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ESTHER (capitulo 22)

en Dominación

Los acontecimientos se precipitaron en Tailandia y Pinkerton y yo tuvimos que viajar a Bangkok para garantizar que no hubiera ningún problema. Previamente, Pinkerton paso  por Madrid para visitar a Esther. Estuvo muy preocupado desde el atentado, aunque se habían visto pocas veces, desde el primer momento congeniaron y la quería como una nieta mas. Es difícil no hacerlo, Esther es un amor de mujer y todos se dan cuenta salvo Moncho. Pinkerton, desde que la retiraron el Tranquimazin, conectaba periódicamente con el Skype y estaba al tanto de su evolución, animándola y apoyándola.  Cuando partimos para Bangkok, Esther quedo en muy buenas manos, las de Isabel. Se traslado a mi casa y lo hizo acompañada por Colibrí.

– Sabes que tengo que vigilar a Colibrí, y ahora a Esther –me dijo Isabel cargada de razón– lo mejor es tenerlas a mano a las dos.

– De eso no me cabe la mas mínima duda, las vas a tener muy a mano, –bromeé.

Mientras “conversábamos”, Esther y Colibrí asistían a ella abrazadas y muertas de risa.

– La culpa es tuya por mandarme tantas cosas, pero no te preocupes, yo me sacrifico lo que sea necesario.

– Menudo sacrificio, te vas a follar a las dos durante una semana.

– El deber, es el deber y yo soy muy profesional. –y añadió– Por cierto, ¿tienes alguna amiga mas de buen ver que no conozca?

– Trátala con delicadeza, no me la lesiones.

– ¡Joder, eso no me lo digas a mi, díselo a ella!

Aunque no estuve presente, Esther no tiene secretos para mi, se que se lo pasaron muy bien,. Esa primera tarde que ya estuvieron solas terminaron rápidamente en la cama, y Colibrí flipó. Isabel si tenia experiencia con Esther, pero ella no. A pesar de haber sido siempre lesbiana, nunca había estado con una mujer como Esther. Intento seguir su ritmo mientras Isabel descansaba periódicamente en la butaca del dormitorio. Cuanto mas la oía gemir mas se excitaba e inconscientemente entraba en un bucle sin fin de sexo total con alguien que era incansable. Termino agotada, con el cuerpo empapado en sudor abrazada a una Isabel que disfrutaba con el morbo de la situación.

– Nena, no puedes seguir su ritmo, con nosotras es insaciable, –la dijo con cariño mientras miraban como Esther se hacia un dedo.

– ¿Pero por que?

– Porque el único que la domina y la satisface es su señor, es Eduardo.

– ¿Qué la domina? No me puedo creer que Edu la maltrate.

– ¡Como la va a maltratar, no seas boba no has entendido! A Esther la gusta el sexo duro, fuerte, pero la cosa no va por ahí –y después de besar en la boca a Colibrí añadió– Esther necesita unas pautas, un ritmo de vida que es lo que Edu la proporciona, porque la conoce perfectamente y sabe lo que necesita.

– Pues tendremos que dominarla nosotras, –dijo Colibrí mientras observaba como Esther y su dedo llegaban a otro orgasmo– me empieza a dar miedo.

– ¡Imposible! –rió Isabel– la cosa funciona entre ellos porque se adoran, están profundamente enamorados.

– ¿Pero nosotras … ?

– ¡Esther no quiere mas hombre que Edu, –la interrumpió– y no la vale cualquier mujer, nosotras, las mujeres que ella ya conoce, somos el único repuesto posible, pero no es lo mismo …

– ¡Vaya dos cotorras! –las interrumpió Esther mientras retozaba por la cama– os estoy oyendo.

– ¿Y que opinas?

– ¡Que os quiero a las dos! –y saltando de la cama, añadió ante la estupefacción de las dos– me voy a poner mi peluca verde.

Cuando llegamos a Bangkok nos reunimos en primer lugar con nuestro contacto allí, un hombre de Pinkerton. Nos puso al corriente de todos los pormenores y nos confirmo que el juicio de había fijado para dos días después.

– ¿Hay alguna posibilidad de que Moncho gane en el juicio? –le pregunte.

– Ninguna posibilidad, no tiene un centavo, lo poco que tenia encima desapareció durante la detención y ya sabemos que en banco no hay nada. Tiene abogado de oficio y eso aquí es chungo. Además, para evitar sorpresas, el fiscal que lleva la acusación y el juez que le va a juzgar están en nomina. Les garantizo que le caerá cadena perpetua, aquí esta muy castigado el tema de la corrupción de menores, pero en ocasiones se suele hacer la vista gorda, pero el tema de la droga es muy grave,  por eso procuré que apareciera una pequeña, pero suficiente cantidad de heroína.

– ¿Las cárceles aquí son seguras? No me gustaría que se escapara.

– Le aseguro que de una cárcel tailandesa no se escapa casi nadie, y Moncho menos que nadie y mucho menos de la cárcel donde le vamos a mandar.

–  ¿Ya has pagado al alcaide? –pregunto Pinkerton.

