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Desafio de galaxias (capitulo 64)

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                                             * * * * *

Marisol estaba en el comedor del Fénix a escasas horas de que llegaran al sistema Kaaitam. Inmersa en sus pensamientos, recostada en la silla y con los pies en la de al lado, miraba por el ventanal la inmensidad de la oscuridad espacial.

— ¿Te interrumpo? —preguntó Oriyan que llegaba con una taza de café en cada mano.

— Claro que no, —respondió con una sonrisa— ¿vienes a darme la bronca?

­— Para nada, no seas desconfiada, ¡joder!

— ¡Vale, vale! No te dispares.

— ¡No! disculpa, es que me siento rara, —entregándola la taza de café.

— ¿Y eso?

— Es la primera vez en ocho años que no tengo nada que hacer, —respondió sentándose en una silla.

— ¡Qué exagerada! Puedes ser mi asesora.

— ¿Asesora? Anda, que necesitas tu mucho asesoramiento.

— Desde luego, como eres. Además, es solo por unos días, cuándo solucionemos el asunto corsario.

— Vale, vale, si no digo nada, pero… es que no me has dicho una mierda sobre ese Ejército de Liberación de Faralia.

— En principio vas a disponer de tres millones de soldados… más o menos. También dispondrás de una flota…

— Si voy a proteger la retaguardia en Petara, no necesitaré muchas naves, —y ante la cara de Marisol, añadió—. ¡Vale! Perdona. Sigue que me callo.

— Como te decía, dispondrás de una flota… y es mucho suponer que vas a estar quietecita en Petara…

— Pero, yo creía…

— …y no te voy a contar nada más, te daré las ordenes puntualmente, y la boquita cerrada, nadie, salvo tú y yo, sabemos mis intenciones.

— ¿Cómo que sabemos? Si no me has contado una mierda, y me has dejado más jodida que antes.

— No te quejes que ya sabes más que los demás, y por cierto, ¿has pensado en echar un polvo de vez en cuando?

— ¿A qué viene eso ahora?

— A que, a lo mejor, dejabas de ser tan raspa.

— Veo que no ha sido buena idea venir a charlar contigo, —dijo amagando con levantarse.

— No has venido a charlar, —Marisol la sujeto del brazo—has venido a tirarme de la lengua. Venga, no te vayas.

— Vale ¡Pero no te metas conmigo!

— Lo intentaré.

 

Doce horas después, la actividad era frenética en el centro de mando del Fénix. Estacionada en la superficie del sexto planeta del sistema Kaaitam, monitorizaba todas las operaciones en torno a la luna del quinto planeta, donde se encontraba oculta la principal base corsaria. En cuanto a las otras tres bases auxiliares descubiertas, situadas en grandes asteroides orbitales en otros sistemas dentro los territorios de influencia maradoniana, estaba prevista su destrucción mediante un ataque nuclear con los cohetes Delta.

El bloqueo de Kaaitam 5 era total, y cuándo el grueso de la flota del FDI emergió de los vórtices, las naves corsarias salieron de sus dársenas subterráneas mientras la artillería de defensa planetaria abría fuego incesantemente. Mientras las dos flotas se enfrentaban entre si, varios escuadrones de fuerzas especiales federales aterrizaban en las inmediaciones de la base y atacaban por tierra, con el apoyo posterior de las fuerzas de infantería del Fénix. La batalla naval fue dura, pero mucho más lo fue la terrestre. Las fuerzas federales tuvieron que conquistar tramo a tramo toda la red de túneles y corredores subterráneos. Solo al final, un par de cientos de soldados enemigos se rindieron a las fuerzas de ataque.

En la órbita, los grupos de batalla federales impidieron que las naves corsarias huyeran, y crearon un campo de distorsión para impedir que abrieran vórtices de salto, las cercaron, mientras las patrulleras de batalla maniobraban entre ellas. Su velocidad de maniobra impedía que las naves corsarias las alcanzaran con sus sistemas de armas. Varias horas después de dura batalla, catorce naves corsarias se rindieron, cuándo el resto había sido destruidas o gravemente averiadas.

