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La xasa de la abuela-5-Punto y Final.

en Amor filial

Comimos unos sándwich ligeros completamente desnudos. Ambos nos mirábamos y sonreíamos cómplices, seguro que pensábamos lo mismo: En la follada que nos íbamos a dar como salvajes una vez devorada la cena. Ambos bebimos unos sorbos de café con leche para pasar el bocado. Ambos nos miramos por encima del borde de la taza antes de dejarla sobre la mesa, pero sólo mi madre levantó el pie para jugar con mi sexo mirándome con una picardía capaz de empalmar a un muerto. Ni me encogí, ni me sobresalté al sentir su pie, en vez de eso separé las piernas para que jugara con más comodidad al tiempo que le devolvía la sonrisa. Ella terminó de comer antes que yo y levantó el otro pie acariciándome la polla con los dos.

— Te veo feliz. –me dijo.

— Ahora mismo lo soy, y mucho. Nunca imaginé que fueras tan increíble mamá.

— Los años de experiencia hijo. –dijo riendo levemente.

— Sí. Dicen que la veteranía es un grado ¿no? pues a ti te los concedo todos. –convine yo.

— ¿Debo tomarme eso como un cumplido?

— No, solo es reconocimiento. El hecho de tener a una preciosidad como tú desnuda ante mí me hace empequeñecer, no sabes cuánto me apena ser tu hijo.

— ¡Por qué dices eso!, yo estoy encantada de que lo seas.

— Pues yo no, si no fuera por eso, tú y yo estaríamos juntos para toda la vida, no imaginas lo que envidio a tu marido por tenerte.

— Hijo no me digas que eso me pondrás colorada —dijo pero la verdad es que se había ruborizado un poco— es el mayor cumplido que me han hecho nunca —se puso de pie y tras retirar la mesa de la cocina se sentó sobre mis piernas como una amazona—, me siento tan orgullosa de ti. –dijo y pegó su boca a la mía.

El beso nació apasionado desde el momento en que ella se puso de pie y lentamente nos dejamos envolver por el deseo y la lujuria. Una de sus manos abrazaba mi cuello con fuerza, la otra jugaba con mi cabello. Yo la sujeté por la espalda con una mano, la otra la utilicé para acariciar y apretar sus voluptuosas nalgas, cegado por la pasión busqué con mis dedos el esfínter de su culo, acaricié el apretado bultito y presionando le metí un dedo dentro del ano. Ella gimió echándome su aliento abrasador en mi boca y profundizó más con su lengua a la vez que yo movía mi dedo en su interior.

— ¡Sácame el dedo por favor! –dijo de pronto separándose de mí.

Alarmado le obedecí rápidamente pues pensaba que le había hecho daño, ella me miró y bajó una mano, me agarró la polla que ya empezaba a espabilar, me la meneó un poco sin dejar de mirarme y sin soltarla se sentó lentamente empalándose ella misma. No dejé de mirar el gesto de su cara mientras me metía dentro de su culo, se empaló del todo quedando sentada sobre mí de nuevo, se mordió el labio inferior y me miró con los ojos entrecerrados. En ese momento mi madre parecía una diosa, era la viva imagen del placer.

— Me has asustado mamá, pensé que te había hecho daño sin querer. –le dije sintiendo como su ano me apretaba la polla.

— No cariño, me gustaba lo que me hacías, pero prefiero tu polla, me enloquece. –me dijo empezando a cabalgar.

Pensé que pararía para cambiar de postura pero no, continuó saltando hasta correrse y hacerme correr a mí dentro de su culo. Fue todo del tirón y tan de sorpresa que le dije que casi no había tenido tiempo de disfrutar. Nos fuimos a lavar al baño que hay cercano a la cocina, fue mi madre quien se encargó de enjabonarme el pene y lavármelo diciendo que después del sexo anal la higiene es muy importante. Lo tendría en cuenta para futuras ocasiones. Regresamos a la cocina y allí preparó dos tazas en la máquina de café en cápsulas.

— A ver si adivinas qué clase de café es. –dijo tendiéndome la tacita.

— No, lo siento ¿Cuál es? –dije tras beber un sorbo y saborearlo.

— Es mezcla arábiga y colombiana, me los ha traído tu padre esta mañana, ésta y tres clases más.

— Pues éste café es exquisito, como tú.

— Gracias cielo.

