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La ventana indiscreta. 04

en Grandes Relatos

Capítulo 4: Aventuras en el hospital

 

El abuelo entró en la habitación a eso de las ocho de la tarde, mi madre se puso de pie al verle con la cara tan seria pero él le quitó importancia disculpándose por no poder haber venido antes, yo le dije que no se preocupara porque mi madre me había cuidado.

Mi abuelo rodeó la cama para besarme en la cara como siempre, beso que yo le devolví. Entonces me entregó un libro que me había comprado para que me entretuviera, trataba sobre psicología, se lo agradecí dándole un emocionado abrazo, mi abuelo me conocía perfectamente.

Por último se volvió hacia mi madre y ambos se miraron. No pasó ni un segundo cuando él la abrazó con fuerza, ella también le abrazó pero sollozando. El abuelo cogió la cara de su hija, mi madre, entre sus manos y empezó a besar con ternura los moratones de sus ojos. Volvió a abrazarla con fuerza y luego se miraron.

Yo era testigo de la intensidad de sus miradas. Mi madre tomó la delantera, alzó la cara y le besó en la boca, uno o dos segundos después se morreaban enzarzados en un fuerte abrazo olvidándose de mí, vamos, como si yo no estuviera presente pero afortunadamente estaba allí.

Me quedé hipnotizado viendo a mi madre sobar el paquete de su padre, traté de imaginar lo que él podía sentir con esos dedos palpando o apretando su entrepierna pero no pude, mi mente recordaba constantemente a esos mismos dedos tocando mi polla cuando me la chupaba aquel aciago día dentro del coche.

Pero el abuelo no se quedó quieto, metió las manos por debajo del vestido de ella y empezó a acariciarle el culo, supongo que la calentura de ambos debía ser tremenda en esos momentos.

Mi abuelo levantó la parte de atrás del vestido y vi que mi madre no llevaba bragas. Con los ojos como platos fui testigo de cómo le amasaba  el culazo una y otra vez, a veces, separaba las nalgas y pude verle el ojete perfectamente, fue sólo un momento porque enseguida el abuelo empezó a jugar con el esfínter anal de su hija.

¡La visión era espectacular! Mi abuelo me estaba dando el mejor regalo de mi vida. ¡Joder! Si es que hasta daba gusto verles tan cariñosos.

A ella no le importaba lo que le hacía su padre pero se acordó de mí porque se volvió mirándome con una sonrisa pícara.

— Ven al aseo conmigo papá. —dijo mirándole.

— Contrólate Paulita, puede entrar alguien y sorprendernos. —contestó él.

— Por eso quiero que vengas al aseo conmigo, cerraré la puerta con pestillo. —dijo ella apretando el paquete de su padre. De repente a mi madre le había entrado una calentura que sólo mi abuelo podía apagar.

— ¿Y dejamos a Pablo solo?

— No pasa nada papá, estamos aquí al lado, ¡Anda!  Vamos dentro por favor. —insistió ella y viendo que él no se decidía con todo el descaro le abrió la bragueta y metió la mano dentro.

— ¿No te importa Pablo? —me preguntó mi abuelo simulando preocuparse por mí aunque sabía que era falso,  los ojos de salido le delataban, en realidad en ese momento yo les importaba un pepino a ambos.

— No tardaré mucho, será una cosa rápida. —soltó mi madre dejando a mi abuelo tan alucinado como a mí y eso dio pie a mi petición.

— Vale pero me gustaría verlo. —respondí con voz de ruego.

— Está bien, dejaré la puerta abierta pero si tu abuelo decide montarme la cierro ¿de acuerdo? —me propuso mi madre con toda la frescura que fue capaz.

— Pero Paulita hija ¿qué estás diciendo? —dijo el abuelo con cara cómica.

— No te preocupes papá Pablo ya no es un niño y sabe perfectamente de lo que hablo ¿verdad que sí? —preguntó mirándome y yo asentí— no me importa que me vea como te la chupo, pero lo otro no. —respondió ella arrastrando a su padre hasta el interior del aseo.

No comprendía por qué mi madre no quería ahora que les viese follando cuando yo mismo le había contado que vi todo lo que ocurrió en el despacho del abuelo. No dije nada por precaución, no fuera a ser que mi madre se mosqueara y cerrara la puerta privándome del espectáculo.

Por suerte para mí la puerta estaba situada frente a la cama y la taza del váter donde se sentó mi madre también. Vi cómo le desabrochaba la cintura del pantalón mientras él se abría el cinturón. No le bajó los pantalones, se los abrió y arrimó la cabeza a su entrepierna. Lo malo es que mi abuelo estaba de espaldas a mí y así no podía ver nada.

— Abuelo ponte de lado que así no veo nada. —dije y él me obedeció colocándose de lado a la izquierda de donde yo miraba.

Entonces sí que lo vi perfectamente y abrí la boca de la sorpresa. Mamá tenía la boca abierta, el abuelo se agarraba la polla con la mano y le metía el capullo dentro para que ella lo chupara ¡Y con qué gusto lo hacía!

— ¿Tienes hambre hija? —Mucha hambre papá—respondió ella.

— Pues come cariño —decía él empujando con la cadera tratando de meterle el pene más adentro aunque resultaba imposible dado su grosor.

Menudo espectáculo era ver sus caras. Una de las veces, mientras mi madre mamaba el pene de su padre me guiñó un ojo ¡Joder! Aquello era tan excitante que no sé cómo no exploté,  mejor dicho, mi polla era la que tenía que explotar y sin embargo parecía un churro mojado.

Al poco, ella se sacó el pene de la boca e introdujo las dos manos dentro del pantalón. Supuse que pretendía sacarle los huevos del encierro al que estaban sometidos, eso me permitió observar el tremendo tarugo de mi abuelo «No me extraña que mamá se volviera loca en cuanto le metió “eso”». Pensé.

Pero aún me quedaba otra enorme sorpresa y fue cuando mi madre sacó al aire los huevos del abuelo, ya se los había visto aquel día pero ahora, viéndolos más de cerca, me parecieron los de un toro.

