calzón corto.

— Bien, muy bien. —le dije y le conté lo que me había pasado con la enfermera en la rehabilitación, omitiendo lo de mi madre por supuesto. Mientras se lo contaba él metió la mano por dentro del calzón, me agarró la polla y me la sacó fuera. Me bajó el prepucio para examinarme el glande.

— Eso está bien, pero no le des tanto jupe, tienes toda la vida para disfrutar. —dijo metiéndome de nuevo la polla en el interior del calzón.

— ¿Y tu madre qué tal está? —me preguntó en voz baja.

— Yo la veo bien. Esta mañana hemos hablado y me ha dejado las cosas muy claras, ella puede tomarse libertades conmigo porque soy su hijo pero yo con ella no, así que la tienes toda para ti.

— No seas bobo Pablo, eso son bromas nuestras, ella también me hace las suyas porque nos excita. —dijo guiñándome un ojo y nos echamos a reír.

El abuelo me devolvió al sitio donde estaba al principio y los dos nos quedamos mirando el cuerpo de mi madre mientras dormía estirada en el sofá, la verdad es que parecía una modelo. Sally apareció en la puerta y se acercó para saludar a mi abuelo.

— ¡Hola Francisco! —le saludó— ¡Hola cariño! —saludó él también y se besaron en los labios, entonces me fijé que era un beso  de cariño, mamá tenía razón, la trataba como a una hija.

— Como siempre, mucho follón y preocupaciones, a veces me pregunto para qué pago a los asesores porque en cuanto me ven me trasladan sus problemas en vez de darme soluciones.

— Porque saben que tú siempre encuentras la solución —contestó ella, mi abuelo guardó silencio—. Podrías darte un baño en la piscina para refrescarte. —propuso ella.

— Apoyo esa idea ¡Estoy sudando! —dijo en ese momento mi madre.

— ¡Buenas tardes dormilona! —saludé a mi madre. Ella se levantó, se acercó a mí y se agachó para darme un beso en los labios.

— ¿A que tu abuelo me está mirando el culo? —me preguntó en voz muy bajita y yo asentí.

— Dejémosle que sufra un poco. —dijo ella meneando el culo como si bailara.

— Bonito culo. —dijo el abuelo y ella se volvió y le besó también en los labios, pero no fue un beso como el que le había dado Sally, el de mi madre era más húmedo. Luego se enderezó y besó también en los labios a Sally y yo me quedé con la boca abierta.

— ¿Nos damos un chapuzón? —preguntó mi madre.

— Me da pereza levantarme para ir a por el bañador. —dijo el abuelo echándose hacia atrás en el sillón de mimbre.

— ¡Pues nos bañamos en pelotas! —exclamó mi madre— y tú también Sally.

— No Paula, conmigo no cuentes. —respondió Sally y el abuelo negó moviendo la cabeza, la idea de verla en pelotas quedó congelada en mi mente.

— ¿Por qué?

— Francisco y yo nunca nos hemos visto desnudos. —dijo Sally.

— Bueno, siempre hay una primera vez ¡Venga! Ayúdame a desnudarle. —dijo mamá agachándose sobre el abuelo.

— Lo siento Paula. —dijo Sally y dando media vuelta se metió en el interior de la casa.

— No pretendía ofenderla. —dijo mi madre.

— No lo has hecho, sólo respeta su opinión. —dijo el abuelo.

— Bueno pues tendré que desnudarte yo sola.

— ¡Eh! ¡Un momento! —empezó a protestar el abuelo pero ya mi madre le estaba desabrochando el pantalón, después tiró de los pantalones dejando a su padre con unos calzoncillos tipo bóxer, parecidos a unos pantalones cortos—. Bueno así ya vale. —dijo mi abuelo puesto de pie.

— ¡No! ¡De eso nada! Tienes que estar en pelotas. —dijo mi madre y procedió a bajarle los calzoncillos.

— Así estás mejor, con todo al aire —dijo mi madre agitándole el pene— ¿a que sí hijo? —me preguntó y asentí sonriendo.

— Bueno y tú ¿qué? —dijo el abuelo.

Mi abuelo entonces procedió a desnudar a su hija, le desabrochó el sujetador del bikini y después le bajó las bragas lentamente, mi abuelo y yo repasamos su cuerpo de arriba abajo, pero sólo él arrimó la boca al sexo de mi madre.

