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Entrega total (capitulos 1 a 7)

en Sadomaso

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ENTREGA TOTAL

Capitulo 1

1

Las primeras luces de la mañana se abrían paso en el horizonte, cuándo Paco regresó a casa. Había estado de correrías con un grupo de compañeros de trabajo, y cómo siempre, y aprovechando la ausencia de mujeres en el grupo, terminaron en un puticlub: a ciertas horas, casi el único sitio dónde te sirven copas.

Estaba sereno: nunca bebía alcohol cuándo tenía que conducir. Le gustaba tener el control en todas circunstancias. Aunque esa costumbre tenía sus inconvenientes: siempre tenía que llevar a casa a un par de damnificados de la juerga nocturna.

Subía por las escaleras, y un poco antes de llegar al rellano de su piso, vio a su vecina Marta sentada en el suelo con el hombro y la cabeza apoyada en la pared. La gabardina abierta dejaba ver casi la totalidad de sus piernas porque la falda estaba arremangada casi hasta las ingles, y gracias a las medias negras no se le veía el tanga: solo se le adivinaba. Nada más verla comprendió que estaba borracha cómo una cuba. De un vistazo comprobó dos cosas: tenía las llaves de la mano y la faltaba un zapato. No se preocupó por él porque el pie descalzo, sobre todo la media, presentaba muestras inequívocas de que había estado andando sin él. Vio que las uñas de los pies las tenía pintadas de color rojo intenso, y aunque no le produjo una erección desaforada, si se la puso morcillona. Era una situación nueva para él y le ponía.

La zarandeo suavemente para ver si se despertaba pero resbaló lentamente hacia atrás y se quedó tumbada sobre los peldaños bocarriba resbalando un poco hacia abajo. El jersey se le subió dejando al aire un decorado ombligo con un piercing.

—«¡Anda! que estás buena, pero de alcohol» —pensó Paco mientras la cogía la llaves de la mano. Abrió la puerta del piso de Marta, encendió la luz y la levantó en brazos. Pasó con ella y con el pie cerró la puerta.

Mientras avanzaba por el corto pasillo buscando el dormitorio volvió a pensar en el pie: era bonito y atrayente. Entró en el dormitorio y la dejó cómo un fardo sobre la cama: estaba cómo muerta. La quitó la gabardina a tirones y estuvo tentado de seguir con el resto de la ropa, pero se contuvo. El mismo se sorprendió. Era consciente de que no era una buena persona, era un cabrón: no le importaba y lo tenía asumido. Trabajaba en una financiera internacional cómo jefe de división, y eso le hacia ser un mal tipo por elección: el engaño y la manipulación eran su guía en la vida. Pero Marta era su vecina y aunque no tenía relación con ella, poco más que saludarse en la escalera, no le parecía bien aprovecharse.

Ya que estaba allí y tenía ocasión, se puso a cotillear por la casa. La recorrió dando un vistazo y comprobó que no era muy ordenada aunque se la veía limpia. Regresó al dormitorio donde Marta seguía KO, y se puso a mirar por los cajones de la cómoda. Vio su ropa interior, que no era nada espectacular: bragas, un par de tangas y varios sujetadores de copa grande. No le importó, porque algo que Paco no era, es ser fetichista de la lencería: a las mujeres le gustaba tenerlas totalmente desnudas.

Abrió otro cajón y vio unos cuadernos que llamaron su atención. No eran nada del otro mundo: cuadernos de espiral normales y corrientes. Había ocho y cada uno era de color distinto y de marca variada, pero del mismo tamaño, y estaban numerados. Cogió el que estaba más arriba y lo abrió. Era de doble rayado y estaba escrito con letra clara, aunque no excesivamente bonita. Lo que empezó a leer le llamó poderosamente la atención. Se quitó la cazadora, cogió el resto de cuadernos y se sentó en la descalzadota que había junto a la cama. El número uno tenía fecha de ocho años antes y terminaba el 31 de diciembre. Cada cuaderno correspondía a un año. Los estuvo ojeando porque quería centrarse en los dos últimos. Vio claramente una progresión en un pensamiento de sumisión insatisfecha. Una mujer frustrada que necesitaba urgentemente sentirse realizada con alguien que la marcara el camino, y llegó a la conclusión de que el hombre que lo consiguiera tendría una pareja sumisa y obediente para siempre. Esos pensamientos provocaron una erección definitiva en Paco, cuándo imaginaba todo lo que podía hacer con Marta y el potencial que había en ella.

No lo pensó más, se levantó y a tirones la sacó la ropa que la quedaba, que no era mucha. La miró detenidamente. No era un bellezón, pero era manifiestamente mejorable: definitivamente tenía potencial. Según su criterio, las mujeres treintañeras están en la mejor época de su vida. También comprobó que no era rubia natural: el pelo púbico la delataba. Sin lugar a dudas algo a solucionar. La levantó en brazos y la llevo al baño. La dejó en el suelo, la incorporó poniéndola la cara sobre el váter y la introdujo los dedos en la boca provocándola el vómito. En ese momento pataleo un poco: nada que Paco no pudiera controlar. Después volvió a quedarse cómo muerta y la llevó de nuevo al dormitorio. Acercó la descalzadora, se sentó, y agarrando los pies de Marta empezó a frotarse la polla con ellos.

Siguió leyendo y empezó con el último cuaderno, el más reciente en el tiempo, que fue revelador.

«Me voy con cualquier hombre buscando no sé muy bien que: seguramente un placer inalcanzable para mí… me la meten en la boca, me follan cómo los conejos, hacen conmigo lo que quieren, pero no consigo nada… me he convertido en una gran fingidora: cuándo me impaciento finjo… hace mucho tiempo que no sé lo que es un orgasmo, si es que lo he sabido alguna vez. Posiblemente no».

Paco se quedó pensativo analizando las párrafos que acababa de leer mientras seguía frotándose con los pies de Marta que seguía cómo muerta. Cuándo notó que estaba a punto de correrse, se levantó, se acercó a su cara y abriéndola la boca con la mano, eyaculó en su interior llenándola de esperma. Sintió cierto placer suplementario viendo cómo le resbalaba el semen pos la comisura de los labios.

Se sentó otra vez en la descalzadora y siguió leyendo con los pies de Marta nuevamente sobre su flácida polla.

«Todo lo que me pasa es culpa mía y necesito ser castigada… yo misma lo intento y me azoto con la fusta, pero no golpeo con la suficiente fuerza… ¿existirá el hombre que me castigue y me domine cómo yo necesito?»

—Claro que si pequeña, —dijo en voz alta Paco levantando la vista del diario brevemente para mirarla—. Si lo que quieres es castigo, no te preocupes que te vas a cagar.

«Esta es mi última anotación. Mi vida esta vacía y no tiene ningún sentido. He tomado una decisión. Voy a bajar al metro y me voy a tirar».

Levantó la vista del cuaderno y la miró atentamente. Desnuda, medio atravesada en la cama, los pies colgando y un reguero de semen y baba saliendo lentamente por la comisura de la boca. Sintió ternura por ella y empezó a entender lo que había pasado. Fue incapaz de tirarse al metro y acabar con su vida, y ahogó su frustración en alcohol.

Se levantó y dejó los cuadernos en el cajón. Abrió el armario y miró en su interior: no tenia un ropero extenso. Raro en una mujer. Encontró lo que buscaba: la fusta. Se acercó a Marta, la puso bocabajo y la propino un fuerte fustazo en el trasero. Se quejó un poco, pero no se despertó. Paco comprobó cómo el fustazo dejaba una marca rojiza en su piel. Pasó la mano y sintió con cierto placer el relieve del verdugazo.

Con una mano la echó por encima la ropa de la cama, cogió su cazadora y salio de la habitación apagando la luz. Miró la hora: eran las siete y media, —«esta, cómo muy pronto hasta después de comer ni se menea»— pensó mientras salía del apartamento con las llaves de la mano.

Ya tenía un plan: sabía muy bien lo que tenía que hacer.

2

Estuvo durmiendo hasta la hora de comer. A esa hora, se levantó y después de ducharse comió algo ligero. Se vistió en plan informal, con unos vaqueros y una camiseta ajustada que marcaba un poco sus músculos. Paco era un hombre que se cuidaba, y a pesar de sus casi cincuenta años, le faltaban unos meses, su aspecto era envidiable. Para él era parte de su personalidad arrogante, autoritaria y dominadora. Entendía que tenía que serlo para mantenerse a su edad en el puesto que ocupaba en la compañía. Era un lobo, el puto macho alfa, y muchos lobeznos que habían intentado quitarle su privilegiado puesto, habían terminado inclinándose ante él ofreciéndole el cuello. Su extensa experiencia y su conocimiento del área de las inversiones internacionales le hacían tener unas cifras espectaculares, y no tenía el más mínimo escrúpulo en deshacerse de cualquiera que pudiera ser una amenaza a su estatus. Eso sí, la dominación sexual no era lo suyo. Es cierto que le gustaba llevar la iniciativa cuándo tenía una mujer en la cama, pero de ahí a ser un “master” había un mundo.

Se puso una chaqueta y con paso decidido, y las llaves de Marta de la mano, se encaminó a un encuentro que debía de ser crucial: había decidido entrar a lo bestia, sin chorradas ni miramientos. La iba a dominar desde el principio sin concederla la más mínima oportunidad de decisión.

Salio al rellano e introdujo la llave en la cerradura. Al entrar vio que todo seguía igual y que Marta debía seguir durmiendo. Entró en el dormitorio, encendió la luz y apartó de un tirón la sabana que aun cubría su cuerpo desnudo.

Tardó en reaccionar: estaba claro que no se había recuperado. Lentamente se tapó la cara con la mano para protegerse de la hiriente luz artificial. Después miró a Paco y se sobresaltó al tiempo que era consciente de su desnudez. Instintivamente cogió la sabana e intentó cubrirse y mientras le miraba sin entender nada, se incorporó.

—¿¡Por qué te tapas!? —la chilló mientras avanzaba hacia ella—¿Te he dicho que lo hagas?

Con ojos temerosos dejó caer lentamente la sabana mientras se sentaba sobre la cama.

—Te he hecho una pregunta. ¡Responde! —Marta se limitó a contestar meneando la cabeza.

Paco se sentó en la descalzadora y la llamó con la mano señalando el espacio entre sus piernas. Un tanto indecisa obedeció: bajó de la cama un poco desorientada y se sitúo entre las piernas de Paco mientras intentaba taparse con las manos.

—¡Las manos a la espalda y de rodillas! —ordenó tajante y Marta obedeció. Cuándo la miró de frente, vio que aun tenía restos secos de semen en la mejilla. La imagen le provocó una primera erección—. ¿Sabes cómo te encontré anoche?

Marta se limitó a negar con la cabeza mientras bajaba la mirada.

—Mírame a la cara, —y la ayudo levantándola la barbilla con el dedo. Miró sus ojos claros y ella le sostuvo levemente la mirada para volver a bajarlos. Sin pensarlo la dio un pequeño bofetón, más bien una torta. Hizo un intento de tocarse la mejilla, pero rectifico y volvió a poner las manos a la espalda—. Te he dicho que me mires.

Levantó la mirada y esta vez la mantuvo sin bajarla. Paco levantó la mano y la acaricio la mejilla y el pelo con ternura.

—¿Cómo te encuentras?

—Me duele mucho la cabeza, —balbució.

—Luego te daré algo para eso. Anoche te encontré borracha e inconsciente en el rellano de la escalera. ¿Qué tienes que decir? —Marta se limitó a encoger los hombros—. ¿Algo tendrás que decir?

Marta se mantuvo en silencio. Paco notó los deseos casi irrefrenables en Marta de bajar la mirada.

—¿Por qué bebiste tanto? —ante su silencio volvió a propinarla otra bofetada, esta más fuerte.

—Salí a hacer una cosa… algo que no fui capaz de hacer… y… y… entonces me emborraché, —Paco pasó la mano por la mejilla de Marta para recompensarla y a continuación la rozó los labios con la yema de los dedos.

—Muy bien: buena chica. ¿Quieres que te toque? —Marta se encogió de hombros, pero vio en su mirada que si quería. Con la yema de los dedos de la mano izquierda fue descendiendo lentamente por su vientre hasta la zona vaginal, pero sin llegar a tocarlo, mientras la metía un par de dedos de la otra mano en la boca. Vio con nitidez cómo se le nublaba la vista—. Ahora dime, ¿qué era eso que querías hacer y que no fuiste capaz?

A Marta se le escapó una lagrima, al tiempo que intentaba apretar su vientre contra los dedos de Paco. Este, sacó los dedos de la boca y volvió a acariciar la mejilla de Marta.

—Te vendrá bien contarlo: desahógate, —la animó con suavidad.

—Salí a matarme, —dijo después de titubear un poco.

—y ¿por qué querías hacerlo?

—Porque mi vida es una mierda: nadie me quiere.

—¿Por qué dices eso? Yo podría quererte, —dijo Paco mientras bajaba definitivamente más la mano izquierda hasta la zona vaginal—. Solo tienes que ganártelo, pero primero mereces un castigo, porque eso que hiciste anoche no debiste hacerlo: será un castigo acorde a la gravedad de la falta.

Marta reaccionó apretando la vagina contra la mano de Paco, mientras un gesto de placer recorría su rostro. Su respiración se aceleró.

—¿Estás de acuerdo en que mereces un duro castigo? —Marta afirmó con la cabeza y Paco la dio otro bofetón que casi la hizo perder el equilibrio, y eso que estaba de rodillas— ¡Contesta!

—Si…

—¿¡Si, que!?

