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Desafio de galaxias (capitulo 58)

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                                             * * * * *

El ataque federal contra el grupo de sistemas Cayely, desde las bases de Nar y Dreylhan, fue extremadamente fácil. La presencia bulban era escasa, porque sus naves no podían operar en las tremendas e inexplicables condiciones físicas de está extraña nébula, gemela y simbiótica con la Nébula Petara. Por cuestiones de seguridad, la nueva Fénix formaba parte de un convoy que llevaba tropas y equipo al planeta principal.

— ¿Puedo hacerle una pregunta mi señora? —preguntó Hirell. Estaba en el comedor de la nave, junto a Marisol y su inseparable Sara. Marión y Anahis, se habían quedado en Mandoria, según el nuevo reglamento de seguridad, no podían viajar todos juntos.

— ¿Cuándo vas a tutearme Hirell?

— Mi señora, siento mucho respeto y admiración por usted, —respondió después de meditar unos segundos— no me parece apropiado.

— ¡Cuidado que eres pesado!

— Lo siento mi señora.

— Pues no lo sientas tanto y tutéame.

— ¡Es que…!

— ¡Mira tío, me tienes hasta la raja! Prefiero un trato familiar con mis colaboradores, eres el único que no lo hace.

— Lamento mucho importunarla.

— Pues no lo lamentes y no me obligues a tener que ordenártelo, ¡joder!

— ¡Está bien! Como mi señora quiera… Marisol.

— Dame tu palabra.

— De acuerdo, te doy mi palabra.

— ¡Eso no vale! —exclamó Sarita ante la perplejidad de Hirell.

— Si vale.

— ¡Se lo has ordenado!

— No dijimos nada de no poder hacerlo.

— Se daba por entendido.

— No se daba por entendido, y me debes una cena.

— No seas tramposa, no vale, —Hirell asistía a la disputa con los ojos como platos.

— Si vale.

— ¡Pues quiero un árbitro!

— ¿Pero que chorrada es esa?

— Cuándo regresemos, le decimos a Marión que decida quien tiene razón.

— ¡Si hombre! A Marión, ¿no hay otra?

— ¿No te fías de ella?

— En esto no, te recuerdo que se folla a este, —respondió Marisol señalando a Hirell.

— Eso no tiene nada que ver.

— ¡Está bien! Tú ganas, que decida Marión, —y mirando a Hirell añadió—: ¿qué me ibas a preguntar cariño?

— Mi seño… Marisol, —dijo por fin después de sacudirse el estupor que le había causado la discusión— se está comentando, que hemos tenido suerte en está ofensiva porque no había naves enemigas, ni presencia de tropas en Cayely.

— ¿Y tu que crees? —le preguntó con una ligera sonrisa.

— Que lo sabias y lo tenias previsto.

— Supongo que sabrás que la Princesa Súm escribía libros, —ante el gesto afirmativo de Hirell, continuo—: pues escribió una crónica: “Matilda, guerrero del espacio”, y cuenta, como cuándo llegaron a está zona, se encontraron con que las leyes físicas se habían ido definitivamente a la mierda. Cayely y Petara son dos nébulas que entremezclan de manera inexplicable varios de sus sistemas exteriores y donde los sistemas electrónicos no funcionan, si no dispones de energía mística. Las naves bulban no tienen campos de fuerza y son demasiado grandes para soportar las distorsiones; cuándo di las ordenes a Pulqueria y Oriyan, indique que instalaran núcleos místicos suplementarios.

— ¿Y cuándo Paquito y Opx lleguen a Petara? —preguntó Sarita— se encontraran con el mismo problema.

— Ya están avisados y los núcleos místicos adicionales están preparados.

— ¿Y por qué esto no se ha sabido hasta ahora?

— Porque este problema no existía, desapareció con los estabilizadores que se instalaron en todo el sector después de la Guerra Imperial. Recordad, que cuándo se generó el portal, las estaciones estabilizadoras se colapsaron porque no tenían potencia suficiente para compensar. Sin ellos, esto ya no es el Sector 26, otra vez es el Sector Oscuro, —contestó mientras un oficial que acababa de llegar la estregaba una tableta. Marisol la leyó y esbozando una sonrisa, le dijo—: gracias teniente, ahora vamos.

— ¿Ocurre algo mi seño… Marisol?

— Al parecer, el enemigo está transfiriendo tropas desde Kalinao a Faralia, —contestó levantándose.

— Lo has vuelto a hacer, —dijo Sarita dándole un beso.

