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ESTHER (capitulo 2)

en Dominación

Permanecí de pie, mirándola desde mi posición privilegiada, ella, arrodillada y sumisa permanecía expectante, con la mirada baja, esperando mis instrucciones, esperando para cumplir mis deseos.

– ¡Bésame los pies puta asquerosa! –la ordene y con agrado comprobé que se lanzaba sobre ellos para cumplir mi orden.

– ¡Sabes que tengo que castigarte, que has sido mala!

– Si, mi señor.

– ¿Estas de acuerdo, comprendes el motivo del castigo? –insistí.

– Si, mi señor. Le he rozado con los dientes y me he manchado de semen.

– ¿Crees que mereces ser castigada?

– Si, mi señor, merezco todo lo que mi señor desee.

Una enorme oleada de ternura me invadió. En ese momento desee levantarla del suelo y abrazarla, y besarla, y cuidarla, y mimarla. Creo que me estaba enamorando, nunca había estado con una mujer así. Mi vida, en estos últimos tiempos solitaria por propia elección, estaba plagada de mujeres cabreadas, malhumoradas y bastante raspas con las que no resultaba fácil convivir … según mi opinión, que habría que escuchar a la otra parte.

– ¿Donde tienes las pinzas de tender la ropa? –la pregunte.

– En la cocina, en el primer cajón al lado del tendedero.

Me encamine a la cocina y cogí del cajón ocho pinzas y una cuerda nueva que había sin estrenar. Después, regrese al salón donde Esther me esperaba en la misma posición que la deje. La quite la correa que aprisionaba sus muñecas, me senté en el sofá  y la llame para que se acercara. Se incorporo del suelo y a cuatro patas se acerco a mi. Que visión tan  excitante, a gatas, desnuda, moviéndose con la elegancia de una felina. Cuando llego la acaricie la cabeza como a una gatita mimosa,  mientras ella se restregaba contra mi muslo. Mi mano se deslizo despacio por su espalda  hasta alcanzar su precioso trasero. Con la yema de mis dedos comencé a presionar su vulva, a recorrer su rajita de arriba abajo y de abajo a arriba, a pellizcar suavemente sus labios vaginales. Esther, retorciéndose de placer pasaba su cara por mi entrepierna, la frotaba con mi pene sin atreverse a ir mas allá sin mi permiso. La deje retozar un rato y la incorpore dejándola de rodilla,  la di la vuelta y pasé sus brazos por la espada poniendo los antebrazos horizontales,  en posición paralela. Cogí la  cuerda y corte un buen trozo. Até un extremo a una de sus muñecas y comencé a envolver  sus antebrazos formando un ocho, pasando de un brazo a otro, sin apretar mucho, lo suficiente para que no se pudiera soltar. No quería que la sangre se agolpara en sus manitas por falta de riego. La gire y quedo frente a mí, y era cierto, lo leí hace tiempo en un novela, las mujeres con los brazos atados de esa manera, muestran mas sus pechos, parece que sus tetas se disparan hacia delante. La separe las piernas lo mas posible para que su sexo quedara bien expuesto y comencé a pasar mis labios por su cuello, por sus hombros, mientras con las manos volvía a acariciar su trasero y sus genitales. Nuevamente comenzó a culear, a contorsionarse, primero levemente, luego con mas intensidad según se aproximaba el momento del orgasmo. Pero todavía no era el momento, aunque ya no podía demorarlo mucho  mas si no quería que la diera algo. Considere que era el momento adecuado para castigarla y retirando mis manos de sus genitales, cogí dos pinza y las coloque cada una en un pezón.

– ¿Te duele mi amor?

– Solo un poco mi señor.

Cogí otras cuatro pinzas y hurgando en su chocho los coloque en sus labios vaginales, dos en cada uno. Esther contrajo la cara en una mueca de dolor pero no se movió ni un milímetro. Como me gustaba verla así, con las pinzas colgando de su vagina y sufriendo. Estoy descubriendo en mi una faceta sádica que desconocía,  pero no me importa, me da igual porque ella lo acepta. Además, yo no estoy obligando a Esther a hacer algo que ella no quiera, solo tiene que decir vasta.  Pero estoy seguro que no lo va a hacer.

– ¿Y ahora, te duele?

– Solo un poquito, mi señor, –mintió, mientras dos lagrimones caían de sus  ojos.