—Que si merezco ser castigada

—Muy bien, buena chica, pero eso será más adelante: tenemos mucho tiempo. Ahora mismo tengo la polla a reventar ¿qué crees que tienes que hacer? —preguntó mientras insistía un poco más en la vagina de Marta. Separó las manos que tenía a la espalda y desabrochó el cinturón y el pantalón. Metió la mano en la bragueta y extrajo la magnifica polla de 19 centímetros de Paco. Empezó a masturbarle con las dos manos, pero él la rectificó—: hazlo solo con la boca y muy despacio.

Marta se aplicó con sorprendente fervor. La gruesa polla de Paco desaparecía hasta la mitad lentamente en el interior de su boca para volver a salir mostrando toda su longitud. Se notaba que no tenía mucha experiencia, pero si de algo estaba seguro, era de que con el tiempo y la practica lo haría cómo los ángeles. Cuándo notó que estaba próximo a correrse, se levantó y miró desde arriba cómo Marta se engullía su polla. Finalmente, se corrió llenando su boca de su abundante semen que se salía por la comisura de los labios. Cuando sacó la polla, todo el semen cayó al suelo mezclado con babas en hilillos interminables.

A estás alturas Marta no comprendía nada. Estaba en un estado de total confusión y de total excitación a partes iguales. Sentía un deseo irrefrenable de obedecer a un tipo al que solo conocía de vista, del que no sabía ni su nombre, que se había colado en su casa, la había abofeteado y se había corrido en su boca. A pesar de todo, se sentía extrañamente feliz obedeciéndole.

—Acabas de cometer otra infracción que merece castigo: has desperdiciado mi semen dejándolo caer al suelo, —dijo Paco, y cogiéndola del pelo la acercó a la descalzadora dónde se sentó. La puso bocabajo sobre sus piernas y empezó a darla fuertes azotes en el trasero. Mientras los contaba en voz alta, Marta intentaba protegerse el culo con las manos. Entonces se quitó el cinturón y siguió con el sin importarle dónde caía el golpe: en el trasero o en las manos. Le dio treinta, y cuándo termino, la dejó caer al suelo mientras lloraba desconsolada. Se arrodilló a su lado, la puso bocabajo y sujetando fuertemente sus manos a la espalda, empezó a masturbarla. Un par de minutos después, estaba berreando cómo una zorra con un primer orgasmo que la dejó inerte y sudorosa.

La dejó recuperarse un poco, y después la levantó del suelo, se sentó en la descalzadora y la colocó otra vez de rodillas entre sus piernas.

—Esto ha sido una pequeña muestra de lo que te ofrezco. Conmigo no te tienes que preocupar de nada. Yo lo decido todo: yo ordeno y tú obedeces sin rechistar. Así de simple. Te llevaré a unos niveles de placer que ni imaginas. A un nivel dónde el placer y el dolor se dan la mano: considero que necesitas ser castigada constantemente. Si te vienes conmigo dejas de tener voluntad: tu cuerpo, tu alma, tu espíritu, son míos para hacer lo que quiera, —según escuchaba las palabras de Paco, Marta notaba cómo se humedecía otra vez— también dejaras tu trabajo: vivirás de mí y yo te proporcionaré todo lo que necesites. Te aseguro que no te faltara de nada. Resumiendo: jamás dirás no a lo que te pida. ¿Necesitas pensarlo? —Marta negó con la cabeza— ¿Estás de acuerdo en mis condiciones? Afirmó con la cabeza y cómo recompensa la metió la mano entre las piernas y empezó a frotar con vigor la vagina de Marta que instantáneamente empezó a gemir hasta que se corrió en su mano.

—Bien, pues vamos a casa, —y sin dejarla recuperarse, la agarró por el pelo y se levantaron. Con Marta desnuda salieron al rellano y entraron en la casa de Paco.

3

—Está va a ser tu casa a partir de hoy, —dijo Paco cuando traspasaron la puerta de su ático, que era más del doble de grande que el Apartamento de Marta, y eso sin contar la terraza—. Más tarde te pasaré una lista con tus obligaciones. Todas las cumplirás a rajatabla: sin excepción. Pero resumiendo: dormirás conmigo, te ocuparás de las cosas de la casa, y eso significa que, cómo ya te he dicho, dejaras tu trabajo. Por supuesto, aquí siempre estarás desnuda y siempre disponible para mi: tu cuerpo me pertenece y puedo hacer con él lo que quiera. ¿Alguna duda? —Marta meneó negativamente la cabeza—¡perfecto! Otra cosa: sé que necesitas ser castigada y tienes mucho atraso. Nos iremos poniendo al día en ese tema. Durante la semana el castigo será más suave, pero algunos fines de semana iremos a la casa que tengo en el campo. Allí puedes chillar todo lo que quieras que nadie te va a oír, y te aseguro que lo vas a hacer.

Instintivamente, Marta se llevó la mano al chocho. Estaba terriblemente excitada y las palabras de Paco la habían puesto a cien. A pesar del terrible dolor de cabeza, su mente intentaba comprender que la estaba pasando, por qué se sentía feliz escuchando las terribles y amenazantes palabras de su amo. No se sentía con fuerzas para enfrentarse a él, ni quería. Ahora mismo su máximo deseo era que la maltratara con saña y que la follase con violencia.

     —No me importa que te toques, pero me tienes que pedir permiso, —inmediatamente dejó de tocarse.

     —Lo siento… yo… no sé como te llamas, —dijo como avergonzada.

     —Me llamo Paco, pero aquí en casa, cuándo estemos solos, siempre te dirigirás a mi como amo. Creo que te llamas ¿Marta?

—Si amo.

En el fondo, Paco estaba sorprendido de lo fácil que estaba resultando todo. Tenía previsto haber hablar mucho más, pero Marta había entrado al trapo rápidamente. Se empezaba a dar cuenta de hasta que punto había encontrado un chollo increíble: iba a tener una esclava en casa, en pleno siglo XXI.

—¿Y bien?

—Quiero tocarme amo.

—Muy bien: puedes hacerlo, pero ponte de rodillas y separa bien las piernas. Quiero ver cómo te corres cómo una perra salida, —se puso de rodillas mientras Paco se sentaba en el sillón. Empezó a masturbarse con mucho brío y a los pocos minutos tuvo un orgasmo que la hizo retorcerse mientras su chocho chorreaba.

—Ahora que te has corrido con mi permiso, lo siguiente que vamos a hacer será lavarte, que te hace falta, y a continuación, te voy a estar follando y castigando hasta la hora de la cena, —dijo dándola un azote en el trasero. Marta dio un chillido y se acarició el trasero—. Vamos, desátame los cordones de los zapatos—. Marta de arrodillo a sus pies y se afanó en cumplir la orden mientras Paco empezaba a desnudarse. Después, la agarró por el brazo y la llevó hasta la ducha. Entraron en ella y se dispuso a lavarla la cabeza, —las manos en la nuca, —ordenó cuándo terminó y Marta obedeció de inmediato. Pasó sus manos jabonosas por el cuerpo de su nueva esclava. Con detenimiento recorrió sus tetas y comprobó que efectivamente, aunque no eran espectacularmente grandes, estaban pero que muy bien. Trasero no tenía mucho, y eso le complació porque no le gustaban las mujeres culonas. Las piernas estaban bien formadas, aunque con ejercicio físico mejorarían. Tobillos finos y unos pies perfectos: ya los conocía después de masturbarse con ellos la noche anterior.

—Siéntate en el suelo y separa bien las piernas, —cogió una maquinilla de afeitar y después de enjabonarla bien el chocho comenzó a afeitarla. Marta de dejo hacer con cierto deleite y su respiración se empezó a acelerar mientras el ritmo cardíaco se disparaba. Cuando término, la metió un dedo por la vagina y con la palma de la mano empezó a frotarla el clítoris. Cuándo notaba que estaba al borde del orgasmo, paraba y a los pocos segundos volvía a empezar. Así estuvo cuatro o cinco veces mientras el agua de la ducha caía sobre ellos. Finalmente, la hizo poner de rodillas y metiendo la mano entre sus piernas, la empezó a frutar hasta que se corrió otra vez en la palma de la mano, mientras su cuerpo convulso se apoyaba en su brazo. Esta vez si chilló de placer.

—Mañana, como es domingo, vamos a ir a El Rastro: quiero empezar a comprar cosas. Luego vamos a ir a Fuencarral para comprarte ropa que la que te he visto no me gusta: conmigo vas a enseñar mucha más carne. Te voy a convertir en un pibón para poder exhibirte. Saldremos temprano que hay mucho que hacer y porque antes de salir te voy a follar: así será todos los días sin excepción. Cuando me vaya a trabajar te voy a dejar bien follada. ¿Está claro?

    —Si amo.

    —Pues ahora que ya estas limpia, vamos a empezar, —dijo sacando una corbata del armario ante los ojos expectantes de Marta.—. Esto servirá. Date la vuelta.

    Marta se giró y Paco ató sus manos a la espalda. La empujó hacia la cama, y abriéndola las piernas la introdujo la polla en la boca mientras empezaba a comerla el chocho. Marta, que desde que la despertó Paco está en una situación de excitación permanente, explotó rápidamente en un orgasmo que hizo que, sin poder remediarlo, la polla se saliera de su boca. La respuesta fue fulminante y recibió el castigo correspondiente: cogió un cinturón y tapándola la boca con fuerza empezó a golpearla con saña en el vientre. Marta pataleaba y Paco la daba más fuerte hasta que finalmente se cansó.

    —¡No vuelvas a sacarte mi polla de boca! —y la volvió a meter mientras Marta seguía llorando. Volvió a separarla las piernas y siguió chupando y a los pocos segundos notó como su flamante esclava volvía a correrse. «¿Será multiorgásmica esta zorra?» Pensó mientras insistía en comerla el chocho. Unos minutos después notó como tenía otro confirmando su suposición.

—«Este es el chollo de mi vida: ninfómana reprimida, masoquista, sumisa» —pensaba Paco mientras veía el cuerpo sudoroso y con ligeros espasmos de Marta tirado en el suelo—. «Esta zorra no se me escapa».

CAPITULO 2

CONTRATO DE SUMISIÓN DE MARTA GARCÍA

Marta García, sumisa, en posesión de su persona, consiente y manifiesta que desea y pretende entregarse totalmente en las manos de Paco, su Amo. Por su parte el Amo, Francisco Owner (Paco), consiente y manifiesta que desea y pretende tomar posesión de su sumisa, Marta.

Por la firma de este Contrato de Sumisión, se acuerda que la sumisa cede todos los derechos sobre su persona, y que el Amo toma completa posesión de la sumisa como propiedad, reclamando para sí mismo su vida, su futuro, su corazón y su mente.

1.0. Deberes de la Sumisa

(a) La sumisa acepta obedecer y someterse completamente al Amo. Sin limites de lugar, tiempo o situación, en la cual la sumisa pueda deliberadamente rechazar obedecer las ordenes de su Amo. El no, no es una opción.

(b) La sumisa también acepta, una vez firmado el Contrato de Sumisión, que su cuerpo pertenece a su Amo, para ser usado como este considere conveniente.

(c) La sumisa comprende que todo lo que tiene, y todo lo que hace, pasara de derecho a privilegio, otorgado solo cuando el Amo lo desee, y solo hasta el punto que él lo desee.

(d) La sumisa esta de acuerdo en atenerse a la decisión del Amo en todo momento.

(e) La sumisa renuncia a cualquier posibilidad de veto de las ordenes del amo.

2.0. Conducta de la Sumisa: General

(a) La sumisa se esforzara en amoldar su cuerpo, apariencia, hábitos y actitudes conforme a los deseos del Amo. La sumisa está de acuerdo en cambiar sus actos, forma de hablar y vestidos para expresar su sumisión. La sumisa hablara siempre a su Amo en términos de amor y respeto. Se dirigirá a él apropiadamente: en privado cómo “amo” y en público por su nombre

(b) La sumisa ambicionara y se esforzara en aprender como agradar a su Amo y aceptara agradecida cualquier castigo y en cualquier forma que el Amo elija.

(c) La sumisa renuncia a todo derecho de intimidad u ocultamiento a su Amo. Esto incluye fotografías y videos de la sumisa, en cualquier situación, para ser usadas y mostradas por el Amo como este considere conveniente.

(d) La sumisa esta de acuerdo en exponer todos sus deseos y fantasías a la consideración del amo.

(e) La sumisa responderá sincera y completamente, todas y cada una de las preguntas que el Amo le haga. La sumisa dará voluntariamente cualquier información que su Amo deba conocer sobre su condición física y emocional.

(f) Cuando este en la misma habitación que su Amo, la sumisa pedirá permiso antes de salir de ella, explicando donde va y por qué. Esto incluye pedir permiso para usar el aseo.

(g) La sumisa será responsable de mantener la limpieza y disponibilidad de todos los juguetes. Ninguno será usado sin el expreso permiso del Amo.

(h) La sumisa es responsable del mantenimiento y realización de los quehaceres domésticos. Esto incluye lo siguiente:

        —Cocinar: Incluido preparar la comida para el Amo y para ella misma.

        —Limpiar: Incluido pasar la aspiradora, quitar el polvo y limpiar cocina, baño.

        —Hacer la colada. La ropa del amo siempre estará limpia y planchada.

        —Pagar todas las facturas en el momento oportuno.

        —Hacer los recados y la compra.

3.0. Apariencia de la Sumisa.

3.1. General.

(a) La sumisa mantendrá y adornara sus órganos sexuales, asegurándose de que sean perfectamente accesibles para su Amo. Todas las partes del cuerpo de la sumisa podrán ser expuestas en público o en privado, para otros o para su Amo, cuando así sea ordenado.

(b) La sumisa nunca cerrara ni cruzara sus piernas en presencia de su Amo, a menos que se le haya otorgado permiso especifico.