— Ya estás exagerando.

— ¡Vale!, ¿a que os referís?

— ¿Se lo puedo decir? —preguntó Sarita y ante el gesto afirmativo de Marisol, continuo, mientras se encaminaban al centro de mando—: cuándo Marisol preparó los planes de batalla, llegados a este punto, previó que el enemigo podría hacer tres cosas: dos nos favorecían y una no.

— ¿Y supongo que…?

— De las tres opciones, están haciendo lo peor que podían hacer.

— Todavía no hay que echar las campanas al vuelo, —dijo Marisol entrando en la sala de mando.

— Mi señora, tenemos confirmados dos convoyes con gran presencia de transportes, con origen en Kalinao—informo el jefe de operaciones cuándo los vio llegar— viajan protegidos por fragatas en rumbo 260374.56 que les lleva a Faralia.

— ¿Sabemos ya cuantos transportes?

— Con exactitud no, pero creemos que en total de los dos convoyes: unos doscientos.

— Tres millones de soldados, —dijo Hirell— una quinta parte de su infantería en Kalinao.

— ¿Y fragatas?

— Posiblemente unas quinientas. Tenemos problemas para diferenciarlas, hay un gran número de naves no identificadas: creemos que pueden ser de procedencia federal.

— Que pueden estar armadas o transportar tropas, —razono Marisol mientras veía que una oficial hacia una indicación a Hirell que se acercó a su consola.

— Parece que se está formando otro convoy en la órbita de Kalinao, —dijo Hirell finalmente. Marisol se puso a pasear pausada, con las manos a la espalda, como siempre hacia cuándo meditaba. Todo el centro de mando la miraba con discreción, conscientes de que algo importante iba a ocurrir.

— Quiero un seguimiento constante de esos convoyes, y de toda la actividad en torno a Kalinao, —ordenó Marisol, y mirando a Sarita, que desde el quicio de la puerta del despacho seguía los acontecimientos, la dijo—: comunícame con Pulqueria y Oriyan por línea protegida.

— Puede que se este formando otro más en el lado opuesto del planeta, —añadió Hirell.

— Martín a puente.

— Adelante mi señora.

— Paramos maquinas; informa al resto de la flota: parada total de inmediato.

— A la orden, —escuchando la respuesta, hizo un gesto a Hirell para que la siguiera, se encaminó a su despacho y cerro la puerta.


 

Desde el centro de mando del Fénix, Marisol veía a los transportes de la primera oleada de desembarco, descender, convertidos en enormes bolas de fuego, iluminando la noche cerrada en la zona oriental del Kalinao. Seis días antes, se entrevistó por video enlace con Pulqueria y Oriyan para tratar la situación creada con la evacuación de Kalinao.

— Marisol, sabes que siempre te apoyaré, —dijo Oriyan después de conocer sus intenciones— pero no lo entiendo: Kalinao puede caer sola, y es un riesgo inaceptable para ti.

— ¡Joder tía! No empieces tu también, que con el presidente ya tengo suficiente.

— ¿Cuándo te va a entrar en esa cabeza dura de española que tienes, de que eres un líder, un símbolo para todos nosotros?

— Pues de eso estamos hablando, ¡joder!, vosotras sabéis que durante varios años, Kalinao ha sido un símbolo de nuestra resistencia, y como símbolo, sigue vigente. No quiero que nos devuelvan el planeta porque ya no les interesa, quiero conquistarlo.

— De acuerdo, pero Ori tiene razón, las cosas por aquí van según lo previsto, ella podría trasladarse a Kalinao y…

— ¡No! no quiero comprometer el futuro de la ofensiva, es vital que converjáis sobre Petara junto con Esteban y Opx.

— Pero con lo que tienes no puedes pensar, mejor dicho, ni siquiera tú puedes pensar en intentar un ataque a Kalinao, —dijo Oriyan.

— Necesitaría cincuenta divisiones…

— Cuenta con ellas, —la interrumpió Oriyan— y cuatro acorazadas…

— ¡No, no! no quiero ni acorazadas ni artillería.

— ¿Cómo que no…?

— ¡Que no!, pero si necesitaré naves.

— ¿Qué necesitas? —preguntó Pulqueria.

— Dos o tres grupos de batalla, más las lanzaderas y transbordadores que me puedas dejar, e interceptores, los que puedas.

— Cuenta con ello.

— Ahora cuéntame como piensas atacar a los bulban sin divisiones acorazadas, ni artillería, —insistió Oriyan.

