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Desafio de galaxias (capitulo 56)

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La nave presidencial, abarrotada de heridos, aterrizó en el complejo del Palacio Real de Mandoria. Rápidamente, cientos de sanitarios y personal militar, comenzaron a bajar a los heridos para llevarlos a los centros hospitalarios. Como siempre, Marisol se negó a ser la primera en ser evacuada de la nave, y eso que estaba un poco aturdida con los calmantes. Apoyada en su bastón, y con la ayuda de su padre, Anahis subió por una escalerilla auxiliar y se encontró con el presidente que estaba supervisando la evacuación de los heridos. Después de besarse, los condujo a su camarote donde se encontraba Marisol.

— ¿Qué tal paciente ha sido? —preguntó Anahis mientras se dirigían a su encuentro.

— ¡De puta pena! De verdad hijita que no sé como la aguantas, —la respuesta hizo reír a Anahis y a su padre.

— ¡Hombre! No habrá sido tan malo, —dijo el padre.

— ¿Qué no? he discutido con ella hasta porque la tengo en mi camarote, y eso que está medio drogada.

— ¡Normal! ¿a quién se le ocurre?, tenias que haberla dejado con los chicos, —dijo Anahis alegre pero ansiosa de verla.

— No está sola, Sara, su asistente, que también está herida y grave, está con ella en el camarote.

— Eso está bien, están juntas desde el colegio.

— ¿Cuánta gente ha estado con Marisol en el colegio?

— No tantos, no exageres papa, solo son tres: Paco Esteban, J. J., y Sara, con la particularidad de que Sara y Marisol eran compañeras de pupitre. ¡Ah! Y el marido de Sara, el general Felipe Pardo, pero él estaba un par de cursos por delante.

— Tengo que advertirte de una cosa, no quiero que te asustes, —dijo el presidente parándose antes de entrar— ya sabes que no corre peligro, pero no está bien, y además está muy marcada: tiene heridas en el rostro y en los brazos.

— No te preocupes, estoy preparada. ¿Los médicos que han dicho?

— Seguramente tendrán que operarla la pierna y ponerla una prótesis en el hueso, en cuanto a la herida del hombro, es fea, la lanza la atravesó y salio por detrás, tendrán que reconstruir el omóplato y los músculos. Está ha sido la vez que más cerca han estado.

Anahis traspaso la puerta y la vio sobre la cama del presidente, compartiéndola con Sara que estaba sedada e intubada. Desde la cama, Marisol la vio llegar y su rostro se iluminó a pesar de las heridas, el ojo amoratado y casi cerrado, y el respirador que se introducía en sus fosas nasales. Anahis no se dejó impresionar, y con una amplia sonrisa, y no sin trabajo, se arrodilló a su lado. La beso mientras la colocaba el flequillito. Marisol la acarició el rostro con los dedos.

— ¿Qué tal estás mi amor?

— Ahora bien. Creí que no volvería a ver esos maravillosos ojos azules.

— No digas bobadas.

— ¿Cuánta gente hemos perdido?

— Todavía no lo sabemos, no podemos acceder al interior del Fénix, pero estamos en ello.

— ¿Tenéis alguna cifra aproximada?

— No menos de cuatrocientos, entre la nave y los combates posteriores.

— ¡Joder! Hay que sacar los bancos de memoria, y hay que…

— ¡Eh! Nada de trabajo, —la interrumpió al tiempo que la ponía el dedo sobre los labios— Marión sabe muy bien lo que hay que hacer.

— Os estáis aprovechando de mí, desde que nos hemos piñado todo el mundo quiere darme ordenes, —Marisol estiró la mano para saludar al padre de Anahis que se la cogió y beso.

— Tengo que hablar con Felipe para contarle lo de Sarita.

— Felipe estaba en Almagro visitando a sus padres, y viene hacia aquí con los tuyos y los de Sarita. Llegaran en un par de horas, ya les hemos preparado un alojamiento en el Palacio.