— ¡Qué envidia me dais! —comenté.

— ¡De eso nada! Tú te vienes con nosotros, vamos quítale el calzón. —dijo mi abuelo sacándome la camiseta, mamá se encargó de quitármelo, afortunadamente ninguno de los dos había interpretado mis palabras como debía.

— A ver si pasa algo. —dije prudente.

— No digas tonterías, entre los dos te cuidaremos. —dijo mi madre.

Ella me agarró de la mano y el abuelo empujó la silla de ruedas camino de la piscina, seguro que iba mirando el bamboleo del culo de mamá.

Entre mi madre y mi abuelo me sentaron sobre el bordillo de la piscina. Mi madre fue la primera en meterse en el agua y mi abuelo la siguió. Tras sumergirse un par de veces se acercaron a mí. Me apoyé en los hombros de mi abuelo y con cuidado me deslicé dentro del agua, pero enseguida me agarré al bordillo. Tenía miedo sabiendo que no podía sujetarme de pie. Mi madre y mi abuelo insistieron varias veces en que me soltara pero me resistí.

Mi abuelo me propuso sujetarme por detrás mientras que yo intentaba apoyar los pies en el fondo de la piscina « ¡¿Pero cómo iba a apoyarlos si no notaba el jodido fondo?! » Al final mi madre y mi abuelo se salieron con la suya. Él me agarró por el pecho desde detrás de mí y mi madre se situó enfrente, a un metro de distancia. Se suponía que yo debía apoyar los pies en el fondo, y luego intentar caminar.

Ni pude apoyar los pies, ni mucho menos caminar, pero ocurrió algo que me excitó mucho. Noté como mi abuelo empezaba a empalmarse contra mi culo.

— Abuelo joder que te estás empalmando. —dije riéndome.

— Lo siento Pablo pero el roce de tu culo me está poniendo muy cachondo. —respondió él frotándose aposta contra mi culo.

— ¿Me vas a follar?

— Cómo voy a hacer eso, por favor Pablo.

— Hijo no te fíes que tu abuelo es capaz de follarnos a los dos aquí mismo. —dijo mi madre con gesto pícaro.

— Abuelo ¿serias capaz de follarnos a los dos? —insistí.

— Claro que te follaría este culito tan prieto. Me recuerda mucho al de tu madre. —respondió él y deslizó una mano por la raja de mi culo tanteando mi esfínter. Seguramente él y mi madre estaban compinchados pero no pude ver si le hacía señas a ella.

— Bueno venga hijo haz por caminar un poco a ver qué tal. —dijo mamá. Estiré las piernas pero nada, no notaba el suelo, seguramente estaba pisando el fondo pero no lo sentía y así se lo dije.

— Hagamos una cosa, Pablo agarra los brazos de tu madre, tú Paula retrocede lentamente y yo le moveré las piernas desde atrás como si caminara. —dijo el abuelo. 

— Eso no funcionará. —advertí yo.

— Inténtalo al menos —dijo mi madre y añadió para animarme: — ¡Venga cariño! Da un pasito como cuando estabas aprendiendo a andar. —me sentí ridículo aunque intenté mover la pierna pero no lo sentí, si llegué a moverla fue por mi abuelo.

— Vamos otro, no te detengas ¡sigue! —me animaba él.

Al cabo de un cuarto de hora estábamos cansados y nos detuvimos, no habríamos recorrido ni dos metros. El resultado no podía ser más desolador, aunque ni mi madre ni mi abuelo se quejaron. Me agarré al bordillo, mi madre apoyó la espalda en la pared de la piscina y me abuelo se puso delante de ella, concretamente entre sus piernas abiertas, lo vi a través del agua. Hablaban en voz baja para que no les oyera, el abuelo la escuchaba y asentía moviéndose despacio hacia delante, imaginé que se restregaba contra el coño de mi madre y me excité.

— Bueno pues díselo. —dijo el abuelo a mi madre.

— Cariño, estaba pensando en lo que haría Rosa para motivarte pero no se me ocurre nada, podrías ayudarme, tú la conoces más que yo.

— Tal como es Rosa sólo se me ocurre que sería capaz de prometerme echar un polvo si lograse dar unos pasos. —dije por si acaso.

