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El ascensor

en Hetero: Infidelidad

Está volviendo a suceder. Ahí me encuentro yo, en medio del ascensor, acompañada por él. Mi cabeza recostada en su hombro, de espaldas a él, mientras tiene insertado uno de sus dedos en mi ya húmedo coño, frotándolo sin compasión, mientras se empieza a oir el “chop chop” habitual de cuando tengo el coño empapado. Voy sin bragas, con una falda muy corta. Estaba esperando ese momento. Mi mano coge su pene mientras noto como crece palpitante en la palma de mi mano. Sabemos que tenemos escasos 15 segundos, hasta que pare en mi piso, un noveno. Él vive en el décimo. Cuando sube no para en ningún piso. Trato de disfrutar esos segundos lo máximo. Me pone muy perra el tío. No hemos cruzado más de una frase nunca. Supongo que formará parte de nuestro “pacto no escrito”. No me he llegado a correr, en quince segundos supongo que será difícil, pero poco me falta, lo sé; cuando estoy tan cachonda cualquier cosa me puede pasar. Veo el 9 en la pantalla del ascensor. Se para lentamente, o así me lo parece a mí. Empieza a correrse la puerta hacia un lateral. Veo que no hay luz en el exterior. “Bien” me digo interiormente. Puedo alargar el tocamiento medio segundo más. No hay nadie en el rellano. “Un día de estos nos pillan!!!”, pienso. Cuando está abierta totalmente la puerta, me impulso hacia adelante, retiro mi mano de su hinchado glande y noto milímetro a milímetro como sale su dedo de mi interior. Tengo los pezones durísimos y se me marcan una barbaridad bajo la fina tela de la corta camiseta. Voy sin sujetador. Voy vestida para él. Cruzo el hueco del ascensor. No giro la cabeza. Me voy sin decir media palabra. Me quedo en el rellano oyendo como se cierra la puerta del ascensor a mi espalda. Estoy cachonda perdida. Me miro. Dos bultitos en mi camiseta, apuntando al cielo. Una gota de mi cachondo encuentro bajándome por uno de mis muslos. Dos cuando apreto las piernas. Estoy chorreante. Aun respiro con profundidad.

Abro la puerta de mi casa. Mi marido no ha llegado todavía. Yo no puedo esperar. Me pongo en la silla frente a esa ventana indiscreta, apoyo los pies en el mueble que hay bajo la ventana y me doy mi merecido. Me hago un dedo de esos que me hacen explotar en un orgasmo profundo y tembloroso de los que casi me hacen perder el sentido. Me he subido la camiseta hasta el cuello, liberando mis tetas de la tela mientras me pellizco los duros pezones. No tengo una tetas enormes, pero si de un tamaño considerable y todavía muy bien puestas. Como soy delgadita y con una cintura estrecha, resaltan mucho. Creo que me da un toque sensual, sobretodo cuando llevo una camiseta cortita dejando ver mi ombligo, y creando un espacio entre el borde de la tela de la camiseta y mi piel; espacio provocado por la distancia que le hace coger a la tela mis tiesas tetas.

En mi último suspiro de placer miro a través de la ventana, y veo como se corre ligeramente la cortina. Supongo que era él, mirándome como otras veces, supongo que aliviando su hinchazón con una paja mientras me veía como me hacía la mía.

Sé que todo esto es una locura. No hace ni medio año que nos cambiamos a esta ciudad por razones de trabajo de mi marido. No conozco prácticamente a nadie en la ciudad. Han sido meses de adaptación, de no parar. Quizás estos encuentros del ascensor, aunque no dejan de ser una locura, no son más que una liberación de estos días, semanas, meses de estrés y adaptación.