Charlamos de varias cosas más, daba la impresión de que mi madre estaba saciada de sexo pero yo no. Me aproximé a ella y cogiéndola por la cintura la elevé hasta sentarla en la encimera. Ya sabía lo que quería porque me miró con lascivia separando las piernas y se acarició el coño. Al ver a mi madre dispuesta me metí entre sus piernas y mientras restregaba mi pene contra su sexo me agaché y le lamí los pezones. Estaba equivocado respecto a mi madre, aún tenía ganas pues sus pezones se pusieron duros al poco tiempo. No tenía la polla completamente empalmada pero sí lo suficiente para penetrarla. Agarrándomela con una mano se la restregué por toda la raja varias veces, embadurnando mi capullo con sus jugos. Apunté a su vagina y empujé despacio, deslizándome lentamente en su interior hasta que nuestros pubis quedaron pegados. Mi madre cerró los ojos y me apretó la polla con su vagina. Me moví adentro y afuera un poco, ella gimió dejándose caer hacia atrás contra la pared. La ausencia de muebles altos en la cocina de mis padres nos proporcionaba total libertad de movimientos. Agarré sus tobillos, los apoyé en mis hombros y tiré de su culo hacia fuera de la encimera con la intención de penetrarla con profundidad, esa postura era inmejorable para tal fin. Comencé de nuevo la cópula moviéndome despacio para poder saborear cada centímetro de su interior. Juro que sentí muchas cosas al ver la cara de inmenso placer que tenía mi madre. Llevado por el deseo empujé más fuerte hundiéndome más en ella. Minutos después, ella empezó a jadear con un ¡Ah! Constante que se interrumpía únicamente cuando yo retrocedía.  

— ¿Estás cómoda mamá? –pregunté haciendo una pausa.

— Un poco tarde para preguntarme eso ¡Vamos, sigue!

— Si quieres cambiamos de postura. –dije deteniéndome.

Inmediatamente ella tiró de mí y me susurró al oído:

— No pares ahora, dame tu polla hasta el fondo y mátame de gusto.

Volví a empujar con fuerza y mi polla penetró de una sola vez hasta los topes. Ella volvió a gemir alto y me dijo: —Así es como quiero estar, contigo dentro de mí. Y ahora hijo, jódeme y no pares hasta volverme loca de placer—. Yo miraba como me la follaba pues era una gozada ver cómo enterraba mi polla en su culo, pero sus fuertes jadeos me indicaron que iba a correrse y levanté la cabeza para mirarla. Qué orgulloso me sentí al ver que cerraba los ojos, que su rostro se transfiguraba en muecas de placer infinito; mientras se corría exclamó: — ¡Qué placer por dios! —. Esa confesión me excitó al máximo. Sintiendo las convulsiones de su vagina empujé con las caderas manteniéndome pegado a su sedoso pubis. Notaba en la punta del glande como una masa blanda y muy suave. ¡Qué sensación por dios! Era una tortura para mis sentidos imposible de aguantar y no me aguanté, en cuanto me vino el gusto de me dejé llevar; di un gemido ronco y prolongado mientras eyaculaba. Las convulsiones de mi polla eran muy fuertes, solté abundante semen y acabé agotado. Me eché sobre ella y besé su dulce boca, mientras me besaba, sus piernas se abrazaron alrededor de mis caderas.

— ¿Te ha gustado mamá? –le pregunté respirando fuerte.

— Ha sido más que eso; nadie me ha llegado jamás tan hondo. –susurró en voz baja y su cuerpo sufrió un estremecimiento que noté sobre mi polla al contraerse su coño.

Después de limpiarnos un poco con papel de cocina, subimos a su dormitorio y nos metimos en el cuarto de baño. Mi madre abrió el grifo del agua caliente para llenar la bañera y mientras, meamos con los consiguientes juegos. Resumiendo: me la follé en la bañera y una hora después volví a follarme su culo en la cama. Acabamos hechos polvo. Mi madre me propuso que me quedara a dormir en su casa, cosa que me sorprendió ya que había dicho que yo no era su objetivo sexual. Se lo agradecí pero preferí irme a la mía a sabiendas de que me iba a encontrar a mi mujer en el mismo estado que había quedado mi madre, pero de ese tema no quería pensar; me lo había pasado de maravilla y no deseaba estropearlo dándole vueltas a la cabeza.

…../…..

Salí de casa de mis padres sobre la una y cuarto de la madrugada y mi padre aún no había vuelto. Cuando llegué a mi casa su coche ya no estaba. Todo estaba a oscuras a excepción del dormitorio donde ahora dormía sola Silvia. Le saludé con un buenas noches y me senté en el borde del colchón. Estaba con la espalda apoyada sobre el cabecero; desnuda bajo las sábanas como ya me esperaba. Le pregunté por sus padres, me contestó que estaban bien y tuvo la desfachatez de decirme que me mandaban un beso de su parte, por supuesto, no me acerqué para recibirlo y ella que había hecho intención de dármelo me miró un poco mosqueada ¡Encima! Pensé. No dijo nada más y en vista de que guardaba silencio yo le dije que tenía que contarle algo importante.