Ella se arrodilló poniendo la cabeza debajo de ellos y los besó con devoción. Pasó la lengua por todo el escroto un par de veces hasta que el abuelo la detuvo. Estuve seguro de que no aguantaba más y lo que deseaba era follársela de una vez. Mi madre se puso de pie, me guiñó un ojo y me lanzó un beso con la mano mientras cerraba la puerta del aseo.

Al oír los gemidos de ella empecé a imaginar lo que ocurría allí dentro y no entendí que mi polla no se empinara de golpe, incluso me la meneé a ver si me empalmaba, aunque sólo fuera un poco, pero ni por esas. ¡Me estaba desesperando! Necesitaba correrme con urgencia y no podía ¡Menuda putada! Al final me cansé y dejé de tocarme. Entonces caí en la cuenta de no se oían gemidos procedentes del baño y supuse que se estaban dando el “filete” mientras follaban.     

No sé cuánto tiempo estuvieron encerrados en el aseo, no llevé la cuenta. Cuando se abrió la puerta mi abuelo salió primero. Su cara era de pura satisfacción, detrás de él salió mi madre. Estaba un poco despeinada y el brillo de sus ojos delataban lo satisfecha que estaba ¡Menudo polvo le había echado su padre! « ¡Y yo me lo he perdido! ¡Joder! ». Maldije  para mis adentros.

Un cuarto de hora después una enfermera trajo “mi cena” por decir algo, las comidas de los hospitales son un asco. Mamá le aconsejó al abuelo que se fuera a cenar a la cafetería porque cuando yo hubiera terminado de cenar se marcharía ella a casa. Al abuelo le pareció buena idea y la hizo caso.

Mamá se puso melosa conmigo insistiendo en darme de cenar, protesté y simulé enfadarme porque me estaba tratando como a un niño otra vez, entonces ella se agachó sobre mi cara y me dio un pequeño morreo que me supo a gloria.

— ¿Crees que besaría así a un niño?

— No.

— Pues entonces ¡venga, a cenar! —dijo metiendo la cuchara dentro del plato que contenía una especie de sopa con los fideos tan pasados que era imposible masticarlos, así que me los tragaba directamente. Terminado ese primer plato, empezó a cortar en pequeños trozos “algo” que parecía empanado.

— ¿Qué es? —pregunté mosqueado por el aspecto de la cena, mamá se llevó un trozo a la boca y lo masticó.

— Es un filete de pollo empanado y sabe muy rico. —comentó después de tragárselo.

— Es que no me apetece más mamá.

— Te lo tienes que comer todo hijo, solo faltaba que cayeras enfermo por no comer.

— Podrías traerme unos bocatas de casa la próxima vez que vengas. —insinué dándole una pista.

— Te los traeré mañana, ahora por el momento tienes que comértelo todo. —insistió ella.

— De verdad mamá que no tengo más ganas de comer. —insistí.

— Pues es una pena, tú te lo pierdes.

— ¿Y qué me perdería, a ver? —me interesé de mala gana.

— Si te comieras todo el filete, te ganabas un buen morreo y dejaría que jugaras con mis tetas.

— Eso me lo darás de todas formas cuando te vayas.

— Pues por ser tan listo te has perdido el segundo premio.

— ¿Qué segundo premio? —volví a preguntar desganado.

Mamá se agachó a un lado de mi cabeza y me susurró al oído: —también dejaría que me chuparas las tetitas—. ¡Joder! Se me iluminaron los ojos de golpe «Iba a chuparle las tetas a mi madre». Pensé y me puse nervioso ».

— ¿Me lo prometes?

— Te lo prometo.

Me comí el filete de pollo empanado en un santiamén y el yogur del postre en un suspiro. Mamá me miró sonriendo, retiró la bandeja de la comida y la dejó sobre la mesilla a un lado de la cama, cogió un vaso y lo llenó con agua de la botella que me habían suministrado con la cena y me lo tendió.

— Tome, bebe y enjuágate la boca. —la obedecí como un autómata porque quería saborea el beso de mi madre.

Ella cogió el vaso que la tendí dejándolo sobre la otra mesilla, situada frente a ella, después agachó la cabeza y al tiempo que me abrazaba unió sus labios a los míos. Inmediatamente abrí la boca como antes y de nuevo introdujo la lengua yendo en busca de la mía. Nos enzarzamos en un morreo apasionado y ella se dejó tocar los pechos todo lo que duró el beso.

Cuando despegamos las bocas mamá se desabrochó cuatro botones del vestido y se subió el sostén liberando su pecho derecho. Al verle tragué saliva. Luego se echó sobre mí haciendo que me estaba abrazando, de esa forma si alguien abría la puerta de repente sólo vería a una madre abrazando a su pobre hijo enfermo.

Lo que pasa es que yo tenía ladeada la cabeza, agarraba su pecho desnudo con una mano y lo estrujaba delicadamente al tiempo que mamaba el duro pezón. En mi calentura imaginé que los pechos de mi madre aún tenían leche y mamé como un desesperado.

Cuando estaba en lo mejor la puerta se abrió de repente y nos sobresaltamos, menos mal que era el abuelo.

— Que espectáculo tan enternecedor. —dijo sonriendo.

— No es lo que parece papá, vigila que no entre nadie. —le pidió mi madre sin apartarse de mí.

— ¿Y eso por qué? —preguntó él extrañado. Entonces mamá se alzó un poco, lo justo para que me viera a mí enganchado a una de sus tetas.

— ¡Esperad! ¡Eso no me lo pierdo! —dijo y cogió una silla de madera poniéndola contra el pomo de la puerta para atrancarla, luego se acercó al lado de la cama donde estaba sentada mi madre con pasos rápidos, sentándose él en el butacón que había para que el acompañante pudiera dormir si se quedaba con el enfermo.

El abuelo una vez sentado se echó un poco hacia delante para observar mis maniobras. Al poco se empezó a excitar, su mano comenzó a acariciar el muslo de su hija que quedaba expuesto y poco a poco esa mano se fue perdiendo cada vez más arriba.

— Papá por favor. —protestó ella.

— Disimula hija. —respondió él, entonces ella dio un respingo y se enderezó. Rápidamente se bajó el sostén encerrando el pecho babeado por mí y se abrochó los botones del vestido.