Todo empezó al mes aproximadamente de estar aquí. Las personas en este lugar son muy poco habladoras y va cada cual a lo suyo. Apenas se saluda en los rellanos y poco a poco me acostumbré a ello. Al principio no sabía quién era del edificio y quien no, pero poco a poco te vas haciendo con las caras. A mi chico desconocido lo veía con bastante asiduidad, por lo menos cuatro o cinco veces por semana. Me pareció un chico normal para lo que había en el edificio, con cara amable, guapete o casi mejor atractivo. Buena planta y con un aire de misterio en su mirada que siempre me llamó la atención. Tenía manos grandes y varoniles, pese a no ser excesivamente musculado, si tenía una buena espalda y un mejor culo. Un día, coincidimos en el ascensor mi marido y yo con él. El entro primero, luego nosotros y nos posicionamos todos mirando a la puerta. Cuando empezó a subir el ascensor me apoyé en la barra de apoyo que hay en uno de los laterales, cuando me di cuenta que topé con su mano, que estaba apoyada en dicha barra. Hice un gesto de “uy lo siento” y me separé de la barra, apoyándome un poco más a un lado. Casi de inmediato noté el roce de su mano en mi trasero apoyado. Fingí no notar nada, pues me pareció extraño que moviera la mano para “tocarme”. Llegamos a nuestro piso y salimos. Antes de cerrar la puerta pude intercambiar la mirada con él, dejándome una de sus miradas misteriosas. No me la pude quitar de la cabeza en toda la tarde. Y tampoco durante la noche, con aquel polvo que le metí a mi marido, pensando sin casi quererlo en aquellos ojos y en el roce furtivo.

Al día siguiente cuando bajé por la mañana al abrirse las puertas del ascensor, estaba él, dedicándome una sonrisa corta, pero amable. Me volví a apoyar instintivamente en la barra, y de nuevo acercó su mano hasta mí, tocándome la cadera, casi el culo. No supe qué hacer. Me quedé quieta. Al principio era un dedo, pero cuando llegábamos abajo noté casi toda su mano en mí. Me incorporé casi ruborizada. Me gustaba, pero estaba casi asustada. No lo conocía. Igual era un depravado. Un loco. O no. O igual era un chico con mirada misteriosa, y con ganas de jugar.

Debía tener yo siete u ocho años mas que él, quizás diez. Es poco más alto que yo. Pero no me transmitía temor. Por lo que fui yo la que me sentí culpable por pensar cosas malas de él. Aunque no dejaba de ser extraño o de cara dura aquella actitud. Pero en el fondo me gustaba. Me hacía sentirme deseada por un jovencito. Con los ajetreos del cambio de ciudad la verdad es que mi marido y yo nos habíamos dejado un poco el tema sexo, por lo que me producía un hormigueo especial esta situación.

Cuando me disponía a subir a casa, tras mirar el buzón, aún me dio tiempo a verlo salir por la puerta del zaguán, y al entrar en mi casa descubrí que estaba mojada cual niña quinceañera, cuando solo había habido un roce, casi ni tocamiento de su mano en mi cadera. No lo puede evitar, me quité la falda que llevaba, me senté en el sofá, apoyé mis piernas en la mesita de centro, aparté mi tanga a un lado y pasé mis dedos por todo mi coño, desde el clítoris hasta el ano, notando la humedad existente, cerrando los ojos y dejándome envolver por el recuerdo de su  mirada clavada en mis ojos, por esos segundo que noté sus manos tocándome. Me estaba frotando el clítoris con una velocidad endiablada, pasando a hacer círculos cuando noté la explosión de placer que invadió mi cuerpo. No había pasado ni un minuto y me había venido un orgasmo increíble. Que caliente que me había puesto yo sola. Me quité el tanga, mojado por mis fluidos y me puse a hacer las camas, desnuda, deseando que ese chico misterioso me cogiera con sus grandes manos por la espalda mientras estaba inclinada plegando la sabana de la cama y me insertara su enorme miembro (enorme en mis pensamientos, luego a saber cómo sería) en mi interior dándome un polvo increíble, dejándome tumbada sobre la cama, con restos de su semen chorreando por mis muslos mientras oía como se cerraba la puerta de casa tras su apresurada salida.

No sé qué me estaba pasando, pero me estaba comportando, al menos en pensamientos, como una autentica zorra. Como su zorra. Estaba caliente como una perra en celo, y todavía no había pasado apenas nada.

Pasó casi una semana y no volví a coincidir con el chico. Volvimos a coincidir un día con mi marido y otros dos vecinos, un señor mayor del cuarto y una señora del quinto. Como siempre me apoyé en mi trocito de barra. A mi derecha mi marido, frente a él, el vecino y la vecina, y detrás mía el chico de la mirada misteriosa. Esta vez yo estaba alerta a cualquier movimiento o tocamiento. A la par que el ascensor paró en el cuarto, mi chico misterioso apoyó toda su mano en la parte de trasero que no estaba apoyada en la barra. Por el bolso que llevaba en ese lado era imposible que nadie lo viera. Yo no sabía si alejarme, montar el pollo o dejar como se desarrollaba la situación. Opté por la última opción…….nunca sabré si para bien o para mal, pero creo que esa opción cambió mi forma de ser.

