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Mi segunda oportunidad-3

en Hetero: Infidelidad

Mi segunda oportunidad

Por Jaypaka

—3—

 

Pepa charla con sus amigos y hace balance de las sensaciones y contradicciones que ha sentido en su primera orgia. En medio de una interesante charla con su vecino Antonio a solas, éste le hace una confesión que la sobrecoge. Quizá por culpa de esa confesión Pepa se replanteé la forma en que está llevando todo esto.

Llegando a casa de Antonio y Laura y por consiguiente la mía, me agaché tumbándome sobre el asiento trasero de su “Mercedes”, era casi imposible que mi marido me viera llegar a esas horas pero ¿por qué arriesgarse? No me enderecé hasta que la puerta del garaje no hubo bajado.

Los tres entramos en su casa y Antonio nos sirvió una copa.

—Me parece que el joven cirujano se ha quedado contigo ¿no? –empezó a bromear Laura.

—Es verdad, ¿quería ligar contigo Pepa? –dijo Antonio sonriendo.

—¿Qué os jodan a los dos! –exclamé riéndome mientras me descalzaba para masajearme los pies.

—Espera déjame a mí. –dijo Antonio solícito.

—Eres un cielo. –le dije tendiéndole mi pierna.

—No te dejes engañar por su amabilidad Pepa —me dijo Laura— lo que mi marido quiere es verte las bragas mientras te toca los pies.

—No seas mal pensada cariño. –se quejó el pobre Antonio.

—Eso digo yo, ¿qué necesidad tiene de verme las bragas si se conoce de memoria todas mis intimidades? –comenté.

—A pesar de todo no te fíes —dijo Laura sonriendo— mi marido es muy morboso. –añadió asomándose para verme las bragas.

—¡Eh y me llama a mí morboso! –dijo Antonio y los tres rompimos a reír.

—Bueno, hablando en serio ¿qué te ha parecido tu primera experiencia? –me preguntó Laura.

—Me lo he pasado muy bien, de verdad, ha sido todo muy excitante y la experiencia con el “hombre elefante” ha sido inolvidable. –contesté arrancando las risas del matrimonio.

—Me alegro. Bueno gente, lo siento mucho pero estoy molida. –se quejó estirándose al tiempo que daba un bostezo y poniéndose de pie preguntó a su marido— ¿te vienes a la cama o te quedas un poco más?

—Yo dormiré en vuestro sofá hasta las siete y media si no os importa. —contesté poniendo la alarma en mi móvil— mañana sobre las ocho me iré a mi casa. –añadí.

—Espera un poco cariño. –dijo Antonio a su mujer.

—No cielo, estoy muy cansada y tengo mucho sueño. –contestó Laura.

—Como quieras, yo me quedo un poco ¿no te importa? –se disculpó él.

—Sabes que no —dijo besándole en la boca y a continuación comenzó a subir las escaleras hacia el dormitorio, cuando estaba a la mitad exclamó— No te la folles cariño, Pepa también estará cansada.

—¿Joder, eso es lo que quieres hacer, es que no has tenido bastante? —pregunté a Antonio tras escuchar a su mujer.

—No, si tú quieres a mí me apetece. –dijo él.

—La verdad es que no tengo ganas, he tenido bastante por hoy. –dije dando un bostezo.

—Como quieras, pero ¿me dirás antes lo que te preocupa?. –dijo Antonio.

—No estoy preocupada de verdad, sólo cansada, aunque mañana sábado libre no voy a pasarme el día durmiendo, no me parece bien dejar a Pedro sólo. –dije.

—Está bien, como quieras subiré a por una manta, no creo que Laura se acuerde de bajártela.

Antonio subió a su habitación y yo me encendí un cigarrillo, no me había atrevido a decirle lo que verdaderamente me daba vueltas en la cabeza, me parecía un asunto muy personal en el que yo no debía inmiscuirme. Mientras expulsaba el humo del tabaco oí que Antonio bajaba las escaleras.

—Te he traído esta, no es muy gruesa, para que no sudes. —dijo depositándola en el sofá— ¿te apetece un café? –me preguntó.

