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Las hormonas de la juventud 6

en Amor filial

Eran casi las ocho de la mañana del lunes posterior al fin de semana apoteósico del verano. Desperté demasiado temprano para mis costumbres. También para mis costumbres presentaba un pene considerablemente empalmado. Intenté dormirme pero me había desvelado. No quería levantarme porque esa semana se había quedado mi madre con nosotros y mis abuelos, pues ya tenía vacaciones, y mi padre se había vuelto a la ciudad, y si me veía por la casa seguro que me mandaba hacer alguna labor. Pero tras veinte minutos dando vueltas en la cama sin dormirme, opté por levantarme. Me pasé por la habitación de mis primas, a ver si había suerte y nos quedábamos de charreta hasta que fuera buena hora para salir. Me acerqué a la cama por el lado de Sonia y me acerqué para ver si tenía los ojos abiertos. En ese momento los abrió, pero le podía el sueño. Sonrió como pudo y me susurró preguntándome la hora. Cuando se la dije, se dio media vuelta mandiciendome.  Me acerqué al otro lado de la cama donde dormía Maria, y la vi con los ojos abiertos, bajándolos de inmediato a mi entrepierna, donde todavía tenía una más que descarada erección. Me dio vergüenza y con un gesto de disimulo me giré, momento en que María cerró los ojos y siguió durmiendo.                                  

Me di una vuelta por la planta de arriba y me asomé a la habitación de mi hermana. Dormía plácidamente sobre la cama, con la camiseta por la cintura y con sus braguitas totalmente visibles, marcando un chochito que hizo que mi pene recobrara nuevamente su estado vigoroso. Me dirigí al baño para orinar, a ver si se bajaba de una vez el hinchazón. Para dirigirme allí debía pasar por la habitación que usaban mis padres, y que como ocurría en muchas casas viejas, no tenia ventanas, solamente un cristal en la parte superior de la pared, para poder captar la luz que entraba por la ventana que daba en la estancia anexa. Observé que había luz en su interior, por lo que me pudo la curiosidad, y no se por qué, me puse de puntillas para asomarme por el ventanuco con el cristal. Aquella visión cambiaría mi vida para siempre.     

La estancia estaba iluminada pero casi en penumbra. Solamente la iluminaba una pequeña lamparilla que estaba situada sobre la cama y orientada hacia la esquina del fondo. En la habitación solamente había una cama, una silla con la ropa de mi madre y una cortinilla que ocultaba un espacio que hacía de armario. Sobre la cama se encontraba tendida mi madre, desnuda, con la braga todavía en su tobillo derecho y su camisón en un extremo de la almohada. Estaba extendida ocupando una diagonal de la cama, con su pierna izquierda doblada hacia el suelo, de forma que yo tenía una visión perfecta de su coño, rojo, húmedo, palpitante. Su mano izquierda haciendo círculos alrededor de sus labios mayores,  mientras que con su mano derecha se pellizcaba los pezones, de uno al otro. Dos magníficos senos rematados por unos pezones duros y pitos, oscuros, hacían nublar mi mente. Para acabar aquella visión solo me faltaba ver su cara, sudorosa, llena de lujuria y desencajada de placer, con los ojos cerrados dejándose llevar por sus sensaciones internas que la hacían flotar en un mar de gestos morbosos. Su lengua relamiéndose sus carnosos labios, semiabierta, dejaba escapar pequeños gemidos de placer. Se metió un dedo dentro de su coño, luego dos. Pasados un minuto ya tenía tres, en un mete-saca casi brusco,  notando sus dedos totalmente empapados cuando los sacaba de su interior. Mi polla estaba a reventar. Me metí la mano bajo el calzoncillo y liberé mi falo, empezando a pajearme. Mi madre seguía con su tremenda paja, acariciándose los senos, penetrándose su coño. Se centró en su clítoris, dándole primero unos golpecitos con la palma de su mano. Seguidamente se volvió a introducir tres dedos en su coño, mientras que con la mano con la que se pellizcaba sus pezones se estimulaba ahora su su clítoris. Lo vi perfectamente. Ahora entendí de donde había heredado mi hermana su increíble clítoris. El de mi madre era si cabe más grande. Se chupaba los dedos para humedecérselos y poder acariciar todo el clítoris que le sobresalía. Primero lentamente, y después haciéndose círculos rápidos. Empezó a arquear la espalda, mientras la velocidad de su mano sobre su clítoris era brutal, se mordió el labio inferior y ahogando un grito le sobrevino un tremendo orgasmo. Dejó caer si cuerpo sobre la cama y retorciéndose de placer empezó a realizar movimientos incontrolados de pelvis y cadera,  mientras cerraba sus piernas atrapando la mano con la que se estaba masturbando. Le duró casi un minuto entero. Yo no podía soltar mi polla inmensa entre mis dos manos, pajeandome sin parar. Mi madre se quedó estática, en posición fetal. Empezó a moverse y levantó la cabeza hacia la ventana donde estaba yo asomado, viéndome asomado por el ventanuco. Oí a través de las paredes mi nombre, corto, seco, asustado. Me acaché y que quedé inmóvil. Paralizado. De inmediato oí abrirse la puerta y apareció mi madre, con su camisón sujetado con sus manos sobre su cuerpo. Ahí estaba yo, apenas me había dado tiempo de volver a meter mi polla bajo mis pantalones. Mi madre me podía ver solamente con mis calzoncillos, hinchado por mi polla erecta y mi cabeza agachada de vergüenza sin saber que decir.                                                            