 — ¡Venga Ori, tía! no seas pesada, no me van a hacer falta.

— ¿Sabes que al presidente le va a dar un ataque cuándo se entere? —afirmo más que pregunto Pulqueria.

— Mira Pulqui, no me importa, de verdad, ya estoy harta de que todo el mundo quiera tenerme en un tarro de cristal. Si no le gusta, que haga lo que quiera, no me importa. Además, si me destituye, mejor, así me voy con los míos a dar espadazos, que es lo que me gusta.

— Y yo me voy contigo, —afirmo Oriyan.

— Y yo, puede ser divertido, no creas que no echo de menos coger a Surgúl y liarme a cortar cabezas; se me está oxidando la espada. Podrías cambiarme de vez en cuanto con Ori.

— ¿Y estar duchadita, aseada, sentada en un sillón, en lugar de estar guarra, pringosa y llena de barro? —bromeo Oriyan— ¡Ni lo pienses!

— ¡Joder!

— Bueno chicas os dejó, —dijo Marisol riendo—. Hacedme un favor: retrasad todo lo que podáis el informar al Cuartel General, allí, solo Marión y Anahis están al tanto de mis intenciones. Quiero retrasar lo máximo posible que el presidente intervenga.

— Tranquila, informaremos directamente a Marión.

— Gracias chicas.


 

Ahora, seis días después, su flota de ataque, con el Fénix al frente, había irrumpido desde vórtices de salto directamente en la órbita de Kalinao, un planeta desvastado por tantos años de actividad militar. Cogidos por sorpresa, las naves bulban estacionadas fuera de la órbita, comenzaron a agruparse para cerrar una formación defensiva. Mientras el resto de la flota atacaba un convoy en formación y a las naves dispersas, el Fénix lo hacia con sus poderosos sistemas de armas contra el grueso de la flota enemiga. Esta, maniobraba para formar su configuración defensiva a 900.000 kilómetros bajo el continuo ataque de los sistemas de armas de la nueva Fénix y sus escoltas.

— Mi señora, el enemigo ha concluido su formación y avanzan hacia nosotros.

— Preparados para descarga continuada de misiles sobre estás coordenadas, —ordeno Marisol tecleando en la consola— todos los tubos a mi orden.

— Misiles preparados.

— ¡Fuego!, —el Fénix comenzó a disparar los misiles con una cadencia de cinco segundos, lo que se tardaba en recargar los tubos— preparen torpedos. El MARK-5 en el tubo 10, —ese torpedo de gravitón, el único de que disponía Marisol, era la clave y no podían fallar.

— Múltiples impactos en las coordenadas prefijadas.

— Torpedos, descarga continua, tubos 1 a 4 sobre las mismas coordenadas, 5 a 9, aleatorios en un área de 50 kilómetros.

— Torpedos listos para disparo.

— ¡Fuego!, —una vorágine de destrucción se desató en las coordenadas prefijadas, pero, aun así, la formación enemiga siguió su inexorable avance—. Tubo 10, listos para abrir fuego.

— Tubo 10 preparado, a su orden.

— ¡Fuego!

El MARK-5 partió del Fénix y penetro en la formación enemiga comenzando a navegar hacia su centro. Desde el puente de guerra, Marisol asistía con cierta ansiedad, pero con calma, al avance del torpedo. Hirell, a su lado, no tenía tanto control de sus nervios.

— Tus subordinados no deben ver que estás nervioso, —le susurro al oído mientras le pasaba la mano por la espalda.

— Diez segundos para alcanzar el centro. Torpedo en detonación automática.

Como en las ocasiones anteriores, la detonación no fue espectacular, pero los efectos se empezaron a percibir de inmediato.

— El núcleo de gravitón se ha formado, desarrollando fuerzas de 3206x103 Newton… son muy superiores a las dos anteriores detonaciones.

— Cronometro en regresión de dos horas.

— Hirell, que un grupo de batalla remate a los periféricos, pero que actúen con mucha precaución, ese núcleo está generando mucha fuerza, —ordeno Marisol— y que las corbetas comiencen el minado del corredor a 200.000 km por detrás de la flota enemiga. Orden a la flota de desembarco: iniciamos fase 2.

Diecisiete minutos después, los vórtices se abrieron y las naves de transporte iniciaron el descenso de combate. Estabilizada la situación en la órbita, el Fénix descendió al planeta con la segunda oleada.