— Mi padre no ha cenado con nosotros; le llamaron por teléfono de repente y tuvo que marcharse —dije estudiando el gesto de su cara—, mi madre y yo nos hemos quedado solos. –concluí sin apreciar ningún cambio en ella.

— ¿Qué tal está?

— Bien, te manda recuerdos.

— Dáselos tú también de mi parte la próxima vez que la veas.

— Silvia… he follado con mi madre. -me miró con reproche.

— ¿Has disfrutado? –dijo esperando mi respuesta; vi que estaba dolida.

— Sí. Quiero que lo sepas porque prometimos ser sinceros ¿te acuerdas?

— Sí y agradezco tu sinceridad. Bueno yo… tengo que madrugar y estoy cansada, hasta mañana. –dijo tumbándose en la cama.

—  Hasta mañana me despedí al tiempo que salía de la habitación.

No cerré la puerta del dormitorio, la dejé abierta. Mientras caminaba a mi habitación me pareció escuchar algo y me detuve atento. Silvia estaba llorando pero ¿por qué?, pensé, ¿acaso había hecho yo algo malo? ¡Pero si ella acababa de joder con mi padre, a qué venía esto! Quise pasar del tema, lo juro, pero no pude. A pesar de todo lo que he contado de ella hasta ahora, la amo, sí, la amo como nunca he amado a nadie e inexplicablemente me dolía que llorara por mi culpa, así que di la vuelta y entré de nuevo en su habitación.

— Silvia… Lo siento, no quería hacerte daño, pensaba que no te importaría. –le dije.

— Pues ya ves que sí, pero no importa, por favor déjame sola.

— Silvia escucha yo…

— ¡Vete! —chilló—

Me lo dijo con tanta vehemencia, con tanto odio en su voz, que di media vuelta y salí de la habitación; esta vez cerré la puerta para que tuviera intimidad. Más tarde, tumbado desnudo sobre mi cama trataba de pensar qué le había podido molestar para ponerse así y empecé a tener un montón de contradicciones.

¿Le tenía que haber dicho acaso que sabía que había sido ella quien había llamado por teléfono a mi padre?, tal vez, pero preferí callarme.

¿Y por qué no le pedía explicaciones ahora mismo?, tal vez mañana me lo cuente todo.

¿Y por qué no me cabreaba con ella si tenía motivos más que suficientes?

Eran demasiados “por qué” sin respuesta. El caso es que no deseaba montarle otra bronca, bastante habíamos tenido ya por el momento. Si tenía algo que ver el hecho de haber follado con mi madre, tampoco lo sabía. Involuntariamente las había comparado a las dos. Ambas se parecían bastante cuando entraban en acción, aunque en el caso de mi mujer sólo lo supiera cuando la vi en el hotel, pero al margen de eso, la pura verdad es que después de hacerlo con mi madre, los sentimientos para con Silvia habían aflorado con mucha fuerza dentro de mí. Ya no sentía celos, ni humillación; ahora lo único que notaba era mi conciencia diciéndome que debía hacer las paces con mi mujer. ¡Es para volverse loco! Me dije antes de cerrar los ojos.

…../…..

Cuando sonó la alarma de mi móvil, eran las siete menos cuarto. Me levanté desnudo y caminé hacia el baño, la puerta del dormitorio de mi mujer permanecía cerrada. Que durmiera un poco más, primero me daría una ducha y después de afeitarme la despertaría y le prepararía un café de capsula de su sabor preferido. No sabía por qué me encontraba tan feliz, pero así me sentía aunque tuviera problemas con mi mujer. Después de afeitarme, preparé el café y mientras se hacía fui a despertar a Silvia, seguía desnudo pero no quise ponerme nada encima. Abrí la puerta y la llamé con suavidad pero como no contestaba insistí, en vista de que no se despertaba di la luz de la habitación. La cama estaba hecha y Silvia no estaba, ya se había marchado. Me preocupé, era la primera vez que madrugaba tanto y también la primera vez que se iba sin despedirse de mí. La llamé al móvil pero no me lo cogió, —tal vez no lo oye—, pensé. Ya la llamaría más tarde desde el despacho.

El que sí me llamó varias veces al móvil fue mi padre, pero como no quería hablar con él no le cogí la llamada y eso que insistió bastante. ¿Para qué me llamaba?, ¿para decirme lo que ya sabía? No deseaba que me contara nada, y menos si tenía que ver con mi mujer.