(c) La sumisa nunca usara ropa interior sin supervisión del Amo, excepto cuando le sea permitido usar shorts, tangas o pantis, y no cubrirá su cuerpo con vestidos o cualquier material, excepto cuando el hacerlo y el diseño del vestido o el material sean expresamente aprobados por el Amo.

(d) Minifaldas, botas, zapatos de tacón, ligas o medias, y tops o vestidos reveladores será su principal vestimenta en público.

(e) La sumisa mantendrá su sexo limpio y rasurado, así cómo el resto de su cuerpo. Solo se la permite tener pelo en la cabeza.

(f) La sumisa cortara, peinara y teñirá su cabello como ordene su Amo.

(g) La sumisa tendrá las uñas de pies y manos pintadas y cuidadas como desee su Amo.

(h) El Amo tiene derecho a tatuar, poner piercing o marcar el cuerpo de su sumisa.

(i) La sumisa llevara todo el tiempo, 24 horas al día, 7 días a la semana, una señal de su sumisión, dada por su Amo.

3.2. Particular de Marta.

(a) La sumisa nunca fumara.

(b) La sumisa solo beberá alcohol con su amo.

(c) La sumisa nunca consumirá drogas.

(d) La sumisa se mantendrá siempre y sin excepción, entre un peso corporal de 45 y 47 kilos.

(e) La sumisa estará siempre perfectamente bronceada de manera integral.

(f) La sumisa hará ejercicio en casa todos los días siguiendo las instrucciones del Amo.

4.0. Normas del Amo.

El amo tiene poder absoluto sobre su sumisa.

5.0. Castigos.

La sumisa esta de acuerdo en aceptar cualquier castigo que el amo decida aplicarle, lo haya merecido o no. La sumisa esta de acuerdo en que estos castigos puedan ser aplicados por cualquier infracción de la letra o el espíritu de este Contrato de Sumisión, y aceptara agradecida la corrección. La forma y duración del castigo será a gusto del Amo. Puede castigarle sin razón, solo para su placer. La sumisa goza del derecho a llorar, gritar o suplicar, pero acepta el hecho de que esta expresión de sentimientos no afectara su tratamiento. Igualmente acepta que si su Amo se cansa de sus ruidos, podrá amordazarla o adoptar otras acciones para silenciarla.

6.0. Otras personas.

(a) La sumisa no buscara otro amo o amante, ni tendrá relaciones sexuales o de sumisión con otros, ni tan siquiera ‘virtual’ o ‘cyber’, sin el permiso de su Amo. Hacerlo será considerado una violación del Contrato de Sumisión y tendrá como resultado un castigo extremo o la ruptura del Contrato.

(b) El Amo puede aceptar otras sumisas o amantes.

(c) La sumisa esta de acuerdo en que su Amo posee el derecho a determinar cuando otros pueden usar su cuerpo y en que forman lo usaran. La sumisa no tiene derecho de elección sobre otras parejas.

7.0. Alteración del Contrato de Sumisión.

El Contrato de Sumisión no puede ser alterado a menos que ambas partes estén de acuerdo. Si el Contrato es alterado el nuevo se imprimirá y será firmado, y el viejo Contrato será destruido.

7.0.1 Terminación del Contrato de Sumisión: este contrato no puede ser rescindido unilateralmente por parte de la sumisa.

8.0. Firma de la Sumisa Marta García.

He leído y comprendido este Contrato de Sumisión. Estoy de acuerdo en entregarme por completo a mi Amo, acepto cualquier reclamación sobre mi cuerpo, corazón, alma y mente. Comprendo que seré dominada, entrenada y castigada como sumisa y prometo cumplir todos los deseos de mi Amo y servirle con lo mejor de mis habilidades. También comprendo que no me puedo retractar de este Contrato de Sumisión en ningún momento.

Firma:                                                                              Fecha:

8.1 Firma del Amo Francisco Owner.

He leído y comprendido completamente este Contrato de Sumisión. Estoy de acuerdo en aceptar esta sumisa como mi propiedad y en tal sentido usarla cómo yo quiera. Cuidaré de su seguridad y bienestar y la dominaré, entrenaré y castigaré como sumisa. Comprendo la responsabilidad implícita en este acuerdo y estoy de acuerdo en todo. Nada dañara a mi sumisa mientras me pertenezca, excepto yo o la persona que yo autorice. También comprendo que me puedo retractar de este Contrato de Sumisión en cualquier momento.

Firma:                                                                               Fecha:       

Cuándo regresaron de El Rastro y de compras por el centro de Madrid, Paco se sentó frente al ordenador y empezó a investigar sobre una idea que había tenido: hacer firmar a Marta un contrato que la vinculara a él definitivamente. Comprobó que su idea no era ni original y excepcional. Encontró decenas y decenas de formatos y adaptó este porque le pareció el más estricto. Mientras lo preparaba, Marta permanecía acurrucada en el suelo a sus pies cómo si fuera una perrita. De vez en cuánto, bajaba la mano y la acariciaba la cabeza y ella se la besaba complacida.

También descubrió que hay diferencias sustanciales entre una sumisa y una esclava. No tenía la más minima duda de que Marta era una esclava a tiempo completo y en cualquier tipo de circunstancia, pero veía un problema legal en plasmarlo en un documento y por eso utilizó la palabra “sumisa”.

Cuándo terminó de prepararlo, se sentó en el sillón con el documento y ordenó a Marta que se arrodillara entre sus piernas. Antes de dárselo a leer, la metió la polla en la boca y es que a pesar de que solo hacia unas escasas veinticuatro horas que la tenía con él, le encantaba sentir su polla en la boca de Marta y le atraía poderosamente la imagen que ofrecía. También se dio cuenta de que por la vagina solo la había penetrado una vez, y fue al estilo perrito, pero ni siquiera se corrió: tenía las cartucheras vacías. Quería follarla cómo Dios manda, cara a cara en la posición del misionero. Quería ver las reacciones de Marta cuándo la metiera la polla en el chocho y la apretara a tope.

—Muy bien, ahora coge este documento y quiero que lo leas en voz alta y muy despacio.

Marta empezó a leer y cada vez que terminaba un apartado, Paco la preguntaba si lo había entendido y la respuesta era siempre la misma: sí amo.

—Esta es la última oportunidad que tienes de salir por esa puerta y regresar a tu casa, —dijo cuándo termino de leer—. Solo tienes que reusar a firmar este documento. ¿Qué vas a hacer?

—Voy a firmar amo.

—¿Estás segura? Ten en cuenta que no hay vuelta atrás.

—Estoy segura amo, —la entregó un bolígrafo y firmó.

—Muy bien, te aseguro que no te vas a arrepentir. ¿Tienes hambre?

—Si amo.

—No cocines hoy. Pide algo al chino, o al japo, o lo que quieras: hay teléfonos en la puerta del frigorífico. Luego abre una botella de vino de las que están en la parte baja del botellero, —Marta se levantó rápidamente a cumplir la misión mientras Paco nuevamente se sentaba en el ordenador.

Se había dado cuenta de que a alguien cómo Marta no podía estar dándola caña permanentemente solo con la polla: necesitaba ayuda electrónica. Empezó a visitar páginas especializadas y descubrió un mundo que desconocía totalmente. Decidió tomárselo con calma porque había un montón de aparatos y un montón de especialidades. Hizo un pedido básico a una que entregaba en veinticuatro horas: un juego de plug de distinto tamaño, un estimulador de bola, un juego de vibradores, un bote de lubricante, un kit básico de bondage y tres vestiditos muy sexis que no se había resistido a pedir.

Mientras hacia el pedido y esperaban la llegada del chino, o lo que fuera, Marta había abierto una botella y le había servido una copa antes de acurrucarse otra vez a sus pies.

—¿Te gusta el vino?

—Si amo.

—Toma, bebe un poco, —Marta se incorporó y Paco la dio a beber de su copa. Después, volvió a acurrucarse a sus pies.

Media hora después, llegó el japo y estuvieron comiendo. Paco la dejó servirse una copa de vino.

Cuándo terminaron, Marta recogió la mesa y volvió a acurrucarse a sus pies mientras su amo seguía visitando páginas e iba de descubrimiento en descubrimiento. Se le ocurrieron un montón de ideas y algunas, incluso le dieron miedo. Estaba saliendo su lado más salvaje y depravado y tenía la oportunidad de aplicarlas en una mujer que sin lugar a dudas estaba mal de la cabeza, pero ¿qué le importaba a él eso?, indudablemente nada: si quería sufrir, sufrimiento no la iba a faltar.

Bajó la mano, y agarrándola por el pelo y la hizo incorporarse hasta que quedo de rodillas entre sus piernas. Empezó a abofetearla una y otra vez, de un lado y de otro, en ambas mejillas, sin venir a cuento, solo porque le apetecía. Instintivamente intentó protegerse con las manos, pero Paco cogió la corbata y se las ató a la espalda. Siguió con las bofetadas hasta que Marta tuvo las dos mejillas enrojecidas y totalmente mojadas de lágrimas. Para entonces tenía la polla a reventar. La agarró por el pelo y la llevó arrastras hasta la cama. La puso bocarriba y la penetró despacio, no para no hacerla daño, sino porque quería ver con detenimiento la expresión de su rostro. Casi se la pusieron los ojos en blanco e inmediatamente empezó a gemir. La punta de su polla presionaba el fondo de la vagina de una mujer que no superaba el metro sesenta. Rápidamente la llegó el primer orgasmo al que siguieron algunos más. Paco observó que cuándo los tenía, eran tan fuertes que intentaba zafarse y se le ocurrió una tortura que había visto en los videos: lo pondría en práctica con ella.

Cuándo iba a correrse, la sacó y se la metió en la boca. Marta se lo tragó todo sin dejar una sola gota. No quería dejarla preñada y hasta que solucionara ese tema intentaría no correrse en el coño de su esclava.

Se levantó y la miró inerte sobre la cama, sudorosa, agotada y sintió cierta ternura hacia ella. Parecía que estaba desarrollando un cierto vínculo emocional, aunque eso no le iba a hacer desviarse de su objetivo: torturarla, hacerla sufrir y obtener placer. Y desde luego no era ni por asomo amor. Alguien tan egoísta y déspota cómo Paco era incapaz de amar. Lo que empezaba a sentir por ella era más parecido a lo que se siente por un perro: a lo que se siente por una mascota.

—Mañana tienes muchas cosas que hacer, —dijo Paco cuándo termino con sus reflexiones—. Levántate y apuntalo todo para que no se te olvide.

Marta se levantó cómo un resorte y cogió el papel y el boli que le tendía su amo y se aprestó a escribir.

—Primero vas a ir a tu trabajo y te vas a despedir. A continuación, vas a ir a una gestaría que conozco y llevaras los papeles que te den: te voy a hacer un contrato de trabajo de asistenta. Hablaré antes con ellos para que lo tengan todo preparado. Después iras a la compra, y a continuación limpiaras la casa: quiero que este todo pulcro. También vas a hacer ejercicio: tengo una cinta de correr y un aparato de pesos. Luego te daré una hoja con lo que tienes que hacer. También quiero que tomes el sol diariamente: si hace frío en el ventanal y si no lo hace en la terraza que para eso tengo casi cien metros cuadrados. Las gestiones seguramente las tendrás que hacer en dos o tres días: no te preocupes. Suelo llegar sobre las cuatro: no me tienes que preparar nada para comer porque ya lo hago en la oficina. Tu come cuándo quieras. Y algo muy importante. Cuándo llegue a casa quiero encontrarte alegre, cariñosa y sonriente. Me besaras en los labios cómo nunca has besado a nadie en tu puta y miserable vida. ¿Lo has entendido?

—Si amo.

—Perfecto. Hablaré con mi banco y te haré una transferencia para que tengas fondos en tu tarjeta.

—Gracias amo.

Muy bien, ahora túmbate sobre la mesa del comedor, bocarriba y con las piernas bien separadas y flexionadas hacia arriba, —Marta así lo hizo y Paco cogió la madeja de cuerda que había comprado por la mañana en El Rastro y se puso a atar concienzudamente a su esclava. Lo hizo sin mucha técnica porque era la primera vez que lo hacia, pero el resultado fue optimo: Marta no se podía mover y lo más importante: era imposible que cerrara las piernas. Después colocó una silla y se sentó frente a la esplendida vagina de Marta. Empezó a comer y a los pocos segundo ya estaba jadeando y gimiendo. Así estuvieron todo lo que quedaba de tarde porque Paco no se cansaba de comer y Marta no podía evitar la sucesión de orgasmos que tuvo. Cada cierto tiempo, cogía la correa y la azotaba el trasero con ella. Finalmente, a la hora de cenar, todo termino. La desató y la cogió en brazos porque estaba exhausta. Se sentó en el sillón con ella acurrucada en su regazo y contempló complacido su obra mientras saboreaba una copa de whisky.

Capitulo 3

El día había sido intenso para Marta. Paco, antes de salir para trabajar la folló como Dios manda, y a los pocos minutos de que su amo se fuera, salió hacia su trabajo para despedirse. Recogió las cosas de su mesa y se fue a la gestaría a llevar algunos papeles aunque los importantes no se los darían hasta dos días después.

      A continuación, se fue a la compra con una lista de cosas que Paco la dio antes de salir, y regresó cargada como una mula a casa. Rápidamente se puso con la limpieza y se aplicó tanto que se la olvido hasta comer: lo soluciono comiéndose un par de manzanas.

Un poco antes de la hora prevista para que llegará su amo, se duchó y espero expectante su llegada. Cuando oyó la llave en la cerradura su corazón le dio un salto. Rápidamente salió a su encuentro feliz y con una sonrisa de oreja a oreja. Le echó los brazos al cuello y le ofreció sus labios que fueron aceptados inmediatamente.