 

En Edyrme, la capital federal, el presidente Fiakro asistía a la reunión de su gobierno, cuándo uno de sus ayudantes entro en la sala y rápidamente se dirigió a hacia él. Se inclinó y le cuchicheo unos segundos al oído.

— ¿¡Qué!? —bramo dando un golpe a la mesa— ¡la madre que la parió! Comunícame inmediatamente con el Cuartel General.

— Los generales Marión y Anahis están… desaparecidas, solo he podido hablar con el oficial de guardia y se ha referido a su localización de una manera muy vaga, y le aseguro que mucho más vaga sobre las operaciones en Kalinao.

— ¿¡Se han escondido como conejas terrestres!? ¿me estás diciendo eso?

— Eso es lo que parece señor presidente.

— ¿Y las comunicaciones con Kalinao?

— Por el momento no es posible, ya sabe que se impone un bloqueo total de comunicaciones en torno al planeta. En cuanto al canciller de Mandoria, he hablado con el y está tan sorprendido como nosotros y, por cierto, tampoco puede localizar a su hija.

— ¡Pues va a hablar conmigo por cojones! —exclamó levantándose de la mesa— que preparen ni nave, me voy a Kalinao.

— Señor presidente, no me parece razonable que…

— ¡He dicho que voy a Kalinao!, —le corto tajante— disponlo todo, y de inmediato, ¡ah!, y no informes de mi llegada.

— Ahora mismo señor presidente.


 

Cuarenta y ocho horas después, el enemigo se había reagrupado, concentrado sus fuerzas en una extensa zona de 6.000.000 km2 en el hemisferio sur donde las condiciones de humedad les favorecía. Lo que no sabían, era que el ejército de Marisol no disponía de medios acorazados pesados, y, aunque el barro era un engorro para la infantería, para sus planes era indiferente. Dispuso que veinte transportes de tropas, se situaran en dos hileras a una altura de diez mil metros una, y doce mil metros la otra. Reforzaron sus escudos ventrales de navegación y reconfiguraron sus baterías frontales de defensa para que dispararan a objetivos en tierra. Así, creo una zona de concentración de bombardeo que se movía por delante de la infantería federal, arrasándolo todo y facilitando su avance. Igualmente, creo unidades aeromóviles que transportaban a sus fuerzas en transbordadores y lanzaderas, y que atacaban constantemente la retaguardia enemiga bajo la protección de otros seis transportes. Las defensas bulban y sus precarios escudos de energía, no soportaban el descomunal bombardeo que les llegaba desde arriba, y sus vanguardias, no hacían más que retroceder.

En el Centro de Mando Avanzado, instalado en una gran carpa, Marisol dirigía las operaciones con la ayuda permanente de Hirell, que no se separaba de ella.

— El ala derecha tiene que aumentar su ritmo de avance, habla con el general Nehertim y dile que deje de tocarse los huevos. Y díselo textual.

Estaba diciendo Marisol cuándo llego Sarita y cogiéndola por la cintura la susurró al oído—: el presidente Fiakro está aquí, su nave acaba de aterrizar.

— ¡No jodas! No ha podido esperar para darme una hostia.

— Parece que no, viene hacia aquí con una lanzadera, una escuadrilla de interceptores la escoltan.

— El general Nehertim dice que está encontrando mucha resistencia, el enemigo está concentrando efectivos en esa zona.

— Mándale dos divisiones de la reserva, —estaba diciendo eso cuándo el presidente entró en la carpa— ¡y dile a ese numbarita de los cojones, que como tenga que ir, le voy a hacer avanzar dándole patadas en el trasero hasta que se me deshaga la bota. Y no te cortes, díselo textual!

— ¡Atención! El presidente, —grito un oficial, y todos se cuadraron.

— Descansen, —ordeno el presidente y todos volvieron a sus ocupaciones, pero mirando con disimulo para no perderse nada.

— ¡A sus ordenes señor presidente! —dijo Marisol saludándole militarmente.

— ¡Unos cojones a mis ordenes! —exclamó Fiakro—. ¡Anda! Infórmame.

Marisol le puso al corriente del estado de las operaciones, y finalizo diciendo—: en resumen, controlamos dos tercios del planeta y en la órbita hemos vuelto a minar el pasillo que abrieron en nuestros campos de minas. Al ritmo actual, en una semana habremos acabado con su resistencia.

— Enhorabuena general, brillante, como siempre. Venga, vamos a hablar.

— Hirell, te quedas al mando, —dijo Marisol y mientras se dirigían al exterior, se volvió y añadió—: y vigila al general Nehertim, y si sigue poniendo pegas, cágate en la madre que le parió.