-          ¿Se puede saber que estabas haciendo, Toni?, -me increpó mi madre en voz baja para no despertar a nadie.         

-          Pu…, pu, pues, no se. Vi luz……., no se, - tartamudeé.                 

-          ¿Que viste luz? ¿Qué no sabes? ¿El que no sabes? Me estabas espiando, -dijo con tono de indignación.

-          Buenos, yo, ….,  no se,…. –Volví a decir.                        

-          ¿Desde cuando estabas mirando?,- Mi preguntó.                  

-          No, nada, casi nada. –Le dije.                          

-          ¿Casi nada, casi nada?. Pasa dentro que tenemos que hablar,-me dijo mientras se hacía a un lado para que entrara a su habitación.

Entré con la cabeza baja. Había en el ambiente de la habitación un aroma a sexo que ya me era familiar por mis encuentros con mi prima y hermana. Me dijo mi madre que me sentara en la cama. Ella se dio media vuelta y se colocó rápidamente el camisón, pero le pude ver perfectamente su gran culo. Era precioso. Mi madre no llegaba a los 40 años, y se conservaba realmente bien. Y su culo era casi perfecto. Con el camisón puesto, éste le llegaba apenas a media pantorrilla, y le hacía un escote que marcando perfectamente sus tetas y canalillo, dejaba un espacio entre sus dos senos muy sugerente. Se sentó a un metro de mi, en el borde de la cama. Yo estaba en uno de los lados pero a los pies de la misma. Cruzó las piernas, pero pude ver de forma fugaz los pelitos de su coño. Mi polla para aquellos momentos ya estaba totalmente deshinchada. Incluso las ganas de orinar se me había pasado por el susto. Mi madre empezó un intento de dialogo.                  

-          Toni, no sé lo que habrás visto, pero quiero que sepas que en el mundo de los adultos hay cosas que quizás no se comprendan a tu edad, pero que irán teniendo sentido poco a poco,- me decía con una voz de comprensión, a lo que siguió intentando cambiar de discurso, -pero los espacios privados de cada uno deben ser respetados, y la habitación de los papas es uno de esos espacios, y no puedes ir espiando.                    

-          Pero si yo no espiaba, mama. Le respondí.                       

-          Ah, no? Pero si te he visto como mirabas a través del ventanuco. Me dijo sin intentar elevar la voz.

-          Sí, bueno, vi luz, y me asomé no sé porque, y entonces con lo que vi, no pude dejar de mirar,…., pero no lo volveré a hacer, de verdad. –Le dije convincente.

-          ¿Con lo que viste?, ¿que quieres decir Toni? –Me preguntó mientras se acercaba un poco a mi.

-          Pues no se, te vi a ti.-le dije.                          

-          Eso está claro, para eso es mi habitación, -me dio irónica, y siguió:  -¿pero que mas viste?

-          Pues,…… joooooo, mama. ¿Te lo tengo que decir? –le pregunté con voz de desconsuelo.

-          Si, -dijo mi madre tajante.                                   

-          Pu,…, pues, te vi a ti,….., desnuda, sobre la cama. –Le dije mientras levantaba la vista y veía como ella se llevaba una mano a la boca para tapársela en gesto de sorpresa. Y seguí: -estabas tumbada, tocándote con tus manos tus tetas y tu,….. tu……., tu eso, -le dije con un gesto con la vista hacia su entrepierna.

-          Vamos a ver Toni, como te lo explico. –Me dijo lentamente mi madre, como pensando en lo que diría a continuación.