— ¡Abuelo joder! —protesté yo.

— Lo sé cariño he jodido el invento y lo siento.

— Aquí no se puede papá, ya lo hablamos antes. —le regañó su hija sonriendo.

— Lo sé Paulita pero es que no me puedo contener, cuando te tengo cerca se me van las manos y lo que no son las manos. —ella sonrió cariñosa, se sentó sobre una pierna de su padre y le besó los labios.

— Ya tendremos otra ocasión.

— Lo malo es que hemos fastidiado al pobre Pablo que se ha quedado con ganas ¿a que sí? —me preguntó guiñándome un ojo. No sé lo que pretendía pero le seguí la corriente y contesté que sí haciéndome el mosqueado.

— No te preocupes hijo, ahora me tengo que marchar pero mañana vendré pronto y estaré contigo todo el día, te lo compensaré, te lo prometo.

— Eso está muy bien hija pero el muchacho necesita “algo” con lo que soñar esta noche. —dijo el abuelo.

— ¿Y qué quieres que haga? —preguntó ella sorprendida, el abuelo le susurró algo al oído.

— ¡No! ¡De eso nada! —protestó ella negándose a la misteriosa petición de mi abuelo.

— ¡Venga Paulita! Sólo será un momento, no dejes así a tu hijo.

— ¿Pero qué es lo que pasa? —pregunté intrigado.

— Le he pedido a tu madre que te enseñe el “chichi” y ya ves cómo se pone.

— Eso tiene que seguir siendo un secreto para él. —argumentó ella.

— ¿Pero por qué? —pregunté desilusionado.

— Porque mi intimidad es mía. —respondió mi madre.

— Pero si sólo será mirar hija, te prometo que no dejaré que te toque. —insistió el abuelo.

— No. —dijo ella siguiendo “en sus trece”.

— Escucha Paulita nadie se dará cuenta, así como estás ahora mismo es perfecto, sólo tienes que separar las piernas, yo te subo un poco el vestido y le muestras a tu hijo el “higo” yo no veo tanto problema. —comentó mi abuelo.

— El abuelo tiene razón mamá.

— ¡Tú apóyale encima! —protestó ella enfurruñada.

— Déjalo abuelo, mamá tiene razón, quizá estamos  abusando demasiado y a lo mejor la estamos poniendo en un apuro, ¡Venga mamá! Déjalo y vete, no me importa. —dije tratando de apaciguarla.

— Gracias por ser tan condescendiente pero no es necesario, si yo quisiera te enseñaría el “chichi” y en paz.

— Ya pero sería forzarte a algo que está claro que no quieres hacer, por eso es mejor dejarlo aquí, no pasa nada. —insistí.

— ¿Es que no me crees capaz de hacerlo? —se picó ella.

— Claro que te creo capaz mamá, pero no en este momento.

— ¿Qué no? ¡Pues observa bien! —dijo de repente separando las piernas.

Mi abuelo me guiño un ojo sonriendo mientras que ella se subía la parte delantera del vestido. Inmediatamente le vi el sexo y me quedé sin respiración unos segundos. Entonces intervino mi abuelo.

— Imagino que habrás visto muchos coños en internet y que te habrás hecho buenas pajas —asentí sin hablar a lo que me decía mi abuelo—pero déjame decirte una cosa Pablo, míralo bien porque coños como este no los verás nunca. El chocho de tu madre es único, fíjate que gordito es, da gusto comérselo es mejor que la más deliciosa de las ostras, mira que clítoris más hermoso tiene —dijo replegando  el capuchón para que yo pudiera verlo bien— Escucha bien —me dijo—, éste es el botón del placer de todas las mujeres, pero hay que frotarlo despacio, con mucho cariño.

— ¡Papá ya vale! —dijo mi madre estremeciéndose porque él deslizaba la yema del dedo índice por su clítoris.

Entonces mi abuelo echó un poco hacia atrás a mamá y me mostró el agujero de su culo. —Esto es otra maravilla que tu madre tiene escondida, todas tienen un ojete pero ninguno como el de tu madre ¡recuérdalo Pablo! Ella es única— me explicó mientras veía como acariciaba con el dedo el esfínter de su culo. Aquello sí que era el mejor espectáculo del mundo pero lo mejor era ver que mi madre se dejaba tocar con cara de excitación. Se estaba poniendo cachonda a toda velocidad.

— Otra cosa que debes tener en cuenta Pablo es el sabor de una mujer, a todas les huele el coño más o menos igual pero cada una tiene un sabor diferente, unas mejor y otras no tanto, el sabor de tu madre también es único, sabroso y excitante al mismo tiempo, es un placer comerse este chocho.

— ¡Papá por dios! —protestó ella riéndose bajito.

— Sabes que no exagero Paulita o es que no te gusta cuando te lo como.

— Claro que me gusta y me vuelves loca cuando me lo haces. —respondió ella.

— Ahora mismo te tumbaría en la cama y estaría comiéndote el chocho toda la noche gozando con cada uno de tus orgasmos. —explicó el abuelo.

— Papá no sigas por favor que no soy de piedra.

Él no contestó pero sí introdujo un dedo en la vagina de su hija, lo movió un poco y lo sacó, vi que el dedo estaba cubierto de un líquido transparente y brillante, era el flujo de mi madre

—  Toma Pablo prueba el sabor de tu madre. —dijo mi abuelo acercándome el dedo “brillante” a la boca. Dejé que me lo introdujera y lo lamí saboreándolo.

—  ¿Qué te parece?

— Exquisito abuelo, exquisito. —contesté

— Espera aún falta otra cosa. —el abuelo metió ese mismo dedo dentro del culo de mi madre, que a estas alturas estaba tan cachonda que se dejaba hacer de todo. También me acercó el dedo a la boca y lo lamí y saboreé como antes, distinguí que el agujero trasero de mi madre tenía un sabor un tanto salado.

— También exquisito abuelo, gracias a ti ahora sé cómo son y a qué saben los dos agujeros más excitantes de mi madre. —dije.