       —¿Qué tal el día amo? —preguntó con cordialidad después de besarle.

       —Pues bien y mal, y tú eres la culpable.

       —Lo siento amo.

       —No te preocupes: luego hablamos. Ayúdame a ducharme.

       —Si amo.

       Entraron en el dormitorio y Marta se arrodilló para quitarle los zapatos y los pantalones. Después entró con el en la ducha y estuvo enjabonándole. Cuando terminaron, salieron al salón.

       —Prepárame un whisky, —dijo sentándose en el sillón. Cuando se lo llevó, la cogió de la mano, la sentó en su regazo y se puso a morrearla—. He estado toda la puta mañana pensando en tus labios, tanto, que incluso he estado a punto de cometer un error en una operación, pero…

       —Lo siento amo.

       —… por fortuna me he dado cuenta a tiempo. Sólo pensaba en como me iba a comer tus labios y como te iba a meter la polla en la boca, como me la chupabas y cómo la llenaba de semen, —Marta sintió una punzada de placer en el clítoris. Paco empezó a morrearla con mucha pasión y estuvo así mucho tiempo. Metió la mano entre las piernas de Marta y la apretó el chocho provocando un gemido mientras apretaba la mano con los muslos. La agarró por el pelo y tiró de la cabeza hacia atrás con fuerza para que dejara el cuello totalmente accesible. La estuvo besando ahí hasta que se hartó mientras seguía estimulándola con la mano. Llegó al orgasmo y observó en primer plano la expresión de su rostro al correrse: cómo los ojos casi se le ponían en blanco.

Todavía no se había recuperado, cuándo la hizo ponerse bocabajo sobre sus piernas y empezó a azotarla el trasero mientras la mantenía asida por el pelo. Lo hizo fuerte, con saña, buscando premeditadamente causarla el mayor dolor posible. Con los primeros azotes no chilló, pero según se iban sucediendo los azotes, empezó a quejarse cada vez más fuerte al tiempo que el trasero empezaba a alcanzar un atrayente tomo rojizo. Sin aviso alguno, dejó de azotarla el trasero y la metió un par de dedos en el culo. Marta arqueó la espalda y Paco empezó a mover los dedos con mucha velocidad. Las quejas de dolor dieron paso a los gemidos característicos de alguien que esta disfrutando. Paco notó la estrechez del ano de Marta y llegó a la conclusión definitiva de que tenía entre manos a una virgen anal, algo de lo que ya estaba seguro: solo faltaba la confirmación.

—¿Te han follado alguna vez por el culo? —preguntó de todas maneras mientras seguía con los dedos trabajando su ano, pero no contestó, solo gemía de placer—. ¡Contesta zorra!

      —No amo, —respondió finalmente con voz entrecortada.

—«Eso hay que solucionarlo» —pensó, pero decidió que ahora no era el momento: no quería hacérselo a lo bestia por si la producía un desgarro y entonces estaría mucho tiempo sin poder darla por el culo. Además, tenía un par de orificios más por dónde poder darla—. «La iré dilatando un poco».

Tiró más fuerte del pelo mientras seguía estimulando su ano. Sacaba los dedos y la azotaba el culo diez, quince veces y se los volvía a introducir. Después, cambio de técnica: la metió el pulgar en el culo mientras que con la palma de la mano la estimulaba el chocho. Cuando empezó a chillar con el orgasmo, la soltó el pelo y volvió a azotarla el trasero mientras seguía estimulándola. Tuvo incluso algún espasmo por la intensidad. La dejó caer al suelo con cierta brusquedad y se quedó tirada, exhausta, con la respiración agitada y empapada de sudor mientras el corazón la saltaba en el pecho. Después de unos minutos, lentamente se abrazó a los pies de Paco para demostrarle su sumisión y su agradecimiento por convertirla en un objeto. Era extremadamente feliz. Le miró con una sonrisa y lo primero que vio fue su enorme polla que aparecía que media el doble de dura que estaba. Se incorporó quedando de rodillas ante el falo, mirándolo con la devoción de quien mira una imagen sagrada.

      —¿Puedo chupar amo?

      —Puedes y debes, pero primero quiero que me chupes el ano: que metas la lengua en el culo, —sin pensarlo lo más mínimo, cuando Paco levantó las piernas para facilitarla la labor, Marta separó las nalgas con las manos y se puso a cumplir con la misión encomendada mientras su amo se acariciaba la polla. Después de un rato largó, la cogió por el pelo y condujo su boca a la punta de la polla. Haciendo fuerza hacia abajo la obligo a engullirla entera: hasta la raíz. La provocó arcadas y asfixia, pero la mantuvo en esa posición mientras Marta intentaba zafarse. Sacó la polla de su boca y la dio media docena de bofetadas para volver a metérsela otra vez. Repitió la operación hasta que finalmente, la puso la polla a escasos centímetros de su cara y la regó de semen mientras la sujetaba por el pelo. Después, con el dedo estuvo llevando toda la corrida hacia la boca hasta que no quedo el más mínimo rastro.

Cuando todo pasó, a una indicación de su amo se acurrucó en su regazo. Paco descubrió que le gustaba tenerla así y sobetearla despacio, con tranquilidad, sin prisas. Se sentía poderoso, mucho más de lo que habitualmente se sentía en el trabajo donde era dueño y señor de su departamento: uno de los más importantes de la multinacional. Ahora era dueño y señor de un ser humano y le encantaba. La cogió por el pelo y tiro de él mientras la morreaba.  Sintió el impulso de pegarla otra vez y lo hizo: la colocó para poder hacerlo mejor y empezó a abofetearla. Al rato, la puso a horcajadas sobre su polla y después de metérsela siguió pegándola mientras Marta culeaba desaforada gimiendo y chillando a partes iguales. Después, empezó a darla azotes en su muy enrojecido trasero y a retorcerla los pezones. Instintivamente intentaba protegerse con las manos, y para evitarlo, la ató las manos a la espalda. Durante un par de horas estuvo cambiando de posición sin cesar de pegarla: cuánto más lo hacia más disfrutaban los dos: amo y esclava. Cuando fue a correrse, la descabalgó, la puso de rodillas y la metió la polla en la boca. Marta se lo tragó todo con glotonería como la había ordenado el amo.

Estaban descansando cuando sonó el portero automático. La desató las manos y la ordenó que contestase. Oyó como hablaba con quien fuera, y como pulsaba la apertura.

      —Es un paquete amo, —dijo asomándose al salón.

      —Si, estoy esperando uno, recíbelo, —respondió. Marta se puso una camiseta grande y abrió la puerta. Un par de minutos después regresó con un paquete—. Déjalo en el suelo y ábrelo.

Marta le obedeció, se quitó la camiseta y empezó a abrir el paquete. En su interior estaba todo lo que Paco había comprado online. Lo fue sacando todo dejándolo en el suelo. Paco cogió la caja de los plug y extrajo el más pequeño, se levantó y después de chuparlo lo introdujo en el ano de Marta y la ordeño que no se quitara hasta nueva orden. Después, abrió el kit de sado y se entretuvo en ponerla las muñequeras y las tobilleras. Las unió entre sí, las manos por la espalda, y al

ponerla el antifaz se percató de que Marta presentaba una evidente inflamación en la mejilla izquierda. Se lo tocó con el dedo y vio que quedaba la efímera marca blanca en su piel,

      —¿Te duele?

      —Si amo.

      —Pues te aguantas, —y la colocó la máscara que sólo dejaba al aire la boca. Se sintió inmediatamente atraído por ella. Considero que era una visión casi perfecta: sus labios remarcado por el cuero negro que los rodeaba. Empezó a morrearla mientras la retorcía los pezones y término poniéndose de pies y después de que Marta se arrodillará la metió la polla en la boca sin miramientos: hasta el fondo. La folló con violencia, durante mucho tiempo, intentando correrse, pero no lo consiguió. Frustrado, la empujo al suelo y cogiendo el látigo que venía con el kit de sado, empezó a golpearla con saña. Marta se retorcía de dolor y chillaba mucho, y decidió amordazarla. Después, siguió pegándola sin importarle donde caía el golpe ya que su esclava se retorcía de dolor. Siguió hasta que el látigo se rompió soltando sus tiras. Entonces se tranquilizó y se dio cuenta de que se le había ido la pinza. Marta lloraba en el suelo, y Paco la empujó con el pie para que se quedara primero bocarriba y luego bocabajo. La inspeccionó desde la altura y vio que las marcas no eran muy pronunciadas aunque si estaba todo muy enrojecido: tendría que solucionar ese aspecto. Además, el látigo se había roto y habría que sustituirlo. Se arrodilló junto a ella y la metió la mano en la entrepierna agarrándola el chocho. Instantáneamente, empezó a gemir y las lágrimas dieron paso a los jadeos y un par de minutos después al orgasmo.

Cuándo la despertó de madrugada para follarla y para que le ayudara a vestirse, vio algo que no le gusto. En el exterior aun era de noche, pero a la luz artificial del dormitorio era evidente. La inflamación de la mejilla de Marta había dado paso a un hematoma en el ojo izquierdo: lo tenía morado.

—¡Joder! Tienes un ojo morado zorra, —la espetó cómo si Marta tuviera la culpa—. Quería exhibirte este fin de semana y así no puedo sacarte por la calle.

—Lo siento amo.

—Lo sientes, lo sientes, cómo si eso lo solucionara puta zorra, —Paco sabía que la tarde anterior se había pasado, pero le daba igual: tenía a Marta con él para pisotearla.

La puso a cuatro patas y la penetró sin miramientos. Empezó a apretarla con furia al tiempo que metía y sacaba el plug que Marta tenía en el culo desde la tarde anterior. Mientras la follaba, vio que los latigazos del día anterior había dejado rastro en la blanca piel de su esclava. Eso, y el moratón del ojo trastocaba sus planes: estaba muy cabreado. Cuándo se fue a correr, se salio y girándola la metió la polla en la boca para que se lo tragara todo.

—¿Te acuerdas del contrato que firmaste puta zorra? —la gritó cuándo Marta termino de limpiarle la polla con la boca.

—Si amo, —respondió atemorizada.

—Hay puntos que no has cumplido, cómo lo de tomar el sol y hacer ejercicio en los aparatos que…

—No he tenido tiempo amo.

—…hay en la terraza, —la pegó una bofetada tan fuerte que Marta se calló de la cama. Incluso Paco se asustó un poco, pero no lo demostró—. ¡No me repliques puta!

La agarró por el pelo y mientras Marta se agarraba con las dos manos a la muñeca de su amo, la llevó arrastras hasta la azotea dónde en un espacio acristalado había una cinta de correr, una multiestación de musculación y alguna cosa más.

—Cuándo recojas los papeles de tu trabajo y los lleves a la gestaría, ya no tienes más excusas: sin falta dos horas aquí, y una hora tomando el sol. ¿Lo has entendido? —dijo sin soltarla el pelo.

—Si amo.

—¡Perfecto! Cuándo estés morena cómo un tizón se te notaran menos los hematomas. En el botiquín que hay en el baño hay thrombocid: aplícatelo varias veces al día, —se puso a escupirla en la cara hasta que se quedó sin saliva—. Estoy muy decepcionado contigo. Tenía pensado vestirte cómo la puta zorra que eres y sacarte de paseo para exhibirte, pero con un ojo negro no lo puedo hacer: lo dejaremos para el siguiente fin de semana. Además, he hablado con un conocido que tienen una clínica para que te recete anticonceptivos: no quiero que te quedes preñada. Pero así no puedes ir allí.

Tirándola del pelo otra vez la metió arrastras en la casa y la llevó al dormitorio. Sin soltarla la puso bocabajo y con la correa del pantalón empezó a azotarla el trasero. Mientras la golpeaba, la polla se volvió a poner dura y se cabreó aun más porque ya se le hacia tarde y no podía metérsela otra vez.

La dejó tirada en el suelo, se duchó y después de vestirse salio hacia el trabajo dejando a Marta dolorida y bañada en un mar de lágrimas.

Bajó al garaje de casa y se sentó en el coche: se paró unos minutos a reflexionar. Estaba sorprendido por el grado de despotismo que era capaz de generar. Sabía perfectamente que no era precisamente un santo, pero no imaginaba que pudiera generar tal cantidad de violencia contra una mujer indefensa, aunque esa mujer hubiera elegido no defenderse. Tenía perfectamente claro que Marta aceptaría cualquier tipo de castigo por muy duro y salvaje que fuera. Tenía que controlarse un poco, administrar el castigo y sobre todo, no marcarla las partes visibles. Investigaría por Internet para ver cómo se puede torturar a una mujer sin dejarla marcas. Tenía tiempo mientras Marta se recuperaba de los hematomas.

Capitulo 4

Habían pasado varios días con un par de fines de semana de por medio y Marta estaba totalmente restablecida, a excepción de algún hematoma superficial en el trasero de reciente formación. Todo el papeleo estaba tramitado y oficialmente trabajaba para Paco en las labores domesticas de su casa. También había ido a la clínica que le había indicado el amo para que la administraran un anticonceptivo.

Cómo él mismo se había prometido, Paco controlaba sus impulsos violentos y, aunque la seguía maltratando, no era ni por asomo cómo los primeros días. Ajena a las comeduras de coco de Paco, Marta vivía feliz cómo una lombriz. Aunque lloraba y se quejaba con los castigos cada vez más extremos, los aceptaba gustosa y cuánto más duros y despiadados eran, mucho mejor: más disfrutaba. Con él estaba alcanzando un nivel de placer totalmente desconocido para ella.