—No que si no, no duermo, en todo caso una tila con menta poleo y azúcar. —dije y al poco vino con dos vasos humeantes.

—Bueno ¿y ahora me vas a decir eso que te da vueltas en la cabeza? –me preguntó Antonio.

—Joder, me conoces casi mejor que yo misma. –dije riendo.

—¿Y? —insistió.

—Es que es una cosa muy personal y me parece que no debería meterme en esas cosas. –insistí a ver si lo dejaba.

—Venga Pepa, no me vengas con eso a estas alturas.

—¡Está bien pesado! Es una tontería, es que me llamó la atención la cara que pusiste cuando Laura empezó a tontear con Esteban, incluso ella se cortó al verte.

—No recuerdo haber puesto ninguna cara rara, y te recuerdo que Laura y yo somos libres para follar con quien queramos, no tenemos que darnos explicaciones. —me contestó evadiendo la verdadera respuesta.

—Venga Antonio —dije riéndome— ahora eres tú el que me vacila, pero si no quieres no pasa nada, ya te he dicho que es una tontería.

—Está bien Pepa. Hace cuatro años Laura se encoñó con Esteban hasta el punto de que casi se rompe nuestro matrimonio. —me dijo dando un sorbo largo a su vaso.

—¡Joder! —exclamé.

—De todas formas eso ya pasó. —dijo Antonio mirando a lo lejos.

—¿De veras? A mí me pareció que sufrías viendo como ella jugaba con su polla. –insistí yo ahora.

—Ese cabrón presumido sólo sabe aprovecharse de las mujeres y cuando se cansa les da la patada en el culo y a por otra; hiciste bien en no darle tu número de móvil, cuanto más lejos de él mejor para ti.

—¿Tan jodida fue la cosa? –pregunté curiosa por saber toda la verdad.

—¿Jodida dices? —Antonio hizo una pausa para encenderse un cigarrillo, dio una calada, echó el huno por la boca con un suspiro y prosiguió— imagina lo que es llegar un buen día a tu casa y encontrar a tu pareja haciendo las maletas y cuando le preguntas qué hace va y te dice tan tranquila que se va a vivir con Esteban; eso no es jodido Pepa es una puta pesadilla, tu mundo se desmorona en cuestión de segundos y te ves impotente cuando tratas de evitarlo, desesperado pides explicaciones y te dicen que no es culpa tuya, son cosas que pasan y ya está. Insistí, supliqué a Laura que no me abandonara, que habláramos antes, pero nada, ¿sabes lo que me dijo? Que estaba salida por él y  se fue de casa. Al mes de haberse marchado apareció en casa llorando y suplicando que la perdonara, que estaba arrepentida de lo que había hecho. La perdoné Pepa, yo no sabía lo que era vivir desde que ella se había ido ¿cómo no iba a perdonarla? Fue cuando empezamos a pasar los fines de semana con vosotros, desde el viernes al domingo. Al cabo de un mes, Laura me dijo que por qué no empezábamos a relacionarnos con la gente, ya sabes, quería volver a las orgias, me aseguró que era otra mujer distinta y la creí. Sabía que Jose Luis montaba una orgia en su casa ese viernes porque me llamó a pesar de que no íbamos desde hacía un año, si íbamos seriamos bien recibidos me dijo, así que fuimos y, vimos a Esteban. Laura no le hizo ni caso en toda la tarde, folló con todo el que quiso menos con él, y él no intentó aproximarse a ella, en cambio sí procuró que escucháramos la explicación que daba a unas personas del porqué ya no estaban juntos Laura y él: —Se mosqueó conmigo porque me pilló follando con otra, como si eso fuera un delito— y encima lo decía riendo. Laura se puso pálida al oírle pero no dijo nada, se lo tragó, pero imagínate lo que sentí yo al escuchar que mi mujer había vuelto conmigo no porque me quisiera, sino despechada por su amante. Lo peor es que por no dar un escándalo y que ese desgraciado disfrutara yo también tuve que tragármelo.

Me quedé de piedra, no me podía imaginar que su confesión fuera tan dramática, la verdad es que no supe qué decir cuando terminó de contármelo y lo primero que me vino a la mente fue la escena de Laura y a Estaban juntos en el baño, menos mal que él no los había visto.    