— Ya tienes edad para empezar a follar con mujeres pero recuerda otra cosa, es la más importante y nunca debes olvidarla, cuando estés en un momento íntimo con una mujer: dale a esa mujer todo el amor y el cariño que seas capaz aunque hayas pagado por estar con ella y se rendirá a ti ofreciéndote sus tres agujeros: la boca, el coño y el culo para que tú los goces.

— No lo olvidaré abuelo, es la mejor lección magistral que he recibido en mi vida.

— Bueno ¿Y yo qué hago ahora? —protestó mi madre.

— ¿Qué te pasa Paulita? —preguntó el abuelo extrañado.

— Pues que con tanto toqueteo me has puesto muy cachonda. —lo que decía mi madre me sonaba a invitación y estaba seguro que mi abuelo no la iba a rechazar.

— ¿Y qué quieres que haga hija? Si fuera por mí con mucho gusto me la sacaría y aquí mismo apagaría el ardor que sientes, pero no es el sitio ni el momento, tú lo has dicho antes.

— Para ti es fácil decir eso, eres ya un viejo y estoy segura de que ni siquiera te has empalmado. —dijo mi madre y adelantó la mano agarrando el paquete de su padre.

— No me tientes Paulita que soy capaz de hacértelo aquí mismo. —advirtió él.

— Por mí no os preocupéis, os hago sitio en la cama. —dije rápidamente pensando ya en que los vería follar.

— Tienes razón papá, es mejor que me tranquilice y me vaya a casa, mi marido se encargará de apagarme el ardor.

— Dudo mucho que ese maricón sea capaz de apagar el fuego que te consume. —dijo mi abuelo sorprendiéndome al llamar maricón a mi padre.

— Va papá no le insultes ¿qué pensará Pablo al oírte? Es su padre, sólo por eso se merece al menos un poco de respeto. Bastante tiene el pobre mío con los cuernos que ya le he puesto.

— ¿Y eso qué quiere decir? ¿Que ya no se los pondrás más? Porque de ser así me darías un disgusto muy grande —dijo el abuelo muy serio.

— No lo sé papá, no quiero pensar en ello ahora mismo. ─contestó ella.

— Vale, espero que lo tengas claro porque esto se acaba aquí y ahora. —dijo el abuelo enderezando el cuerpo de mi madre, luego la puso de pie y la apartó de él. Ella puso cara de sorpresa al verse apartada.

— Tampoco quiero apartarme de ti eres mi padre y te quiero.

— Hija no te aparto de mí pero tampoco te quiero tener muy cerca, tu cuerpo es demasiada tentación para mí y me siento incapaz de rechazarlo. —le confesó él.

— A mí me gusta tentarte. —contestó ella sentándose de nuevo sobre la pierna de su padre.

— No juegues conmigo Paulita.

— Esto no es un juego papá, es real. —dijo ella acariciando su entrepierna.

— Por favor hija no hagas eso. —se quejó el abuelo sin hacer nada por impedirlo.

— Quiero hacerlo papá. —respondió ella bajando la cremallera de su bragueta.

— No sigas hija, te lo ruego. —dijo el abuelo con un hilo de voz.

— ¡Calla papá! Preocúpate sólo de disfrutar. —dijo ella sacándole fuera el tarugo que estaba más duro que una piedra.

Parecía la escena surrealista de una película. Mi madre estaba lanzada y el pobre abuelo nada podía hacer por detenerla o a lo mejor no quería que era lo más probable. Miré hacia la puerta y me tranquilicé al ver que la silla seguía puesta impidiendo que alguien entrara de improviso. Al volver a mirar hacia ellos vi que mi madre se estaba sentando sobre el tarugo del abuelo.

— Abre más las piernas papá. —le dijo ella lamiéndole los labios.

— ¿Para qué? —preguntó él débilmente.

— Para metérmela hasta el fondo. —contestó ella besándole en la boca.

— ¿Estás segura?

— Lo estoy papá.

El abuelo separó las piernas todo lo que pudo y ella se dejó caer de golpe enterrándose la polla de su padre hasta el fondo. Mi madre soltó un gemido fuerte al sentirse penetrada y se abrazó al abuelo con fuerza mientras jadeaba. A mí me daba la impresión de que se estaba corriendo.

Entonces el abuelo empezó a amasarla el culazo y ella a moverlo de una manera que jamás hubiera imaginado, parecía una actriz porno como las que había visto en internet. Era ella quien controlaba la situación y mi pobre abuelo parecía un corderito al que mataban de gusto. Miré el reloj de la pared por curiosidad y volví a contemplar el espectáculo.

En ése momento ella cabalgaba a su padre como una fiera al tiempo que jadeaba entrecortadamente, a se estaba corriendo otra vez o estaba a punto de hacerlo, de repente el abuelo soltó un gemido y empezó a jadear como un perrillo, mi madre le acompañó casi a la vez y yo volví a mirar el reloj de la pared. ¡Joder sólo habían pasado diez minutos! En ese tiempo la “Loba” había conseguido que su padre se corriera.

Me sentí orgulloso de mi madre, qué lástima que yo no podía empalmarme, me hubiera hecho una paja de campeonato y seguro que habría alcanzado la espalda de mi madre al correrme. Desgraciadamente eso era un sueño para mí y di un largo suspiro.

— Anda que menudo espectáculo hemos dado a Pablo. —dijo el abuelo.

— No creo que haya visto mucho ¿verdad hijo? —me preguntó mi madre.

— No sé qué es peor, si verlo o imaginarlo. —contesté y ellos se echaron a reír.

— Anda levántate ya —dijo el abuelo dando un azote el culo de mi madre— no sea que alguien quiera entrar y la arme al ver que no puede.

Mi madre descabalgó al abuelo y se puso de pie, la polla de mi abuelo aún goteaba lefa y al mirar a mi madre vi que de debajo del vestido le cayó un buen pegote de semen al suelo.

— No te preocupes ahora lo recojo. —dijo ella sonriéndome y entró en el baño cerrando la puerta.

— ¿Qué tal abuelo?

— Hecho polvo Pablo, tu madre es una fiera, qué manera de moverse ¡Madre mía!

— Ya lo he visto, nunca pensé que ella pudiera ser así.