— ¿Crees que es apropiado tratar así a un general? —preguntó el presidente parándose ante el sargento de seguridad y rebuscando en su bolsillo.

— No se preocupe, a este hay que animarle de vez en cuanto para que no se despiste.

— Sargento, ¿la petaca está llena con lo mismo que la última vez?

— Por supuesto señor presidente, pero me temo que ya no está llena.

— ¿¡Ya le has estado dando!? —le preguntó Marisol frunciendo el ceño.

— Mi señora, me prohibió darle antes de comer, y yo ya he comido.

— ¿Cómo que ya has comido? ¡Son las 11,35! Luego hablamos tú y yo, —le dijo mientras se sentaban sobre unas cajas.

— No seas muy dura con él.

— Como lo voy a ser, es vecino de mis padres y cuándo era pequeña me ha tenido muchas veces sentada en sus rodillas. Por cierto, no me parece prudente que usted este aquí.

— ¿Tú me dices a mí que no es prudente?, ¿pero como tienes tanto morro? —preguntó el presidente llenando el vasito de la petaca y dándoselo a Marisol, que se lo bebió de un trago poniendo cara rara—. Ya que el sargento es vecino de tus padres, dile que le llene la petaca con lo que él destila.

— El problema es que le gusta a él destilarlo, ya sabe, la clandestinidad, la transgresión, esas cosas, —dijo Marisol mientras el presidente llenaba el vasito y lo bebía también de un trago.

— ¿Pero que clandestinidad? —preguntó con un hilo de voz— si lo sabe todo el mundo.

— Bueno, ya, pero a él le mola, le hace ilusión sentirse un transgresor.

— Cuándo subí a la nave presidencial para venir aquí, venia dispuesto a mandarte a tu casa…

— Yo no regresaré a mi casa mientras estemos en guerra señor presidente; si me destituye, me iré al frente a combatir con mis camaradas.

— Como te estaba diciendo hasta que me has interrumpido…

— Lo siento señor presidente.

— … venia con esa intención, pero después de reflexionar he decidido dejarte por imposible, ya estoy mayor para perseguir crías descerebradas. ¡Haz lo que te salga de los cojones!

— Señor presidente…

— ¿Sabes que? Como ya he dicho, estoy mayor, tengo 147 años, e incluso para un ursaliano es mucho. Dentro de dos años hay elecciones presidenciales, y estoy pensando seriamente en no presentarme, —dio un trago directamente de la petaca y se la tendió a Marisol.

— Pero eso no puede ser señor presidente, es necesario que usted continúe en la capital federal.

— Llevo casi setenta años de parlamentario, cincuenta en el federal, tres legislaturas como presidente, dieciséis años, y todavía me quedan dos por delante. No Marisol, ya estoy harto.

— Pero ¿en su partido que dicen?

— Me da igual lo que digan.

— ¿Y le va a entregar en bandeja la presidencia a esos hijos de puta que intentaron comprarme?

— Eso es lo de menos, todos pasaran por las urnas y el pueblo decidirá. Además, la culpa es vuestra, del padre de Anahis y de ti, por negaros a sustituirme.

— ¡Venga ya! A mí no me cuelgue el muerto.

— Vale, vale, —dijo riendo el presidente— te dejó que estás muy liada…

— Para usted nunca estoy liada, aunque venga a regañarme.

— Voy a visitar a las tropas y me voy.

— ¿Puede pasar por Mandoria?

— Si, ¿qué ocurre?

— Necesito que lleve algo al Cuartel General, para Marión, y no quiero utilizar los canales subespaciales.

— Pues mira, si, tengo de decir un par de cositas a tus amigas. Las dos han desaparecido y no ha habido manera de localizarlas, —Marisol se echó a reír—. No te rías que a ti te he dejado por imposible, pero esas dos se van a cagar. ¿Qué quieres que lleve?

— Hemos recuperado varios módulos de datos enemigos y hay información importante que nos puede llevar a localizar alguna base corsaria; es necesario que J. J. y Bertil lo analicen.

— De acuerdo.

— Y otra cosa: he pensado que podríamos iniciar emisiones de televisión hacia territorio bulban. Háblelo con Loewen. Por cierto, debería  hablar usted con Iris, ella podría encargarse de ese tema.

— De acuerdo, ya que voy a Mandoria, aprovecharé el viaje.

— Gracias señor presidente, —los dos se levantaron y se abrazaron con afecto.

 

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