— Controlamos casi todo el complejo, —dijo J. J. que había participado en el asalto con las fuerzas de apoyo— solo queda una pequeña zona, donde resiste el pretor con su guardia personal. Tiene un grupo de hembras a las que está usando como escudo.

— ¡Qué hijo de puta!

— ¡Sí!, va a ser difícil llegar a él sin provocar una matanza.

— Haz lo que puedas. ¿Y sus computadores?

— Mi gente ya está con ellos.

— ¿Qué impresión tienes?

— Buena, hemos encontrado muchas unidades de almacenamiento. Solo tenían una línea de comunicación con el exterior, toda la información la almacenaban en unidades pequeñas, posiblemente para enviarlas con alguna nave.

— Perfecto, ponte con ello rápidamente, —y haciendo una pausa, añadió—. Se me está ocurriendo que, tal vez, seria bueno intentar capturar al pretor con vida. Quedaría bien en los titulares de los informativos.

— De acuerdo, daré la orden.

— Pero nene, no a cualquier precio, ya me entiendes.

— Perfectamente.

— Prefiero que caiga el a las hembras.

— No te preocupes. ¿De qué color le pongo el lazo?


 

Con las operaciones finalizadas, el Fénix aterrizó en Kaaitam junto a las instalaciones de la base corsaria, para dar asistencia a los heridos. En compañía de Oriyan y Anahis, recorrieron las instalaciones, hasta una pequeña estancia, donde las fuerzas especiales tenían detenido al pretor bulban.

— ¿Entiende lo que decimos? —preguntó Marisol a J. J. después de unos segundos durante los que le miró detenidamente. El pretor estaba sentado en una silla con las manos atadas a la espalda. Desde una esquina, una cámara grababa todo lo que acontecía.

— Perfectamente, pero no es muy hablador, —Marisol cogió una silla y se sentó frente a él.

— ¿Sabes quién soy? —el pretor asintió con la cabeza—. Genial. Yo sé que tú eres un pretor de máximo nivel.

— Yo no soy tan importante como crees.

— ¿Me quieres hacer creer, que para dirigir un dispositivo de está importancia, no han enviado a un pretor cercano al líder supremo?, ¿es eso lo que me quieres hacer creer?

— No, —respondió el bulban después de dudar un poco— pero yo no soy el que manda, hay alguien por encima de…

— ¿Y donde está ese… pretor superior?

— Supongo que muerto, ese tipo de pretores no se rinde, ¿no lo sabias?

— No, no lo sabía, porque cuándo he tenido alguno delante, le he cortado la cabeza, —el pretor guardó silencio—. Bueno, ¿y donde está el cadáver? —el pretor encogió los hombros mientras bajaba la mirada—. ¿Sabes lo que creo?, que eres un puto cobarde. No tienes huevos para sacrificarte como hacen los soldados a tus ordenes, y además, te proteges con hembras indefensas.

— ¡No me han dejado quitarme la vida! —vocifero el pretor.

— J. J., tu cuchillo, —dijo Marisol tendiendo la mano, y cuándo lo tuvo, sin pensarlo, se lo clavo en la pierna al pretor que aúllo de dolor—. ¡Desatadle! Y todos atrás.

Uno de los soldados, desato las manos del pretor que seguía berreando, mientras la insultaba.