El ascensor se puso en marcha de nuevo y esa mano, fuerte, grande, acariciaba lenta y cuidadosamente mi culo. Llevaba una falda fina, y como llevaba tanga, notaba yo su mano y él mi culo claramente. Llegó hasta el hilo del tanga que se introducía en los cachetes del culo, y siguió con un dedo el perfil de mi culo, para volver a posar toda la mano en mi duro y curvado culo, mientras me entró un calambre por el cuerpo al notar su piel acariciando la parte baja de mi espalda, justo por encima de la falda, por lo que había metido su mano ligeramente por debajo de mi blusa. Todo ese “camino” lo hizo desde el cuarto hasta el quinto, y se estaban cerrando las puertas del ascensor. En ese momento mi marido se giró y me dijo al oído una frase banal, del tipo “vamos a parar en todos” o algo similar, pero esa mano no dejaba de tocar mi trasero. Yo estaba que me descomponía, pero a la vez me estaba poniendo cachondísima. Por vergüenza me separé de la barra para ver si cesaba en su tocamiento, pero me acompañó en el recorrido de centímetros que hice. Me sentía deseada, me sentía sensual, me sentía admirada, me sentía cachonda y perra por igual. Cuando salimos mi marido y yo del ascensor, me giré y pude comprobar una sonrisa de niño malo en su cara que me puso a mil.

Entramos en casa y mi marido fue directo cambiarse de ropa. Yo dejé mi bolso y fui a beber agua, supongo que para aliviar el calentón. Me dirigí por el pasillo hacia la habitación donde se estaba cambiando mi marido mientras le preguntaba con tono pícaro: “¿Cuánto hace que no hacemos un aquí te pillo aquí te mato?”. El resto ya se lo puede imaginar uno. Me pegó un polvo y tras sus merecidos cinco minutos de recuperación le hice una gloriosa mamada que lo dejé seco. Por supuesto me lo tragué todo, como una buena zorrita. Me acerqué a la ventana, la abrí para tomar aire, cuando lo vi a él, en la ventana de enfrente del piso de arriba, hablando con el móvil, con el torso descubierto. No estaba extremadamente musculado pero tenía una musculatura pectoral y abdominal perfectamente definida y torso perfectamente depilado. Desconozco si había visto algo. Eso me hizo ponerme de nuevo como una moto, por lo que aprovechando que mi marido se había quedado sobre la cama, tumbado, me senté sobre su cara, ofreciéndole mi coño, y deleitándome con una comida de esas que sabe tan bien hacerme. Cuando exploté en un orgasmo de esos con espasmos incontrolados, pude ver como su cara estaba totalmente mojada de mis fluidos. Me tumbé a su lado, cuando comprobé que desde esa ventana se veía perfectamente la ventana del vecino……..y por lo tanto, el nos veía a nosotros. “Que agradable sorpresa!!!!”, pensé.

Al día siguiente me lo volví a encontrar de bajada. Cuando veo que para en su planta, el corazón se me pone a mil. Yo estaba como siempre, donde siempre. El entró y se colocó también donde siempre. Detrás de mí. A centímetros. Estaba esperando mi ración de sobeteo. Y ahí estaba. Apenas cerrándose la puerta. Su mano palpando mi culo. Pero esta vez no me quedé quieta. Mi mano derecha la llevé hacia atrás, palpando sus abdominales sobre la camiseta. A los pectorales no podía llegar por la posición que tenía, ya que no llegaba a subir tanto la mano, pero si son el codo. El apretó mas mi culo con su mano, palpándolo bien y casi metiendo un dedo entre los muslo. Yo acerté a meter la mano bajo su camiseta y puede notar sus definidos abdominales directamente con la yema de mis dedos. Cuando se aproximaba la planta baja, saqué la mano de su caliente cuerpo, bajando la mano por debajo de la cintura, y rozando los pantalones con la mano a la altura de su polla. No la noté empalmada. El por su parte se demoró un poco más, intentando meter un dedo entre mis piernas por detrás, notando que ya estaba tocando la zona de mi coño. Como quien no quiere la cosa, di un paso hacia adelante mientras se abría la puerta y salí del recinto sin mirar hacia atrás. Salí del edificio y me dirigí a donde iba, con una sonrisa de oreja a oreja.

