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La vecina del segundo

en Hetero: Infidelidad

Por motivos de trabajo me encontraba actualmente viviendo en una ciudad que no era la mía entre semana. La empresa me había alquilado un pisito en un edificio residencial bastante acogedor. Disponía de amplios ventanales por donde entraba bastante luz, y por donde se podían ver las ventanas de las viviendas vecinas, que pertenecían al mismo bloque, pero que en un juego de volúmenes producía una especie de patios abiertos.

Ya llevaba algo más de cuatro meses en esta situación, y la verdad que nos habíamos acoplado bien mi mujer y yo a vivir así. Llevábamos algo más de ocho años conviviendo, y era la segunda vez que me había tocado ir a vivir fuera. La otra vez fue por espacio de unos tres meses, y esta en principio era para seis. Lo bueno de todo esto eran los reencuentros los fines de semana, que se habían vuelto espectaculares. Ya os podéis imaginar, cinco días fuera de casa, solo con contactos telefónicos y algún Messenger que otro, pero que como a mi mujer no le gustaba, pues solíamos hablar por teléfono. Supongo que como toda novedad, los dos primeros meses, durante los fines de semana salían chispas, estrellas y de todo tipo en nuestros momentos sexuales, me imagino que como cualquier pareja que ronda los treinta años. Descargábamos la semana de estrés con tremendos polvos y cenitas en la intimidad que siempre acababan en revolcones, mamadas y demás juegos sexuales.

Eso duró los dos primeros meses, durante el tercero el tema se fue enfriando, no era lo mismo. Coincidió un par de fines de semana que mi mujer se tuvo que ir al pueblo a cuidar a su madre que tuvo un pequeño accidente y en quince días no nos vimos. Supongo que no es excusa, pero no teníamos esa pasión que había en las primeras semanas.

En esos días de más decaimiento, desde la zona que había habilitado como despacho en el apartamento alquilado, veía a la perfección a una de mis vecinas a través de las grandes ventanas que había. La chica no debía ser muy vergonzosa, porque no disponía de cortinas, o por lo menos nunca las tenia corridas. Al principio me daba algo de reparo en mirar, pero poco a poco, supongo que como todo voyeur que tenemos dentro, me daba más morbo espiar a la joven desde mi ventana. Ella no tendría más de 25 años. Tenía un bonito cuerpo, con las imperfecciones típicas de una mujer que no se dedica a vivir de su estética, como puede ser una actriz o modelo, pero muy atractiva. Le calculaba una altura de 1’65, una talla 100 por lo menos de pecho, unas caderas bien marcadas y un culo impresionante. Por casa la veía a veces con unas mallas blancas que marcaba a la perfección sus curvas. Y sus grandes senos, que mas de una vez la había visto marchando un canalillo increíble con ropa de calle, y por tanto con sujetador,  y no bajaban ni un ápice de su altura cuando se lo quitaba para estar mas cómoda en casa, marcando unos grandes pezones a través de la camiseta que solía llevar puesta en casa. Todos esos detalles los podía ver desde mi ventana, que aunque paraba un poco de lado a la suya, las dos fachadas distaban entre ellas no más de cuatro ó cinco metros, por lo que veía bastante bien todo lo que ocurría en esa casa, salvo la zona de la izquierda, que debía ser donde tenía la mesa del comedor. La ventana de su habitación aún me caía más en frente, por lo que la veía más cómodamente incluso.

He de reconocer que desde mi posición de oteador excepcional, ya me había hecho un par de pajas con la hermosa joven, cuando la sorprendí saliendo de una ducha, con la toalla liada en la cabeza, y  con un mini tanga y sus hermosas tetas al aire, duras y desafiantes a la gravedad. Estaba hablando por teléfono, era media tarde-noche. Ella se movía por su habitación mientras hablaba, ordenando ropa. Yo, desde mi habitación, con la luz sin encender tenía una visión privilegiada y apoyado por la oscuridad de la tarde, me metí la mano bajo el pantalón corto que me había puesto tras llegar de trabajar y empecé un manoseo de mi polla muy gratificante. Llegado un momento se sentó en la cama, y mientras con una mano se sostenía el teléfono, con la otra empezó a acariciarse por encima del tanga. Di por hecho que estaba teniendo una conversación subida de tono. Y para subido de tono mi ya enorme polla que pedía a gritos que la sacara de los shorts para pajearme bien a gusto. Se sujetaba en este momento el teléfono con el hombro, mientras que con la mano liberada se dedicaba a tocarse las tetas y hacerse pequeños pellizcos en los pezones, viéndose como estaban realmente duros y enormes. Aguanté en esta situación no más de cinco minutos, estallando en una tremenda corrida que deje caer sobre mi torso desnudo. Casi al momento divisé como empezaba a temblar su pelvis y piernas y sofocaba sus gemidos mordiendo parte de la almohada sobre la que se apoyaba. Fue realmente increíble la visión, por la situación, por lo buena que estaba la chica y por la paja que me había hecho. Después de esto, vi como se vestía y salió de casa. Hasta las 12 de la noche no llegó.