— Ya pero eso no puede ser. —dijo mi madre.

— ¿Por qué no? —intervino el abuelo— si él se esfuerza lo lógico es recompensarle, yo al menos así lo haría.

— Como tú no tienes que fallártelo. —dijo mi madre.

— Yo no podré follármelo pero puedo hacerle feliz con otros métodos.

— Me gustaría saber cuáles son esos métodos. —respondió ella.

— Pablo, si te esfuerzas y das al menos un par de pasos, te la chupo y te hago una paja hasta que te corras ¿Te parece?

— Estáis locos, voy a intentar nadar a ver si puedo. —les dije pero al intentarlo me hundía porque no podía tomar impulso.

— Espera que te empujo un poco. —dijo mi abuelo poniéndose detrás de mí, pero en vez de empujarme simuló con movimientos que me estaba follando.

— Papá no te folles a mi hijo por favor. —dijo mi madre y los tres rompimos a reír.

Sabía nadar de sobra aunque fuera sin mover las piernas o sea, que no me iba a ahogar y aun así tenía miedo. Mi abuelo me avisó antes de empujarme hacia delante. Me empujó con fuerza que yo aproveché para sumergirme un poco, enseguida saqué la cabeza y empecé a mover las manos nadando al estilo “crawl”. Al principio nadaba deprisa hasta que me sentí seguro, entonces lo hice más lento y comencé a disfrutar, nadando de un lado a otro a lo ancho de la piscina y sólo me detuve cuando noté que me cansaba, entonces me acerqué al bordillo y me agarré, enseguida se acercaron ellos.

— Ha sido maravilloso verte nadar. —dijo mamá dándome un beso en la frente.

— Lo haces bien, sólo te falta coger estilo. —comentó mi abuelo.

— He aprendido yo sólo ¿qué más quieres? —respondí.

— Bueno pues ahora descansa, es el primer día y no te conviene darte una paliza. —me recomendó ella.

— Vale pero en cuanto descanse vuelvo a nadar otra vez. —les advertí.

— Esa es la actitud Pablo, nunca te venzas. —me aconsejó él.

Mi abuelo abrazo por el hombro a mi madre y la besó en la boca. Todos necesitábamos ánimos.

Cuando me encontré descansado yo mismo me impulsé con un brazo, no fue lo mismo que el impulso que me había dado mi abuelo pero me sirvió para empezar a nadar que era lo importante y, no me detuve hasta haber dado diez vueltas a lo ancho de la piscina y me detuve definitivamente al lado de ellos.

— Por el esfuerzo que has hecho creo que te mereces una recompensa. —dijo mi abuelo.

— Ya ¿cuál? —pregunté sin ganas.

— Nos vas a ver echar un polvo en condiciones. —dijo mi abuelo guiñándome un ojo.

— Papá no serás capaz. —dijo mi madre intentando apartarse pero mi abuelo la sujetó por el hombro.

— Paulita te recuerdo que eres mi putita y harás todo lo que yo te diga.

— No puedes obligarme a eso. —dijo ella retándole.

— ¿Estás segura? —dijo el abuelo y entonces vi a través del agua que metía la mano entre los muslos de mi madre. A los poco segundos ella cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el pecho del abuelo, segundos más tarde emitía su primer gemido.

— Ahora dime Paulita ¿Me dejarás follarte para que tu hijo pueda verlo? —preguntó de nuevo el abuelo y ella asintió con la cabeza— No te oigo Paulita.

— Sí papá. —contestó ella besándole en el pecho.

— Entonces ayúdame —dijo el abuelo sacando la mano de la entrepierna de mi madre—. Primero salgo yo, le cojo por las axilas y tiro de él hacia arriba, tú estírale de los pies alejándole del bordillo para que no se arañe la espalda ¿lo has entendido?

— Sí.

Mi abuelo se impulsó con los pies y salió de la piscina con facilidad, me cogió por debajo de los brazos y tiró de mí hacia arriba, mamá estiró de mis dos pies para que mi espalda no tocara el bordillo y enseguida me vi sentado sobre él con las piernas dentro del agua. Mi madre también tomó impulso con los pies para subirse al bordillo y al hacerlo se espatarró de tal manera que le vi el coño abierto perfectamente, me miró, me guiñó un ojo y luego se puso de pie.