Con mis dedos recorrí su rajita que ahora con las pinzas quedaba mas al descubierto. Y nuevamente se estremeció como si la dieran un calambre. Estuve así un rato corto y cuando vi que su cuerpo se tensaba y que  estaba nuevamente a punto, cogí otra pinza y se lo coloque en el clítoris. Grito, o chillo, no sabría decir lo que fue, la agarre del pelo y la obligue a tumbarse boca abajo, encima de mis rodillas. Con mi mano derecha  la azote el trasero con fuerza, sin contemplaciones. Se retorcía de dolor, lloraba, gritaba, pero no decía basta. No lleve la cuenta, pero fueron mas de treinta azotes, y pare porque cuando me empezó a doler  la mano. Su culo tenia un aspecto espectacular, soberbio, de un color rojo intenso. Con suavidad pase las uñas de mis dedos por su dolorido culo dejando líneas blancas que desaparecían al instante y arrancando de Esther algunos gemidos mezclados con llanto. Deslice mi mano hacia su entrepierna y comencé a acariciarla entre las pinzas. Su llanto fue desapareciendo poco a poco dando paso a gemidos de placer  cada vez mas intensos y a una aceleración de su respiración.  Su tórax se expandía y se contraía marcando sus costillas a pesar de estar boca abajo. Se me paso por la cabeza la idea de colgarla de la manos para admirar ese costillar que tanto me gustaba, pero lo descarte … al menos por el momento, que luego ya veremos. Estaba a punto, la incorpore, la puse de rodillas delante de mi, la quite las pinzas de los pezones y continúe estimulándola la rajita. Cuando la sangre comenzó a circular por sus pezones la produjo una mezcla de dolor y placer que la ayudo a ir alcanzando el clímax.

– ¡¡Quiero que te corras perra y que te chorree por las piernas!! ¿me has oído zorra?–la grite pero ya no podía contestar. Soltó un gemido largo y profundo mientras sus músculos se tensaban mostrándome  por primera vez unos preciosos abdominales. La quite la pinza del clítoris y comencé a manejarla con intensidad. Notaba en la palma de mi mano el roce con un clítoris enormemente hinchado y abultado,  y a cada movimiento que hacia, Esther  se contorsionaba y se crispaba mas hasta que al fin dejo escapar un quejido mucho mas intenso, de un tono mas grave, casi ronco que parecía que salía de su interior mas profundo. Note que mi mano, totalmente húmeda de sus jugos se llenaba de algo un poco mas espeso. Ella se mantuvo momentáneamente apoyada en mi brazo, mientras yo la mantenía sujeta por la vagina, hasta que al final se derrumbo y con suavidad la deposite en el suelo mientras ligeros espasmos recorrían su cuerpo. Mire mi mano y estaba llena de una sustancia blancuzca, fruto de su corrida. Acaricie su pelo, abrió los ojos y se lo mostré. Lo miró y parecía que la costaba trabajo enfocar, estaba como ida. Por fin, cuando pudo articular palabra preguntó

 – ¿Qué es eso?

– Esto es tuyo, –la contente con una sonrisa mientras  continuaba acariciándola–  te has corrido, mi amor.

Ella miraba sin comprender.

– ¿No has tenido nunca un orgasmo? –la pregunte, pero sabia perfectamente la respuesta. No me contesto e intento esconder su rostro contra el suelo. La veía tumbada, desnuda, indefensa, confusa y me dio pena. Una pena terrible. Y comencé a cabrearme, como era posible que alguien tan dulce como Esther se casara con un anormal como Moncho. Casi sin conocerla, tarde unos minutos en descubrir que quería, que deseaba de mí, y ese tonto, después de tres o cuatro años de matrimonio no se había enterado o no quería. Que injusta es la vida. A ella no la dije nada pero en ese momento decidí que la iba a ayudar a deshacerse de semejante gilipollas. Pensareis que soy un espabilado, porque si me deshago de Monchito la podría tenerla para mi siempre que quisiera. Y es cierto, tonto no soy, pero también me duele ella. Tengo una sospecha que me gustaría investigar. Esther, al principio, me dijo que él estaba en un curso del banco en Chicago de al menos tres semanas, que posiblemente serian mas. Yo tuve un cuñado, directivo en España de un banco británico y cuando se iba de cursos solo estaba una semana fuera de su casa. Cuando los cursos eran mas largos se hacían aquí. Solo faltaría que ese imbécil la estuviera poniendo los cuernos.