— No estrás pensando que tu madre en una puta ¿no?

— Claro que no abuelo, ahora pienso de ella que es una cachonda. —dije y los dos nos echamos a reír.

— ¿De qué os reís? —preguntó mi madre saliendo del baño con el rollo de papel higiénico en la mano.

— Le estaba diciendo al abuelo que nunca te hubiera imaginado capaz de moverte como la has hecho.

— Y ahora que lo has visto ¿qué piensas de mí?

— Que eres una cachonda. —volví a decir y los tres nos echamos a reír. Mamá se acuclilló en el suelo y empezó a recoger la corrida de su padre con papel del váter. Al verla con las piernas tan separadas me incliné tratando de verla el coño.

— Pablo que te vas a caer. —me dijo sin mirarme.

— Sólo trataba de mirar cómo limpiabas. —le dije un poco avergonzado por haber sido pillado “in fraganti”.

— Di la verdad, lo que querías era verme el conejo ¿a que sí?

— Sí. —dije poniéndome colorado. Mamá se puso de pie y tiró el papel “manchado” dentro de la papelera, luego se sentó en la cama a mi lado.

— Pobrecito mío ─dijo acariciándome la cara, luego se agachó para añadir─ hoy has tenido demasiadas emociones —y me besó en los labios. Yo aproveché para meter la mano por dentro de su vestido rápidamente y mis dedos toparon con su húmedo coño. La miré esperando que me quitara la mano de un momento a otro pero no hizo nada por lo que seguí palpando su raja con mis dedos.

— Ten cuidado que lo tengo muy sensible. —me advirtió. Procuré no rozarle el clítoris y le metí un dedo en la vagina, cuando lo saqué vi que brillaba y me lo metí en la boca para saborearlo.

— ¿Está rico? —me preguntó y yo puse los ojos en blanco.

— Pobrecito mío. —volvió a decirme y me besó en la cara.

— Bueno yo tengo que limpiarme. —dijo el abuelo.

— De eso me encargo yo —dijo ella levantándose de la cama para acercarse a él, se acuclilló entre sus piernas abiertas y agarrando su polla se la metió en la boca, la estuvo chupando un poco y cuando se la sacó la miró y dijo: —como los chorros del oro, luego limpió las gotas que habían caído sobre el asiento con papel del váter que tiró después a la papelera y se quedó mirando a su padre con los codos apoyados en sus piernas.

— ¿Ya te vas? —preguntó él sabiendo la respuesta.

— Te juro que no siento ningunas ganas, me quedaría aquí con vosotros toda la noche pero tengo que irme, quiero hablar con Vicente.

— A lo mejor no es una buena idea. —dijo el abuelo.

— Yo creo que sí papá —respondió ella y se puso de pie— hasta mañana —dijo después de darle un beso en los labios, luego se agachó sobre mí y también me besó en los labios, yo me esperaba un morreo pero fue un beso fugaz, casi robado— hasta mañana cariño —dijo despidiéndose de mí, luego caminó hasta el armario y cogió su bolso, retiró la silla de la puerta, la abrió, nos miró un momento y se marchó cerrando tras de sí dejándonos un vacío imposible de llenar.

— ¿En qué piensas abuelo? —le pregunté al verle con los ojos húmedos.

— En muchas cosas Pablo, en muchas cosas. —dijo mirando hacia la puerta pero no me aclaró nada.

— Es una gran mujer. —dije intuyendo que pensaba en mi madre.

— Y una gran persona, es especial. —respondió él.

— Se acaba de marchar y ya se la echa de menos. —comenté.

— No imaginas cuanto Pablo. —dijo el abuelo y se puso de pie, caminó hasta el baño y entró cerrando la puerta. Imaginé que iba a mear pero al escuchar sus sollozos me quedé de piedra.

Al salir del baño le pregunté si había estado llorando.

— No me estaba sonando la nariz. —dijo mintiendo. Me quedé pensativo, yo sabía muy bien que lo que había escuchado eran los sollozos de un hombre que lloraba. Me mosqueé porque empecé a pensar que quizá le ocurre algo malo a mi madre y me lo está ocultando, por lo tanto tuve que insistir.

— Abuelo por favor tienes que decirme por qué llorabas y te exijo que me cuentes la verdad, si le ocurre algo grave a mamá tengo derecho a saberlo porque soy su hijo. Mi abuelo me miró extrañado antes de contestar.

— A tu madre no le ocurre nada malo, de donde te sacas eso.

— De acuerdo y entonces ¿por qué llorabas? ─volví a insistir, él me miró un momento pero no me respondió, encendió la televisión y se centró en la película. Me quedé mirándole y de repente tuve un pensamiento fugaz que me sorprendió: ¿Podría estar mi abuelo enamorado de mi madre? ¿Ese era el motivo por el que había llorado? No estaba seguro, ya digo que fue un pensamiento fugaz, como una intuición. «Él sabe que ese amor es completamente imposible ¿pero y si fuera cierto? ¿dónde encajaba mi padre en todo este asunto?». Pensé pero no obtuve respuesta, además, este asunto me estaba poniendo nervioso porque implicaba a mi familia. No volví a insistir, me callé y me centré también en la película de la tele. 

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La película de la tele terminó a eso de las doce y cuarto de la noche, entonces mi abuelo apagó la tele y pensé que quería hablarme de algo, por lo que esperé a que fuera él el primero en hablar.

— Las películas son buenas para reflexionar y distraer la mente de los problemas cotidianos ¿no crees? —me comentó el abuelo.

— No lo sé abuelo, por suerte yo no tengo problemas cotidianos, los míos son más materiales, como estudiar por ejemplo.

— ¡Claro! No imaginas la suerte que tienes Pablo ¿me admites un consejo?

— Sabes que sí abuelo.

— Entonces no te hagas mayor, no envejezcas nunca y serás más feliz.

— Ese es un tema interesante ¿sabías que los problemas que más acucian a las personas es culpa de esas mismas personas?

— O sea, que yo soy el culpable de mis problemas cotidianos ¿no?

— Así es, las personas tendemos a coger más responsabilidades de las que podemos asumir, y al final estas nos sobrepasan y terminan agobiándonos.

