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Con mucho esfuerzo, las tropas federales habían conseguido el control total del Grupo de Sistemas Taaramok, y las patrullas de avanzada ya operaban en los limites del antiguo espacio del Consorcio Bellek. El enemigo seguía sacando naves y tropas del dispositivo en torno a Signa Trumzely, y Marisol aprovechó para trasladar dos ejércitos, desde allí, hasta Taaramok, para reforzar las fuerzas de Esteban y Opx.
En el Sector 26, Pulqueria y Oriyan seguían reforzando las fuerzas, tanto en Dreylhan como en Nar, ante la inminente ofensiva contra el sistema Cayely. Solo esperaban la orden de ataque.
Marisol había regresado a Mandoria, quería estar con Anahis cuándo la quitaran las escayolas de los brazos. Las hembras bulban y los niños, había sido alojados en unas dependencias independientes del Palacio Real. Marión se ocupó personalmente de su bienestar, y a diario, apoyada en su bastón, los visitaba para cerciorarse de que todos estaba bien. Como se les había implantado el chip de traducción a todos, de inmediato comenzaron las clases para enseñarles a leer y escribir, y se dio cuenta de que no había diferencia con los humanos, los niños son niños en todas partes. Incluso Marisol pasaba a verlos, y estos se habían acostumbrado y ya no se asustaban cuándo la veían. Con Iris mantenía largas conversaciones, independientemente de la Inteligencia Militar que también lo hacia. Marisol quería saber todo lo posible sobre la organización, y lo que descubría, no le gustaba.
La ofreció su pene y ella lo acepto introduciéndoselo en la boca. La separo las piernas y sus labios atraparon su vagina haciéndola retorcerse de placer. Marión gemía mientras con la lengua acariciaba el glande del enorme pene de Hirell. Paulatinamente la llevo hasta el orgasmo y observo con deleite como un hilillo blanco se escapaba de la vagina de su amada; eso le excitó aun más y se corrió mientras Marión saboreaba hasta la última gota.
Mientras sudorosos se recuperaban, con los dedos, Hirell recorría la larga cicatriz que atravesaba el muslo de Marión.
— No me hagas eso, que me da repelús, —se quejó Marión.
— Lo siento cariño, pero se me pone mal cuerpo cuándo pienso en que te he podido perder.
— Nunca me has contado lo que paso en el Fénix cuándo os enterasteis del ataque.
— Hay poco que contar, los dos estábamos aterrado,s pero mantuvimos el tipo como pudimos.
— ¿Y Marisol?
— Desde ese día la admiro más, si eso fuera posible. Yo la conozco y sé que estaba muy jodida, pero mantuvo la entereza de una manera admirable. Yo estaba a punto de echarme a llorar, mientras ella mantenía el tipo y daba ordenes para descubrir que había pasado.
— Cuándo está jodida se refugia en el trabajo, eso la ayuda.
— Ya lo sé, pero aun así es admirable, —Hirell la abrazo mientras la olfateaba como un sabueso— ¡cómo me gusta como hueles!
— Pues a sudor.
— Me encanta tu sudor… y hasta los pedos que te tiras.
— ¡No seas guarro! —dijo soltando una carcajada.
— ¿No te parece raro que Marisol vaya a recibir a un grupo de representantes políticos? —preguntó Hirell cambiando de tema.
— Si, pero es un compromiso. La gestión la ha hecho uno de los representantes de Nueva España y no ha podido negarse, pero habrá que estar atentos, sé que la gestión se ha hecho a espaldas del canciller.
— ¡Joder! Pues entonces…
— Si, es muy posible que se líe una buena.
— Pondré gente de confianza en la seguridad, por si acaso.
— Y yo estaré cerca para protegerlos, —dijo Marión riendo.
A media mañana, Marisol entró en el Centro de Mando empujando la silla de ruedas donde viajaba Anahis. Su pierna escayolada sobresalía hacia delante como el espolón del mascaron de proa de una nave griega. Hacia seis días que la habían retirado las escayolas de los brazos y ya no estaba tan irritable. Todos se acercaron a saludarla y darla un par de besos, una costumbre muy española que se había generalizado en el Cuartel General. En medio de la celebración, Sara, su asistente, informo a Marisol de que los representantes políticos ya habían llegado y la esperaban en su despacho. Marisol se encaminó a él, seguida por Marión que se apoyaba en su bastón.
— ¿Vienes conmigo? —la preguntó extrañada.
— Por supuesto, no quiero que diezmes el parlamento.
