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La ventana indiscreta. 013

en Grandes Relatos

Capítulo 13:

Mamá y yo fuimos al aparcamiento y me montó en el coche, guardó la silla en la parte de atrás y se sentó al volante. Dio un suspiro largo y se quedó parada.

— ¿Satisfecha? —pregunté.

— Mucho. —dijo mirándome con una sonrisa.

— Me alegro, te mereces disfrutar de la vida.

— Pero de esto ni una palabra a tu abuelo ¿Eh?

— ¿Y si se lo cuento?

— Te como la polla hasta no dejarte nada más que un agujerito para mear. —dijo echándome mano a la entrepierna.

— ¡Joder mamá! Eso duele. —dije tratando de imaginar una cosa así.

— Pobrecito mi niño que se ha acojonado —dijo pasando la mano por mi paquete, de repente se puso seria y dijo: —Tengo la impresión de que ahí dentro la situación se ha salido de madre.

— Yo no lo veo así, he visto como disfrutabas. —contesté tratando de restarle importancia aunque tenía razón.

— ¿Tú crees? Dime una cosa ¿alguna vez me has imaginado dejando que me mearan o meando yo misma a una persona?

— No.

— Entonces tengo razón, la situación se nos ha ido de las manos, Rosa es un peligro Pablo, utiliza el sexo para controlarte y es tan fácil dejarte arrastrar que cuando quieres darte cuenta ya es demasiado tarde.

— Yo no creo que Rosa sea peligrosa mamá, me parece que exageras.

— Cuando nos estábamos duchando ¿sabes qué me ha propuesto?

— No.

— Según parece esta tarde, a eso de las ocho y media ella y su marido van a una fiesta, en realidad una orgia en la que piensa follar con quince hombres y me ha propuesto que la acompañe, lo malo es que me lo estaba diciendo a la vez que me masturbaba, no puedes hacerte una idea de lo que me ha costado decirle que no.

— Eso sí que es fuerte, no te imagino follando con quince tíos mama.

— Ni ya tampoco por supuesto.

— Es que si se te ocurriera ir entonces sí que se lo diría al abuelo.

— ¿Y eso por qué? Ya soy mayorcita y sé cuidarme sola.

— Por supuesto, pero ante todo eres mi madre y no me gustaría saber que has participado en una cosa así.

— ¿Te avergonzarías de mí?

— Peor mamá, me desilusionarías tanto que dejaría de quererte. —dije mirándola para que viera que hablaba en serio.

— Eso es lo que deseaba oírte decir —dijo dándome un abrazo fuerte— ahora sé que me quieres de verdad, que realmente te importo.

— ¿Es que lo dudabas?

— No cariño, pero una madre necesita oír de vez en cuando cuanto la quiere su hijo y con esto que me has dicho me has llenado de cariño hasta los topes. —dijo y empezó a besarme con una cariño que casi me derrito.

— Quiero que sepas que me desilusioné un poco contigo cuando la otra noche te fuiste con el abuelo en vez de quedarte conmigo, me había hecho a la idea de que íbamos a follar —le confesé—de todas formas lo entiendo, el abuelo fue muy claro respecto a ti: le perteneces.

— Hijo eso es una broma de tu abuelo y mía, nada más.

— Pues a mí no me pareció que bromeara.

— Mira Pablo voy a ser clara de una vez por todas, yo no le pertenezco a nadie, si consiento en acostarme con el abuelo es porque yo quiero y… bueno porque tengo mis motivos. —concluyó.

— ¿Y puedo saber cuáles son esos motivos? —quise saber. Mi madre suspiró, me miró un momento y se decidió a contármelo.

— Es complicado y no creo que lo entiendas aún. Me encanta cuando mi padre juega a tratarme como si fuera su puta, otras veces es tan tierno y tan cariñoso que me derrito, eso y mucho más me pone muy cachonda. —explicó sin más aunque me daba la impresión de que no me lo había contado todo.

— Si ese es tu “gusto” yo lo respeto. —respondí.

— Pues eso. —dijo ella mirando al frente.

— ¿No nos vamos?

— Aun no, Rosa me ha dicho que quiere decirme una cosa importante sobre ti y que me la diría en el aparcamiento para no comprometerse.