— ¡Joder! Papa y mama, ¿se enteraron por ti?

— No, no, por la televisión, dieron la noticia desde el primer momento. He estado en contacto en ellos y ya están más tranquilos.

Cuatros soldados entraron en el camarote con una camilla de mano para llevarla al hospital.

— Primero Sarita, —Anahis sonrío e hizo una indicación a los soldados para que se la llevaran. Unos minutos después, otros cuatro soldados se ocuparon de ella. El canal federal transmitía en directo, incluso desde el interior de la nave. Toda la galaxia vio como la sacaban del camarote, mientras un sanitario sujetaba en alto las bolsas de suero, y cuándo aparecieron por la puerta exterior de la nave, miles de personas, que se había ido congregando comenzaron a aplaudir.


 

Una semana después, Marisol seguía en el hospital convaleciente de las heridas y de las operaciones posteriores. Ese día, Sarita llegó andando con precaución asida al brazo de Felipe, su marido. Las dos amigas se besaron y abrazaron mientras lloraban de felicidad, incluso a la madre de Marisol se le saltaron las lágrimas.

— ¿Qué tal estás Sarita?

— Tirando, pero mira, —respondió subiéndose la camiseta y mostrando su costado donde una larga cicatriz lo recorría desde la columna hasta el esternón— está cicatriz vale por todas las que tienes tú.

— ¿Será posible? ¡Vaya dos! —exclamó la madre de Marisol besando a Sarita — estaréis orgullosas del susto que nos habéis dado.

— ¡Mama! Que han sido los malos los que nos han atacado, —y mirando a Sara añadió—: ¿Te dieron ayer el alta?

— Si, desde ayer estoy en casa con Felipe, dándole el coñazo.

— ¡Tú a mí no me das el coñazo!

— Pues a mí, no sé cuándo estos cabrones me van a dar el alta. Estoy harta de…

— ¡Marisol! Ese vocabulario cuartelero por favor, —la reprendió su madre.

— ¡Y encima con mama! ¿Qué te parece?


 

Con Marisol todavía en el hospital, Marión reunió al Estado Mayor; había temas que tratar que no podían esperar. Los comandantes expusieron sus informes de situación, y el último que tomo la palabra fue el flamante general J. J. Gómez, de la Inteligencia Militar que se estrenaba en el Estado Mayor.

— Muy bien chicos, ya sabéis cómo están las cosas, —intervino finalmente Marión—. Hemos destruido nueve naves corsarias, pero tres lograron escapar. ¡A pesar de las dificultades, es inaceptable! Ante la opinión publica, hemos conseguido una gran victoria frente a las fuerzas corsarias, pero no nos equivoquemos, no ha sido para tanto, al contrario, es Marisol quien, con su actitud, ha convertido este desastre en una victoria. Hirell está llevando a cabo una investigación para descubrir como es posible que el enemigo lo supiera todo sobre el viaje del Fénix; teniendo en cuenta de que es imposible que descifren nuestras comunicaciones codificadas, solo queda la posibilidad de que tengamos una filtración.

— ¿Un espía? —salto Opx— ¡No me jodas!

— Pocos conocían los pormenores del viaje de Marisol, y mucho menos ciertos datos: los estaban esperando a la salida del vórtice y dispararon a las corbetas de escolta cuándo lo hacían; no tuvieron la más mínima posibilidad, ¿sabéis por qué?, porque conocían la frecuencia de emisión de los escudos.

— ¡Pero eso no es posible! —exclamó Pulqueria.

— Eso pensaba yo también, pero lo cierto es que el Fénix se salvó de la destrucción porque su capitán reconfiguró rápidamente las frecuencias después de los primeros impactos.

— ¡Vamos a ver! —dijo Esteban intentando razonar— ¿Quién tiene acceso a esa información?