Después de tres reuniones seguidas con distintos clientes, decidí llamar a Silvia otra vez pero no lo cogió. Miré la hora; eran las doce y media, por fuerza tenía que oír el móvil, o, acaso ¿no quería hablar conmigo? no tuve tiempo de pensar en ello pues otro cliente me esperaba al teléfono. Llegué a nuestra casa a las seis de la tarde. Silvia no estaba y me preocupó, la llamé de nuevo al móvil y como las veces anteriores no lo cogió, o no quiso cogerlo. Me debatía entre llamar a casa de sus padres o esperar y decidí esperar.

Llegó una hora después, al pedirle explicaciones dijo que se había entretenido tomando un café con unas compañeras del trabajo, pero no dijo por qué no me cogía el teléfono; no quise insistir en ese momento. Silvia entró en su habitación y al poco salió desnuda y se metió en el cuarto de baño; pasó dos horas allí metida. Fumamos unos cigarrillos viendo la televisión. Más tarde cenamos, tomamos café y fumamos, volvimos a ver la tele y sobre las once y media dijo que tenía sueño y se fue a la cama. Ese es el resumen de lo que hicimos ese martes; deprimente.

Desperté a la misma hora al día siguiente. Era miércoles, día de visita a nuestros respectivos padres. De nuevo cuando fui a despertarla me encontré sólo en la casa; ella ya se había ido. Sintiéndolo en el alma tomé una determinación: fui a su dormitorio y saqué uno por uno mis trajes de “Armani”, mis corbatas de seda y mis camisas, los cinturones, ropa interior y todos los calcetines. Los trajes los coloqué en sus respectivas perchas especiales junto con las corbatas; la ropa restante la distribuí en dos maletas y en dos viajes lo dejé todo preparado en el salón. Eché un vistazo haciendo inventario y me dije que antes de hacer nada, hablaría con Silvia. Ni la llamé al móvil, ni me llamó.

A las cinco y media estaba llamando a la puerta de la casa de mis padres, me extrañó no ver el coche de mi padre en la plaza de garaje. Abrió mi madre que al verme me echó los brazos al cuello sonriendo. Cerré la puerta de la calle y nos besamos en la boca a modo de saludo. Mientras nos dirigíamos a la cocina, me explicó que mi padre había salido.

— Lo sé, no he visto su coche aparcado. –dije.

— ¡Claro!, es verdad.

— ¿Y a dónde ha ido, si puedo saberlo?

— ¡Vaya!, maldita caja, hijo ¿quieres ayudarme por favor?

— Mamá ¿A dónde ha ido papá? –le pregunté abriendo la caja donde guardaba la cápsulas de café y en vista de que se hacía un poco la sorda, insistí.

— Ha ido a vuestra casa. –dijo al final.

— ¿Le ha llamado Silvia?

— No lo sé, yo no oído el teléfono, a lo mejor ya lo tenían hablado desde el lunes.

— No me prepares café, me marcho. -dije

— No Sergio, por favor no vayas, sólo te harías daño a ti mismo. –me rogó.

— No te preocupes, no les molestaré; sólo quiero recoger mis cosas. —contesté, y le referí lo que había pasado desde el lunes cuando llegué a mi casa.

— Hijo quédate conmigo y más tarde recoges las maletas y te vienes a casa.

— Gracias mamá, pero prefiero irme a un hotel.

— Por favor no digas tonterías ¿cómo vas a ir a un hotel?

— Lo prefiero así.

— Anda toma. –dijo tendiéndome una taza.

Cogí la taza que me ofrecía con las dos manos y sorbí el delicioso contenido. Mi madre mientras, me estaba bajando la cremallera de la bragueta. Al meter la mano casi derramo el café.

— ¿No me dijiste que yo no era tu objetivo sexual?

— Me equivoqué. Te deseo dentro de mí.

— ¿Me deseas o quieres entretenerme?

— No seas ordinario hijo, ¿por qué querría entretenerte?, ¡vete si quieres!, pero ya sabes lo que te vas a encontrar. En cambio si te quedas conmigo, te prometo que no te arrepentirás, tú decides. –dijo apartándose un poco de mí.

— ¡Chúpamela! –le dije.