—Amo, ¿puedo leer libros? —preguntó un día.

—Cuándo yo no este en casa, y mientras cumplas el contrato que firmaste, puedes hacer lo que quieras.

—Gracias amo. Había pensado que mientras tomo el sol puedo leer: antes lo hacia mucho.

—Me parece bien. Ya me fije que tenias muchos libros en la otra casa. Pásalos todos aquí y colócalos en esas estanterías, —dijo señalando una zona repleta de figuras—. Toda esa mierda quítala, mételo en una caja y bájalo al trastero.

—Cómo mandes amo.

—Y si quieres comprar más, puedes hacerlo cómo si fuera un gasto doméstico.

—Gracias amo.

—Vete a la cama y espérame, —Paco se había dado cuenta de que de vez en cuando, le gustaba tumbarse en la cama con ella y meterla mano con mucha tranquilidad, manosearla a conciencia, al tiempo que la besaba sin descanso. Sabía que ella no disfrutaba igual, pero eso le daba igual, porque lo importante es que él lo pasara bien: Marta estaba para su uso y disfrute única y exclusivamente.

      Se preparó una copa de whisky y con el de la mano entró en el dormitorio. Marta estaba sobre la cama, de rodillas sentada sobre los talones y miraba fijamente a su amo como una culebra a la flauta del faquir. Paco se puso en el borde de la cama y rápidamente su esclava se aproximó y agarrando la polla con una mano empezó a chupar mientras Paco daba pequeños del vaso. Le gustaba verla reflejada en los espejos del armario con ese culo cada vez más perfecto, mientras le comía la polla: la imagen le ponía a cien.

     Tomó un sorbo y agarrando por el pelo a Marta la beso trasvasándola el whisky. Lo tragó, y como reacción los pezones se le pusieron como canicas mientras ponía cara rara. Paco soltó una carcajada y la abrazó mientras la morreaba y se tumbaba con ella en la cama. La pasó el brazo por debajo del cuello y con la mano libre empezó a acariciar suavemente el torso de Marta. Paco estaba encantado con el aspecto de su sumisa. Empezaba a estar morena, la depilación láser la mantenía sin un pelo y sobre todo, aunque todavía no estaba en el peso estipulado en el contrato, ya casi estaba por los cincuenta kilos.

      Con sumo placer deslizaba la mano por sus tetas. Los pezones, que se mantenían duros, rebotaban entre sus dedos. Con la misma parsimonia bajo la mano hasta sus genitales y lo acaricio estimulando el clítoris con la palma de la mano. Todo mi despacio. Su boca buscó los pezones de Marta y los estuvo chupando mientras la olfateaba: que bien huele. Después de un rato largó de besos y caricias, se puso sobre ella y la penetró. La folló muy despacio, con un ritmo exasperantemente lento para ella. Sabía que Marta no disfrutaba igual y que sin violencia sus orgasmos eran más “normalitos”, pero eso a él le daba igual: como ya he dicho, ella estaba allí para satisfacerle.

Aún así, sin lugar a dudas Marta disfrutaba. Instintivamente, pese al ritmo lento ella movía la pelvis como una poseída. Llegaba al orgasmo, si, pero cómo ya he dicho, nada que ver con los que le provocaba su adorado amo cuando empleaba con ella extrema violencia.

Desde la primera semana de relación amo-esclava, esta llevaba un plug en el culo. Se lo había ido cambiando de tamaño para que fuera dilatando, y a la segunda semana el ano de Marta ya estaba preparado para ser penetrado por la poderosa polla de Paco. Cómo todavía estaba descubriendo las reacciones de su esclava, decidió inmovilizarla sobre la cama: no quería contratiempos. La ató con las manos a los lados de la cama y las piernas muy abiertas y flexionadas hacia arriba, con las cuerdas a la altura de las rodillas que tiraban de ellas hacia los lados. El chocho de Marta, espléndido, espectacular, quedaba totalmente expuesto y al alcance de su amo Paco. Estuvo estimulando el clítoris con un vibrador al tiempo que la azotaba las tetas con un látigo. En ocasiones paraba y recorría tu torso con las manos, la pellizcaba los pezones, el clítoris, la metía la polla en la boca, los dedos en el culo y volvía a empezar. Así la forzó varios orgasmos y fue cuando decidió empezar a comerla el chocho. No sabría decir cuánto tiempo estuvo saboreándolo, pero fue mucho, y Marta siguió corriéndose como una perra. Finalmente, con su sumisa totalmente agotada por los orgasmos, Paco se situó entre sus piernas mientras se untaba parsimoniosamente lubricante en la polla, que para entonces y ante la certeza cierta de lo que iba a pasar, estaba a punto de reventar. También la lubricó a ella y colocando la punta en el ya no tan estrecho ano de Marta se tumbó sobre ella: quería ver su reacción cuando su gruesa verga se abriera paso por el interior de sus entrañas. A un primer gesto de dolor, su rostro cambió e incluso los ojos se la pusieron en blanco de placer. Empezó a culearla y los gritos y gemidos de Marta se propagaron por toda la casa. Paco bajo la intensidad y empezó a saborear el momento: con calma, con tranquilidad. Notaba nítidamente la estrechez de ano de Marta abrazando su polla y cómo esta, entraba y salía sin dificultad gracias al lubricante. Finalmente, se corrió en su interior y cuando salió de ella, contempló extasiado como un reguero de semen salía de su ano forzado hasta el límite.

     —Buena chica, —dijo acariciándola la mejilla al tiempo que ella le besaba la palma de la mano.

     La acababan de dar por el culo, y Marta era extremadamente feliz. Se sentía perfectamente realizada siendo usada por Paco a su antojo, un perfecto desconocido un par de semanas antes. Es lo que siempre había deseado: un hombre que la condujera y la guiase, y que la castigase y la maltratase, y que la follase sin piedad.

 

      Después de cuatro semanas, Paco estaba aprendiendo sobre la marcha y se había convertido en un tío sistemático, pero cómo ya he dicho, cuidadoso. Ya no la había vuelto a marcar la cara, ni ninguna zona visible del cuerpo. Aunque seguía dándola bofetadas, se había dado cuenta de que a ella la gustaban mucho, no se ensañaba: se controlaba. Seguía con los azotes en el trasero porque a pesar de que siempre se la ponía muy rojo, nunca se le amorataba, salvo algún que otro cardenal. Con el látigo y la vara se cortaba más porque con ellos si la dejaba marcas, y eso le impedía poder sacarla a exhibirla ligera de ropa: le gustaba salir a pasear, vestirla previamente con un atuendo apropiado y que la gente volviera la cabeza para admirarla. Y es que en estás casi cuatro semanas Marta casi se había convertido en un pibón. Ya casi estaba en el peso estipulado en el contrato, entre 45 y 47 kilos, igual que el tono de su piel, que aunque todavía no estaba como un tizón, iba camino de ello.

     La primera noche que la sacó, la puso una minifalda muy corta y un top también muy corto. Para los pies eligió unas sandalias con diez centímetros de tacón. Bajo la falda la puso un tanga muy escueto, y desechó el sujetador. Todo de reciente adquisición. Todavía estaban a mediados de mayo y para que no cogiera frío la puso una rebequita de lana muy fina.

      Fueron a cenar a un restaurante de moda que frecuentaban compañeros de trabajo y clientes. Marta causó sensación. Su amo la había ordenado que fuera abierta y simpática con la gente, y lo hizo. Después fueron todos juntos a una discoteca y siguió triunfando. Cuando la preguntaban por el tipo de relación que tenían Paco y ella, respondía que era su novia, como la había ordenado su señor.

Desde qué la dio por el culo, Marta se había aficionado a tener algo metido en él. Indudablemente, cuando más disfrutaba es cuando la gruesa y poderosa polla de su amo se abría paso por el interior del ano expandiéndolo dolorosamente. Esa era la cuestión: el dolor, y la certeza de que estaba proporcionando placer a su amo. El ser usada por él.

      Los fines de semana, cuando salían como una pareja normal y corriente por el centro de Madrid, para cenar, tomar una copa o bailar en algún garito de moda, Marta, por deseo de su amo, salía ligera de ropa y con un bonito plug metido en el culo. A él le gustaba pasar la mano por el trasero de Marta y notar su presencia. Incluso en ocasiona lo movía con el dedo y a ella se le aflojaban las piernas. Los primeros días pasaba una vergüenza terrible, pero luego se habituó y además ella misma ponía de su parte exhibiéndose, moderadamente, como una puta. Lo de moderado es porque en ocasiona se encontraban con conocidos y no era cuestión de causar mala impresión.

Esos fines de semana en que Paco estaba en casa, fregaba el suelo de rodillas, como lo hacían nuestras madres antes de la aparición de la fregona. Entonces, el amo siempre la ponía un plug con un penacho de pelo a imitación de la cola de un perro. Mientras fregaba, Marta meneaba el trasero haciendo agitarse al penacho. Paco se situaba detrás y desde allí admiraba el chocho de Marta que aparecía y desaparecía escurridizo con el vaivén de la cola. La primera vez que la vio así, sin más historias de la metió hasta el fondo y la folló salvajemente. Había algo en la escena que le atraía enormemente. Descubrió que aunque su esclava le atraía de forma general, los pies de su sumisa lo hacían en particular. Arrodillado detrás de su precioso culo, cogió los pies y empezó a masturbarse con ellos: pasaba la polla por el hueco que forman los arcos de las plantas a modo de vagina, pasaba el glande por los dedos. Finalmente, se corrió llenándola los pies de esperma.

Cuando terminaba de fregar no la permitía incorporarse. La ponía un collar de cuero y con la cadena de la mano la paseaba por el interior de la casa y salían a la terraza recorriéndola varias veces. En ocasiones, la hacia parar y de rodillas se incorporaba imitando a un perro y sacando la lengua. La ofrecía la polla y Marta se la engullía. Repetían la operación varias veces hasta que terminaba corriéndose. A continuación, se sentaba en el sillón con Marta acurrucada a sus pies después de servirle una copa.

Su vida se había convertido en una rutina de dolor y placer, y Marta estaba a punto de ser la sumisa perfecta, pero todavía la quedaba mucho dolor que soportar: el entrenamiento no había concluido. Todavía tenían que ir a la casa del campo dónde Paco llevaba tiempo preparando el espacio dónde Marta iba a chillar cómo nunca lo había hecho.

CAPITULO 5

Marta había ido a buscarle al trabajo con el X5. Era viernes y estaba nerviosa. Primero porque, por indicación de Paco, iba espectacular: extremadamente llamativa. Una exigua minifalda, sandalias de tacón alto, y un top corto que dejaba al aire su ombligo. Había aparcado en doble fila y tal como le había ordenado su amo, le esperaba fuera del coche: nunca había estado en público tan ligera de ropa sin la compañía de su amo. Y segundo, iban a pasar el fin de semana a Carabaña, dónde Paco tenía una pequeña parcela de un par de hectáreas y una casita de una planta con sótano y un cobertizo. Lo que fuera a pasar allí la tenía de los nervios.

Desde el principio, Paco se dio cuenta de que de cosas de sadomasoquismo no tenía ni puta idea. Después de leer sus diarios sabía lo que Marta quería, lo que necesitaba, que deseaba un castigo extremó, y en eso no tenía práctica. Es cierto que le gustaba practicar sexo duro, pero se limitaba a unos azotes en las nalgas de su pareja de turno y algún tirón de pelo. Nada más.

Para ilustrarse, empezó a visitar por internet páginas eróticas de todo tipo en donde rebuscaba temáticas de BDSM y sumisión. Lo estuvo haciendo casi a diario cuando llegaba a casa después de trabajar, y después de haber follado a Marta y de haber cenado. Se sentaba ante el ordenador y cuando Marta terminaba de recoger la cocina, se metía bajo la mesa y se tiraba todo el tiempo chapándole la polla y restregándose la cara con ella. Le molaba esa situación, y sin duda a ella también.

Ahora estaba preparado. Había contratado a unos albañiles que aislaron el sótano para eliminar humedades y el ruido. Más que nada por precaución, aunque eso no le preocupaba porque la casa estaba alejada de las otras casas más de doscientos metros. Con el pretexto de que era para un taller de escultura, había ordenado instalar un cabrestante eléctrico que se desplazaba por un carril a lo largo del techo. También habían instalado unas argollas en las paredes. Después, compró muebles y artefactos sadomaso en un par de páginas especializadas. El suelo estaba totalmente enmoquetado: algo que Paco aborrecía era ver a Marta con las plantas de los pies sucios. En un lado había también una cama pequeña sin cabecero y un gran sillón. Por último, en una esquina, bajo la escalera, se había instalado un pequeño baño con plato de ducha. En definitiva, todo lo había preparado para proporcionar a Marta un fin de semana de tormento y dolor sin limites tal y como ella deseaba.

Paco la había ordenado que no se pusiera ropa interior y eso hacia que detuviera más nerviosa, aunque era consciente de que se la pasaría cuando su amo apareciera por las grandes puertas de cristal del edificio. Era una mañana fresca de finales de junio, y ese fresco se colaba por debajo de su exigua falda aireándola el chocho. Sentía una sensación extraña y de alguna manera eso la excitaba más. Cuándo salió y se aproximó a ella, rápidamente le lanzó los brazos al cuello y le ofreció los labios con una amplia sonrisa. Después de morrearla descaradamente a la vista de todos mientras la apretaba el trasero, se subieron al coche y partieron.

Durante el viaje, y mientras conducía se entretuvo metiendo la mano bajo la minifalda acariciándola el chocho. Se le paso por la cabeza la posibilidad de que se la chupara mientras conducía cómo había visto en algún video de Internet, pero lo desecho: le dio miedo.