— Todas las cuestiones relativas al viaje se tratan en una reunión con el capitán del Fénix, a la que asistimos, Anahis, Hirell y yo, —respondió Marión—. El capitán, no informa al puente hasta después de que la nave haya partido.

— ¡Joder! ¿Entonces? —preguntó Oriyan.

— Toda la información, se agrupa en un bloque de datos codificados que se envían al presidente Fiakro por un canal protegido, y a las cancillerías principales más cercanas al rumbo de la nave, en este caso fueron cinco, —respondió Hirell—. Lo hice yo personalmente, es un procedimiento estándar.

— De acuerdo, —dijo Opx— está claro que la filtración ha salido de las cancillerías… o de la presidencia, ¿pero y lo de los escudos?

— Esa información va en el bloque de datos, —continuo Hirell— ten en cuenta, que si se produce un accidente y los escudos del Fénix, o de los escoltas, se quedan activados, no podrían entrar las naves de socorro.

— ¿Estaba Maradonia en la lista de cancillerías?

— Afirmativo, y Numbar, Ursalia…

— ¿Estamos pensando todos, lo que yo estoy pensando? —preguntó el general Cimuxtel— porque como diría Marisol: “blanco y en botella”.

— ¡No general, no lo estamos pensando! —exclamó Marión tajante— mientras yo este aquí, y cuándo regrese Marisol también, no se va a acusar a nadie sin pruebas, ¿está claro? —hizo una pausa mientras los miraba a todos, y prosiguió— como ya os he dicho, Hirell ya está investigando y el presidente está al tanto de todo, pero Marisol no, y no quiero que cuándo vayáis a verla comentéis nada, aunque supongo que algo sospecha. Otra cosa: los psicólogos militares han detectado que la moral de la tropa ha bajado a causa de este incidente, y aunque sé positivamente que es un asunto que se solucionara, en el momento en que Marisol aparezca por la puerta del Hospital levantando la mano, no podemos estar permanentemente protegiéndonos detrás de ella. Es nuestra obligación mantener a las tropas listas y con la moral de victoria a tope. Sé positivamente que ninguno de nosotros somos como ella, ni todos juntos lo conseguiríamos. Marisol conecta con la gente con una facilidad que yo no comprendo como lo consigue, pero que es real, y nosotros tenemos que dar el máximo para estar a la altura. Esto tiene que seguir funcionando este ella o no.

— ¿En cuanto a los planes de batalla…?

— Todo sigue su curso normalmente, Si lo preguntas por el comienzo de la ofensiva desde Nar, los planes de Marisol son muy detallados y todavía hay que seguir esperando un poco más mientras las fuerzas de Esteban y Opx continúan progresando. ¿Alguna pregunta más?

— Si no hay nada más quiero decir algo, —dijo Anahis—: aunque sé que vais a pasar todos por el hospital, quiero deciros en nombre de Marisol, que os agradecemos las muestras de cariño que hemos tenido desde que Marión y yo, junto a muchos compañeros, resultamos heridas, y ahora con Marisol. De verdad, muchas gracias.


 

Por la tarde, los amigos se habían reunido en la habitación de Marisol: Paco Esteban, J. J. Gómez, más Sarita y Felipe Pardo de nuevo, que no querían perderse una reunión que no se producía hacia ya más de tres años y a la que asistía también Anahis. Llevaban un par de horas riendo, cuándo llego Marión con una bolsa de viaje.

— ¡Mis cosas! —exclamó Marisol.

— Y tu espada, —dijo Marión sacándola de la bolsa.

— ¿Se ha podido salvar algo de mi camarote?

— Si, si, no estaba tan mal como se podría suponer, —y guiñando un ojo con disimulo a los demás, preguntó—: por cierto cariño, ¿te fuiste de viaje sin ropa interior?

— ¡No digas tonterías!, ¡cómo me voy a ir sin ropa interior!

— Pues… no aparece.

— ¡Cómo que no aparece! —exclamó Anahis con los ojos como platos.