— ¡No seas boba, que no va a pasar nada! Seguro que será para una chorrada.
— No me fío… ni de ellos ni de ti.
Las dos entraron en el despacho seguidas por la asistente que cerro la puerta. Unos minutos después, se empezaron a oír voces y gritos, y los dos guardias de seguridad entraban rápidamente en el despacho seguidos por Hirell.
— ¡Fuera de aquí todos! —le gritaba Marión a los políticos amenazándolos con el bastón, mientras la asistente, abrazada a Marisol que estaba fuera de si pronunciando terribles insultos, intentaba alejarla. Con la llegada de los dos guardias, les ordeno—. ¡Rápido, sacadlos de aquí a patadas!
Los guardias y varios oficiales que también había llegado, sacaron a empujones a los representantes parlamentarios, mientras Marisol seguía insultándolos.
— ¡No me lo puedo creer! —exclamó por fin cuándo se empezó a tranquilizar y su asistente la liberaba del abrazo—. ¿Cómo pueden ser tan hijos de puta?
— ¿Pero que querían? —preguntó Hirell.
— Que encabece una candidatura para derrotar al presidente Fiakro en las próximas elecciones.
— ¡No jodas!
— Si, pero hasta ahí, está, ha mantenido la calma, —dijo Marión señalando con el dedo a Marisol que, sentada tras la mesa, mantenía la cabeza entre las manos— pero cuándo se ha cabreado de verdad es cuándo la han ofrecido dinero, una pasta gansa, y a mí, un puesto en el Parlamento Federal. Según ellos, hace falta una mano firme en la presidencia, que no se deje avasallar por los “mediocres” o los recién llegados.
Anahis llego con un suboficial que empujaba su silla de ruedas, se acercó a ella y la acarició la espalda mientras la ayudaba a calmarse con palabras suaves.
— ¿Y como se les ha ocurrido una cosa así? —preguntó Anahis—. Cualquiera que conozca a Marisol sabe que eso es imposible.
— También saben que solo ella puede derrotar al presidente, —respondió Hirell.
— Últimamente están pasando cosas muy raras, —Marisol abrió un cajón de su mesa y saco una carpeta que entrego a Marión.
— ¡No me jodas! ¿puede hacerlo? —preguntó Marión una vez lo hubo leído.
— Si, puede hacerlo, —respondió Marisol—. Los reclutas dependen de los centros de adiestramiento que a su vez dependen directamente de las cancillerías. Mientras esos centros no los pongan a nuestra disposición, siguen dependiendo de los cancilleres.
— Pero, ¿qué ocurre? —preguntó Anahis.
— El canciller de Maradonia se ha quedado con cuatro divisiones de reclutas, —respondió Marión— para formar una guardia personal que proteja a Maradonia de un ataque corsario.
— Pero eso son sesenta mil tíos.
— Más otros diez mil que acaban de comenzar el entrenamiento, y me da la impresión de que se los va a quedar también.
— También ha intentado retirar al grupo de batalla de la Tanatos, que es enteramente maradoniano, —dijo Marión que seguía leyendo el dosier.
— ¿Y lo sabe el presidente?
— No, no lo sabe, todavía no.
— ¿Crees que hay conexión?
— Ni idea, pero de estos cabrones te puedes esperar cualquier cosa.
— ¿Estamos hablando de un golpe de estado? —preguntó Hirell—. ¿Es de eso de lo que hablamos?
— Eso es descabellado.
— No tanto, recordad que casi me mandan al otro barrio en un intento de golpe en Faralia. Clinio, Ghalt y Loewen me salvaron la vida.
— ¿Y que piensas hacer?
— La semana que viene tengo que ir a Lambda 663, después pasaré por Edyrme y hablaré con él. Hasta entonces, ni una palabra.
— ¿Vas a ir sola?
— Si, si. No quiero que os mováis de aquí. Es un viaje rápido, en cuatro días estaré de vuelta.
— Pues no me parece seguro sin que se haya completado en despliegue del FDI, —dijo Marión—. Es mejor que esa gestión la haga yo.
— No vamos a debatir esto Marión. No es posible que el enemigo se entere que voy a salir de viaje, ni la derrota que va a tomar el Fénix, además, llevo dos corbetas de escolta y el Fénix tiene la capacidad defensiva de una fragata.
— Aun así.
— No seas pesada, y no empecéis con vuestro absurdo proteccionismo.
— Anahis, dila tú algo.
— Ya sabes que es una cabezona, y aunque estoy de acuerdo contigo, no me va a hacer ni puto caso.