—Bueno pero eso ya está olvidado ¿no? —dije al final.

—No Pepa, puede que esté superado pero no olvidado, Laura me hizo una herida cuya cicatriz deja marca, por eso te aconsejo que cuanto más lejos de ese cabrón mejor.

—Me dejas de piedra Antonio, hay tanta complicidad en vosotros que es fácil suponer que vuestro amor es sólido y firme por encima de todo.

—Antes si lo era; ahora no lo creo.

—Joder lo siento, no tenía que haber sido tan curiosa, ahora soy yo la que me siento mal por haberte obligado a contármelo.

—Tú no me has obligado Pepa, tarde o temprano te lo hubiese contado, no creo que Laura se atreva a hacerlo. Desde entonces no hemos vuelto a hablar de ese asunto, no sé cómo se siente o si ese capítulo está cerrado, no sé nada porque ella no quiere hablar de eso.

—Ahora me doy cuenta de lo que pasa cuando abusas de la promiscuidad. —pensé en voz alta.

—Tú eres ahora una promiscua ¿y qué, acaso eres peor persona por eso?

—En lo que respecta a mi marido sí, soy peor persona, jamás le he engañado como ahora.

—Te equivocas Pepa, Pedro y tú os habéis engañado mutuamente al llevar una vida de castidad relegando el sexo a la intimidad. Los dos pensabais que erais felices hasta que un buen día te diste cuenta de tu error. Ahora que eres promiscua disfrutas de una vida sexual plena, eres más descarada en tu forma de ser o vestir, se te ve más feliz y eres más tolerante con tu marido, lo único que debes procurar es no dejarte llevar por los sentimientos.

—Si follas con otras personas además de con tu pareja, ya me dirás como evitas eso. —le dije.

—No dando pie jamás a que se produzcan situaciones que puedan hacerte despertar nuevos sentimientos.

—Eso es una contradicción, cuando tienes sexo con una persona tienes sensaciones que desatan sentimientos, siempre es así. En el tiempo que llevo con vosotros he aprendido que el sexo debilita la voluntad de las personas dejándote a merced de esos sentimientos. No te imaginas la de contradicciones que he tenido hoy. —murmuré.

—Joder Pepa sé fuerte ¡coño!, goza y no te preocupes de más, ¿qué necesidad tienes de comparar a tu marido con nadie?, Pedro es como es y aún así sigues con él.

—¡Es que no puedo evitar las comparaciones! —exclamé frustrada— ésta misma noche me he preguntado si sigo con mi marido por que le quiero o porque me he acostumbrado a él, en ambos casos vivir engañando a mi marido me parece obsceno. —me lamenté con un nudo en la garganta.

—Sigues siendo tú la que se engaña, ¿acaso crees que Pedro no haría lo mismo si se diera el caso?

—Pedro no lo haría y si por casualidad follara con alguien me lo diría, estoy segura. —dije.

—A lo mejor no conoces a tu marido tanto como crees, los hombres somos muy volubles Pepa; en cualquier caso ¿por qué no hablas con tu marido?, cuéntale tus frustraciones, dile lo que no te gusta de él y cómo debe cambiar, a lo mejor te sorprendes de su respuesta.

—¡Ni loca voy a decirle nada!, ya sabes cómo es Pedro, si le cuento lo que hago le daría un disgusto de muerte, no Antonio, por desgracia Pedro no es como tú y no debe enterarse nunca. —contesté.

—No te preocupes, ni por Laura ni por mí sabrá nunca nada, de todas formas si tanto te preocupa tu marido es porque le amas, así que olvídate de esas contradicciones Pepa. –me aconsejó.   

—Sí, tienes razón. Gracias por entenderme, eres un gran hombre y muy buen amigo. –le dije poniéndome en pie.

—Tú sí que eres una gran mujer. –contestó él.         