Me levante y me dirigí a una barra de bar que había en una esquina del salón. Cogí una botella de Macallan, un 18 años, y me llene un vaso mientras pensaba que el Moncho podría darme dos hostias, me follo a su mujer y me bebo su whisky, y el mas caro que tiene.

Desde la barra, mientras daba sorbos al vaso la miraba tirada en el suelo. No decía nada, solo me miraba con timidez esperando mis ordenes. Estaba claro que quería mas, de eso no había ninguna duda. Salí de la barra y me dirigí a ella. La ayude a levantarse cogiéndola de un brazo y me dirigí con ella al dormitorio. Deje el vaso en la mesilla y la fui desatando los brazos. Cuando los tuvo libres se los masajee para activarla la circulación y recordé que no la había quitado todavía las pinzas de la vagina.  Bueno, para lo que tengo pensado no estorban y cuanto mas tiempo los tenga mejor.

– ¿Quieres que siga? – la pregunte mientras la abrazaba acariciando su trasero.

– Quiero lo tu quieras mi señor, –respondió con sinceridad, mirándome a los ojo, demostrando una entrega total, una sumisión sin condiciones. Su actitud me agrado, ya no me sorprendió  y comprendí que si sabia hacerlo bien y no metía la pata, Esther seria mía.

Cogí la cuerda  y con un extremo comencé a  atarla la muñecas cruzadas por delante. De vez en cuando, aprovechaba para morrearla, y seguía atándola, y la volvía a morrear. Se notaba que la gustaba porque se lanzaba a mis labios como una posesa de deseo y costaba trabajo despegarla. Cuando termine de atar sus  muñecas, se las pase por detrás de su cabeza y con el extremo que quedaba de la cuerda se las ate al cuello dando varias vueltas no muy apretadas. Tuve la idea cuando pensé en colgarla de las manos.  Ahora, en esta posición el efecto era el mismo, su caja torácica se expandía por completo marcando todas sus costillas. Al verla tuve una erección instantánea y me dieron ganas de saltar sobre ella como un salvaje y fallármela con todas mis fuerzas. Recapacite durante unos segundo y lo deseche, todo llegara me dije y antes me la tiene que chupar un par de veces mas como mínimo, la tengo que comer el chocho largo y tendido  otro par de veces  … y tengo que intentar follarme sus pies … de alguna manera, aunque todavía no se como la idea de ver sus lindos piececitos llenos de semen me volvía loco.

– Estas sudada y pringosa cariño y en la cama hay que meterse lo mas limpio posible, –la dije mientras la abrazaba, siempre con una mano en su trasero. Ella lo agradecía y se notaba que  la gustaba porque intentaba sacar su culo hacia fuera para que se rozara mas con mi mano–  ven, que te voy a duchar, pero solo con agua, no quiero que nada enmascare tu olor.

Me dirigí al cuarto de baño y Esther me siguió solicita. La ayude a entrar en la bañera para que no resbalara y la dije que se arrodillara y separara las piernas tono lo que pudiera.  Con la ducha de teléfono en la mano, abrí el grifo de agua fría  que  empezó a salir con fuerza. Empecé a  mojarla mientras con la otra mano la frotaba por todas partes.. Con la carne de gallina y sus inflamados pezones duros como piedras,  Esther tiritaba de frío pero no se quejaba. Cuando estuvo limpia concentre el chorro de agua en su vagina y con un dedo fui recorriendo su rajita  en toda su longitud. Después mi dedo se concentro en su clítoris que todavía estaba un poco hinchado.  Nuevamente comenzó a respirar con profundidad. Con los ojos semicerrados intentaba atrapar ese momento, el comienzo de un proceso que terminaría en otro orgasmo. La deje gozar durante un rato y corte el agua. Con una toalla la seque  y la lleve a la cama. La tumbe boca arriba y la separe las piernas todo lo que pude.

– No las cierres si no quieres que te las ate –la amenace.