— Menudo espectáculo que te ha dado tu madre no te quejarás. —dijo el abuelo colocándose tras ella y abrazándola por la cintura.

— El mejor espectáculo del mundo. —contesté.

— Que tontos sois. —se quejó ella sonriendo.

— Pablo será mejor que te gires y te pongas frente a nosotros si no quieres perder detalle. —me aconsejó él y le obedecí.

Apoyándome con las manos y los brazos saqué las piernas del agua, giré sobre mi culo y las apoyé sobre la hierba. Me di cuenta de que mi madre y el abuelo me miraban.

— ¿Qué pasa?

— Nada hijo, es que nos parece raro que sabiendo lo que va a pasar no te hayas empalmado.

— No os preocupéis tanto, vosotros empezad y dadme un buen espectáculo. —respondí.

Mi madre torció la cara hacia mi abuelo y empezaron a besarse despacio, ella fue la primera en meterle la lengua en la boca y al poco se morreaban con mucha pasión, enseguida mi madre agarró la tranca del abuelo. Le masturbó despacio unas cuantas veces, pero decidió no precipitar las cosas y se dedicó a sobarle los huevos.

Al poco tiempo vi descender la mano del abuelo por el vientre de mi madre hasta llegar a su entrepierna, allí se apoderó de su sexo abarcándolo con la palma de la mano, mamá separó las piernas dándole facilidades. Se masturbaron de pie mutuamente unos minutos, después el abuelo empezó a comerle las tetas. Ella le sujetaba la cabeza contra sus pechos guiándole de uno a otro, para que él se los comiera por igual.

 Un rato después, mi abuelo se sentó en la hierba con las piernas separadas y mi madre se puso a cuatro patas entre ellas, entonces el abuelo le agachó la cabeza y ella abrió la boca metiéndose dentro el cabezón de su polla pero enseguida se lo sacó y prefirió lamerlo de arriba abajo, mientras tanto, él había extendido el brazo por encima de su espalda y con la mano empezó a frotarle el conejo. Observándoles, la polla se me puso dura en un decir amén.

Lo mejor vino a continuación. El abuelo se tumbó en la hierba y mamá se colocó a cuatro patas encima de él. No paraba de comerle los huevos y la polla, naturalmente él hacía lo mismo con el conejo de mi madre, aunque no podía verlo sólo con imaginarlo me entraron una tremendas ganas de pajearme hasta correrme.

Mi madre se dio la vuelta sobre el abuelo, se puso en cuclillas y ayudándose con la mano se introdujo la polla, después se dejó caer lentamente metiéndosela hasta la empuñadura. Le cabalgó despacio al principio, hasta que poco a poco cogió ritmo. Daba gusto ver cabalgar a mi madre de esa manera, a mí no me lo había hecho igual en el aparcamiento del hospital, cuanto envidiaba a mi abuelo en ese momento.

Tras un rato así, cambiaron de postura, ella se tumbó bocarriba. Ver a mi madre espatarrarse para que el abuelo se la metiera hasta el fondo me sobrepasó y sin poderlo evitar empecé a eyacular sin haberme tocado. El gusto y el esfuerzo eran tan grandes que me tumbé de espaldas para recuperar el aliento. No me descargué todo lo que habría querido pero así y todo fue una buena corrida.

De repente escuché los gemidos y jadeos que emitían mi madre y mi abuelo y me giré de lado para mirarles comprendiendo en el acto que estaban alcanzando el clímax. Después sólo se miraban, se sonreían y se besaban, ahí perdí el interés por mirarles y me tumbé de nuevo bocarriba y mirando el cielo.

— ¿Qué tal? —preguntó mi madre puesta de pie y al mirarla vi que el semen de la corrida le escurría por el interior del muslo y no intentaba recogérselo aunque fuera con la mano.

— ¿Has disfrutado? —dijo el abuelo situando los pies a los lados de mi cabeza, también al mirarle vi que le colgaba una gota de semen del capullo, la gota empezó a bajar y bajar y de repente se cortó cayendo encima de mi frente.

— Mucho. —respondí sin limpiarme la gota de semen de la frente.

— Me parece que Pablo se ha quedado con ganas el pobre. —dijo mamá.

— ¿Por qué lo sabes? —preguntó el abuelo.