Cada uno recogió su taza y las llevamos a la cocina, al volver al salón Antonio se desvió hacia el pasillo donde está el aseo. Cuando él volvió al salón yo estaba tumbada en el sofá con la cabeza sobre un cojín, no pensaba en nada concreto. Antonio se sentó a mi lado y empezó a acariciarme los pies, preguntándome si me apetecía que me diera un masaje, a mí me encantan los masajes en los pies pero acordándome de Laura bromeé sobre si su intención era esa o verme las braguitas como antes, me contestó que era una malpensada que él sólo pretendía darme un inocente masaje, pero decidí ponerle a prueba, levanté una pierna y le tendí mi pie, al ver su mirada centrada en mi entrepierna me entró un calor repentino que se convirtió en deseo casi instantáneamente. De repente me agarré las braguitas por la ingle y sin pensármelo dos veces me las aparté a un lado enseñándole el coño. Los ojos de Antonio más que brillar, destellaron de excitación y rápidamente adelantó la mano para tocármelo fascinado, nos miramos y,  viendo que no me oponía se agachó. Me besó el coño varias veces, me lo lamió y acabó jugando con la punta de su lengua sobre mi clítoris haciéndome gemir.

No pude permanecer quieta más tiempo, me incorporé y adelanté la mano sobándole la polla por encima del pantalón.

—Qué empalmado estás cabròn. —le dije en voz baja apretando su duro pene.

—Tú me pones así, no sé lo que me pasa pero cada vez te deseo más. —me confesó en voz baja también.

—¿Y qué vas a hacer, me vas a follar? –pregunté dando un jadeo.

—Quiero hacerte el amor. —dijo con la voz ronca por el deseo.

—¿Pero no has dicho antes que no hay que dar pie a situaciones que puedan despertar nuevos sentimientos? —dije dándole un estirón a su pene.

—No me refería a nosotros. —dijo

—¿Cómo que no, no ves que si dejo que me hagas el amor es posible que se me desaten los sentimientos? Me  dijisteis que después de un tiempo se me pasaría pero ¿y si no es mi caso? Lo siento Antonio pero no quiero correr riesgos innecesarios, con esa actitud es mejor que te vayas a la cama.

—Escucha sé que es una locura lo que voy a decirte: desde hace tiempo a mí ya se me desatan, casi desde el primer día, eres tan especial Pepa que me has hecho perder la cabeza, no quiero presionarte, de momento me conformo con amarte cada vez que tenemos sexo, es tan fuerte lo que siento que no lo puedo evitar, tú ni te vas a enterar aunque me gustaría ser correspondido. —me dijo.

La confesión de Antonio no me pillaba de sorpresa, llevaba tiempo intuyendo que él sentía algo por mí por la forma en que se comportaba conmigo. Al escucharle su confesión me entró pánico nunca pretendí que ocurriera algo así entre nosotros, el problemas es que ahora que mis peores temores se confirmaban ¿qué debía hacer, rechazarle, decírselo a Laura?, o ¿se conformaría como aseguraba con el breve periodo de tiempo que dura el coito? Todo esto era una locura muy peligrosa, si no la cortábamos a tiempo causaríamos daño a nuestros cónyuges y por nada del mundo deseaba perjudicar a mi marido; uno de los dos tenía que mantener la cordura y como Antonio había fallado quedaba yo para hacer el papel de persona sensata.    

—Escucha Antonio es mejor que te olvides del tema y te vayas a la cama.—insistí.

—¿Y qué pasará mañana, o pasado? Porque seguiré sintiendo lo mismo por ti.—me aseguró.

—No sé qué pasará mañana, a lo mejor decido cortar esta locura, tengo que pensarlo.

—¡No Pepa por Dios! No desaparezcas así, no podría soportarlo.—me rogó angustiado.

—¡Entonces qué Antonio! Así no podemos seguir.

—Escucha, déjame amarte en secreto, sólo te pido eso, ni siquiera tienes que corresponderme.

— Joder Antonio no puedes hacerme esto —hice una pausa pensando a toda velocidad pero no me venía la solución y ver su cara de angustia me acongojaba— ¿me prometes que sólo me amarás mientras tenemos sexo?

—Te lo juro Pepa. —contestó con ojos brillantes.

—Está bien, entonces jódeme ¡venga! —le dije al final.  