-          Mama, mejor no me expliques nada. Estabas dándote placer tu misma. –Le dije serio, mirándole a los ojos.

-          Como?? –dijo mi madre asustada. –Pues buenos, ehhh,…. a ver Toni. Tienes casi 18 años. Yo a tu edad creo que no sabía tanto. Pero ya que lo dices, si, me estaba dando placer yo sola. –Me dijo intentando aparentar tranquilidad.                  

El ambiente con aquello se notaba que se había vuelto más distendido. Ya no se palpaba tanta tensión en el ambiente. Incluso quiso bromear mi madre con aquello, con comentarios como “lo mayor que se está haciendo el niño” y cosas similares. Tras esto le pregunté a mi madre si me podía ir. Ella me dijo que si, por lo que me puse de pié. Cuando iba a salir por la puerta me volvió a llamar mi madre, y me giré. Se había descruzado las piernas y el camisón lo tenia mas subido todavía. Se le marcaban los pezones a través, y me sonrió muy dulcemente. Mi concepto sobre mi madre cambió totalmente. Era una mujer preciosa. Mi miró hacia los calzoncillos y me dijo: “y no tendré en cuenta los que he visto sobre tu pene”. Me puse rojo como un tomate y le pregunté por qué. Ella me dijo que me podía asegurar que con el tamaño de mi pene iba a dejar muy satisfecha a mis novias. Me dio vergüenza y acaché la cabeza. Mientras me giraba para irme me dijo una última frase: “supongo que el tamaño sería por como os levantáis los chicos por las mañanas, y no por lo que has visto”. No me giré, solamente le respondí de forma casi inaudible: “puede ser, pero no estés tan segura”. Supongo que no oyó la parte final de la frase por que no me dijo nada.                           

Me dirigí al baño para definitivamente orinar. De camino al baño me vinieron a la cabeza recuerdos de lo vivido hacia escasos minutos, y mi polla se fue poniendo morcillona. Cuando llegué al baño cerré la puerta con pestillo. Lo tuve que hacer dos o tres veces por que iba mal, pero al fin creí que estaba bien puesto. Me puse frente del inodoro y vacié el contenido de mi vejiga. Cuando acabé mi polla seguía en estado de semierección, por lo que empecé a masturbarme muy lentamente, con los ojos cerrados recordando cada centímetro de la piel de mi madre, cada gesto de caricias que se hacía, cada dedo introducido en su sexo y como lo sacaba chorreante, cada cara de placer, cada pellizco de sus pezones. Se me puso erecta en apenas diez segundos, con lo que empecé a acelerar el ritmo de la masturbación. Me chupé los dedos y empecé a acariciarme el glande enorme y tenso que tenia. Cada vez me la estaba machacando con más fuerza y rapidez. Tenía preparado un trozo de papel higiénico para hacer de tope a los chorros de lefa y que no pringara todo el inodoro de mi semen. El momento se acercaba mientras seguía machacándomela con mi mano derecha. Coloqué el papel que tenía en mi mano izquierda  dos o tres centímetros de la punta de mi glande, cuando un sinfín de chorros de semen salían por mi polla para estamparse con verdadera violencia sobre la superficie del papel higiénico mientras acababan irremediablemente en el interior de la taza del inodoro. Mientras eyaculaba emitía un ronroneo de placer, bajándome la mano con la que me pajeaba hasta casi los huevos, tensando toda la piel de la polla y viendo como el glande se hinchaba en cada nueva emisión de semen.                                                                  

Cuando terminé de eyacular, con mi mano derecha sobre mi polla erecta, mi cuerpo vencido hacia atrás y los calzoncillos por los tobillos oí como se cerraba la puerta del baño de golpe. Dentro del baño estaba mi madre, con el camisón subido por la cintura, supongo que preparándose para orinar, y quieta como por un shock,  con los ojos como platos mirándome la polla y los restos de semen que seguían cayendo desde el papel higiénico al inodoro. Nuevamente me quedé paralizado, sin saber cómo reaccionar. Y no acabó aquí la situación, porque en apenas cinco segundos entraron dentro del baño mis dos primas y mi hermana. A todas parecía que le urgía el orinar, pero todas se quedaron paralizadas al ver mi polla entre mis manos. Solamente mi hermana y mi prima Sonia empezaron a reírse sonoramente.           

Yo sin saber como reaccionar, me introduje mi polla en el interior del calzoncillo, recogiéndolo de mis tobillos, mientras bajaba la cabeza muerto de vergüenza.            

Pero aquella situación cómica desembocó en otra mucho mas placentera, que contaré en la siguiente entrega.