Esto mismo volvió a suceder bien de subida, bien de bajada un par de veces mas en las siguientes tres semanas. No coincidimos mucho, por desgracia para mi, que anhelaba esos encuentros, supongo, tanto como él.

Casualidades del destino, pasado casi dos meses desde esos inicios de encuentros más parejos en cuanto a tocamientos, aunque sin dejar de ser castos, se estropeó el ascensor, quedándose parada, casualmente con mi chico misterioso y yo en el interior. Eso a priori prometía, salvo que también se encontraba en el interior el vecino del cuarto. Tras las correspondientes comunicaciones a averías, y tras hablar con algún vecino que se interesó por si había alguien en el interior, nos comunicaron que en media hora vendrían a rescatarnos.

Estábamos a oscuras, con la luz de mi móvil, pero con la excusa de que no tenía batería lo apagué. Al instante se pegó el chico a mí por detrás, amasando mi culo con sus dos manos. Yo lancé mis manos hacia atrás pudiéndole tocar su culo, mientras el pasaba sus manos hacia mi barriga y vientre bajo, acomodando si miembro entre mis glúteos. No llevaba sujetador, lo cual se percató rápidamente, dirigiendo una de sus manos a mis pezones, ya duros como rocas, mientras la otra acariciaba en círculos mi pelvis sobre las mallas. Yo le apretaba su duro culo, acercando mas si podía su cuerpo al mío, notando como se iba endureciendo su polla al contacto de mi culo.

El vecino de vez en cuando decía una frase, a la cual respondía yo con un “si, si”, pero volvía a hacerse el silencio. El hombre no sé si notó algo, nosotros apenas hacíamos ruido, pero en un espacio tan reducido, supongo que algo raro notaría.

Mi chico misterioso, en un momento de valentía, metió la mano bajo mi malla, acariciándome mi pubis depilado, a lo cual le dije yo, muy despacio: “no te pases”. Tenía miedo de que se notara todo demasiado. El anciano vecino algo oyó, a lo que preguntó: “¿habeis dicho algo, jóvenes?”. “No, no”,- respondimos casi a la vez nosotros dos.

Pasó ambas manos a amasarme mis pechos, acariciando cuidadosamente mis pezones, con lo sensibles que los tengo y lo cachonda que me hacen poner. Entonces fue cuando envalentonada le metí una mano bajo su pantalón de esport, y le pude tocar el culo directamente. Él no replicó. Solo se introdujo mi oreja derecha en su boca, chupándola y dándole pequeños mordisquitos. Yo estaba ida ya a esas alturas.

Me despertó de la nube una voz del exterior que nos dijo que era el técnico, que en cinco minutos nos sacaría de allí. Nosotros optamos por separarnos. El sacó su mano de bajo mi camiseta y separó su empalmado pene de mi culo, tras lo cual yo aproveché, facilitado por la extensión de su pantalón de esport en pasar ágilmente una mano desde su culo a su parte delantera y abarcar su apartado en mi mano. No podía irme de allí, después de lo ocurrido, sin comprobar la dimensión exacta de su polla. No la abarcaba con mi mano, y el grosor era prometedor. Él creo que no se lo esperaba, pues dio un pequeño saltito. Saqué la mano de su caliente entrepierna y el aprovechó para arrimarse, otra vez, supongo que envalentonado por mi atrevimiento, pero le separé rápidamente, dejándole con ganas de mas. Las mismas ganas de más que tenía yo.

En breves quince segundo notamos como se movía el ascensor y se abrían las puertas, pudiendo bajar de él. Supongo que a mi chico misterioso se le notaría el bulto todavía, pero al indicarnos que debíamos llegar a casa por las escaleras, abrí la puerta y me encaminé a mi casa.