— Porque es mi hijo y le conozco, ¿no ves que la polla aún no se le ha desinflado? —le respondió ella.

— Pues ayúdale. —dijo el abuelo.

— ¿Le hago una paja o se la chupo? —preguntó ella.

— ¡Venga ya Paulita! Siéntate encima de la polla de tu hijo y dale una alegría al pobre. —me brillaron los ojos al escuchar al abuelo y miré a mi madre esperando su reacción.

— Pero papá es que he prometido…

— A la mierda las promesas Paulita, imagina que esto es un extraordinario y ya está.

— En ese caso.

Mamá se acuclilló frente a mí, me agarró la polla colocándola contra su vagina y descendió poco a poco. Mi polla entró como una espada favorecida por la lubricación interior. Empezó a cabalgarme en esa postura y se lo agradecí ya que así podía ver cómo le entraba mi polla hasta el fondo. El abuelo guió la cabeza de mi madre para que le chupara la polla. No sé cuánto tardé en explotar dentro de mi madre pero fue la mejor corrida de mi corta vida. Ella no se corrió porque no tenía ganas, mi abuelo tampoco, ni siquiera se empalmó solo pretendía que su hija le limpiara la polla con la boca.

— Perdón por molestaros —dijo Sally apareciendo en ese momento, menos mal que mi abuelo se cubría ya con una toalla— Francisco están llamando a la puerta.

— ¿Y quién es?

— La policía, quieren hablar contigo. —contestó Sally.

Mi abuelo y mi madre se miraron y ambos palidecieron.

— ¡Anda! Acompáñame —pidió el abuelo a mi madre y los dos caminaron deprisa hacia la casa para ponerse algo de ropa. Sally y yo nos quedamos allí, ella vestida y yo en pelotas y con un corte de narices.

— Sally por favor ¿me alcanzas la silla de ruedas?

— Claro que sí —dijo y me la trajo ya que estaba a pocos metros de nosotros— ¿Te ayudo a sentarte?

— No hace falta gracias, ya puedo yo. —contesté, ella guardó silencio mientras me observaba.

Lo primero que hice fue desenganchar uno de los apoya brazos y plegarlo hacia atrás, bloqueé las ruedas con las palancas correspondientes, me apoyé con los codos sobre el asiento e intenté auparme, con una mano me agarré al otro apoyabrazos para hacer fuerza, el resultado fue un completo desastre. El apoyabrazos que agarraba cedió hacia mí y la parte de plástico se partió, me precipité hacia atrás cayendo sobre la hierba pero me golpeé la coronilla contra el bordillo, el dolor o el golpe no lo sé, me hizo ver chispitas de luz, me dolía el costado izquierdo porque seguramente me lo había golpeado con la rueda al caerme y vi que en el antebrazo derecho tenía un feo corte casi desde el codo hasta la muñeca del que manaba sangre despacio. Total que me quedé tendido de espaldas sobre el suelo, dolorido, sangrando y encabronado conmigo mismo.

— ¿Puedo ayudarte ahora Poli? —me preguntó Sally, su pregunta me sonó a cachondeo y exploté.

— ¡Vete a la mierda y déjame en paz! —contesté. Ella se puso de pie y echó a andar, supongo que hacia la casa. Rodé sobre mí para mirarla y le grité: — ¿Se puede saber a dónde coño vas?

— A la mierda Poli, así te dejo en paz. —dijo volviéndose un momento y continuó caminando hacia la casa, me la quedé mirando sin podérmelo creer ¡la muy gilipollas me había dejado solo!

— ¡Me cago en la puta! —grité todo lo alto que pude, después,  me eché a llorar lleno de impotencia y deseé morirme en ese mismo momento.

No sé cuánto tiempo pasé sólo en ese estado, sin un reloj no soy capaz de calcular el tiempo. De pronto escuché la voz de mi madre.

— Pablo ¿estás bien?

Giré de nuevo sobre mí y vi que los tres se acercaban, el abuelo, Sally y mi madre que corría hacia mí y al verme sangrando se puso histérica.

— ¡Tiene sangre! ¡Papá, Pablo está sangrando mucho! —empezó a gritar.

— Tranquilízate mamá que no es nada.