— Ya tienes un cuchillo, y nadie te va a impedir cortarte el cuello. Incluso, puedes intentar matarme, —el pretor seguía gritando mientras con las dos manos se apretaba la pierna herida por donde manaba gran cantidad de sangre— aunque si no te atendemos, morirás desangrado. ¿Qué decides?, ¿te matas, me matas o te curamos la herida? —el pretor comenzó a sollozar mientras balbucía palabras en su idioma. Fuera de si, Marisol le agarró por la guerrera mientras le sacaba el cuchillo de la pierna de donde salio un chorro de sangre—. Lo imaginaba hijo de puta, ¡eres un puto cobarde! —y empujándole le derribo de la silla con los ojos llameantes. En el suelo, el pretor seguía lloriqueando mientras con las manos se tapaba la herida—. ¡Qué le curen! Y después le interrogas, y si no colabora, me llamas, que me ocupó yo, y te aseguro que no le va a gustar.

Salieron de la habitación y Marisol se paró apoyando la espalda contra la pared para tranquilizarse. El sargento, que formaba parte de su grupo de escolta, se aproximó a ella, y sacando la licorera del bolsillo se la entrego. Dio un trago largo y se lo devolvió con una sonrisa.

— Gracias sargento, —y mirando a sus acompañantes, añadió—: creo que se me ha ido la olla.


 

Un par de días después, el Fénix aterrizó en el Cuartel General, en Mandoria. Al pie de la escalerilla, Iris esperaba que Marisol descendiera por ella. Cuándo la vio, paso el brazo por su hombro y la dio un beso, lo que dejó a Iris desconcertada.

— ¿Qué tal el viaje mi señora? —preguntó cuándo se repuso del beso. Era la primera vez que alguien lo hacia.

— Bien, bien, Iris, muy bien. Muy productivo. ¿Me estabas esperando?

— Si mi señora, quiero pedirte un favor.

— Yo también quiero pedirte algo, — dijo parándose y mirándola fijamente.

— Puedes pedirme lo que quieras.

— No sé por qué, pero me da la impresión de que vamos a coincidir. Dime, ¿qué quieres?

— Me he enterado que has atrapado a un pretor vivo.

— ¿Y tú como sabes eso?

— No puedo desvelar mis fuentes mi señora.

— ¡Qué “jodia” eres! —exclamó soltando una carcajada— como has aprendido. En fin, qué quieres, ¿entrevistarle?

— Si, mi señora.

— Hay un problema, —dijo Marisol bajando la voz—, se me fue la mano con él, e hice algo que no debía haber hecho.

— Entiendo. No te preocupes, yo nunca haré nada que te pueda perjudicar. ¿Qué es lo que querías pedirme?

— Eso mismo. Antes de meter la pata, tenía pensado en utilizarlo como… propaganda, pero ahora…

— No te preocupes, yo me ocupo.

— Pásate dentro de una hora por mi despacho, y te enseño la grabación de lo que paso.



Una hora después, Iris estaba en el despacho de Marisol, junto a Marión, Hirell y Anahis. Mientras Marisol miraba por la ventana, los demás, visionaron la grabación.

— Pero, ¿tú estás gilipollas? —salto Marión fuera de si, cuándo terminó el video— ¿cómo se te ocurre?, ¡no me lo puedo creer!

— Lo siento Marión, se me fue la olla.

— ¿Cuántas copias hay de está grabación? —preguntó Hirell.

— Solo esta, J. J. se encargó.

— Pues hay que destruirla, —afirmo Hirell— si esto cae en las manos de tus amigos del parlamento, te van a machacar.

— Yo me ocupó de eso, —dijo Marión extrayendo el cristal de datos. Después, saco la pistola que Marisol siempre tenía en el cajón de su mesa, se acercó a la chimenea que estaba apagada, y graduando la potencia de la pistola, la desintegro.

— ¿Quiénes estaban presentes? —preguntó Hirell.

— Eran todos de confianza, —intervino Anahis— no hay problema.

— ¿Puedo decir algo? —preguntó Iris levantando la mano con timidez.

— Claro que si cariño, puedes incluso ponerme a parir, como ellos, —contestó Marisol.

— Le conozco.

— ¿Qué le conoces? —preguntaron todos al unísono.