Tras esta experiencia me convertí instintivamente en el voyeur de la finca. No paraba de asomarme de vez en cuando para ver si estaba mi diva en su casa. Como empezaba ya a hacer calor, íbamos todos bastante ligeritos de ropa, lo que ayudaba a la vista y a los sentidos para otear mejor. Todo esto, y mis largas horas en casa tras el trabajo, me llevó a escribir un relato erótico sobre lo ocurrido, describiendo tal cual todo lo que había visto y había hecho, tanto yo como la hermosa chica. Hacía tiempo que no escribía, y el reencuentro con los relatos eróticos fue muy placentero. Subí mi relato, descrito con pelos y señales, describía como la vi aparecer con la toalla de ribetes rojos en su cabeza mojada, como llevaba un tanga rojo muy pequeño, cuanto apenas tapaba su sexo, y rodeándole su blanca piel unas tiras de hilo rojo finísimo, desembocando en otra tira que se introducía en su culo, dejando ver su hermosa forma curvilínea. Describí su piercing de ombligo, de color plata con una pequeña bola en un extremo. Describía su habitación, su cama, el color de sus paredes, la figura junto a la ventana. La describía a ella, hermosa, voluptuosa, incluso lo que me pareció una mancha en la piel por la cara interior de su muslo izquierdo. Describía mi polla, el líquido preseminal que inundaba mi glande, los chorros de semen que salieron de mi interior, mi posición privilegiada.

A los dos días habían leído mi relato más de 45.000 personas. Pero lo que  no me imaginaba era que al cabo de otro día, pude leer yo otro relato, el cual se titulaba “los detalles que te perdiste”, describiendo esa misma situación, esos mismos escenarios, a esa chica impresionante, esa masturbación delicada, y sobre todo, y fue lo que más me llamó la atención, una teórica ubicación de un espectador que la miraba mientras se mostraba sin rubor a él.

¿Sería ella la que escribía ese relato? Si fuera así, que ya sería casualidad, ¿sabía que era yo la persona que la estaba observando? Me invadieron multitud de ideas y dudas, por lo que seguí observándola, dándome en los días posteriores un montón de argumentos para mí próximo relato. Me puse a ello. Describía como llegó acompañada de un chico joven, bastante alto, de vaqueros y camiseta ceñida con un número detrás. Escribía acerca de su vestido ajustado a la piel que marcaba sus curvas, su tremendo culo, sus piernas de vicio, sus tetas desafiantes. Explicaba cómo le metía mano aquel chico bajo la minifalda de su vestido, mientras ella la bajaba la cremallera y sacaba aquel larguísimo miembro y se la metía en la boca. Explicaba cómo se montó sobre él, apartando a un lado su tanga y con la falda del vestido en la cintura, y cogiendo su pollon con una mano se la introducía en su seguro húmedo coño. Describía las mil y una posturas que hicieron antes de correrse en su boca, porque ella ágilmente se dio la vuelta en el justo momento en que el chico explotaba en un orgasmo apoteósico. Y terminaba el relato tal cual ocurrió todo, con ella fumándose un cigarrillo asomada en la ventana, mientras el chico se despedía de ella con un largo beso de tornillo. También explicaba como yo estaba oculto en la oscuridad de mi habitación, tan solo con la pantalla del ordenador encendida, con la conexión a la cámara de fotos para descargar al instante las imágenes tomadas y con mi polla entre una de mis manos. Me había vuelto un adicto a la chica del segundo, me había vuelto un pajillero nato con sus corridas, con sus exhibiciones. Necesitaba verla, describirla, quien sabe si poseerla.

Al día siguiente de publicar mi último relato, la misma persona que publicó el anterior titulado “los detalles que te perdiste”, publicó otro describiendo el mismo polvo que relate en mi segundo relato y lo titulaba “polvo con un extraño imaginando que eras tú, mi oculto voyeur”. Aquello ya dejaba bastante claro que era ella. Vaya casualidad. No sabía si mostrarme más descaradamente para así poder follarmela cuanto antes, o dejar que jugara hasta descubrir si todo era fruto de la casualidad o ella era la que jugaba conmigo.