– Mejor que eso, le vamos a pagar un sobresueldo mensual. El será el mas interesado en que no se escape y que su vida no corra peligro. Cuanto mas viva, mas gana, así de simple.

 – ¡Perfecto!

– Además por indicación del alcaide, también vamos a pagar unos pocos dólares al jefe de los guardias y a un par de estos.

– ¡Ya sabes que después del juicio quiero hablar con el! –le recordé.

– Todo esta preparado. No habrá problema.

Mientras esperábamos el juicio, Pinkerton y yo visitamos una  comunidad de monjes budistas que se dedicaban con muy pocos medios a  recoger niños y niñas dedicados a la prostitución y darles estudios y algo de futuro a sus vidas. También tenían un precario hospital, por llamarlo de alguna manera, donde se atendía a los niños recogidos enfermos de sida. Acordamos con ellos crear una ONG que construiría un hospital en condiciones, lo dotaría con cooperantes de EEUU y España si fuera necesario y además tendrían apoyo económico para ampliar sus actividades. Todo con un control férreo de nuestra gente, la corrupción en este país esta incrustada en la sociedad, como ya ha quedado demostrado.

El día del juicio, Pinkerton y yo asistimos a él,  y fue bastante rápido, visto y no visto. Cuando le comunicaron la condena a cadena perpetua, lo tuvieron que sacar de la sala chillando y pataleando como el cerdo que es.

El día de nuestro regreso, a primera hora de la mañana llegue a la Prisión Central  de Bangkwang. Pinkerton no me acompañaba, se quedo en el hotel. En esta prisión, donde los reos llevan grilletes en los pies permanentemente, es donde va a cumplir condena Moncho. Además de los grilletes le trajeron esposado y así permaneció. Esa mirada de arrogancia, odio y desprecio que siempre mantuvo, había desaparecido. Ahora solo veía sorpresa, temor y derrota.

– ¡Te advertí que te olvidaras de Esther! –le dije sin ningún tipo de preámbulo. Los dos estábamos de pie en el centro de la habitación y en presencia de los dos guardias de “confianza” que no entendían ni jota de lo que hablábamos.

– ¡Debí suponer que estabas detrás de esta mierda!

– Así es, lo estoy.

– ¡No te vas a salir con la tuya! –intentaba ser amenazador, pero solo conseguía ser patético.

– Te vuelves a equivocar.

– ¡Tarde o temprano saldré de aquí y entonces te matare, a ti y a la puta esa! –grito con vehemencia.

Los dos guardias hicieron ademán de intervenir pero los detuve  haciéndoles un gesto con la mano.

– Te sigues equivocando, nunca vas a salir de aquí.

– ¿Qué pasa, tienes comprados a todos? ¡Yo les pagare mas que tu!

– No puedes.

– ¿A no …?

– No tiene un puto centavo.

– ¡Que listo eres! ¿cómo sabes tu eso?

– Porque todo tu dinero lo tengo yo. –mi tono de voz era monótono, tranquilo y eso le exasperaba mas.

– ¿Eres tú quien me la ha robado, hijo de puta?

– Si ¿Con que te crees que estoy pagando todo esto?

– ¡Hijo de puta, te voy a matar! –esposado, intento abalanzarse hacia mi, pero los guardias se lo impidieron agarrándolo de mala manera.

– ¡No, no lo vas a hacer! –Moncho pudo ver perfectamente el odio de mi mirada cuando acerque mi cara a la suya– ¡de aquí no vas a salir nunca, estos guardias, su jefe, el alcaide, el fiscal, el juez, todos los que tengan que ver contigo, todos están en mi nomina. Morirás en esta cárcel, pero no te preocupes, no será pronto. Lo he dispuesto todo para que tu vida aquí, que será larga, sea todo lo “placentera” posible.

– ¡Te matare hijo de puta, te matare aunque sea lo ultimo que haga, te matare! –estalló Moncho. A una señal mía se lo llevaron  arrastras mientras pataleaba y chillaba como un demente. Sus gritos se fueron apagando según se alejaba por el oscuro pasillo.

Desde Bangkwang fui directamente al aeropuerto donde ya me esperaba Pinkerton.

– ¿Cómo ha ido? –me pregunto.

– ¡Bien, como era de esperar.

– ¿Y tu como estas?

– Ahora bien, me hacia falta.

– Bueno, podemos dar por concluido este capitulo, –dijo Pinkerton.

– ¡Para el no, ni se imagina lo que le espera!

Llegamos a Londres y me despedí de Pinkerton antes de coger mi vuelo de Madrid.

– ¡Hola mi amor! –la dije por el móvil antes de despegar– llegare a casa sobre las seis y media. Desaloja a tus chochitos de casa, te quiero para mi solo.

– ¡Mi señor, sabes que solo soy tuya!

– ¡Si mi amor, lo se y tu sabes que te quiero!

– ¡Si mi señor, lo se!

Cuando salí por la puerta de llegadas del aeropuerto me la encontré allí. Fue una sorpresa, no me lo esperaba. Me la había imaginado desnuda, en la cama, esperándome ansiosa.