De pronto golpearon el cristal de mi puerta y me sobresalté, pero enseguida me tranquilicé al ver la cara de Rosa. Mamá se bajó de la furgoneta, obviamente yo me quedé dentro pero abrí la puerta para enterarme de lo que hablaban.

Se bajó también Pedro, su marido, vestido con una camisa corta y unos vaqueros baratos. Sin  embargo, al ver a Rosa a punto estuve de silbarla, me contuve por respeto a mi madre pero el caso es que Rosa no parecía la misma persona que cuando vestía de enfermera. Con los ojos y labios pintados estaba guapísima. Además, llevaba un blusón de color blanco adornado con flores, y a pesar de eso adiviné que no llevaba sostén y encima se le transparentaban las tetas, pero lo mejor sin duda alguna eran sus pantalones, mejor dicho sus mallas negras de lycra, eran tan ajustadas que se le marcaba todo “el chochazo”.

— Cariño como me sigas mirando el chocho te doy un capón. —me dijo riéndose.

— Es que estás para comerte Rosa. —dije sin querer y mi madre me dio una colleja.

— Gracias mi vida ¡aprende! —le dijo a su marido que seguía callado.

— Bueno qué era eso que no me podías decir en el hospital. —le instó mamá.

— Te lo diré por las claras. La rehabilitación que le han mandado a tu hijo no le va a servir para nada, es como el que tiene tos y se rasca los cojones ¿comprendes?

— Creo que sí. —dijo mamá un poco confundida.

— Me lo dijo la doctora Estefanía hablando del caso ¿te acuerdas de ella? —Yo la recordé al instante y mamá también porque me miró y asintió—. Para mí es la mejor neuróloga de toda España, desgraciadamente no está en sus manos variar la rehabilitación de Pablo, me dijo muy cabreada que eran unos incompetentes.

— ¡Joder! No entiendo nada —se quejó mamá y preguntó— ¿pero quién es el encargado de eso?

— Ahora mismo, es una doctora especialista en rehabilitación según dicen, pero todos los terapeutas sabemos que “esa” pasa de todo. Prescribe lo que manda el protocolo y se acabó, no se complica la vida. Estefanía y yo sabemos por experiencia que se puede hacer más obteniendo mejores resultados y, en menos tiempo —Rosa creyó que mamá no la entendía—. Mira, tu hijo no es parapléjico ¿vale? Según Estefanía los nervios están bien, os lo dijo el día que le dio el alta ¿no? —mamá asintió— el traumatismo severo de Pablo se arregló con cirugía y afortunadamente no le han quedado secuelas. Si ahora no puede mover las piernas se debe al trauma psicológico, no al físico. A Pablo lo que le hace falta es coger seguridad y confianza en sí mismo.

— ¿Me estás sugiriendo que lo lleve a un psiquiatra?

— No mujer, tampoco hay que exagerar, pero no estaría de más que lo tratara un buen psicólogo.

— ¡Oye! Que yo no me estoy inventando nada. —protesté mosqueado.

— Yo no he dicho tal cosa cariño, pero reconoce que después de un trauma como el tuyo es necesario hablarlo con un psicólogo, incluso a tu madre le vendría bien. —dijo Rosa.

— Yo me encuentro perfectamente. —dijo mi madre.

— Aun así Paula, deberías hablar con uno, hazme caso. Por experiencia conozco varios casos como el vuestro. También rechazaban la ayuda de un psicólogo, y más tarde se lamentaron de no haberlo hecho, sólo unas pocas personas son capaces de superarlo por sí mismas. Los traumas dejan heridas que aparentemente no se ven, pero el cerebro las recuerda perfectamente y cuando menos te lo esperas reaparecen. —Mamá se quedó pensando, asimilando todo lo que le decía Rosa antes de hablar.

— Está bien, hablaré con mi padre, seguro que él conoce a un buen especialista. —contestó después.

— Por mí vale. En cuanto a Pablo, sólo te diré una cosa más: se necesita una piscina y no los tanques. Tiene que nadar y mucho, la natación es la mejor rehabilitación para un caso como el suyo. Tened paciencia con él y procurad darle mucho cariño, se lo merece.

— En casa tenemos piscina. —dijo mi madre.

— Recuerda esto: a parte de la natación procura que el agua le llegue al pecho, para que él mismo busque el equilibrio y hazle caminar, es lo que necesita este gandul.