A todas estas, y pese a vivir en el mismo bloque de pisos, aunque en pisos diferentes, nunca me la había encontrado en el ascensor, en la entrada del patio o por las escaleras. Supongo que simplemente nuestros horarios no cuadraban. Por todo ello estaba casi seguro que no sabía quién era yo. Podía saber que le observaban, y que el que le observaba escribía sus visiones en unos eróticos relatos, pero no creo que supiera que fuera yo. A lo mejor ni sabía quién era yo. Yo, sin embargo, sabía perfectamente quien era ella, y eso me daba ventaja.

Tras un par de días coincidí con ella en el ascensor. Yo vivía en un tercer piso y ella en el segundo, por lo que poco trayecto podíamos hacer juntos. Pero aquella tarde bajaba a la calle y paró el ascensor en el segundo. El corazón me iba a mil. Se abrieron las puertas y entró ella. Llevaba un peinado recogido e indumentaria de hacer deporte. Una camiseta de tirantes por encima del ombligo, bien ceñida y unas mallas por encima de la rodilla blancas, que le paraban de escándalo. Me dijo hola sin mirarme y se dio la vuelta mirando a la puerta. Pude contemplar todas sus curvas desde atrás. Se le marcaba un minúsculo tanga, mientras a mí se me marcaba una tremenda erección. Pensar que tenía delante a esa diosa me volvía loco. Cuando se paró el ascensor hice ademán de salir, incluso antes de que se abrieran las puertas, por lo que me coloqué descaradamente a medio centímetro de ella, creo que incluso rocé su imponente culo. Ella se giró levemente mientras se despedía amablemente. Me dejó un aroma a hembra que se me metió en mi interior.

Estuve esperándola en la calle hasta que volvió, pues supuse que fue a correr, ya que salió sin bolsa de gimnasio. Y así fue. La vi venir sudada y pegada toda su ropa a la piel mojada. Estaba de infarto. Hice como que entraba a su vez, abriéndole la puerta, por lo que ella pasó a escasos centímetros de mi, embriagándome con ese olor a sudado y a mujer que me dejo loquito. Cuando esperábamos el ascensor hizo un comentario acerca de que ella se esperaría, pues iba sudada, a subir al ascensor cuando yo ya hubiera subido. Le dije que de ninguna manera, que subiríamos los dos, que no me importaba subir con una chica tan bonita, “por muy sudada que estuviera”. Ella sonrió y me dio las gracias amablemente. Entonces se apoyó en mi hombro con una mano para hacer estiramientos en una de sus piernas, mientras me comentaba algo de un pequeño tirón, pudiendo apreciar perfectamente sus grandes senos pegados a la tela, y marcando unos pezones durísimos. No pude evitar empalmarme. En eso se abrió las puertas y entramos, colocándose ella delante de mi cara a las puertas. Mientras apretó el botón de su piso hizo un gesto de bajar el tronco para estirar, por lo que su culo se fue hacia atrás, golpeando contra mí. Y golpeando contra mi polla empalmada. Ella se levantó con un “uy!!” mientras se daba la vuelta y me miraba el paquete. Yo no pude evitar ponerme rojo, mientras ella se acercó y poniéndome una mano sobre el pantalón palpándome la polla me decía muy cerquita a mi oído: “todo eso no será por mi?”. Yo en un acto reflejo la cogí por la cintura y me la pegué a mi polla mientras le susurré al oído: “todo eso y mucho más si tu quieres”.