— Eso parece interesante ¿Dónde lo has leído?

— En el libro de psicología que me has traído, ya lo he terminado y es muy interesante, ahora comprendo muchas más cosas que antes.

— Pero Pablo el libro te lo traje ayer, no me digas que te lo has leído en menos de 24 horas.

— Pues es la verdad, si quieres puedes hacer una prueba, abre el libro por la página que quieras, lee un párrafo y te diré a qué capitulo pertenece y en qué página está. —el abuelo me miró sombrado y giró el sillón para mirarme mejor a la cara.

— No me jodas Pablo, tú no eres humano.

— ¿Y entonces qué soy? —le pregunté echándome a reír.

— No lo sé… un superdotado me parece poco… quizá eres un Dios encarnado. —contestó poniendo cara de miedo, yo me partía de la risa.

— Por favor abuelo no me hagas reír tanto que se me van a abrir los puntos.

— Querrás decir que se te abre el culo, pues como huela mal te juro que te meto en el váter con cama y todo —dijo él riéndose pero yo casi tenía un ataque de la risa. Esperó a que dejara de reírme—. Ahora en serio Pablo ¿cómo puedes leerte un libro de casi 500 páginas y recordarlo después con tanta exactitud?

— Si te digo la verdad no lo sé, yo abro el libro y entonces mis ojos empiezan a recorrer todas las líneas escritas e inmediatamente mi cerebro lo comprende y almacena en algún lugar de aquí dentro. —respondí dándome golpecitos en la cabeza con el dedo índice.

— Eres la hostia Pablo.

— ¿Sabes lo mejor de todo abuelo?

— No.

— Que yo no he pedido ser como soy, a veces me gustaría ser más “normal” eso me evitaría cientos de problemas con mis compañeros de clase.

— ¿Y qué tal te llevas con los amigos?

— ¿Qué amigos? Abuelo yo no tengo amigos, nadie quiere relacionarse conmigo, soy el “empollón”, el “rarito”, el “maricón” y no sé cuántos calificativos más, yo paso de todo esa mierda pero a veces no puedo evitar que me afecte.

— Eso lo dices por esa cerda que tú considerabas amiga y las primeras de cambio te traicionó ¿no?

— Sí, por eso evito tener que relacionarme con mujeres, son unas intoxicadoras.

— Bueno, no todas son así, ya te llegará la hora de  conocer a tu media naranja, verás cómo entonces cambias de opinión respecto a las mujeres.  

— Y hablando de mujeres, me gustaría que me dijeras lo que piensas de mamá, si la encuentras bien o crees que puede tener algún problema en el futuro, no sería de extrañar en una mujer que habrá sufrido un infierno durante el asalto se comporte como si nada hubiese ocurrido. Lo que más me sorprende es que ahora le dé por mostrarse tan “abierta” conmigo, ojalá me equivoque pero me temo que tarde o temprano algo se romperá dentro de ella y entonces ¿qué? —el abuelo me escuchaba con el gesto serio y se tomó unos segundos antes de darme su opinión.

— Mira Pablo conozco a tu madre y es más fuerte de lo que te piensas, saldrá de ésta no te quepa duda pero no lo hará sola, los dos la arroparemos, le daremos cariño y toda clase de mimos. Sé lo que le pasó, me lo ha contado sólo a mí, ni siquiera a tu padre, y a la policía no le dio tantos detalles y no sé si debería contártelo a ti, ese conocimiento puede hacerte más mal que bien.

— No lo entiendo abuelo, parece que tú y mamá os habéis puesto de acuerdo para ocultarme cosas.

— No digas tonterías Pablo.

— No son tonterías abuelo y un ejemplo de ello es que cuando os pregunto si va a venir mi padre a verme tú y mamá os ponéis serios y me contáis excusas baratas. Quiero saber lo que está pasando y quiero saberlo todo, tengo derecho a saberlo y tú abuelo tienes que contármelo, sabes que a parte de mi abuelo eres mi mejor amigo, mi único amigo y  confío en ti porque jamás me has mentido. —mi abuelo se emocionó al escucharme y decidió sincerarse conmigo.

— Bueno pero te lo contaré a grandes rasgos, no me pidas detalles ¿de acuerdo?

— De acuerdo.

— Verás Pablo —empezó a contarme el abuelo—. A tu pobre madre la violaron de manera salvaje los cinco encapuchados, uno detrás de otro. Luego, y sin venir a cuento empezaron a pegarle puñetazos en la cara, en ningún otro sitio, sólo ahí, como si quisieran desfigurarla. Cuando cayó al suelo esos hijos de puta la mearon y mientras lo hacían se carcajeaban, después entraron en el coche de ellos y se fueron, cree que otro coche les seguía pero no se quedó con la matricula porque no veía bien debido a los golpes recibidos. Al verte tirado en el suelo dejó de preocuparse por sí misma y fue en tu ayuda, al verte con el culo desnudo y sangrando por el ano empezó a chillar. Un hombre que echaba gasolina en su coche la escuchó y alarmado avisó a los de la gasolinera, el resto te lo puedes imaginar ¡Ves por qué no te lo quería contar! —dijo mi abuelo al verme llorar.

— Sigue por favor, estoy bien.

— En cuanto a tu padre… —el abuelo hizo una pausa y después prosiguió—. Los policías que hablaron contigo le han pedido que les acompañara a comisaría para hacerle unas preguntas.

— ¿Pero por qué? ¿Qué puede saber él del asalto si no estaba? Supongo que siguen un procedimiento.

— No lo sé. —respondió mirando hacia abajo y eso me hizo sospechar que había más cosas que no deseaba contarme.

— Entonces ¿dónde está el problema? —pregunté procurando no delatar mi preocupación.

— El problema es que todavía no le han soltado, mis abogados me han contado que la policía aún le está interrogando. —contestó mi abuelo mirando a la lejanía.

— Pero… ¿Por qué dice mamá que se marcha a casa para hablar con mi padre? Tú lo has oído igual que yo.

— Para disimular Pablo, no quiere preocuparte, en realidad tu madre está viviendo en mi casa y cuando te den el alta tú también vivirás allí.