Una hora después llegaron a Carabaña. Lo atravesaron y a la salida se desviaron por una pista de graba que sin mayor problema les llevo, unos quinientos metros después, a la verja de entrada de la finca. Estaba plantada de árboles, en su mayor parte olivos, y la casa, de una planta cómo ya he dicho, se levantaba a unos cincuenta de metros de la verja. En la parte de atrás, y separado de la casa estaba el cobertizo y una pequeña piscina vacía llena de hojas y ramas: estaba claro que hacia mucho tiempo que no se usaba.

Después de cerrar la verja y aparcar junto a la casa, entraron y Paco desconectó la alarma. Un salón con chimenea, una cocina, un baño grande y el dormitorio: no había más. Desde la cocina, descendía la escalera que conducía al sótano convertido en un espacio de dolor y terror.

Entraron al dormitorio, dejaron las maletas y Paco la ordenó desnudarse mientras en también lo hacia. Se sentó en el borde de la cama y la ofreció la polla. Marta no necesitó recibir la orden. Se arrodilló entre sus piernas y se la tragó entera. Empezó a chupar con las manos a la espalda, y muy despacio, cómo ella sabía que a él le gustaba.

—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —la dijo cuándo estaba a punto de correrse. Sacó la polla y vio cómo el chorro entraba en la boca de su esclava de manera tan certera que le dejó asombrado. Cuándo la tuvo llena de esperma, la estuvo mirando con detenimiento mientras ella mantenía la boca abierta y un pequeño hilillo blanco caía por la comisura de los labios. Con el dedo rebañó el esperma rebelde hasta que todo estuvo en la boca—. Ya puedes tragártelo.

Marta le obedeció de inmediato: no podía ser más feliz. Paco bajó la mano hasta alcanzar la vagina de Marta y comenzó a estimularla. Reaccionó de inmediato, y abrazada al brazo de Paco se corrió en su mano. Después con los jugos en la mano, la agarró por el pelo, la echó la cabeza hacia atrás y dejó caer el líquido en la boca.

—Lávate la boca y regresa que quiero morrearte, —Marta se levantó y entró corriendo en el baño. Un par de minutos después, salió y encontró a Paco sentado en el sofá del salón. La hizo una indicación para que se sentara en su regazo. La verdad es que la estaba cogiendo cariño, aunque eso no le iba a suavizar la mano. La abrazó y empezó a morrear a su muy receptiva sumisa. Sentía un placer especial teniendo a Marta en sus brazos besándola o masturbándola. Y así lo hizo. La empezó a estimular otra vez el clítoris y un par de minutos después un orgasmo crispaba el ya casi perfecto cuerpo de Marta mientras la observaba el rostro con atención. Insistió con la estimulación y la arrancó otro más mientras la seguía morreando.

—Tráeme una copa de ginebra, —ordenó después de tenerla un rato más en su regazo. Marta salio corriendo y a los pocos segundos estaba de regreso, le dio la copa y se acurrucó a sus pies. Saboreó la copa despacito y cuándo termino la preguntó—: ¿quieres que demos un paseo por la finca? —Marta ilusionada afirmó con la cabeza—. Pues ponte las zapatillas de deporte.

Salieron al exterior: Paco con un pantalón corto y Marta desnuda con sus deportivas. Estuvieron paseando un rato largo por entre los olivos e incluso por cerca de la valla a pesar de que por la linde pasaba un camino vecinal. Mientras andaban la acariciaba el trasero y un par de dedos juguetones se aventuraban por el interior de una muy excitada Marta.

Entraron en la casa para cenar y se fueron pronto a la cama. Por supuesto la estuvo follando un buen rato antes de dormir. El día siguiente iba a ser muy intenso y quería que Marta estuviera descansada.

La dejó dormir hasta las nueve. La despertó y no la dejó desayunar. La puso un enema para que evacuara el intestino: la quería vacía. Mientras hacia efecto, y a pesar de los retortijones se la estuvo chupando hasta que se corrió. Después evacuar y asearla, entraron en el dormitorio.

—Ya sabes que este finde va a ser muy especial, —empezó a decir su amo mientras de una caja sacaba unas sandalias con un tacón de 12 cm y se las empezaba a poner—. Vas a sufrir un castigo como nunca has llegado a padecer. Te voy a marcar, te voy a hacer sangre, te voy a golpear hasta que me canse. Voy a ser muy cruel. Voy a experimentar contigo unas torturas atroces para ver cual es tu límite. Y ten una cosa clara: por mucho que supliques no voy a parar, seguiré hasta que nos vayamos el domingo por la tarde. Después, si quieres, puedes regresar a la puta casa de dónde te saque a continuar la miserable vida de llevabas antes de conocerme.

Marta no dijo nada, pero cada vez estaba más excitada. La certeza que lo que iba a suceder la mantearía al borde del orgasmo. El amo la colocó en los pezones unas pinzas dentadas con campanitas lastradas y otros iguales en los labios vaginales. Solo con el roce de los dedos al colocarla las campanas y el punzante dolor de las pinzas al clavarse en la carne casi se corre. Después la puso unas muñequeras de cuero y las unió por detrás de la espalda. A continuación, abrazó su cuello con una correa de perro y tirando de la cadena la sacó de la habitación. La paseó por toda la casa con el tintineo constante de las campanitas. Incluso salieron al porche. Tenía que andar con las piernas un poco separadas y el movimiento de las pesadas campanas hacia que los labios del chocho se abrieran y cerraran, mientras que los pezones, tensos hacia abajo se balanceaban también dolorosamente, y de pronto, cuándo regresaron al interior, Marta se paró, se contrajo y tuvo un orgasmo que la hizo gimotear mientras sus fluidos la resbalaban por la entrepierna.

—¿Por qué te has corrido sin mi permiso? —la espetó después de darla una bofetada que casi la hizo perder el equilibrio.

—Lo siento amo, —balbuceó.

Paco tiró fuerte de la cadena para hacerla andar, pasaron a la cocina y bajaron hacia el sótano. Una vez abajo, la quito la cadena y cogiendo una fusta empezó a golpearla sin importarle dónde caía el golpe. Marta intentaba zafarse sobre sus sandalias de doce centímetros, pero los golpes seguían cayendo. Después de un rato, para evitar que se rompiera un tobillo, dejó de golpearla y la quito los zapatos. Marta lloraba a lagrima viva y el rímel manchaba de negro sus mejillas. La puso unas tobilleras, las unió y reanudo los golpes con la fusta mientras Marta se retorcía por el suelo. Estuvo mucho tiempo golpeándola. Paco se encabezonó en que le pidiera que parara, pero Marta no lo hizo. Chillaba, berreaba de dolor, pero jamás le pidió que parara. Era una prueba necesaria a la vista de lo que tenía planeado. Cuándo se cansó de pegarla, y totalmente bañado en sudor, Paco dejó el castigo y la dejó descansar unos minutos mientras gimoteaba en el suelo. Para entonces, su piel estaba totalmente marcada de cientos de líneas rojas de las que en ocasiones brotaba algo de sangre.

—Ven zorra, antes de seguir me tienes que descargar los huevos, —dijo Paco agarrándola por el pelo y llevándola a rastras hasta una butaca juntó a la cama—. Y muy despacio.

Se sentó, la coloco de rodillas entre las piernas y empezó a darla bofetadas. Cuando empezó a dolerle la mano y un poco de sangré afloró por la nariz de Marta, dejo de hacerlo y la metió la polla en la boca. Dejo que se la chupara lentamente como la había ordenado mientras se arrellanaba en el sillón. Tardo poco en correrse: las bofetadas le habían excitado mucho. La tuvo un rato todavía chupando la polla mientras con la fusta la golpeaba el trasero, los brazos y la espalda.

Cuando se cansó, se levantó, la hizo levantarse y sin previo aviso la dio un puñetazo en el estómago que la hizo doblarse y levantar los pies del suelo casi medio metro, para caer como un fardo. Mientras tosía y se retorcía de dolor, la agarró por las tobilleras y la arrastró hasta una especie de pequeña mesa de tortura de barrotes en forma curva. La colocó bocarriba y sujeto manos y pies a los lados con correas. Marta quedó dolorosamente expuesta con el vientre sobresaliendo hacia arriba y el clítoris se veía a simple vista de tan abultado y congestionado que lo tenía. La ajustó una correa en la cintura pasándolo por los barrotes de abajo para que no se pudiera mover ni un centímetro. Paco la paso la mano por el vientre arrancando muestras de dolor por el puñetazo. Después, fue bajando la mano hasta el clítoris agarrándolo con dos dedos y retorciéndolo. La respuesta de Marta fue inmediata: cómo si hubieran accionado un interruptor, se corrió mientras su cuerpo se contraía marcando sus abdominales.

—Ya veo que no haces caso y te corres sin permiso, —Marta no contestó, sólo volvió la cabeza. Empezó a golpearla el chocho con el látigo que empezó a congestionarse aun más. Los golpes la producían placer y dolor, pero en especial los que recibía en el clítoris. A pesar de que chillaba y berreaba cómo una cerda, tuvo un par de orgasmos ante el asombro de Paco que no lo esperaba. La puso un capuchón de látex que la tapaba los ojos y se abrochaba por debajo de la barbilla dejando la boca y la nariz al descubierto. Marta quedó cegada. No vio como Paco cogía una picaba eléctrica con dos electrodos, pero si notó que la ponía algo en el chocho. A continuación, recibió una descarga que la hizo chillar con todas sus fuerzas.

Estuvo recorriendo el cuerpo de Marta dando descargas con la picana. Donde más se cebó fue en las tetas y en el chocho, totalmente inflamado. Marta no paraba de chillar y llorar. Forcejeaba inútilmente con las correas, pero era misión posible. Paco estaba terriblemente excitado y su enorme polla de disparaba hacia adelante ante la visión del cuerpo convulso, sudoroso e inmovilizado de su esclava. La giró la cabeza e introdujo la polla en la boca y a los pocos segundos se corrió nuevamente llenándola la boca de esperma. Se inclinó hacia un lado y cogió con un par de dedos el hinchado clítoris de Marta, retorciéndolo. Nuevamente llegó al orgasmo a pesar de los gritos de dolor, y su amo, cómo respuesta, cogió un látigo de colas y se puso a golpear su dorso desde los genitales a las tetas al tiempo que la metía un vibrador por el culo. Por supuesto se volvió a correr otra vez. La forzaba orgasmos, pero al mismo tiempo la “castigaba” por tenerlos. Era un contrasentido fruto del despotismo de que Paco estaba haciendo gala. Una idea se instaló en su mente: hacerla sufrir e intentar que no se corriera.

La quito las correas y dejo que su cuerpo resbalara hasta el suelo. La pudo a cuatro patas y arrodillándose detrás la penetro con violencia por el culo. Esta vez estuvo más tiempo follándola mientras con la mano la azotaba el trasero, surcado por cientos de líneas rojas. Cuando se fue a correr, salió de ella, la giró y se corrió en su cara.

Marta quedó en el suelo con la respiración agitada y un ligero temblor que recorría su cuerpo. Paco movió el cabestrante hasta que llegó a la vertical de su leal víctima. Cambio las tobilleras por unas especiales para colgar y la separó las piernas con una barra de acero sujetándolas a las argollas de los extremos. Después, enganchó el gancho del cable a la argolla central de barra y empezó a elevarla. Cuando quedó en el aire, con el vientre hundido y la caja torácica marcando las costillas con cientos de líneas rojas que la cruzaban en todas direcciones, Paco la miró extasiado y se dio cuenta de lo mucho que le atraía Marta. Incluso le parecía imposible no haberla tenido con él desde hace años, y no sólo en el último par de meses.

Sujetó las muñequeras al collar por detrás de la nuca, y cogiendo un látigo de puntas en cada mano empezó a azotarla alternativamente con los dos y a mucha velocidad. Llegó un momento en que Marta ya ni se quejaba, hasta que empezó a azotarla el chocho directamente: volvió a chillar, pero jamás dijo "basta". Cuando se cansó, la metió un dispositivo ohmibob y con imperdibles cosió los labios vaginales, que por la enorme congestión de los golpes comenzaron a sangrar al ser perforados. El clítoris emergía de los pliegues vaginales cómo una esfinge. Los chillidos de Marta cada vez eran menos audibles porque se estaba quedando ronca. Conectó el ohmibob con el mando a distancia a máxima potencia y automáticamente su cuerpo se arqueó y a los pocos segundos tuvo otro orgasmo. Paco sintió el irrefrenable deseo de meterla la polla en la boca y así lo hizo aunque era consciente de que era casi imposible de que se pudiera correr otra vez. Pero primero la colocó una mordaza de aro que la obligo a mantener la boca dolorosamente abierta. Conectó otra vez el ohmibob y la metió la polla a través del aro. Con una aguja estuvo pinchando toda la zona vaginal y el trasero y la sangre resbalaba por el cuerpo de Marta: parecía enteramente que la había apuñalado. Incluso Paco se asustó un poco ante el temor de que se le hubiera ido la mano. Se separó de ella y subió por las escaleras al piso de arriba, y un par de minutos después regreso con una botellita de plástico blanco: alcohol. Se mojó las manos para desinfectarse y empezó a echar un chorro en los genitales de Marta que automáticamente comenzó a berrear mientras su cuerpo se contorsionaba. Comprobó que la hemorragia era fruto de los grandes hematomas que se había formado en sus genitales por el castigo recibido. Siguió desinfectándola aplicando el alcohol por todo el resto del cuerpo hasta que Marta dejó de moverse: se había desvanecido.