— ¡¿Pero cómo que no es nada?! ¡¿Y toda esta sangre?! ¡Ay dios mío mi hijo!

— Estoy bien mamá, tranquilízate por favor.

— Tranquila Paulita el chico dice que está bien —dijo el abuelo levantándome del suelo para sentarme— por lo que veo se ha hecho un pequeño corte en el antebrazo, una descalabradura en la coronilla y un cardenal en el costado izquierdo.

— ¿Pero cómo ha sido? Sally tú estabas con él —dijo mi madre.

— Lo cuentas tú Poli o lo cuento yo. —dijo Sally.

— Lo cuento yo, no te preocupes —respondí y conté lo sucedido sin omitir nada.

— ¿Cómo se te ocurre dejarle sólo? Aunque haya sido un grosero ¿No lo comprendo? —dijo mi madre interrogando a Sally con la mirada.

— Mamá ya me has escuchado, la culpa la tengo sólo yo, esto me ha pasado por soberbio. —expliqué.

— Bueno es que reconozcas tus errores. —me dijo el abuelo.

— Como comprenderás Paula si hubiera visto que estaba grave no le habría dejado sólo, por mucho que me mandara a la mierda. —explicó Sally, luego dio media vuelta y se alejó hacia la casa.

— Bueno lo importante es que sólo ha sido un susto, llevémosle a la casa, allí le curaremos. —dijo mi abuelo cogiéndome por las axilas.

— ¿Y por qué se marcha Sally? ¿Es que no piensa ayudarnos? Papá esto no puede seguir así, esa mujer está en contra nuestra, si no lo ves es que estás ciego. —dijo mi madre y me temí problemas.

— Déjala en paz Paulita ella sabe lo que se hace, ayúdame con Pablo ¡venga!

— ¡Si supiera esa zorra lo que hace no habría abandonado a mi hijo! —bramó mi madre fuera de sí, el abuelo le dio un tortazo y ella cayó sentada sobre el suelo con las piernas abiertas. La reacción del abuelo fue tan rápida que no pudo hacer nada, miré a mi madre allí sentada, al no llevar bragas se le veía el coño y se me pasaron los males, casi me echo a reír aunque el horno no estaba para bollos.

— No te consiento que hables así de ella —dijo el abuelo— y ahora ayúdame con tu hijo ¡vamos! —mi madre se levantó sin decir nada, se agachó para ayudarme a levantarme, vi que lloraba en silencio y se me partió el corazón, aunque guardé silencio. Al ir a sentarme sobre la silla el abuelo se dio cuenta de que el apoyabrazos estaba doblado sobre el asiento impidiendo que me sentara—. ¡Espera Paula! Antes hay que quitar el apoyabrazos, dejémosle en el suelo otra vez. —dijo el abuelo.

Mamá se arrodilló en el suelo a mi lado mientras el abuelo se peleaba con el dichoso apoyabrazos que yo había doblado, no daba con la solución y encima estaba oscureciendo. Mi madre me acarició la cara y me besó en los labios.

— ¿Estás bien cariño?

— Sí mamá.

— Si necesitas algo solo tienes que pedírmelo. —al decirme eso mi lado oscuro salió a la luz.

— Entonces chúpamela. —le dije.

— Claro que sí mi vida. —contestó ella, se inclinó y se llevó mi polla a la boca. Al poco el abuelo logró desmontar el dichoso brazo y se volvió con él en la mano.

— Ya está —dijo y se quedó quieto al ver lo que pasaba pero reaccioné segundos después—. ¿Qué estás haciendo Paulita? —la pregunta de mi abuelo era obvia.

— ¿Es que no lo ves? Le chupo la polla a mi hijo como me ha pedido.

— La madre que me parió y tú ¿no se te ocurre otra cosa? —dijo acusadoramente.

— Joder abuelo tú estabas entretenido con el brazo de la silla ¿qué querías que hiciera mientras tanto? — le respondí acariciando a la vez la cabeza de mi madre que no dejaba de mamar.

— Os juro que parecéis dos putos enfermos, sois tal para cual y me dais asco, me dan ganas de poneros de patitas en la puta calle y daros dinero para que os busquéis la vida por vosotros mismos.

— No te enfades papá por favor, anda acércate y te la chupo a ti también. —dijo mi madre.