— ¡No me jodas nena que te han chorado las bragas! —exclamó J. J. soltando una carcajada.

— No me han chorado las bragas porque no las uso, uso tangas y, ¿dónde cojones están?

— ¡Ni idea! Ya te digo que no aparecen.

— Estaban en esa bolsa, con los sujetadores y los calcetines: como íbamos para pocos días, solo saque los uniformes para que no se arrugaran.

— Seguro que dentro de un tiempo las subastan en galaxinet, —dijo Sarita sin parar de reír y eso que la dolía el costado.

— ¡No me jodas!

— No te quejes, —dijo Paco Esteban— recuerda que te dedicabas a robarles las bragas a mis novias.

— ¡Eso no es cierto! —Anahis y Marión se quedaron con la boca abierta— no eran tus novias… y solo fue a una.

— ¿La robaste las bragas a la dientona de Isabelita Nájera? —preguntó Sarita sorprendida, y frunciendo el ceño, añadió—: eso no me lo habías contado.

— Además, recuerdo que era fea, —añadió J. J.

— No la miraba a la cara precisamente, —dijo Marisol con cara picara.

— Nadie lo hacia.

— Pero, ¿cuántos años teníais? —preguntó Marión divertida.

— No sé, ¿catorce o quince? —preguntó Esteban.

— Quince, —respondió Sarita— y, ¿no me robarías las mías?

— ¡Que no joder! Además, parte de la ropa que tenía en mi armario era tuya…

— Eso si es cierto, en mi armario pasaba lo mismo.

— Y nos duchábamos juntas.

— Con lo distintas que sois y siempre estabais juntas, —dijo Marión.

— No estábamos tan juntas, además, en el grupo estaban también Paco y J. J. —respondió Marisol— y a Sarita le dio tiempo a cazar a Felipe, y a mi de ir de chocho en chocho.

— Yo creo que es mejor que dejemos está conversación… —dijo Anahis que empezaba fruncir el ceño.

— Mi amor, son cosas que pasaron cuándo éramos jóvenes y teníamos las hormonas disparadas.

— Pues espero que… por tu bien, las hormonas se te hayan tranquilizado.

— Por supuesto mi amor, mis hormonas solo se disparan contigo.

— Además Anahis, Marisol ya empieza a estar mayor para perseguir chochitos.

— ¡Eh, eh! ¡No tan mayor! —protesto Marisol— que solo tengo treinta.

— ¡Pero que morro tienes! —exclamó Sarita— Ya has cumplido treinta y dos, como yo.

— Ha sido genérico, ¡Joder! treinta, genérico.

— ¡Marisol se quita años! ¡Marisol se quita años! — corearon todos mientras se partían de la risa, incluso la enfermera que acababa de entrar para cambiarla el goteo.

 — ¿No os da vergüenza reíros de una pobre herida en combate como yo?

— Bueno vale, no nos metemos más contigo si nos dices, que hiciste con las bragas de Isabelita Nájera, —propuso Felipe.

— Si, si, cuenta, cuenta.

— Desde luego, hay que ver como sois… de cotillas. No me lo puedo creer.

— Pues tú veras, pero no nos vamos a ir hasta que lo cuentes.

— Pues digamos que las tetas y los dientes, no era lo único grande que tenía Isabelita, —todos se la quedaron mirando.

— ¿Las mediste? —preguntó Paco Esteban.

— No, me las puse, y se me caían, —respondió Marisol soltando una carcajada.

— Siempre has sido un poco escurrida de culo, —afirmo Paco.

— En comparación con Isabelita, desde luego.

— Pues a mí me gusta, lo tiene perfecto, —afirmo también Anahis.

— Lo que te pasa es que la pasión te ciega, —dijo J. J. riendo.

— A ver si te voy a tener que dar una leche, —le amenazo Marisol— como sigas metiéndote con mi culo.

— No nena, tienes un culo que te cagas.

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