La abrace tan fuerte que casi la hago daño. Durante un buen rato la tuve entre mis brazos mientras ella se aferraba a mi con todas sus fuerzas.

– ¡No te imaginas los jodido que ha sido estar separado de ti toda una semana! – la dije entre beso y beso.

– ¡Lo se porque a mi me a pasado lo mismo mi señor!

– ¡Pues tu tenias dos almejitas que llevarte a la boca! –bromeé– ¡yo solo tenia a Pinkerton!

– ¡Pobrecillo, no le habrás hecho nada! –soltó dando una carcajada.

– ¡Te aseguro cariño, que no me pone nada de nada!

Llegamos al coche y me quiso entregar las llaves, pero las rehusé.

– No mi amor, llévame tu.

– ¡Jo, mi señor, es que quiero … !

– ¡En el coche no, que la ultima vez estuve doblado un par de días!

– ¡Pero jo … !

– ¡Vamos arranca y no te pongas entrecejona! –la dije con humor– ¡y no corras!

– ¡Jo!

Dejamos el coche en el parking y subimos a casa. Mientras lo hacíamos en el ascensor, Esther seguía haciéndose la mohína. Entramos en casa y me dirigí al dormitorio con la maleta. Comencé a desnudarme mientras Esther mirando de reojo se hacia la indiferente.

– ¿No quieres venir conmigo, cariño?

– ¡No me apetece, mi señor! –respondió poniéndose muy digna.

– ¡Bueno pues como quieras, tu te lo pierdes! –la dije mientras recostado en el cabecero de la cama, con mi mano me meneaba la polla de un lado a otro.

Dos segundos aguantó. Al cabo de los cuales se tiro de golpe a mi lado sin desnudarse. La agarre por la muñeca  y con suavidad, la llevé el brazo por detrás de su espalda mientras la mordía el cuello. Su agitada respiración hinchaba su tórax marcando sus costillas recién sanadas a través  de la camiseta. Mi mano hurgó por debajo de ella hasta encontrar sus preciosas tetitas. Esther pataleando logro quitarse las Converse y con la mano libre se desabrocho el botón del pantalón. Pegue mis labios a los suyos mientras aprisionaba sus mano libre. Mi lengua hurgaba en su boca al encuentro de la suya encontrándola con facilidad. Con los brazos aprisionados, Esther se retorcía de deseo, pero yo no estaba dispuesto a soltar mi presa y seguí rebuscando en el interior de su boca, respirando su cálido aliento. Quería recuperar una semana de falta de besos. Cuando me sacie de su boca, la solté y de inmediato Esther me abrazo por el cuello y me atrajo hacia ella rodeándome con sus piernas, olvidando claramente que todavía estaba vestida. El deseo la nublaba la razón. Me separe de ella, y agarrando la cintura del pantalón, tire de él sacándoselo junto con el tanga. Mientras, ella se quito la camiseta he intento abrazarme de nuevo. No se lo permití, cogiéndola por las muñecas la recosté sobre la cama mientras sus ojos brillaban de deseo y lujuria.

– ¡Separa las piernas! –la ordene autoritario, y cuando me obedeció añadí– ¡no quiero que te muevas!

Introduje mi boca entre sus muslos y comencé a chupar, a saborear su vagina. No se cuando tiempo estuve, pero fue mucho. Esther, obediente y sin moverse, no hacia mas que gritar con ese sonido profundo y ronco que exhalaba cuando la llegaban los orgasmos, que estaban llegando mas rápido de lo habitual. Cuando me sacie, la cogí de la mano y la saque de la cama.

– ¡Arrodíllate y pon las manos a la espalda! –la ordene, mientras la ofrecía mi polla. Cuando lo hizo se la metió en la boca y comenzó  a chupar mientras intentaba restregar sus muslos uno contra otro.

No chupo mucho, era tal el deseo que tenia de ella, que me corrí rápido llenando su boca con el  semen acumulado de una semana de abstinencia. Pero no me importo, esta tarde-noche iba a ser muy larga. Regresamos a la cama y la seguí chupando la vagina. Periódicamente la abandonaba y subía hasta su boca para luego regresar. La penetre y me mantuve quieto, como a la espera,  mientras observaba de cerca su precioso rostro. Después de la pausa, empecé a follarla con mucha parsimonia mientras mi amor no hacia mas que gritar de placer. Cuando notaba que me iba a correr paraba y la comía la boca, para después de un rato volver a follarla. Cuanto al final me corrí, estuve sobre ella, cubriéndola, mientras la llenaba de besos. Me separe de ella y salí de la cama, dejándola inmóvil, despatarrada y con el cuerpo bañado en sudor. Su agitada respiración inflamaba su pecho, mientras un leve espasmo contraía una de sus piernas. Un leve hilillo de semen resbalaba del interior de vagina. Me dieron ganas de saltar otra vez sobre ella y follarla hasta la extenuación, pero ya no estoy para proezas de estas. En el fondo no se me olvida que soy veinticinco años mayor que ella.

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Antonia, o nadie es perfecto.

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