Antonio se puso en pie y se fue al aseo para volver después con una toalla que coloqué debajo de mí para no manchar el sofá, se desnudó en un abrir y cerrar de ojos mostrando una considerable erección, le tendí mis brazos abiertos y él se echó encima de mí. sabia lo que necesitaba así que se lo di. Le abracé con fuerza y juntamos nuestras bocas besándonos apasionadamente; tuve un pensamiento fugaz para mi marido que en esos momentos dormía completamente ajeno a lo que pasaba al otro lado de la pared, desgraciadamente la imagen de Pedro se esfumó como el humo a medida que Antonio me besaba, el cabrón sabe hacerlo muy bien.

Cuando dejamos de besarnos Antonio empezó a quitarme la ropa, mientras él me desnudaba yo jugaba con su tiesa polla, ahora más dura que nunca, era tal su deseo que hasta el escroto lo tenía duro, con los huevos pegados en vez de colgando como era habitual. El sentimiento de cariño fluía con fuerza por el cuerpo de Antonio, casi podía sentirlo pero a lo máximo que podía llegar es a sentir amor por sus pelotas y por su gorda polla que muy pronto me daría placer. Me re-mangó la faldita corta en la cintura y se lanzó a besarme el coño por encima de las bragas, luego, mientras me las bajaba me fijé en la fascinación que mostraba su cara, no me gustaba su cara de carnero a medio degollar y le urgí a que me hiciera un 69 pero no me hizo caso, me montó penetrándome precipitadamente y en su desesperación empezó a decirme todo lo que sentía: “—no imaginas lo que siento cuando estoy dentro de ti. Eres lo que siempre he deseado, no hace falta que digas nada, me conformo con que te dejes follar, pero sé que te encanta como te lo hago, lo veo en tus ojos. Me vuelves loco mi vida, que vagina más esponjosa tienes ¡joder! —Toda esa retahíla me la susurraba hincándomela hasta las pelotas pero sin precipitarse, buscaba que el coito fuera largo, lo malo es que me estaba poniendo muy cachonda y cuando me enciendo ya no puedo parar.

Le supliqué que me dejara chuparle la polla y accedió. Me la sacó y se arrodilló sobre mi pecho. Me adueñé de su polla y me la llevé a la boca, me la comí a besos antes que nada, de la punta le manaba líquido preseminal, la descapullé y me la metí en la boca para saborearla pensando en lo deliciosa que me sabía. Envolví su capullo con mi lengua y se la chupé un ratito; después se la mamé despacio gozando al sentir que su polla se endurecía en mi boca. Antonio me la quitó de la boca y me arrimó sus huevos. Le di un buen repaso a su escroto para estimularle al máximo y si hubiera podido le habría lamido el culo, mi excitación me abrasaba, él se dio cuenta y maniobró para ponerse encima de mi haciéndome un 69. Yo quería que se corriera en mi boca y al mismo tiempo deseaba que no lo hiciera; en cambio a él no le importó acelerar mi orgasmo y a mí tampoco la verdad, si algo había aprendido en estos meses era que podía correrme todas las veces que quiera sin que mi deseo se viera mermado por ello.

Antonio era un cabronazo, utilizaba la lengua de una manera magistral y ni un solo milímetro de mi vulva ni de mi culo quedó se salvó de su sabia lengua; un rato después empezó a mamarme el clítoris y en dos segundos comencé a retorcerme de placer, alcé la pelvis con la esperanza de que se metiera mi coño entero en la boca, sé que era imposible pero yo lo intentaba restregándole mi coño contra la boca, pero al final tuve que parar pues el orgasmo ya empezaba ya era imparable y muy intenso. Me mordí el canto de una mano para no chillar pues podría despertar a Laura y me agarré al muslo de Antonio con la otra mientras me retorcía con las convulsiones del clímax, él mantenía mis muslos separados seguro que contemplando extasiado las incontrolables contracciones de mi vagina y mi ano. El intenso clímax duró apenas un minuto pero fue como un terremoto, me entró tal relajación que me pareció que me meaba pero no fue una sensación, Antonio pegó rápidamente la boca a mi vulva y sorbió ruidosamente todo mi liquido como si fuera sopa, sé que esto puede parecer una guarrada pero a mí me supo a gloria bendita; de repente  me acordé de Esteban y Laura en el baño y algo se me removió por dentro.