Lo de vivir en casa de mi abuelo me agradaba y no me preocupaba, pero lo de mi padre era distinto. Empecé a darle vueltas a mi cabeza. « ¡No podía ser! ¡Tenía que haber un error! ¿Qué podía saber mi padre de las personas que nos atacaron? ». Pensé.

Todas estas preguntas, más la mala situación familiar, la visita aquella tarde a casa del abuelo y el posterior asalto a mi madre y a mí las procesó mi cerebro y en menos de cinco minutos obtuve una respuesta que me asustó. Era tanta la certeza de que esa respuesta fuese la verdad que me quedé sin habla y sentí miedo, un miedo que me helaba hasta la sangre.

Me cabreé con mi cerebro diciéndole que se equivocaba, que eso no podía ser, que buscara otra respuesta pero una y otra vez me daba el mismo resultado, en vista de eso dejé de exigirle respuestas. Con el ánimo vencido no me quedó más remedio que dar toda la credibilidad a mi mente. Sintiendo una gran pena en el alma y envuelto en una desilusión como nunca he sentido recité la respuesta sin pestañear, mirando yo también a las sábanas.

— El interrogatorio a mi padre tendría sentido basándome en la hipótesis de que en realidad las “perdidas” que él achaca a la crisis no son más que deudas de juego. Hay una altísima probabilidad de que el acreedor sea o pertenezca a una mafia de blanqueo de dinero, sólo así cuadra que unos sicarios profesionales como ha dicho la policía nos atacasen a mí y a mamá como medida de presión para que mi padre pague lo que les debe. Es una de las formas habituales de proceder de las mafias.

— ¡Joder Pablo! A veces esa mente privilegiada que tienes me asusta. —dijo mi abuelo sin mirarme.

— No abuelo, di mejor que mi cerebro te acojona a veces. —contesté rectificándole también sin mirarle.

Nos quedamos un rato en silencio y poco a poco optamos por mirarnos a la cara, él estaba pálido como la nieve.

— Tienes razón, a veces me acojono cuando discurres de esa forma —me confesó el abuelo y añadió: — en vez de interpretar cosas, parece que las adivinas, me pregunto si algún día no serás un peligro para ti mismo.

— ¿Tú que crees abuelo?

— Lo que crea no me importa Pablo, aunque fueras el mismísimo Satanás te seguiría queriendo igual porque antes que nada eres mi nieto, sangre de mi sangre. ─sé que la respuesta de mi abuelo era tan sincera como las lágrimas que caían por sus mejillas.

— Anda abuelo siéntate en la cama, aquí a mi lado.

Una vez sentado le pedí que me ayudara a ponerme de lado. Protestó porque el médico había dicho que no me moviera, pero me daba igual. Con un poco de dificultad conseguimos que me pusiera de lado sobre todo porque el “ano” ya no me dolía tanto, podía soportar las molestias.

Me abracé a su cuerpo apoyando mi cara sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón, desde que tengo recuerdos, escucharlos me tranquiliza.

— Abuelo tengo mis partes insensibles y no soy capaz de empalmarme. —le confesé.

— Ya lo sé, me lo ha dicho tu madre, mañana hablaré con el médico pero yo que tú no me preocuparía seguro que es algo pasajero.

— Seguramente tienes razón. —respondí.

Entonces me fijé que tenía la camisa abierta, metí la mano por dentro y acaricié el pecho cubierto de pelo blanco. Me paré en su tetilla y me entretuve acariciándole el pezón con la yema de mis dedos hasta que se le puso tieso y duro.

— ¿Te importa que te acaricie así? —le pregunté.

No me contestó y tampoco perdió el tiempo, se desabrochó la camisa del todo y guio mi boca hasta su pezón, era la forma de decirme que le gustaba mi caricia y quería más. Me entretuve pasándole la lengua alrededor, le di varios toques con la punta y luego arrimé los labios, mi intención era mamárselo pero no pude y le acaricié el otro pezón con mis dedos. Fue precisamente esa mano la que me cogió guiándola hasta su entrepierna.

Palpé su gordo miembro y lo agarré pon encima del pantalón sintiendo sus latidos y cómo se empalmaba. Un rato después se levantó de la cama, cogió la silla y la colocó contra el pomo de la puerta.

— ¿Qué pasa abuelo?

— Nada pero vas a chuparme la polla.

Se acercó a la cama y se desabrochó el pantalón, se bajó la cremallera de la bragueta y se los bajó junto con los calzoncillos, me quedé anonadado al verle la polla. Él volvió a sentarse a mi lado en la cama. Apoyé mi cara sobre su pecho y le acaricié un pezón  sin dejar de mirarle la polla, me gustaba ver cómo se le estiraba con mis caricias.

Poco después me hallaba tan excitado que mientras le lamía el pezón avancé mi mano libre hacia su polla. Me llené toda la mano cuando se la agarré con fuerza, notando que se empalmaba cada vez más. La acaricié subiendo y bajando la mano despacio por el grueso tronco, jugando a descapullarle la punta con la piel del prepucio, luego la solté para acariciarle los huevos.

Se los sobé de uno en uno para disfrutar más. Después deslicé la yema de mi dedo por debajo de su escroto hasta que llegué a la piel rugosa de su esfínter. Acaricié alrededor un poco y me paré,  empujé intentando penetrar en su ano, mi abuelo gimió de placer, empujé otra vez y mi dedo entró  hasta el nudillo. Estuve un rato metiéndolo y sacándolo, pensando que de haber podido me hubiera follado a mi abuelo, pero él ya tenía otros planes para mí.

Sentí que me empujaba la cabeza hacia abajo, se había agarrado la polla con una mano para apuntar mejor. Yo sabía lo que pretendía y no me importaba, era mi abuelo y confiaba en él. Me acordé de mi madre y abrí la boca para que él me metiera dentro su polla completamente empalmada.

Volví a recordar lo que dijo mi madre cuando se la metió aquella tarde en su despacho: «Es muy gorda, es muy gorda». Ahora sé que tenía razón. La polla de abuelo era muy gorda, la mía se le parecía, pero la de él era más gruesa como me había dicho mi madre, es por eso que sólo pude engullir su capullo y poco más.