— Gracias por el piropo —respondí y me gané otra colleja de mi madre.

— Bien, gracias por todo Rosa, eres un cielo. —se despidió mi madre intercambiando besos en la mejilla con Rosa.

— Es un placer —contestó Rosa y de pronto metió la mano por debajo del vestido de mi madre. Ella se sobresaltó mirando a su alrededor preocupada de que alguien les pudiera ver.

— Rosa por favor. —se quejó pero estaba quita, sin hacer nada por impedirlo.

— Espera un momento ¡Pedro abre la puerta de atrás y vigila! —le dijo Rosa a su marido y él obedeció en el acto, como el coche de ellos estaba aparcado al lado del nuestro entre la puerta de atrás de su coche abierta y la delantera del nuestro donde yo estaba sentado se creó un hueco oculto a la gente que pudiera pasara cerca, además Pedro hacia vigilancia.

— Pero que vas a hacer. —dijo mi madre.

— Tú agáchate y verás. —dijo Rosa bajándose las mallas de lycra y las bragas hasta los pies y se agachó, mi madre la obedeció agachándose también, apoyando la espalda en nuestro coche con las piernas separadas para guardar el equilibrio.

— ¿Y qué hacemos ahora? —preguntó mi madre inocentemente.

— Ahora nos hacemos una paja la una a la otra, no quieres acompañarme esta tarde y tengo la impresión de que no nos volveremos a ver, así que esto es una despedida especial, vamos empieza. —dijo Rosa.

Mi madre metió decidida la mano entre las piernas de Rosa y ésta hizo lo mismo con mi madre. Me eché hacia atrás en el asiento y vi cómo la mano de mi madre frotaba el clítoris de Rosa, un rato después me eché hacia delante agarrándome al marco de la puerta para no caerme y miré cómo Rosa masturbaba a mi madre.

Un rato más tarde Rosa sacó la mano de entre los muslos de mi madre y agarrándole la cara empezó a morrearla. Cuando se cansó se sacó una teta y guió la cara de mi madre hasta su pezón.

— Túmbate en el suelo que te voy a hacer un 69. —le ordenó Rosa.

— Rosa no por favor. —protestó mi madre.

— Venga no seas tonta, sabes que te voy a hacer gozar de lo lindo. —le dijo Rosa, mi madre persuadida se tumbó bocarriba sobre el suelo y rosa se le puso encima.

Ver como ambas se comían el coño me excitó tanto que me saqué la polla y empecé a pajearme.   

— No se te ocurra correrte, espera que yo te ordeñaré como es debido. —me advirtió Rosa y con esa promesa me guardé la polla dentro de las mallas.

— No Rosa por ahí otra vez no. —protestó de repente mi madre porque Rosa empujaba un dedo contra el esfínter de su culo.

— Sabes que te gusta.

Rosa consiguió al final hundir todo el dedo dentro del culo de mi madre y empezó a moverlo adentro y afuera. Mi madre se rindió dejándose hacer. Rosa le alzó el culo, le lamió el esfínter y luego le metió dos dedos por el culo, lo sorprendente es que mi madre no se quejó, sólo jadeaba o gemía complacida hasta que al final se corrió y agotada se quedó tumbada sobre el suelo con los brazos en cruz. Rosa la agarró por las caderas alzándola, la besó el coño repetidas veces y se lo mordió un poco haciéndole reír a mi madre. Parecía que todo había acabado pero intuía que no porque Rosa no se había corrido.

Entonces vi que Rosa se desprendía de las bragas y las mallas dejándolas sobre el suelo y se colocó de rodillas encima de la boca de mi madre.

— Ahora te toca a ti hacer que me corra. —le dijo a mamá y ésta empezó a mover la lengua. Y tuvo que hacerlo bien porque a los pocos minutos Rosa se corrió, pero aún no se levantó, estuvo un rato restregando su entrepierna por la boca de mi madre pero tuvo que levantarse porque le dolían las rodillas.

— Joder estoy agotada. —se quejó mi madre sentada sobre el suelo.

— Pues espabila porque tienes que ayudarme a que tu hijo se corra. —le dijo Rosa bajándome ya las mallas.

— No puedo Rosa de verdad, ahora mismo no me sujetan las piernas. —protestó mi madre.