— Si, es amigo del pretor regional al que estaba asignada. Cuándo se reunían, se intercambiaban las hembras. Es posible que ese cabrón sea el padre de algunas de mis puestas.

— ¿Y que puedes decirnos de él?

— Que habéis cazado a alguien importante. El líder supremo tiene dos ayudantes, los que más mandan después de él. Este, es uno de ellos.

— Por favor, habla con J. J. y le cuentas todo lo que sepas.

— Por supuesto. En cuanto a lo otro, quiero entrevistarle. No te preocupes, lo editaré, y te lo enseñaré todo antes de emitirlo.

— Muy bien, de acuerdo.

— Por cierto, ¿sabes que tengo cuatro machos bulban en mi equipo?

— Genial, ¿cómo lo has conseguido? 

— Con mucho trabajo la verdad, pero, al final van abriendo los ojos.

— Hemos traído en el Fénix a las hembras liberadas en Kaaitam, para que Loewen se haga cargo de ellas. Tal vez, estaría bien que pasaseis a visitarlas, ese hijo de puta las usó de escudo humano… bueno, ya me entiendes.

— Nos pasaremos sin falta.

— Perfecto.


 

Hacia rato que Marión chupaba el pene de Hirell. Le había colocado un aro para evitar, en lo posible, que eyaculara rápido; mantenerle erecto, para ella, no era problema. Desde que llegaron a la habitación, un par de horas antes, habían estado jugando e Hirell la había provocado varios orgasmos sin penetrarla, y ahora, ella, intentaba premiar su dedicación.

— No has comentado nada sobre Marisol y el pretor, —dijo Marión entre chupada y chupada.

— No tengo nada que decir, mi amor.

— ¿Te parece bien lo que ha pasado?

— A mí me parece bien todo lo que hace, y si le hubiera cortado el cuello, también.

— Por fortuna, los que estaban con ella son de máxima confianza, —afirmo mientras seguían chupeteando el pene de Hirell— ya lo he comprobado. Todos son españoles y de Almagro, del Tercio de Voluntarios.

— Yo creo que J. J. se imaginaba algo y lo preparo todo, por si acaso.

— Si, los únicos no españoles eran Anahis y Oriyan, —Marion le quitó el aro y comenzó a chupar mientras introducía un dedo en el ano de Hirell. Unos minutos después, se corrió mientras Marión le acariciaba el glande con la lengua causando que gritara.

— Mi amor, un día de estos, en una de estás, me vas a matar, —dijo finalmente Hirell atrayéndola hacia él.

— Ni se te ocurra, que no me entere yo. Pero si esto te causa algún problema, podemos dejar de jugar.

— ¡No digas tonterías, anda! —dijo Hirell riendo—. Pero dime una cosa: ¿dónde has aprendido a hacer estás cosas? Porque en el convento seguro que no, y cuándo empezamos a enrollarnos, yo, incluso, tenía menos idea que tú.

— Es un secreto.

— ¿Cómo que es un secreto?

— Que si, que es un secreto.

— ¡De eso nada! Me lo vas a decir, ahora mismo.

— No, no te lo pienso decir.

— ¿Estás segura de eso? —y comenzó a hacerla cosquillas. Marión intentaba zafarse de los poderosos brazos de Hirell sin conseguirlo, hasta que, un par de minutos después, finalmente, se rindió implorando que parara—. Bueno, tú dirás.

— Ya sabes que duermo poco, —explico cuándo por fin se tranquilizó y se secaba el sudor con una camiseta— y para no despertarte, salgo al salón y exploro la televisión. Me meto en los canales porno, aprendo y experimento contigo.

— ¡Anda! Que si Marisol se entera, — pudo decir Hirell cuándo se recuperó de la sorpresa.

— ¡No me jodas! Ni se te ocurra decirla nada.

— ¡No seas boba!, ¿cómo se lo voy a decir? Pero te aseguro que la ibas a dejar con la boca abierta.

— Seguro que sí.

 

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