Me coloque entre sus muslos, con su vagina a escasos cuatro dedos de mi boca. Con las manos aparte las pinzas hacia los lados, lo que provoco que se estremeciera. Metí mis labios en su vagina y con la lengua comencé a explorar el hueco. Desde mi posición  veía como su diafragma se expandía y se contraía, como sus costillas salían hacia fuera mientras su vientre se ahuecaba. Ganada la posición de su coñito, con las manos comencé a acariciar sus pechos, sus axilas y sus costillas. Ella gemía, se convulsionaba mientras notaba como el placer la aumentaba a raudales sin poder evitarlo. Tampoco lo intentaba, estaba totalmente entregada. Seguía  trabajando con mi lengua cuando la quite la primera pinza. Se contrajo de dolor mientras yo la succionaba en el lugar exacto donde estaba la pinza. Con la segunda pinza no lo pudo evitar y cerro las piernas mientras profería un gemido de dolor o de placer, no se. Con la cuerda sobrante la ate los tobillos y separe sus piernas lo máximo posible. Volví a ocupar mi posición privilegiada delante de su vagina y continué con lo que estaba haciendo. Fui quitando las pinzas que quedaba mientras la chupaba cada vez con mas pasión. Esther se retorcía como una anguila intentando atrapar el máximo placer posible. Yo continúe imperturbable con mi actividad, saboreando sus jugos con una erección tan grande que me molestaba al estar aprisionada entre mi cuerpo y la cama. Pero seguí imperturbable, estaba decidido a arrancarla otro orgasmo antes de que se ocupara de mi pene. Y por fin llegó, se contrajo con sus músculos nuevamente en tensión mientras profería un gemido, largo, profundo  y ronco parecido al anterior. La seguí chupando el  clítoris hasta que dejo de tener espasmos. Me hacia gracia como aparecían sus abdominales, ocultos en condiciones normales,  cada vez que tenia un orgasmo. Nuevamente quedo como en trance lo que me facilito moverla. Con el pene a punto de explotar, la desate las pierna y la coloque al borde de la cama con la cabeza colgando. Con la cuerda ate sus rodillas pasándola por debajo del cuerpo.  En esa posición quedo con las piernas totalmente separadas y flexionadas, y su chocho totalmente abierto y expuesto. Su clítoris, abultado y extremadamente sensible, emergía entre sus pliegues vaginales como un iceberg en los  mares del norte. La agarre del pelo y en esa posición la penetre por la boca, después incline mi cuerpo hasta que con mi boca alcance su chorreante agujero. Esther empezó a contonearse inmediatamente intentando desatarse, pero no pudo. Notaba como oleadas de placer casi insoportables y  desconocidas para ella, la invadían sin remisión, sin poder evitarlo. Pero tampoco quería, estaba en un conflicto de intereses que la superaba. Yo permanecía con mi polla en su boca sin moverla, inmóvil, ha dejaba hacer a ella y con su lengua maravillosa lo hacia que te cagas. Y entonces, sincronizados, nos corrimos a la vez. Nuevamente Esther se contrajo, músculos tensos, abdominales y gemido largo, graves y roncos. Durante un rato largo permanecí  sobando con toda mi cara su coño mientras ella seguía gimiendo y chupando.

Me incorpore, me salí de ella y la desate, colocándola a lo largo de la cama para que estuviera mas cómoda. Cogí el vaso y di un trago mientras miraba la hora en el despertador. ¡¡Joder, ya son las nueve!! Como corre el tiempo, pensé. Pero me daba igual, no tenia prisa y ella tampoco. La notaba agotada, pero no se quejaba. Me tumbe a su lado y comencé a acariciarla despacio, muy lentamente. Pasaba mis manos por su vientre, por sus costados. Introducía mi rostro  en sus axilas, que con la sudada de los últimos orgasmos volvían a oler a ella. La desate las manos y la deje que me tocara, lo que hizo con timidez al principio. Durante un rato largo permanecimos así, abrazados y nos quedamos dormidos. Cuando desperté, instintivamente mis manos fueron a parar a su trasero que me atraía  sobremanera. Una de mis manos termino en su hueco y automáticamente comenzó a culear incluso dormida. Mire el despertador, eran las doce y cuarto y pensé que la noche tal vez no fuera suficiente para todo lo que tenia pensado, que cada vez era mas, tendría que empezar a seleccionar. Continuaba absorto en mis pensamientos cuando repare en que Esther se había despertado y movía el culo intentando rozarlo con mi mano. No había duda, quería mas y yo era la persona adecuada para dárselo, mientras me duraran las fuerzas. La miraba fascinado, –¡joder con la mosquita muerta lo que escondía!– pensaba absorto en mis pensamientos,  Movió una de sus manos y cogió la cuerda entregándomela. Se tumbo boca abajo y ella misma coloco sus brazos por detrás como la ultima vez, paralelos a la mitad de la espalda. Mientras la ataba. contraía el trasero intentando rozar su clítoris con la sabana en busca de placer. Y lo conseguía, lo notaba en su respiración. Esta niña  es automática, una maquina, parece como si tuviera un interruptor.

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