Mi madre sonrió, volvió a meter la mano por la bragueta, me sacó la polla, se sentó en una silla y empezó a chupármela mientras yo saboreaba el exquisito café. Nada más dejar la taza sobre la mesa de cocina, se puso de pie y tirando de mi polla me arrastró hasta su dormitorio. Me desnudó dándome placer. La desnudé de la misma manera y además la sobé por todos los sitios. Luego me hizo tumbarme bocabajo en la cama y se montó sobre mí sentada en mi culo. Se echó sobre mi espalda y procedió a darme un masaje a base de caricias, lametones y besos. Me la jodí en la cama echándole un polvo de escándalo. Estuvimos dos horas dentro de la bañera, sustituyendo el agua cuando se enfriaba. Mi madre estaba muy salida y no me explicaba el por qué. Tuvimos tal calentura que hicimos toda clase de guarrerias: ella me meó a mí y yo la meé a ella y gocé viéndola tragar un poco de mi líquido. Follamos como si el mundo fuera a desaparecer. A las diez de la noche llegó mi padre a casa y nos pilló follando en la cama, no intentó unirse a nosotros, en cambio quería hablar conmigo pero me negué a escucharle. Me vestí y sin despedirme de ellos me fui a mi casa; antes de hablar con mi padre debía hacerlo con mi mujer.

Al llegar a casa me sorprendí al ver a Silvia vestida y no desnuda como la vez anterior. Esta vez sí que me dio un beso en los labios pillándome por sorpresa. Tenía los labios calientes, húmedos, deseosos; me los hubiera comido en ese instante y después a ella, pero me contuve. Intenté separarme un poco pero ella me retuvo abrazándome, con la cara apoyada sobre mi pecho. En esa misma postura dijo que olía al perfume de mi madre y alzó la cara para mirarme. No hizo falta decirle nada, por su gesto supe que adivinaba lo que había pasado en casa de mis padres. Me preguntó por las maletas, le dije la verdad, que había empaquetado mis cosas.

— ¿Te vas a marchar? –preguntó con los ojos brillantes.

— Sí Silvia, no aguanto más esta situación. –le contesté y empezó a llorar.

Lloraba con desesperación, sin consuelo y al mismo tiempo me suplicaba que no la abandonara, daba la impresión de estar al borde de un ataque de ansiedad. Con dificultad logré separarla de mí, y agarrándola por el hombro la llevé hasta el sofá y la senté, me quité la chaqueta, la corbata y fui a la cocina para prepararla una infusión de tila y menta poleo, con mucho azucar como a ella le gustaba. Al regresar, dejé sobre la mesita el platito y encima el vaso humeante con la infusión. La abracé por el hombro, cogí el vaso y se lo acerqué para que bebiera.

— Tómate esto, te sentará bien; es tila. –le dije.

— Lleva menta poleo y está muy dulce como a mí me gusta. –dijo entre sollozos.

— Sé cómo te gustan las cosas, anda bebe. –insistí.

— No entiendo por qué quieres irte. –dijo llorando otra vez.

Cuando se lo iba a explicar llamaron a la puerta de la calle. Molesto, me levanté para ver quién era, al abrir la puerta me llevé una enorme sorpresa: Mis padre estaban frente a mí. Me hice a un lado, pasaron y cerré la puerta. Los tres entramos en el salón donde vieron a mi mujer llorando muy apenada.

— ¡Hija por Dios!, ¿qué te pasa? –le preguntó mi madre sentándose y abrazándola.

— Se quiere ir, tú hijo se quiere marchar y me abandona. –pudo explicarle sin parar de llorar.

— Por favor Silvia ¡habla y cuéntales todo! –le rogó mi padre.

— Es mejor que se tranquilice. –dije.

— No, primero tiene algo muy importante que contar. –insistió mi padre.

Mi madre la abrazó con más fuerza y al preguntarle si quería hablar, ella asintió con la cabeza. Se bebió antes la infusión que le había preparado agradeciéndomelo con la mirada.

La confesión de Silvia; su secreto:

<< Hace trece años —comenzó a relatar— mi padre casi se va a la quiebra. No sé porqué, porque no me lo explicó pero de repente nos dijo a mi madre y a mí que seguramente le iban a embargar el piso donde vivíamos en ese momento. Mi madre le preguntó por qué estaban tan mal las cosas en la empresa; él se encogió de hombros diciendo que los clientes no pagaban, los terrenos cada vez era más caros, igual que los materiales… todo parecía indicar que se preparaba una crisis como la que tenemos ahora, pero no tan fuerte, o al menos para su empresa.

Mi madre montó en cólera, empezó a llamarle inútil, le acusó de que no sabía dirigir ni su propia empresa. Tuvieron la mayor bronca que yo recuerde. Un día, mi padre vino a buscarme al instituto; a mí me sorprendió pues nunca lo hacía ya que comía siempre fuera de casa. A mí me hizo mucha ilusión encontrarme con él a la salida y juntos, nos fuimos para casa. Al abrir la puerta nos llamó la atención el silencio que había; normalmente mi madre ponía la televisión alta para escucharla desde la cocina, pero ese día no. Mi padre cerró la puerta y pasamos por delante del salón pensando que ella estaba en la cocina pero no; allí no había nadie. De pronto escuchamos algo y retrocedimos hasta el salón. Mi padre abrió la puerta sin hacer ruido y nos encontramos con una escena que jamás hubiese querido ver: el socio de mi padre estaba denudo en el sofá y sobre él mi madre, moviéndose obscenamente arriba y abajo.