Acabé de mear y Antonio me lamió la uretra y la vagina evitando rozarme el clítoris, acabó dándome un beso en la vulva que me produjo un estremecimiento, con sumo cuidado desmontó de encima de mí para venir a mi lado. Junté las piernas para descansar mis doloridos tendones, él se echó encima de mí sólo un poco para no aplastarme. Cerré los ojos y giré la cabeza hacia un lado cuando empezó a besarme los hombros ascendiendo por mi cuello lentamente, diciéndome lo mucho que me amaba, me estremecí de placer. Sólo Antonio y Esteban me hacían sentirme tan indefensa, ahora el recuerdo del joven cirujano era más intenso. Al llegar a mi boca fui yo la que le besó, hasta Antonio se sorprendió de mi apasionado beso, pensaría que a lo mejor quería corresponderle pero mi mente estaba ocupada en esos momentos por “mi hombre elefante”, con mi mano busqué su sexo y le sobé los huevos, no me olvidaba de su polla pero si se la hubiera meneado se habría corrido en un segundo y no deseaba precipitar las cosas, ahora quería prolongar el polvo lo todo lo que me fuera posible.  

Un momento después me dijo: —Mi amor necesito follarte— y yo también pensé por lo que volví a separar las piernas. Él se echó sobre mí apoyándose en los antebrazos y se puso a chuparme los erectos pezones, ¡Dios que gusto! Le sujeté la cabeza para que se cebara con mis tetas y mientras me las mamaba su polla encontró mi vagina sin ninguna ayuda. Su gordo glande me abrió los labios de la vagina y se hundió perdiéndose en las profundidades de mi coño; no paró de empujar hasta que sus huevos chocaron contra mi culo, Antonio empezó a follarme sin despegar su pubis del mío pero no fue lo que me esperaba, la verdad es que estaba muy cansada y tan harta de follar, que no me era placentero pero tenía que aguantarme.

—Te quiero Pepa, no puedo evitarlo. —me susurraba mientras me bombeaba el coño.

Evidentemente en esos momentos yo no podía hacer otra cosa más que fingir y para que él terminara deprisa simulé mi éxtasis minutos después.

—Me corro mi vida, me corro. —me produjo cierta vergüenza hablarle así pero algo tenía que decir en ese momento.

Él me pasó los brazos por debajo de mi cuerpo y me agarró por el culo pegándome contra él con fuerza para bombearme más deprisa. Algo tenía que hacer yo, así que separé más los muslos y me moví como si me estuviera corriendo de verdad. Antonio gemía conmigo creyendo acompañarme en el clímax; hubo momentos que me ahogaba pues no me soltaba de su abrazo moviendo las caderas con brío y al ver que incrementaba el ritmo actué de nuevo.

—¡Córrete!, no te aguantes más. –le dije.

Antonio quiso besarme pero empezó a jadear metiendo su cara en el hueco de mi hombro, empezó a follarme con mucha rapidez, el pobre necesitaba eyacular con desesperación y segundos después explotó de gozo.

—Así mi vida. –le dije acariciándole la espalda.

Antonio jadeaba espasmódicamente, su corrida me parecía interminable, pero ni medio minuto después empezó a relajarse entre mis brazos. Estuvimos así un rato, escuchando únicamente nuestra respiración; cuando nos tranquilizamos le pedí con mucho tacto que se fuera a dormir con su mujer.

—No me pidas eso Pepa, quiero quedarme aquí contigo. —me dijo.

—Me juraste que sólo me amarías mientras teníamos sexo, ¿vas a faltar a tu juramento?

—No. —murmuró cabizbajo.

—Entonces venga, ¡a dormir!, y apaga la luz por favor. —dije haciéndome la fuerte.