— En esto no, y dejemos el tema ya, que no quiero cabrearme otra vez. Además, ya que estamos todos, salid todos del despacho, —todos los hicieron seguidos por Marisol que portaba una tableta y Sarita que llevaba una docena de cajitas—. ¡A ver señores! Formen todos aquí delante y presten atención, —todos lo hicieron y Marisol comenzó a leer—: Por la presente se acuerda otorgar la Medalla al Merito Militar, a todos los integrantes de la lista adjunta, por los meritos contraídos en el cumplimiento de su deber. Firmado: general Marisol Martín, comandante en jefe.
Marisol fue nombrando a los beneficiarios que fueron pasando ante ella para recibir su premio. Por último, lo recibieron Anahis y Marión, por ese orden.
— Señoras, señores, enhorabuena a todos, lo merecen, —todos se pusieron a aplaudir y a continuación siguió leyendo—: Por la presente, se acuerda promover al empleo de general de estado mayor, al coronel Hirell de Ursalia por los meritos contraídos en el cumplimiento de su deber. Firmado: Fiakro, presidente federal. Y yo añado: por la valiosa ayuda que me presta a diario, —Marisol extrajo las estrellas de la cajita y se las colocó en el cuello de la guerrera después de retirar las antiguas—. General Hirell de Ursalia, enhorabuena.
Dos días después, mientras le quitaban la escayola de la pierna a Anahis, se produjo otro ataque corsario, está vez contra una explotación minera dependiente de Nueva Faralia, una zona que todavía no tenía presencia del FDI. Inteligencia, estudiando los datos visuales de los ataques, así como de telemetría, había llegado a la conclusión de que al menos veinticuatro naves corsarias operaban a través de la red de corredores de Evangelium. Bertil, ante la imposibilidad de cubrir con naves los miles de entradas al sistema, estaba instalando satélites de vigilancia en todas las entradas, mientras que agrupaba las naves en puntos estratégicos para poder actuar rápidamente cuándo se detectaran los ataques. Según las estimaciones que manejaba Bertil, se tardaría unos tres meses en completar todo el dispositivo; mientras tanto, las patrullas trabajaban sin descanso.
— Que ganas tenía ya de que te quitaran la puta escayola de la pierna, —dijo Marisol besuqueando a Anahis—. Cada vez que te metía mano me daba un golpe con ella.
— Pero no porque me metieras mano, —Anahis se echó a reír mientras la rodeaba con brazos y cola— bueno si, pero es que te pones muy burra y no controlas.
— ¿Y como quieres que me ponga con lo buena que estás?
— ¡Qué exagerada! Seguro que las hay mucho más guapas.
— A mí no me lo parece, además, a ti te quiero y a las otras no, —Marisol seguía morreándola.
— ¡Ya, pero…!
— Mi amor, intento besarte y no puedo si sigues con la conversación, —Marisol la miró frunciendo el ceño.
— ¡Bueno, vale, ya me callo! —con la cola la acaricio el trasero.
— Gracias mi amor, —siguió morreándola.
— Si lo hubieras dicho antes… —dijo Anahis para hacerla de rabiar.
— Cuándo quieras, me lo dices, —Marisol se echó a un lado y se tumbó bocarriba. Rápidamente, Anahis la paso una pierna por encima.
— ¿Te has enfadado? —preguntó mientras con la punta de la cola la acariciaba la vagina.
— ¿Cómo me voy a enfadar contigo?
— Contrae el abdominal, —la dijo, y con la mano acaricio sus marcados abdominales—. Me encanta, ¡joder! Como me gustaría tenerlos yo también.
— Los mandorianos los tenéis internos, por eso no los marcáis.
— Ya lo sé, pero me gustaría tenerlos. ¡En fin! Me conformaré con el tuyo.
— ¿Y si engordo y me pongo como una vaca?
— Bueno, también puedo engordar yo, e ir rodando las dos juntas hasta el Centro de Mando, —las dos se echaron a reír.
— Prométeme que eso nunca va a ocurrir.
— Si me lo prometes tú a mí.
— ¡Vale!, lo prometo.
— Y yo, —y después de besarla, añadió—: No quiero que te enrolles durante el viaje, en cuatro días que quiero de vuelta.
— No te preocupes, voy y vuelvo.
— Te voy a estar esperando.
— ¿Aquí en la cama?
— ¡Aquí en la cama!
— Entonces, seguro que regreso antes, —y girándose volvió a besarla.