Mi padre y yo nos quedamos horrorizados: afortunadamente no hicimos ningún ruido, estábamos tan impactados que ni nos movimos. Entonces mi padre me apartó y con mucho cuidado cerró de nuevo la puerta del salón. Nos dimos la vuelta y en silencio abrimos la puerta de la calle, salimos y volvimos a cerrar. Como zombis nos dirigimos a su coche y subimos en él. Mi padre arrancó. Condujo sin rumbo una media hora, cuando se detuvo, estábamos en medio del campo, creo que “El pardo”, ya que no quedaba muy lejos de donde vivíamos en esos momentos. Él paró el motor y se derrumbó sobre el volante llorando como un niño y al verle yo lloré con él >>

— No sabía nada de eso, nunca me lo contaste. –le dije a mi mujer.

— No. Nunca te lo conté. –afirmó ella.

Aproveché la pausa para preparar café pero mi padre se ofreció para que yo siguiera escuchando el relato de Silvia que prosiguió.

<< No sé cuánto tiempo estuvimos llorando los dos abrazados. Pudo ser un cuarto de hora, media hora o quizá una hora. Poco a poco nos fuimos serenando. Yo le acaricie la espalda a mi padre mientras le besaba en la cara para consolarle, sin darnos cuenta nos besamos en la boca. Nos miramos un momento y proseguimos el beso. Era un beso inocente, el de dos personas que se consuelan mutuamente, pero cuando quisimos darnos cuenta, la pasión nos había arropado con su manto. El caso es que follamos en el coche allí mismo —Silvia buscó mi mirada pero no le dije nada, prefería seguir escuchando— al terminar los dos estábamos muy avergonzados, recapacitamos diciéndonos que había sido en un momento de locura producto del impacto que nos habíamos llevado al ver a mi madre en tales circunstancias. Sentimos vergüenza, sí, pero yo volví a jugar con su polla y él con mi coño y mis tetas. Cuando nos marchamos de allí habíamos follado una vez más, la diferencia es que esa segunda vez no sentimos vergüenza. Al entrar más tarde en nuestra casa, mi madre nos recibió tan cariñosa como siempre, como si nada hubiera pasado. Esa noche, sin que nadie lo supiera, mi padre le puso a mi madre dos pastillas de las que le habían recetado a él para dormir, pues no conciliaba el sueño por culpa de los problemas de su empresa. Media hora después de cenar, a mi madre le asaltó el sueño de golpe y se quedó dormida en el sofá, ni mi padre ni yo fuimos capaces de despertarla; me alarmé temiendo por la salud de mi madre, pensaba que le había dado un desmayo o algo así, pero mi padre me tranquilizó y me confesó lo que había hecho. Me dijo que era mejor así, que lo había hecho por los dos, por él y por mí, para que pudiéramos estar juntos esa noche. Le dije que aquello era una locura pero él me contestó que yo era su locura. No sé cómo me convenció pero cuando quise darme cuenta, estaba desnuda sobre la cama de mis padres besándome lujuriosamente con mi padre. Cuando llegó el momento de penetrarme, dijo que era mejor que lo intentásemos por atrás; se refería a mi culo. Así no había peligro de embarazo ni nada. Ninguno de los dos teníamos preservativos así que me convenció. Esa fue mi primera vez que lo hice por ahí. Aunque mi padre se recuperó económicamente más tarde, la empresa no marchó como en los buenos tiempos, tenía sus altibajos; de hecho, la casa donde vivíamos nos la embargaron, pero mi padre supo salir adelante. Por supuesto que mandó a la mierda a su socio y montó una empresa nueva en la que mi madre fue su socio después de reconciliarse. Ella admitió que le había sido infiel con su socio no sólo aquel día, sino varias veces más. Según le confesó ella, lo hizo en un arrebato de ira sin medir las consecuencias y le pidió perdón. Mi padre le perdonó pero jamás le contó lo nuestro. Y a pesar de haberla perdonado él y yo seguimos acostándonos, a mí no me importaba porque obtenía mucho placer y no estaba con nadie. Pero todo cambió el día que te conocí — ¿recuerdas? — me preguntó. Yo detrás de mi mesa en Hacienda y de pronto ¡Pum!, el llavero de tu coche golpeó sobre mi mesa sobresaltándome y ahí estabas tú. Tan guapo, tan elegante con tu flamante traje de Armani. Eras la viva imagen del típico “yupi”, solo que me miraste un momento y un segundo después desplegaste todo tu encanto para que te diera mi numero de móvil. Imagínate cómo me quedé al darme cuenta de que querías ligar conmigo. ¡Yo, una don nadie, una simple funcionaria! >>

— No eras una don nadie, tu padre era constructor— le dije.