Antonio se fue arrastrando los pies y apagó la luz por el camino dejándome casi a oscuras si no fuera por el débil reflejo que entraba por el ventanal que daba al jardín, fue suficiente para limpiarme el coño con la toalla y ponerme las bragas; no iba a lavarme porque me temblaban mucho las piernas. Me encendí un cigarrillo incapaz de conciliar el sueño y mientras fumaba, empecé a repasar los acontecimientos. Ahora el temor anidaba en mi cabeza produciéndome inseguridad por si mi marido me adivinaba lo que estaba haciendo. ¡Menuda mierda! Me dije. Desde el primer momento que follé con Antonio siempre supe que tarde o temprano se desatarían los sentimientos, las sensaciones que me transmitió aquella primera vez eran demasiado fuertes para no darme cuenta y había conseguido ignorarlas pero él no, entonces sin saber por qué Esteban me vino otra vez a la mente, sólo él había conseguido anular mi voluntad con tanta intensidad que no era capaz de oponerme a sus deseos. Si eso significaba que estaba aflorando algún sentimiento en mí lo tenía muy mal porque con eso no había contado, a lo mejor era el momento de replantearme si seguía con este desenfreno.

…../…..

La alarma de mi móvil sonó casi enseguida, al menos era la impresión que yo tenía, pero era sólo eso, una impresión, pues yo la había ido retrasando cada diez minutos. Eran las ocho y media y mi marido acostumbrado a madrugar ya se habría levantado, me cruzaría con él inevitablemente. Me incorporé despacio, tenía el todo el cuerpo dolorido y la entre-pierna seca y pegajosa. Me levanté y caminé sujetándome la toalla hasta el aseo de abajo para mear con urgencia, después me senté en el bidé para lavarme, al pasarme la mano por el chichi sentí un poco de escozor, me daría crema nada más llegar a mi casa, eché la toalla al cesto de la ropa sucia y volví al salón. Todo estaba en completo silencio. Me vestí deprisa y salí por la puerta de la calle para ir a mi casa; en apenas veinte pasos llegué ante la puerta de mi casita y entré. Dejé el abrigo y olí a café recién hecho, al no ver a Pedro imaginé que estaba en el baño de nuestra habitación, me fui al aseo de abajo para lavarme las manos y mear otra vez, seguramente había cogido un poco de frío, nada raro por otra parte ya que me había pasado todo el día anterior espatarrada como una cualquiera.

Al entrar en el aseo me encontré con la sorpresa de que Pedro estaba allí y curiosamente iba a mear.

—Joder Pepa, estoy meando quieres salirte por favor. –fueron sus buenos días.

—Sólo voy a lavarme las manos, no te molestaré. –le dije.

—¡Ya lo estás haciendo y quiero mear en paz! –dijo en voz alta.

—Vale, perdona. –dije mosqueada y salí.

Sí, definitivamente ya estaba en mi casa. Me sentí tan deprimida en ese momento que mientras subía por la escalera se me escaparon unas lágrimas de rabia. Entré en mi dormitorio y lo primero que hice fue deshacer la cama, me desnudé quedándome sólo con las braguitas y entré en el baño. Al quitármelas me fijé que la felpa que protege el sexo estaba impregnada de semen reseco, las dejé en el suelo y meé pero no sentí escozor, cogí un tubo de pomada y me senté en el bidé, me lavé y luego me apliqué la crema por toda la vulva agradeciendo que estuviera fría; al levantarme recogí las bragas, las eché con la ropa sucia y salí del baño. Hice la cama otra vez para acostarme con la sensación de hacerlo en una cama nueva; no deseaba ni el calor, ni el sudor de mi marido ¡que te jodan Pedro!, exclamé interiormente llena de rabia por el desprecio. Me arropé y cerré los ojos con la intención de dormirme pero de nuevo me invadió el desasosiego, ¿por qué mi marido era tan distinto a todo lo que había vivido esa noche? Y  encima era tan gilipollas que me sentía culpable.

Pedro entró en la habitación y se agachó para saludarme, pensé en mandarle a la mierda directamente pero le dije que estaba muy cansada, que tenía mucho sueño. Me dio un beso en la frente, me arropó y salió de la habitación cerrando la puerta despacio. Minutos después cerré los ojos y me dormí.

—Fin de la 3ª parte—

………./……….

 

 

 

 

 

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