Se abrieron las puertas del ascensor y salió de él agarrándome la mano y tirando de mí. Cuando salimos me dio un morreo de escándalo a la vez que metió la mano dentro del pantalón y me cogió con fuerza la polla. Me dijo que quería comprobar lo juguetona que la tenía. Dio un salto sacando la mano de mi pantalón y se me colgó encima, con sus piernas rodeándome la cintura, por lo que su coño se pegaba más a mi polla y rodeándome con sus brazos mI cuello, haciéndome un morreo espectacular. Sus grandes labios sensuales y carnosos, junto con su juguetona lengua, propiciaba el mejor beso de tornillo que jamás me habían dado. Nos aproximamos a su puerta, momento en el que se bajó y abrió la puerta. Vi su vivienda tal cual la había visto desde mi ventana, me la sabía al dedillo. Pero me hice el despistado comentándole lo bonita que era su casa. No me dijo nada, me miró y me arrastró hasta el sofá del salón. Tenía encendida una lamparita solamente, pero al tener todas las ventanas abiertas, cualquiera que mirara vería todo lo que sucedía, pues empezaba a anochecer. Me tiró prácticamente al sofá mientras ella desde el centro de la alfombra empezó un ritual sensual, sexual, erótico, rítmico y sumamente placentero mientras se desprendía de sus ropas de deporte. No dijo una palabra, solamente encendió su mini cadena de música con un mando que había sobre el sofá, y acompañada de una música relajante de algún grupo indy americano que me sonaba, fue tocándose su cuerpo, sus curvas, y quitándose primero las mallas, dejando ver su tanga, y después su camiseta de tirantes, que se quitó a la vez que el sujetador, dejando bamboleantes sus enormes y perfectos senos, mientras se los acariciaba con sus manos y se llevaba uno de sus pezones a su boca para succionarlo y sacarlo puntiagudo y duro. Yo estaba que reventaba, empecé a tocarme mi polla por encima del pantalón. Ella se acercó y me los quitó. Se arrodilló frente a mí, entre mis piernas, y me bajó un palmo mis calzoncillos, saltando como un resorte mi empalmada polla. Me acarició los huevos con una mano,  mientas con la otra bajaba la piel del prepucio y dejaba al descubierto mi glande muy humedecido por el liquido preseminal. Entonces se acercó a mi polla, y me dio un lametazo desde la base de los huevos, casi donde empieza el ano hasta la punta del glande, para meterse este en la boca mientras haciendo círculos con su lengua sobre él, me proporcionaba un placer indescriptible. Me deshice de mi ropa interior con un pie, abriendo mis piernas para que se acomodara, mientras se metió toda mi polla en su boca, notando como tocaba el fondo de su garganta, a la vez que con la obra mano empezaba a estimular mi ano con la saliva que resbalaba por el troco de mi polla. Estuvo así unos tres o cuatro minutos. Acto seguido se incorporó levemente y se acercó para introducir mi polla ente sus enormes tetas. Empezó a hacerme una cubana maestra. Mientras se metía la punta del glande en su boca cuando sobresalía de entre sus tetas. Así estuvo no se cuanto tiempo mas, pues fue delicioso. Después de esto, se levantó, y fui yo quien le di la vuelta la puse dándome la espalda, mientras le retiraba con el dedo el tanga por su parte baja y le introducía mi polla en su húmedo coño, dejándose caer y sentándose prácticamente sobre mí, pegando su espalda sobre mi pecho, mientras yo le manoseaba las tetas y bajaba hasta su clítoris a través de su vientre plano, prácticamente de igual manera que le hico el chico de nuestro segundo relato. Ella rebotaba sobre mi polla de forma maestra. Yo le ayudaba con mis manos en su cadera. Al cabo de unos minutos empezó a soltar unos gemidos y grititos que me hicieron suponer que se acercaba su orgasmo. Así fue, le empezaron a temblar las piernas y a hacer movimientos casi espasmódicos de placer. La puse sobre la alfombra a cuatro patas mientras mi tiraba al suelo para chuparle sus líquidos que emanaban del coño, mientras le daba lengüetazos a su palpitante clítoris. Transcurridos unos instantes y cuando se relajó, se dio la vuelta y me tiró sobre la alfombra, iniciando una nueva mamada que acabó con la descarga de mi semen en su boca. No se le cayó ni una gota, y eso que descargué gran cantidad de líquido fruto de la excitación.

Nos tumbamos los dos sobre la alfombra, dándome cuenta que desde esa posición se veía perfectamente las dos ventanas de mi casa. Permanecimos así unos minutos, tras lo cual ella se levantó y cogió un cigarrillo de un cajón y se puso en la ventana a fumárselo.

Hablamos de muchas cosas, pero ningún ademán o indirecta sobre los relatos. No sé si sabía si era yo. Tras una media hora me acordé que había quedado en que a las 10 de la noche me iba a llamar mi mujer, y faltaban dos minutos. Me despedí de ella lo mas cariñosamente que pude y salí hacia mi casa.

Cuando entré y encendí la luz, me asomé por la ventana y allí permanecía ella todavía, cuando me saludó con la mano. Le devolví el saludo, mientras le hice un pequeño gesto obsceno y ella se partía de risa.

Al día siguiente me puse a escribir un nuevo relato con lo ocurrido.

Pasados dos días la otra persona escribía otro relato con su visión de lo ocurrido y además adelantaba todas las cosas que se le pasaban por la cabeza para futuros encuentros sexuales, haciéndoseme la boca agua ideando cómo hacer para conseguir cumplir el deseo oculto que expresaba en su relato.

Pero eso pertenecerá, también aquí, a otro relato.

PLACER INFINITO

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