Deslicé la lengua alrededor del glande tanteando el frenillo. Al escuchar gemir a mi abuelo le di unos cuantos toques más para hacerle gozar, luego dirigí la punta de la lengua al agujero de la punta, unos cuantos toques en ese punto provocaron que destilara líquido preseminal, el cual saboreé. Con la mano le acariciaba los huevos, jugando con la suavidad de sus pelillos blancos.

Mi abuelo me sujetó la cabeza con su mano, pensé que quería marcarme el ritmo pero me equivoqué, sólo me dirigía donde quería más placer.

Observaba excitado cómo le lamía la polla y segundos después me guiaba hasta sus huevos.

— Imagino que mi madre lo hace mejor que yo.

— No te creas, tú también me estás dando mucho placer. —dijo guiando mi boca hasta sus huevos otra vez.

Entonces mu guió a su polla a la que prodigué todo tipo de cariños, desde besos hasta mamadas muy prolongadas.

— Qué gusto me das Pablo, si fueran otras circunstancias me echaría encima de ti y te follaría el culito despacio.

— ¿Se lo has follado a mi madre?

— No me deja la muy golfa, dice que la tengo muy gorda y le haría daño.

— Pues yo si te dejaría abuelo.

— Te lo haría con cuidado, primero te lubricaría, después te lo dilataría metiendo uno o dos dedos y luego te lo follaría.

— Supongo que también me lo llenarías de lefa.

— Eso no lo dudes. —respondió mucho más excitado.

— Puedes pedirme lo que quieras y te lo haré. —le dije yo también excitado.

— Entonces chúpame el culo un poco. —dijo y se puso de rodillas encima de mi cara. Estuve chupándole el culo hasta que me dolió la lengua y volvió a sentarse en la cama a mi lado.

Acerqué mi cara a su tetilla, le besé el duro pezón y se lo lamí. Me cogió la mano llevándomela hasta su polla y le masturbé.

— ¡Joder! Voy a correrme Pablo ¿te importa si lo hago en tu boca?

— No abuelo, así averiguaré a qué sabe tu corrida.

Me agachó la cabeza y abrí la boca engullendo su capullo, chupé un poco y en medio de pequeños y casi silenciosos jadeos comenzó a bombearme su tibia y espesa leche. No tenía experiencia porque era mi primera vez y me lo tragué sin saborearlo, luego le mamé la polla hasta asegurarme que ya no le salía más semen, entonces volví a apoyar la cara sobre su pecho.

Estuvimos bastante rato callados hasta que decidí hacerle una confesión que sabía que le iba a sorprender muchísimo.

— Abuelo la tarde que fuimos a tu casa mamá y yo, vi todo lo que ocurrió en tu despacho —tuvo un sobresalto pero proseguí— estuve todo el tiempo mirando por la ventana, los arbustos que colocaste delante me tapaban perfectamente.

— Son jazmines, no simples arbustos y no los coloqué por eso, respecto a lo que ocurrió aquella tarde, tu madre y yo perdimos los papeles, pero no me arrepiento porque gracias a ello ahora tu madre y yo estamos más unidos que nunca.

— ¿Cuántas veces te la has follado?

— Sólo esa tarde.

— Es curioso el papel del destino. En circunstancias normales el “incidente” os habría alejado sin posibilidad de reconciliación, en cambio gracias a él os ha unido más que nunca, eso es porque estabais predestinados a terminar juntos tarde o temprano.

— Supongo que es así como tú dices, yo la deseo desde que tuvo la primera regla. —contestó pero en sus palabras creí detectar que “algo” me ocultaba.

Se levantó y caminó desnudo hasta el baño, casi enseguida oí el chorro de su meada, vació la cisterna y regresó sentándose otra vez en la cama y volví a sacar el tema de la relación entre mi madre y mi abuelo.

— A ella le debe pasar lo mismo que a ti porque desde que pasó “aquello” entre vosotros parece que le ha dado un ataque de deseo sexual irrefrenable contigo.

— Eso es típico de las mujeres insatisfechas, tu madre no era feliz en la intimidad con tu padre.

— Pues yo no he detectado nada raro entre ellos.

— Porque la intimidad de un matrimonio se lleva siempre en secreto.

— Esa es la equivocación que cometen las mujeres, en vez de “sufrir en silencio” deberían acudir a un especialista.

— Pero no lo hacen por pudor.

— Pues parece que a mamá se le ha pasado todo el “pudor” —comenté riendo mi abuelo también se rió.

En fin, hablamos un poco más de mi madre y llegamos a la  conclusión de que a partir de entonces se había “desmelenado”, me quedé con ganas de preguntarle a mi abuelo lo que sentía por mi madre y si la quería, pero no me atreví.

Volví a acariciar el pecho de mi abuelo y le agarré la polla para acariciarla. Él se quejó de que ya no era un jovencito pero yo seguí insistiendo hasta que al final logré que se empalmara otra vez.

A partir de ahí el abuelo se dejó hacer encantado. Volví a repetir lo de antes. Le hice una mamada, le acaricié, le lamí los pezones mientras le sobaba los gordos testículos. Él volvió a dirigir mi boca llevándome de su polla a sus huevos y viceversa. Me folló por la boca pero no tardó mucho en sacármela para que no me doliera la mandíbula, mientras descansaba me hizo agarrarle la polla para que le hiciera una paja y al final conseguí lo que me propuse desde el principio: mi abuelo volvió a correrse y esta vez sí que saboreé su leche antes de tragármela.

Mientras él se relajaba tumbado yo jugaba con los pelos de su pecho. Ambos nos lamentamos de que yo no pudiera manifestar mi excitación, no obstante mi abuelo intentó mi recuperación mamándome la flácida polla y los huevos, me excitaba ver lo que me hacía pero desgraciadamente no sentí nada de nada, ni siquiera “hormigueo” así que lo dejamos.

Él se vistió, retiró la silla de la puerta de entrada, se sentó en el sillón y lo echó hacia atrás preparándose para dormir, yo hice lo mismo y me dormí.

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