— Si mi vida hubiera sido como la tuya, ¿qué hacia ahí trabajando de funcionaria? –dijo. Me callé porque tenía razón.

<< Para mí eras el sueño de toda chica, me decía muchas veces a mí misma que un día me dejarías plantada para irte con los de tu clase, pero no, seguiste conmigo alimentando ese sueño. Mi padre nunca ha tenido un coche de 50.000 euros como tú —58.960 euros para ser exactos— le corregí provocando que mi madre me llamara “pijo”. Tiene un utilitario de 16.000 euros pagado con sacrificio prosiguió Silvia. Cuando empecé a salir contigo las relaciones con mi padre disminuyeron, aún así, alguna vez lograba convencerme y yo tragaba. Pero un año y medio antes de nuestra boda hablé con él y le dije que se acabó. Lo entendió perfectamente y pusimos punto final a nuestra relación, concluyó >>

— ¿Y por qué no me lo contaste? –pregunté.

— Hijo, mira que eres cortito. –protestó mi madre.

— Si te lo hubiera dicho habrías cortado conmigo inmediatamente. Seguro que tenias a decenas de mujeres mejor que yo dispuestas a caer en tus brazos.

— Vale, pero me lo podías haber dicho cuando ya estábamos casados.

— Te hubiera dado lo mismo, habrías reaccionado igual. En cualquier caso, ya era tarde para confesártelo y si me mostraba tan “sosa” contigo era por guardarme las espaldas. Cuando hacíamos el amor, no te puedes imaginar cuantas veces me he reprimido para no lanzarme sobre ti y devorarte, pero me decía a mí misma que hacia lo correcto. —Hija nunca le muestres a tu marido todas tus cartas de golpe, porque pensará que eres una jugadora de ventaja acostumbrada a los casinos— me decía mi madre. y eso hice, aguantarme las ganas y sufrir, hasta que me he dado cuenta de que nuestro matrimonio peligraba. Entonces llamé a tu padre ese lunes y le dije que viniera a verme para hablar con él, y a ti te engañé mandándote un mensaje que era mentira. Hablé primero con tu padre para confesarle todo y ganar tiempo, ya que contigo no podía hablar, después de la bronca todo ha ido a peor entre nosotros. Tu hablaste con tu padre antes de aquella noche, no sé de qué hablasteis, pero cuando te fuiste a desayunar después de… tu padre me dijo que yo te ocultaba algo. Era evidente de que a él no podía engañarle como a ti, por eso nos citamos el lunes y el miércoles, para hablar; te juro que no hicimos nada más, cree lo que quieras.

— O sea, ¿que tú y mi padre no habéis follado más después de aquella noche?

— Así es, te lo creas o no.

— ¡Joder!, necesito que me dé el aire. –dije y caminé hasta la puerta de la calle para salir de aquella presión.

Frente a mi portal, un poco más a la derecha había un bar abierto y allí me dirigí. Pedí un güisqui y me senté en una mesa. Diez minutos después entró mi madre en el local, me vio, pidió un café y se sentó conmigo.

— ¿Estás bien? –me preguntó.

— ¿Tú la crees mamá? –le pregunté yo también.

— La cuestión es si la crees tú, lo que yo crea no es relevante hijo, eres tú quien ha de decidir.

— Vaya mierda de vida. –me quejé bebiendo un trago.

— La de ella sí, tú no puedes quejarte dijo guiñándome un ojo. –me levanté y le traje el café que había pedido.

— Es curioso, todos los días me enfrento a retos imposibles y siempre sé lo que debo hacer, pero en este caso reconozco que estoy perdido. –admití.

— ¿Quieres mi consejo?

— Sí por favor. - contesté con ansiedad.

— Haz lo siguiente: Sube a tu casa, abraza a tu mujer y le das un beso en la boca, sin lengua, un simple beso inocente y según lo que sientas sabrás lo que tienes que hacer.

— ¿Estás segura? –pregunté.

— Es lo que yo haría en tu caso. –dijo encogiéndose de hombros.