— Espera que te ayudo. —dijo Rosa que aun agachada para que no la viera nadie tiró de mi madre logrando que se pusiera de pie.

— Es que no me sujetan las piernas. —volvió a protestar mi madre.

— Anda ven siéntate aquí. —dijo Rosa acercándola a mí, supe enseguida lo que pretendía Rosa y en vez de negarme me dejé llevar por el deseo como un gilipollas.

— Pero donde me vas a sentar. —decía mi madre retrocediendo de espaldas gracias a Rosa que al final la colocó encima de mí. Mi madre se sobresaltó al notar mi polla empalmada.

— No Rosa, esto no. —protestó negándose a sentarse encima de mí.

— No seas tonta Paula, es tu hijo y lo necesitas tanto como él. —dijo Rosa empujándola hacia abajo por los hombros.

— Que no Rosa. —dijo mamá forcejeando.

— Pablo agárrala fuerte por las caderas. —me dijo Rosa y yo, cegado por el deseo de follarme a mi madre obedecí. Rosa empujó con fuerza hacia abajo, yo me había agarrado la polla y notaba como el capullo rozaba la vulva húmeda de mi madre. Rosa se puso de pie, dio un fuerte empujón a mi madre hacia abajo y mi polla se hundió dentro de su coño como si fuera de mantequilla.

— ¡Qué has hecho Rosa! Esto no tenía que suceder nunca. —dijo mi madre echándose a llorar.

— Pues ya no tiene remedio cariño, tu hijo te la ha clavado hasta los huevos, no te queda más remedio que follártelo para que se corra lo antes posible.

— No puedo hacerlo, no puedo. —se lamentaba mamá sin dejar de llorar. Yo seguía agarrado a sus caderas y no pensaba soltarla, apoyé la cara en su espalda y deseé mentalmente poder moverme así podría follarme a mi madre de una vez.

— Joder Paula, no seas dramática que no es para tanto, se trata de tu chico, no de un extraño, así que venga ¡mueve el culo de una vez! —mi madre obedeció la orden de Rosa y empezó a moverse un poco al principio pero poco a poco fue acelerando el movimiento. Rosa estaba agachada frente a nosotros para observar con detalle. El coño de mi madre no era como el de Rosa, lo sentía muy especial, tanto que se me cayó la saliva por la boca entreabierta.

— No te corras hijo por favor —escuché la voz de mi madre pero ya era tarde, estaba eyaculando dentro de ella por fin— No Pablo, no. —le oí decir pero ni siquiera su ruego logró detenerme, mi mano continuó frotando el clítoris muy deprisa y al final logré que ella también se corriera. Ella se echó hacia atrás descansando sobre mi pecho y yo todo salido le bajé el escote del vestido y me apoderé de sus tetas amasándolas con ganas. En ese momento hubiera sido capaz de todo por poder echarme encima de mi madre y volver a echarle otro polvo, pero me tuve que conformar con sus tetas hasta que ella me apartó las manos y se subió el escote del vestido. Se levantó cuando se lo dijo Rosa.

— Te he puesto una compresa de las grandes así no mancharás el asiento. —le dijo Rosa.

— Vale —dijo mi madre y como una zombi apartó la puerta del coche de ellos lo justo para pasar, rodear nuestro coche y subirse en él—. ¿Nos vamos? —preguntó agarrada al volante.

— Espera que estoy limpiando a tu hijo —dijo Rosa que en realidad me estaba chupando la polla, cuando acabó, se subió las bragas y las mallas tirando hacia arriba aposta para asegurarse de que yo le veía el chochazo bien marcado, luego me subió las mallas y me ayudó a sentarme bien en el asiento, antes de cerrar la puerta dejó una tarjeta sobre el salpicadero— si alguna vez quieres disfrutar de lo lindo no tienes más que llamarme. —me dijo y me besó en los labios con cariño mientras que yo deslizaba la mano entre sus piernas acariciándole el chochazo y el culazo. Cerró la puerta y mi madre arrancó el coche. Miré hacia Rosa por la ventanilla hasta que mi madre la perdí de vista y seguí con la frente apoyada en el cristal pensando en Rosa, una mujer que me iba a ser difícil olvidar.

Entre mi madre y yo no hubo conversación, el camino de regreso lo hicimos en silencio. Cada uno pensando en lo suyo.

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