Acciono el cabestrante y la bajo al suelo dónde quedó tirada. La cogió en brazos y se sentó en el sillón con ella en el regazo. La quitó la mordaza y la dio palmaditas en la cara hasta que reacciono y abrió los ojos. Sus miradas se encontraron y decidió darla un poco de descanso. La hizo ingerir un par de comprimidos de ibuprofeno y mientras la hacia beber liquido en pequeños sorbos la morreaba y la pasaba la mano por el dorso a pesar de que sabía que la causaba dolor.

Por el momento estaba satisfecho.

Capitulo 6

     Marta de había quedado dormida en los brazos de Paco. Abrió los ojos crispada por un inminente orgasmo y es que este la estaba estimulando el clítoris con un vibrador. Instintivamente se llevó la mano al chocho y recordó que lo tenía cosido por los imperdibles y eso provoco que se acelerara el proceso: su cuerpo se contrajo y chilló mientras Paco la miraba el rostro tumefacto fruto de las muchas bofetadas que había recibido.

     La tiró al suelo y agarrándola fuerte del pelo la arrastró por la moqueta hasta el centro de la habitación. La soltó las manos que tenía sujetas a la espalda y las unió por delante. Bajo el cabestrante y después de pasar las manos por el gancho la elevo hasta que sus pies quedaron en el aire. Conectó el ohmibob que seguía en el Interior de la cerrada vagina y rápidamente empezó a gemir. Después, blandió un látigo largo y empezó a hacerlo retañar con chasquidos secos. Se puso frente a ella y después de ajustar la distancia comenzó a flagelarla con fuerza. El látigo se envolvía en el cuerpo de Marta provocándola un dolor insoportable. Su cuerpo se retorcía con los impactos pero hacia tiempo que sus gritos no se oían a causa de la ronquera. Después de, al menos, tres docenas de latigazos, empezó a llorar desconsolada, tanto, que a Paco se le encogió el corazón. Decidió parar: fue blando. Cogió una botella de ginebra y dio un par de tragos. Se llenó la boca y lo pulverizo en el cuerpo de Marta que se retorció de dolor. Repitió la operación varias veces mientras con la mano esparcía el liquido. También la paso por la vagina donde los afilados imperdibles seguían custodiando la entraba.

     Cuando dejo de retorcerse la paso el brazo por la cintura y con unas pinzas finas dejo el clítoris al descubierto. Cogió un vibrador y se lo aplico directamente en él y al ver su reacción se dio cuenta de que el placer empezaba a desaparecer. Un vibrador en el clítoris y el ohmibob en la vagina, y ambos funcionando a tope, y Marta no reaccionaba.

Decidió saltarse algunos de los tormentos que tenía previsto e ir directamente al que le llamaba más la atención y que estaba deseoso de poner en práctica.

     Miro el reloj y se quedó sorprendido: eran casi las cuatro de la tarde y no había comido. La dejo colgada, como estaba, y subió a la cocina a picar algo. Cuando bajo otra vez la encontró adormilada. Acaricio su cuerpo tumefacto arrancando leves gruñidos de dolor en Marta que seguía como en trance.

     Con el cabestrante la llevo hasta una mesa de madera y la bajó quedando tumbada bocarriba. Cualquier movimiento que la obligaba a realizar era un tormento para ella. La separo las piernas inmovilizándolas con correas y lo mismo hizo con las manos a los lados de la mesa. Se mojó las manos en alcohol y fue quitando los imperdibles del chocho, y finalmente la extrajo el ohmibob.

     Le estaba costando trabajo ser un hijo de puta déspota y depravado. Era cierto que al empezar el día se le ponía dura mientras la pegaba, pero ahora, la miraba y la veía maltrecha.

     La cogió en brazos y se sentó otra vez en el sillón. Estaba como desvanecida y Paco la pasaba la mano por el torso. Fue bajando hasta que la mano se alojó en el inflamado, herido y ensangrentado chocho de Marta. Automáticamente empezó a restregarlo contra la mano. La dejo hacer y se fue acelerando emitiendo gemidos, pero se dio cuenta de que no podía ser misericordioso con ella, porque ella misma no quería. Movió un brazo y se mordió en el hasta que empezó a brotar algo de sangre. La agarro fuerte del chocho hasta que se corrió. La dio la vuelta y empezó a darla azotes con la mano en el culo. De vez en cuando paraba y la metía un par de dedos en el chocho o en el culo. Marta berreaba cómo una perra salida

     Estaba oscureciendo en el exterior de la casa y definitivamente Paco dio por finalizado el día, a pesar de que Marta seguía demandando más. Notó que el corazón se le estaba ablandando y que la miraba de otra manera, con otros ojos. ¿Se estaría enamorando? Desechó la idea por absurda, a pesar de que era consciente de que sentía algo por ella. Para quedarse tranquilo decidió que era como lo que se siente por un gato o un perro: por una mascota. Pero antes de terminar tenía algo que hacer. Algo que tenia previsto para el domingo por la tarde. De un estuche de madera, sacó un hierro de marcar pequeño con sus iniciales en letras góticas de unos tres centímetros. Sus iniciales de nombre y primer apellido.

     Tumbó a Marta otra vez sobre la mesa y la ató muy fuerte con las piernas muy abiertas y flexionadas hacia arriba. Lo hizo de tal manera que no podía moverse lo más mínimo por mucha fuerza que hiciera. Encendió un pequeño infiernillo y puso el hierro de marcar sobre él. Mientras se ponía al rojo vivo, se sentó en una silla delante de la espléndida y ahora maltrecha vagina de Marta y empezó a chuparla. Rápidamente se le puso dura mientras ella gemía de placer. Cuando se sació y después de comprobar que el hierro ya estaba de color amarillo, desinfectó la zona con alcohol y con un lápiz dibujó las iniciales para situarlas en donde quería que estuvieran: en la cara interna del muslo derecho juntó a la ingle. Cogió el hierro de marcar y con suavidad lo aplico. Marta empezó a berrear mientras su cuerpo se crispaba, sus abdominales se marcaban y un olor a carne quemada invadía la estancia. Apartó el hierro e introdujo dos dedos en la inundada vagina de Marta al tiempo que con la yema del pulgar estimulaba su clítoris. El orgasmo fue tan fuerte que otra vez se quedó semi inconsciente.

Paco revisó detenidamente la marca y le gustó. La imagino cicatrizada y le gustó más. Para entonces la polla la tenía a reventar. La desató, la empujo al centro de la mesa, se subió sobre ella y la penetró. La estuvo follando con tranquilidad hasta que se corrió mientras Marta seguía flipando. La dio unas palmaditas en la cara para reanimarla y cuando abrió los ojos la morreo a pesar de que sabía que le causaría dolor por los cortes de los labios.

     Cuando se cansó, la desató y cogiéndola en brazos la subió al baño y se metió con ella en la bañera. La lavo con detenimiento inspeccionando detenidamente la multitud de heridas que tenía y decidió que le gustaba mucho más sin marcas para poder exhibirla en público.

     Después de la ducha, sentado en el sillón con ella acurrucada en su regazo dormitando, Paco reflexionaba. Seguía confuso. Cómo ya he dicho anteriormente, creía que sería capaz de ser un déspota depravado con Marta, pero lo cierto es que los últimos castigos inflingidos a su esclava le habían costado trabajo. Ahora la miraba adormilada sobre su regazo: desnuda, marcada, herida y desfigurada, y no le gustaba lo que veía. Recordó cuando el día anterior salió de trabajar y la vio apoyada en el coche: espectacular, preciosa, insinuante. Así es como la quería tener. Tenía que encontrar el equilibrio perfecto entre el castigo extremo, vital para ella, y lo que el quería. Estaba dispuesto a encontrarlo.

     Estiro la mano y cogió su móvil. Buscó el número de su jefe y le dio a llamar. Le dijo que había surgido un asunto familiar y que en las próximas dos semanas trabajaría desde su portátil. No tubo ningún problema.

     Al día siguiente, la dejo durmiendo. Se acercó a Arganda, a un centro comercial, y cargó para toda la semana. También fue a la farmacia y compró todo lo necesario para curar a Marta. Cuando regresó, la encontró sentada en el porche arropada con una manta y un poco asustada. Desde que estaba con él, todas las mañanas, sistemáticamente la follaba al despertarse. Al verlo intento levantarse pero claramente la flaqueaban las fuerzas. Desde el coche la hizo una señal para que no se moviera. La puso la mano en la frente y comprobó que tenía algo de fiebre: entre otras cosas había comprado un termómetro y ahora lo estrenaría. Siguió sentada envuelta en la manta mientras Paco descargaba el coche. Cuando término, la recostó sobre el duelo del porche con suavidad y la metió el termómetro en el culo como a los niños pequeños. Pasado un tiempo, lo extrajo y efectivamente tenía unas décimas de fiebre. La levanto del suelo cogiéndola en brazos y la llevó a la cama.

     No lo pudo remediar. Cuando llegó a la cama con ella en brazos tenía la polla a reventar. La dio la vuelta, la puso a cuatro patas y sin más la penetro por el culo después de aplicarla un poco de lubricante. Agarrándola fuerte por las caderas la folló con mucha energía. Cuanto más chillaba Marta de placer más se enaltecía el hasta que finalmente se corrió llenándola el intestino de esperma. Marta quedó tumbada bocabajo y Paco aprovechó para empezar a aplicarla una pomada cicatrizante en las muchas heridas que se veían. Después, la dio la vuelta e hizo lo mismo por delante. Todas estas operaciones estuvieron acompañadas por las quejas de dolor de Marta. Cuando término la dio unos comprimidos de antiinflamatorios. La dejo en la cama arropada por la manta y decidió ponerla a dormir porque tenía que trabajar, ya era tarde y este primer día no quería distracciones. Sin decirla nada sobre sus intenciones, la dio dos comprimidos de un somnífero que le había dado un médico amigo suyo y a los pocos minutos estaba profundamente dormida.

     La destapo y la dejo desnuda sobre la cama, bien expuesta. Movió una mesita auxiliar hasta la cama y se puso a trabajar con el ordenador con ella muy a mano. Cuando paraba a descansar, la contemplaba detenidamente y sentía una atracción especial, y eso que estaba extremadamente marcada. Imagino la imagen con su expléndido cuerpo en plenitud de condiciones y tubo una erección: se le puso dura.

Lo mismo ocurrió todas las veces que levantaba la vista del ordenador y al final de la mañana no aguantó más y apartando la mesa se subió encima de ella y la empezó a follar como si no fuera a haber otro día. Notaba su cuerpo inerte, desmadejado, mientras el apretaba como nunca hasta que se corrió mientras gritaba de placer. Mientras se recuperaba la cubrió de besos, aún a sabiendas de que tanto los besos como el polvo eran ajenas a la consciencia de Marta.

 

     Cuando llegó el siguiente fin de semana, Marta estaba prácticamente restablecida. Casi todas las marcas de cuerpo habían desaparecido, y el chocho ya no estaba inflamado y amoratado. Sólo en la cara quedaba algún resto de los cortes de los labios y los ojos, aunque ya no estaban inflamados, y el derecho cerrado, tenían un gracioso color violáceo, cómo un ligero antifaz: parecía un mapache.

Aunque los primeros días de convalecencia se reprimió un poco, su actividad sexual había vuelto a sus cauces habituales: la follaba a todas horas. Aunque indudablemente no se corría, sentía un placer especial al tenerla penetrada.

     El lunes, después de follarla concienzudamente por la mañana temprano, y de estar un par de horas frente al ordenador, fueron a hacer la compra a Arganda. La vistió con un pantaloncito corto y ajustado, que ahora están de moda, y una camiseta amplia y corta que dejaba al descubierto su ombligo y que ante la ausencia de sujetador, marcaba un poco los pezones. Bajo el pantalón, la ausencia de tanga era suplida por un bonito plug decorado por un cristal morado. Estaba estudiado. Paco sabía que aunque no se iba a ver, lo ajustado del pantalón haría que al caminar el plug se moviera. En los pies, la puso unas sandalias con un vertiginoso tacón de doce centímetros que estilizaba la pierna y levantaba el trasero. Para ocultar sus amoratados ojos, la puso unas enormes gafas de sol de marca y de patilla ancha. Estaba para follarla ahí mismo, pero se contuvo porque había que ir a la compra. Cuando llegaron al centro comercial, Marta no pasó inadvertida. Paco la dejo sola con el carro y se situó unos metros por detrás. Casi todos los tíos, por no decir todos, volvieron la vista para mirarla el trasero y las piernas, y alguna tía también. De vez en cuando, se aproximaba y cogiéndola por la cintura la morreaba descaradamente y Marta le ofrecía siempre la lengua. También la acariciaba el culo apretando el plug. Marta estaba cardiaca perdida y si hubiera llevado falda, sin lugar a dudas sus jugos resbalarían por la entrepierna.

      A pesar de no haber cumplido en su totalidad los martirios que tenía previsto, Paco estaba satisfecho. Había comprobado fehacientemente que Marta no tenía límites en cuanto al dolor físico. Podría matarla y mientras agonizaba seguiría feliz como una lombriz. Por supuesto, no entraba entre sus planes hacer tal cosa.

      En cuanto al plano sexual, Marta era un pozo sin fondo, y el en estos pocos meses había follado mucho más que en toda su vida.

Le gustaba experimentar y cualquier chorrada que se le ocurría lo ponía en práctica con ella, que como ya saben, jamás decía no. Todos estos pensamientos fluían por su mente mientras Marta, de rodillas entre las piernas de su amo y con las manos atadas a la espalda, engullía incansable la polla de su dueño y señor. 