Llegué sudorosa, pues fueron seis pisos los que tuve que subir. Todavía se me marcaban los pezones hinchados y duros bajo la camiseta. Me notaba húmeda bajo mis apretadas mallas. Me dirigí a la ventana indiscreta que tenía visión directa con la ventana del vecino. Me senté en una silla mirando hacia la ventana. Las cortinas estaban totalmente descorridas. Pasaron dos largos minutos cuando vi aparecer su rostro, seguido de su otra vez desnudo torso tras su ventana. Mi miró fijamente. Abrí mis piernas. Metí mi mano bajo mis mallas. Nuevamente bajo mi tanga. Recorrí  mi sexo con mi dedo anular. Me recosté hacia atrás. Me toqué una teta con mi mano. Abrí los ojos y vi como me miraba, como movía su mano derecha. Claramente se estaba tocando. Le saqué la lengua como diciéndole “dámelo todo”. Aceleró su movimiento. Me centré en mi hinchado clítoris. Hacía círculos. Estiro las piernas. Noto como me llega. Veo sus bruscos movimientos de brazo. No alcanzo a ver su mano, pero se que se está haciendo una paja. Me subo la camiseta. Le muestro mis tetas. Está aquí. Ya me llega. Exploto en un orgasmo de placer a la vez que suelto dos gritos ahogados mientras abro los ojos y veo como echa su cabeza hacia atrás a la par que dos chorros de semen llega hasta el cristal de la ventana, chorreando hacia abajo. Nos hemos corrido a la vez. Que experiencia!!!!!

Le guiño el ojo, me llevo el dedo pajillero a la boca, lo chupo y le doy un beso, haciendo como que lo lanzo hacia él. Me sonríe y desaparece su imagen tras la ventana.

Me voy a la ducha para relajarme un poco.

Con este juego loco pasaron los días, las semanas, los meses. Casi siempre que había encuentro había tocamientos. El día que no los había, porque había más gente, o bajaba hablando por el móvil o cualquier otro motivo, me enfurecía interiormente.

Todos los encuentros se producían en silencio, sin mediar palabra. Pero una tarde fue distinto. Mientras me insertaba un dedo en el ano, previo humedecimiento por mi lengua, me dijo seis palabras que cambiaron el rumbo en mi vida: “En una hora en mi casa”.

Me puse nerviosa a la vez que excitada. Me bajé del ascensor y mientras entraba en mi casa estaba pensando en ducharme, raparme el pubis y ponerme guapa para él. Pero seguidamente me decía lo tonta que era por sentirme así. Además, mi marido llegaría en hora y media aproximadamente y se extrañaría de mi ausencia.

Rápidamente tracé un plan, le mande un whatsapp, le dije que estaría fuera viendo tiendas, y que llegaría tarde. Me depilé, me duché, me puse mis cremas y a la que me di cuenta ya había pasado la hora.

Me puse mi minitanga favorito, mi minifalda mas sexy, para estar accesible y sin suje me puse mi top mas mini, para no desentonar…….

Con esa pinta putón que sabía que tenía pulse el timbre de su casa. Me abrió solamente con un pantaloncito de deporte en el que intuía que no llevaba calzoncillos, por el movimiento de su pene, con el torso al descubierto y descalzo. El suelo era de parquet y era agradable ir así. Me dijo que me pusiera cómoda mientras fue a por unas cervezas, por lo que me descalcé. Pensé en quitarme el top, pero sería demasiado.

Mientras se aproximaba, con su mirada fija en mí y su media sonrisa picara, no podía dejar de fijarme en el movimiento de su polla. Hablamos de cosas triviales, nos bebimos cuatro cervezas más y yo ya estaba un poco contentilla. Cambió de tema totalmente. Me dijo lo caliente que me ponía solo oler mi pelo, sentir el calor de mi cuerpo, tocar mis curvas. Se llevó la mano al paquete donde se le notaba ya un tremendo hinchazón de polla. Yo estaba mojada. Me sentía su zorra, húmeda y caliente como una perra en celo. Le dije que se callara mientras me acerqué a él y me arrodillé sacándole su polla por el lateral del pantaloncito. Estaba enorme, asomaba su glande rojo y brillante. Empecé a hacerle un sube baja, despacio, descapullando el grande y volviéndolo a esconder, mientras con la otra mano le amasaba los huevos. Le succioné el glande como solo yo hago cuando estoy caliente perdida, degustando cada saltito de placer, cada palpitación de la polla. Me la llevaba hasta la garganta, me a acoplaba y seguía engulléndola. Que duro se le ponía el glande, que tenso y suave. Yo estaba chorreando. Me puse a cuatro patas al lado de él, lo que aprovechó para meterme un dedo en mi coño, apartando el hilo de mi tanga. Luego fueron dos, y tres. Con lo lubricada que estaba creo que me estaba metiendo los cinco dedos hasta los nudillos. Me tocaba cada parte sensible de mi coño. Me vino un orgasmo antológico. Creo que manché el cubresofá de mis fluidos. Notaba como me resbalaban por los muslos. Ahogaba mis gritos con su polla en mi boca. Cuando noté como su respiración se agitaba, su glande se hinchaba aún más si cabe y como estiraba las piernas mientras inundaba mi boca con a saber la cantidad de chorros de semen. Me golpeaban en el paladar, en la campanilla. La lengua la notaba caliente de líquido, y me afanaba por tragar el valioso manjar de mi amante vecino.