— ¡Vete a la mierda Paula! Cuando terminéis id a la casa. —dijo y empezó a caminar llevándose consigo el brazo doblado de la silla de ruedas.

— ¿Por qué se ha enfadado tu abuelo? —preguntó mi madre viendo que se alejaba.

— No lo sé mamá, cosas de viejo. Anda móntame que tengo muchas ganas de echarte un polvo.

— Esto no está bien Pablo, no debemos hacerlo.

— Mírame mamá —le dije sujetándole la cara con mis manos— sólo nos tenemos el uno al otro ¿lo recuerdas?

— Lo recuerdo y también que dije que teníamos al follador de tu abuelo.

— Él ahora no está pero me tienes a mí y yo sólo te tengo a ti, anda ponte encima y déjame que te folle. —insistí tratando de comerle el coco y dio resultado, como estaba de rodillas me sujetó la polla con la mano y se la fue metiendo a medida que se agachaba.

— Me encanta metértela hasta los huevos mamá —le dije después de que ella se sentó encima de mí, pero al intentar besarle en la boca se echó hacia atrás rehuyendo el beso—. ¿Qué pasa mamá? ¿No quieres que te bese?

— Me gusta besarme contigo hijo pero estoy preocupada por mi padre.

— Él está bien mamá ya se le pasará el cabreo, no te preocupes. —le dije tratando de alzarla por el culo para que empezara a cabalgar.

— Pues me preocupa Pablo, es mi padre y le quiero.

— Y yo soy tu hijo.

— Ya cariño pero con quien quiero estar es con él, lo siento pero no puedo seguir. —dijo y se levantó dejándome en el suelo con la polla más tiesa que un poste.

— ¿Me vas a dejar así mamá? —le reproché.

— Lo siento hijo pero estoy preocupada por tu abuelo, anda vámonos a casa.

— ¡Vete tú si quieres! Yo me quedo aquí.

— ¿Cómo te voy a dejar aquí sólo?

— Esta mañana parecías una verdadera guarra y ahora te haces la estrecha, de verdad que no te entiendo. ¡Quédate! Si quieres   así podrás ver como tu hijo se hace una paja y con un poco de suerte puede que te salpique al correrme. —dije empezando a pajearme.

— Eres injusto conmigo Pablo, no me merezco esto. —dijo rompiendo a llorar. Se me parió el corazón al verla así, dejé de meneármela e inmediatamente calmé a mi lado oscuro, me incorporé hasta quedar sentado y la atraje contra mí abrazándola.

— Perdóname mamá, te he hecho llorar y no puedo perdonármelo, he sido cruel e injusto contigo y he tratado de aprovecharme, soy un mal hijo para ti y no me merezco una madre como tú.

— ¡Calla! No digas eso por favor. —dijo ella poniéndome un dedo sobre los labios.

— Es la verdad mamá, soy un cabrón, un auténtico hijo de puta —le dije y empecé a confesarme con ella—. Siempre has sido una obsesión para mí. Cuando vivíamos en la otra casa aprovechaba cualquier circunstancia para verte las bragas, llegué a hacerte fotografías por debajo de la falda sin que te dieras cuenta para luego matarme a pajas en mi habitación mientras las veía, fantaseando con que un día conseguiría follarte. Por eso aquella tarde cuando paraste el coche y te echaste a llorar te vi tan vulnerable que traté de aprovecharme y si no llega a ser porque nos asaltaron te hubiera follado aquel día y no una vez sino todas las que hubiera podido. Soy un puto enfermo mamá. Desde que no puedo caminar no hago más que explotarlo para conseguir que me la chupes o follarte, no tienes más que ver en el lío que te he metido esta mañana. Ahora ya sabes la clase de monstruo que soy. —terminé de decirle y rompí a llorar, pero me quedé muy a gusto.

— Tranquilo mi vida, no eres un monstruo, solo eres un adolescente de 17 años con los típicos problemas de adolescente, mi error  ha sido tratarte como un adulto pero lo hecho, hecho está y no se puede cambiar, pero podemos arreglarlo. Anda vámonos para casa, pediremos perdón a Sally y al abuelo y esperemos que quieran perdonarnos.

Dicho eso mamá se puso de pie, me cogió por los sobacos y entre los dos logré sentarme en la silla de ruedas y mi madre la empujó regresando a la casa.

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