      En ese momento tomó una decisión y subiría un peldaño en su relación: la iba a convertir en su testaferro. Los empleados de su empresa tenían prohibido invertir en los fondos de la empresa, pero él sabía de casos en que algunos lo habían hecho con personas intermedias. Mientras maquinaba como hacerlo, cogió la cabeza de Marta, y apretó hasta el fondo deformando su garganta. No se quejó. Después dirigió la cabeza hacia abajo para que chupara el ano. Perfectamente entrenada, empezó a hurgar con la lengua en su interior.

      Sí, un poco tiempo Marta sin saberlo seria millonaria.

     

Capitulo 7

      Había pasado un año desde que Paco se encontró a Marta borracha en la escalera y su vida había cambiado sustancialmente, e indudablemente el de ella también. La brutalidad del primer par de meses había desaparecido y Paco había empezado a desarrollar un cariño especial hacia Marta. Se negaba a llamarlo amor, pero en realidad era eso. Aún así, la seguía torturando porque sabía que ella lo necesitaba, pero jamás la marcaba porque si algo le gustaba a Paco era exhibirla, que todos vieran el pedazo de mujer en que la había convertido, cómo la perfecta mariposa que sale de la crisálida del gusano.

     Marta ya no era la sumisa muda de los primeros meses, ahora conversaba con ella, y los fines de semana salían al teatro o al cine, y a cenar. También se habían apuntado a una escuela de bailes de salón cuando Marta le dijo que era un anhelo que siempre había tenido.

     El despertador del móvil sonaba muy temprano porque Paco necesitaba tiempo para follar a Marta concienzudamente: como Dios manda. La rutina de por las mañanas era siempre igual. Primero la sujetaba las manos a la espalda con unas esposas. A continuación, estaba varios minutos besándola. La comía la boca como si fuera a ser el último día y acto seguido la ofrecía la polla mientras él degustaba su vagina en un sesenta y nueve bestial. Finalizaba sobre ella penetrándola, mientras la abrazaba y la comía la boca. Durante todo ese proceso Marta encadenaba orgasmos sin parar. Después, se iba a trabajar dejándola bien follada durmiendo en la cama.

     Cuando regresaba a casa, rápidamente la volvía a follar con una violencia inusitada: tirones de pelo y azotes en el trasero, y siempre por el culo. Después, si no tenía trabajo pendiente se dedicaba a ella, y finalmente, por la noche, se iban pronto a la cama y la follaba con mucha creatividad.

     Durante este último año, en algún momento tuvo un conflicto moral propiciado por el cariño (amor) que había desarrollado hacia ella. Era plenamente consciente de que Marta tenía un problema psiquiátrico grave. Un problema que tal vez deberían tratar profesionales, pero su egoísmo pudo más que sus diatribas morales. ¿Y si la curan y la pierde? Sólo pensar en eso le ponía malo. Se había convertido en un adicto a su sumisa.

      Decidió solucionarla la vida por sí a largo plazo el desaparecía. Abrió en su financiera una cuenta a su nombre (él, al ser empleado lo tenía prohibido) con una cantidad importante y empezó a gestionarla como si fuera un cliente normal, pero claro, no lo era. En pocos años Marta sería millonaria sin saberlo. También hizo testamento y la dejó todo: Paco no tenía familia.

      Se aficionó a viajar con ella, principalmente fuera de España. El primer viaje fue a Praga a final de invierno. No fue una buena elección. Durante toda la semana estuvo nevando y el frío era intenso, acrecentado por la fuerza del viento. Marta iba a todas partes metida en su plumas largo, gorro y guantes de lana y botas de invierno.

Por las mañanas, después de follar, salían a hacer las visitas turísticas de rigor, a mediodía comían en algo restaurante del centro y luego al hotel hasta la hora de la cena.

     Se había aficionado a atarla sobre la mesa, bocarriba, bien abierta de piernas. Se sentaba en una silla delante de su fantástico chocho y empezaba a chupar: podía estar horas así. Marta gemía constantemente como una loca, hasta que les llamaron la atención. Decidió amordazarla y la intensidad bajo ostensiblemente, pero solo de sonido. La vagina de Marta segregaba fluidos como una fuente y Paco, cada cierto tiempo se levantaba y poniéndose a la altura de la cabeza la penetra la boca y la follaba hasta que la llenaba la boca de esperma. Después vuelta a empezar.

     Una de esas mañanas, salieron para visitar la zona del castillo. Paco la dijo que sólo se pusiera las botas. Después la hizo arrodillarse, inclinarse hacía adelante y la introdujo en el ano un gran plug decorado con un cristal tallado de color morado. Era tan grande que a Marta la dificultaba el andar. La puso el plumas largo y así salieron a la calle. Iba enormemente excitada y eso que el juego no había empezado. Mientras andaban por el complejo de El Castillo con cierto disimulo la iba sobeteando. Le excitaba meter la mano fría dentro del plumas y encontrar el cálido cuerpo de Marta. Llegaron a uno de los callejones cercanos al Pasaje de Oro y aprovechando que no había nadie, sin previo aviso la levanto el plumas, la inclino y sacándose la polla la penetró. El vaho salía cómo un chorro por la boca de Marta con el impulso de los gemidos y la llegó un orgasmo tremendo cuándo empezó a oír las voces de un grupo de turistas que se aproximaba. Terminaron justo a tiempo de que no les sorprendieran.

      Después de ese viaje decidió ponerla piercing en la lengua para que le chupara la polla mejor, si eso fuera posible, porque cómo ya ha quedado claro, Marta se entregaba totalmente en esa labor. Pero la verdad es que lo que más le atraía a Paco, lo que más morbo le daba, era que la gente la viera con ese adorno en la lengua. La llevó a un conocido establecimiento del centro de Madrid y allí la pusieron dos: uno cerca de la punta de la lengua y otro un poco más atrás. Fue una decisión de última hora después de verlo en el catálogo. Cuándo la vio con ellos puestos tuvo una erección tan fuerte que casi no les dio tiempo a llegar a casa y eso que estaban cerca. Una vez solos la folló la boca con una violencia inusitada. Con el tiempo descubrió que le encantaba que le hurgara el ano con los piercing y cómo pasaba cuándo le chupaba la polla, en esa nueva función Marta se entregaba a conciencia.

      Así las cosas decidió hacer una prueba. Quería verla con otros hombres y analizar sus sensaciones, las de Paco, al verla comer pollas distintas a la suya entre otras cosas. Lo preparó todo concienzudamente. Estuvo investigando por Internet y al final encontró lo que buscaba. Contrató a seis caribeños, de piel negra, muy altos y grandes cómo armarios y con grandes pollas que se dedicaban a eso: a follarse mujeres insatisfechas con maridos más o menos complacientes, impotentes, o vaya usted a saber. Para tal fin alquiló una casita discreta y apartada en las cercanías de Huesca y les pagó los billetes de AVE hasta allí. Sus planes eran que la dieran caña durante 48 horas consecutivas: sin descanso. Al principio los planes eran otros: que un negro se la follara, pero después empezó a añadir más elementos, más negros, y decidió ponerla al límite aunque sabía perfectamente que nunca se iba a negar. Aun así, los días previos la estuvo aleccionando para que no hubiese ningún problema. El día que se lo dijo, se sentó en el sillón y la hizo arrodillarse entre sus piernas. La puso la mano en el chocho y la obligo a correrse en su mano mientras se frotaba con ella. Le encantaba ver, y notar, cómo se mojaba la mano con la corrida de Marta además de sus gestos y gemidos.

      —El próximo finde quiero hacer un experimento contigo, —la dijo mientras se recuperaba—. Vamos a ir a una casa en Huesca, y allí vas a estar follando durante todo el fin de semana con unos hombres que no conoces. ¿entiendes lo que te estoy diciendo?

      —Si amo.

      —Repítemelo.

      —Vamos a ir a Huesca y voy a estar con unos hombres que no conozco…

      —Vas a follar.

      —Voy a follar con unos hombres que no conozco, amo.

      —Muy bien: buena chica,—dijo acariciándola la mejilla—. Quiero que te entregues totalmente a todos sus deseos y que seas cariñosa y servicial. Me sentiré muy defraudado contigo si hay algún problema. ¿Lo entiendes?

      —Si amo: lo entiendo.

      —Saldremos el jueves por la mañana y al día siguiente llegaran ellos, y te lo repito: desde ese momento harán contigo lo que quieran. ¿Alguna duda?

      —Ninguna amo.

      —Buena chica, —la hizo inclinarse y la metió la polla en la boca. La obligo a chupar muy despacio, más de lo habitual. Un largo rato después, se corrió y la llenó la boca de semen que Marta se tragó cómo era habitual.

      El día del viaje, jueves, casi no la tocó. La tuvo todo el día sin provocarla ningún orgasmo. Cuándo Paco necesitaba correrse, Marta se la chupaba y nada más. Cuándo al día siguiente llegaron los seis negros, Marta estaba más que receptiva y preparada: esta salida cómo una perra en celo.

      Les había puesto varias condiciones que se resumían en principalmente en dos: podían hacer con ella lo que quisieran salvo golpearla en la cara o hacerla sangrar, y siempre estaría con las manos atadas por la espalda. Demostraron ser de una profesionalidad total y cuándo llegaron a la casa Paco comprobó que ya se había organizado. Traían un guion preparado. Dormirían de dos en dos y siempre habría dos cómo mínimo dándola caña.

      Desde una habitación contigua, Paco controlaba la grabación de todo lo que pasaba con las cuatro cámaras de alta resolución que no perdían detalle. Cada cierto tiempo salida con una cámara portátil y tomaba primeros planos. 

      El lubricante se gastaba por litros y todos siempre que tenían ocasión y estaba libre la daban por el culo. La manejaban como si fuera una osita de peluche, una muñequita, y estaba más tiempo en el aire que tumbada. Para ellos no representaba la más mínima dificultad: Marta con sus cuarenta y cinco kilos de peso y ellos enormes y musculados. La postura que más les gustaba era que mientras uno de pie la tenía penetra mientras la sujetaba en el aire, otro la daba por el culo. A las pocas horas, Marta tenía el culo rojo como un tomate y es que todos los que la daban por detrás aprovechaban para azotarla el trasero.

      Cuando llegó la noche la actividad siguió sin tregua y Marta estaba como ida, en trance. Paco, que dormitaba cómo podía en la silla del ordenador, de vez en cuando la daba una bebida energética rica en cafeína para ayudarla a permanecer despierta.

      Al día siguiente la actividad siguió frenética y por la noche Paco dio por finalizado el experimento porque hacia un par de horas que Marta estaba adormecida y ni siquiera respondía a los estímulos sexuales o violentos. Les dio una generosa propina y les llamó un par de taxis para que les llevarán a la estación del AVE.

      Cuando todos se fueron, y ya solos, regresó a la cama donde yacía Marta. Acercó un sillón a la cama, la cogió por los pies y con ellos se masturbó: Marta tenía tanto el culo cómo la vagina rebosantes de esperma. Fue poco tiempo: a los pocos segundos se corrió sin que ella hiciera el más mínimo gesto. Recordó que lo primero que hizo con ella, aparte de meterla los dedos en la boca para que vomitara, fue masturbarse con sus pies.

      Cuando se tranquilizó la levanto en brazos y entró con ella en la bañera que previamente había llenado. La lavó detenidamente, la frotó concienzudamente con la esponja de baño, no quería dejar el más mínimo rastro de los seis hombres que durante 34 horas la habían estado follando. Después, la envolvió en una toalla y regresó con ella a la cama. Cuando estuvo bien seca, se dedicó a inspeccionarla detenidamente. Las tetas las tenía un poco tumefactas, y los pezones muy inflamados de las veces que se las habían estrujado y pellizcado. En estado similar tenía la vagina, porque a pesar de estar siempre muy untado de lubricante, el estar penetrada casi permanentemente por pollas largas y gordas pasaba factura. Aún así nada preocupante: nada que no solucionen los antinflatorio. Otra historia era su ano: ese maravilloso ano que tanto le gustaba. Estaba feo e inflamado, y además presentaba varias grietas y abrasiones.

      <> —pensó.

      Terminada la inspección, se preparó una generosa copa de Ginebra y se sentó en el sillón con ella acurrucada en su regazo y el ordenador a mano. Mientras saboreaba la copa velaba el intranquilo sueño de Marta interrumpido por espasmos esporádicos fruto de los malos sueños y el agotamiento. Estuvo visualizando ligeramente las imágenes grabadas mientras sentía una enorme ternura hacia ella.

      Decidió analizar el experimento como si se tratara de una transacción financiera: los pros y los contras. Empezó por estas últimas. 

      1º. No le gustó que otros hombres se follaran a Marta. Aunque al principio le excito mucho verla con seis caribeños enormes dándola caña, al poco tiempo se le paso.

      2º. Marta tuvo un montón de orgasmos, sobre todo al principio, pero nada que ver con los que tiene con él.

      3º. Le había costado cierto trabajo convertirla en el pibón que era ahora para poder exhibirla y para su disfrute personal, y el experimento le iba a obligar a tenerla en el dique seco un tiempo, sobre todo el culo: tendría que estar un tiempo sin entrar por ahí.

      En definitiva, esto y algunos puntos más se podían resumir en algo muy simple: Marta es de su propiedad y sólo de él, única y exclusivamente, y después del experimento no quería volver a cruzarla con ningún otro macho, sea del color que sea, aunque con otra mujer sería cuestión de pensarlo.

      La llevó a la cama y se quedaron dormidos. Paco se despertó, tarde, a media mañana, con la cabeza de Marta apoyada sobre su hombro. Estuvo un rato largo mirándola dormir. Si antes no tenía dudas, ahora menos: quería tenerla junto a él siempre. De improviso, abrió los ojos y estuvo unos instantes mirándole. Después, se fue hacia abajo, se metió la polla en la boca y empezó a chupar muy lentamente: como sabía que le gustaba. 

 

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