Permanecimos unos minutos recuperando la respiración, cuando me cogió en brazos y me llevó a la habitación. Era una cama de esas de 2x2 metros. Enorme. Tan enorme como su polla que no había perdido ni un milímetro de grandaria. Me desnudó cuidadosamente, eróticamente, concienzudamente. Una vez desnuda, me puso a cuatro patas y sin mediar palabra me insertó toda su polla en mis entrañas. Todavía tenía el coño hipersensible del orgasmo anterior, cuando me notaba llena con su polla en mi coño. Bombeaba a buen ritmo. Inserté mi cara en la almohada mientras disfrutaba de las sensaciones que me proporcianaba mi amante. Ya había atardecido, por lo que la habitación estaba en penumbra. Oí el sonido de un bote al abrirse, y noté como me untaba mi ano con un gel. Entendí que no había marcha atrás. Mi culo estaba a su disposición. Me insertó un dedo, luego dos. Iba abriendo camino para lo que me esperaba. Mientras seguía clavándome su daga de amor una y otra vez en mi coño. Yo había optado por masajearme mi clítoris. Estaba en el cielo. Que gustazo. Estaba ida de placer. Podían hacer lo que quisieran conmigo.

Sacó su polla y notó como la presentó frente a mi orto, e inició la entrada poco a poco. Nunca me lo habían hecho así, ni siquiera mi marido, y eso que él es delicado para esos menesteres. Despacito, sin dolor, notando cada centímetro. Yo me tocaba mi clítoris en círculos. Era un placer extraordinario.

Entonces cambió todo. Mi cabeza me dio vueltas sin saber bien que hacer, que decir, como actual. Solo sabía que estaba ida de placer, y no podía cortar el momento. Pero mientras me taladraban el culo, ya con un ritmo mayor, y completamente dilatado, oí la voz de mi amarte frente a mí, mientras me cogía la cara y me metía su polla en mi boca y me decía despacito: “chúpamela como lo has hecho antes, corazón”.

La habitación estaba en tinieblas, no sabía quién me estaba taladrando el culo, ni podía verlo porque mi amante del ascensor me tenía cogida la cara. Con mi calentón yo me dejaba hacer, no estaba el momento como para pararlo. Mi segundo amante, pasados unos minutos descargó todo su semen en mi culo, a la vez que llegué al orgasmo con mis caricias en el clítoris. Pude ver como esa segunda persona se posicionaba detrás de mi amante del ascensor y comenzó a acariciarlo, como le besaba el cuello y como le acariciaba sus huevos a la par que yo le iba haciendo la mamada, mientas le acariciaba el torso. Me quedé helada cuando pude comprobar que mi segundo amante era………………….., mi marido.

Me hizo un gesto de silencio. Yo no daba crédito. Me tumbaron en la cama y mi amante misterioso me taladró con su enorme polla mi vagina, con movimientos extraordinariamente rápidos. Me hacía llegar a un orgasmo tras otros. La visión de aquello me ponía muy burra. Mientras mi amante me taladraba, mi marido le estaba dando por el culo a mi amante. Desconocía la faceta bisexual de mi marido, pera sabía que aquello daría un giró de 180 grados a mi vida sexual. Sobre todo cuando pude comprobar de primera mano cómo me hacían una doble penetración. Nunca había experimentado una sensación de tanto placer en mi vida. Me deshacía en  orgasmos, que ni sabía de dónde venían, y que me hacían temblar incontroladamente mientras aquellos dos machos me taladraban sin remisión, entre sudores, olores eróticos y líquidos sexuales.

Actualmente llevamos casi tres años con esta relación triangular. Tenemos una relación liberal. Mi marido y yo también. Aunque al final siempre acabamos los tres juntos, disfrutando de la vida al máximo.