Pagué las consumiciones y salimos. Dos minutos después entrabamos en mi casa. Mi padre estaba en la cocina tomando café; Silvia lloraba sentada en el sofá, parecía tan hundida, tan vulnerable. Pese a todo se puso en pie de un salto al oír que entraba en casa con mi madre. Me puse delante de ella, la cogí por los hombros y la besé en la boca. Un beso inocente, sin lengua como me había dicho mi madre, pero al sentir la calidez de sus labios me embargó una sensación tan grande, tan profunda, tan maravillosa, que no pude aguantarme. Atraje a mi mujer contra mi pecho, la abracé con fuerza y hundí mi lengua en su boca explorando todo su sabor. Ella me abrazó con fuerza también y me devolvió el beso con la misma pasión que yo. Detrás de mí me pareció escuchar a mi padre decirle a mi madre que tenían que irse, que allí no había nada más que hacer, ella le respondió: —Es solo un momentito, mira, no me digas que no hacen una bonita pareja— después escuché cerrarse la puerta de la calle. Silvia y yo nos dejamos arropar por la pasión, por el deseo y por el amor que aún nos teníamos. Nos empezamos a meter mano y sin darme cuenta, me vi arrastrado a nuestra habitación. Al mirar hacia abajo vi que Silvia había metido su manita por dentro de mi bragueta y me tiraba de la polla llevándome con ella.

En la última semana de junio, la casa del pueblo estaba totalmente terminada y amueblada. Allí nos reunimos, mis suegros, mis padres, mi mujer y yo para celebrarlo. Mis suegros no quisieron quedarse a dormir pese a que había sitio de sobra. Mi mujer y yo nos fuimos a nuestra casa y mis padres a la suya. El 1 de julio, mi mujer y yo nos reunimos con mis padres en la casa del pueblo para comenzar nuestras vacaciones.

Al día siguiente, a las ocho y media de la mañana, Silvia y yo estábamos desnudos dentro de la piscina. Nuestra primera intención era refrescarnos pero acabamos muy calientes. Yo sentado sobre un escalón y ella a horcajadas encima de mí. Nos besábamos metiéndonos mano por todos los sitios que podíamos. De pronto apareció mi padre desnudo, nos saludamos y se paró al borde de la piscina.

— Venga suegro, metete, el agua está riquísima. –le animó mi mujer.

— No lo dudo preciosa pero a mi edad todavía es pronto para meterse en una piscina.

— Pues a la mía dicen que el agua fría es buena para el cutis. –dijo mi madre apareciendo en ese momento.

— Vamos mamá, ven con nosotros. –le dije.

— Ahora mismo hijos. –dijo ella.

Se metió poco a poco en el agua y cuando calculó que había suficiente profundidad para nadar, se sumergió completamente, emergiendo unos metros más adelante, se giró y vino nadando hasta nosotros. Se sentó a nuestro lado y besó en la boca a Silvia y luego a mí. Mi padre nos contemplaba con los ojos brillantes. Mi mujer siguió cabalgándome despacio mientras yo me besaba con mi madre, un poco después me desmontó y mi madre ocupó su lugar. Ahora era ella quien me cabalgaba con mi polla dentro de su coño mientras yo me besaba con mi mujer. Mi madre se apartó de mí y empezó a lamer las tetas de su nuera, y yo las de mi madre. Mi padre se sentó en el borde de la piscina, justo a mi lado y mi mujer comenzó a chuparle la polla. Un rato después, mi madre se quitó y sustituyó a su nuera y ésta sustituyó a mi madre. Cuando estábamos más calientes, alguien propuso salirnos del agua para ir a las hamacas, no sé si fue mi madre.

Mi padre y yo nos sentamos en la misma hamaca, uno al lado de otro. Mi mujer se sentó encima de mi polla y mi madre encima de la de mi padre. Mientras botaban sobre nosotros se tocaban los pechos y se besaban. Al poco, cambiamos de pareja. Así estuvimos hasta que no pudimos aguantar más. Mi mujer se corrió con su suegro y al lado, mi madre lo hizo conmigo. Tras eso mi padre y yo nos tumbamos en sentido contrario, uno frente a otro y nos movimos hasta que nuestras polla quedaron pegadas la una a la otra. Mi mujer y mi madre se agacharon y nos fueron chupando y lamiendo indiscriminadamente hasta que nos corrimos mi padre y yo en sus dulces boquitas. 

Y así seguimos. Los cuatro hemos alcanzado un grado de compenetración tal, que es imposible encontrar más placer.

¡Ah!, por si alguien desea visitarnos, la mejor hora para hacerlo es la de la siesta. En el enorme salón, los cuatro colocamos dos colchones inflables de matrimonio y os puedo jurar que a veces dormimos.

—Fin de la serie—

………./……….

 Espero haberos entretenido y excitado con la serie. Hasta el próximo. Saludos.

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